EL Rincón de Yanka: 📕 LIBRO "1959": CUBA, EL SER DIVERSO Y LA ISLA IMAGINADA 💥

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miércoles, 2 de enero de 2019

📕 LIBRO "1959": CUBA, EL SER DIVERSO Y LA ISLA IMAGINADA 💥




1959 o el año de la debacle

El año 1959 marca no el inicio, como suele decirse, de la más profunda y larga desgracia de los cubanos, sino la victoria del anhelo revolucionario, que otras guerras verdaderas -no su último simulacro- y reiteradas revueltas, habían comenzado mucho antes, a veces sin saberlo. 1959 fue el final de nuestra corta República. Desde entonces, los cubanos no tenemos país. Sólo una pelea contra los demonios de una nacionalidad incompleta, herida, fragmentada, ilusoria, inexistente. E imaginada, como advierte Manuel Gayol Mecías en su reciente libro, no en balde titulado 1959 (Neo Club Ediciones-Palabra Abierta Ediciones).

10 años le tomó a redactar este ensayo, cuyo título no podía ser otro. 1959 es un año que marca a los cubanos. Y no se trata de historia: aún 6 décadas después, es una realidad. Una espantosa realidad, intensamente defectuosa, que nos toca las narices con absoluta desfachatez y perversidad sociológica. Y aunque nuestro espíritu se niegue a creerlo, o incluso a aceptarlo, no son pocas las veces en que, dentro y fuera de la isla, sentimos que, a pesar de sus amagos y señales, este fantasmal epílogo que nos parece vivir -vivir y morir a cada rato- pudiera otra vez enredarse en el largo y tortuoso camino de alegres murallas, tales como la esperanza, el desespero y la imaginación. El yin y el yang de nuestros intentos perdidos. Ojalá nuestra agenda de golpes y eternos retornos se equivoque. En eso andamos, desde 1959.
Gayol Mecías aporta su visión de lo que somos, lo que hemos sido y, en buena medida, lo que no hemos logrado ser los cubanos
Gayol Mecías lo sabe. Por ello, entre la espada y la pared, entre la certeza y la incertidumbre, ha escrito esta larga lista de tribulaciones del cubano moderno. Que no sólo habla de los cubanos. Imagina a los cubanos. Indaga en cómo hemos andado como nación, cómo hemos sido vistos e imaginados, con aciertos y desaciertos, con intereses y desintereses, que no son pocos. Expone qué ha sido de esa imaginería, que el realismo socialista ha transformado en una gigantografía del tamaño de la isla, de donde aún, sin el Muro en Berlín ni la Unión Soviética, para la mayoría, entre mitos y realidades, es casi imposible escapar. Una isla que pareciera flotar, pero que no va a ninguna parte. Una ilusión, si acaso una intención a medias, disfrazada de país.

Con un lenguaje donde confluyen el ensayo y la poesía, la historia y hasta el relato, Gayol Mecías aporta su visión de lo que somos, lo que hemos sido y, en buena medida, lo que no hemos logrado ser los cubanos, a pesar de que digamos, o digan otros, lo contrario. Entre sueños y gestas, sangre y carnavales, prisiones y éxodos, riesgos y dobleces, sumas y restas, verdades y mentiras: en este libro, reflejo de una reflexión sobre nuestra historia, una vez más es posible comprobar nuestra insular receta de carencias, y defectos, a los que el autor le dedica buena parte. Mientras Gayol Mecías escribía (me aventuro a decir que desde antes), comprendió que “el hecho de analizar nuestros defectos, al tiempo que le hablo al cubano descalzo, era (y es) el mejor favor que podemos hacernos a nosotros mismos”.
Esto confiesa: “Desde hace unos diez años, vengo pensando en lo difícil de abordar este tema, puesto que he estado convencido de que lo primero es encontrar y definir cuáles son nuestros defectos y las principales connotaciones que hacen una imagen más justa de nosotros mismos, pues de alguna manera, la imagen es el significante del significado que debemos ser”.
Pensamientos, bibliografía, hechos, contextos, conceptos, metáforas, memorias: son recogidas aquí por un cubano que no vive en Cuba, pero que, como otros 2 millones (aunque ciertamente no con la misma intensidad y perspicacia), no ha dejado de vivir en la Cuba imaginada, por muy brutal que sus nostalgias sean. Pues el arsenal de anhelos, hablando de Cuba, es fácil de percibir, de imaginar. Varias de sus imágenes posibles, con el lente poético de Lezama Lima, y con la preocupación pedagógica de su autor, son retratadas, perseguidas, reinventadas en un ensayo, al que no quiere, no puede, ponerle punto final. Su objetivo es atávico e inexcusable: “saber de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos”.

Con 1959 (cuyo subtítulo es Cuba, el ser diverso y la isla imaginada), Gayol Mecías quiere aportar sus hallazgos a las imágenes de la Cuba desarmada. Sabe que nuestra nación está inundada de “lagunas de olvidos”, y por eso, su libro, es también una forma de luchar contra el olvido: crear y rescatar palabras, imágenes posibles, contra 6 décadas de olvidos.
Los mitos políticos son creadores de imágenes y esas imágenes, interrelacionadas, dan lugar a espejismos
El “espejismo de la Revolución”, es decir, su insustancial, pero a la vez poderosa tropología, es una imagen cardinal en este libro. “Los mitos políticos son creadores de imágenes y esas imágenes, interrelacionadas, dan lugar a espejismos”, asegura Gayol Mecías, quien ensaya en lo que considera los 5 mitos fundacionales de la Revolución castrista: el de “Robin Hood”, la “Isla de la Utopía”, “David contra Goliat”, la “isla bloqueada por el imperio” y el “invencible Comandante en Jefe”. También menciona otros mitos, que sustentan la autocracia socialista, provenientes de los discursos de Fidel Castro: “El genio está en las masas. El genio es masivo”; “patria o muerte, venceremos”; “al socialismo le debemos todo lo que somos hoy”; “a la Revolución no hay quien la detenga”; “toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo”; “vamos a crear riqueza con la conciencia y no conciencia con la riqueza”, entre otros.

La Cuba de antes de 1959, es uno de los dolores y realidades históricas de las que zarpa Gayol Mecías para ensayar, que no es otra cosa que pensar, su nación. Que además de imaginada también reconoce rota, interminada, vilipendiada por una propaganda que ha ayudado a perpetuar el caos y la miseria en la isla, y el desconocimiento, y hasta no pocos desapegos, en el resto del mundo.

“Cuba no ha sido un referente de ejemplaridad durante la dictadura castrista, sino que —por el contrario— ha sido una devastadora avalancha de empobrecimiento y su referente se ha invertido en relación con lo que era antes de 1959. Si Cuba fue un ejemplo a imitar para otros países, en cuanto a calidad de vida, lo fue antes de 1959. La supuesta Revolución cubana siempre se ha autoproclamado, desde su inicio, como un referente de avanzada (…) cuando en verdad ha sido todo lo contrario, como he dicho, aun cuando la publicidad de la izquierda ha coadyuvado a proyectar su mito de una manera muy siniestra, valga la redundancia (…). A partir del año 1959, este estatus de referencia se ha invertido y la Isla ha pasado a ser un referente de pobreza en todo sentido”, señala el también autor de La penumbra de Dios y Viaje inverso hacia el Reino de Imago, entre otros títulos.
En la década de los anos 50 contaba ya con una excelente asimilación empresarial y tecnológica de todo lo que entraba al país procedente principalmente de Estados Unidos
De esa Cuba, recuerda el ensayista, con todo el peso de la historia como cimiento: “era un referente en tanto ejemplo a imitar por haber sido síntesis de lo posible en este continente, como ya Fernando Ortiz lo constataba, en otro sentido, al señalar que Cuba era modelo de transculturación —y la transculturación resultaba ser, a su vez, un abanico de posibilidades por la rapidez del cruzamiento de razas en la Isla, y porque el cubano en la década de los anos 50 contaba ya con una excelente asimilación empresarial y tecnológica de todo lo que entraba al país procedente principalmente de Estados Unidos. Hasta que en 1959 comenzó la debacle”.

Gayol Mecías es un poeta. Por eso, incluso ante el horror petrificado que marcha por su nación en triste manada, ha preferido hablar de imágenes. No podía dejar de dedicarle, con paciencia de 10 años, capítulos a imágenes tales como el ajiaco de los genes, la utopía de la imperfección, los bufos con imaginación, la prostitución insular, la burla, la supervivencia, la pachanga, las lágrimas, el relajo, el desdoblamiento, la imaginación frustrada y los rejuegos del poder, y otros tropos que nos acompañan a los cubanos, con imponente presencia, como chasquidos en los ojos, sobre todo desde 1959.

Hablamos de un libro que ama profundamente a Cuba. Que se niega a permitir que las imágenes construidas por la propaganda revolucionaria supriman por completo la ya casi borrada historia de antes de 1959 y mucho de lo que hoy se fermenta y arde en las calderas del socialismo real. Al ser escrito ahora, 1959 no presenta a Cuba como la palabreada isla solitaria de los años nebulosos 60. La recorre hasta su impacto en Latinoamérica, con los satélites cubanos del llamado Socialismo del siglo XXI, que no es más que el nuevo maquillaje de las dictaduras de izquierda en Latinoamérica, con el castrismo en la cabeza del pulpo, y a quienes considera menos peligrosas que la matriz del fenómeno: el gramscismo. Esa estratagema seudointelectual para esconder narcoestados y justificar la imposición de la violencia, la demagogia, el terror, la miseria material y espiritual.
Hay mucho más en las 400 páginas de 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada. Creo que a todo el que le interese Cuba, ya sea para aprender, inspirarse, asentir o discutir (ese estado que tanto nos gusta a los cubanos), le llamará la atención este libro de Gayol Mecías. Un cubano que se ha atrevido, otra vez, ya no sólo a hablar de los cubanos -eso no es noticia-, sino, sobre todo, a pensar los cubanos. Lo cual siempre es un riesgo.
(Palabras de presentación del libro “1959” en el X Festival Vista de Miami, el 15 de diciembre 2018).

PRÓLOGO

Hace unos diez años empecé a escribir este libro. En algunas ocasiones pensé dejarlo de lado, pero siempre recapacitaba y me decía que debía continuarlo, pues tenía que ser capaz de abordar y concluir un tema tan complejo y múltiple como es el caso del ser cubano.
A mi modo de ver, nuestra identidad es indefinida por algunas razones que a veces pasamos por alto, y ha sido así por lo inmersos que hemos estado en el asombro de esas virtudes que siempre nos identifican. Pero si hacemos un esfuerzo y nos salimos del álbum que colecciona las eficacias de nuestros egos, entonces es probable que encontremos el camino para un acercamiento más cabal a la realidad de saber de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos¹.

En efecto, desde hace unos diez años, vengo pensando en lo difícil de abordar este tema, puesto que he estado convencido de que lo primero es encontrar y definir cuáles son nuestros defectos y las principales connotaciones que hacen una imagen más justa de nosotros mismos, pues de alguna manera, la imagen es el significante del significado que debemos ser.
En verdad, no era por temor a que se me tachara de desleal o desafecto hacia mi propia identidad. Eso me tenía sin cuidado porque siempre he sabido que -a conciencia limpia- nunca le he temido a los temas espinosos. Más bien habría sido por cierto sentimiento de vergüenza en caso de que lo que dijera aquí pudiera ser injusto con ese cubano que tiene los pies hinchados de tanto andar a pie y, en muchos casos tener que andar descalzo o con los zapatos rotos, y también por un tanto de sonrojo a la hora de hablar de nuestros defectos (que es en esencia de lo que más trata este libro).
No obstante, al fin comprendí que el hecho de analizar nuestros defectos, al tiempo que le hablo al cubano descalzo, era (y es) el mejor favor que podemos hacernos a nosotros mismos.

Otra cosa más es el asunto de poner el parche antes de que salga el descosido; eso de que hay varios temas a los cuales observo con insistencia, como para que no se escape alguna fístula en forma de conducto maltrecho y lacerante. Y que por ello me pudiera arriesgar a que la crítica, demasiado rápidamente, quiera ver en algunos temas que se repiten la sombra nefasta de la taurología. Pero esta no es tal, sino que apuesto por el recurso que me sirve para limar algunas asperezas que permanecen a veces en el análisis de un mismo tema ya dado con anterioridad. Una manera más de llenar, supuéstamente, lagunas de olvidos pero que, en realidad, no son más que insistentes ampliaciones, necesarias, que contribuyen a una mayor comprensión del tema tratado, por lo que no me disculpo de ninguna endiablada repetición conceptual.

Por otra parte, quiero tocar el hecho de que Cuba siempre -antes de 1959- pudo ser un referente (en la buena economía, el desarrollo social y la connotación histórica) para otros países. Esto, efectivamente, está avalado por crónicas reales y estadísticas muy concretas. Para aclararlo mejor, Cuba no ha sido un referente de ejemplaridad durante la dictadura castrista, sino que -por el contrario- ha sido una devastadora avalancha de empobrecimiento y su referente se ha invertido en relación con lo que era antes de 1959. Si Cuba fue un ejemplo a imitar para otros países, en cuanto a calidad de vida, lo fue antes de 1959. La supuesta Revolución cubana siempre se ha autoproclamado, desde su inicio, como un referente de avanzada (en los rubros mencionados arriba, cuando en verdad ha sido todo lo contrario, como he dicho, aun cuando la publicidad de la izquierda ha coadyuvado a proyectar su mito de una manera muy siniestra, valga la redundancia). Desde hace mucho tiempo ya, incluso a parcir del año 1959, este estatus de referencia se ha invertido y la Isla ha pasado a ser un referente de pobreza en todo sentido.

Su cercanía a Estados Unidos, en su carácter de isla que, asimismo, ha supuesto un enclave geográfico de gran encuentro cosmopolita, además de que el estadounidense siempre mantuvo una relación histórica de afinidad con el cubano, así como por intereses económicos y muchos aspectos culturales, todo ello, reitero, hizo siempre que Cuba, ames de 1959, fuera un centro importante de experimentación para la industria y la socioeconomía del país más poderoso del planeta. De aquí el carácter modélico de la Isla, en aquellos tiempos, para las demás naciones de América Latina y el mundo.
En realidad, era un referente en tanto ejemplo a imitar por haber sido síntesis de lo posible en este continente, como ya Fernando Ortiz lo constataba, en otro sentido, al señalar que Cuba era modelo de transculturación -y la transculturación resultaba ser, a su vez, un abanico de posibilidades por la rapidez del cruzamiento de culturas en la Isla, y porque el cubano en la década de los años 50 contaba ya con una excelente asimilación empresarial y tecnológica de todo lo que entraba al país procedente principalmente de Estados Unidos. Hasta que en 1959 comenzó la debacle.
¹Estas tres preguntas son las más antiguas que pudo haberse hecho, y todavía puede hacerse así mismo el género humano. Pero incluso estas tres interrogantes también son aplicables a una cultura y a un pueblo, cuando se trata de buscar su origen e identidad. Son tres preguntas que siempre estarán latentes en este libro, puesto que, de una forma u otra, con sus respuestas intento acercarme un tanto a la complejidad de lo que pudiera ser nuestra indefinida cubanidad.

60 años de la Revolución Cubana
 y el legado más aciago de la historia
La grosera opulencia que contrasta con la miseria de sus gobernados —de sus oprimidos, más bien—. Es también su legado, el de la Revolución, el sometimiento de otros pueblos
David venció a Goliat. Luego de ese primero de enero, de 1959, el periodista Herbert Matthews escribió en The New York Times: “El más duro, el más fuerte, el más brutal de los dictadores modernos de América Latina, el general Fulgencio Batista, tuvo su merecido esta semana”.

Y, justiciero, entonces héroe entregado a la tierra por el mismísimo Dios, Fidel Castro, fue quien le dio su merecido. Guardián de la justicia, osado, valiente y necesario, se alzó contra el principal emisario del, para ellos, funesto imperio americano en el Caribe. Y entonces, en enero de 1959, el mismo Herbert Matthews, cronista de las hazañas de los barbudos en Sierra Maestra, lo decretó al titular su artículo sobre la victoria de Fidel Castro: “Cuba: el primer paso hacia una nueva era”.

Lo que no sabía Matthews —y lo que nadie supo en ese momento, porque todos, absolutamente todos, andaban embelesados por un fenómeno inédito, indescriptible y peligroso—, era que esa nueva era jamás acabaría. Que sería eterna y que, aunque se añejaría con arrolladora rapidez, no mermaría. Andaría arrastrando sus pies, como ánima decrépita empecinada en no descansar, llevándose consigo lo que se atravesara.

Y tampoco mermaría el embrujo. Porque a todos les fascinó las hazañas de un grupo de hombres, barbudos, que se atrevía a desafiar desde una montaña, y con pocos recursos, a la mayor nación del mundo. “La reprobación por lo que Fidel ha hecho en la práctica con sus poderes dictatoriales, no podrá extirpar del corazón de los latinoamericanos la emoción de haber visto desafiado, ¡desde Cuba!, el poder imperial norteamericano”, escribió el pensador y periodista venezolano, Carlos Rangel.

Como Cuba “sufría más que ninguna otra nación latinoamericana, en su orgullo, en su dignidad (…) la humillación de ser y no ser americano“, precisó Rangel, los barbudos que alzaban los banderines de la Revolución encontraron un terreno fértil para, con el respaldo de un pueblo que aplaudió los gestos autoritarios, imponer esa nueva era que llegaría con la sangre de los disidentes y la sumisión de los más débiles.

Muerte. Terror. Éxodo. No podía empezar peor la Revolución que se imponía. Señales fuertes demostraban desde entonces, el último año de la década de los cincuenta y los primeros de los sesenta, que la “nueva era” a la que hacía referencia Herbert Matthews estaría caracterizada por lo peor de la miseria humana. Que la violencia y el terror serían desgastadas herramientas. Que no habría disidencia y el objetivo sería la ruina entera de una isla, otrora la más próspera del Caribe.

Y, entonces, el hechizo fue desvaneciéndose. Muchos de los cautivados dejaron de estarlo. Desapareció la ceguera y los espejismos se diluyeron. Entonces, se reveló la verdad: Fidel Castro no era ningún héroe ni semidiós de hazañas homéricas. Bocazas, carismático, atractivo, viril e insolente, se había hecho con el poder, rodeado de agresivos y sanguinarios lamebotas, para no soltarlo y someter a todo aquel que estuviera dispuesto a desafiarlo.

Por ese propósito absolutista desapareció a quienes empezaron a incomodarlo. Fueron víctimas de él antiguos grandes compañeros. Varios de sus mejores aliados, y precisamente por sobresalir, terminaron nadando con los peces, alimentando a los gusanos —o escondidos tras barrotes de los calabozos—. Huber Matos, Camilo Cienfuegos y el mismo Ché Guevara son testimonio de la fiereza del máximo comandante. De cuán implacable y cruel puede ser.

“Fidel, el Ché, Raúl Castro y unos cuantos tipos más, audaces e ignorantes, estaban decididos a liquidar una imperfecta democracia liberal, regida por una Constitución socialdemócrata, totalmente perfectible, y transformar ese Estado en una dictadura prosoviética sin propiedad privada, ni derechos humanos, y mucho menos separación e independencia de poderes. Simultáneamente, echaban sobre los hombros de los cubanos la responsabilidad de ‘enfrentarse al imperio yanqui’ y transformar el planeta para imponer, a sangre y fuego, el ‘maravilloso’ modelo social desovado por Moscú desde 1917”, escribe el intelectual cubano Carlos Alberto Montaner.

Y así fue. La miseria, rauda, llegó. Con ella, la huida. Miles de cubanos empezaron a abandonar la isla ante la imposición del raído modelo comunista. El tiempo se detuvo pero no pudo evitar la descomposición de las arquitecturas y los vehículos en las ahuecadas calles de La Habana. El estropeado paisaje, que se balancea entre una belleza histórica y el terror por la abrumadora miseria, sirve como prueba de la supresión de los mercados y las libertades.

Han pasado sesenta años. Seis décadas, exactas, desde que se empezó a imponer uno de los más letales totalitarismos de la historia. Seis décadas en las que un régimen, con impunidad, ha podido fusilar y llevar a la tumba, según la organización Cuba Archive, a unas 9 mil víctimas; seis décadas de impunidad de un régimen que traficaba la sangre de perseguidos políticos a Vietnam. De la Revolución que mató, que impuso la miseria y disfrutó el botín.

Alguno hablará de la Revolución Cubana como un proyecto fracasado. Pero cómo se fracasa cuando los planes se implantaron, el modelo gobernó, y se disfrutó la abundante riqueza. Cómo es fracaso cuando los mayores jerarcas, y sus aliados, jamás interrumpieron la oligarca costumbre de posar el buen whisky en las mesas de mimbres mientras se acompaña con un buen puro y se disfruta, luego, un paseo en yate por las costas de Varadero.

Y ese es, al final, su legado. El más aciago de la historia. La grosera opulencia que contrasta con la miseria de sus gobernados —de quienes oprimen, más bien—. Es también su legado, el de la Revolución Cubana, el sometimiento de otros pueblos. La claudicación, humillante y deshonrosa, de gobernantes, títeres, peones desleales, ingratos, felones, ante la voluntad de la gran estrella de la izquierda mundial, Fidel Castro, y su línea de sucesión imperial.

Eso fueron Hugo Chávez, Daniel Ortega, Lula da Silva, Cristina Kirchner, Evo Morales, Manuel Zelaya, Rafael Correa, Michelle Bachelet, José Mujica, Ollanta Humala, Dilma Rousseff. Hijos del Foro de Sao Paulo, aquel proyecto de Fidel Castro para volver potable sus ideas comunistas. Que en su momento enarbolaron el estandarte del Socialismo del siglo XXI para imponer en la región los Días de sumisión. Ese, al final, también el máximo legado de la Revolución Cubana.

La miseria y el horror que aún hoy asedia a los venezolanos, a los bolivianos y a los nicaragüenses. De la que muchos pudieron salvarse, pero que aún brilla, en el corazón de los países que algún Dios abandonó, amén de que el proyecto y el legado de Fidel Castro sigue vivo. El aciago legado que debe acabar.