EL Rincón de Yanka: ONG

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domingo, 4 de mayo de 2025

LIBRO "ESPAÑA, ZONA DE CONFORT CRIMINAL": ¿CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ? 👮 TODO LO QUE ESTÁ EN JUEGO DE NUESTRA LIBERTAD Y SEGURIDAD por SAMUEL VÁZQUEZ y JOSEMA VALLEJO

ESPAÑA, 
ZONA DE CONFORT 
CRIMINAL
👮

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? 
Todo lo que está en juego en la conservación 
de nuestra libertad y seguridad

Sofisticadas organizaciones criminales internacionales.
Mandos policiales que han convertido la seguridad en su cortijo.
Una sociedad temerosa y desorientada frente al deterioro de su país.
Cientos de asociaciones y ONG subvencionadas que convierten el drama en negocio.
Una clase política incompetente y cobarde, cuando no condescendiente con el crimen.
Estos son los principales atributos de la zona de confort criminal en la que se está convirtiendo España. Para Josema Vallejo y Samuel Vázquez, la seguridad y la lucha eficaz contra el crimen van más allá de la tradicional división política entre derecha e izquierda. En nuestras costas, en Barcelona, Madrid o en muchas otras ciudades se libra una pelea diaria en la que estamos perdiendo terreno frente a las mafias, las bandas organizadas, el narcotráfico, el tráfico de personas y la violencia extrema.
Mientras tanto, late un conflicto silenciado en parte por el ruido mediático. Es el que enfrenta a una poderosa minoría con intereses en un sistema inoperante y en buena medida corrupto contra una mayoría ciudadana que lo sufre. Este libro dedica sus páginas a explicar la relación entre ambos problemas y cómo sin resolver el segundo será imposible superar el primero. Se trata de una batalla trascendental que tendremos que afrontar como sociedad si queremos conservar la libertad, el bienestar y los valores que le habían dado forma.
Introducción 
UNA POLÍTICA PROCRIMINAL 

Cuanto más cerca está la caída de un imperio, 
más locas son sus leyes. 
Atribuido a Marco Tulio Cicerón 

Elitecracia, una agenda política que nadie ha votado 

Uno tiene la sospecha de que las reglas del juego social están, como mínimo, parcialmente adulteradas. Las noticias de pequeños y grandes hechos delictivos nos han acompañado desde que tenemos memoria, ya se trate de hurtos, robos, palizas, violaciones, asesinatos, secuestros o terrorismo. Desde que existen los medios de comunicación y podemos conocer, casi en tiempo real, lo que ocurre en el mundo, y aunque las personas honradas saben que poco podemos hacer por evitar que el crimen exista, lo único a lo que podíamos aspirar era a que no nos afectara a nosotros o a los nuestros. Veíamos el telediario y en algún lugar remoto —y si era en España, siempre en las habituales zonas marginales—, los dramas se sucedían, pero, por lo menos, no en nuestro barrio, no debajo de nuestra misma casa. La verdad es que vivíamos relativamente tranquilos porque, a excepción de las bombas y los tiros en la nuca de ETA —y durante mucho tiempo convencieron al españolito medio de que eso solo le ocurría a los militares, policías y guardias civiles—, la probabilidad de convertirte en víctima de la violencia era muy baja.

Hay quien sostiene que la delincuencia es una disfunción social que puede solventarse por la vía de la educación y con aquella cacareada máxima de la «igualdad de oportunidades», pero todos sabemos ya que ese razonamiento, que tenía sentido en los contextos sociales de mediados del siglo pasado, está dejando de servir en el mundo actual, donde la criminalidad tiene otro rostro y otros métodos operativos más globalizados y peligrosos. 

El fenómeno clásico de la delincuencia, el de tirón de bolso y atraco a farmacia es fácilmente comprensible. Como decía Sabina en «Princesa»: 

Tú que sembraste en todas las islas de la moda las flores de tu gracia 
¿Cómo no ibas a verte envuelta en una muerte con asalto a farmacia? 
¿Con qué ley condenarte si somos juez y parte, todos, de tus andanzas? 
Sigue con tus movidas, nena, pero no pidas, 
que me pase la vida pagándote fianzas. 

En ese modus vivendi ochentero, el contexto social de tu existencia, tu cuna, los posibles de tu familia, tu entorno y tu barrio sí condicionaban de manera evidente tu conducta futura, y sin justificar ni entrar en grandes debates técnicos sobre criminología, sí podía explicar algunos comportamientos antisociales (la mayoría no tenían otra explicación que una palabra: heroína). Por eso, Sabina también dejó claro su negativa a condenar ese comportamiento antisocial: «¿Con qué ley condenarte si somos juez y parte, todos, de tus andanzas?». 

Y es que resultaba obvio. De madre prostituta y padre alcohólico, o de padre toxicómano y madre ausente o desde la crianza en el descampado, rodeado de jeringuillas, difícilmente, aunque se hayan dado casos, encontrábamos veinte años más tarde a la siguiente generación de doctores en Filosofía o Arquitectura. 

La responsabilidad de aquella sociedad desordenada era de todos, pero ese contexto social ya no opera hoy como un marcador definitivo, aunque de eso hablaremos más tarde. 

Una puñalada es una puñalada, y todos sabemos lo que ocurre cuando te apuñalan en el corazón. El titular es fácil de leer y la noticia sencilla de entender: «Joven de veinte años muere apuñalado». 

Y cuando lees en el cuerpo de la noticia que el muchacho estaba en la puerta de una discoteca y que llegó un grupo de chavales de una banda y le clavaron un pincho en el corazón, ya tienes claro lo que ha pasado. Algunos ciudadanos, tengan hijos o no, toman conciencia y se preocupan porque ven que el rumbo de la sociedad no es el correcto; otros solamente se interesan por el problema cuando tienen hijos. 

Sin embargo, también hay una parte anestesiada, tenga descendencia o no, que cree que esas noticias son falsas, que nada de eso ocurre y que España es el país más seguro del mundo mundial porque gobiernan los suyos. Y también creen, por el contrario, que el mismo día que dejen de gobernar los suyos, pasará a ser un nido de delincuentes. Sí, es curioso comprobar que hay personas que no creen que dentro de nuestro mundo brillante se esconde uno muy oscuro. No importa cuántas noticias lean o cuántos testimonios escuchen, no lo creen hasta que no lo sufren. A veces, ni así llegan a creerlo. No saben lo rápido que el caos se extiende cuando las leyes se malean y corrompen, cuando el principio de igualdad se quiebra y cuando no se apoya a los agentes del orden. No entienden que los lobos acechan y que las ovejas están perdidas si atamos a los perros pastores. La realidad es que existen personas que tienen la desgracia de nacer con el cerebro averiado, y otros de ir a caer en familias completamente desestructuradas que viven en, por y para la delincuencia. También los hay malvados, viles, que disfrutan haciendo daño. Se les ve de lejos, casi lo llevan escrito en la cara. No obstante, los hay con exquisita educación y formación académica de alto nivel, con cabal apariencia y modales, pero que son criminales sin escrúpulos ni empatía. No se manchan las manos, pero con su acción, arruinan vidas y empresas e, incluso, destruyen naciones. Esta delincuencia, por lo sofisticada, pasa desapercibida para el común de los mortales hasta que, por azar, se tropiezan con ella de morro: el capital de una inversión que desaparece, los fondos de la cuenta corriente de una caja de ahorros que se han volatilizado, el dinero de unas pensiones contributivas «garantizadas» para las que ya no hay garantías porque el sistema es inviable, ingentes cantidades en subvenciones que siempre reciben los mismos, administraciones desleales o dinero público que «no es de nadie» —aunque en el fondo sabes de sobra que parte de ese dinero público es tu dinero—, la especialidad del niño bien que estudió económicas o empresariales y acabó arruinando la empresa que fundó su padre o el que, a sus tiernos dieciocho añitos, se afilió a las juventudes de un partido y acabó en un consejo de administración. En fin; el peculio, la divisa, el oro y el papel moneda suelen ser el objeto deseado de la «criminalidad limpia» y de la «criminalidad sucia», pero a diferencia de la «sucia» —donde lo que se busca es un Audi más grande, una cadena de oro más gorda o un adosado donde construir una piscina de mármol y un baño con grifería dorada—, la «limpia» o de corbata busca simple y llanamente poder, con todo lo que el poder implica. 

¿Qué ocurre con la delincuencia que tradicionalmente se llamó de guante blanco? Y no nos referimos al elegante ladrón que roba un Rembrandt en un museo. Hablamos del chorizo de traje y corbata con cargo público que se vale de su puesto para llevárselo crudo, o para que otros se lo lleven a cambio de posteriores favores y puertas giratorias, o bien del que permite con su acción u omisión que el delincuente profesional tenga una carrera fecunda. El político, el gobernante, el diputado, director general o secretario de Estado que, con sus leyes absurdas o participando del sistema, contribuye a que nuestro país se esté convirtiendo en un nido de criminalidad y podredumbre, cada día más apestosa, ante la que ese ciudadano honesto, del que empezábamos hablando, está desamparado e impotente. Ni siquiera puede defenderse ya que esas mismas leyes que miman al delincuente, examinarán cada uno de sus movimientos el día que —Dios no lo quiera—, miembros de un clan entren en la casa donde duermen sus hijos de madrugada. 

—¿Fue usted proporcional? ¿Fue congruente? ¿Hubo necesidad racional del medio de defensa empleado? ¿Y ese disparo por la espalda? 

—¡Yo qué sé! Estaban mis hijos durmiendo y ellos eran tres encapuchados. Agarré la escopeta y disparé a todo lo que se movía. Estaba yo como para pensar. ¿Por qué no los examinan a ellos? 

Nayib Bukele, presidente de El Salvador, ha hecho célebre la frase que algunos llevamos casi una década pronunciando: 
«Cuando un gobierno no combate efectivamente la criminalidad no es porque no tenga la capacidad de hacerlo, sino porque los cómplices de los criminales están en el Gobierno». 

Y así es: las naciones podridas son hijas de dirigentes podridos. Dirigentes que provienen de una sociedad que primero es individualista, después indolente ante la desgracia ajena y, al final, víctima de su propia inacción cuando la delincuencia la aplasta y ya es demasiado tarde para todo. Este es el escenario actual. El fin del mundo occidental. Un mundo sometido a una agenda que nadie ha votado, que nadie termina de entender y ante la que nadie protesta, porque los líderes de los habituales agentes de agitación callejera, los jóvenes de la izquierda, rebeldes de IPhone, Vans y X —antes Twitter—, han sido comprados por las élites que promueven esa agenda para que actúen como disidencia controlada, defendiendo todos y cada uno de los puntos del oscuro ideario que, repetimos, nadie ha votado: la elitecracia. 

La elitecracia es el poder oculto, difuso. Es la mano que mece el mundo. Todos hablamos de ese poder, pero nadie lo conoce. Cuidado, amigo, porque convertirse en siervo de la elitecracia es muy sencillo. Basta con leer poco o leer mal. A veces basta con leer demasiado de lo que algunos han escrito para adoctrinar a los que les han de servir. 

En ocasiones, esos siervos pueden llegar a ocupar cargos de relevancia intermedia, pero muy bien remunerados. Es ahí, cuando pobres desgraciados que hasta entonces eran personas normales o lo parecían, pasan de ser corrientes asalariados a ostentar carguito y, es ahí, cuando sacan lo que llevan dentro y demuestran que este mundo no tiene arreglo. 

Es el albañil convertido en concejal que, de pronto, se transforma en promotor y constructor, pelotazo mediante. Es el abogado, la juez, el empresario y el camarero, la arquitecta y la metre del hotel; la médico y el músico de orquesta que, por alguna magia o hechizo, reciben una pizca de poder político y se vuelven locos, ajenos a lo humano, y pasan a creerse el ombligo del mundo, a llegar tarde a todas partes porque, mientras que antaño no eran nadie, ahora se creen muy importantes. 

En ese proceso, una profesora de la concertada, por ejemplo, que gana poco más de 1.600 euros al mes, consigue un carguito a base de sonreír y aparecer en todos los actos del partido, sabiendo a quien tiene que hacer la pelota y que, en poco tiempo, pasa a cobrar 3.000 euros y, después, 4.000 —y, aun así, le sigue pareciendo poco y se permite el lujo de decir que «pierde dinero en política»—, se pierde la noción de la realidad. Es en el juego de mantenerse y de querer lo que es de otro, en el que no importa mentir, trepar y medrar, levantar falsos testimonios contra los que tiene a su alrededor, con tal de seguir saliendo en la foto. Y es en el momento en que empieza a exigir que le lleven cada día el café al despacho o a pedir que le cambien las obras de arte de la pared porque «le parecen muy tristes» cuando, alguien que no era nadie, se viene arriba y cree que los que eran de su categoría laboral hasta hace un par de meses ahora son sus esbirros. En ese periplo se consiguen arruinar otras vidas y, aunque ellos no se den cuenta, acaban convertidos en mamarrachos apesebrados cuya única opción —porque en cualquier otra esfera de la vida se morirían de hambre o ganarían cuatro chavos—, es seguir agarrados al clavo ardiendo del miserable puestecito que justifica su patética existencia. 

Es la condición humana, parece ser, envidia y codicia. Y más que envidia y codicia, cobardía y paranoia. El siervo de la elitecracia siempre está alerta, porque se cree elegido y, a su alrededor, todos conspiran para arrebatarle su puesto. El siervo cree que lo espían, que tiene micros en el despacho, agentes de información que lo siguen; cualquier noticia sin importancia en la que sea citado, es para el siervo una afrenta directa a su persona. Todos se han confabulado en su contra. La desconfianza y el miedo que siente no son otra cosa que el reflejo de su mediocridad y su estupidez. No tolera que nadie le lleve la contraria. El siervo de la elitecracia necesita de la mentira y el halago, porque tiene tanto miedo de los que le dominan que ejerce su despotismo sobre los que están por debajo de él. Exhibir sus constantes caprichos y su despotismo es la forma de colmar su necesidad de sentirse importante. Siempre está rodeado de gente con la que sonríe y se abraza, pero no ama ni es amado. 

No es extraño que este tipo de gente, que se cree con derecho a tenerlo «todo pagado», acabe creyendo que todo el presupuesto de una institución les pertenece. Y así pasa que, a fuerza de ir contratando y comprando para sí o sus acólitos, acaba tejiendo una red clientelar de favores, cohechos, prebendas y tráfico de influencias que se lleva toda la pasta. Y se sorprende cuando la UCO de la Guardia Civil entra en su casa y se lo lleva engrilletado y se pregunta qué ha hecho mal.

Gobernar para el crimen 

El crimen es tan antiguo como el mundo. Se ha usado como método de supervivencia, como forma de enriquecimiento o como sistema de desestabilización política mediante el terror, pero en muchas ocasiones se ha desarrollado con la complacencia de las más altas esferas del Estado. 

Es por eso que llega un momento en la historia de todo país en el que los ciudadanos de a pie —confiados en que por encima de ellos hay un sistema protector y garante de sus derechos, con una maquinaria que sanciona al malo y recompensa al bueno y que incluye a una policía que impide cualquier desorden y agresión— se caen del guindo y se dan cuenta de que están solos, de que son esclavos del sistema y no ciudadanos, de que son el juguete del poder y no el objeto de su cuidado. 

Ese día, cuando la protección ha fallado, cuando el daño se ha producido y es irreparable, no importa qué indemnización puedan recibir, la desesperanza cunde en las víctimas y sus familias. Esas familias ya nunca esperarán nada del sistema ni de sus leyes. Resignados a vivir su sufrimiento en soledad, podrían llegar a asumir que su pérdida fuera olvidada por la sociedad, pero lo que jamás podrían imaginar es que su pérdida, su inmenso sacrificio, fuera despreciado precisamente por las más altas instituciones de un Estado al que, ahora, ya consideran cómplice. 

«Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre». 
Estas palabras son parte de una carta que Pilar Ruiz escribió en mayo de 2005 al entonces secretario general del Partido Socialista de Euskadi, Patxi López, cuando el PSOE comenzaba a blanquear la historia de la banda terrorista ETA por intereses políticos. Entonces no se usaba el término «viral» y las redes sociales estaban en pañales, pero el contenido de la carta corrió como la pólvora en la prensa, televisión y radio. Sin embargo, el mensaje no debió llegar a Patxi López ni a ninguno de los miembros del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, entonces en el poder. Si llegó, se lo pasaron, como vulgarmente se dice, por el forro. 

Para entender por qué Pilar Ruiz tenía motivos para estar cabreada, conviene explicar que era la madre de Joseba Pagazaurtundúa, militante socialista y jefe de la Policía Local de Andoáin asesinado por ETA el 8 de febrero de 2003, dos años antes de que escribiera tan proféticas palabras. 

Pagaza, como le llamaban sus amigos, fue sistemáticamente acosado por los vecinos de su pueblo e, incluso, por los mandos policiales de la Ertzaintza, que ignoraron deliberadamente cuantas informaciones sobre el entorno de ETA intentó trasladar a la cúpula para que se produjeran detenciones. A raíz de ello y de que comunicó a la Guardia Civil aquellos datos y se desarticuló un comando terrorista, su calvario se tornó martirio. El entorno abertzale quemó cuantos coches tuvo, incendió la fachada de su casa, amenazó su vida y la de su familia. Pagaza solicitó en reiteradas ocasiones su traslado y escribió a Javier Balza, consejero de Interior del gobierno vasco, afirmando que «cada día veo más cerca mi fin a manos de ETA». Este no hizo absolutamente nada. Cuando a Joseba le volaron la cabeza de cuatro tiros, mientras estaba en un bar, negó haber recibido aquellas cartas. 

Al año siguiente, el ayuntamiento de Andoáin le concedió la medalla al mérito, con los votos en contra del PNV y Eusko Alkartasuna, otro de esos partidos que han acabado por integrarse en Bildu. La excusa que utilizaron para votar en contra de la condecoración fue que «el homenaje rompía los consensos». 

En mayo de 2006 un soplo a los responsables del aparato de extorsión de ETA, ordenado por parte de la cúpula del ministerio de Interior, dirigido entonces por Alfredo Pérez Rubalcaba, desbarataba en el bar Faisán de Irún (Guipúzcoa) una larga investigación para desmantelar parte del sistema de extorsión de la banda. Este suceso coincidió casualmente con la tregua de ETA, conseguida por Zapatero. Esta «tregua», vendida a la sociedad española como «el fin de ETA» y que, tras unas cuantas bombas, unos cuantos muertos y muchas bajadas de pantalones del Gobierno, culminó con una grotesca puesta en escena, digna del más disparatado episodio de La Vida de Brian, en la que los terroristas presentaron cuatro pistolas oxidadas fingiendo que entregaban todo su arsenal y renunciaban a la lucha armada. 

La citada escenificación, por lo ridículo, podría haber encajado perfectamente en un gag de La hora chanante y resultaría graciosa de no ser porque, detrás de aquellos asesinos embozados, había tantos crímenes. Entregaron aquellas pistolas roñosas, unos petardos y cuatro escopetas, pero guardaron a buen recaudo abundante material por si volvían a necesitarlo. Por lo demás, efectivamente, renunciaron a la «lucha armada». Eso dijeron. Ya no les hacía falta. 

Cuando a la banda de valientes que disparaban siempre por la espalda ya no le quedaba un hálito de vida, derrotada por el ejército, los policías y los guardias civiles, la tregua del PSOE supuso para ellos un balón de oxígeno. Y todo para poder vender en el futuro que el fin de ETA había sido éxito y mérito suyo. ¿Cómo no se le iba a helar la sangre a los familiares y amigos de las víctimas? 

ETA y sus grupúsculos acababan de vencer al Estado. A partir de entonces, dictan el destino de millones de españoles desde sus escaños en el Congreso de la nación que odian y, poco a poco, con la sabiduría de la experiencia que acumulan en la materia, secuestran las instituciones de la autonomía vasca, desplazando al Partido Nacionalista Vasco, al que bien empleado le está, pues fueron los padres y abuelos que consintieron a los niños mimados de la borroka que hoy les disputan en el poder. 

Aun así, los etarras no se resistieron a una última demostración de fuerza. El 30 de diciembre de 2006 volaron el aparcamiento de la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, mataron a dos personas, dejaron millones de euros en daños y, ni por esas, el Gobierno fue contundente en su mensaje de condena ni en su acción. Llegaron incluso a justificarlo con los habituales «no querían», «se les fue la mano» o «avisaron, pero fue tarde». El propio ministro Pérez Rubalcaba afirmó que «probablemente no formaba parte del plan de ETAque murieran dos personas», y el presidente Zapatero se refirió al  atentado diciendo que había sido «un accidente». El Estado de derecho volvió a agachar la cabeza. 

Veinte mil personas se encontraban aquel día en la terminal. No fue una masacre de proporciones bíblicas porque cientos de policías, vigilantes de seguridad, empleados de las compañías aéreas y personal del aeropuerto se jugaron la vida para evacuar la terminal y el aparcamiento. No llegaron a tiempo para salvar a los ciudadanos ecuatorianos Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate, de diecinueve y treinta y cinco años, respectivamente, que se encontraban en sus vehículos, esperando a unos familiares. Fallecieron enterrados bajo toneladas de escombros. Veintiséis personas resultaron heridas. 

El Gobierno despachó la muerte de estos pobres currantes, que habían venido a nuestro país a trabajar como mulas para proporcionar un mejor futuro a sus familias, con una serie de actos difundidos a bombo y platillo. Retornaron los cadáveres a su país. ¡Qué menos! Les dieron 280.000 míseros euros de indemnización y, en febrero de 2007, publicaron en el BOE la concesión de la medalla de oro al mérito en el trabajo. Como siempre, tarde; como siempre, tapando los cadáveres con tierra y las negligencias políticas con pompa y boato. 

Muchos personajes fueron los protagonistas de aquella España oscura de finales del siglo pasado, que nos trajo hasta esta era aún más tenebrosa. José María Setién, el obispo de San Sebastián, que desde la década de 1980 cobijó en el seno de la iglesia a los terroristas, dio continuidad a la tibieza de parte del clero vasco que se olvidó del «no matarás». Javier Arzalluz, el político del PNV que se solazaba de recoger las nueces que caían de los árboles que agitaban «los chicos de la gasolina». Baltasar Garzón, el juez que llevaba demasiado tiempo entretenido instruyendo la trama de extorsión etarra sin llegar a ninguna parte. Fernando Grande-Marlaska —que, siendo juez, ordenó a los guardias civiles que llevaron el caso Faisán que «solo le informaran a él y no a sus superiores»—, años más tarde, ya como ministro del Interior, cesó al coronel Pérez de los Cobos por informar solo al juez y no a sus superiores. 

España: zona de confort criminal, con Samuel Vázquez y Josema Vallejo


lunes, 8 de julio de 2024

LIBRO "LOS DEMONIOS DEL EDÉN": EL PODER QUE PROTEGE A LA PORNOGRAFÍA INFANTIL por LYDIA CACHO 👿👥👦👧💀

LOS DEMONIOS 
DEL EDÉN


El Poder que protege 
a la pornografía infantil

En 2005 Lydia Cacho sometió a juicio de la opinión pública el famoso caso de Jean Succar Kuri, un hotelero de origen libanés, residente norteamericano, que cometía abuso sexual de menores en Cancún y era protegido tanto por autoridades locales como por políticos de gran envergadura, que incluso participaban del delito de corrupción de menores.
Protegidos de las autoridades en un Refugio para Víctimas del delito de una ONG en Cancún, los menores denunciaron los hechos que, contra toda predicción, probaron los delitos ante la Procuraduría General de Justicia. Gracias a su valiente testimonio, Succar Kuri fue arrestado en Arizona.

Un libro que presenta la cadena que comienza con el abuso sexual infantil, la explotación sexual, el turismo sexual con menores, el comercio sexual con hombres de poder, la protección tanto policíaca como política de los pederastas, la pornografía, el lavado de dinero y el tráfico de influencias. Todo englobado en una poderosa y peligrosa red mundial de crimen organizado.

Intelectuales mexicanos opinan sobre Los demonios del Edén:

«Hay libros que cambian la historia de un país. Éste es uno de ellos. Los demonios del Edén impidió que una abusiva trama de corrupción quedara impune. Ejemplo de valentía y pasión por la verdad, confirma la fuerza y la dignidad del oficio periodístico. Hay personas que son héroes. Lydia Cacho es una de ellas». Juan Villoro, escritor
«Este libro destapa una de las tramas de la complicidad ilegal entre la trata de personas y el poder político en México y, al mismo tiempo, hace de su autora una de las periodistas más creíbles, valientes, y reconocidas de su historia reciente». Fabrizio Mejía Madrid, escritor
«La autora de Los demonios del Edén ha sido elevada al nivel de símbolo por los mexicanos que no están dispuestos a seguir callados ante los abusos y crímenes perpetrados al cobijo del poder. Lydia, que defiende a capa y espada la dignidad de niños y mujeres, logró conjugar la solidaridad del gremio periodístico. Es mujer de una pieza». Elena Poniatowska, escritora
«Libro atroz, valiente, incisivo, Los demonios del Edén de Lydia Cacho es una de las pruebas fundamentales de las perversiones y complicidades que en México hay entre el poder político, el poder económico y las redes de prostitución y pornografía infantil. Después de él y de los sufrimientos que su autora pasó para escribirlo, ese mundo aterrador no puede ser ya el mismo: hay alguien que lo mira con una luz implacable. Con la fuerza y el valor de Lydia Cacho, el Edén de la infancia encontró en México a su más pura y hermosa centinela». Javier Sicilia, poeta

La esperanza tiene dos hijas: la ira y el valor. 
La ira para indignarse por la realidad 
y el valor para enfrentar esa realidad e intentar cambiarla. 
AGUSTÍN DE HIPONA

A las mujeres y a los hombres que entre la ira y el valor 
intentan a diario construir un México libre de violencia.

Introducción

Escribir o leer un libro sobre el abuso y comercio de menores no es fácil ni agradable. Sin embargo, resulta más peligroso guardar silencio sobre el fenómeno. Ante la muda complicidad de la sociedad y el Estado, miles de niñas y niños son víctimas de comerciantes que los convierten en objetos sexuales de millones de hombres que encuentran en el abuso sexual infantil y en la pornografía un deleite personal sin cuestionamientos éticos. Ésta no es la historia de un viejo sucio que descubre que le gusta tener sexo con niñas de incluso cinco años de edad. Si bien los fragmentos narrados por las víctimas son profundamente dolorosos, la valentía y claridad de los testigos y especialistas nos permiten ver la luz al final del camino y ahondar en las implicaciones de la inacción ante la violencia y la explotación sexual. 

 Aquí mostramos el sustento cultural de la misoginia y el intrincado tejido que une a un abusador sexual con el crimen organizado, bajo el cobijo de la impunidad y la corrupción policíaca. Vemos cómo los poderosos extienden sus brazos allende las fronteras, para intentar acallar las voces de denuncia que develan las redes de complicidad criminal. Tal complicidad, aunada a la falta de protección policíaca y el tenor a sus victimarios, provoca que miles de víctimas de delitos violentos en México se retracten de sus denuncias, o bien, por no callar sean asesinadas. El reto del periodismo es recontar historias humanas para comprender mejor el mundo que nos rodea. 

Los demonios del Edén cumple ese propósito: poner de manifiesto el mundo de las sombras al que a diario, y sin saberlo, se enfrentan cientos de madres, padres e infantes que jamás creyeron que podrían caer en las garras de un pederasta, un experto en pornografía o un violador. Con base en una rigurosa investigación periodística se expone una historia que aún no llega a su fin. Dado que el caso del pederasta Jean Succar Kuri sigue en proceso para llegar a juicio por los delitos federales de pornografía infantil y abuso sexual de menores, evitamos en lo posible dañar las investigaciones judiciales. Por ello se omitieron los nombres reales de algunos testigos y agentes federales de investigación cuya labor profesional ha sido esencial. Toda la información está respaldada por documentos oficiales, declaraciones directas de las víctimas e incluso por grabaciones de video y voz en poder de peritos expertos de las autoridades judiciales. El seguimiento y respaldo de investigaciones de colegas periodistas están documentados. Las menciones de reconocidos personajes del ámbito empresarial y de la alta política mexicana se enmarcan en declaraciones de las víctimas y se encuentran sustentados en documentación oficial en manos de la AFI y la PGR. Cuando se logre extraditar a Jean Succar Kuri y se le lleve ajuicio, podrán probarse los delitos o exonerarlos.

Este libro no hubiera sido posible sin la participación de personas que, como yo creen que es posible construir otro mundo libre de violencia y sexismo y que para lograrlo se precisa de congruencia y persistencia. Por esto agradezco desde el alma a mis compañeros, compañeras y maestras en la construcción de la paz: Claudia, Darney, Erika, Berenice, Irma, Edith, Rosario, Magdalena, Araceli, Marcely, Clara, Vicky. Valentina, Lía, Tabi, Alicia y Enrique. Amis colegas periodistas Adriana Varillas y David Sosa; a la valiente abogada Verónica Acacio; a las expertas norteamericanas Dianne Russel, Deborah Tucker, Juliet Walters, Patricia Castillo, y a Arturo M. A los agentes de la PGR, excepcionales entre sus colegas, cuyos nombres no puedo revelar, pero que alimentan la esperanza de que algún día México cuente con cuerpos policíacos profesionales, con ética y honestidad. . Agradezco a mi familia entera, que me ha acompañado en momentos difíciles producto de mi trabajo. A mis maestras feministas Paulette Ribeiro, Marcela Lagarde, Pilar Sánchez, Montse Boix y Mirta Rodríguez quienes dan significado a la palabra sororidad. Y, sobre todo, dedico este libro a las niñas y niños víctimas del abuso e infortunado(a)s protagonistas de estas páginas. Entiendo que la posibilidad de un mañana diferente en sus tiernas vidas requiere asegurarse de que el crimen en su contra no quede impune.

Cancún, Quintana Roo, 
febrero de 2005

Prólogo

Cintia está sentada con las piernas tensas, con la intención de subirlas y convertirse en un ovillo, de esconderse en su propio cuerpo. La sicóloga le habla pero la niña de trece años mantiene la mirada baja; parece dormida, sorda, muda, ausente. El espacio de la cámara de Gessel, alfombrado de piso a techo, es inspeccionado por su mirada. Mientras tanto, la sicóloga le explica: No te preocupes, él ya no puede tocarte, ya jamás podrá acercarse a ti. Cintia crispa las manos sobre el cuerpecillo lánguido de un animal de peluche blanco y negro, lo abraza y cubre su pecho con él. 

—Lo conocí cuando tenía nueve años. Fui a su casa y nadábamos bien padre en su alberca, yo y otras niñas. El estaba con su esposa. Nos veían jugar y luego nos mandaban a la casa con su chofer. Siempre me daba un poco de dinero para que me comprara dulces, o lo que yo quisiera. La mirada de Cintia se cristaliza, fija en las pupilas de su interlocutora. Hala su cabello crespo, rubio y muy corto, se restriega la cabeza con las manos, tuerce el cuello. Fija la mirada de nuevo. 

—Un día que Emma me llevó a Solymar él me llevó a su cuarto del hotel — se acurruca abrazando a la criatura de felpa. Sin llorar, mira al vacío—. Comenzó a tocarme y me dijo que eso hacen todos los papás con sus hijas, que como yo no tengo papá y él me quiere... Me lastimó con las manos, yo lloraba y lloraba pero él no paraba. Luego me bajó a la sala. Allí estaba mi hermano. Nos sentó juntos a ver la tele y le dijo a mi hermano que me tocara. Claro que él no quiso, gritó, pero Johny es muy grande y muy fuerte y nos obligó a hacerlo. 

—¿Por qué volvían tú y tu hermano y las otras niñas? 

—Una vez estábamos en su cuarto, después de que me hizo cosas. Yo no quise bajar a la cocina y él subió por mí. Traía un cuchillo, de esos grandotes de la cocina, en la mano y me dijo que me iba a cortar toda, en pedacitos. Yo bajé. No quería que me cortaran en pedacitos. El es el diablo y me daba miedo. Me decía “Mira, mi’jita, si te portas bien y me obedeces todo va a estar bien, irás a la escuela y te compraré ropa y cosas bonitas; pero si le dices algo a alguien, esa persona se va a morir. Si le dices a tu mamá, ella se muere. Ya te dije, esto, aunque no te guste, es lo que hacen todos los papás con sus hijas”. Y como yo no tengo papá... 

—¿Qué más te decía? 
—Ya no voy a hablar —hace un puchero, con gesto infantil — porque va a venir por nosotras y nos va a llevar al DIF y nos van a separar para siempre y me van a regañar por hacer esas cosas malas. Eso dice él, que si hablamos nos encerrarán en una cárcel del DIF y nunca volveremos a ver a mi mamá ni a mi tío de Mérida. Guarda silencio y acaricia a su muñeco. Cintia comenzó a ser víctima del abuso desde los ocho años de edad y lo fue hasta hace un par de meses —ahora tiene trece—, cuando su prima Emma la llevó a denunciar lo que estaban viviendo. 

—Cuéntame más sobre lo que pasaba en su cuarto del hotel. La niña decide hablar aunque no mira a la psicóloga sino a sus manos. 
—El se tomaba fotos haciéndome cosas. Luego me llevaba a su computadora y me decía: “Mira qué bien nos vemos haciendo nuestras cosas!”. Y las mandaba por internet, que yo entonces ni sabía qué era. Quería llorar, pero me daba miedo. El “Tío Johny” era bueno a veces, sólo que tiene ese problema... le gusta hacer cosas con las niñas. 
—Cintia, ¿te gustaría vivir en el refugio con tus hermanos y tu madre? 
—Sí, creo que sí. La menor se levanta despacio de la silla, sale de la cámara de Gessel y se encuentra con su madre en el pasillo. Se miran y ésta rompe a llorar. 

Su hija ha pedido ayuda por primera vez en sus trece años de vida. Cintia se dirige a tomar un baño caliente, acompañada por la psicóloga. No quiere desvestirse. Por fin acepta. Poco a poco se despoja de una playera y dos camisetas. Viste cuatro calzoncillos de algodón, uno sobre otro. El último queda expuesto. Es blanco y sobre el resorte en buen estado tiene un listón fuertemente amarrado. Llevada por el miedo, con él la niña clausuró su sexo, su derecho al placer. 
El delincuente culpable de esa y otras vidas trastocadas tiene un nombre: Jean Succar Kuri, el infame hotelero libanés de Cancún. La escala e impunidad con que Succar y su red de apoyo cometieron estos delitos sólo puede explicarse en el contexto del territorio salvaje que ha sido Cancún, una ciudad con un crecimiento vertiginoso, sin leyes ni autoridad, propicia para anidar toda suerte de infamias.

Nota de la autora

Todos los datos de esta investigación están respaldados con documentos oficiales y testimonios directos. Puesto que ya han sufrido lo intolerable y con la esperanza de que nunca más vuelvan a ser humilladas y exhibidas, los nombres de las víctimas han sido cambiados por seudónimos.

Epílogo

La corrupción e ineficacia de las autoridades son responsables de que miles de víctimas y testigos de delitos graves en este país prefieran guardar silencio, antes de enfrentarse a la torpe maquinaria de la policía judicial. El caso Succar es muestra fehaciente de ello. El testimonio de más de una veintena de mujeres y niñas que se acercaron a las organizaciones no gubernamentales, e incluso a periodistas, podría facilitar el encarcelamiento de delincuentes de la talla de Succar Kuri y las mafias que lo protegen. Pero la estigmatización y revictimización sistemática de las y los denunciantes son ejemplares. Por consiguiente, los delincuentes aprovechan esta inseguridad y desconfianza como elemento de inhibición de las víctimas, en pocas palabras, como alimento de la impunidad. 

Las incontables amenazas que recibieron las víctimas, al igual que las organizaciones no gubernamentales que las protegieron, fueron ignoradas por las autoridades. En ocasiones el desgaste por las amenazas entorpeció las acciones necesarias para lograr que las niñas testificaran. Como sucede en la mayoría de los casos, la falta de liderazgo, confianza y respuesta de las autoridades judiciales, y del mismo gobierno del estado, favoreció al delincuente y a su red de apoyo. México apenas comienza a desarrollar reformas destinadas a proteger los derechos de las víctimas de delitos. Uno de los factores fundamentales de la impunidad es la falta de una coordinación sistémica entre los eslabones de administración e impartición de justicia. Eduardo Buscaglia, de la Oficina de Prevención del Delito de la ONU, asegura que la policía preventiva mexicana no tiene un rol adecuado, no sólo porque la policía judicial no la reconoce, sino porque no está preparada para prevenir el delito. 

Los múltiples cuerpos policíacos (de seguridad pública, judicial, federal preventiva, AFI, etcétera) están desvinculados, mantienen guerras de poder territorial y siembran gran desconfianza en la ciudadanía. 

—Si en realidad se pretende hacer cambios sustantivos en la impartición y administración de justicia —asegura Buscaglia—, es preciso desarrollar un sistema de inteligencia preventiva e investigadora. No es posible que una subdirectora de Averiguaciones Previas someta a una víctima a enfrentarse con su agresor para arrancarle una confesión. Los cortocircuitos entre las diferentes policías mexicanas fomentan y facilitan la impunidad. Son varios los factores que fortalecen la relación entre el crimen organizado y la corrupción en el sistema judicial; está comprobado que en los países que bajan sus tasas de delincuencia, hay un mayor acercamiento de la justicia con la sociedad. Sabemos que hay grandes abusos de discrecionalidad delictiva, en esencia porque se utilizan criterios contradictorios entre un caso y otro, como lo admiten los propios agentes de la AFI que investigaban el caso Succar.

De acuerdo con Eduardo Buscaglia, de los casos recibidos por el ministerio público en México, noventa y siete por ciento muestra dilaciones indebidas. Una manera de combatir la discrecionalidad y la corrupción en los ministerios públicos es llevar a cabo una investigación patrimonial de las y los funcionarios, con el fin de medir los nexos de la delincuencia organizada, la policía y las fiscalías. 

—La policía preventiva —dice el especialista— debe aplicar operativos de “ventanas rotas”, esto es, que el sistema reaccione eficazmente en “delitos menores” como la violencia doméstica, porque es allí donde se observa mayor impunidad. Además de precisar capacitación con perspectiva de género para combatir el sexismo policíaco, se debe desarrollar un sistema de imparcialidad objetiva, en el que haya dos jueces, una o uno que controle las garantías de la víctima y otro que sea sentenciador. Así se combate la corrupción. Si bien el sexismo y la misoginia son aspectos culturales que lleva mucho tiempo desarraigar, algunas especialistas aseveran que se puede y debe establecer criterios objetivos de atención a víctimas de delitos de abuso y explotación sexual y todos los relacionados con el uso y abuso general del poder, que contaminan los procesos. Las constantes creaciones de “culpables falsos” de las procuradurías de justicia del país, como en el caso de las muertas de Ciudad Juárez, fortalecen a la delincuencia y son medidas políticas en extremo dañinas a largo plazo. México sigue sin utilizar recursos científicos como el estudio del ADN en sus investigaciones de diversos crímenes, entre ellos el abuso sexual, la violación y la violencia doméstica. Se recurre aún a criterios anacrónicos, meramente visuales, basados en el conocimiento (o desconocimiento) individual de quien valora a las víctima Hay un abuso de discrecionalidad latente por parte de los jueces con respecto a las pruebas, en particular en delitos de naturaleza sexual y con niños y niñas. Además, en la mayoría de los casos no se practican análisis técnicos de los expedientes para valorar las evidencias. 

—México —opina Eduardo Buscaglia— es considerado por varios especialistas de prevención del delito de las Naciones Unidas, como uno de tantos países donde la delincuencia y la impunidad son alimentadas por la falta de institucionalidad policíaca, donde el valor de la vida, de la ciudadanía y del Estado se deprecian cada día más. Este año se cumple una década de la celebración de la Conferencia de la Mujer en Pekín, en la cual se lograron acuerdos internacionales para la prevención y erradicación de todas las formas de violencia contra las mujeres. 

La pornografía infantil, el abuso sexual, la violación y la explotación sexual involucrados en el caso Succar son muestra de que nuestro país dista de cumplir con los acuerdos signados con bombo y platillo ya por dos presidentes de la República: Ernesto Zedillo y Vicente Fox. Aunque el tema es complejo y en él no aplica el reduccionismo, dado el número de víctimas y los personajes políticos involucrados, lo que suceda con este caso dará cuenta de la verdadera postura del Estado mexicano ante la explotación y el turismo sexual infantil inaugurado en este paraíso económico de la nación: Cancún, Quintana Roo. El juicio de extradición es también una forma de tortura para muchas víctimas que han hablado y aún temen por su vida. Mirándolas a los ojos, luchando por mantener la serenidad, durante doce meses escuché sus tragedias personales, sus miedos y pesadillas. Sé que muchas más se mantendrán en silencio, por miedo a la humillación y al desprecio de los suyos, por miedo a ser maltratadas por las autoridades judiciales. 

Gracias a la valentía de quienes me contaron su historia, dibujamos un mapa de la infamia, pero también de la fortaleza y la valentía. Ellas también saben que los familiares cercanos de Jean Succar, que han lanzado amenazas, al igual que algunos de sus protectores, no se quedarán quietos. El crimen organizado difícilmente perdona a las y los esclavos que se le rebelan. 

 En tanto el México de “los niños y las niñas” no establezca políticas públicas de equidad efectivas y renueve el sistema judicial, cientos de niñas mexicanas son y seguirán siendo torturadas, violadas y entrenadas por hombres de poder para venderlas, fotografiarlas y entrenarlas con miras a convertirlas en bailarinas de table dance, en prostitutas, en actrices de cine pomo, ése que se vende en los hoteles de cinco estrellas, protegido bajo la suave mano de la ley.

El elefante

Cuenta la historia que un niño pequeño caminaba con su padre por el traspatio del circo. El pequeño miró azorado a un gran elefante que se mantenía inamovible atado a una pequeñísima estaca que le unía la pata a una cadena, comparativamente diminuta al tamaño del paquidermo. 
—¿Por qué es tan estúpido el elefante, papá? 
—Preguntó el pequeño—. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de que él es mucho más fuerte que esa cadena y la débil estaca? El padre le respondió: 
—Cuando capturaron a este elefante, era pequeñito y confiaba en quien se le acercase con ternura; así lo encadenaron por primera vez, cuando las dimensiones de la cadena y de la estaca eran mayores para él. Inicialmente, al verse atrapado intentó zafarse, pues sufría; de inmediato su entrenador lo golpeó y apretó más el grillete a su pata. 
Cuando el pequeño volvió a intentar liberarse su tobillo sangró, provocándole un gran dolor, además de recibir una tunda. Fue creciendo y de nuevo intentó liberarse, al sentirse sofocado y atado a los deseos de su entrenador; y es que quería ser libre como los elefantes de la estepa africana o los de la India. Esta vez el entrenador lo castigó con una vara de toques eléctricos que casi le provocan un desmayo. Así siguió el elefante intentando liberarse, mirando a la gente que pasaba sin soltarle la cadena, que ignoraba su dolor. 
Y un terrible día, hijo o, el elefante entendió que no tenía salida, que, hiciera lo que hiciese, siempre sería castigado por añorar su justa libertad y fue así que dejó de luchar por ella, asumiendo su realidad como la única posible. 

Esta maravillosa historia popular, narrada por el terapeuta Jorge Bucay, ilustra a la perfección el Síndrome de Estocolmo y el Síndrome de Estrés Postraumático que viven las víctimas de violencia y abuso sexual. Tal vez esta historia nos ayude a imaginar lo que sienten las niñas y niños víctimas de pedófilos profesionales como Jean Succar Kuri. Sin importar su edad, quienes han crecido en el abuso y la violencia en una sociedad a la que poco le importa el dolor ajeno, un terrible día comprenden que ésa es la realidad que les tocó vivir. Hagan lo que hagan, alguien siempre las encontrará culpables de ser víctimas. Hasta que la sociedad recupere la compasión. Hasta que los criminales paguen con la cárcel. Hasta que la educación cambie la idea de lo que es ser hombre y ser mujer en equidad, libertad, amor y respeto.

Las redes mundiales de tráfico de niños van saliendo a la luz, 
está dejando de ser teorías de la conspiración.


sábado, 10 de febrero de 2024

LA GLOBALISTA Y HUMANICIDA AGENDA 2030, VATICANO, C.E.E., VATICANO, MANOS UNIDAS, CÁRITAS Y MISIONES SALESIANAS, ETC... 🐺🐺🐺

La agenda 2030, Vaticano, 
Conferencia Episcopal Española, 
el nuncio, Manos Unidas, Cáritas 
y Misiones Salesianas, etc...


"Cualquiera, pues, que quiere ser amigo del mundo 
se constituye enemigo de Dios". 
Stg 4,4

Lo de la agenda 2030 no es dogma de fe (Sobre todo no es ni cristiano ni humanitario). Comencemos por aquí. Y como no es dogma de fe, su contenido, su puesta en marcha y sus posibles trampas internas son cuestiones del todo discutibles, las defienda quien las defienda.

En nuestra Iglesia, en general, comenzando parece por el "santo padre" y siguiendo por un sinfín de organizaciones católicas, se aplaude con las orejas, se vitorea con lanzamiento al aire de solideos multicolores y se publicita en toda organización de caridad que se precie el maravilloso invento de una nueva sociedad que va camino de convertirse para el 2030 en un nuevo Reino de Dios a lo laico en el que se acabarán la pobreza, la marginalidad y la injusticia para vivir todos, por fin, en una nueva sociedad mezcla de anuncio de los Testigos de Jehová, cartel del PSOE de los ochenta, Imagine de John Lennon y el corro de la patata bailando al ritmo de Viva la gente.

Me parece que la agenda 2030 (HUMANICIDA) es la peor versión del lobo de Caperucita disfrazado de ovejita Lucera a la que de campanillas he puesto un collar. Me parece, y como no es dogma de fe lo de la agenda esa, lo cuento. ¿Y que por qué me parece? Ahí vamos.

1. Soy amante de mi libertad y la entrego cuando quiero y a quien quiero. No acepto que nadie me imponga un modelo de sociedad ni de nada. Que me hagan la propuesta y si me convence me apunto, pero por las bravas va a ser que no.

2. Soy acérrimo defensor de la vida desde su concepción hasta su final natural. Me huele, a lo mejor soy de nariz ultrasensible, que entre lo del Nuevo Orden Mundial y la agenda 2030, vamos a tener más aborto, más eutanasia, más control de población a costa de lo que sea.

3. Me temo que ni China, ni la India ni los países árabes van a tragar. Ni por las buenas ni por las malas. Por tanto, todo va a consistir en que los poderosos lo que quieren es controlar para sus planes occidente. No me gusta.

4. En el trasfondo se percibe también, en aras de concordia y convivencia, el deseo de una religión universal consensuada. Hasta ahí podíamos llegar.

5. Es una trampa, y de las gordas, pensar que esa nueva forma de pensar y de vivir se va a lograr simplemente porque lo diga la ONU o la OTRA. Si no hay conversión del corazón, no hay Reino. Mi miedo es que nos cambien la conversión del corazón por una educación para el pensamiento único. Otra vez con la libertad.

Como ven, y así, en cuatro rasgos, lo de la agenda 2030 tiene, cuando menos, mucho que pensar y exige, desde luego, una prudencia extrema.

Me han agradado las palabras del nuncio en España, monseñor Bernardito Azua, manifestando que la Santa Sede tiene muchas reservas ante esta realidad: sexualidad y familia, el término “género”, la palabra “empoderar”, demasiados objetivos, excesivo idealismo, declaraciones con buenas intenciones que no se implementan, cierta ‘colonización ideológica’, con la que se busca imponer un modo de vida.

Hay «más polarización y menos debates» 
en las organizaciones multilaterales

Cuando un diplomático vaticano - ojo: diplomático y vaticano- deja caer todo eso, es que se están dando cuenta de que en esto de la 2030 hay que andarse con pies más que de plomo.
Por eso me sorprende con qué alegría organizaciones confesionalmente católicas, como por ejemplo Vaticano, CEE, Manos Unidas, Cáritas, Misiones Salesianas, se muestren tan ilusionadas y partidarias con el asunto. Y no me sorprende que ante tal entusiasmo haya parroquias e individuos que digan que hasta aquí llegó la riada y que seguirán comprometidos con los más pobres pero a través de otras organizaciones que les ofrezcan una mayor confianza. Parroquias que saben de solidaridad, comprometidas con los últimos, pero no con la agenda 2030 ni con los que la apoyan y favorecen.
***
A los dirigentes de:

y por ende a
@vaticannews_es y

mientras no dejéis de apoyar la Agenda 2030 no contéis conmigo para vuestras campañas.

No hay ninguna necesidad de apoyar una ideología perversa para hacer caridad.
Corruptio optimi pessima.


Acabo de estar en la campaña de MANOS UNIDAS de una misionera laica y en toda su exposición no hizo ninguna referencia ni a Jesús ni al evangelio. Sólo habló de PACHAMAMA, EL SER, LA TIERRA Y EL COSMOS. Nada de alma, ni espiritalidad cristiana. Que vacío....

VER+:


El masón Gabriele Caccia observador permanente de la Santa Sede ante la ONU, ha vuelto a salir en defensa de la perversa y globalista Agenda 2030