EL Rincón de Yanka: LÍDER

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domingo, 27 de abril de 2025

"LA MISIÓN DEL CRISTIANO NO ES APUNTALAR EL SISTEMA, SINO CAMBIAR EL MUNDO" por CUSTODIO BALLESTER



“La misión del cristiano 
no es apuntalar el sistema, 
sino cambiar el mundo”

Palabras pronunciadas por Custodio Ballester en la presentación del libro de Douglas Hyde, Compromiso y liderazgo, editado por Hazteoir.org:

En la misma línea que la Antología de Formación de Selectos del P. Ángel Ayala, S.I, Hazteoir ha vuelto a poner al alcance de los lectores un precioso y profético libro que denuncia nuestros complejos y apunta unos caminos no por olvidados menos novedosos, pues están apuntados en el Evangelio. 
“Nunca dudes de que un grupo pequeño de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, es lo único que alguna vez lo ha cambiado” y puede volver a hacerlo. Y es que se trata de eso: de cambiar, de transformar una realidad que tantas veces yace bajo el poder del Maligno (cf. 1Jn 5, 19). “Nosotros, por el contrario, que pertenecemos al día”, no a la noche ni a las tinieblas; “seamos sobrios. Revistámonos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación”. 
“Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma (Hb 10,39).

Douglas A. Hyde (1911–1981), autor de "Compromiso y liderazgo", fue un gran periodista inglés, educado como metodista por sus padres, pero que en su juventud perdió la fe y se hizo comunista durante 20 años, ocho de los cuales fue director jefe del periódico Daily Worker, el periódico del Partido Comunista en el Reino Unido. Pero, poco a poco, fue desilusionándose del comunismo al ver las grandes incongruencias de los comunistas soviéticos, hasta que llegó a encontrar un nuevo sentido a su vida, convirtiéndose a la fe católica.

Dice el Apocalipsis: “Y el que está sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y añadió: Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Ap 21,5). Tan fieles y verdaderas que están escritas en el corazón de cada hombre y mujer que viene a este mundo. Así lo sentía Douglas Hyde hace más de cincuenta años: “En algunos círculos –también eclesiásticos- está de moda despreciar ese idealismo, este deseo de cambiar el mundo que tachan de sentimentaloide”: No puede transformarse un mundo formado por hombres pecadores. Este cinismo llevó a muchos jóvenes a rechazar abrazar la causa de un comunismo que les ofrecía estar en el lado de los buenos en la lucha del bien contra el mal, y de la verdad contra la mentira (cf. pg 37).

Yo también he oído de boca de altos eclesiásticos parecidas palabras: “Siempre ha existido el aborto y siempre existirá. Que el estado regule el matrimonio gay y la adopción por homosexuales es inevitable ¿qué quieres hacer?”. Detrás de esas afirmaciones subyace la convicción –entre cínica y fatalista- de que todo ello es el inexcusable precio que debemos pagar por vivir en la sociedad del bienestar. Y cuando a alguien se le ocurre denunciar que, si no hay una directa cooperación formal o material en toda esta debacle social, sí que existe -en muchos ámbitos de la comunidad eclesial- una connivencia con el mal que por ser disimulada o silenciosa no nos hace menos cómplices… responden a su vez que la connivencia con el mal es inevitable, porque en caso contrario volveríamos a las cavernas… Palabras cuasi textuales.

Con estos presupuestos no es extraño que los que por nuestra vocación bautismal estamos llamados a “abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos seductores, a renovaros en la mente y en el espíritu y a vestiros de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas” (Ef 4, 22), nos encontremos ante el mismo muro de miedosa indiferencia con el que se topó el antiguo miembro del Partido Comunista británico: “En los grupos de estudio y en los cursillos de formación pueden discutir tranquilamente y durante todo el tiempo que quieran sobre los principios fundamentales y los derechos inalienables -“principios innegociables”, diríamos ahora-. Sin embargo, cuando hay que trasladarlos a la práctica, empiezan los problemas. 

El clero se pone nervioso ante lo que hay que hacer, y mira con aprensión a los que intentan aplicar su cristianismo a la sociedad pagana en la que viven. Al laico se le deja hablar cuanto quiere -congresos sobre los católicos en la vida pública, conferencias, encuentros-, pero cuando quiere pasar a la acción, se encienden todas las luces rojas” (p.111). Sin embargo, la gente no madura en una vitrina, sino cuando se lanza y aprende de sus errores. Si nunca das testimonio de tu fe, si no haces nada por ella, si no actúas, nunca te equivocarás. Pero no hacer nada, esperar tranquilamente el Juicio Final y a que sea el mismo Dios el nos saque las castañas de fuego, es una equivocación muchísimo más grave. Al decir del P. Ayala: “La oración es lo primero, pero no es lo único ni es suficiente”.

Podemos haber pasado todo un proceso de formación cristiana “sin haber oído nunca una palabra acerca de la misión social de la Iglesia o la responsabilidad de transformar la sociedad con el Evangelio desde nuestro trabajo, sindicato u organización profesional, su actividad política o sus relaciones con los demás” (pg. 54). Aparte de ir a misa los domingos, confesarse de vez en cuando y rezar por las noches, ¿alguien nos dijo alguna vez o alguien puso alguna vez en práctica que formamos parte del grupo de aquellos sobre los que, en su origen, recayó la responsabilidad de cambiar el mundo?

“La batalla de nuestra época es en última instancia una batalla para apoderarse de las almas y las mentes de los hombres”, dice Hyde. Pero, mientras los poderes de este mundo vocean su credo desde todas las tribunas, la voz de los cristianos suena baja y atemorizada. Mientras los poderes de este mundo dedican todas las horas del día; mientras ellos dedican todos los medios para apuntalar toda clase de perversiones, los cristianos dedicamos –los que más- algunas horas libres. Los comunistas de Hyde sabían que su objetivo era un mundo comunista. ¿Sabemos nosotros que nuestro objetivo es un mundo, una sociedad, una patria cristiana?

Por ello, Douglas Hyde, desde su experiencia como líder comunista y formador de líderes apunta, cual explorador de tierras no desconocidas, sino olvidadas, un nuevo y a la vez antiguo camino. Decía el profeta: “Paraos en los caminos a mirar, preguntad por la vieja senda: «¿Cuál es el buen camino?»; seguidlo, hallaréis reposo” (Jr. 6,16).

Lo que define a un verdadero líder, -todo comunista era líder y todo cristiano debiera serlo- deseoso de cambiar el mundo es, en primer lugar, la capacidad de sacrificio, que se concreta en capacidad de compromiso. Es decir, esa disposición por la que uno está dispuesto a dedicar tiempo, dinero, arriesgar su carrera y su nivel de vida para que triunfe la causa más justa y verdadera, para que la sangre que derramó Cristo por todos no sea inútil para algunos.

Un verdadero líder exigirá mucho a los suyos. Abandonará la ley de mínimos que busca hacer fácil y confortable la tarea para eludir así la responsabilidad, porque sabe que “si pide poco a la gente, obtendrá poco, pero si le pide mucho, responderán de forma heroica” (pg. 38). 
“Cuanto más materialista y comodona es una sociedad, más sobresale el que se compromete. El hombre que se compromete resulta atractivo justamente por su capacidad de compromiso”.

Friedrich Engels afirmó: “Los filósofos sólo han intentado explicar el mundo. Sin embargo, la misión es cambiarlo”. Cuando el líder consigue que los suyos se den cuenta de que ese cambio es necesario y posible, y que son ellos los que pueden conseguirlo, ha llenado entonces sus vidas de una fuerza dinámica tan poderosa que uno puede conseguir cosas que serían imposibles de otra manera. La vida tiene un fin, y por ello vale la pena vivirla plenamente.

Para un verdadero líder, la palabra y la acción están indisolublemente unidas en su mente y en su experiencia vital. Enviará a los suyos a hacer algo que movilice su valor moral, algo que les coloque en primera línea de fuego y que conduce a cambiar el mundo. No se limitará a pedirles que pasen a la acción. Él mismo está personalmente implicado en ella.

Un verdadero líder sabe que el progreso, el cambio, es fruto del conflicto: Porque “desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia, y los que luchan lo conquistan” (Mt 11,12). “No penséis que vine a traer paz a la tierra; no vine atraer paz, sino espada. Vine a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra la suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su propia casa” (Mt 10, 34).

Un verdadero líder considera su trabajo diario como una excelente oportunidad para luchar por la causa, que no es una especie de hobby al que dedica algunas horas libres. La causa es su vida. Si la nuestra es la mejor causa imaginable –la de Cristo-, eso nos confiere la obligación de difundirla entre los demás. Si a los comunistas no les importaba causar buena impresión, sino difundir su ideología, hemos de abandonar el politiqueo por obsoleto y anunciar la verdad, sin excepción ni compromiso.

Y es que el cristianismo debe crear líderes que se conviertan en “instrumentos voluntarios del proceso del cambio tanto en el mundo como en el trabajo o en la sociedad humana” (pg. 119), en el campo de actividad al que les lleve la vida. Es decir que, allá donde esté el cristiano, asuma el papel de líder. Un líder que se cristianice a sí mismo y luche por una sociedad cada vez más cristiana, un líder que ejerza -con ese objetivo- sobre la opinión pública la máxima presión posible.

Ante una situación nueva, la primera reflexión que se hace la gente es: “Que venga alguien y haga algo”. La reacción espontánea del líder es: “¿qué voy a hacer yo?” La acción y los principios que la sustentan, van siempre unidos en su mente y en su vida. Si cada cristiano adoptase esta actitud mental y actuase de acuerdo con ella, las cosas serían bien diferentes.

Por tanto, nos interesa formar líderes que actúen a favor de la causa de Cristo y de su Iglesia y no a favor de ellos mismos. Personas que entiendan lo que creen, comprometidos con su fe, y que intenten practicarla en todas las facetas de su vida personal y social. Y dispuestas a pagar el precio correspondiente. El mismo que su Maestro: “Per Crucem ad lucem” (POR LA CRUZ A LA LUZ).

Compromiso y liderazgo es un viaje de ida y vuelta, pero Douglas Hyde solo recorrió el primer tramo. Su obra nos cuenta los métodos de los comunistas para convertir su pestilente ideología en un éxito en todo el mundo. Nosotros tenemos sobre el autor la ventaja de conocer el desenlace de esta historia. Y sabemos también que algunos de los procedimientos de proselitismo más característicos de los comunistas fueron los procedimientos de los primeros cristianos y son los procedimientos de los santos, hoy redescubiertos. Los comunistas fracasaron porque sus fines eran espurios. ¿Están tus fines a la altura de tus procedimientos?
Douglas Hyde analiza los métodos comunistas de formación de líderes para aplicarlo al cristianismo en su obra recientemente republicada en castellano en Madrid en 2014, en un tomo de 147 páginas. A pesar de que los comunistas eran una minoría, habían logrado convencer a un gran número de personas para llevar a cabo sus ideales. Hyde llega a afirmar que «desde que se fundó el Partido Comunista, los éxitos de los comunistas han sido mayores que los de los cristianos... La mayoría de los éxitos comunistas son fruto de una forma de acción y de una manera de acercarse a la gente que debería ser utilizada por los cristianos, con mayor razón aún que por los comunistas» (p. 51). Otro aspecto a valorar de los comunistas es que hacen un buen uso de los recursos humanos que tienen y hacen suyo el lema: «cada comunista es un líder, cada fábrica una fortaleza» (p. 46). De hecho, Hyde consideraba que el compromiso era el punto de partida y la base fundamental para el liderazgo. Y se fijaba como objetivo que cada miembro del Partido Comunista debería formarse para convertirse en líder en caso de que fuera necesario y llevar a cabo una transformación de la sociedad y del mundo. Desde esta perspectiva, únicamente las órdenes religiosas podrían considerarse que siguen esta filosofía de vida. 

Los tres métodos más utilizados para el adoctrinamiento de los comunistas eran: una exposición seguida de preguntas, discusión o ambas; una discusión controlada ‒que se presentaba como el método más útil‒, e igualmente así como preguntas y respuestas. Douglas Hyde entendía que «para un comunista, la parte más importante del día transcurre en su trabajo. Considera su trabajo como una excelente oportunidad para luchar por su causa. Por el contrario, el católico activo se entrega a su actividad cuando ha finalizado su trabajo, cuando ha comido y se ha cambiado. Entonces es cuando dispone de un par de horas libres para entregarse a su causa».

Esta obra pretende determinar «los métodos comunistas de formación de líderes que pueden imitar o adaptar los cristianos, así como otros grupos» (p. 31). Entre 1910 y 1960 los comunistas consiguieron implantar su sistema político en un tercio del mundo, aunque en la actualidad la mayor parte ha quedado fuera de su área de influencia. Sin embargo, hoy en día «el número de personas que viven fuera de la esfera comunista es el doble de los que viven bajo su yugo. Así que no hay motivo para el derrotismo» (p. 33). De esta forma, una minoría ha logrado convencer a un gran número de personas en muy poco tiempo. En efecto, «los comunistas han aprendido por experiencia cómo llegar de la mejor manera posible a los demás, incluso cuando tienen que hacerlo por medio de una minoría» (p. 33). Uno de los aspectos más importantes es que el Partido Comunista está constituido por un núcleo reducido de forma deliberada, para que no pierda su naturaleza de élite. Sin embargo, Hyde consideraba cuando escribió su libro que «han logrado influenciar de forma profunda en el pensamiento de la mayoría. 

Las políticas del resto de los partidos serían muy diferentes si los comunistas no hubieran existido» (p. 33). Además, los comunistas hacen un buen uso de los recursos humanos que tienen a su disposición. Por este motivo, su autor considera que el compromiso es el punto de partida y la base fundamental para el liderazgo. Los comunistas funcionan con una utilización efectiva de los recursos humanos y hacen suyo el lema: «cada comunista es un líder, cada fábrica una fortaleza». 
En efecto, este objetivo pretende que cada miembro del Partido Comunista debería formarse para convertirse en líder en caso de que fuera necesario; y cuando en una fábrica haya muchos líderes esa fábrica será una fortaleza del comunismo y prácticamente irreductible (p. 46). D. Hyde llegaba a afirmar que «desde que se fundó el Partido Comunista, los éxitos de los comunistas han sido mayores que los de los cristianos... La mayoría de los éxitos comunistas son fruto de una forma de acción y de una manera de acercarse a la gente que debería ser utilizada por los cristianos, con mayor razón aún que por los comunistas» (p. 51). 

En efecto, quien se hace comunista sabe que debe mostrar el máximo compromiso con el Partido y entregarse al cien por cien para transformar la sociedad y el mundo. Los cristianos deberían aprender de este compromiso adquirido por los comunistas, que no persiguen sólo salvarse a sí mismos sino transformar la sociedad por medio de los valores cristianos. En realidad, únicamente las órdenes religiosas siguen esta filosofía de vida. Pero esa formación que recibe el nuevo afiliado debería estar dirigida a la acción (p. 68). 
El adoctrinamiento de los comunistas tiene su punto más fuerte en los métodos que utilizan o utilizaban en el momento en que Hyde escribió su libro: clases en las que el profesor habla menos de una hora y responde a las preguntas; grupos reducidos de estudio para convertir a líderes que estén preparados para la acción (p. 81). Los tres métodos más utilizados eran: una exposición seguida de preguntas, discusión o ambas; una discusión controlada ‒que se presenta como el método más útil‒; así como preguntas y respuestas. 

El número de asistentes al curso debería oscilar entre 3 y 15, de forma que todos puedan implicarse en la discusión. De todos modos, en los países comunistas se intentan inculcar ideas y adoctrinar de forma sutil. Douglas Hyde entiende que «para un comunista, la parte más importante del día transcurre en su trabajo. Considera su trabajo como una excelente oportunidad para luchar por su causa. Por el contrario, el católico activo se entrega a su actividad cuando ha finalizado su trabajo, cuando ha comido y se ha cambiado. Entonces es cuando dispone de un par de horas libres para entregarse a su causa» (p. 101). En otras palabras, el comunismo quiere que el trabajador sea el mejor en su trabajo y el más efectivo en su puesto de trabajo.

En efecto, los comunistas tenían y siguen teniendo fama de buenos propagandistas, en la medida en que creen que han descubierto lo que el mundo necesita para ser mejor. Pero al mismo tiempo hay que estar en contacto directo con la gente. Además, Hyde considera que «Lenin tenía razón al decir que las ideas sencillas pueden incitar a la acción a gente sencilla y auténtica» (p. 128). La antigua Ley Fundamental de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1977 señalaba en su preámbulo: «El objetivo supremo del Estado soviético es edificar la sociedad comunista sin clases en la que se desarrollará la autogestión social comunista. Las tareas principales del Estado socialista de todo el pueblo son: crear la base material y técnica del comunismo, perfeccionar las relaciones sociales socialistas y transformarlas en comunistas, educar al hombre de la sociedad comunista, elevar el nivel material y cultural de vida de los trabajadores, garantizar la seguridad del país, contribuir al fortalecimiento de la paz y al fomento de la cooperación internacional. 

El pueblo soviético, guiándose por las ideas del comunismo científico y fiel a sus tradiciones revolucionarias, apoyándose en las grandes conquistas socioeconómicas y políticas del socialismo, aspirando al sucesivo desarrollo de la democracia socialista, considerando la posición internacional de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como parte integrante del sistema socialista mundial y consciente de su responsabilidad internacionalista, manteniendo la continuidad de las ideas y de los principios de la primera Constitución soviética, la de 1918, de la Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1924 y de la Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1936, refrenda los fundamentos del régimen social y de la política de la URSS, establece los derechos, libertades y deberes de los ciudadanos, los principios de organización y objetivos del Estado socialista de todo el pueblo y los proclama en la presente Constitución». 

Este libro de Douglas Hyde (1911-1996) recoge el seminario que hizo el autor sobre Formación del Liderazgo, en el Congreso anual del Secretariado de Misiones en Washington, D.C. Su autor ocupó la primera fila en el Partido Comunista británico, aunque ‒como él mismo confiesa‒ abandonó este proyecto en los años cincuenta del pasado siglo XX para acercarse al catolicismo.


Como formar dirigentes


El libro de Douglas Hyde, no es uno de estos títulos tan socorridos hoy en día de «cómo ganar un concurso de pesca en diez días». Ciertamente el Cursillo de Cristiandad despierta una auténtica inquietud por los demás Se le he dicho a quien ordinariamente ha hecho el hallazgo gozoso de un Dios amigo que sus hermanos le esperan. Desea ser dirigente. Desea darse. Falla muchas veces el cómo darse y sobre todo, cómo enseñar a que los demás se den. Misión primordial de las Escuelas de Dirigentes que están afincadas ya en todas las partes del mundo. Este libro quiere ser un buen empujón a quienes se están cansando «con el cansancio de los buenos». A quienes hicieron mucho, quizá trabajaron como diez, pero nunca se les ocurrió que podrían hacer trabajar a diez. Por eso, en la hora diaria del examen de conciencia, el buen dirigente se pregunta: «¿Que he hecho hoy que habría podido hacer realizar a otro?».
 
Douglas Hyde, hace como un viejo y querido sacerdote hacia en mi parroquia. El muy cuco nos explicaba historietas a toda le chiquillería antes del Rosario. La gente era mucho más puntual al templo y sobre todo, al socaire de los peques, recibían el sermón los mayores. «Corno formar dirigentes» es un libro que a primera vista pueda parecer escrito como manual de comunismo. No hay tal. Es el sermón del cura. Para que nosotros aprendamos. Para que en muchos aspectos de nuestra religión sepamos llevar a la práctica una palabra muy apostólica: EFICACIA.
PRESENTACIÓN

Centenares de libros han sido escritos sobre lo que hay de erróneo en el comunismo. Este libro da todo esto por sabido y pretende exponer todo lo que los comunistas pueden enseñarnos. A pesar de todos los errores del comunismo como doctrina, el movimiento comunista ha destacado con éxito en el modo como ha sabido encender a sus seguidores para que se lanzasen «a cambiar el mundo». «COMO FORMAR DIRIGENTES», es un estudio detallado de los métodos que los comunistas usan para despertar en sus seguidores este excepcional grado de entrega. Examina las técnicas para promover y mantener esta dedicación durante años, y describe paso a paso el proceso mediante el cual cualquier insospechada potencialidad para dirigentes es desarrollada y usada con efectividad.

El Editor


PRÓLOGO

Para comprender la intención de este libro es preciso conocer su origen y evolución. Empezó como un intento para responder desde mi propia experiencia a la pregunta que suele formularse tan a menudo. 

«¿Por qué los comunistas son tan entregados y tienen tanto éxito como dirigentes mientras que en los demás movimientos frecuentemente no es así?».
Fui llamado para contestar a esta pregunta en una serie de conferencias pronunciadas a modo de seminarios de instrucción de dirigentes, en la convención anual del Secretariado de Misiones en Washington. Estaban presentes centenares de religiosos y dirigentes en potencia provenientes de casi todas las partes del mundo, especialmente de Asia, África y Latinoamérica. Los organizadores me instaron a que hablase de un modo tan libre como lo deseara, ya que el propósito era examinar porqué los católicos eran débiles y por contraste los comunistas fuertes. Les tomé la palabra y no quise eludir ningún golpe. Esto explica porqué en este libro —escrito en forma vivencial más que como libro de texto— intento acentuar el éxito comunista y la debilidad católica. 

El seminario original fue oportuno adaptarlo a las necesidades de otras organizaciones, Católicas y no-Católicas. Espero que en su forma actual «Formación de dirigentes» pueda ofrecer algo nuevo al hombre interesado en la psicología comunista y en particular a todo el que crea que hay una urgente necesidad de formación de dirigentes en el mundo no-comunista. Por encima de todo este libro pretende ser un desafío a quien diga lo contrario.

DOUGLAS HYDE

¿Le puede enseñar algo un comunista a un católico?

«No temas, porque yo estoy contigo, 
no te inquietes, porque yo soy tu Dios; 
yo te fortalezco y te ayudo,
yo te sostengo con mi mano victoriosa»
Isaías 41,10

El paso de la Iglesia a la militancia comunista fue un hecho bastante extendido en nuestro país hace algunos años en determinados ambientes, pero no abundan los testimonios al respecto y todavía falta la obra de referencia que permita entender los mecanismos a través de los cuales la Iglesia perdió fieles que pasaron a engrosar las filas de las más variadas formaciones de extrema izquierda.
Son más frecuentes las narraciones en sentido contrario: la conversión del comunista. Douglas Hyde, líder del Partido Comunista británico (CPGB), abandonó la severa militancia marxista (nada que ver con la tradicionalmente ociosa de los socialistas) y dedicó algunos años al servicio de la Iglesia explicando por qué los comunistas eran tan eficaces propagando su tóxica ideología y qué enseñanzas se podían deducir de ello para aplicarlas a la evangelización.

Hyde nació en el Reino Unido, en 1911, poco antes de la revolución que daría el poder a los comunistas en Rusia, y murió en 1996, cuando la Unión Soviética era ya algo más que un cadáver enterrado en el cementerio de los horrores de la Historia. Educado en un hogar metodista,estuvo casado, tuvo cuatro hijos y ejerció el periodismo.
Douglas Hyde, «Douggie», militó en el Partido Comunista británico durante 20 años y alcanzó puestos importantes en su estructura. La labor más importante que desarrolló fue la dirección del periódico oficial del partido, el Daily Worker, tarea en la que destacó, convirtiendo aquel panfleto en un diario de gran difusión, que llegó a los 120.000 ejemplares cada día.
En 1948, con Stalin todavía en el poder, Hyde abandonó el PC, se convirtió al catolicismo y dedicó los años siguientes a servir a la Iglesia explicando su propia experiencia y extrayendo de ella conclusiones prácticas aplicables a la propagación de la fe. También siguió ejerciendo el periodismo en las páginas del semanario Catholic Herald.

En su autobiografía, Hyde cuenta de esta manera su conversión:

«Yo creía que todos los sacerdotes, monjas y monjes eran inmorales, que los jesuitas eran siniestros y criminales. Y seguía conservando mis prejuicios comunistas.
En el partido sosteníamos que la población católica representaba la parte más atrasada, inculta y políticamente moribunda del pueblo y que los católicos estaban hundidos en la superstición y gobernados, sin esperanza de liberación, por los curas.
Un día, al salir de la oficina, entré en una iglesia católica. Permanecí una hora sentado en la oscuridad, iluminada sólo por la vacilante llama de las velas del altar. A la mañana siguiente volví teniendo cuidado de que no me viera nadie.
Cuanto más veía aquella iglesia, más me gustaba. Pero seguía sin poder rezar. Era ridículo y degradante arrodillarse, un signo de sumisión, de rendimiento,de humildad.
Era como hablar con alguien que no estaba presente, que ni siquiera existía. Pero yo seguí yendo día tras día, noche tras noche.
Una mañana sucedió algo. Estaba sentado en la penumbra de Santa Etheldreda, en el último banco, como de costumbre, cuando entró una joven de unos dieciocho años, pobrement e vestida y no muy agraciada.

Me pareció que sería una criada irlandesa. Al pasar por mi lado vi la expresión de su rostro:estaba preocupada.
Como yo, tenía evidentemente alguna grave preocupación. Con paso decidido avanzó por el centro de la iglesia hacia el altar, después giró hacia la izquierda, encaminándose aun reclinatorio en el que se arrodilló delante de Nuestra Señora, después de haber encendido una vela y echado unas monedas en la alcancía.
A la luz de la llama de la vela pude ver cómo sus manos pasaban unas cuentas y cómo inclinaba la cabeza de vez en cuando. Aquella era una práctica católica que yo desconocía. Aquel era el mundo de la fe. Aquel era el mundo que yo buscaba.

¿Era una superstición? ¿Era el mundo propio de los salvajes? Al pasar a mi lado, cuando salía, miré el rostro de la joven. Fuera cual fuera, su preocupación había desaparecido. Sencillamente desaparecido. Y yo hacía meses y años que llevaba a cuestas el peso de la mía.
Cuando estuve seguro de que nadie me veía, me encaminé casi como un perro por el centro de la iglesia como ella había hecho. Al llegar al altar, giré a la izquierda, eché unas monedas en la alcancía, encendí una vela, me arrodillé en el reclinatorio e intenté rezar a Nuestra Señora.
Si iba a ser supersticioso y empezaba a rezar a alguien que no estaba allí, bien podría dar un paso más en mi superstición y rezar a una imagen.

¿Pero cómo se rezaba a Nuestra Señora? Yo no lo sabía. ¿Se rezaba a Ella o por medio de Ella, como si fuese una intermediaria? ¿Se contemplaba la imagen para ver la realidad que había tras ella o había que dirigir las palabras solamente a la imagen? Tampoco lo sabía.
Intenté recordar alguna oración dedicada a Ella de la literatura medieval o algo de los poemas de Chesterton o Belloc. Pero fue inútil...

Fuera de la iglesia traté de recordar las palabras que había pronunciado y casi me eché a reír. Eran la letra de una música de baile del año veinte, de un disco de gramófono que había comprado en mi adolescencia: "Oh dulce y encantadora señora, sed buena. Oh Señora, sed buena conmigo".

A las ocho y media de la noche del 17 de enero de 1948 telefoneé al colegio de los jesuitas de nuestro barrio para bautizar a nuestros dos hijos y nuestra instrucción comenzó bajo la dirección del Padre Joseph Corr, un santo y culto anciano jesuita del norte de Irlanda, que comenzó su tarea sin hacernos más preguntas. Tardó semanas en saber quién era yo».

El libro que tienes en las manos resulta particularmente útil en dos sentidos concretos. Por un lado traza un panorama muy preciso y exacto, casi se diría que naturalista, de los códigos de comportamiento de los militantes comunistas desde el final de la segunda guerra mundial hasta los años 60, y aporta un análisis que mantiene su validez hasta las postrimerías del régimen soviético y la caída del Muro. Si quieres entender hoy a la izquierda, lo que significa ser de izquierdas y los valores y principios que empapan esa ideología, esta obra es de una grandísima utilidad. A pesar de que, en nuestros días, la izquierda de la que habla Hyde se haya perdido, sustituida por un deshecho de mediocridad, vulgaridad y estupidez, al que sus seguidores, a falta de propuestas ideológicas específicas, denominan «progresismo».

Pero además Compromiso y liderazgo permite extraer jugosas conclusiones acerca del activismo, en especial sobre cómo hacer más eficaz la movilización y la implicación ciudadana en la vida pública, conclusiones que se pueden trasladar con gran provecho al quehacer de las organizaciones sociales de nuestros días. Los métodos de trabajo, las técnicas de propaganda, los resortes que mueven a las personas ala acción y ala entrega a una causa,son perfectamente válidos, se trate de un partido comunista o de una asociación de defensa de las libertades. En este sentido, este libro es una suerte de útil «catecismo» para el activismo cívico.

Y antes de entrar en asuntos más morbosos, una aclaración y una cita episcopal.
La aclaración: prepárate unos litros de tila si eres de los que, sin conocer en profundidad el marxismo, notas cómo la cabeza empieza a dar vueltas alrededor de tu cuello cada vez que oyes la palabra «comunismo». Si padeces ese síntoma quiero avisarte de antemano: en lo que vas a leer a continuación y en el texto que sigue de Douglas Hyde no vas a encontrar una apología anticomunista en la que refocilarte. Este no es un libro anticomunista, ni una apología de los males endémicos de la izquierda.

En estas páginas encontrarás primero un modesto análisis de las razones por las cuales quien escribe,junto a muchos otros, cambiamos la fe católica por la militancia comunista y estuvimos convencidos de que hacíamos lo correcto. Y sobre todo hallarás una profunda disección de los métodos de actuación que los comunistas utilizaron cuando sus partidos eran las organizaciones sociales más activas e influyentes del mundo.

Así pues esta obra tiene como fin ayudarte a ser más eficaz a la hora de movilizar en favor de tu causa. Y ahora la cita episcopal. Pertenece Monseñor Cortés Soriano, vicepresidente de la Comisión episcopal de seminarios y universidades de la Conferencia Episcopal Española y presidente de la Subcomisión de universidades de la CEE. Dice así:
«La doctrina marxista ofrecía tantos puntos en común con el compromiso cristiano sobre el mundo, que muchos cristianos la asumieron como instrumento de transformación social».

¿El comunismo tiene mejores técnicas que el cristianismo? (Tertulia HO)

sábado, 27 de julio de 2024

LIBROS "PSICOLOGÍA DE LAS MASAS" por GUSTAVE LE BON y "PENSADORES TEMERARIOS" por MARK LILLA 👥👨👩👨👫👨👩


"El sujeto ideal del régimen totalitario no es el nazi convencido ni el comunista convencido, sino personas para las que ya no existe la distinción entre realidad y ficción ni entre verdadero y falso". 
"Esta mentira constante no tiene como finalidad que el pueblo se crea una mentira, sino que ya nadie se crea nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira tampoco puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, que se ve despojado de su poder de pensar y juzgar, está también, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido a la ley de la mentira. Se puede entonces hacer lo que se quiera con un pueblo así".
Hannah Arendt


"Las masas nunca han sentido sed por la verdad. 
Se alejan de los hechos que nos les gustan 
y adoran los errores que les enamoran. 
Quien sepa engañarlas será fácilmente su dueño; 
quien intente desengañarlas será siempre su víctima". 
Gustave Le Bon | Psicología de las masas.

"La masa es siempre intelectualmente 
inferior al hombre aislado. 
Pero, desde el punto de vista 
de los sentimientos y de los actos 
que los sentimientos provocan, puede, 
según las circunstancias, ser mejor o peor. 
Todo depende del modo 
en que sea sugestionada".

El autor Gustave Le Bon es un famoso psicólogo social francés y el fundador de la psicología de las masas. Se le conoce como “el Maquiavelo de la teoría de la sociedad de masas”. Entre sus obras destacan La psicología de los pueblos, La revolución francesa y la psicología de la revolución y La psicología de la gran guerra. Sus obras influyeron enormemente en estudiosos como Freud y Jung, así como en figuras políticas como Roosevelt, Churchill y Charles de Gaulle. El libro que presentamos hoy es su obra más famosa.
Desde la psicología Gustave Le Bon, hace una crítica a la sociedad de masas. Menciona que la masa está formada por un conjunto de individuos de características diferentes, y ésta transforma al individuo aislado en una especie de célula de un espíritu colectivo; este espíritu no sólo reduce la autonomía de los individuos sino que también hay una reducción de la personalidad consciente y prima el dominio de los sentimientos. En el análisis sobre el tipo de racionamiento de las masas Le Bon afirma que se basan en analogías que es una de las racionalidades básicas del ser humano; muy semejantes a las de un niño o de un salvaje.

La masa psicológica se caracteriza porque tiene influencias emocionales violentas, hay un predominio de lo inconsciente, se borran las aptitudes intelectuales, desaparece el sentimiento de responsabilidad, hay un sentimiento de potencia invencible y hay una sugestión que genera el contagio. Esto genera que la masa ejecute actos violentos que pueden llegar hasta la crueldad en contra de sectores de la sociedad que están en contra de sus ideales políticos, esto lo hacen sin ser consciente de ello, ya que se dejan llevar por los azares de la excitación; por lo que los impulsos son móviles, cambiantes. La masa es autoritaria, intolerante y conservadora; no tolera las contradicciones ni la discusión, por lo que ante esas situaciones actúa de manera violenta. La opinión de la masa impide la opinión particular; la primera impone su opinión a la segunda. La masa es fácil de impresionar mediante imágenes; ésta no sabe diferenciar lo real de lo irreal. La masa es sumisa, cree ciegamente en elementos sobrenaturales. La masa es conducida por un líder que arrastra a que ésta lleve a cabo una acción.

Le Bon sostiene que la raza es un elemento importante para considerarse en los análisis de masas, ya que ésta es la expresión exterior del alma; es portadora de una construcción mental y representa características especiales de civilización. La síntesis de la civilización se encuentra en las tradiciones. Por otro lado, afirma que las instituciones y el gobierno son producto de la raza; pues no cuentan con características intrínsecas. Las costumbres son los dogmas que inspiran a las instituciones.
En los capítulos “Las masas electorales” y “las asambleas parlamentarias” hace una crítica a los ideales de democracia. Cuestiona que se lleve a cabo un proceso deliberativo racional. Le Bon sostiene que al igual que en las otras masas prima los sentimientos sobre la razón y que la masa es influida como un rebaño por el líder. A pesar de la crítica que hace afirma que es el mejor método de gobierno encontrado hasta la actualidad.

Caracterización de la violencia

En este texto podemos encontrar elementos sobre violencia política cuando Le Bon afirma que las masas, principalmente las de corte democrático y comunista, mediante sus acciones, movimientos y reivindicaciones políticas ponen en peligro el orden social. Esto lo dice pensando en la anarquía que se podría desatar y en la violencia física que podrían llevar a cabo estas masas con el objetivo de disputar el poder político a las élites políticas; en gran parte de esta obra se resalta que las masas ejercen violencia y hasta crueldad contra su propia sociedad, sin ser consciente de ello. Por otro lado, en este esquema crítico a la sociedad de masas se considera que la transición a gobiernos donde cada vez se busca la participación de la mayoría pone en riesgo la civilización, ya que predominarán los elementos irracionales que caracterizan a la masa.

Conocer el arte de impresionar la imaginación de las masas es conocer el arte de gobernar. "Son siempre los lados maravillosos y legendarios de los sucesos los que más las impresionan. Así, los grandes hombres de estado de todas las edades y países, comprendidos los más absolutos déspotas han considerado la imaginación popular como el sostén de su poder". 
Napoleón dijo al Consejo de Estado: "Comulgando en público terminé con la guerra de la Vendée; haciéndome pasar por musulmán me establecí en Egipto; con dos o tres declaraciones papistas me ganaré a todos los curas de Italia". "El hombre puede siempre más de lo cree, pero no sabe siempre lo que cree ni lo que puede". Los dirigentes de masas así lo revelan. Estos dirigentes no son hombres de pensamiento, sino de acción. Son más energía que inteligencia pura. Su empresa toma la forma de un gran deseo que canaliza las voluntades y orienta los instintos.

Citas textuales

“Las reivindicaciones de las masas se hacen cada vez más definidas y tienden a destruir radicalmente la sociedad actual, para conducirla a aquel comunismo primitivo que fue el estado normal de todos los grupos humanos antes de la aurora de la civilización”

“La desaparición de la personalidad consciente, el predominio de la personalidad inconsciente, la orientación de los sentimientos y las ideas en un mismo sentido, a través de la sugestión y del contagio, la tendencia a transformar inmediatamente en actos las ideas sugeridas, son las principales características del individuo dentro de la masa. Ya no es él mismo, sino un autómata cuya voluntad no puede ejercer dominio sobre nada. Por el mero hecho de formar parte de una masa, el hombre desciende varios peldaños en la escala de la civilización. Aislado era quizá un individuo cultivado, en la masa es un instintivo y, en consecuencia, un bárbaro. Tiene la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y los heroísmos de los seres primitivos a los que se aproxima más aún por su facilidad para dejarse impresionar por palabras, por imágenes y para permitir que le conduzcan a actos que vulneran sus más evidentes intereses. El individuo que forma parte de una masa es un grano de arena inmerso entre otros muchos que el viento agita a su capricho”

“La violencia de los sentimientos de las masas se exagera más aún, sobre todo en las masas heterogéneas, por la ausencia de responsabilidad. La certeza de la impunidad, tanto más acentuada cuanto más numerosa es la masa, y la noción de un considerable poder momentáneo debido al número, hacen factibles para la colectividad sentimientos y actos que resultan imposibles para el individuo aislado. En las masas, el imbécil, el ignorante y el envidioso se ven liberados del sentimiento de su nulidad y su impotencia, sustituido por la noción de una fuerza brutal, pasajera, pero inmensa”

“En las masas humanas, el conductor o líder desempeña un papel considerable. Su voluntad es el núcleo en torno al cual se forman y se identifican las opiniones. La masa es un rebaño que no sabría carecer de amo”

“El régimen parlamentario sintetiza, por otra parte, el ideal de todos los pueblos civilizados modernos. Refleja la idea, psicológicamente errónea pero generalmente admitida, de que muchos hombres reunidos son más capaces que un reducido número de ellos de adoptar una decisión sabia e independiente acerca de un determinado asunto”

En las asambleas parlamentarias encontramos las características generales de las masas: simplismo de las ideas, irritabilidad, sugestibilidad, exageración de los sentimientos, influencia preponderante de los líderes. Pero dada su especial composición, las masas parlamentarias presentan ciertas diferencias”

“Las asambleas parlamentarias que llegan a cierto grado de excitación se equiparan a las masas heterogéneas corrientes y sus sentimientos presentan, en consecuencia, la particularidad de ser siempre extremados. Podrán realizar actos heroicos o incurrir en los peores excesos. El individuo deja de ser él mismo y votará las medidas más contrarias a sus intereses personales”

Es posible que, en la vida, te hayas encontrado con personas con convicciones evidentemente fuertes pero que se amoldan a otras una vez que se entran en contacto con las masas. También puedes haber conocido a algunos hombres aparentemente caballeros que se vuelven brutales y fanáticos una vez que se encuentran en medio de una multitud. Por poner un ejemplo típico: los hombres británicos tienen fama de ser caballeros, de nunca decir una sola palabrota delante de las mujeres. Sin embargo, también son, merecidamente, conocidos como “hooligans del fútbol”. El desastre de Heysel en 1985 es un caso clásico. En la final de la Copa de Europa, el Liverpool británico y la Juventus italiana se enfrentaron en el estadio de Heysel, en Bruselas. La UEFA (Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol) asignó una tribuna detrás de la portería a los aficionados del Liverpool antes del partido, y muchos seguidores de la Juventus también compraron entradas para esta tribuna. A lo largo del partido, los hinchas de ambos equipos cometieron actos de violencia y se lanzaron objetos. Como no había suficientes policías para mantener el orden, el conflicto se intensificó y acabó convirtiéndose en una pelea y los hooligans del fútbol británico actuaron de forma extremadamente maniática e incluso brutal. Derribaron la alambrada de púas de la tribuna y con ladrillos y tubos de acero en la mano, se dirigieron a otra tribuna para perseguir y golpear a los demás hinchas de la Juventus. En este conflicto hubo 39 muertos y más de 300 heridos. Al oír esto, te estarás preguntando por qué esos caballeros británicos se volvieron tan brutales en un instante, ¿qué les hizo perder la cabeza y convertirse en hooligans del fútbol en público? 

El autor de este libro, Gustave Le Bon, es un famoso psicólogo social francés y el fundador de la psicología de las masas. Ha publicado numerosas obras, como La revolución francesa y la psicología de la revolución, La psicología de la Gran Guerra y La multitud: un estudio de la mente popular. Estas obras han contribuido a la teoría de la psicología y la antropología, entre las cuales Psicología de las masas marca un hito en la investigación de la psicología de las multitudes. Desde su publicación en 1895, el libro ha sido un clásico mundial y predijo con éxito todos los desarrollos psicológicos y políticos de la década de 1920. También influyó en Freud, Jung y otros estudiosos, así como en Roosevelt, Churchill, Charles de Gaulle y otras figuras políticas. El análisis sobre los fenómenos de las multitudes aquí presentado puede permitirnos interpretar muchos de los acontecimientos sociales que nos rodean. Este libro dice la verdad que no podemos evitar admitir, es decir, aunque tenemos la intención de no hacerlo, siempre nos convertimos, inconscientemente, en parte de las masas. A continuación, dividiremos las ideas clave de este libro en tres partes:

Primera: ¿cuáles son las características psicológicas de las masas? Segunda: ¿qué influye en las características psicológicas de las masas? Tercera: ¿cómo hacen los líderes para que una multitud siga sus órdenes?

¿Cuáles son las características psicológicas de las masas? 

Antes que nada, veamos lo que Le Bon entiende por multitud. La palabra multitud no refiere aquí al público en general o a las masas, sino un grupo psicológico especial. Se trata de un grupo de personas reunidas por la estimulación e influencia de un determinado acontecimiento, o un discurso, una pasión, un miedo, un amor o un odio. Son como personas hipnotizadas y, al mismo tiempo, también se hipnotizan mutuamente. Sus ideas y sentimientos interactúan y se desplazan en la misma dirección, lo que se transforma en una tendencia a actuar. En esta multitud, una persona ya no es ella misma, sino una marioneta que ya no se guía por su propia voluntad. Perderá la cordura y su sentido del juicio y se volverá intelectualmente inferior a lo que realmente es. Ese grupo de personas es lo que Le Bon denomina multitud, una palabra neutra. Estas personas pueden ser violentas, destructivas e incluso susceptibles de cometer delitos, pero, por otro lado, también pueden realizar los actos más valientes y convertirse en un símbolo de heroísmo civilizado. ¿Y qué características psicológicas tiene una multitud? Le Bon cree que las personas que forman parte de una multitud suelen mostrar “una desaparición de la actividad cerebral y de la personalidad”. 

A continuación, veamos en detalle las 6 características psicológicas de las multitudes. 

La primera es que son impulsivas, irritables y fácilmente cambiables. En una multitud, las diferencias intelectuales entre los individuos se disuelven; la personalidad consciente desaparece y se desarrolla la inconsciente. Así, bajo la estimulación de factores externos, la gente se vuelve fácilmente impulsiva e irritable. Por ejemplo, en 1870, el primer ministro de Prusia, Bismarck, publicó un telegrama manipulador que trataba de convencer a los franceses de que su embajador había sido insultado por Guillermo I. Antes de su publicación, Bismarck llegó a decir a su colega con orgullo: “este telegrama tendrá el mismo efecto que un paño rojo sobre los toros galos”. Como era de esperar, los franceses fueron engañados. Los medios de comunicación de Berlín y París dieron a conocer el telegrama el 14 de julio, que casualmente era el Día Nacional de Francia. 

Los franceses, frenéticos, se lanzaron a las calles, pidiendo furiosamente la guerra. Dos días después, se aprobó el fondo de guerra. El 19 de julio, el embajador prusiano en Francia recibió la declaración de guerra del Ministerio de Asuntos Exteriores francés. Todos sabemos lo que ocurrió después: la guerra franco-prusiana estalló y Francia fue derrotada. Tuvieron que ceder su territorio y pagar indemnizaciones. Ridículamente, un siglo después, hubo otro telegrama sobre la derrota del ejército francés en una batalla en Lang Son, Vietnam, que tras ser sobreinterpretado por los medios de comunicación franceses, desencadenó un efecto mariposa que condujo directamente al derrocamiento del gabinete de entonces. 

Por supuesto, el grado de irritabilidad e impulsividad emocional varía entre las distintas multitudes. Por ejemplo, en comparación con los impulsivos e irritables franceses, los británicos fueron mucho más moderados. Aunque también sufrieron un golpe devastador durante su expedición a Jartum, en Sudán, esto no causó grandes disturbios en Gran Bretaña, sino solo un ligero enfado entre la población. El gobierno británico no se vio afectado y casi ningún funcionario fue culpado. 

La segunda característica psicológica de las multitudes es que se dejan influir fácilmente por las sugerencias de los demás. Dado que siempre se encuentran en un estado de inconsciencia y carecen de racionalidad y juicio, se dejan influir fácilmente por las sugerencias de los demás. Por ejemplo, en la época en que Le Bon escribía este libro, los periódicos daban la noticia de que dos niñas se habían ahogado en el Sena. Cinco o seis personas confirmaron sucesivamente el ahogamiento de las niñas, lo que llevó al juez a expedir sus certificados de defunción. Pero justo cuando la gente se disponía a enterrarlas, descubrieron que las niñas seguían vivas y ni siquiera se parecían a las ahogadas. Así pues, Le Bon concluyó que lo más probable es que las observaciones colectivas fueran erróneas. No fueron más que el resultado de la alucinación de alguien que se propaga a través de las sugestiones y de un efecto que el autor denominó “contagio”. A su vez, las multitudes también están sometidas al control de las alucinaciones colectivas. 

Julian Felix, teniente de navío, ilustró este fenómeno en su libro Sea Currents. Con un cielo radiante de sol, la fragata Belle Poule buscaba al crucero Le Berceau, desaparecido en una tormenta. De repente, un guardia señaló un barco naufragado. Todos los miembros de la tripulación miraron en la dirección indicada por la señal y vieron claramente el barco naufragado remolcando una balsa llena de gente. A medida que se acercaron al objetivo, incluso oyeron débilmente a personas que gemían pidiendo ayuda. Sin embargo, cuando finalmente alcanzaron el objetivo, descubrieron que no era más que un manojo de varias ramas frondosas flotando en el mar. Todo resultó ser una ilusión. A partir de este ejemplo, podemos ver claramente el efecto de la alucinación colectiva. La visión del guardia fue una sugestión que, bajo el efecto del contagio, se convirtió en una alucinación colectiva de toda la tripulación. 

La tercera característica psicológica de las multitudes es que sus sentimientos son simples y exagerados. Ya sea un sentimiento bueno o malo, estos tienen la característica prominente de ser simples y exagerados. La razón de que sean simples es que las multitudes no pueden ver los procesos de desarrollo y cambio de las cosas, sino que las ven como un todo. Y la razón de que sean exagerados es porque estos sentimientos se ven potenciados por otros hechos. No importa cuál sea el sentimiento, una vez que se exhibe, se extenderá rápidamente dentro de la multitud a través del poder de contagio y las sugestiones psicológicas. En ese momento, la fuerza de la persona (o de la cosa) que produce ese sentimiento, también se intensificará en gran medida. Precisamente por esto, las multitudes solo pueden ser estimuladas por sentimientos exagerados. Al captar esta característica, los oradores pueden hacer uso de un vocabulario conciso, claro y apasionado para manipular y avivar las emociones de su público. 

La cuarta característica psicológica de las multitudes es que son dominantes e intolerantes. No aceptan opiniones transitorias o neutrales, y no permiten contradicciones ni argumentos. O aceptan por completo las opiniones, ideas y creencias, o las rechazan en su totalidad; e incluso pueden llegar a considerarlas falsas. Por ejemplo, en las reuniones públicas, el más mínimo discurso en contra de una opinión puede provocar la más dura reacción de la multitud. Y por más que el orador siga insistiendo en su punto o posición, será derrotado. Sin embargo, el grado de esta característica varía según los grupos étnicos. Le Bon creía que la raza latina de la antigua Roma era la más dominante e intolerante de todas. Creían que quienes no estaban de acuerdo con ellos debían denunciar inmediatamente sus propias creencias. El desarrollo de estas dos actitudes en la multitud latina destruyó por completo el fuerte sentimiento de independencia individual entre los anglosajones. 

La quinta característica psicológica de las multitudes es la moral polarizada. A veces, una multitud es culpable de asesinatos, incendios y todo tipo de delitos. 
En este sentido, parece tener un nivel moral muy bajo, pero a veces también puede mostrar buenas cualidades, como el altruismo, el sacrificio y la devoción. Podemos decir que este tipo de multitud tiene un alto sentido de la moral. A su vez, desempeñan el papel de proporcionar educación moral a los individuos. Incluso en una multitud de gente extremadamente viciosa, un individuo puede mostrar, temporalmente, una estricta disciplina moral solo por ser miembro de la multitud. Por ejemplo, en las masacres de septiembre, en París, los delincuentes que encontraron carteras y joyas en las víctimas pusieron los objetos sobre la mesa de conferencias en lugar de quedárselos, aunque perfectamente podrían haberlo hecho. De ello se desprende que las multitudes pueden tener tanto un alto como un bajo nivel moral. 

La sexta característica psicológica de las multitudes es que no son capaces de razonar, solo de imaginar. 
El autor cree que el método de razonamiento de las multitudes es un poco similar al de los bárbaros, que creían que comiendo el corazón de un enemigo valiente y hábil podrían adquirir su fuerza y valentía. En otras palabras, el razonamiento de las multitudes se caracteriza por la asociación de cosas aparentemente similares, pero totalmente diferentes y la generalización inmediata de cosas particulares. Precisamente por su falta de capacidad de razonamiento, desarrollan una fuerte y activa capacidad de pensamiento visual, también conocida como imaginación. Y las multitudes que solo pueden pensar en términos de imágenes, necesariamente solo pueden ser estimuladas por imágenes. Hay muchos factores que afectan a la imaginación de una multitud, pero las representaciones teatrales son las más eficaces. Por ejemplo, desde la perspectiva de la antigua población romana, la vida era buena mientras tuvieran pan para comer y espectáculos para ver. 

Aunque la realidad no fuera tan buena, las representaciones teatrales les hacían imaginar una buena vida. Precisamente por esto, solo aceptan los conceptos que son concisos, claros y fáciles de entender. Aquí termina la primera parte. Repasemos sus contenidos. 

Hay seis aspectos de las características psicológicas de las multitudes. 
El primero es que son impulsivas, irritables y fácilmente cambiables. 
La segunda es que se dejan influir fácilmente por las sugestiones de los demás. 
La tercera es que sus sentimientos son simples y exagerados. 
La cuarta es que son dominantes e intolerantes. 
La quinta es que tienen una moralidad polarizada. 
Y la sexta es que no son capaces de razonar, solo de imaginar. 
¿Pero a qué se deben estas características psicológicas? 

De esto hablaremos a continuación.

¿Qué influye en las características psicológicas de las masas? 

Hay dos tipos de factores que afectan a las características psicológicas de las multitudes: los factores remotos y los inmediatos. Los factores remotos son los que hacen a las multitudes rechazar absolutamente otras opiniones una vez que han adoptado cierta posición. Son factores preliminares de larga duración, y son como acciones preparatorias sin las cuales los factores inmediatos no producirían ningún efecto. 

Hay cinco tipos de factores remotos: la raza, la tradición, el tiempo, las instituciones políticas y sociales, y la educación. 
Le Bon considera que, entre ellos, la raza debe ocupar el primer lugar ya que es el que más afecta a las características psicológicas de las multitudes. Las multitudes formadas por diferentes razas difieren mucho en su carácter. Por ejemplo, una multitud formada por chinos y una formada por franceses mostrarán características psicológicas muy diferentes. Otro ejemplo es la diferencia entre los japoneses, que valoran el rigor, y los brasileños, que valoran el desenfreno. 

El segundo factor remoto es la tradición. Las tradiciones son el reflejo de los sentimientos, ideas y necesidades del pasado; son la encarnación de la síntesis racial y tienen un gran impacto en la determinación de las características psicológicas de una multitud. Por ejemplo, en la Europa de finales del siglo XIX, las iglesias fueron destruidas y los sacerdotes, deportados o guillotinados. La gente podría pensar que esto se debió a que las ideas religiosas tradicionales del pasado habían desaparecido y perdido su influencia. Sin embargo, al cabo de unos años, para satisfacer las necesidades generales del pueblo, el sistema de culto público, antaño abolido, volvió a estar presente y la tradición recuperó su gloria pasada.

El tercer factor remoto es El tiempo.

El tiempo es un poderoso factor que afecta a la sociedad y a la formación, crecimiento y muerte de las creencias. El establecimiento de organizaciones políticas y sociales requiere siglos de influencia del tiempo.
A lo largo de varios siglos, una pequeña comunidad se convierte en una próspera civilización con complejas estructuras políticas y sociales. El paso del tiempo lleva al desarrollo de creencias, costumbres y valores compartidos que dan forma a la sociedad y sus instituciones. A medida que avanza el tiempo, algunas creencias pueden desaparecer, dando lugar a nuevas perspectivas que contribuyen a la evolución continua de la sociedad.

El cuarto factor remoto son las Instituciones políticas y sociales.

Las instituciones deben coincidir con las características de una raza para promover el desarrollo, pero forzar el establecimiento de una institución particular puede llevar a guerras y revoluciones, posiblemente causando efectos psicológicos adversos en las multitudes.
Un país podría intentar implementar un sistema educativo centralizado que se ajuste a las creencias de un grupo étnico específico. Esta decisión podría provocar protestas y conflictos entre ciudadanos de diferentes orígenes culturales, lo que resulta en un malestar y agitación generalizados.

El quinto factor remoto es La Educación.

La educación como un factor remoto
La educación puede tener efectos positivos y negativos en la gente. Una buena educación permite a las personas ver tendencias y direcciones futuras, mientras que una mala educación puede hacer que las personas vean un futuro sombrío.
Efecto positivo: Un grupo bien educado puede analizar problemas ambientales y trabajar colectivamente hacia soluciones sostenibles, asegurando un futuro más verde. Efecto negativo: Un grupo con educación insuficiente puede ser víctima de desinformación o teorías conspirativas, lo que lleva al pesimismo e inactividad para abordar problemas apremiantes.

Seis características psicológicas de las multitudes

1. Impulsivas, irritables y fácilmente cambiantes. 
2. Fácilmente influenciables por las sugerencias de otros. 
3. Sentimientos simples y exagerados. 
4. Dominantes e intolerantes. 
5. Moralidad polarizada, capaz de altos y bajos estándares morales. 
6. Incapaces de razonar, pero con una fuerte imaginación visual.

1. Una persona que se enoja rápidamente y cambia frecuentemente sus intereses. 
2. Alguien que adopta fácilmente nuevas ideas de sus amigos o de los medios de comunicación. 
3. Expresando emociones excesivamente simplistas e intensas. 
4. Una persona que controla y no tolera opiniones opuestas. 
5. Poseer la capacidad de actuar de manera muy moral o inmoral. 
6. Lucha con el pensamiento lógico, pero destaca en la visualización de imágenes y escenas.

Factores Inmediatos que afectan la Psicología de las Masas

Los factores inmediatos permiten la formación, implementación y efectos inmediatos de ciertas ideas que llevan a las acciones de las multitudes. Hay cuatro factores inmediatos: imágenes, palabras y fórmulas; ilusiones; experiencia; y razón.
Imagina una manifestación en la que el orador utiliza palabras potentes como imagen, como 'libertad' y 'justicia'. Esto crea una ilusión de que todos los manifestantes trabajan para lograr un objetivo común, impulsados por su experiencia compartida de injusticia. Finalmente, la razón les ayuda a plantear soluciones prácticas, como organizar manifestaciones pacíficas y difundir la concienciación a través de las redes sociales.

Imágenes, Palabras y Fórmulas como Factor Inmediato

Las multitudes se ven influenciadas por imágenes evocadas por palabras y fórmulas que tienen un poder misterioso. Las palabras y fórmulas pueden crear reacciones poderosas y anhelos en las multitudes, independientemente del tiempo o lugar.
Un orador carismático utiliza la frase 'un futuro más brillante para todos' en su discurso, inspirando a la audiencia a unirse detrás de su causa y visión.

Afirmación en multitudes

La afirmación debe ser concisa y convincente para influir eficazmente en una multitud. Debe evitar el razonamiento y los argumentos, utilizando en su lugar palabras e imágenes vívidas para evocar emociones y crear un fuerte impacto.
Juntos, nos elevamos por encima de los desafíos y conquistamos nuestros sueños, impulsados por la pasión y la perseverancia, pintando una obra maestra del éxito.

La experiencia como factor inmediato

La experiencia es la única manera de establecer la verdad y romper las ilusiones en las multitudes. Sin embargo, las experiencias deben ser verificadas y repetidas a lo largo de generaciones para que la multitud las confíe y acepte.
Imagina un grupo de personas que creen que cierta planta tiene propiedades curativas. Un individuo, después de investigar por sí mismo, descubre que la planta en realidad es tóxica. Comparte sus hallazgos junto con pruebas, pero el grupo sigue siendo escéptico. Con el tiempo, a medida que cada vez más personas lleguen a la misma conclusión a través de sus propias experiencias, la creencia previamente sostenida pierde su validez. Eventualmente, esta antigua creencia es reemplazada por la nueva comprensión basada en evidencia que demuestra que la planta es dañina.

Efecto de Contagio

El contagio es la propagación rápida de ideas, sentimientos y creencias dentro de un grupo de personas. Una vez que cierta afirmación ha sido repetida y arraigada en la mente de las personas de manera efectiva, se propagará como un virus, haciendo que la multitud siga el mensaje sin dudarlo.
Un desafío popular en redes sociales se vuelve viral, haciendo que millones de personas en todo el mundo participen y compartan sus experiencias, propagando rápidamente la idea y sentimiento detrás del desafío.

El Poder de la Repetición

Repetir palabras y afirmaciones simples una y otra vez ayuda a establecerlas en la mente de la multitud. Esto lleva a las personas a confiar y aceptar las afirmaciones como verdades, aumentando en gran medida la influencia del mensaje.
Un orador repite continuamente la frase 'el trabajo duro lleva al éxito' durante un discurso motivacional. A medida que el público escucha esta afirmación repetidamente, comienzan a creer y aceptar la idea, aumentando el impacto del mensaje.
PENSADORES TEMERARIOS 


Como nunca antes, el siglo XX fue el de los intelectuales comprometidos; como nunca, fue la época del descarrío mayúsculo de los intelectuales comprometidos. Con una profusión históricamente inédita, eminentes pensadores y hombres de letras hicieron suyo el papel de tutores morales y fustigadores de la opinión pública, un desempeño cuyo saldo es más bien deplorable: con excesiva frecuencia se los vio, con ropaje de profetas o de tonantes tribunos, secundando a dictadores, transigiendo con sus desmanes y fechorías. Para decirlo con palabras de Raymond Aron, demasiados de estos intelectuales fueron «despiadados para con las debilidades de las democracias e indulgentes para con los mayores crímenes, a condición de que se las cometiera en nombre de las doctrinas correctas» (Aron, El opio de los intelectuales, Prefacio). 

No era la crítica constructiva de la democracia lo que los motivaba -crítica orientada a robustecerla, subsanando sus falencias-, sino el afán de derribarla, sin más. Descreídos de las virtudes del republicanismo liberal, se embarcaron en campañas de demolición cuyos primeros agentes fueron los extremistas y activistas revolucionarios, individuos y agrupaciones políticas que, en su intento de subvertir el orden político, no dejaron tras de sí más que una estela de devastación y sufrimiento. 

Devinieron ellos mismos, los intelectuales comprometidos, unos extremistas, cómplices en grado variable de los nombres que simbolizan una época de horrores: Lenin, Trotski, Stalin, Hitler, Mussolini, Mao, Pol Pot, etc. Considerada la magnitud de las atrocidades perpetradas por los tiranos, la menor de las meteduras de pata de los intelectuales que los apoyaron fue nimbar sus respectivos regímenes con el prestigio de la democracia. (Desliz menor, quizás, mas de ninguna manera una banalidad.) 

Los llamaron «democracias populares» o «democracias nacionales», y no eran sino los peores despotismos del siglo. Enaltecieron regímenes que aspiraban a la restauración de la comunidad nacional, de la unidad y pureza del Volk, o a la instauración de sociedades sin clases, depuradas de las oligarquías tradicionales; consecuentes con ello, cohonestaron con total desfachatez la violencia y la exclusión desenfrenadas. Prestaron legitimidad discursiva a regímenes que conculcaron sistemáticamente las libertades individuales y los derechos humanos; regímenes terroristas que se pretendían igualitarios, que invocaban a cada paso la igualdad de raza, de nación o de clase, pero que instigaron las más férreas y cruentas asimetrías sociales, materialización en grado nunca visto de un orden jerarquizado e intrínsecamente dispar: materialización, en definitiva, de una desigualdad teórica y estructuralmente fundada.

Abjurando de la idea misma de sociedad abierta, dieron alas a proyectos de sociedades enclaustradas y opresivas, cimentadas en el sometimiento, la segregación y la represión; al margen de sus alardes libertarios y sus volteretas conceptuales, el ideal de orden social que fomentaban estos intelectuales era en los hechos la refutación más radical y escalofriante de la democracia. Justicieros de tribuna y escritorio, se erigieron empero en paladines de la máxima injusticia, apologetas descarados de la arbitrariedad institucionalizada. Con el transcurso de los años, muchos de ellos han sufrido el trato que merecen, y mientras sus obras pasan al olvido, sus acciones se inscriben en el registro de la desvergüenza y el oprobio. Por contraste, son sus oponentes, aquellos que se negaron a rendir pleitesía a los dictadores y que se abstuvieron de la labor de zapa de la democracia -Raymond Aron, Albert Camus, George Orwell, Hannah Arendt, Isaiah Berlin y tantos otros- los que por lo general emergen airosos, ejemplos de lucidez y entereza. Enmarcados en el contexto de la época y sus amargas vicisitudes, los casos de Martin Heidegger, Carl Schmitt, Walter Benjamin, Alexandre Kojève, Michel Foucault y Jacques Derrida proporcionan material para las reflexiones de Mark Lilla en torno al compromiso de los intelectuales, o las desventuras de su injerencia en la arena política.

En seis reconcentrados capítulos, más un epílogo a modo de recapitulación general, Lilla aborda los referidos casos como muestras de extravío de los intelectuales en la forma de filotiranía o, más genéricamente, de antiliberalismo y desafección por la democracia. Cabe esta precisión en vista de la inclusión por el autor de Walter Benjamin, quien no prestó su acuerdo a ningún dictador; ajeno por temperamento al activismo político (acaso fuera el más apolítico de los pensadores), su adopción de la teoría marxista como herramienta de análisis no le impidió aborrecer el régimen soviético, del que tuvo conocimiento directo durante una estancia en la incipiente URSS, en los años veinte. Derrida tampoco abonó gran cosa al terreno de la militancia o el partidismo, aunque sí se manifestó públicamente -como tantos de sus colegas- a propósito de las grandes crisis del momento (mayo del 68, el racismo en EE.UU., Sudáfrica y el apartheid, la opresión en los regímenes comunistas, etc.; fuera de las resonancias extrafilosóficas del pensamiento de Derrida, Lilla incide en el profundo desprecio de la democracia liberal que este pensador expresó). 

Aparte de sus reticencias para con la democracia característicamente occidental, que en algunos de los mencionados es rechazo irrestricto, los seis pensadores en cuestión tienen en común el gozar de notable vigencia en el campo del saber: ni siquiera los devaneos filonazis y antisemitas de Heidegger y Schmitt han desacreditado de raíz su contribución a la filosofía o al pensamiento político, contando aun hoy con entusiastas seguidores intelectuales. Esto mismo explica la exclusión de, por ejemplo, Jean-Paul Sartre, arquetipo del intelectual comprometido y célebre por sus grotescas concesiones ante los totalitarismos de izquierda: su obra y su personalidad ya no irradian el aura de seducción de otrora. (Resulta emblemático además por haber promovido el compromiso del intelectual, actor privilegiado según él en la lucha contra el dominio de la burguesía y las dictaduras reaccionarias.) Lilla declara que ha optado por centrarse en autores «cuya impronta sigue viva en la actualidad».

Heidegger y Schmitt asoman precisamente como muestras de rotunda implicación en la política, habida cuenta de su militancia en el partido nazi y de su condición de mascarones de proa del Tercer Reich en el ámbito intelectual. Schmitt fue además un destacado funcionario del régimen. En la evaluación del papel de Heidegger, Lilla se vale en parte de la mirada de Hannah Arendt y Karl Jaspers, dos de sus más cercanos allegados y quienes intercambiaron opiniones sobre el desatino de Heidegger en su correspondencia privada. Asumieron posturas disímiles: mientras Jaspers se distanció de su amigo y antiguo maestro (por tal lo tuvo, a pesar de ser mayor que él), Arendt sostuvo una amistad inmarcesible con quien fuera su amante y mentor. Jaspers atribuyó la connivencia de Heidegger con el nazismo a ceguera e ingenuidad, conjetura chocante por concernir a quien se pondera como pensador genial y uno de los mayores filósofos del siglo pasado. A juicio de Jaspers, Heidegger fue como un niño que hubiera metido un dedo en la rueda de la historia, o acaso peor: a despecho de su genio, sus deslices en tiempos del nazismo demostraban que era un «alma impura», un «antifilósofo demoníaco» consumido por peligrosas fantasías y necesitado de redención. (Arendt creyó que de trataba no de «impureza» sino de «debilidad de carácter».) 

Por desgracia, Heidegger no dio señales públicas de arrepentimiento, y nunca en el largo período en que sobrevivió al colapso del nazismo -presenciando la reconstrucción de Alemania- abandonó aquellas peligrosas fantasías, las mismas por las que había abrazado una ideología y un régimen bárbaros (aunque fuera por poco tiempo). ¿Y cuáles eran estas fantasías? Dicho de manera muy gruesa, que solo Alemania, «nación de cultura» por antonomasia y exclusiva heredera del espíritu helénico, podía salvar a Europa del nihilismo de la civilización moderna y de la decadencia, librándola de la tenaza que amenazaba con triturarla (los bolcheviques desde el este y los angloamericanos desde el oeste). Llevado de su cosmovisión nacionalista y apocalíptica, en los años treinta estimó que el movimiento hitleriano representaba la mejor opción para impulsar la regeneración europea. Más adelante juzgó que todo su error recaía en el hecho de haber depositado sus esperanzas en los nazis, al punto de manifestarle a Ernst Jünger que solo se disculparía por su pasado nazi si Hitler pudiera volver para disculparse con él (¡!). Hitler y sus secuaces habían arruinado la promesa mesiánica albergada por el nazismo, malogrando la «fuerza y grandeza interior» del movimiento al hacer caso omiso de la guía espiritual que su propia obra les ofrecía.

Si lo de Heidegger es pasmoso, una abdicación intelectual y moral en toda regla, lo de Carl Schmitt es repulsivo. Puso sus facultades como jurista, filósofo del derecho y pensador político al servicio del régimen nazi, actuando como un militante diligente (ingresó al partido en mayo de 1933) que abogaba por la supresión del «espíritu judío» en la jurisprudencia alemana, lo que se sumaba a sus ácidas diatribas de los años veinte contra la República de Weimar y su fundamentación teórica de la dictadura. Prestó una coartada filosófico-jurídica a los asesinatos cometidos en la llamada «Noche de los cuchillos largos» (30 de julio – 1 de agosto de 1934), y pergeñó una teoría geopolítica con que pretendía justificar el imperialismo alemán. Fue hasta el final de sus días un antisemita impetinente, cosa que no tuvo empacho en exhibir en sus Glossarium, notas personales que publicó en la posguerra, autoexculpatorios y plagados de autocompasión.

En la otra vereda, los pensadores escogidos por Lilla se posicionan en una amplia gama de actitudes antiliberales de tendencia izquierdizante, con grados diversos de influencia del pensamiento marxista pero también de otras fuentes, incluyendo a Kant, Hegel, Nietzsche, Henri Bergson y Roland Barthes, o la teología hebraica, como ocurre en Benjamin. Amplia gama, actitudes variopintas: desde la simpatía para con la URSS del ruso-francés Alexandre Kojève, que sin embargo, en su calidad de alto funcionario del estado francés, cultivó el neutralismo en materia de relaciones internacionales; hasta los necios desplantes anticapitalistas y antinorteamericanos de Foucault, que no perdía ocasión de elogiar revoluciones supuestamente libertarias y sórdidas dictaduras tercermundistas (siempre que demonizaran al imperialismo estadounidense).

En medio de sus reflexiones sobre el tema, Lilla trae a colación la postura de Jürgen Habermas, quien criticó el retiro de los intelectuales alemanes de la escena pública en la posguerra. 
«Habermas -escribe nuestro autor- ha sostenido que este retiro fue una conclusión equivocada que los pensadores alemanes extrajeron de sus errores previos. Desde principios del siglo XIX se habían habituado a retirarse de la política por principio y a recluirse en un mítico mundo intelectual gobernado por diversas fantasías sobre nuevas Hélades o paganos bosques teutones que hicieron que la tiranía nazi apareciera, para algunos de ellos, como el comienzo de una regeneración espiritual y cultural. 
En opinión de Habermas, solo descendiendo de las montañas mágicas de la ciencia (Wissenschaft) y de la formación (Bildung) hacia las tierras llanas del discurso político de la democracia, los intelectuales alemanes quedarán vacunados contra esta tentación. De haberlo hecho, podrían haber ayudado en la reconstrucción del espacio público que Alemania necesitaba desde el punto de vista cultural y político». El razonamiento es congruente con lo planteado por Wolf Lepenies en La seducción de la cultura en la historia alemana (ver reseña).

Ahora bien, adquiere relevancia a propósito de lo expuesto el problema de la conveniencia de la implicación de los intelectuales en la política cotidiana, o la validez del compromiso del intelectual. En su ensayo sobre Heidegger y el nacionalsocialismo (2012), el filósofo chileno Eduardo Carrasco no llega a desautorizar de raíz la intervención de los intelectuales en la política, pero expresa sus reservas ante la cuestión. Discurriendo sobre la relación entre filosofía y política, Carrasco remarca que los objetivos y perspectivas de ambas esferas difieren sustancialmente: la política está por fuerza atada a lo contingente, sujetando la mirada de sus agentes a lo inmediato, tornadizo y eventualmente efímero; la filosofía -lo mismo que la historiografía- opera a partir de un distanciamiento del presente en pos de los signos generales de los tiempos, desentrañándolos del bullicio y confusión de los acontecimientos cotidianos. «La filosofía y la política -aduce- no solo viven en tiempos diferentes, sino además, en cierto modo, contrapuestos, porque la atención a una modalidad del tiempo impide o dificulta la observación de la otra». 

Mientras la política apuesta al porvenir, a lo que está por suceder, la filosofía tiene en vista la verdad, lo que ya es; mientras la política atiende a lo particular, la filosofía se fija en lo general, lo universal. «Elevarse por encima de las particularidades, incluso de aquellas que parecieran más imposibles de superar, como, por ejemplo, la pertenencia a un pueblo o una nación, pareciera ser la condición que debe cumplir todo filósofo. […] La vocación de universalidad y de tolerancia es uno de los mayores aportes que la filosofía ha hecho a la humanidad» (Carrasco, ob. cit., cap. final). Aunque su obra está por lo general exenta del vicio de un craso presentismo, el que Heidegger supeditara no solo su actuación pública sino su visión de la época a los prejuicios y sesgos del nacionalismo es cuanto menos censurable.

En Las morales de la historia, obra que data de 1991, Tzvetan Todorov constata que la función de los intelectuales como guías y profetas ha caído en desuso, objeto de desconfianza generalizada tras un siglo de desaciertos. Todorov hace hincapié en que el intelectual no es un hombre de acción, por comprometido que esté en la vocería o defensa de causas políticas: 

«El hombre de acción -sostiene- parte de valores que para él caen por su propio peso; el intelectual, en cambio, hace de estos últimos el objeto mismo de su reflexión. Su función es esencialmente crítica, pero en el sentido constructivo de la palabra: confronta lo particular que vivimos todos con lo universal, y crea un espacio en el que podemos establecer un debate acerca de nuestros valores. Se niega a ver la verdad reducida tanto a la pura adecuación a los hechos de la que se vale el sabio, como a la verdad de revelación, la fe del militante; más bien aspira a una verdad de descubrimiento y de consenso, hacia la que uno se acerca al aceptar el examen reflexivo y el diálogo» (Todorov, ob. cit., cap. final). 

El proceso democrático, basado justamente en el diálogo y la búsqueda de consensos, reserva para los artistas y los sabios un rol legítimo en tanto intelectuales: no como entes pretendidamente ominiscientes y opinadores enciclopédicos, mucho menos como profetas, sino como individuos que asumen su pertenencia social y ejercen una función crítica en el debate en torno a los principios constitutivos de la sociedad democrática. Sobre todo en tiempos de convulsión, no parece razonable ni responsable que los intelectuales se sustraigan de la arena pública y se retiren a una vida puramente contemplativa. En este sentido, Todorov reivindica la figura del intelectual como un tábano, enemigo de la complacencia y de cualquier abandono de los asuntos de la polis. El ejemplo de Sócrates ilustra aquello a que apunta el pensador búlgaro-francés.

Lo que Mark Lilla depara en su obra es una estimulante inmersión en lo que llama la «seducción de Siracusa», en alusión a los frustrados intentos de Platón por encaminar al tirano Dionisio en la sabiduría y ecuanimidad de la filosofía.

VER+:


GUSTAVO LE BON - PSICOLOGÍA... by Arturo Manrique Guzmán


Lilla Mark Pensadores Temer... by Víctor M. Quiñones Arenas.