EL Rincón de Yanka: COMPROMISO

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domingo, 27 de abril de 2025

"LA MISIÓN DEL CRISTIANO NO ES APUNTALAR EL SISTEMA, SINO CAMBIAR EL MUNDO" por CUSTODIO BALLESTER



“La misión del cristiano 
no es apuntalar el sistema, 
sino cambiar el mundo”

Palabras pronunciadas por Custodio Ballester en la presentación del libro de Douglas Hyde, Compromiso y liderazgo, editado por Hazteoir.org:

En la misma línea que la Antología de Formación de Selectos del P. Ángel Ayala, S.I, Hazteoir ha vuelto a poner al alcance de los lectores un precioso y profético libro que denuncia nuestros complejos y apunta unos caminos no por olvidados menos novedosos, pues están apuntados en el Evangelio. 
“Nunca dudes de que un grupo pequeño de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, es lo único que alguna vez lo ha cambiado” y puede volver a hacerlo. Y es que se trata de eso: de cambiar, de transformar una realidad que tantas veces yace bajo el poder del Maligno (cf. 1Jn 5, 19). “Nosotros, por el contrario, que pertenecemos al día”, no a la noche ni a las tinieblas; “seamos sobrios. Revistámonos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación”. 
“Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma (Hb 10,39).

Douglas A. Hyde (1911–1981), autor de "Compromiso y liderazgo", fue un gran periodista inglés, educado como metodista por sus padres, pero que en su juventud perdió la fe y se hizo comunista durante 20 años, ocho de los cuales fue director jefe del periódico Daily Worker, el periódico del Partido Comunista en el Reino Unido. Pero, poco a poco, fue desilusionándose del comunismo al ver las grandes incongruencias de los comunistas soviéticos, hasta que llegó a encontrar un nuevo sentido a su vida, convirtiéndose a la fe católica.

Dice el Apocalipsis: “Y el que está sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y añadió: Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Ap 21,5). Tan fieles y verdaderas que están escritas en el corazón de cada hombre y mujer que viene a este mundo. Así lo sentía Douglas Hyde hace más de cincuenta años: “En algunos círculos –también eclesiásticos- está de moda despreciar ese idealismo, este deseo de cambiar el mundo que tachan de sentimentaloide”: No puede transformarse un mundo formado por hombres pecadores. Este cinismo llevó a muchos jóvenes a rechazar abrazar la causa de un comunismo que les ofrecía estar en el lado de los buenos en la lucha del bien contra el mal, y de la verdad contra la mentira (cf. pg 37).

Yo también he oído de boca de altos eclesiásticos parecidas palabras: “Siempre ha existido el aborto y siempre existirá. Que el estado regule el matrimonio gay y la adopción por homosexuales es inevitable ¿qué quieres hacer?”. Detrás de esas afirmaciones subyace la convicción –entre cínica y fatalista- de que todo ello es el inexcusable precio que debemos pagar por vivir en la sociedad del bienestar. Y cuando a alguien se le ocurre denunciar que, si no hay una directa cooperación formal o material en toda esta debacle social, sí que existe -en muchos ámbitos de la comunidad eclesial- una connivencia con el mal que por ser disimulada o silenciosa no nos hace menos cómplices… responden a su vez que la connivencia con el mal es inevitable, porque en caso contrario volveríamos a las cavernas… Palabras cuasi textuales.

Con estos presupuestos no es extraño que los que por nuestra vocación bautismal estamos llamados a “abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos seductores, a renovaros en la mente y en el espíritu y a vestiros de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas” (Ef 4, 22), nos encontremos ante el mismo muro de miedosa indiferencia con el que se topó el antiguo miembro del Partido Comunista británico: “En los grupos de estudio y en los cursillos de formación pueden discutir tranquilamente y durante todo el tiempo que quieran sobre los principios fundamentales y los derechos inalienables -“principios innegociables”, diríamos ahora-. Sin embargo, cuando hay que trasladarlos a la práctica, empiezan los problemas. 

El clero se pone nervioso ante lo que hay que hacer, y mira con aprensión a los que intentan aplicar su cristianismo a la sociedad pagana en la que viven. Al laico se le deja hablar cuanto quiere -congresos sobre los católicos en la vida pública, conferencias, encuentros-, pero cuando quiere pasar a la acción, se encienden todas las luces rojas” (p.111). Sin embargo, la gente no madura en una vitrina, sino cuando se lanza y aprende de sus errores. Si nunca das testimonio de tu fe, si no haces nada por ella, si no actúas, nunca te equivocarás. Pero no hacer nada, esperar tranquilamente el Juicio Final y a que sea el mismo Dios el nos saque las castañas de fuego, es una equivocación muchísimo más grave. Al decir del P. Ayala: “La oración es lo primero, pero no es lo único ni es suficiente”.

Podemos haber pasado todo un proceso de formación cristiana “sin haber oído nunca una palabra acerca de la misión social de la Iglesia o la responsabilidad de transformar la sociedad con el Evangelio desde nuestro trabajo, sindicato u organización profesional, su actividad política o sus relaciones con los demás” (pg. 54). Aparte de ir a misa los domingos, confesarse de vez en cuando y rezar por las noches, ¿alguien nos dijo alguna vez o alguien puso alguna vez en práctica que formamos parte del grupo de aquellos sobre los que, en su origen, recayó la responsabilidad de cambiar el mundo?

“La batalla de nuestra época es en última instancia una batalla para apoderarse de las almas y las mentes de los hombres”, dice Hyde. Pero, mientras los poderes de este mundo vocean su credo desde todas las tribunas, la voz de los cristianos suena baja y atemorizada. Mientras los poderes de este mundo dedican todas las horas del día; mientras ellos dedican todos los medios para apuntalar toda clase de perversiones, los cristianos dedicamos –los que más- algunas horas libres. Los comunistas de Hyde sabían que su objetivo era un mundo comunista. ¿Sabemos nosotros que nuestro objetivo es un mundo, una sociedad, una patria cristiana?

Por ello, Douglas Hyde, desde su experiencia como líder comunista y formador de líderes apunta, cual explorador de tierras no desconocidas, sino olvidadas, un nuevo y a la vez antiguo camino. Decía el profeta: “Paraos en los caminos a mirar, preguntad por la vieja senda: «¿Cuál es el buen camino?»; seguidlo, hallaréis reposo” (Jr. 6,16).

Lo que define a un verdadero líder, -todo comunista era líder y todo cristiano debiera serlo- deseoso de cambiar el mundo es, en primer lugar, la capacidad de sacrificio, que se concreta en capacidad de compromiso. Es decir, esa disposición por la que uno está dispuesto a dedicar tiempo, dinero, arriesgar su carrera y su nivel de vida para que triunfe la causa más justa y verdadera, para que la sangre que derramó Cristo por todos no sea inútil para algunos.

Un verdadero líder exigirá mucho a los suyos. Abandonará la ley de mínimos que busca hacer fácil y confortable la tarea para eludir así la responsabilidad, porque sabe que “si pide poco a la gente, obtendrá poco, pero si le pide mucho, responderán de forma heroica” (pg. 38). 
“Cuanto más materialista y comodona es una sociedad, más sobresale el que se compromete. El hombre que se compromete resulta atractivo justamente por su capacidad de compromiso”.

Friedrich Engels afirmó: “Los filósofos sólo han intentado explicar el mundo. Sin embargo, la misión es cambiarlo”. Cuando el líder consigue que los suyos se den cuenta de que ese cambio es necesario y posible, y que son ellos los que pueden conseguirlo, ha llenado entonces sus vidas de una fuerza dinámica tan poderosa que uno puede conseguir cosas que serían imposibles de otra manera. La vida tiene un fin, y por ello vale la pena vivirla plenamente.

Para un verdadero líder, la palabra y la acción están indisolublemente unidas en su mente y en su experiencia vital. Enviará a los suyos a hacer algo que movilice su valor moral, algo que les coloque en primera línea de fuego y que conduce a cambiar el mundo. No se limitará a pedirles que pasen a la acción. Él mismo está personalmente implicado en ella.

Un verdadero líder sabe que el progreso, el cambio, es fruto del conflicto: Porque “desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia, y los que luchan lo conquistan” (Mt 11,12). “No penséis que vine a traer paz a la tierra; no vine atraer paz, sino espada. Vine a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra la suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su propia casa” (Mt 10, 34).

Un verdadero líder considera su trabajo diario como una excelente oportunidad para luchar por la causa, que no es una especie de hobby al que dedica algunas horas libres. La causa es su vida. Si la nuestra es la mejor causa imaginable –la de Cristo-, eso nos confiere la obligación de difundirla entre los demás. Si a los comunistas no les importaba causar buena impresión, sino difundir su ideología, hemos de abandonar el politiqueo por obsoleto y anunciar la verdad, sin excepción ni compromiso.

Y es que el cristianismo debe crear líderes que se conviertan en “instrumentos voluntarios del proceso del cambio tanto en el mundo como en el trabajo o en la sociedad humana” (pg. 119), en el campo de actividad al que les lleve la vida. Es decir que, allá donde esté el cristiano, asuma el papel de líder. Un líder que se cristianice a sí mismo y luche por una sociedad cada vez más cristiana, un líder que ejerza -con ese objetivo- sobre la opinión pública la máxima presión posible.

Ante una situación nueva, la primera reflexión que se hace la gente es: “Que venga alguien y haga algo”. La reacción espontánea del líder es: “¿qué voy a hacer yo?” La acción y los principios que la sustentan, van siempre unidos en su mente y en su vida. Si cada cristiano adoptase esta actitud mental y actuase de acuerdo con ella, las cosas serían bien diferentes.

Por tanto, nos interesa formar líderes que actúen a favor de la causa de Cristo y de su Iglesia y no a favor de ellos mismos. Personas que entiendan lo que creen, comprometidos con su fe, y que intenten practicarla en todas las facetas de su vida personal y social. Y dispuestas a pagar el precio correspondiente. El mismo que su Maestro: “Per Crucem ad lucem” (POR LA CRUZ A LA LUZ).

Compromiso y liderazgo es un viaje de ida y vuelta, pero Douglas Hyde solo recorrió el primer tramo. Su obra nos cuenta los métodos de los comunistas para convertir su pestilente ideología en un éxito en todo el mundo. Nosotros tenemos sobre el autor la ventaja de conocer el desenlace de esta historia. Y sabemos también que algunos de los procedimientos de proselitismo más característicos de los comunistas fueron los procedimientos de los primeros cristianos y son los procedimientos de los santos, hoy redescubiertos. Los comunistas fracasaron porque sus fines eran espurios. ¿Están tus fines a la altura de tus procedimientos?
Douglas Hyde analiza los métodos comunistas de formación de líderes para aplicarlo al cristianismo en su obra recientemente republicada en castellano en Madrid en 2014, en un tomo de 147 páginas. A pesar de que los comunistas eran una minoría, habían logrado convencer a un gran número de personas para llevar a cabo sus ideales. Hyde llega a afirmar que «desde que se fundó el Partido Comunista, los éxitos de los comunistas han sido mayores que los de los cristianos... La mayoría de los éxitos comunistas son fruto de una forma de acción y de una manera de acercarse a la gente que debería ser utilizada por los cristianos, con mayor razón aún que por los comunistas» (p. 51). Otro aspecto a valorar de los comunistas es que hacen un buen uso de los recursos humanos que tienen y hacen suyo el lema: «cada comunista es un líder, cada fábrica una fortaleza» (p. 46). De hecho, Hyde consideraba que el compromiso era el punto de partida y la base fundamental para el liderazgo. Y se fijaba como objetivo que cada miembro del Partido Comunista debería formarse para convertirse en líder en caso de que fuera necesario y llevar a cabo una transformación de la sociedad y del mundo. Desde esta perspectiva, únicamente las órdenes religiosas podrían considerarse que siguen esta filosofía de vida. 

Los tres métodos más utilizados para el adoctrinamiento de los comunistas eran: una exposición seguida de preguntas, discusión o ambas; una discusión controlada ‒que se presentaba como el método más útil‒, e igualmente así como preguntas y respuestas. Douglas Hyde entendía que «para un comunista, la parte más importante del día transcurre en su trabajo. Considera su trabajo como una excelente oportunidad para luchar por su causa. Por el contrario, el católico activo se entrega a su actividad cuando ha finalizado su trabajo, cuando ha comido y se ha cambiado. Entonces es cuando dispone de un par de horas libres para entregarse a su causa».

Esta obra pretende determinar «los métodos comunistas de formación de líderes que pueden imitar o adaptar los cristianos, así como otros grupos» (p. 31). Entre 1910 y 1960 los comunistas consiguieron implantar su sistema político en un tercio del mundo, aunque en la actualidad la mayor parte ha quedado fuera de su área de influencia. Sin embargo, hoy en día «el número de personas que viven fuera de la esfera comunista es el doble de los que viven bajo su yugo. Así que no hay motivo para el derrotismo» (p. 33). De esta forma, una minoría ha logrado convencer a un gran número de personas en muy poco tiempo. En efecto, «los comunistas han aprendido por experiencia cómo llegar de la mejor manera posible a los demás, incluso cuando tienen que hacerlo por medio de una minoría» (p. 33). Uno de los aspectos más importantes es que el Partido Comunista está constituido por un núcleo reducido de forma deliberada, para que no pierda su naturaleza de élite. Sin embargo, Hyde consideraba cuando escribió su libro que «han logrado influenciar de forma profunda en el pensamiento de la mayoría. 

Las políticas del resto de los partidos serían muy diferentes si los comunistas no hubieran existido» (p. 33). Además, los comunistas hacen un buen uso de los recursos humanos que tienen a su disposición. Por este motivo, su autor considera que el compromiso es el punto de partida y la base fundamental para el liderazgo. Los comunistas funcionan con una utilización efectiva de los recursos humanos y hacen suyo el lema: «cada comunista es un líder, cada fábrica una fortaleza». 
En efecto, este objetivo pretende que cada miembro del Partido Comunista debería formarse para convertirse en líder en caso de que fuera necesario; y cuando en una fábrica haya muchos líderes esa fábrica será una fortaleza del comunismo y prácticamente irreductible (p. 46). D. Hyde llegaba a afirmar que «desde que se fundó el Partido Comunista, los éxitos de los comunistas han sido mayores que los de los cristianos... La mayoría de los éxitos comunistas son fruto de una forma de acción y de una manera de acercarse a la gente que debería ser utilizada por los cristianos, con mayor razón aún que por los comunistas» (p. 51). 

En efecto, quien se hace comunista sabe que debe mostrar el máximo compromiso con el Partido y entregarse al cien por cien para transformar la sociedad y el mundo. Los cristianos deberían aprender de este compromiso adquirido por los comunistas, que no persiguen sólo salvarse a sí mismos sino transformar la sociedad por medio de los valores cristianos. En realidad, únicamente las órdenes religiosas siguen esta filosofía de vida. Pero esa formación que recibe el nuevo afiliado debería estar dirigida a la acción (p. 68). 
El adoctrinamiento de los comunistas tiene su punto más fuerte en los métodos que utilizan o utilizaban en el momento en que Hyde escribió su libro: clases en las que el profesor habla menos de una hora y responde a las preguntas; grupos reducidos de estudio para convertir a líderes que estén preparados para la acción (p. 81). Los tres métodos más utilizados eran: una exposición seguida de preguntas, discusión o ambas; una discusión controlada ‒que se presenta como el método más útil‒; así como preguntas y respuestas. 

El número de asistentes al curso debería oscilar entre 3 y 15, de forma que todos puedan implicarse en la discusión. De todos modos, en los países comunistas se intentan inculcar ideas y adoctrinar de forma sutil. Douglas Hyde entiende que «para un comunista, la parte más importante del día transcurre en su trabajo. Considera su trabajo como una excelente oportunidad para luchar por su causa. Por el contrario, el católico activo se entrega a su actividad cuando ha finalizado su trabajo, cuando ha comido y se ha cambiado. Entonces es cuando dispone de un par de horas libres para entregarse a su causa» (p. 101). En otras palabras, el comunismo quiere que el trabajador sea el mejor en su trabajo y el más efectivo en su puesto de trabajo.

En efecto, los comunistas tenían y siguen teniendo fama de buenos propagandistas, en la medida en que creen que han descubierto lo que el mundo necesita para ser mejor. Pero al mismo tiempo hay que estar en contacto directo con la gente. Además, Hyde considera que «Lenin tenía razón al decir que las ideas sencillas pueden incitar a la acción a gente sencilla y auténtica» (p. 128). La antigua Ley Fundamental de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1977 señalaba en su preámbulo: «El objetivo supremo del Estado soviético es edificar la sociedad comunista sin clases en la que se desarrollará la autogestión social comunista. Las tareas principales del Estado socialista de todo el pueblo son: crear la base material y técnica del comunismo, perfeccionar las relaciones sociales socialistas y transformarlas en comunistas, educar al hombre de la sociedad comunista, elevar el nivel material y cultural de vida de los trabajadores, garantizar la seguridad del país, contribuir al fortalecimiento de la paz y al fomento de la cooperación internacional. 

El pueblo soviético, guiándose por las ideas del comunismo científico y fiel a sus tradiciones revolucionarias, apoyándose en las grandes conquistas socioeconómicas y políticas del socialismo, aspirando al sucesivo desarrollo de la democracia socialista, considerando la posición internacional de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como parte integrante del sistema socialista mundial y consciente de su responsabilidad internacionalista, manteniendo la continuidad de las ideas y de los principios de la primera Constitución soviética, la de 1918, de la Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1924 y de la Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1936, refrenda los fundamentos del régimen social y de la política de la URSS, establece los derechos, libertades y deberes de los ciudadanos, los principios de organización y objetivos del Estado socialista de todo el pueblo y los proclama en la presente Constitución». 

Este libro de Douglas Hyde (1911-1996) recoge el seminario que hizo el autor sobre Formación del Liderazgo, en el Congreso anual del Secretariado de Misiones en Washington, D.C. Su autor ocupó la primera fila en el Partido Comunista británico, aunque ‒como él mismo confiesa‒ abandonó este proyecto en los años cincuenta del pasado siglo XX para acercarse al catolicismo.


Como formar dirigentes


El libro de Douglas Hyde, no es uno de estos títulos tan socorridos hoy en día de «cómo ganar un concurso de pesca en diez días». Ciertamente el Cursillo de Cristiandad despierta una auténtica inquietud por los demás Se le he dicho a quien ordinariamente ha hecho el hallazgo gozoso de un Dios amigo que sus hermanos le esperan. Desea ser dirigente. Desea darse. Falla muchas veces el cómo darse y sobre todo, cómo enseñar a que los demás se den. Misión primordial de las Escuelas de Dirigentes que están afincadas ya en todas las partes del mundo. Este libro quiere ser un buen empujón a quienes se están cansando «con el cansancio de los buenos». A quienes hicieron mucho, quizá trabajaron como diez, pero nunca se les ocurrió que podrían hacer trabajar a diez. Por eso, en la hora diaria del examen de conciencia, el buen dirigente se pregunta: «¿Que he hecho hoy que habría podido hacer realizar a otro?».
 
Douglas Hyde, hace como un viejo y querido sacerdote hacia en mi parroquia. El muy cuco nos explicaba historietas a toda le chiquillería antes del Rosario. La gente era mucho más puntual al templo y sobre todo, al socaire de los peques, recibían el sermón los mayores. «Corno formar dirigentes» es un libro que a primera vista pueda parecer escrito como manual de comunismo. No hay tal. Es el sermón del cura. Para que nosotros aprendamos. Para que en muchos aspectos de nuestra religión sepamos llevar a la práctica una palabra muy apostólica: EFICACIA.
PRESENTACIÓN

Centenares de libros han sido escritos sobre lo que hay de erróneo en el comunismo. Este libro da todo esto por sabido y pretende exponer todo lo que los comunistas pueden enseñarnos. A pesar de todos los errores del comunismo como doctrina, el movimiento comunista ha destacado con éxito en el modo como ha sabido encender a sus seguidores para que se lanzasen «a cambiar el mundo». «COMO FORMAR DIRIGENTES», es un estudio detallado de los métodos que los comunistas usan para despertar en sus seguidores este excepcional grado de entrega. Examina las técnicas para promover y mantener esta dedicación durante años, y describe paso a paso el proceso mediante el cual cualquier insospechada potencialidad para dirigentes es desarrollada y usada con efectividad.

El Editor


PRÓLOGO

Para comprender la intención de este libro es preciso conocer su origen y evolución. Empezó como un intento para responder desde mi propia experiencia a la pregunta que suele formularse tan a menudo. 

«¿Por qué los comunistas son tan entregados y tienen tanto éxito como dirigentes mientras que en los demás movimientos frecuentemente no es así?».
Fui llamado para contestar a esta pregunta en una serie de conferencias pronunciadas a modo de seminarios de instrucción de dirigentes, en la convención anual del Secretariado de Misiones en Washington. Estaban presentes centenares de religiosos y dirigentes en potencia provenientes de casi todas las partes del mundo, especialmente de Asia, África y Latinoamérica. Los organizadores me instaron a que hablase de un modo tan libre como lo deseara, ya que el propósito era examinar porqué los católicos eran débiles y por contraste los comunistas fuertes. Les tomé la palabra y no quise eludir ningún golpe. Esto explica porqué en este libro —escrito en forma vivencial más que como libro de texto— intento acentuar el éxito comunista y la debilidad católica. 

El seminario original fue oportuno adaptarlo a las necesidades de otras organizaciones, Católicas y no-Católicas. Espero que en su forma actual «Formación de dirigentes» pueda ofrecer algo nuevo al hombre interesado en la psicología comunista y en particular a todo el que crea que hay una urgente necesidad de formación de dirigentes en el mundo no-comunista. Por encima de todo este libro pretende ser un desafío a quien diga lo contrario.

DOUGLAS HYDE

¿Le puede enseñar algo un comunista a un católico?

«No temas, porque yo estoy contigo, 
no te inquietes, porque yo soy tu Dios; 
yo te fortalezco y te ayudo,
yo te sostengo con mi mano victoriosa»
Isaías 41,10

El paso de la Iglesia a la militancia comunista fue un hecho bastante extendido en nuestro país hace algunos años en determinados ambientes, pero no abundan los testimonios al respecto y todavía falta la obra de referencia que permita entender los mecanismos a través de los cuales la Iglesia perdió fieles que pasaron a engrosar las filas de las más variadas formaciones de extrema izquierda.
Son más frecuentes las narraciones en sentido contrario: la conversión del comunista. Douglas Hyde, líder del Partido Comunista británico (CPGB), abandonó la severa militancia marxista (nada que ver con la tradicionalmente ociosa de los socialistas) y dedicó algunos años al servicio de la Iglesia explicando por qué los comunistas eran tan eficaces propagando su tóxica ideología y qué enseñanzas se podían deducir de ello para aplicarlas a la evangelización.

Hyde nació en el Reino Unido, en 1911, poco antes de la revolución que daría el poder a los comunistas en Rusia, y murió en 1996, cuando la Unión Soviética era ya algo más que un cadáver enterrado en el cementerio de los horrores de la Historia. Educado en un hogar metodista,estuvo casado, tuvo cuatro hijos y ejerció el periodismo.
Douglas Hyde, «Douggie», militó en el Partido Comunista británico durante 20 años y alcanzó puestos importantes en su estructura. La labor más importante que desarrolló fue la dirección del periódico oficial del partido, el Daily Worker, tarea en la que destacó, convirtiendo aquel panfleto en un diario de gran difusión, que llegó a los 120.000 ejemplares cada día.
En 1948, con Stalin todavía en el poder, Hyde abandonó el PC, se convirtió al catolicismo y dedicó los años siguientes a servir a la Iglesia explicando su propia experiencia y extrayendo de ella conclusiones prácticas aplicables a la propagación de la fe. También siguió ejerciendo el periodismo en las páginas del semanario Catholic Herald.

En su autobiografía, Hyde cuenta de esta manera su conversión:

«Yo creía que todos los sacerdotes, monjas y monjes eran inmorales, que los jesuitas eran siniestros y criminales. Y seguía conservando mis prejuicios comunistas.
En el partido sosteníamos que la población católica representaba la parte más atrasada, inculta y políticamente moribunda del pueblo y que los católicos estaban hundidos en la superstición y gobernados, sin esperanza de liberación, por los curas.
Un día, al salir de la oficina, entré en una iglesia católica. Permanecí una hora sentado en la oscuridad, iluminada sólo por la vacilante llama de las velas del altar. A la mañana siguiente volví teniendo cuidado de que no me viera nadie.
Cuanto más veía aquella iglesia, más me gustaba. Pero seguía sin poder rezar. Era ridículo y degradante arrodillarse, un signo de sumisión, de rendimiento,de humildad.
Era como hablar con alguien que no estaba presente, que ni siquiera existía. Pero yo seguí yendo día tras día, noche tras noche.
Una mañana sucedió algo. Estaba sentado en la penumbra de Santa Etheldreda, en el último banco, como de costumbre, cuando entró una joven de unos dieciocho años, pobrement e vestida y no muy agraciada.

Me pareció que sería una criada irlandesa. Al pasar por mi lado vi la expresión de su rostro:estaba preocupada.
Como yo, tenía evidentemente alguna grave preocupación. Con paso decidido avanzó por el centro de la iglesia hacia el altar, después giró hacia la izquierda, encaminándose aun reclinatorio en el que se arrodilló delante de Nuestra Señora, después de haber encendido una vela y echado unas monedas en la alcancía.
A la luz de la llama de la vela pude ver cómo sus manos pasaban unas cuentas y cómo inclinaba la cabeza de vez en cuando. Aquella era una práctica católica que yo desconocía. Aquel era el mundo de la fe. Aquel era el mundo que yo buscaba.

¿Era una superstición? ¿Era el mundo propio de los salvajes? Al pasar a mi lado, cuando salía, miré el rostro de la joven. Fuera cual fuera, su preocupación había desaparecido. Sencillamente desaparecido. Y yo hacía meses y años que llevaba a cuestas el peso de la mía.
Cuando estuve seguro de que nadie me veía, me encaminé casi como un perro por el centro de la iglesia como ella había hecho. Al llegar al altar, giré a la izquierda, eché unas monedas en la alcancía, encendí una vela, me arrodillé en el reclinatorio e intenté rezar a Nuestra Señora.
Si iba a ser supersticioso y empezaba a rezar a alguien que no estaba allí, bien podría dar un paso más en mi superstición y rezar a una imagen.

¿Pero cómo se rezaba a Nuestra Señora? Yo no lo sabía. ¿Se rezaba a Ella o por medio de Ella, como si fuese una intermediaria? ¿Se contemplaba la imagen para ver la realidad que había tras ella o había que dirigir las palabras solamente a la imagen? Tampoco lo sabía.
Intenté recordar alguna oración dedicada a Ella de la literatura medieval o algo de los poemas de Chesterton o Belloc. Pero fue inútil...

Fuera de la iglesia traté de recordar las palabras que había pronunciado y casi me eché a reír. Eran la letra de una música de baile del año veinte, de un disco de gramófono que había comprado en mi adolescencia: "Oh dulce y encantadora señora, sed buena. Oh Señora, sed buena conmigo".

A las ocho y media de la noche del 17 de enero de 1948 telefoneé al colegio de los jesuitas de nuestro barrio para bautizar a nuestros dos hijos y nuestra instrucción comenzó bajo la dirección del Padre Joseph Corr, un santo y culto anciano jesuita del norte de Irlanda, que comenzó su tarea sin hacernos más preguntas. Tardó semanas en saber quién era yo».

El libro que tienes en las manos resulta particularmente útil en dos sentidos concretos. Por un lado traza un panorama muy preciso y exacto, casi se diría que naturalista, de los códigos de comportamiento de los militantes comunistas desde el final de la segunda guerra mundial hasta los años 60, y aporta un análisis que mantiene su validez hasta las postrimerías del régimen soviético y la caída del Muro. Si quieres entender hoy a la izquierda, lo que significa ser de izquierdas y los valores y principios que empapan esa ideología, esta obra es de una grandísima utilidad. A pesar de que, en nuestros días, la izquierda de la que habla Hyde se haya perdido, sustituida por un deshecho de mediocridad, vulgaridad y estupidez, al que sus seguidores, a falta de propuestas ideológicas específicas, denominan «progresismo».

Pero además Compromiso y liderazgo permite extraer jugosas conclusiones acerca del activismo, en especial sobre cómo hacer más eficaz la movilización y la implicación ciudadana en la vida pública, conclusiones que se pueden trasladar con gran provecho al quehacer de las organizaciones sociales de nuestros días. Los métodos de trabajo, las técnicas de propaganda, los resortes que mueven a las personas ala acción y ala entrega a una causa,son perfectamente válidos, se trate de un partido comunista o de una asociación de defensa de las libertades. En este sentido, este libro es una suerte de útil «catecismo» para el activismo cívico.

Y antes de entrar en asuntos más morbosos, una aclaración y una cita episcopal.
La aclaración: prepárate unos litros de tila si eres de los que, sin conocer en profundidad el marxismo, notas cómo la cabeza empieza a dar vueltas alrededor de tu cuello cada vez que oyes la palabra «comunismo». Si padeces ese síntoma quiero avisarte de antemano: en lo que vas a leer a continuación y en el texto que sigue de Douglas Hyde no vas a encontrar una apología anticomunista en la que refocilarte. Este no es un libro anticomunista, ni una apología de los males endémicos de la izquierda.

En estas páginas encontrarás primero un modesto análisis de las razones por las cuales quien escribe,junto a muchos otros, cambiamos la fe católica por la militancia comunista y estuvimos convencidos de que hacíamos lo correcto. Y sobre todo hallarás una profunda disección de los métodos de actuación que los comunistas utilizaron cuando sus partidos eran las organizaciones sociales más activas e influyentes del mundo.

Así pues esta obra tiene como fin ayudarte a ser más eficaz a la hora de movilizar en favor de tu causa. Y ahora la cita episcopal. Pertenece Monseñor Cortés Soriano, vicepresidente de la Comisión episcopal de seminarios y universidades de la Conferencia Episcopal Española y presidente de la Subcomisión de universidades de la CEE. Dice así:
«La doctrina marxista ofrecía tantos puntos en común con el compromiso cristiano sobre el mundo, que muchos cristianos la asumieron como instrumento de transformación social».

¿El comunismo tiene mejores técnicas que el cristianismo? (Tertulia HO)

viernes, 6 de septiembre de 2024

📝 CARTA ABIERTA A LOS LAICOS COMPROMETIDOS por P. FLAVIANO AMATULLI VALENTE, fmap



Mis queridos (as) hermanos (as) en Cristo:

Antes que nada, permítanme felicitarles por su actitud de compromiso con la misión de la Iglesia. En un mundo, dominado por el egoísmo y el interés personal o de grupo, ustedes representan un testimonio de libertad y valentía, al ver más allá de los estrechos horizontes de la cotidianidad y comprometerse con las grandes causas del Evangelio.

Vino nuevo en odres nuevos

Como católicos metidos totalmente en los asuntos del mundo y al mismo tiempo en la vida de la Iglesia, se habrán dado cuenta de un cierto desequilibrio, que existe en nuestros ambientes con relación al mundo en que vivimos. Mientras en la sociedad se han dado grandes cambios con relación al pasado, en la Iglesia persisten aún instituciones, estructuras y estilos de vida propios de otros tiempos. El mismo lenguaje filosófico- teológico, que se maneja a nivel oficial, hace siempre más difícil la transmisión del mensaje y la comunicación entre los pastores y los feligreses.
Pues bien, en esta situación, ustedes, bien empapados de los valores evangélicos, sensibles a las exigencias de la sociedad contemporánea y manejando oportunamente el lenguaje actual, tendrán la tarea de hacer más accesible el Evangelio al hombre de hoy. Al mismo tiempo, al interior de la Iglesia, mediante su testimonio de sinceridad y espontaneidad, irán creando un nuevo tipo de relaciones entre todos, más respetuoso de la dignidad humana y más acorde al Evangelio.

Carismas diferentes

Como católicos comprometidos, dedíquense por tanto a lo propio y dejen a los demás lo que les corresponde. ¿Qué dijo Jesús? ‘Deja que los muertos sepulten a sus muertos. Tú vete a anunciar el Reino de Dios’ (Lc 9, 60). Si Dios los llamó para anunciar el Reino de Dios, ¿por qué van a dedicar su tiempo a otras cosas?
Que los demás se dediquen a las rifas y a la venta de los tamales. Es su manera propia de colaborar en los asuntos de la Iglesia. Pero, si cada uno de ustedes recibió algún carisma, don o capacidad especial para el bien de toda la Iglesia, dedique su tiempo precioso a vivir y actuar según este carisma y no lo desperdicie en asuntos de poca importancia, al margen del don recibido.

Colaboradores, no siervos ni esclavos de nadie

Posiblemente su manera de actuar va a molestar a los que están acostumbrados a tratar a los laicos como si fueran niños. Pues bien, dependerá de ustedes, de su capacidad de enfrentar estas situaciones, si se volverán en agentes de cambio dentro de la Iglesia o contribuirán a reforzar, mediante una actitud sumisa y acrítica, modelos infantiles de relaciones, totalmente al margen de la enseñanza de Cristo y el sentir propio de nuestros tiempos.
Haciendo esto, más que contribuir al progreso de la Iglesia, la van a perjudicar más, perpetuando vicios del pasado y aislándola más del mundo en que vivimos, más sensibles a los valores de la libertad y dignidad.

Obediencia y autonomía

Alguien, al enterarse de esto, podrá escandalizarse, pensando que se está faltando al respeto y la obediencia, que se debe a los pastores de la Iglesia. Será su manera propia de ver las cosas, rezago de épocas feudales. En realidad, el respeto no está reñido con la dignidad de la persona y la obediencia no consiste en decir siempre sí, sin tener en cuenta de qué se trata.
Ahora bien, ustedes, con su manera de actuar, tienen que ayudar a los pastores de la Iglesia a madurar en la manera de ejercer la autoridad, dejando a un lado el estilo autoritario que los caracterizó en el pasado. Todo esto, cuando se trata de asuntos eclesiales.

Cuando, al contrario, se trata de asuntos directamente profanos, tienen que exigir su completa autonomía. En este caso, son ustedes, que, bien empapados del sentir que emana del Evangelio, van a tomar las decisiones pertinentes, sin dejarse manipular por nadie, sea quien sea, no importando el cargo que ostente dentro de la jerarquía eclesiástica.
No se olviden de la advertencia de Jesús: “Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12, 17) o del refrán popular: “Zapatero a tus zapatos”. Solamente así podrán representar una voz genuina al interior de la Iglesia, con una sensibilidad y con una visión original de los problemas.
De otra manera, correrán el peligro de volverse en puros repetidores de conceptos, sin el calor y la fuerza de la experiencia y sin incidencia en la realidad.

Influjo en la sociedad

Un amplio panorama se presenta ante sus ojos para que puedan actuar en la sociedad como verdaderos discípulos de Cristo, comprometidos con el bien común. Las posibilidades son enormes: la política, la comunicación, la educación, la seguridad, la impartición de la justicia, el arte, el campo, la fábrica, el taller, el servicio social a solas o en forma asociativa (las ONG’s), etc.
Que en todo esto tengan el valor de decir sí, cuando es sí, y no, cuando es no (Mt 5, 37), actuando siempre con independencia de criterio y dejándose guiar solamente por la luz del Evangelio y su conciencia, realmente preocupados por el bien común y el pleno respeto al derecho de cada quien.

Que como laicos comprometidos empiecen a incursionar en los medios de comunicación masiva, como comunicadores y como dueños de los mismos, y también en la educación, contando con colegios y universidades propias. Así podrán contribuir directamente en la formación de sus hijos y las nuevas generaciones de católicos, según el estilo propio que ustedes quieran implantar a la luz de su experiencia, sin una dependencia continua del clero o de otro tipo de instituciones católicas, que a veces de católico tienen solamente el nombre.
Que en todo esto actúen con plena honestidad intelectual, rectitud de intención y fidelidad al Evangelio y el hombre de hoy, rompiendo monopolios y afirmando sin reticencia alguna su identidad católica, más allá de toda retórica aperturista, que en muchos casos lo único que pretende es garantizar mayores ingresos económicos, diluyendo el sentido de la fe y dando cabida a todos y a todo.

Influjo dentro de la Iglesia

Al mismo tiempo, se les presentan grandes oportunidades para poder influir dentro de la Iglesia, llevando el aire fresco de la espontaneidad, la sinceridad y la autenticidad. Que no los atrape la tentación de la rutina y el ritualismo. También en este caso, es mejor “dejar que los muertos sepulten a sus muertos” (Lc 9, 60). En realidad, hay gente que se encarga de eso.
Ustedes, como laicos comprometidos y al mismo tiempo sin ningún interés de orden económico o prestigio, dedíquense a descubrir nuevas formas de captar y vivir el mensaje evangélico, teniendo en cuenta la realidad concreta en que viven. En este sentido pueden aportar mucho en el campo de la catequesis, la liturgia, la administración o la evangelización de los alejados.

No se sientan esclavos de nadie. Si encuentran dificultad para realizarse en un determinado lugar, vayan a otro (Cf. Lc 10, 10). Así podrán realizarse plenamente y dar lo mejor de sí, evitando el peligro de un desgaste constante en situaciones de conflicto, rechazo o imposición.
Conozcan sus derechos como miembros de la Iglesia y háganlos respetar. Que no vaya a pasar que, mientras estén luchando por la afirmación de la dignidad humana en la sociedad, al interior de la Iglesia, por cobardía o un malentendido espíritu de obediencia y fidelidad, permitan cualquier tipo de atropello.
Al contrario, si quieren dar un mejor servicio a la Iglesia, tienen que luchar para que, también dentro de la Iglesia, se respeten los derechos humanos y se pueda llegar a establecer alguna institución específica al respecto.

Grupos Apostólicos y Movimientos Eclesiales

Es donde mayores oportunidades tienen de organizarse autónomamente y planear acciones concretas más conformes a su manera de ver las cosas. Como se dan cuenta, la Iglesia necesita estructuras nuevas, que le permitan actuar con mayor incidencia en el mundo de hoy. Pues bien, ustedes tienen la oportunidad de organizarse de manera tal que todos y cada uno de ustedes tenga la oportunidad de realizarse plenamente y ofrecer al mismo tiempo a la Iglesia un servicio más especializado en las distintas áreas, contando con los recursos de sus mismas instituciones.

Pues bien, para que su presencia dé a la Iglesia los frutos esperados, los invito a ser creativos a lo máximo, ensayando nuevos métodos de apostolado y creando nuevas estructuras de evangelización, que sirvan de estímulo para el actual aparato ministerial de la Iglesia, atrapado muchas veces en moldes de otros tiempos y casi asfixiado.
Que no le tengan miedo a la resistencia que les pueda venir de parte de algunos miembros del clero, celosos de sus prerrogativas y temerosos ante todo lo que sabe a novedad y puede representar un peligro para su seguridad y prestigio. Que se den cuenta de que no se trata de competencia, sino de colaboración en una misión que es tarea de todos los miembros de la Iglesia.
Una de las condiciones esenciales para vivir y actuar con libertad, según el propio carisma, es poder contar con instalaciones propias y medios propios de subsistencia.

Centros de formación

Para que puedan ir formándose cada día mejor con miras a ofrecer un mejor servicio a la Iglesia y a la sociedad, es oportuno que ustedes mismos intervengan en la formulación y aplicación de los programas o cuenten con centros de formación propios. Solamente así será posible garantizar una preparación práctica, no solamente teórica, con análisis precisos de la realidad y entrenamiento para enfrentar y resolver los problemas reales, que nos están afectando como Iglesia y sociedad, fijándose más en los resultados concretos que en las buenas intenciones.

Conclusión

Hay voces recurrentes que hablan de una nueva época en la historia de la Iglesia, en que el papel del laico será determinante. Adelante, pues, con valentía y espíritu de creatividad. A ver qué nos depara el Espíritu.

Siempre unidos en la oración y el común ideal, que es la misión.

Atentamente,

Tuxtepec, Oax., 21 de marzo de 2008.
VIERNES SANTO- INICIO DE LA PRIMAVERA

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jueves, 9 de mayo de 2024

EL AMOR, NO ES UN SENTIMIENTO, ¡ES UNA DECISIÓN INCONDICIONAL! 💕

EL AMOR, NO ES UN SENTIMIENTO, 
¡ES UNA DECISIÓN INCONDICIONAL!

Un esposo fue a visitar a un sabio consejero y le dijo que ya no quería a su esposa y que pensaba separarse.
El sabio lo escuchó, lo miró a los ojos y solamente le dijo una palabra:
- ¡Ámala! -luego guardó silencio-.
_ Pero es que ya no siento nada por ella.
- ¡Ámala! -replicó una vez más el sabio-.
Y ante el desconcierto del esposo, después de un oportuno silencio, el viejo sabio agregó lo siguiente:
_ Amar, ¡es una decisión!, no un sentimiento.
Amar es dedicación y entrega.
Amar es un verbo y el fruto de esa acción es el amor.
El Amor es una labor de jardinería: arranque lo que le pueda hacer daño a su jardín, prepare el terreno, siembre, sea paciente, riegue y cuide. Esté preparado porque habrá plagas, sequías o excesos de lluvias, mas no por eso abandone su jardín.
Ame a su pareja, es decir, acéptela, valórela, respétela, dele afecto y ternura, admírela y compréndala. Eso es todo, ¡Ámela!

Por eso la vida sin amor a Dios, ni a ti mismo, ni a tu pareja, ni a lo que rodea podría tener estos efectos.
Inteligencia sin amor, ¡te hace perverso!
Justicia sin amor, ¡te hace hipócrita!
Éxito sin amor, ¡te hace arrogante!
Riqueza sin amor, ¡te hace avaro!
Docilidad sin amor, ¡te hace servil!
Belleza sin amor, ¡te hace ridículo!
Verdad sin amor, ¡te hace hiriente!
Autoridad sin amor, ¡te hace tirano!
Trabajo sin amor, ¡te hace esclavo!

Por tanto, EL AMOR, EL VERDADERO AMOR, ¡ES INCONDICIONAL! Así como Jesús amó a su Iglesia y dio su vida, sin espera nada a cambio y sólo espera nuestro arrepentimiento… 

¿QUÉ ESTÁS DISPUESTO A HACER POR TU PROPIO JARDÍN PARA QUE EL AMOR FLOREZCA?

LA MEJOR DEFINICIÓN DEL AMOR
Padre Juan Jaime Escobar 👍 
EL AMOR es una DECISIÓN, 💪 🙏 ❤️ 
NO un SENTIMIENTO. 🤗


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lunes, 3 de abril de 2023

EL VALOR DE (ATREVERSE A) PENSAR: LA URGENCIA DE LA FILOSOFÍA Y DEL PENSAMIENTO COMPROMETIDO 💭🙋 por CARLOS JAVIER GONZÁLEZ SERRANO


El valor de (atreverse a) pensar: 
la urgencia de la filosofía 
y del pensamiento comprometido


«El camino de la belleza conduce a la libertad.»
Schiller, Cartas sobre la educación 
estética de la humanidad

Con el dominio de la tecnocracia y la omnipresencia de las pantallas, cada vez estamos más sujetos emocionalmente a un sinfín de estímulos superfluos que luchan por acaparar nuestra atención y, por tanto, nuestro tiempo. Los grandes imperios económicos procuran mantenernos permanentemente ocupados a través de numerosos incentivos y alicientes que parecen interpelarnos personalmente. Hay una clase de ruido (causante de un existir acelerado, anestesiado y sin sentido de la autonomía) que sólo puede interrumpirse lejos de una pantalla. Hoy la auténtica lucha es por nuestra atención: sobre a quién permitimos que se adueñe de ella. Hay que educar la atención.
Esta preocupante y nociva circunstancia conecta de modo directo con la manera en que buena parte de la sociedad está siendo empujada a vivir. Me refiero a la hiperproducción del sujeto contemporáneo, tan bien caracterizada por el pensador surcoreano Byung-Chul Han en todas sus obras. En uno de sus libros más contundentes y recomendables (Psicopolítica), Han asegura que «hoy creemos que no somos un sujeto sometido, sino un proyecto libre que constantemente se replantea y se reinventa», postura ilusoria que el autor destapa de esta forma: «Pues bien, el propio proyecto se muestra como una figura de coacción, incluso como una forma […] de sometimiento».

No sólo la juventud (como suele denunciarse bajo prejuicios edadistas), sino la sociedad tomada como un todo ha caído en una coacción mediante la cual los dispositivos móviles se han convertido en instrumentos de sometimiento y regulación de nuestro tiempo. En este sentido, se nos ha hecho esclavos voluntarios de una autoinducida hiperproductividad en la que el amo y el esclavo son el mismo usuario: 
es el sujeto del rendimiento el que se obliga a trabajar en sí mismo, a lo que Han llama «el sujeto neoliberal». La aparente libertad nos convierte en esclavos, pues –en expresión de Han– «el neoliberalismo es un sistema muy eficiente, incluso inteligente, para explotar la libertad. Se explota todo aquello que pertenece a prácticas y formas de libertad, como la emoción, el juego y la comunicación».

La filosofía, como ejercicio en el que se pone en juego la palabra activa y donde se lleva a cabo un libre intercambio de pareceres argumentados, fundados en un conocimiento o aparataje intelectual (el propio de la historia de la filosofía), ha de propiciar –y de hecho propicia, si no se presenta de una manera dogmática– la toma de conciencia de esta peligrosa deriva antropológica contemporánea mediante la cual el sujeto queda transformado en una suerte de órgano sexual de reproducción del capital. La filosofía como revolución intelectual. Como rebelión de la inteligencia.
Mediante un sucedáneo de libertad, se nos insta a participar de continuo en un plural y entretenido juego de mercadeo en el que se ponen en venta nuestros intereses, gustos, relaciones y apetencias. Nuestra intimidad. Resulta casi imposible hacer una pausa entre tanto ruido, y cuando esa pausa se lleva finalmente a cabo es señalada y causante –en no pocas ocasiones– de una particular culpa: la de sentirse aislados o apartados del sistema. Byung-Chul Han también apunta en este sentido:

Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja resistencia alguna contra el sistema (y el régimen comunista  te elimina o te reprime).
A través de las herramientas que proporciona la filosofía en su vertiente de aprender a filosofar (es decir, a pensar consciente, libre y responsablemente), quien se inicia en el proceder filosófico es capaz –o al menos se pone en condiciones– de percatarse de que mediante tales dinámicas tecnocráticas ha acabado por ser un explotador voluntario de sí mismo. A ello podemos añadir estas palabras de Emilio Lledó (Sobre la educación):
Enseñar a pensar quiere decir, fundamentalmente, dejar que la inteligencia, con el cultivo de las preguntas elementales, de las informaciones elementales alejadas de los intereses con que la autoridad entremezcla sus instituciones educativas, alcance su libertad y, con ella, su autarquía.
Es a esto y no a otra cosa a lo que se refirió Kant en sus escritos sobre la Ilustración cuando aludió a la minoría o mayoría de edad de la población. Quien se atreve a pensar por sí mismo es quien, con ello y a la vez, se atreve a caer en la cuenta de que uno se encuentra en un mundo, y lo habita, pensándolo desde una configuración previa que le viene dada. En nuestro caso, el imperio de la tecnología. La filosofía, pero sobre todo el ejercicio del filosofar, invita a cuestionar esa configuración previa, preestablecida o masticada para reflexionar activamente sobre el escenario que habitamos. No por el hecho vacuo o diletante de pensar por pensar, sino por el compromiso de pensar para actuar.

Otro punto importante, sugiere Kant, es que cuando este movimiento de ilustración personal se ha iniciado, no puede detenerse, es imparable, porque la razón se percata de la importancia de encontrar evidencias objetivas y autónomas de cuanto se piensa y se hace. Tal es la exigencia que la propia razón se impone a sí misma, como Kant sugiere en el primero de los prólogos de la Crítica de la razón pura:

La razón humana tiene el destino singular, en uno de sus campos de conocimiento, de hallarse acosada por cuestiones que no puede rechazar por ser planteadas por la misma naturaleza de la razón…

Pero si queremos elegir un fragmento que culmine estas ideas, acaso el más certero sea este:

Lo primero de todo es hacer madurar el entendimiento y acelerar su desarrollo, ejercitándolo en juicios de experiencia y llamando la atención [del estudiante] sobre todo aquello que le puedan aportar las contrastadas impresiones de sus sentidos. […] En una palabra: [el profesor] No debe enseñar pensamientos, sino enseñar a pensar. Al alumno no hay que transportarle sino dirigirle, si es que tenemos la intención de que en el futuro sea capaz de caminar por sí mismo (Kant, “Nachricht von der Einrichtung seiner Vorlesugnen in dem Winterhalbenjahre, 1765-1766”).

O quizá, como hacemos habitualmente en El vuelo de la lechuza, debamos volver a María Zambrano (Hacia un saber sobre el alma, «La vida en crisis»):

Lo grave es resbalar sobre la propia vida sin adentrarse en ella, y puede ocurrir con suma facilidad.

La continua sobreestimulación a la que la vida contemporánea se encuentra expuesta nos impide, en muchas ocasiones, hacer un alto en el camino para pensar en la nociva dinámica que la hiperaceleración de numerosos procesos ha impuesto –y hemos permitido que nos impongan– en nuestras vidas.

Detenerse es hoy sinónimo de pasividad; frenar supone quedar relegados, atrasados: 
a veces, incluso, ninguneados. Des-aparecer es sinónimo de no-ser. Esto ha conducido a un cambio, morboso y muy perjudicial, de nuestra percepción del tiempo, que se nos antoja insuficiente para, precisamente, poder estar presentes en todos lados y en cualquier momento. La permanente disponibilidad es otro de los valores contemporáneos en alza, y junto con ella, la hiperproducción del sujeto, en quien se ha delegado el ejercicio de una mediatizada libertad que ha hecho de él un producto que se consume a sí mismo. De mano de estas circunstancias, se ha incrementado la sensación de cansancio y hastío: bajo una engañosa apariencia de cambio, llevamos a cabo las mismas tareas una y otra vez al amparo del imperativo del scrolling, en busca de lo nuevo que, sin embargo, no es más que una continua repetición de lo mismo. Como reza el dictum latino: 
eadem, sed aliter. Es decir: lo mismo, pero de distinta manera.

Arthur Schopenhauer hizo uso de este lema para referirse a la eterna dinámica de la naturaleza, que, a su juicio, transcurre de manera circular: las escenas siempre son las mismas; sólo cambian los personajes y los decorados. Dejando ahora a un lado el pesimismo del autor alemán, y sin ahondar en la pesadilla nietzscheana del eterno retorno (en su versión más terrorífica o lovecraftiana), su diagnóstico sobre la tiranía de lo aparentemente novedoso resulta más actual y espantosa que nunca. Es cierto que Schopenhauer se refería a la dinámica de la historia, que, a su juicio, no hace más que repetirse sin descanso en un proceso sin fin del que todo lo existente es víctima propiciatoria. Pero fue también el filósofo de Danzig quien, por primera vez en la Modernidad, puso sobre la mesa la naturaleza incandescente de nuestro deseo, la esencia insaciable de nuestra voluntad, siempre expuesta al ilusorio ejercicio de continuas satisfacciones que nunca llegan a colmarnos.

Cuando dejamos de desear, llega entonces –sostenía Schopenhauer– el aburrimiento, y por eso «uno será suficientemente afortunado si queda todavía algo por desear y anhelar, para que se mantenga el juego del perpetuo tránsito del deseo a la satisfacción, y de ésta a un nuevo deseo», escribía el filósofo: todo, a fin de cuentas, para no topar con «esa parálisis que petrifica la vida y se muestra como temible aburrimiento». Un análisis que, sin duda, podría haber sido escrito hoy mismo.

Frente a estas instigadoras apetencias y frente a estos insidiosos empeños que se ven acompañados, por otro lado, por la continua fuga de las cosas, por el carácter pasajero de nuestra vida y de los avatares mundanos, hace aparición una disciplina, tan denostada en ocasiones en nuestros sistemas públicos de educación, que ensalza nuestra condición intelectual sin desmerecer, por ello, nuestra condición sensitiva. Más aún: premisa para saborear en toda su amplitud las mieles corporales (como fueron llamadas por el poeta latino Lucrecio) es la de desarrollar, y fomentar el desarrollo, de nuestras potencias intelectuales.

Ya escribió una de nuestras poetas más universales, la gallega Rosalía de Castro, que, como la sed del beodo, que nunca se sacia, así también es la sed del alma, que jamás encuentra definitivo consuelo o rotunda consumación. O la apasionada pensadora Simone Weil, para quien, tan comprometida con asuntos sociales y políticos, siempre queda un resto que no puede ser saldado por las fuerzas físicas, y que debe ser escrutado por lo que el mismísimo Goethe llamó geistige Kräfte: 
potencias o fuerzas espirituales. O la mencionada malagueña María Zambrano, cuando reivindicó el conocimiento poético-musical de la realidad como entrada privilegiada a un universo, el universo intelectual humano, que no puede prescindir del poder de lo mítico, de lo melódico (frente a lo armónico, lo ordenado): en definitiva, de cuanto resuena más en el corazón que en la cabeza.

Esa disciplina a la que me refiero, ya se habrá adivinado, es la filosofía. Una filosofía que no tiene que ver en exclusiva con las aulas universitarias ni con sesudos tratados teóricos; tampoco con pomposos despachos o cátedras intocables, ni mucho menos con un reducto académico circunscrito al ejercicio de mentes conspicuas. La Academia, como atalaya en la que se salvaguarda el conocimiento, es del todo necesaria; pero eso no significa que aquello que sucede entre sus paredes haya de permanecer oculto o aislado.
La filosofía, y más que nunca en tiempos de crisis antropológica, debe pertenecer al acervo cultural común. Sobre todo, en su vertiente más social. La filosofía se convierte en rebelión intelectual frente a los yugos de nuestro tiempo: redes sociales, exceso de información, polarización política, ghosting, adicción a un entretenimiento superfluo, difuminación de la frontera entre trabajo y ocio… En su vertiente práctica, la filosofía encierra y promueve la valentía para detenerse y detener el tiempo y poder convertir su dimensión cronológica en dimensión kairológica: es decir, en sentido.

Inmersos en un curso del mundo que no deja espacio para la desposesión de ese mismo mundo, en el que nos vemos abocados a una opresiva e insistente demanda de participación (que no es activa, sino crudamente pasiva y paciente), la filosofía invita, primero, a reflexionar sobre ese costoso dinamismo –en términos personales y sociales– y, después, a actuar sobre él para entorpecerlo y crear un ineludible paréntesis. La filosofía es esa terra incognita, siempre por explorar, que media entre nuestro deseo y su satisfacción; entre el presente y un futuro que nos presentan como lo distinto en medio de una atroz homogeneidad. La filosofía, en definitiva, es la disciplina que nos ayuda a esgrimir argumentos para llevar a cabo una defensa de todo aquello que ha quedado soterrado, cuando no olvidado, en virtud de los requerimientos de una contemporaneidad que nos aleja cada vez más de nosotros mismos. Claro síntoma de esta desposesión de nuestra mismidad es el terrible miedo que se cierne, en nuestros días, sobre todo lo tocante a la soledad: somos aguijoneados, de continuo, por la imposición de compartir, de estar en persistente contacto con los otros. Un otro desdibujado que, en realidad, es un cualquiera. Las relaciones se han convertido en conexiones. Y esto sí es el infierno sartreano del Otro.

La filosofía, al fin, como herramienta intelectual milenaria que sobrevive a los embates de quienes desean que sólo miremos hacia delante sin reparar, nunca, en lo que ocurre: 
aquí y ahora. Para hablar sobre ello. Para pensarlo. Y, llegado el momento, para transformarlo.