EL Rincón de Yanka: KERIGMA

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viernes, 6 de septiembre de 2024

📝 CARTA ABIERTA A LOS LAICOS COMPROMETIDOS por P. FLAVIANO AMATULLI VALENTE, fmap



Mis queridos (as) hermanos (as) en Cristo:

Antes que nada, permítanme felicitarles por su actitud de compromiso con la misión de la Iglesia. En un mundo, dominado por el egoísmo y el interés personal o de grupo, ustedes representan un testimonio de libertad y valentía, al ver más allá de los estrechos horizontes de la cotidianidad y comprometerse con las grandes causas del Evangelio.

Vino nuevo en odres nuevos

Como católicos metidos totalmente en los asuntos del mundo y al mismo tiempo en la vida de la Iglesia, se habrán dado cuenta de un cierto desequilibrio, que existe en nuestros ambientes con relación al mundo en que vivimos. Mientras en la sociedad se han dado grandes cambios con relación al pasado, en la Iglesia persisten aún instituciones, estructuras y estilos de vida propios de otros tiempos. El mismo lenguaje filosófico- teológico, que se maneja a nivel oficial, hace siempre más difícil la transmisión del mensaje y la comunicación entre los pastores y los feligreses.
Pues bien, en esta situación, ustedes, bien empapados de los valores evangélicos, sensibles a las exigencias de la sociedad contemporánea y manejando oportunamente el lenguaje actual, tendrán la tarea de hacer más accesible el Evangelio al hombre de hoy. Al mismo tiempo, al interior de la Iglesia, mediante su testimonio de sinceridad y espontaneidad, irán creando un nuevo tipo de relaciones entre todos, más respetuoso de la dignidad humana y más acorde al Evangelio.

Carismas diferentes

Como católicos comprometidos, dedíquense por tanto a lo propio y dejen a los demás lo que les corresponde. ¿Qué dijo Jesús? ‘Deja que los muertos sepulten a sus muertos. Tú vete a anunciar el Reino de Dios’ (Lc 9, 60). Si Dios los llamó para anunciar el Reino de Dios, ¿por qué van a dedicar su tiempo a otras cosas?
Que los demás se dediquen a las rifas y a la venta de los tamales. Es su manera propia de colaborar en los asuntos de la Iglesia. Pero, si cada uno de ustedes recibió algún carisma, don o capacidad especial para el bien de toda la Iglesia, dedique su tiempo precioso a vivir y actuar según este carisma y no lo desperdicie en asuntos de poca importancia, al margen del don recibido.

Colaboradores, no siervos ni esclavos de nadie

Posiblemente su manera de actuar va a molestar a los que están acostumbrados a tratar a los laicos como si fueran niños. Pues bien, dependerá de ustedes, de su capacidad de enfrentar estas situaciones, si se volverán en agentes de cambio dentro de la Iglesia o contribuirán a reforzar, mediante una actitud sumisa y acrítica, modelos infantiles de relaciones, totalmente al margen de la enseñanza de Cristo y el sentir propio de nuestros tiempos.
Haciendo esto, más que contribuir al progreso de la Iglesia, la van a perjudicar más, perpetuando vicios del pasado y aislándola más del mundo en que vivimos, más sensibles a los valores de la libertad y dignidad.

Obediencia y autonomía

Alguien, al enterarse de esto, podrá escandalizarse, pensando que se está faltando al respeto y la obediencia, que se debe a los pastores de la Iglesia. Será su manera propia de ver las cosas, rezago de épocas feudales. En realidad, el respeto no está reñido con la dignidad de la persona y la obediencia no consiste en decir siempre sí, sin tener en cuenta de qué se trata.
Ahora bien, ustedes, con su manera de actuar, tienen que ayudar a los pastores de la Iglesia a madurar en la manera de ejercer la autoridad, dejando a un lado el estilo autoritario que los caracterizó en el pasado. Todo esto, cuando se trata de asuntos eclesiales.

Cuando, al contrario, se trata de asuntos directamente profanos, tienen que exigir su completa autonomía. En este caso, son ustedes, que, bien empapados del sentir que emana del Evangelio, van a tomar las decisiones pertinentes, sin dejarse manipular por nadie, sea quien sea, no importando el cargo que ostente dentro de la jerarquía eclesiástica.
No se olviden de la advertencia de Jesús: “Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12, 17) o del refrán popular: “Zapatero a tus zapatos”. Solamente así podrán representar una voz genuina al interior de la Iglesia, con una sensibilidad y con una visión original de los problemas.
De otra manera, correrán el peligro de volverse en puros repetidores de conceptos, sin el calor y la fuerza de la experiencia y sin incidencia en la realidad.

Influjo en la sociedad

Un amplio panorama se presenta ante sus ojos para que puedan actuar en la sociedad como verdaderos discípulos de Cristo, comprometidos con el bien común. Las posibilidades son enormes: la política, la comunicación, la educación, la seguridad, la impartición de la justicia, el arte, el campo, la fábrica, el taller, el servicio social a solas o en forma asociativa (las ONG’s), etc.
Que en todo esto tengan el valor de decir sí, cuando es sí, y no, cuando es no (Mt 5, 37), actuando siempre con independencia de criterio y dejándose guiar solamente por la luz del Evangelio y su conciencia, realmente preocupados por el bien común y el pleno respeto al derecho de cada quien.

Que como laicos comprometidos empiecen a incursionar en los medios de comunicación masiva, como comunicadores y como dueños de los mismos, y también en la educación, contando con colegios y universidades propias. Así podrán contribuir directamente en la formación de sus hijos y las nuevas generaciones de católicos, según el estilo propio que ustedes quieran implantar a la luz de su experiencia, sin una dependencia continua del clero o de otro tipo de instituciones católicas, que a veces de católico tienen solamente el nombre.
Que en todo esto actúen con plena honestidad intelectual, rectitud de intención y fidelidad al Evangelio y el hombre de hoy, rompiendo monopolios y afirmando sin reticencia alguna su identidad católica, más allá de toda retórica aperturista, que en muchos casos lo único que pretende es garantizar mayores ingresos económicos, diluyendo el sentido de la fe y dando cabida a todos y a todo.

Influjo dentro de la Iglesia

Al mismo tiempo, se les presentan grandes oportunidades para poder influir dentro de la Iglesia, llevando el aire fresco de la espontaneidad, la sinceridad y la autenticidad. Que no los atrape la tentación de la rutina y el ritualismo. También en este caso, es mejor “dejar que los muertos sepulten a sus muertos” (Lc 9, 60). En realidad, hay gente que se encarga de eso.
Ustedes, como laicos comprometidos y al mismo tiempo sin ningún interés de orden económico o prestigio, dedíquense a descubrir nuevas formas de captar y vivir el mensaje evangélico, teniendo en cuenta la realidad concreta en que viven. En este sentido pueden aportar mucho en el campo de la catequesis, la liturgia, la administración o la evangelización de los alejados.

No se sientan esclavos de nadie. Si encuentran dificultad para realizarse en un determinado lugar, vayan a otro (Cf. Lc 10, 10). Así podrán realizarse plenamente y dar lo mejor de sí, evitando el peligro de un desgaste constante en situaciones de conflicto, rechazo o imposición.
Conozcan sus derechos como miembros de la Iglesia y háganlos respetar. Que no vaya a pasar que, mientras estén luchando por la afirmación de la dignidad humana en la sociedad, al interior de la Iglesia, por cobardía o un malentendido espíritu de obediencia y fidelidad, permitan cualquier tipo de atropello.
Al contrario, si quieren dar un mejor servicio a la Iglesia, tienen que luchar para que, también dentro de la Iglesia, se respeten los derechos humanos y se pueda llegar a establecer alguna institución específica al respecto.

Grupos Apostólicos y Movimientos Eclesiales

Es donde mayores oportunidades tienen de organizarse autónomamente y planear acciones concretas más conformes a su manera de ver las cosas. Como se dan cuenta, la Iglesia necesita estructuras nuevas, que le permitan actuar con mayor incidencia en el mundo de hoy. Pues bien, ustedes tienen la oportunidad de organizarse de manera tal que todos y cada uno de ustedes tenga la oportunidad de realizarse plenamente y ofrecer al mismo tiempo a la Iglesia un servicio más especializado en las distintas áreas, contando con los recursos de sus mismas instituciones.

Pues bien, para que su presencia dé a la Iglesia los frutos esperados, los invito a ser creativos a lo máximo, ensayando nuevos métodos de apostolado y creando nuevas estructuras de evangelización, que sirvan de estímulo para el actual aparato ministerial de la Iglesia, atrapado muchas veces en moldes de otros tiempos y casi asfixiado.
Que no le tengan miedo a la resistencia que les pueda venir de parte de algunos miembros del clero, celosos de sus prerrogativas y temerosos ante todo lo que sabe a novedad y puede representar un peligro para su seguridad y prestigio. Que se den cuenta de que no se trata de competencia, sino de colaboración en una misión que es tarea de todos los miembros de la Iglesia.
Una de las condiciones esenciales para vivir y actuar con libertad, según el propio carisma, es poder contar con instalaciones propias y medios propios de subsistencia.

Centros de formación

Para que puedan ir formándose cada día mejor con miras a ofrecer un mejor servicio a la Iglesia y a la sociedad, es oportuno que ustedes mismos intervengan en la formulación y aplicación de los programas o cuenten con centros de formación propios. Solamente así será posible garantizar una preparación práctica, no solamente teórica, con análisis precisos de la realidad y entrenamiento para enfrentar y resolver los problemas reales, que nos están afectando como Iglesia y sociedad, fijándose más en los resultados concretos que en las buenas intenciones.

Conclusión

Hay voces recurrentes que hablan de una nueva época en la historia de la Iglesia, en que el papel del laico será determinante. Adelante, pues, con valentía y espíritu de creatividad. A ver qué nos depara el Espíritu.

Siempre unidos en la oración y el común ideal, que es la misión.

Atentamente,

Tuxtepec, Oax., 21 de marzo de 2008.
VIERNES SANTO- INICIO DE LA PRIMAVERA

VER+:


jueves, 18 de mayo de 2023

NECESITAMOS VOLVER AL ESPÍRITU DE LA IGLESIA PRIMITIVA: 🕀 VOLVER A LAS CATACUMBAS 🕀 EUROPA, NECESITA RECUPERAR LA SAVIA CRISTIANA DE SUS RAÍCES



VOLVER A LA IGLESIA PRIMITIVA

Cuando surgen las dificultades, las dudas y las incertidumbres en la fe, debemos volver al origen. Esto es lo que tenemos que hacer cuando nos planteamos los objetivos (misión) de nuestra comunidad cristiana: echar la mirada atrás a las primeras comunidades de la Iglesia primitiva (visión).
El Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos de los apóstoles, nos da una idea de cómo los primeros cristianos comenzaron a proclamar el Evangelio, lo que hacían y nos muestra numerosos rasgos esenciales de la Iglesia de Cristo que debemos imitar:

Llenarse de Espíritu Santo

“Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos.
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse.” (Hechos 2, 3-4 ).
Los cristianos no sólo hablamos de Dios; le experimentamos. Esto es lo que hace que la iglesia sea diferente de cualquier otra organización en el planeta: que tenemos el Espíritu Santo.

Nuestro gobierno no tiene el Espíritu Santo. Las ONGs no tienen al Espíritu Santo. Ninguna otra organización tiene el poder de Dios en ella. Dios prometió su Espíritu para ayudar a su Iglesia. La Iglesia tiene y se llena del poder de Dios.
Cuando se refiere a “hablar en lenguas extrañas” quiere decir hablar en el idioma de quienes nos escuchan. La gente realmente escuchaba a los primeros cristianos hablar en sus propios idiomas, ya fuese en farsi, en swahili, en griego o lo que fuera.
El Plan de Dios es para todos. No es sólo para los judíos. Pero no sólo se refiere a idiomas de sus países de origen sino a hablar en el lenguaje que cada persona entiende. ¿Estamos usando otros “lenguajes” para llegar a la gente?

Utilizar los dones de todos

“Entonces Pedro, en pie con los once, les dirigió en voz alta estas palabras: “Judíos y habitantes todos de Jerusalén: percataos bien de esto y prestad atención a mis palabras. …Y haré aparecer señales en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. …Pero el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Hechos 2, 14, 19, 21).
En la iglesia inicial no había espectadores; el 100% de las personas participaban en proclamar el Evangelio de Jesús. Y, aunque igual que entonces, no todos estamos llamados a ser sacerdotes, todos estamos llamados a servir a Dios. Por tanto, debemos esforzarnos para que todos participen. La pasividad no es una opción. Si alguien quiere sentarse y ser servidos por los demás, que busquen otro sitio.

Ofrecer una verdad que transforma

La iglesia primitiva no ofrecía una nueva psicología, ni un moralismo cómodo, ni una espiritualidad agradable. Ofrecía la verdad del Evangelio que tiene el poder de cambiar vidas. Ningún otro mensaje transforma vidas. Cuando la verdad de Dios entra en nosotros, es cuando nos transformamos.
En Hechos 2, Pedro dio el primer sermón cristiano, citando el libro de Joel del Antiguo Testamento y afirmando que la iglesia primitiva se dedicó a la “enseñanza de los apóstoles”.

Crear comunidad

“Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones.” (Hechos 2, 42).
En la iglesia del primer siglo, los cristianos se amaban y cuidaban unos a otros. La iglesia no es un negocio, ni una ONG ni un club social. La Iglesia es una familia. Para que nosotros experimentemos el poder del Espíritu Santo como en la Iglesia primitiva, tenemos que convertirnos en la familia que ellos eran.

Vivir la Eucaristía

“Todos los días acudían juntos al templo, partían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hechos 2, 46).
Cuando la Iglesia primitiva se reunía celebraban la Eucaristía, conmemorando la última cena “con alegría y sencillez de corazón”. Debemos entender y enseñar que la Eucaristía es una celebración. Es un festival, no un funeral. Es el banquete de Dios. Cuando la Eucaristía es alegre (y litúrgicamente rigurosa), la gente quiere estar allí porque buscan alegría.
¿Crees que si nuestras iglesias estuvieran llenas de corazones alegres, de palabras alegres y de vidas llenas de esperanza, atraeríamos a los alejados?

Compartir según la necesidad

“Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común; vendían las posesiones y haciendas, y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno.”(Hechos 2, 44-45).
La Biblia nos enseña a hacer generosos sacrificios por el bien del Evangelio.
Los cristianos durante el Imperio Romano fueron la gente más generosa del imperio y eran famosos por su desprendimiento.
Literalmente lo compartían todo, “según la necesidad de cada uno”. Incluso la vida. Muchos murieron por la fe en el Coliseo romano.

Crecer exponencialmente

“Alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. El Señor añadía cada día al grupo a todos los que entraban por el camino de la salvación.” (Hechos 2,47).
Cuando nuestras iglesias demuestran las primeras seis características de la iglesia primitiva, el crecimiento es automático. La gente veía a los primeros cristianos como extraños, pero les gustaba lo que éstos hacían.
Veían el amor que se tenían los unos por los otros, los milagros que ocurrían delante de ellos y la alegría que irradiaban. Querían lo que los cristianos tenían. Y la Iglesia crecía exponencialmente.


«En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: 
yo he vencido al mundo» (Juan 16, 33)


"Tenemos que defender la verdad a toda costa, 
aunque volvamos a ser solamente doce"
San Juan Pablo II

 "Si yo no fuera católico, y estuviera buscando 
la verdadera Iglesia en el mundo de hoy, 
buscaría la Iglesia que no se
 lleva bien con el mundo, en pocas palabras, 
buscaría la Iglesia que el mundo odia". 
Fulton Sheen


Europa, 
necesita recuperar 
la savia cristiana de sus raíces

El viejo continente necesita recuperar la savia cristiana de sus raíces

Europa, tierra de misión

Comencé a escribir estas líneas en la fiesta de santa Brígida de Suecia, una mujer de características singulares y de enorme actualidad por la conexión que realizó desde la periferia, el norte de Europa, con Roma, en pleno y agitado siglo XIV, con los Papas aún en Avignon. Se comprende que Juan Pablo II la nombrara copatrona de Europa, con santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).

Bien necesita el viejo continente recuperar la savia cristiana de sus raíces después de siglos de creciente deterioro. Me parece recordar —cito de memoria que Alain Touraine dictó la conferencia de apertura del Congreso Mundial de Sociología que se celebró en Madrid hace veinte años. Hablaba de tradición y modernidad, pero venía a decir que la reiterada contraposición entre Ilustración y tradición celaba en el fondo la animadversión del racionalismo hacia la religión.

Se prometía que la liberación del dogmatismo religioso daría paso a una nueva época de prosperidad, progreso y paz, siempre con base en la ciencia y en la libertad. Pero el siglo XX se encargó de alumbrar los dos absolutismos quizá más letales de la historia: el comunismo y el nazismo. Se comprende el posterior desencanto que llevó hacia el pensamiento débil de la cultura postmoderna, que debía arrumbar al fin los absolutos.

Pero fue penetrando poco a poco, como señaló claramente en su día Allan Bloom, la dictadura de lo políticamente correcto, que es cada vez más lo socialmente impuesto. Se entremezcló pronto con los fundamentalismos, tanto el laicista heredero de la modernidad, como el más peligroso del islamismo. En ese contexto, Europa comenzó cierto declive intelectual del que no se ha recuperado.

Hace falta, por tanto, una renovación del pensamiento, mucho más allá de exabruptos a lo Oriana Fallaci, comprensibles, pero imposibles de compartir. En cambio, el magisterio de Gaudium et Spes, convenientemente desarrollado por Juan Pablo II y Benedicto XVI, ofrece inspiraciones abundantes y profundas para reanudar el camino con bases más firmes.

Me parece que ese es el contexto del importante anuncio que hizo el 28 de junio de 2012 el Papa Benedicto XVI, en la Basílica de San Pablo Extramuros, durante las vísperas de los santos Pedro y Pablo: “he decidido crear un nuevo organismo, en la forma de “Consejo Pontificio”, con la tarea principal de promover una renovada evangelización en los países donde ya resonó el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y una especie de “eclipse del sentido de Dios”, que constituyen un desafío a encontrar los medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Cristo“.

Como repetía Benedicto XVI, “el hombre del tercer milenio desea una vida auténtica y plena, tiene necesidad de verdad, de libertad profunda, de amor gratuito. También en los desiertos del mundo secularizado, el alma del hombre tiene sed de Dios, del Dios vivo”. De ahí la responsabilidad de los creyentes, cada uno desde su sitio, de aportar luces nuevas, en la estela de los primeros cristianos.

La novedad, según reitera el Papa, no está tanto en los contenidos, como en el impulso interior, abierto a la gracia del Espíritu Santo. No deberíamos olvidar que lo cansino está del lado de las fuerzas del mal, que se repiten hasta el aburrimiento. En cambio, el Espíritu, como invoca una oración clásica, renueva todas las cosas, también la vida de los cristianos. Les hace capaces de encontrar modalidades que “sean adecuadas a los tiempos y a las situaciones”.

No deja de ser significativo que Benedicto XVI anunciara esa decisión en la misma fecha en que Juan Pablo II firmó su Exhortación Apostólica “Ecclesia in Europa”, que era un llamamiento, después del anterior Sínodo de Obispos celebrado en Roma, para dar testimonio de Cristo en los países del viejo continente, y ayudar a sus habitantes a recuperar la fe en sus más profundas raíces.

sábado, 6 de mayo de 2023

PELÍCULA "EL QUE CAMBIA LOS TIEMPOS" (TIME CHANGER) 2003


EL QUE CAMBIA 
LOS TIEMPOS
(TIME CHANGER 2003)

Es el año 1890 y Russell Carlisle, Profesor de Estudios Bíblicos, ha escrito un nuevo manuscrito, “Los Tiempos Cambiantes”. Su libro está a punto de recibir la aprobación de los miembros del Seminario (Biblia de Gracia) Grace Bible hasta que el Dr. Norris Anderson plantea un inconveniente… ¿Con qué no está de acuerdo Norris Anderson?
Anderson cree que lo que el Carlisle ha escrito puede tener un serio impacto sobre el futuro de las próximas generaciones. 
“No está bien enseñar moralidad aparte de Cristo”, dice. ¿Para qué envía Anderson a Carlisle al futuro?
Anderson envía a Carlisle a más de 100 años en el futuro, ofreciéndole un vistazo de lo que ocasionaría su libro, cree que este nuevo manuscrito podría alterar seriamente el futuro. ¿Qué ve Carlisle en la sociedad cuando viaja al año 2000?

Una sociedad que ha sacado a Dios de los trabajos, escuelas, de las familias y de la Iglesia. Ve que las actividades como ir al cine o el fútbol, y la vida social son más importante que la salvación.
Cuando se le pide que se dirija a los estudiantes en una escuela pública, rápidamente es echado fuera del aula por decirle a la clase que la Biblia es el mejor texto científico. Ve que la sociedad se ha alejado del temor de Dios y se ha establecido en la comodidad y el compromiso. Ve una generación que está obsesionada con los intereses egoístas y la codicia.

¿Qué le llama la atención?

Cómo en las películas se blasfema el nombre de Dios, mientras los otros cristianos lo ven "normal" por qué es solo una "película más" y los programas basura de la televisión. Que se trabaja el domingo, que el 50 por ciento de los matrimonios terminan en divorcio, cómo visten los maniquíes, que dos adolescentes hablan de emborracharse y de mentir a los padres…

¿Qué ve en los creyentes?

Que se preocupan más por el aspecto de su Biblia que por la palabra de Dios, que están aburridos en la Iglesia, que hay una escasa asistencia a las reuniones, hay falta de oración y que se promueven programas deportivos, viajes y actividades para mantenerlos ocupados más que lo espiritual. ¿Qué nos enseña sobre la moral?
Es un conjunto de normas, valores y creencias, aceptadas en una sociedad que sirven de modelo de conducta y valoración para establecer lo que está bien o está mal.

¿Cuál es el resultado de predicar moral cristiana sin darle el crédito a Cristo?

Debemos tener una autoridad absoluta, si no, haremos nuestras propias reglas, sin que nadie sepa qué es lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Si una persona dice que está mal mentir y la otra dice que no, no hay un patrón, no hay una autoridad. Unos dicen que está bien abortar, otros dicen que no, todo según nuestra moral. Sólo a través de Dios y Su Palabra podemos conocer la verdad, y por tanto los valores morales.
Si cuando decimos “ser o no ser, esa es la cuestión” decimos: eso lo dijo Shakespeare. Cuando decimos “está mal robar”, debemos decir: eso lo dijo Jesús, no que eso lo dijo mi madre o el presidente, sino Jesús. Debemos decir quien lo dijo, darle crédito pues debe haber una relación entre Dios y sus enseñanzas.
Satanás no está en contra de las normas morales, está en contra de Jesucristo. No está en contra de las relaciones sexuales, está a favor de que las hagas mal (antes del matrimonio). El objetivo de Satanás es quitar a Dios te cada área de la vida. ¿Qué aprendemos de todo esto?
Nos hemos acostumbrado a los comportamientos sociales y las actitudes malas. En la sociedad de hoy en día hay una insensibilidad con respecto al pecado. El pecado nos parece aceptable porque lo vemos todo el tiempo.
Pero los creyentes somos desafiados a despertar, a no avergonzarnos de vivir para Jesucristo. Necesitamos avivamiento y arrepentimiento. Necesitamos temor del Señor, de Su Palabra y su autoridad. ¿Qué nos hace pensar el final de la película?
Te hace meditar sobre la segunda venida de Cristo. Nos dice que estamos viviendo en los últimos días donde hombres y mujeres serán amantes de los placeres más que amantes de Dios.
Esta película se basa en el pasaje 2 Timoteo 3: 1-5. Cómo será todo antes del fin del mundo:

"También debes saber que, en los últimos días, antes de que llegue el fin del mundo, la gente enfrentará muchas dificultades.
Habrá gente egoísta, interesada solamente en ganar más y más dinero. También habrá gente orgullosa que se creerá más importante que los demás. No respetarán a Dios ni obedecerán a sus padres, sino que serán malagradecidos e insultarán a todos.
Serán crueles y se llenarán de odio. Dirán mentiras acerca de los demás, serán violentos e incapaces de dominar sus deseos. Odiarán todo lo que es bueno.
No se podrá confiar en ellos, porque esos orgullosos actuarán sin pensar. En vez de obedecer a Dios, harán sólo lo que les venga en gana.
Dirán que aman y respetan a Dios, pero con su conducta demostrarán lo contrario. No te hagas amigo de esa clase de gente".
"Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas". 2 Pedro 3:10
"Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca". Apocalipsis 1:3
Conclusión

Supongamos por un momento que podríamos experimentar, de primera mano, los resultados de nuestras acciones. ¿Estaríamos satisfechos? ¿O aterrados? Seamos honestos, cada uno de nosotros ha hecho algo que deseamos poder deshacer.
No juegues a fingir que eres creyente. La moralidad por sí sola no te hace un cristiano. Que no matar, no mentir o no hacer el mal no te hace salvo. Un hombre puede hacer cosas buenas, pero cuando muera irá al infierno, pues todos nacemos con condición pecaminosa, es Cristo lo que necesitamos. Si la gente piensa que, viviendo como buenas personas, recibirán la aprobación de Dios, no irán al cielo. La moral no es la base para la salvación, solamente a través de Cristo podemos heredar la vida eterna.
«Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro».
Con estas y otras muchas razones dio testimonio y los exhortaba diciendo: «Salvaos de esta generación perversa». Hch 2, 38-40
¡Sin Dios no hay moral! Esta hipótesis se comprueba en la historia de la humanidad. Quienes defienden las teorías que niegan el origen sobrenatural de la vida y de todo lo existente lo saben muy bien. Esas teorías son incapaces de explicar satisfactoriamente porqué el ser humano establece y quebranta leyes morales. Ningún código ético humano tendría razón de ser si la ley de la supervivencia del más apto fuese la base de la existencia.

Si pensamos un mundo sin Dios creador, la idea de una sociedad que se dirija por leyes morales y éticas sería vista tan solo como una teoría más. Estas leyes serían vistas como un límite innecesario y optativo, tal y como suele pasar en la actualidad.

¿De dónde se obtiene, entonces, el concepto sobre la existencia y realidad de las leyes morales y éticas? De la misma existencia de Dios. En la mayoría de las culturas no era discutible la existencia de una deidad creadora, todas y cada una de ellas establecían sus normas de vida en base a lo que su “dios” requería. Cuando en 1859 Charles Darwin publicó sus ideas en El origen de las especies sentó las bases de la cosmovisión evolucionista de los orígenes y causó gran revuelo en el ambiente científico y religioso. En su libro describe un proceso imaginario e hipotético para el origen de la vida en este mundo.

Contrariamente a esto, el cristianismo enseña que la vida en el universo tiene su origen en Dios, y que la persona humana guarda en su estructura la imagen de su Creador y es semejante a él en lo ético y moral (Génesis 1:26, 27). El registro bíblico establece que, aun antes de la creación de este mundo, ya se habían establecido los parámetros que regirían la existencia y las condiciones para la vida. Estos estatutos morales y éticos fueron otorgados por un Dios amante a los primeros seres humanos, para que los respeten, sin perjuicio de su libertad de conciencia.

VER+:


DESHUMANIZACIÓN: 
SIN DIOS NO HAY HUMANIDAD NI CIVILIZACIÓN





ECHANDO A DIOS DE TODAS PARTES 
Y CÓMO FORMAR DELINCUENTES Y MALANDROS

Ahora nos preguntamos porqué nuestros hijos no tienen parámetros para distinguir entre el bien y el mal. Si lo pensamos despacio, encontraremos la respuesta. Creo que tiene mucho que ver con que LO QUE SEMBRAMOS ES LO QUE RECOGEMOS. Es curioso cómo la gente simplemente manda a Dios fuera de la historia y luego se pregunta por qué el mundo está en proceso de destrucción.

domingo, 18 de diciembre de 2022

LIBRO "CATECISMO DE LA VIDA ESPIRITUAL" por CARDENAL ROBERT SARAH y CATECISMO DE PERSEVERANCIA (ROMANO) PARA LOS PÁRROCOS Y FIELES


CATECISMO 
DE LA 
VIDA ESPIRITUAL
Para que Dios recobre el lugar que le corresponde en el centro de la vida de la Iglesia y del cristiano, el Cardenal Robert Sarah nos guía con su característica fuerza misionera por la auténtica senda: la vuelta a los orígenes, al evangelio y los siete sacramentos.
"Creo que el eclipse de Dios en nuestras sociedades posmodernas, la crisis de los valores humanos y morales fundamentales y sus repercusiones incluso en la Iglesia -en la que se constata la confusión en torno a la verdad divinamente revelada-, la pérdida del auténtico sentido de la liturgia y el desdibujamiento de la identidad sacerdotal exigen con urgencia que los fieles cuenten con un "catecismo de la vida espiritual" en forma de itinerario espiritual jalonado por los sacramentos de la Nueva Alianza".
Este libro puede parecer un resumen de toda la fe cristiana, sin embargo, se trata más bien de un camino de vida interior que señala las principales vías para entrar en la vida espiritual.
Robert Sarah nació en Guinea en 1945. Sacerdote desde 1969, en 1979 fue nombrado Arzobispo de Conakri, con 34 años de edad. En 2001 Juan Pablo II lo llamó a la Curia romana, donde desempeñó sucesivamente dos altos cargos. Benedicto XVI lo creó Cardenal en 2010, y en 2014 Francisco lo nombró Prefecto de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los sacramentos, donde ha estado hasta junio de 2020. El 8 de mayo de 2021, el Papa Francisco lo nombró miembro de la Congregación de las Iglesias Orientales.


«La vida, si no es espiritual, 
no es realmente humana»

El cardenal Sarah insiste en la necesidad del silencio y del espíritu de adoración para facilitar el encuentro con Dios. 

Inquieto por la despreocupación que la modernidad muestra por las almas, el cardenal Robert Sarah acaba de publicar un Catecismo de la vida espiritual sobre el cual le ha entrevistado Charlotte d'Ornellas en Valeurs Actuelles:

-Usted ha escrito un nuevo libro que lleva el título de Catecismo. No de la Iglesia, sino de nuestra vida espiritual... ¿Por qué ha sentido la necesidad de escribir sobre este tema?
- La vida espiritual es lo más íntimo, lo más precioso que tenemos. Sin ella, somos animales infelices. Quería subrayar este punto: la espiritualidad no es un conjunto de teorías intelectuales sobre el mundo. La espiritualidad es una vida, la vida de nuestra alma.
Llevo años viajando por el mundo, conociendo a gente de todas las culturas y condiciones sociales. Pero puedo afirmar una constante: la vida, si no es espiritual, no es realmente humana. Se convierte en una triste y agónica espera de la muerte o en una huida hacia el consumo materialista. ¿Sabía que durante el confinamiento, una de las palabras más buscadas en Google fue la palabra "oración"?

Nos hemos ocupado de la economía, de los salarios, de la sanidad, ¡esto está bien! Pero ¿quién se ha ocupado de su alma?

Quería responder a esta expectativa inscrita en el corazón de todos. Por eso he elegido este título, Catecismo de la vida espiritual. Un catecismo es una colección de verdades fundamentales. Tiene una finalidad práctica: ser un punto de referencia incuestionable más allá del flujo de opiniones. Como cardenal de la Iglesia católica, he querido dar a todos un punto de referencia para los fundamentos de la vida del alma, de la relación del hombre con Dios.

- Usted ya había escrito un libro sobre La fuerza del silencio. En este libro, usted sigue insistiendo mucho en la necesidad vital de encontrar el silencio. ¿Qué podemos encontrar tan importante en el silencio?
- Permítame que le dé la vuelta a la pregunta: ¿qué podemos encontrar sin el silencio? El ruido está en todas partes. No solo en las bulliciosas ciudades envueltas por el estruendo de los motores; incluso en el campo es raro no ser perseguido por un fondo musical intrusivo. Incluso la soledad está colonizada por las vibraciones del teléfono móvil.
Por consiguiente, sin el silencio, todo lo que hacemos es superficial. Porque en el silencio podemos volver a lo más profundo de nosotros mismos. La experiencia puede ser aterradora. Algunas personas ya no pueden soportar este momento de verdad en el que lo que somos ya no está enmascarado por ningún disfraz. En el silencio, ya no hay forma de escapar a la verdad del corazón. Entonces se revela nuestro interior: la culpa, el miedo, la insatisfacción, los sentimientos de carencia y el vacío. Pero este pasaje es necesario para escuchar a Aquel que habla a nuestro corazón: Dios. Él es "más íntimo a mí mismo que yo", dice San Agustín.

Se revela dentro del alma. Es ahí donde comienza la vida espiritual, en esa escucha y diálogo con el otro, el Totalmente Otro, en lo más profundo de mí. Sin esta experiencia fundacional del silencio y de Dios que habita en el silencio, nos quedamos en la superficie de nuestro ser, de nuestra persona. ¡Qué pérdida de tiempo! Cuando me encuentro con un monje o una monja ancianos, desgastados por años de silencio diario, me sorprende ver la profundidad y la radiante estabilidad de su humanidad. El hombre solo es verdaderamente él mismo cuando ha encontrado a Dios, no como una idea, sino como la fuente de su propia vida. El silencio es el primer paso en esta vida verdaderamente humana, en esta vida del hombre con Dios.

- Entendemos que encontrar el silencio es bastante original para nuestro tiempos. Es más, usted nos recuerda que debemos obligarnos a encontrarlo... en una época de comodidad, bienestar y rechazo casi sistemático del esfuerzo. ¿Es necesario romper con los tiempos para ser un buen cristiano?
- Tiene usted razón al señalar esto. ¡No animo a ir con el viento! Una ambición de hoja muerta, como dijo Gustave Thibon. Vivir, vivir plenamente, requiere un compromiso, un esfuerzo y a veces una ruptura con la ideología del momento. En un mundo donde el materialismo consumista dicta el comportamiento, la vida espiritual nos compromete a una forma de disidencia. No se trata de una actitud política, sino de una resistencia interior a los dictados de la cultura mediática.

No, la comodidad, el poder y el dinero no son los fines últimos. Nada bello se construye sin esfuerzo. Esto es cierto en todas las vidas humanas. Es aún más cierto en el plano espiritual. El Evangelio no nos promete una "superación personal sin esfuerzo" como muchas de las pseudoespiritualidades baratas que abarrotan las estanterías de las librerías. Nos promete la salvación, la vida con Dios. Vivir la vida misma de Dios implica una ruptura con el mundo. Esto es lo que el Evangelio llama conversión. Es un giro de todo nuestro ser. Una inversión de nuestras prioridades y nuestras urgencias. Significa a veces ir a contracorriente. Pero cuando todo el mundo corre hacia la muerte y la nada, ¡ir a contracorriente es ir hacia la vida!

- El mundo ve a la Iglesia como una institución milenaria, pero a menudo plagada de los mismos males que el resto de la sociedad. El tema de la pedofilia es un ejemplo... ¿Cómo deben entender los cristianos (y quizás explicar) lo que es la Iglesia en sus vidas?
- La Iglesia está formada por hombres y mujeres que tienen las mismas faltas, los mismos defectos, los mismos pecados que sus contemporáneos. Pero estos pecados, cuando son cometidos por hombres de la Iglesia, escandalizan profundamente a creyentes y no creyentes. Todo el mundo sabe intuitivamente que la Iglesia nos da los medios de la santidad, todo el mundo sabe que el fruto más hermoso de la Iglesia son los santos. San Juan Pablo II, Santa Madre Teresa, San Carlos de Foucauld son el verdadero rostro de la Iglesia.

Sin embargo, la Iglesia es también una madre que carga con los hijos recalcitrantes que somos. Nadie sobra en la Iglesia de Dios: los pecadores, los que flaquean en su fe, los que se quedan en el umbral sin querer entrar en la nave. Todos son hijos de la Iglesia. La Iglesia es nuestra madre porque puede darnos sus dos tesoros. Ella puede alimentarnos con la doctrina de la fe que recibió de Jesús y que transmite de siglo en siglo. Ella puede curarnos a través de los sacramentos que nos transmiten la vida espiritual, la vida con Dios, lo que se llama la gracia.

La Iglesia es, pues, una madre para nosotros porque nos da la vida. A menudo nuestra madre nos molesta porque nos dice lo que no queremos oír. Pero en el fondo la queremos con gratitud. Sin ella, sabemos que no seríamos nada. Lo mismo ocurre con la Iglesia, nuestra madre. Sus palabras son a veces difíciles de escuchar. Pero seguimos volviendo a ella, porque solo ella puede darnos la vida que viene de Dios.

La Iglesia es el rostro humano de Dios. Es veraz, justa y misericordiosa, pero a menudo desfigurada por los pecados de los hombres que la componen.

- Los que no se declaran católicos aman a la Iglesia cuando se transforma en una ONG global, a la escucha de los más pobres, de las minorías, de los perseguidos, de los diferentes... Y es una tentación que a veces parece impulsarla. ¿En qué es más que una súper ONG con sucursales en todos los países del mundo?
- Los que no se identifican como creyentes no esperan que la Iglesia sea una ONG internacional, una sucursal de la bienpensante ONU. Lo que describe usted es más bien el caso de cristianos acomplejados que quisieran ser aceptables para el mundo, populares según los criterios de la ideología dominante.

La voz del cardenal Robert Sarah es una de las más relevantes de la Iglesia actual, por su precisión en la doctrina y su rechazo a seguir la corriente dominante de sumisión al mundo.

Por el contrario, los incrédulos esperan que hablemos de fe, que hablemos claro. Esto me recuerda lo que viví en Japón cuando me encargué de llevar la ayuda humanitaria de la Santa Sede tras el tsunami. Frente a estas personas que lo habían perdido todo, comprendí que no solo debía dar dinero. Comprendí que necesitaban algo más. Una ternura que solo viene de Dios. Así que recé durante mucho tiempo en silencio frente al mar por todas las víctimas y los supervivientes. Unos meses después, recibí una carta de un budista japonés que me decía que cuando había decidido suicidarse por desesperación, esta oración le había devuelto el sentido de la dignidad y el valor de la vida. Había experimentado a Dios en ese momento de silencio. ¡Esto es lo que el mundo espera de la Iglesia!

- Usted insiste mucho en la oración. ¿Cómo podemos rezar cuando tenemos la impresión de repetir lo mismo una y otra vez, de ser más o menos escuchados...? ¿Qué debemos buscar realmente en la oración?
- Esta es una cuestión fundamental. La oración no consiste en una letanía de peticiones. Y la eficacia de la oración no se mide por si se responde más o menos. De hecho, es muy sencillo. ¡Rezar es hablar con Dios! No necesitamos fórmulas extravagantes para ello, aunque a veces puedan ayudarnos. ¿Qué tenemos que decir a Dios?

En primer lugar, que lo adoramos, que reconocemos su grandeza, su belleza, su poder, tan lejos de nuestra pequeñez, de nuestro pecado, de nuestra impotencia. Adorar es la actividad más noble del hombre. Occidente ya no puede mantenerse en pie porque ya no sabe arrodillarse. No hay nada humillante en ello. Arrodillarse es ocupar un lugar ante Dios.

Rezar es también decirle a Dios nuestro amor. Con nuestras palabras, le agradecemos su amor gratuito por nosotros, por la salvación eterna que nos ofrece. Rezar es decirle nuestra confianza, pedirle que apoye nuestra fe. Rezar es, finalmente, callar ante Él, hacerle un hueco.

¿Me pregunta qué hay que buscar en la oración? Le respondo que no busque nada. Busque a alguien: a Dios mismo, que se revela con el rostro de Cristo.

- Un catecismo escrito por un cardenal se dirige necesariamente a los cristianos... ¿Los que no tienen fe y que nos leen hoy también forman parte de su reflexión? ¿Los que no creen que Dios existe necesitan el mismo silencio?
- ¡Por supuesto! Me dirijo a todos. El silencio no está reservado a los monjes, ni a los cristianos. El silencio es un signo de humanidad. Me gustaría invitar a todas las personas de buena voluntad, creyentes o no, a experimentar este silencio. ¡Atrévanse a parar! Atrévanse a callar. Atrévanse a dirigirse a un Dios que quizás no conozcan, en el que ni siquiera crean.

Benedicto XVI repite a menudo una frase que leyó en Pascal, el filósofo francés: "¡Haz lo que hacen los cristianos y verás que es verdad!". Me atrevo a decir a todos: atrévanse a experimentar la oración, aunque no crean, y verán. No se trata de revelaciones extraordinarias, visiones o éxtasis. Pero Dios habla al corazón en silencio. El que tiene el valor del silencio acaba encontrándose con Dios.

Charles de Foucauld es el mejor ejemplo de ello. No creía, había rechazado la fe de su infancia y no llevaba una vida cristiana, por no decir otra cosa. Sin embargo, tras experimentar el silencio en el desierto, su corazón se abrió al deseo de Dios. Dejó que surgiera en su vida.

- Usted también habla de la práctica de los sacramentos para alimentar el alma. ¿Puede explicar lo que son realmente, ya que reprocha que a veces se malinterpreta su significado?
- Los sacramentos son contactos reales con Dios a través de signos sensibles. Nuestra época tiende a reducirlas a ceremonias simbólicas, ocasiones rituales para reunirse, para tener una celebración familiar. Son mucho más profundos que eso. Mediante el signo sensible del agua derramada en la frente de un niño en el bautismo, Dios lava realmente el alma de este niño y viene a habitarla. No se trata de una metáfora poética. ¡Es una realidad! A través de los sacramentos, Dios nos toca, nos lava, nos cura, nos alimenta.

Tal vez a veces nos sintamos un poco celosos de los apóstoles y de los que conocieron a Cristo. Lo tocaron, lo besaron, lo abrazaron. Él los bendijo, los consoló y los fortaleció. Y nosotros... tantos años nos separan de Él. Pero tenemos los sacramentos. A través de ellos, estamos físicamente en contacto con Jesús. Su gracia viene a nosotros. No se trata de un símbolo bonito que solo es tan bueno como nuestro fervor. No. Los sacramentos son efectivos. Pero debemos dejar que produzcan su fruto en nosotros, preparando nuestras almas mediante la oración y el silencio. Entonces, de verdad, si me confieso, es el mismo Jesús quien me perdona. Si participo en la misa, estoy participando realmente en el sacrificio de la cruz. Si comulgo, es realmente Él, Cristo, Jesús, quien entra en mí para alimentarme. Los sacramentos son los pilares de la vida espiritual.

- Los sacramentos también van acompañados de una liturgia... ¿No es necesario también un acompañamiento para que todos puedan tomar conciencia del valor real de estos signos?
- Es cierto. ¡Hay una inmensa necesidad de catecismo! Con demasiada frecuencia, las enseñanzas de los sacerdotes se desvían y se convierten en comentarios sobre la actualidad o en discursos filosóficos. Creo que la gente espera de nosotros un catecismo claro y sencillo que explique el sentido de la vida cristiana y los ritos que la acompañan. Sería bueno que las homilías explicaran el significado de los gestos de la misa. ¡Eso sería fructífero! Pero también creo que la liturgia habla por sí misma. Habla al corazón. El canto gregoriano no necesita traducción porque evoca la grandeza y la bondad de Dios. Cuando el sacerdote se dirige a la cruz, todo el mundo entiende que nos señala la dirección de nuestra vida, la fuente de luz. La liturgia es un catecismo del corazón.
Traducido por Verbum Caro.


Introducción

Seguir a Cristo a través de los sacramentos

"Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15): estas palabras que introducen el término de Cuaresma, el camino hacia la Pascua en la gozosa esperanza para participar en la gloria de la Resurrección del Señor Jesús, bien puede aceptar el situarnos en el sendero de la vida cristiana, de la que el Cuaresma es, por así decirlo, una intensificación. La conversión es, en efecto, el trabajo de toda nuestra existencia. Convertirse es alejarse de todas esas cosas vanas y tóxicas que nos mantienen presos, para volvernos hacia Dios; pero ¿de qué debemos alejarnos y dónde nos espera Dios? Las Escrituras nos dan la respuesta cuando nos dicen cómo Dios sacó a su pueblo escogido de la esclavitud a la tierra prometida.

Un sendero en el desierto

Cuando Dios, lleno de misericordia, quiso arrancar a su pueblo de la violencia de la esclavitud y de la pobreza para sacarlo de Egipto, no fue por él, para hacer la vida cómoda y sin preocupaciones, sino para conducirlo al desierto, para que allí experimentara la pobreza, el despojo, la renuncia, la soledad, el silencio, la lucha contra uno mismo y contra Satanás, que nos hace esclavos del mundo y del dinero. Es precisamente en la pobreza que nos desnudamos y, en el silencio que aprendemos a estar atentos a Dios, y para así, descubrir que Lo necesitamos. En el desierto, al vaciar el vacío de nuestras vidas; la sed y el silencio en el hombre, lo prepara a la escucha de Dios y de su Ley. El desierto es este lugar extraordinario, lejos del vértigo de los medios de comunicación y de información, donde se puede vivir una profunda experiencia mística de encuentro con Dios que transforma y transfigura!

Hay, en el fondo de cada uno, un deseo más o menos consciente de escapar de este interminable torbellino de apariencias vacías y decepcionantes en el que vivimos. El desierto es naturaleza virgen, tal como Dios la creó, capaz de manifestar a Aquel que lo hizo. Como lo anotó la Beata María Eugenia del Niño Jesús:

El desierto quita de los sentidos y de las pasiones la multiplicidad de las satisfacciones que contaminan y de las impresiones que ciegan y atan. Su desnudez empobrece y desprende. Su silencio aislado del mundo exterior, y ya no dejando la arena que la uniformidad de los ciclos de la naturaleza y la regularidad de la vida que ha trazado, la obligan a entrar en ese mundo interior que ha venido a buscar allí.
Esta desnudez y este silencio no son vacío, sino pureza, virginidad y sencillez. En el alma que ha podido apaciguar, el desierto descubre este reflejo de la Trascendencia, este rayo inmaterial de divina suplicidad que lleva dentro de sí, esta huella luminosa de Aquel que lo atraviesa apresuradamente y que allí permanece presente, por su acción. El desierto está lleno de Dios; su inmensidad y su sencillez la revelan, su silencio la regala. Con razón se ha señalado al estudiar la historia de los pueblos que el desierto es monoteísta y que preserva de la multiplicidad de ídolos. Nota importante que prueba que el desierto, a quien se deja envolver por él y le da su alma, le entrega también su alma, el Ser único y trascendente que lo anima.

Los rabinos parecían jugar con las asonancias de los palabras "dabar" y "midbar", de estas palabras hebreas que significan respectivamente "palabra" y "desierto", para expresar esta doble convicción de que sólo la Palabra puede hacer florecer de nuevo el desierto, y que sólo en el desierto se difunde la Palabra con toda su fuerza creadora y vivificante. Sólo un corazón inmenso y vacío como un desierto puede acoger y contener la Palabra de vida. En el desierto, los corazones se purifican, se adquieren al mismo tiempo firmeza y delicadeza, haciéndose más aptos para el encuentro personal, la escucha atenta y el diálogo íntimo con Dios. Por lo tanto, el maravilloso poema de amor y alianza nupcial entre el Señor y su pueblo Israel que encontramos en el profeta Oseas: "La voy a seducir, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón" (Os 2, 16).

El desierto es lugar de sufrimiento, de prueba, de lucha y de purificación, donde Dios nos hace morar para humillarnos, para ponernos a prueba y conocer la profundidad de nuestro corazón (cf. Dt 8, 2), como probamos el oro (cf. Za 13, 9). Toda vida cristiana seria incluye esta etapa crucial en su camino espiritual. Sí, siguiendo a Abraham, a Moisés, a los profetas y al pueblo elegido, nos ponemos de acuerdo para entrar, allí moriremos nosotros mismos para resucitar más vivos, portadores del fruto del Espíritu.
En la Biblia, este lugar árido es también el espacio sagrado donde nos es dado experimentar la fidelidad divina, la ternura de su providencia benévola que vela por nosotros y nos protege. Como un águila vigilando su nido y revoloteando por encima.
En la Biblia, este lugar árido es también el espacio sagrado donde nos es dado experimentar la fidelidad divina, la ternura de su providencia benévola que vela por nosotros y nos protege. Como el águila que vigila su nido y revolotea sobre sus polluelos, Dios despliega sus alas y nos lleva consigo (cf. Dt 32, 10-11).

Cuando nos levantamos en medio de las tentaciones, cuando experimentamos, como Elías, que no somos mejores que nuestros padres (cf. 1 Reyes 19, 4) y que nos sentimos aplastados por el peso de nuestros pecados y nuestras múltiples infidelidades, cuando estamos desanimados, al final de nuestras fuerzas en nuestro doloroso y difícil camino hacia la santidad, cuando nuestros esfuerzos de conversión y nuestra lucha por unirnos a Cristo parecen estériles y en nada modifican nuestra mediocridad humana y espiritual, ¿qué hacemos? hacer? ¿Dónde buscar ayuda? Siguiendo a Elías, debemos atravesar el desierto para llegar a la Montaña de la Alianza que hemos frustrado. Para salvaguardar esta Alianza y restaurar la pureza de la fe, Elías "se casó cuarenta días y cuarenta noches con el monte de Dios, Horeb" (1 Reyes 19, 8). Moisés y el pueblo hebreo habían pasado cuarenta años en el desierto (cf. Nb 14, 33; Ex 16, 31-36); Cristo se retira allí por cuarenta días y cuarenta noches, ayuno, soledad, contemplación silenciosa y oración.

Los profetas, especialmente Elías y Juan Bautista, llenos de un celo apasionado por Dios, nos llevan con el vigor de su fe y el fuego de su amor a este largo camino hacia la fuente de nuestra vida, nuestra fidelidad y nuestra verdadera identidad. Hay que seguir adelante, porque la vida que no se desarrolla, muere. Avanzar es avanzar en santidad; quedarse quieto o retroceder es asfixiar el desarrollo normal de la vida cristiana. El fuego del amor de Dios necesita ser alimentado, y es quemando nuevos elementos para que el fuego permanezca vivo. Si no se expande, está a punto de extinguirse. 

“Si dices: ya basta, advertía San Agustín, estás perdido. Aspira siempre a más, camina sin cesar, siempre progresando. No te quedes en el mismo lugar, no retrocedas, no te desvíes».

Este camino liberador que nos cuenta el libro del Éxodo prefigura el camino interior que todo cristiano está llamado a recorrer durante su vida. Porque Dios se toma su tiempo para conquistar nuestro corazón y prepararlo para la Nueva Alianza con él. Este itinerario es el que nos proponen los siete sacramentos: bautismo, confirmación, matrimonio, sacerdocio, penitencia o confesión, Eucaristía y unción de los enfermos. En efecto, vivir los sacramentos en su sentido profundo y en la fe en el poder regenerador de Dios, es aceptar que Dios nos vuelve a llevar al desierto para hacernos cruzar de nuevo el Mar Rojo y renovar la Alianza con Él.

Caminar a la luz de la fe

Os sugiero que hagáis juntos este camino, la Biblia entre las manos, rogando al Señor que nos dé un corazón que escuche y sepa discernir entre el bien y el mal (cf. 1 R 3, 9), iluminado y guiado por la luz de la fe. Los la fe es la hueva sobre la que el hombre construye lo más íntimo de su vida: su relación con Dios. La fe es tan necesaria como la luz para la vista. Nuestros sentidos son los memes de la noche y del día; pero en la noche no podemos ver, porque la luz del sol nos elude. Sólo el don de la fe, privilegio maravilloso, realmente da acceso a Dios, en cierta oscuridad por supuesto, pero con plena certeza de la verdad. Como lo dice San Juan de la Cruz, “¡la fe la da Dios Mismo!”.

Contemplado a esta luz de la fe, aparece el mundo. como Dios lo ve, muy diferente de lo que es a los ojos de los que juzgan por sus propios medios. Estas miradas diferentes son portadoras de antagonismos; tambien los impíos gritan que “el justo [es decir, el hombre de fe] nos estorba, se opone a nuestra conducta, nos reprocha nuestras faltas contra la ley y nos acusa de abandonar nuestras tradiciones [. . .]; se ha convertido en un culpabilizador para nuestros pensamientos, su mirada acusadora es una carga para nosotros, porque su forma de vida no es como la de los demás [...]" (cf. Sab 2, 12-15). 

No va no de otro modo hoy: el divorcio, el aborto, la eutanasia, la práctica de la homosexualidad, la negativa a aceptarse en la propia identidad de hombre o de mujer son, para algunos, graves trastornos opuestos a la verdadera naturaleza del hombre, como ella que Dios la formó con amor, mientras que las otras vinieron a modificar los derechos humanos fundamentales que expresan la libertad absoluta del individuo. Al mismo tiempo, las personas de fe y las personas del mundo no tendrán la misma percepción del sentido de la vida humana, de la hermosa e indispensable complementariedad del hombre y la mujer, de la importancia del matrimonio, de la familia, de la educación. No atribuirán el significado de la enfermedad y de la muerte, ni juzgarán del mismo modo el uso que hagamos del progreso de la ciencia y de la tecnología.

Para el hombre de fe, en efecto, la verdadera dignidad humana es la que Cristo vino a revelar, la de nuestra vocación a convertirnos en hijos de Dios, llamados a transfigurar este mundo desde dentro para que se convierta en el vestíbulo de la eternidad dichosa. A sus ojos, la enfermedad, como en el caso de Job, Naamán el sirio (cf. 2 Reyes 5) o el pobre Lázaro (cf. 16, 19-3 1), es algo que viene de Dios, ya sea porque quiere manifestar su gloria curándonos, o porque quiere desligarnos así del mundo y darnos que experimentemos esta prueba en unión con Él, los sufrimientos de Jesús, para completar en nuestra carne lo que falta en las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia (cf. Col l, 24). 

Comprendiendo a la luz de la fe, la realidad ineludible de la muerte que es el resultado maravilloso de nuestro encuentro con el Señor, donde tendremos que dar cuenta de cómo hemos vivido a un juez justísimo y misericordioso. Ella es, como canta la liturgia, promesa de inmortalidad, “porque para todos los que creen en ti, Señor, la vida no se destruye, se transforma”. Finalmente, el progreso técnico pierde a los ojos del creyente ese poder fascinante que termina por embriagar a la humanidad primero, luego en esclava y pronto en víctima de su propio dominio de la naturaleza. La ciencia se ha convertido demasiado a menudo, en virtud de una comprensión profunda, en el ejemplo de la maldad y la perversidad humanas.

La fe nos lleva a la oración, a este diálogo con Dios al que he querido dar un lugar importante en este libro. Jesús mismo nos recomienda "orar sin cesar, y no desanimarnos" (Lc 18, 1). San Pablo, el misionero incansable, anima así a los primeros cristianos: “Sed asiduos en la oración; que ella os guarde en acción de gracias” (Col 4, 2).
Finalmente, la fe es indispensable para vivir los sacramentos. Estos, de hecho, no tienen nada de automático o mágico. La Eucaristía en particular exige que nos acerquemos al altar del Señor con fe y pureza de corazón, según la palabras del salmista: 

"Lavo mi mente en señal de inocencia para acercarme a tu altar, Señor, para dar gracias en voz alta y recordar todas tus maravillas Señor, amo la casa donde habitas, el lugar donde habita tu gloria” (Sal 25, 6-8). 

Cuando las comunidades cristianas se marchitan y mueren lentamente, es porque han perdido la fe en la presencia real de Jesús en el sacramento de la Eucaristía. Cuando los sacerdotes ofrecen indignamente el Santo Sacrificio de la Misa, cuando dan a Jesús-Eucaristía a los pecadores que no tienen intención de pedirle el perdón de sus pecados y de armonizar su vida con el Evangelio, traicionan de nuevo a Jesús. Cuando, por el sacerdote, la misa se ha convertido en un teatro, una reunión social, un entretenimiento donde se comporta como un presentador de espectáculos que debe recurrir a su creatividad personal para que el ambiente sea interesante y atractivo; cuando se permite adaptaciones culturales, explicaciones y comentarios personales en lugar de ceder a los gemidos inefables del Espíritu Santo presente en cada celebración eucarística, ¿qué puede ser de la fe de los fieles? En el corazón de la Eucaristía, el sacerdote debe experimentar la singular fuerza de la adoración, callar y tener en el corazón una oración que, bajo todos sus aspectos, sea en consonancia con la oración que Jesús dirige a su Padre. Tenemos suficientes eminentes especialistas y doctores en ciencias eclesiásticas. Lo que trágicamente le falta a la Iglesia hoy es hombres de Dios, hombres de fe, y sacerdotes que sean adoradores en espíritu y en verdad.

Un libro para seguir a Jesús a través de las siete entidades sagradas

Este volumen quiere acompañar modestamente a todos aquellos que tienen el corazón para responder al amor de Dios con una vida plena, feliz y fecunda que florece en la eterna felicidad de contemplarlo. Nació del deseo de ayudarlos a navegar en un viaje interior de ascenso espiritual, para abrirse a la alegría de un encuentro que cambia la vida. Estas líneas emanan de corazón a corazón con el Evangelio y la persona de Jesucristo, con el deseo de suscitar en el lector este mismo corazón a corazón ayudándole a volver a sí mismo, al lugar de la presencia interior de Dios, y dando a su esfuerzo de conversión un carácter tangible, indicando la ruta a seguir y los medios concretos a utilizar para adorar a  Dios en el centro de nuestras preocupaciones esenciales.

Me parecía que el eclipse de Dios en nuestras sociedades posmodernas, la crisis de los valores humanos y morales fundamentales y sus repercusiones incluso en la Iglesia, donde hay confusión sobre la verdad divinamente revelada, la pérdida del auténtico sentido de la liturgia y el oscurecimiento de la identidad sacerdotal, exigió con fuerza que un verdadero catecismo de vida
espiritual se ofrezca a todos los fieles. Que no se equivoque, sin embargo, acerca de este litro. No busqué escribir un resumen de toda la fe cristiana. Nosotros tenemos el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio que siguen siendo instrumentos insustituibles para la enseñanza y estudio de la totalidad de la doctrina revelada por Cristo y predicada por la Iglesia. 

Este libro es un catecismo de la vida interior. Quiere indicar los medios principales para entrar en la vida espiritual, con un fin práctico y no académico. Según los Padres de la Iglesia, los catecúmenos fueron acompañados durante todo la cuaresma por una gran catequesis para que comprendieran cuánto iba a cambiar su vida el bautismo que estaban a punto de recibir. Este catecismo, organizado en torno a los sacramentos, la oración, la ascesis y la liturgia, tiene el mismo objetivo: concienciar a todos de que su bautismo es el comienzo de una gran conversión, de un gran retorno al Padre.

La multitud preguntaba a San Juan Bautista: “¿Qué debemos hacer?". Esta pregunta sigue siendo la de los oyentes de Pedro el día de Pentecostés:
"Que debemos hacer ? (Hechos 2:37); y debe haber sido también, después de "¿Quién eres, Señor?" » (Hch 9, 5), la de Pablo sobre el camino de Damasco, ya que Jesús le dijo: «Levántate, entra en la ciudad: se te dirá qué hacer» (Hch 9, 6). Estas dos preguntas: “¿Quién eres, Señor? y "¿Qué quieres que haga?" surgen cada vez que escuchamos o leemos la Palabra de Dios, o que Jesús nos encuentra en los sacramentos.

Las páginas que siguen nos llaman a confrontarnos con Dios y con su Palabra en un cara a cara franco, leal, vivido en la luz y en la verdad. Nos invitan a frecuentar asiduamente la Escritura para nutrirnos de ella e iluminarnos nuestra vida. La Palabra de Dios es, en efecto, la norma de nuestra existencia, muestra el camino al mismo tiempo que ella es nuestra ayuda: cada vez que cruzamos los barrancos de la muerte y de la oscuridad (cf. Sal 23, 4), que las dificultades oscurecen el camino de nuestra existencia, ella nos ilumina y nos muestra cómo realizar la santa e intachable voluntad de Dios. ella es una palabra activa a el interior de los creyentes (cf. 1 Tes 2,13), penetrando hasta lo más profundo de nuestro ser y enseñándonos a vivir en la justicia y la santidad.

Ojalá estas páginas pudieran ser un eco del clamor hacia Mí del pueblo de Dios, hambriento, sediento y extenuado por su caminar en una "tierra árida, sedienta y sin agua", donde no hay habitación ni alimento (cf. Sal 63, 2). Quisiera que suscitaran o despertaran en cada uno de nosotros una sed insaciable y un hambre de la Palabra de Dios, y que, como los israelitas, nos exigimos con insistencia a nuestros obispos y a nuestros sacerdotes el acceso a este  alimento esencial para crecer interiormente y llegar a Dios; no los discursos sociopolíticos, las conferencias pastorales sobre los derechos humanos y las democracias modernas, o las últimas novedades (cf. Hch 17, 21), sino la Palabra perdurable, firme y definitiva de Jesús, y las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia que brotan de eso.

Porque ha llegado el tiempo anunciado por san Pablo, “en que los hombres no sufrirán más la sana doctrina, sino que en la verdad se volverán a las fábulas” (cf. 2 Tim 4, 3-4). Desgraciadamente, así lo atestiguan las voces de eminentes prelados de la Iglesia católica, que hoy hablan públicamente para decir que "la enseñanza actual de la Iglesia sobre la homosexualidad se equivoca", porque "la base sociológica y científica de esta enseñanza ya no es correcta", y que, en consecuencia, "es hora de proceder a una revisión fundamental de la doctrina", pues "la Iglesia debe cambiar su doctrina sobre la moralidad sexual”. ¿Cómo llegaron la sociología y la ciencia a ocupar el lugar de la Palabra de Dios como fundamento de la enseñanza de la Iglesia en estos obispos? Parece que para ellos la sexualidad está totalmente volcada hacia el individuo como tal, reducida a la búsqueda del placer personal; en estas condiciones, no es irrelevante que ella se conforme con una persona del mismo sexo... 

Lo que la enseñanza moral de la Iglesia rechaza es precisamente esta reducción hedonista de la sexualidad, heredada de la individualidad filosófica. Me parece urgente recordar a todos los pastores de la Iglesia que es en la norma de Dios que deben hablar, y que su misión es enseñar, santificar y guiar a los fieles no según sus opiniones personales o lo socialmente aceptado, sino a la luz de la Revelación divina, llevando sin temor, ambigüedad o falsificación alguna, una palabra clara, fuerte y verdadera. Está en juego la unidad de la Iglesia, porque no hay unidad fuera de la verdad. Jesús nos lo dijo claramente: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). Confiemos en su palabra con preferencia a cualquier otra, porque “sólo tenéis un señor, Cristo” (Mt 23, 10). La historia de la Iglesia nos ofrece el testimonio de muchos cristianos que prefirieron decir no a un mundo de tinieblas, perversión y decadencia moral, incluso a costa de su vida, antes que perder el tesoro que habían descubierto en Jesús (cf. Mt 13, 44; Flp 1, 2 1).
La fe nos da la certeza de la acción discreta pero eficaz de la gracia, aunque las apariencias dejen suponernos que nuestro mundo está condenado, que la Iglesia católica va a desaparecer, y que si queremos evitar su desaparición, según el extrañísimo "camino sinodal" que se está abriendo en Alemania, debemos plantearnos modificar radicalmente su constitución divina para adaptarla al mundo actual y reinventar el sacerdocio. Incluso en nuestro siglo, los hombres tienen derecho a esperar que los cristianos den su testimonio con valentía, claridad, tenacidad y firmeza en la fe.

En los pasos de Cristo

A través de este libro me gustaría ofrecer una reflexión más profunda y un itinerario espiritual renovado respecto a lo propuesto en un libro titulado "En el camino de Ninive". Al no parecerse al escriba "se hizo discípulo del Reino de los cielos" (Mt 13, 52) que saca de su tesoro lo viejo y lo nuevo, he incluido en mis reflexiones de hoy un cierto número de meditaciones extraídas de pastorales recientes escritas entre 1997 y 2001, cuando era arzobispo de Conakry, en la República de Guinea. Quería reformularlos y presentarlos como un camino tras las huellas de Cristo, a la luz de los sacramentos. La vida cristiana, en efecto, como lo atestigua toda la Tradición, es ante todo una imitación de Cristo, para ponernos en comunión con los misterios de su propia vida, Jesús nos dejó los sacramentos, que se convertirán en los hitos de nuestro camino tras sus huellas. Ellos son, en efecto, para nosotros, según la expresión de San Josémaría Escrivá, "fuente de la gracia divina y manifestación maravillosa de la misericordia de Dios hacia nosotros.

Así como Jesús comenzó su vida pública con el bautismo recibido en el Jordán, nuestra vida cristiana comienza con la recepción del sacramento del bautismo (cap. 1), la primera parte de la tríada de la iniciación cristiana. Luego viene el encierro, el Pentecostés personal de cada cristiano en el que se le dan todos los dones del Espíritu Santo (cap. 2), y la Eucaristía, sacramento supremo de la Armadura de Dios para toda la humanidad, en la que se entrega hasta el final a cada uno de nosotros (cap. 3).
Luego Jesús nos da el ejemplo de su gran retiro de oración en el desierto, al final del cual debe enfrentar las tentaciones de Satanás, sostenido por la fuerza de la Palabra de Dios reeditada, por un largo tiempo en soledad (cap. 4).

En el ministerio que entonces emprendió, la llamada a la conversión y a la penitencia ocupó un lugar primordial, subrayando él mismo en muchas ocasiones cómo la curación de los cuerpos es a la vez imagen y consecuencia de la de los corazones que renuncian al pecado. El sacramento de la penitencia, que hoy necesita desesperadamente redescubrirse, nos permite experimentar este maravilloso contacto con Jesús Salvador que nos levanta de nuestras caídas y nos sana de nuestras heridas, en la lucha diaria por ser fieles a nuestro bautismo (cap. 5).

Cristo vino a llamar a todos los hombres a esa felicidad del amor más grande que consiste en dar la vida. Los mártires lo hacen todo a la vez, por una gracia singular que se les concede; otros lo hacen a lo largo de su vida, ya sea se haya dado en matrimonio (cap. 6), este magnífico compromiso de amarse unos a otros como Cristo reunió a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella (cf. Ef 5, 25), o en la vocación sacerdotal, que consiste en dar toda su existencia al Señor para ser entre sus hermanos otro Cristo, el mismo Cristo (cap. 7).
La predicación de Jesús se consuma finalmente con el sacrificio que hace de su vida en la Cruz en obediencia al Padre, en el amor común a nuestra humanidad herida, para redimirnos del pecado. Este misterio de la Cruz, ardiente de amor y rebosante de fecundidad, está llamado a reproducirse en la vida de todos los cristianos (cap. 8).

Es a los pies del Calvario que la santa Iglesia de Dios nace, pura e inmaculada hasta el último día, al mismo tiempo que su misterio se despliega en la existencia de los pobres pecadores que la constituyen ya veces desfiguran su rostro. Cristo resucitado lo envía en misión por toda la tierra para recoger la mies del Padre celestial, en vista de la eternidad de felicidad que Dios nos ha querido (cap. 9).
La vida cristiana, conducida tras las huellas de Cristo y alimentada por los sacramentos, es verdaderamente este nuevo éxodo interior que Dios quiere hacer con nosotros para llévanos al monte de nuestra transfiguración en verdaderos hijos e hijas de Dios en el Hijo, Jesucristo Nuestro Señor.

Estas páginas tienen la humilde ambición, a pesar de sus limitaciones, de mostrar cómo el camino cristiano en el bautismo es un camino de conversión y transformación radical de toda nuestra vida. Que te sean de gran apoyo en tu camino de profundización y crecimiento interior por el cual debemos lograr, "todos juntos, llegar a ser uno en la fe y el conocimiento del Hijo de Dios, y constituir a ese Hombre perfecto, en la fuerza    edad, que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4,13).

Dirijámonos a nuestra Madre Inmaculada, la Mediadora de todas las gracias. María es el modelo luminoso de todo hombre y de toda mujer. Para crecer en santidad, debemos entrar en el corazón de la Virgen María y escondernos, por así decirlo, en ella, Madre del perpetuo Socorro.
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Sin embargo, para quienes les gusta estar entretenidos y ociosos, y sumergirse en un mundo irreal y dejarse llevar por la fantasía y la imaginación, para todos los que se sienten apasionados y seducidos por personajes o series de ficción, o por los ídolos que hoy ofrece el mundo, para todas las mentes esclavas de los medios de comunicación social actuales y sus entretenimientos, y para las mentes esclavas y partidarias de las políticas actuales que van contra las verdades de la fe, contra los mandatos de Dios, y hasta contra la propia naturaleza y el sentido común,
todo lo dicho acerca de las realidades espirituales verdaderas a ellos les parecen pura fantasía y algo absurdo, incluso dicen no tener tiempo para pensar en ello y consideran que todo lo afirmado son cosas de curas y monjas anticuados que aún creen en tonterías.

¡Qué paradoja! Al final, el que vive en el engaño no es consciente y cree que los demás están engañados; pero el que está en Cristo y en su verdad sabe discernir y descubrir el engaño.

Si después de todo lo que ya hemos explicado, aún hay quien prefiere seguir perdiendo el tiempo y dejar volar su imaginación para vivir su fantasía o la de cualquier otro autor de entretenimiento fantástico, aunque sea de origen supuestamente católico, exponiéndose a cualquier tipo de influencia carnal, mundana y demoníaca, para evadirse de la realidad; si aún hay quien decide exponer sus sentidos al terrible influjo de los medios de comunicación actuales cargados de mensajes contra Dios y Su Verdad y a favor de los enemigos de Dios, mensajes subliminales incluidos…

Es porque, entonces, aún no se ha entendido la trascendencia del tiempo que nos toca vivir, tiempo que corre presto y que no volverá, pero del que tendremos que dar cuenta ante el único tribunal que determinará nuestro futuro para toda la eternidad: el de Cristo Jesús (cf. 2ª Cor 5,10).
Deberíamos prestar mucha atención a aquellas palabras que San Pablo dirigió en su carta a los Efesios porque son perfectas para el momento actual:
“Mirad atentamente como vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad del Señor.” (Ef 5, 15-17)

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En esta ocasión, el cardenal pretende abordar un "eclipse de Dios" palpable en las sociedades posmodernas y al que contribuye, en buena medida, desviaciones en la propia Iglesia.
Así, menciona la "confusión en torno a la Verdad divinamente revelada, la pérdida del auténtico sentido de la liturgia" o "las repercusiones en la Iglesia" de la propia posmodernidad entre las principales amenazas actuales.
"La voz de algunos eminentes prelados de la Iglesia católica se alza hoy para decir públicamente que la enseñanza actual de la Iglesia sobre la homosexualidad está equivocada", argumentando que "la base de esa enseñanza ya no es adecuada" y se hace necesaria "una revisión de las enseñanzas de la Iglesia", denuncia.

Por ello, el cardenal reitera nuevamente un mensaje "urgente": el de "recordar a todos los pastores de la Iglesia su deber de hablar en nombre de Dios y su misión de enseñar, santificar y conducir a los fieles, no guiados por sus opiniones personales o por lo que es socialmente aceptable", sino "iluminados por la Revelación Divina, transmitiendo sin miedo, sin ambigüedad y sin adulteraciones un discurso claro, firme y veraz".
En este sentido, el cardenal expresa su deseo de "el pueblo de Dios" reclame "insistentemente de obispos y sacerdotes la Palabra perenne, firme y concluyente de Jesús y no discursos sociopolíticos, ni cartas pastorales sobre los derechos del hombre y las democracias modernas o sobre las últimas novedades"

El bautismo debe llevar a la coherencia

Pero una de las tesis fundamentales de Sarah es que esos peligros deben enfrentarse -también- desde la vivencia coherente de la fe entre los propios católicos. Y el primer paso para ello consiste en comprender y asumir las implicaciones del bautismo, que, como los otros sacramentos, "no tiene sentido si no lleva a una unión íntima con la Persona de Nuestro Señor Jesucristo".
Por ello, "estar inscrito en los registros de la parroquia, llevar un nombre cristiano sin vivir el bautismo, participar en los ritos sin trasladarlos a la vida o no comprometerse a una verdadera amistad con Jesús" supone hacer "estéril" ese cristianismo. Lejos de ello, dice, el bautismo significa aceptar que "la brújula" de la existencia "es la voluntad del Padre" y debe llevar a "librar una dura batalla contra Satanás y contra el pecado, también en su dimensión social.



INTRODUCCIÓN AL CATECISMO DE PERSEVERANCIA ROMANO 
PARA PÁRROCOS Y FIELES

No siendo posible considerar las maravillosas excelencias de la obra inmortal de un Dios misericordioso, cual es la Iglesia católica, sin que la más profunda veneración hacia la misma se apodere de nuestro ánimo, ya se atienda a los hermosos frutos de santidad que han aparecido desde su institución, ya a sus constantes esfuerzos para elevar al hombre, ya a su prodigiosa influencia en todos los órdenes de la vida, para la realización del reinado de Jesucristo en medio de la sociedad, ¿cómo no deberá aumentar más y más esta admiración si nos fijamos en lo que ha hecho la Iglesia católica para propagar las verdades reveladas por Jesucristo, de las que la hiciera depositaria, tesorera y maestra infalible? Que la Iglesia haya cumplido el encargo de su divino Fundador de enseñar a los hombres toda la verdad revelada, lo están pregonando los mil y mil pueblos que conocen al verdadero Dios, y le adoran; son de ello monumento perenne todas las instituciones cristianas encaminadas al auxilio de las necesidades de los hombres redimidos por Jesucristo. 

No solamente ha propagado la Iglesia católica las verdades que recibió de Jesucristo, sino que, como la más amante de las mismas, ha condenado cuantos errores a ellas se oponían. Cuantas veces se han levantado falsos maestros para negar las verdades evangélicas, cuantas veces el espíritu del mal ha querido sembrar cizaña en el campo de la Iglesia, cuantas veces el espíritu de las tinieblas ha intentado obscurecer la antorcha de la fe, ella ha mostrado a sus hijos, al mundo entero, cuál era la verdad, en dónde estaba el error, cuál era el camino recto y cuál el que conducía al engaño y a la perdición. Desde las páginas evangélicas en que el Apóstol amado demostró a los adversarios de la divinidad de Jesucristo su divina generación, hasta nuestros días, en que hemos contemplado cómo el sucesor de San Pedro anatematizaba la moderna herejía, siempre ostenta la Iglesia, en frente del error, en frente de la herejía, su más explícita y solemne condenación. Este carácter de la Iglesia santa, esta su prerrogativa, esta su nota de acérrima defensora de la verdad, tal vez no ha brillado jamás tan resplandeciente, quizá no la ha contemplado jamás el mundo con tanto esplendor como en el siglo décimosexto. 

Grandes fueron los esfuerzos de las pasiones para la propagación del error, para su defensa, para presentarlo como el único que debía dirigir la humana conducta, como el único salvador y regenerador de la sociedad. No podía permanecer en silencio la Iglesia de Jesucristo en tales circunstancias, y no permaneció, según nos lo demuestran clarísimamente cada una de las verdades solemnemente proclamadas en el Concilio Tridentino, cada uno de los anatemas fulminados por aquella santa asamblea contra la herejía protestante. Congregado aquel Concilio Ecuménico para atender a las necesidades que experimentaba el pueblo cristiano, no le fué difícil comprender la importancia y necesidad de la publicación de un Catecismo destinado a la explicación de las verdades dogmáticas y morales de nuestra santa fe, para contrarrestar los perniciosísimos esfuerzos de los novadores al esparcir por todos los modos posibles, aun entre el pueblo sencillo e incauto, sus perversas y heréticas enseñanzas. Tal podríamos decir que fué el principal objeto de la publicación de este Catecismo. 

Y con esto queda ya indicado lo que es el Catecismo Tridentino: una explicación sólida, sencilla y luminosa de las verdades fundamentales del Cristianismo, de aquellos dogmas que constituyen las solidísimas y esbeltas columnas sobre las cuales descansa toda la doctrina católica. En primer lugar, lo que distingue a este preciosísimo libro, a este monumento perenne de la solicitud de la Iglesia para la religiosa instrucción de sus hijos, del pueblo cristiano, es la solidez. Esta se descubre y manifiesta en los argumentos que emplea para la demostración de cada una de las verdades propuestas a la fe de sus hijos. No pretende ni quiere que creamos ninguno de los artículos de la fe sin ponernos de manifiesto, sin dejar de aducir aquellos testimonios de la divina Escritura reconocidos como clásicos por todos los grandes apologistas cristianos, por los grandes maestros de la ciencia divina. Este es siempre el primer argumento del Catecismo; sobre él descansan todos los demás, demostrándonos cómo la enseñanza cristiana, la fe de la Iglesia católica, está en todo conforme con las letras sagradas. 

Este modo de demostrar la verdad católica, además de enseñarnos el origen de la misma, era una refutación de los falsos asertos de la nueva herejía, pues no reconociendo ésta otra verdad que la de la Escritura, por la misma Escritura, se la obligaba a confesar por verdadero lo que con tanto aparato quería demostrar y predicaba como erróneo y falso. Es tal el uso que de las Escrituras se hace para demostrar las verdades del Catecismo, que, leyéndolo atentamente, no podemos dejar de persuadirnos que es éste el más sabio, el más ordenado, el más completo compendio de la palabra de Dios. Al testimonio de las Sagradas Escrituras, añade el Catecismo la autoridad de los Santos Padres. Estos, además de mostrarnos el unánime consentimiento de la Iglesia en lo relativo al dogma y a la moral, además de ser fieles testigos de las divinas tradiciones, esclarecen con sus discursos las mismas verdades, las confirman con su autoridad y nos persuaden que asintamos a las mismas, tan conformes así a la sabiduría como a la omnipotencia del Altísimo. 

Es tan grande la autoridad atribuida por el Catecismo a los Santos Padres, que, en relación con la importancia y sublimidad de los dogmas propuestos, está el número de sus testimonios aducidos. Así, para enseñarnos la doctrina de la Iglesia relativa al divino sacramento de la Eucaristía, no se contenta con recordarnos las palabras de los santos Ambrosio, Crisóstomo, Agustín y Cirilo, sino que nos invita a leer lo enseñado por los santos Dionisio, Hilarlo, Jerónimo, Damasceno y otros muchos, en todos los cuales podremos reconocer una misma fe en la presencia real de Jesucristo en el sacramento del amor. Por último, quiere el Catecismo que tengamos presente las definiciones de los Sumos Pontífices y los decretos de los Concilios Ecuménicos, como inapelables e infalibles, en todas las controversias religiosas. He ahí indicado de algún modo el carácter que tanto distingue, ennoblece y hace inapreciable al Catecismo. Más no se contentó la Iglesia con dar solidez a su Catecismo, sino que le dotó de otra cualidad que aumenta su mérito y le hace sumamente apto para la consecución de su finalidad educadora: es sencillo en sus raciocinios y explicaciones. 

Quiso el Santo Concilio que sirviera para la educación del pueblo, y para ello ofrece tal diafanidad en la expresión de las más elevadas verdades teológicas, que aparece todo él, no como si fuera la voz de un oráculo que reviste de enigmas sus palabras, sino como la persuasiva y clara explicación de un padre amantísimo, deseoso de comunicar a sus predilectos y tiernos hijos el conocimiento de lo que más les interesa, el conocimiento de Dios, de sus atributos, de las relaciones que le unen con los hombres y de los deberes de éstos para con su Padre celestial. Si alguna vez se han visto en amable consorcio la sublimidad de la doctrina con la sencillez embelesadora de la forma, es, sin duda ninguna, en este nuestro y nunca bastante elogiado Catecismo. Este carácter, que le hace tan apreciable, nos recuerda la predicación evangélica, la más sublime y popular que jamás escucharon los hombres. Esta sublime sencillez se nos presenta más admirable cuando nos propone los más encumbrados misterios, de tal modo expuestos, que apenas habrá inteligencia que no pueda formarse de los mismos siquiera alguna idea. 

Como prueba de esto, véase cómo explica con una semejanza la generación eterna del Verbo: "Entre todos los símiles que pueden proponerse —dice— para dar a entender el modo de esta generación eterna, el que más parece acercarse a la verdad es el que se toma del modo de pensar de nuestro entendimiento, por cuyo motivo San Juan llama Verbo al Hijo de Dios. Porque así como nuestro entendimiento, conociéndose de algún modo a sí mismo, forma una imagen suya que los teólogos llaman verbo, así Dios, en cuanto las cosas humanas pueden compararse con las divinas, entendiéndose a sí mismo, engendra al Eterno Verbo". 

Otras muchas explicaciones de las más elevadas verdades hallamos en este Catecismo, todas las cuales nos demuestran cuánto desea que sean comprendidas por los fieles y el gran interés que todos debemos tener para procurar su inteligencia aun por los que menos ejercitada tienen su mente en el conocimiento de las verdades religiosas. De la solidez y sublime sencillez, tan características de este Catecismo, nace otra cualidad digna de consideración, y es la extraordinaria luz con que ilustra el entendimiento, sin omitir de un modo muy eficaz la moción de la voluntad para la práctica de cuanto se desprende de todas sus enseñanzas. 

Después de la lectura y estudio de cualquiera de las partes del Catecismo, parece que la mente queda ya plenamente satisfecha en sus aspiraciones, y no necesita de más explicaciones para comprender, en cuanto es posible, lo que enseña y exige la fe. Mas no se contenta con la ilustración del entendimiento, sino que, según hemos ya indicado, se dirige especialmente a que la voluntad se enamore santamente de tan consoladoras verdades, las aprecie y se esfuerce en demostrar con sus obras que su fe es viva, práctica, y la más poderosa para la realización de la vida cristiana, aun en las más difíciles circunstancias.

IGLESIA DE CRISTO, 
NO DE NINGÚN PAPA VATICANISTA

Diálogo con el Padre Charles Murr sobre la crisis de la Iglesia