EL Rincón de Yanka: LIBRO "SE HACE TARDE Y ANOCHECE" DEL CARDENAL ROBERT SARAH 🌑🕂🌕

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domingo, 26 de abril de 2020

LIBRO "SE HACE TARDE Y ANOCHECE" DEL CARDENAL ROBERT SARAH 🌑🕂🌕

EL MISTERIO DE JUDAS

Gloria Esteban Villar (Traductor), 
Nicolas Diat (Colaborador)

«La Iglesia, que debería ser un lugar de luz, 
se ha convertido en una madriguera de tinieblas»
«¡NO DUDEN! ¡MANTENGAN FIRME LA DOCTRINA! ¡MANTENGAN LA ORACIÓN!»

En su libro "Se hace tarde y anochece", el cardenal Robert Sarah abre su alma para abordar la espantosa crisis que sufre la Iglesia: «No quiero adormecerlos con palabras tranquilizantes y mentirosas. No busco ni el éxito ni la popularidad. ¡Este libro es el grito de mi alma! Es un grito de amor por Dios y por mis hermanos»

"En la raíz de la quiebra de Occidente hay una crisis cultural e identitaria. Occidente ya no sabe quién es, porque ya no sabe ni quiere saber qué lo ha configurado, qué lo ha constituido tal y como ha sido y tal y como es. Hoy muchos países ignoran su historia. Esta autoasfixia conduce de forma natural a una decadencia que abre el camino a nuevas civilizaciones bárbaras".

Esta afirmación del cardenal Robert Sarah resume el propósito del tercer libro de entrevistas con Nicolas Diat, la profunda crisis espiritual, moral y política del mundo contemporáneo: crisis de la fe y de la Iglesia, declive de Occidente, traición de sus élites, relativismo moral, globalización sin límites, capitalismo desenfrenado, nuevas ideologías, agotamiento político, entre otros. Tras tomar conciencia de la gravedad de la crisis, el cardenal propone los medios para evitar el infierno de un mundo sin Dios, sin el hombre y sin esperanza.
El camino de la vida del hombre ha de experimentar la elevación del alma para difundirla a su alrededor y dejar en herencia una criatura más excelsa de lo que era al entrar en este mundo: con la certeza de hacer lo que está a nuestro alcance, que es lo que nos pide Dios que está siempre bien cercano a nosotros.
Robert Sarah nació en Guinea en 1945. Sacerdote desde 1969, en 1979 fue nombrado Arzobispo de Conakri, con 34 años de edad. En 2001 Juan Pablo II lo llamó a la Curia romana, donde desempeñó sucesivamente dos altos cargos. Benedicto XVI lo creó Cardenal en 2010, y en 2014 el Papa Francisco lo nombró Prefecto de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos.

El libro, el último volumen de tres que ha escrito con el autor francés Nicolas Diat, será «el más importante» debido a lo que dice acerca la «decadencia de nuestro tiempo» que tiene «todas las caras del peligro mortal».
El cardenal guineano de 74 años dijo que después de sus dos libros anteriores "Dios o nada" y "La Fueza del Silencio", este es el «último volumen de la trilogía que quería escribir».

"Dios o nada": Entrevista sobre la fe fue una entrevista autobiográfica publicada en el 2015 que detalla cómo se inspiró en los sacerdotes misioneros que habían hecho grandes sacrificios para llevar la fe a su aldea remota. Recordó también cómo se convirtió en sacerdote en medio de la opresión de la Iglesia por parte del gobierno guineano y cómo llegó luego a ser obispo y cardenal.
Su segundo libro, "La Fueza del silencio": Frente a la dictadura del ruido , se publicó en 2017. En él, el Cardenal Sarah hizo un tratado espiritual sobre la fuerza del silencio en un momento en que la tecnología penetra en las vidas de las personas y el materialismo ejerce una poderosa influencia en el mundo moderno.
El silencio, escribió, «es más importante que cualquier otra obra humana, porque expresa a Dios. La verdadera revolución viene del silencio; nos lleva hacia Dios y hacia los demás para colocarnos humildemente y generosamente a su servicio».


«No quiero adormecerlos con palabras tranquilizantes y mentirosas. No busco ni el éxito ni la popularidad. ¡Este libro es el grito de mi alma! Es un grito de amor por Dios y por mis hermanos» Cardenal Sarah
¿Por qué tomar de nuevo la palabra? En mi libro anterior, os invito al silencio. Sin embargo, no puedo callarme. No debo callarme. Los cristianos están desorientados. Cada día, recibo de todas partes las llamadas de auxilio de quienes ya no saben qué creer. Cada día, recibo en Roma a sacerdotes desanimados y heridos. La Iglesia atraviesa la experiencia de la noche oscura. El misterio de iniquidad la envuelve y la ciega.

Diariamente nos llegan noticias cada vez más aterradoras. No pasa ni una semana sin que un caso de abuso sexual se nos revele. Cada una de estas revelaciones lacera nuestro corazón de hijos de la Iglesia. Como decía san Pablo VI, el humo de Satanás nos invade. La Iglesia, que debería ser un lugar de luz, se ha convertido en una madriguera de tinieblas. Ésta debería ser una casa familiar segura y apacible, y ¡he ahí que se ha convertido en una cueva de ladrones! ¿Cómo podemos soportar que entre nosotros, en nuestras filas, se haya introducido predadores? Numerosos sacerdotes fieles se comportan cada día como pastores solícitos, en padres llenos de dulzura, en guías firmes. Pero ciertos hombres de Dios se han convertido en agentes del Maligno. Estos han buscado profanar el alma de los más pequeños. Han humillado la imagen de Cristo en cada niño.

¡Desgraciadamente, Judas!

Los sacerdotes del mundo entero se han sentido humillados y traicionados por tantas abominaciones. Después de Jesús, la Iglesia vive el misterio de la flagelación. ¡Su cuerpo está lacerado. ¿Quiénes son los que golpean? Aquellos mismos que deberían amarla y protegerla! Sí, me atrevo a tomar prestadas las palabras del Papa Francisco: el misterio de Judas se cierne sobre nuestro tiempo. El misterio de la traición transpira por los muros de la Iglesia. Los abusos sobre los menores lo revelan de la manera más abominable. Pero se necesita tener el valor de mirar nuestro pecado a la cara: esta traición ha sido preparada y causada por muchos otros, menos visibles, más sutiles pero al mismo tiempo profundos. Vivimos después de mucho tiempo el misterio de Judas. Lo que ahora sale a la luz tiene causas profundas que es necesario tener el valor de denunciar con claridad. La crisis que vive el clero, la Iglesia y el mundo es radicalmente una crisis espiritual, una crisis de la fe. Vivimos el misterio de la iniquidad, el misterio de la traición, el misterio de Judas.

Permítanme meditar con ustedes sobre la figura de Judas. Jesús le había llamado como a todos los apóstoles. ¡Jesús le amaba! Él lo había enviado a anunciar la Buena Nueva. Pero poco a poco la duda se apoderó del corazón de Judas. De manera insensible, se puso a juzgar la enseñanza de Jesús. Se dijo a sí mismo: este Jesús es demasiado exigente, poco eficaz. Judas quiso hacer venir el Reino de Dios sobre la tierra, enseguida, por medios humanos y según sus planes personales. Sin embargo, había escuchado a Jesús decirle: « No son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos » (Is 55, 8). Judas se alejó a pesar de todo. Ya no escuchó a Cristo. Ya no le acompañó en aquellas largas noches de silencio y de oración.

Judas se refugió en los asuntos del mundo. Se ocupó de la bolsa, del dinero y del comercio. El mentiroso continuaba siguiendo a Cristo, pero ya no creía. Él murmuraba. La tarde del Jueves Santo, el Maestro le había lavado los pies. Su corazón debió estar bien endurecido para no dejarse tocar. El Señor estaba ahí frente a él, de rodillas, servidor humillado, lavando los pies de aquel que debía entregarlo. Jesús posó sobre él una última vez su mirada llena de dulzura y de misericordia. Pero el diablo ya se había introducido en el corazón de Judas; él no bajó la mirada. Interiormente, debió pronunciar la antigua palabra de la revuelta: « non serviam », « no serviré ». En la Última Cena, él comulgó mientras que su proyecto esperaba. Aquella fue la primera comunión sacrílega de la historia. Y él traicionó.

Judas es para la eternidad el nombre del traidor y su sombra se cierne hoy sobre nosotros. Sí, como él, ¡hemos traicionado! Hemos abandonado la oración. El mal del activismo eficaz se infiltró por doquier. Buscamos imitar la organización de las grandes empresas. Olvidamos que sólo la oración es la sangre que puede irrigar el corazón de la Iglesia. Afirmamos que tenemos tiempo para perder. Queremos emplear ese tiempo en obras sociales útiles. Aquel que ya no reza, ya ha traicionado. Ya está listo para todos los compromisos con el mundo. Camina sobre el camino de Judas.

Toleramos todas las puestas en causa. La doctrina católica es puesta en duda. En nombre de posturas llamadas intelectuales, los teólogos se divierten deconstruyendo los dogmas, vaciando la moral de su sentido profundo. El relativismo es la máscara de Judas disfrazada de intelectual. ¿Cómo asombrarse cuando nos enteramos que tantos sacerdotes rompen sus compromisos? Relativizamos el sentido del celibato, reivindicamos el derecho a tener una vida privada, lo que es contrario a la misión del sacerdote. Algunos llegan incluso a exigir el derecho a conductas homosexuales. Los escándalos se suceden, entre los sacerdotes y entre los obispos.

El misterio de Judas se extiende. Quiero entonces decir a todos los sacerdotes: Permaneced fuertes y rectos. Ciertamente, por causa de algunos ministros, seréis etiquetados como homosexuales. Se arrastrará al lodo a la Iglesia católica. Se la presentará como si estuviera compuesta por completo de sacerdotes hipócritas y ávidos de poder. Que vuestro corazón no se turbe. El Viernes Santo, Jesús fue acusado de todos los crímenes del mundo, y Jerusalén gritaba: « ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! » No obstante las encuestas tendenciosas que os presentan la situación desastrosa de eclesiásticos irresponsables con una anémica vida interior, al mando del mismo gobierno de la Iglesia, permaneced serenos y confiados como la Virgen y San Juan al pie de la Cruz. Los sacerdotes, los obispos y los cardenales sin moral no empañarán en nada el testimonio luminoso de más de cuatrocientos mil sacerdotes a través del mundo que, cada día y en fidelidad, sirven santa y alegremente al Señor. A pesar de la violencia de los ataques que pueda sufrir, La Iglesia no morirá. Es la promesa del Señor, y su palabra es infalible.

Los cristianos tiemblan, vacilan, dudan. He querido este libro [‘Le soir approche et déjà le jour baisse’] para ellos. Para decirles:
¡No duden! ¡Mantengan firme la doctrina! ¡Mantengan la oración! He querido este libro para reconfortar a los cristianos y a los sacerdotes fieles.
El misterio de Judas, el misterio de la traición, es un veneno sutil. El diablo busca hacernos dudar de la Iglesia. Quiere que la veamos como una organización humana en crisis. Sin embargo, ella es más que eso: ella es Cristo continuado. El diablo nos empuja a la división y al cisma.
El diablo quiere hacernos creer que la Iglesia ha traicionado. Pero la Iglesia no traiciona. La Iglesia, llena de pecadores, ¡ella misma es sin pecado! Habrá siempre bastante luz en ella para quienes buscan a Dios. No seáis tentados por el odio, la división, la manipulación. No se trata de crear un partido, de dirigirnos los unos contra los otros: « El Maestro nos ha puesto en guardia contra estos peligros al punto de tranquilizar al pueblo, incluso respecto a los malos pastores: no era necesario que a causa de ellos se abandonara la Iglesia, este púlpito de la verdad […] No nos perdamos entonces en el mal de la división, por causa de aquellos que son malvados », decía ya San Agustín (carta 105).

La Iglesia sufre, ella es burlada y sus enemigos están al interior. No la abandonemos. Todos los pastores son hombres pecadores, pero llevan en ellos el misterio de Cristo.
¿Qué hacer entonces? No se trata de organizar y poner en obra estrategias. ¿Cómo creer que podríamos mejorar por nosotros mismos las cosas? Ello sería entrar todavía en la ilusión mortífera de Judas.
Ante la avalancha de pecados en las filas de la Iglesia, estamos tentados a querer tomar las cosas en nuestras manos.
Estamos tentados a querer purificar la Iglesia por nuestras propias fuerzas. Esto sería un error.

¿Qué haríamos nosotros? ¿Un partido? ¿Una corriente? Tal es la tentación la más grave: el oropel de la división. Bajo pretexto de hacer el bien, nos dividimos. No reformamos la Iglesia por la división y el odio. ¡Reformamos la Iglesia comenzando por cambiarnos a nosotros mismos! No dudemos, cada uno en nuestro lugar, en denunciar el pecado comenzando por el nuestro.
Tiemblo ante la idea de que la túnica sin costuras de Cristo corra el riesgo de ser desgarrada de nuevo. Jesús sufrió la agonía viendo por adelantado las divisiones de cristianos. ¡No le crucifiquemos de nuevo! Su corazón nos suplica: ¡tiene sed de unidad! El diablo teme ser nombrado por su nombre. Él ama envolverse en la niebla de la ambigüedad. Seamos claros. «Mal nombrar las cosas, es sumar a la desgracia del mundo», decía Albert Camus.

En este libro no dudaré en tener un lenguaje firme. Con la ayuda del escritor Nicolas Diat, sin quien pocas cosas habrían sido posibles y que ha estado desde que escribí ‘Dios o nada’ con una fidelidad sin falla, quiero inspirarme en la palabra de Dios que es como una espada de dos filos. No tengamos miedo de decir que la Iglesia tiene necesidad de una reforma profunda y que ésta última pasa por nuestra conversión.
Perdonen si algunas de mis palabras os incomodan. No quiero adormecerlos con palabras tranquilizantes y mentirosas. No busco ni el éxito ni la popularidad. ¡Este libro es el grito de mi alma! Es un grito de amor por Dios y por mis hermanos. Os doy, a vosotros cristianos, la única verdad que salva. La Iglesia se muere porque los pastores tienen miedo de hablar con toda verdad y claridad. Tenemos miedo de los medios de comunicación, miedo de la opinión, ¡miedo de nuestros propios hermanos! El buen pastor da la vida por sus ovejas.
Hoy, en estas páginas, os ofrezco lo que es el corazón de mi vida: la fe en Dios. Dentro de poco tiempo, compareceré ante el Juez eterno. Si no os transmito la verdad que he recibido, ¿qué le diré entonces? Nosotros obispos deberíamos temblar al pensar en nuestros silencios culpables, en nuestros silencios de complicidad, en nuestros silencios de complacencia con el mundo.

A menudo me preguntan: ¿Qué debemos hacer? Cuando la división amenaza, es necesario reforzar la unidad. Ésta no tiene nada que ver con una atención del cuerpo como existe en el mundo. La unidad de la Iglesia tiene su fuente en el corazón de Jesucristo. Debemos mantenernos cerca de él. Ese corazón que ha sido abierto por la lanza para que podamos refugiarnos en él, será nuestra casa. La unidad de la Iglesia reposa sobre cuatro columnas. La oración, la doctrina católica, el amor a Pedro y la caridad mutua deben convertirse en las prioridades de nuestra alma y de todas nuestras actividades.

Cardenal Robert Sarah
Con Nicolas Diat
Traducción al español por Dominus Est.

Cardenal Sarah: 

«Ha llegado el momento de que las homilías recuerden la urgencia de la salvación»

El cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino entre los años 2014 y 2021, ha publicado un Catecismo de la vida espiritual con el que hacer frente a la descristianización avanzada y anemia espiritual que caracteriza nuestros tiempos. Christophe Geffroy le ha entrevistado en La Nef.
-¿Cuál es su objetivo al proponer a los lectores un Catecismo de la vida espiritual?
-La fe cristiana solo está completa cuando está viva. Sin esta vida del alma con Dios ¡somos cristianos muertos o agonizantes! La vida espiritual es el despliegue vital de nuestra unión con Dios a través de la oración y los sacramentos. He querido recordar a los cristianos los fundamentos de esta vida con Dios a la cual están llamados. Sin esta amistad con Dios, que nos da la gracia, esta intimidad del alma con su Creador en el amor, nos arriesgamos a convertirnos en personas áridas y desencarnadas o blandos y tibios. Solo la vida con Dios puede preservarnos de estos excesos y hacernos vivir según la verdad en la caridad y la dulzura. En este libro expongo con sencillez las leyes ineludibles de esta vida del alma. He querido llamarlo "catecismo" porque no quiero hacer grandes demostraciones, quiero que esta obra sea accesible a todos.
-¿Cree usted que a los cristianos de hoy en día les falta formación, sobre todo para fundamentar su vida espiritual?
-Sí, la formación tiene una importancia capital. ¿Cómo avanzar por este camino si no se nos enseñan los medios para progresar en él? Sería como emprender un viaje sin mapa ni equipamiento. A la menor dificultad nos arriesgamos a sentirnos descorazonados, a perder la esperanza y renunciar.
»¿Quién sabe hoy en día qué es el estado de gracia? ¿La gracia santificante? ¡Y sin embargo se trata de nuestra misma esencia de ser cristianos! Creo que es necesario que los sacerdotes no tengan miedo de enseñar la vida espiritual en las homilías y el catecismo. Después de todo, ¿no es esta la única materia en la que son irremplazables? Sabemos cómo encontrar laicos competentes para hablar de política y ecología, pero ¿quién guiará a la grey hacia el Cielo sino los pastores del rebaño? Además, Jesús, durante sus años de vida pública, no hizo más que enseñar la vida espiritual. El sermón de la montaña de los capítulos 5, 6 y 7 del evangelio de San Mateo es el primer "catecismo de la vida espiritual". Pero esto es verdad en todo el evangelio. Cuando Jesús recibe, de noche, a Nicodemo (Jn 3,1-21), se convierte en catequista de la vida del alma, explica qué es la vida de la gracia dada por los sacramentos.
-Usted habla sobre la pandemia y juzga con severidad las limitaciones al culto que entonces prevalecieron, sobre todo en Francia: ¿por qué esa limitación del culto es ilegítima cuando se trata, no de perseguir a los cristianos, sino de proteger a la población?
-Una cosa me asombró: nos ocupábamos mucho de la salud del cuerpo, del equilibrio económico de las empresas, pero nadie parecía preocuparse por la salvación de las almas.
Algunos sacerdotes fueron admirables, visitando a los enfermos, asistiendo a los moribundos, llevando la comunión y predicando por todos los medios. No podemos -¡nunca podemos!- impedir que un moribundo reciba la asistencia de un sacerdote. Es tarea de las autoridades políticas adoptar las medidas necesarias para impedir la propagación de las epidemias. Pero esto no puede hacerse en detrimento de la salvación de las almas. ¿Para qué sirve salvar el cuerpo si perdemos nuestra alma? Me impresionó mucho ver a jóvenes franceses movilizándose para reclamar la misa. Este es un bien esencial. No podemos estar privados de ella de manera indefinida.
-Impresiona un retroceso tan generalizado y rápido de la fe en Occidente: ciertamente, podemos ver la consecuencia de un anticristianismo antiguo y virulento, pero ¿es suficiente como análisis cuando observamos que nuestras sociedades occidentales ya no son cristianas más por indiferencia de los ciudadanos a las cosas de Dios que por el anticristianismo de los gobiernos? ¿Acaso la responsabilidad principal no es de los mismos cristianos?
-Ciertamente, la tibieza de los cristianos es la raíz más profunda de la apostasía que estamos viviendo. Cuando vivimos como si en práctica Dios no existiera, acabamos por no creer de todo en Él.
Portada del 'Catecismo de la vida espiritual' del cardenal Sarah.
»Que quede claro, la persecución latente llevada a cabo por la cultura contemporánea actúa como acelerador de este movimiento. Las almas más débiles se dejan tocar por este veneno del ateísmo práctico transmitido por doquier en la cultura dominante.
»Creo que cuanto más hostil sea el mundo a Dios, más deben vigilar los cristianos su vida espiritual. Es la única resistencia posible al ateísmo líquido que nos rodea y nos asfixia. Un cristiano ferviente es un verdadero resistente a la cultura de la muerte que impregna la sociedad. La vida del alma nos preserva de este veneno extendido.
-En su libro usted cita con frecuencia el Concilio Vaticano II y, sobre todo, Gaudium et spes, constitución conciliar que es la "bestia negra" de ciertos tradicionalistas que en ella ven la ruptura con el magisterio anterior por la manifestación del "culto al hombre" que habría sustituido al "culto a Dios". ¿Qué les responde y como analizaría usted los pasajes del papa Francisco que, en su carta a los obispos que acompaña a Traditiones custodes, amonestaba a los tradicionalistas que, además de la misa de Pablo VI, rechazan también el Concilio Vaticano II visto como ruptura del magisterio?
-No soy nadie para juzgar ni para dar lecciones. Pero gracias a mi fe católica sé con toda certeza y seguridad que la Iglesia no se contradice. En consecuencia, los que convierten al Concilio Vaticano II como un punto de ruptura, sea para alegrarse, sea para lamentarse, se equivocan. Consideran que la Iglesia es una sociedad sometida a los vientos de los partidos y opiniones (conservadores, progresistas, tradicionalistas...). Todo esto no es más que la superficie de las cosas. La Iglesia es la barca de Cristo, ella nos lleva al Cielo. Nunca se contradirá sobre las cosas de la fe.
»El Concilio debe ser leído a la luz de toda la enseñanza tradicional de la Iglesia. No hace más que poner de relieve, bajo un día nuevo, lo que la Iglesia ha creído y enseñado siempre para el crecimiento de la vida de la gracia en nuestras almas. Cualquier otra lectura del Concilio, en un sentido u otro, estaría dictada por la ideología y no por la fe.
-Usted deplora la pérdida del sentido del pecado, incluso en los católicos que, según usted observa, se confiesan muy poco, hasta el punto que prácticas como el aborto o la unión de personas del mismo sexo ya no son consideradas como pecado: ¿cómo se puede explicar esta situación y cómo se debe hablar a nuestros contemporáneos que no entienden la posición de la Iglesia en estos temas?
-Creemos que la Iglesia condena a las personas cuando lo que quiere es iluminarlas y llevarlas por el camino de la salvación. La vida del alma es la vida que Dios nos da por la gracia santificante recibida en el bautismo. La gracia es esta amistad con Dios que le permite residir en nosotros como su morada.
»Hay actos que, objetivamente, no son compatibles con esta amistad divina, son nuestros pecados graves, nuestros pecados mortales. Matan en nosotros la vida divina, la vida espiritual. Un pecado, para ser mortal, debe ser plenamente deliberado, cometido con toda consciencia de la gravedad del acto y en un tema grave. Todo ello atañe al secreto de las conciencias. Pero la Iglesia, para iluminarlas, debe recordar que ciertos comportamientos contradicen objetivamente la alianza de amistad con el Creador. Es tarea de los sacerdotes acoger a cada alma con bondad y misericordia en el sacramento de la confesión. Cada historia es única y Cristo no nos reduce a nuestras faltas.
»La práctica del sacramento de la penitencia es una necesidad absoluta para renovar en nosotros la vida de la gracia que el pecado oscurece. Un alma viva se confiesa con reconocimiento, un alma tibia abandona la confesión, por lo que está en peligro de muerte.
-Actualmente se insiste, con razón, sobre la misericordia de Dios contra una visión, a veces un poco jansenista, de la religión que antaño castigaba con dureza; pero ¿no hemos ido demasiado lejos en este sentido inverso, dando así la impresión de que la salvación ya no es el reto principal -¿quién predica hoy en día los fines últimos en la Iglesia?-, de que el pecado no debe ser denunciado, como si todo el mundo se salvara automáticamente y el infierno se quedara vacío? ¿Dónde está el justo equilibrio?
-¡El equilibrio no está a medias entre el jansenismo y el laxismo! ¡En absoluto! ¡La vida cristiana está totalmente impregnada de misericordia porque es consciente de la tragedia del pecado!
Sacerdote en el confesionario.
Un alma que no se confiesa está en peligro de muerte, advierte el cardenal Sarah. Foto: Alessandro Vicentin / Cathopic.com
»La misericordia es el Corazón de Dios que quiere salvarme de mi miseria. Mi miseria es mi pecado, que me aleja de Dios. Dios me ofrece la salvación eterna por pura misericordia. Ha llegado el momento de que las homilías recuerden la urgencia de la salvación. Nuestra vida espiritual no es otra cosa que la salvación eterna empezada y anticipada. ¿Acaso tenemos otro objetivo, otra preocupación en la tierra que valga la pena? No; estamos aquí para dejarnos salvar por Dios, para recibir de Él nuestra salvación eterna.
»Es justo que hablemos del infierno. Porque Dios nos deja libres de rechazar esta salvación. El infierno es la salvación rechazada. El Cielo es la salvación aceptada y recibida. Estas realidades deberían ser el centro de todas nuestras predicaciones. Es esto lo que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo esperan de la Iglesia. Todo el resto es secundario. Es el corazón de la predicación de Jesús en el evangelio.
-Usted escribe que la institución del matrimonio está en peligro. ¿Cómo hemos llegado a una situación que habríamos juzgado imposible hace poco tiempo atrás (como negar la diferencia entre hombre y mujer)? ¿Qué podemos hacer para luchar contra una tendencia que, en nombre de la libertad individual, parece hoy en día imposible revertir?
-Los cristianos tienen por caridad la obligación de dar testimonio de la verdad. ¿Cómo puede creer la mayoría si no se proclama la buena nueva revelada por Dios sobre el matrimonio? Los cristianos deben anunciar lo que Cristo nos ha enseñado acerca del matrimonio. Pero, sobre todo, ¡deben vivirlo! Al ver a un matrimonio cristiano, deberíamos poder decir: ¡es perfecto! Pero más bien, a pesar de sus pecados y sus límites, se aman como Dios nos ama. Las parejas cristianas deben ser evangelizadoras a través del ejemplo y el testimonio.
»Su alegría debe enseñarnos que la fidelidad hasta la muerte, lejos de ser un yugo insoportable, es fuente de libertad. La comunión eucarística de los esposos es la fuente de su vida espiritual. Reciben lo que están llamados a formar: el cuerpo de Cristo. Necesitamos familias cristianas que nos demuestren que esta vía es posible y gozosa. Las leyes de la Iglesia sobre el divorcio, la imposibilidad de que los divorciados vueltos a casar comulguen, no son leyes inventadas por la rigidez del clero, sino que expresan y protegen la coherencia íntima de la vida espiritual.
-Desde un punto de vista humano, en nuestros países europeos, el futuro es poco alentador para la Iglesia y los cristianos, que están convirtiéndose en una pequeña minoría; sin embargo, esta no parece ser la preocupación principal de nuestros pastores. ¿No somos los cristianos demasiado tímidos, demasiado timoratos con los desafíos cruciales que tenemos ante nosotros?
-Estamos ante un desafío inmenso y decisivo. ¿Somos capaces de ofrecer la salvación del alma a todas estas poblaciones que la ignoran? Doy gracias a Dios por los misioneros franceses que vinieron hasta donde yo vivía, hasta África, para ofrecerme este servicio. Ahora me toca a mí, e invito a todos los cristianos a hacerse misioneros.
»Las almas están muriendo de sed, no podemos guardarnos para nosotros los tesoros de la vida espiritual.
Traducido por Verbum Caro.




Presentación completa del libro 'Se hace tarde y anochece' 
del cardenal Robert Sarah en Madrid (desde el min. 43:54)


1 comments :

Nuria Lourdes dijo...

Excelente post. Pues personalmente me quedo con "Dios o Nada"... que nos falte todo, menos él.
Un fuerte abrazo Yanka. Un gusto leerte.
Cuídate mucho.