32 periodistas ofrecen una
«inyección de esperanza en tiempos difíciles»
Una treintena de periodistas relatan historias de esperanza en el libro Tejer historias. Comunicar esperanza en tiempos de pandemia (Publicaciones Claretianas) que ve la luz este Domingo de Pascua, en formato digital y de forma gratuita, con la intención de ser un «bálsamo» y «una inyección de esperanza» en estos «tiempos difíciles». El director y la subdirectora de Alfa y Omega, Rodrigo Pinedo y Cristina Sánchez, participan en la obra
En el prólogo del libro, el director de Publicaciones Claretianas, Fernando Prado, subraya que «tanto sufrimiento vivido y tanta heroicidad anónima no pueden quedar en el olvido, sino que deberían convertirse en oportunidad de oro para ayudar a madurar y alumbrar un mundo nuevo» en el que se «rescate lo más importante: la propia humanidad».
«Estamos viviendo un momento histórico del que mañana hablarán los libros, como lo hacen de otras pestes o pandemias que hemos vivido en la historia de la humanidad. Ojalá los libros recojan también la información de esta otra epidemia, igualmente real, que se ha desatado en esta ocasión. Me refiero a la epidemia de ternura, de compasión y esperanza que nos está contagiando a todos y nos está haciendo mejores». añade.
Este libro, según indica, quiere ser «una humilde contribución a ello». En concreto, la obra recoge las historias escritas por 32 periodistas, entre los que se encuentran el presidente de la Fundación Crónica Blanca, Manuel María Bru Alonso, autor del texto Nos topamos con el Misterio; la periodista de COPE Cristina López Schlichting, que escribe sobre La crisis del papel higiénico (manual de supervivencia); el redactor jefe de la revista Vida Nueva, José Lorenzo López, que firma El testimonio contagia, y la directora de Últimas preguntas, Frontera y Buena Nueva, de RTVE, María Ángeles Fernández Muñoz, autora de Mirad las aves del cielo.
Prólogo
Sin atormentarme demasiado, el Miércoles
de Ceniza escuché en boca de un sacerdote una
idea que, sin duda, podía estimular mi itinerario
de preparación para la Pascua. El cura se había
referido en su homilía a que nadie nos pedirá
cuentas del mal que no hicimos o del bien que
no pudimos hacer. Sin embargo –decía él– como
creyentes sí se nos pedirán cuentas del mal real
que hicimos, del que aun pudiéndolo evitar no
evitamos o de no haber hecho todo el bien que
pudimos hacer. Días más tarde, de forma inesperada e inminente, irrumpió la crisis del dichoso coronavirus. La Cuaresma se transformó
inmediatamente en una verdadera cuarentena
que puso patas arriba nuestras vidas y nuestras
agendas. Una pandemia de dimensiones bíblicas
nos había pillado, como a las vírgenes necias del
Evangelio, desprovistos del aceite necesario. La
cosa iba para largo.
Así, en medio de esta emergencia de consecuencias impredecibles, me preguntaba en pleno confinamiento forzoso si podría hacer algo más que lo que nos proponían las autoridades.
Después de siglos de luces y avances científicos
–aunque suene a broma–, no parecen saber darnos mayor solución que la de usar más el jabón
de manos para evitar el contagio, armarnos de
altas dosis de paciencia e imaginación durante el
enclaustramiento y esperar a que pase. La misma fórmula que utilizaron las abuelas de nuestras
bisabuelas para luchar contra la viruela. Me propuse entonces intentar vivir esta extraña Cuaresma lo mejor posible y hacer algo bueno que fuera
más allá de lo mandado.
Enseguida detecté que, debajo de tanta avidez
de noticias, inusitada excitación, crítica amarga,
memes y vídeos ingeniosos, se escondían, tal vez
como mecanismo de defensa, el miedo, el sentimiento de fragilidad y la inseguridad que la
grave situación de crisis estaba provocando en
nosotros. De ahí nace la idea de este libro. Sin
alejarnos de la crudeza y del realismo de la situación, quizá unas historias bien tejidas pudieran
ayudarnos a encontrar motivaciones para afrontar la letal amenaza de la desesperanza que, como
siempre, asoma en situaciones de crisis. Porque
una crisis siempre desafía la esperanza.
Algo positivo había que hacer y yo quería poner mi granito de arena. Como editor de libros se
me ocurrió buscar la colaboración de una treintena de periodistas de los buenos, de esos que
«saben lo que se cuece», y saben contarlo, para «armar» un libro. Ellos, que saben tejer historias
buenas de verdad y captar lo mejor de nuestro
corazón humano, son verdaderamente capaces de
poner una pizca de esperanza en este histórico
momento. No nos viene mal.
Estos colegas periodistas saben comunicar
esperanza porque la tienen. Son de los que saben bien que detrás de los números de muertos
y afectados, detrás de los incomprensibles índices
macroeconómicos y de los vaivenes bursátiles,
hay familias y seres de carne y hueso. Personas
que sufren, sueñan, viven y sienten. ¡No son números, son personas! ¡Somos personas! Todos son
comunicadores «de raza» y conozco bien la pasión que les habita. Con su aportación y su plural
sensibilidad saldría, sin duda, un buen libro. Un
libro capaz de ayudarnos a levantar un poco la
mirada por encima de los fríos datos y el gris escenario que, día tras día, se nos cuela por las pantallas amenazando con minar nuestra esperanza.
Mi amigo Manuel María Bru, alma mater de
la Fundación Crónica Blanca y maestro de periodistas, participaría personalmente y me ayudaría
a completar el elenco de autores para el proyecto.
Enseguida nos pusimos manos a la obra y conseguimos un libro de calidad en tiempo récord.
Los autores respondieron como siempre, con una
generosidad admirable. No puedo sino agradecer
su disponibilidad y su real esfuerzo. Era Viernes
de Dolores. La idea era que el Domingo de Pascua el libro circulara viralmente, como una pandemia de Esperanza, como un rumor de Resurrección. En todas y cada una de las historias de
este libro resuenan, discretamente, las palabras
de Aquel que vive y camina siempre con nosotros, misteriosa y sigilosamente, en nuestra Galilea de cada día.
El escritor Stefan Zweig concluye su novela
Mendel el de los libros, creo recordar, diciendo
algo así como que los libros solo se escriben para
unir a los seres humanos y defendernos frente a la
fugacidad y el olvido. Esa es también, de alguna
manera, la humilde pretensión de esta obra coral:
tomar nueva conciencia de esa gran fraternidad
que nos une como seres humanos y ayudar a extraer, de lo que estamos viviendo, la consiguiente
sabiduría. La historia es maestra de la vida y nos
ayudará a no olvidar. No podemos olvidar. No
debemos olvidar. No queremos olvidar.
El futuro, lo sabemos, se escribe siempre sobre las raíces y la sabiduría destilada del pasado.
Tanto sufrimiento vivido y tanta heroicidad anónima no pueden quedar en el olvido, sino que
deberían convertirse en oportunidad de oro para
ayudarnos a madurar y alumbrar un mundo
nuevo desde lo que estamos redescubriendo estos
días. Un mundo en el que de verdad rescatemos
lo más importante que tenemos: nuestra propia
humanidad, nuestro mejor modo de concebir la
vida y las relaciones. ¿Seremos capaces?
Estamos viviendo un momento histórico del
que mañana hablarán los libros, como lo hacen
de otras pestes o pandemias que hemos vivido en
la historia de la humanidad. Ojalá los libros (¡y
los bancos de datos!) recojan también la información de esta otra epidemia, igualmente real, que
se ha desatado en esta ocasión. Me refiero a la
epidemia de ternura, de compasión y esperanza
que nos está contagiando a todos y nos está haciendo mejores. Sobre esta base se alumbrará y se
fraguará ese mundo nuevo.
Este libro quiere ser una humilde contribución
a ello. Entre sus páginas encontrarás historias y
palabras que comunican esperanza. Palabras que,
sin duda, sacan a la luz la verdad de la maravilla
que somos los seres humanos. Una verdad que
muchas veces, sumergidos en la prisa, nos pasa
desapercibida incluso a nosotros mismos. Esa
grandeza se hace ver especialmente estos días en
todos los que, sin otro horizonte que la esperanza, siembran lo poco o mucho que pueden para
que un día podamos volver a abrazarnos.
Los creyentes, igualmente desafiados en la
esperanza, confiamos en que en todo esto Dios
está por medio. Por eso decimos que la Esperanza
es una virtud teologal. Ojalá muchos pudieran
compender existencialmente esta gran verdad
que sostiene nuestra vida. Sin que hayamos hecho nada por merecerlo, el cielo nos ha bendecido con la suerte de tener ese mágico resorte que se activa con la memoria y nos recuerda la gozosa
promesa que también hoy nos repite el Resucitado: «Sabed –y no olvidéis– que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos»
(Mt 28,20).
Fernando Prado Ayuso,
cmf
Publicaciones Claretianas
TEJER HISTORIAS. COMUNICAR ... by Yanka on Scribd
0 comments :
Publicar un comentario