EL Rincón de Yanka: LIBRO "DIOS NO MOLA": RECHAZAR LA TEOLOGÍA DE LA CULTURA POP Y DESCUBRIR AL DIOS POR EL QUE VALE LA PENA VIVIR

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domingo, 5 de abril de 2020

LIBRO "DIOS NO MOLA": RECHAZAR LA TEOLOGÍA DE LA CULTURA POP Y DESCUBRIR AL DIOS POR EL QUE VALE LA PENA VIVIR


DIOS NO MOLA


Rechazar la teología de la cultura pop y descubrir al Dios por el que vale la pena vivir

Estamos acostumbrados a que en muchos ámbitos, incluso en los eclesiásticos, se presente a Dios como una suerte de ser dulce y enrollado que resuelve nuestros problemas y que, en el mejor de los casos, nos dicta una serie de normas con las que regir nuestra vida íntima y social. Se trata de un Dios guay, molón, buenecito, moderado… Un Dios que no nos pide cuentas, pero que está siempre dispuesto a recompensar nuestros méritos. Un Dios hecho a nuestra medida que, de vez en cuando, y si lo tenemos a bien, nos dice cómo debemos comportarnos.
"En Dios no mola", el teólogo alemán Ulrich L. Lehner se rebela contra esta imagen. Frente al Dios edulcorado de la posmodernidad, reivindica el Dios verdadero de la Biblia; frente al Dios buenecito de los manuales de autoayuda, reivindica el Dios paradójico – iracundo y misericordioso al tiempo – del catolicismo; frente al Dios que nos recompensa por nuestros méritos, reivindica el Dios amoroso que nos ofrece el regalo inmerecido de la gracia; frente al Dios moralista, reivindica el Dios que nos saca de nuestro ámbito de comodidad y nos llama a la aventura, transformándonos.

«Dios no mola es un libro que deben leer los padres, los educadores religiosos y los cristianos ordinarios que quieran liberarse de la deidad hecha a medida de la cultura pop e introducirse a sí mismos en la grandeza radical de Dios». (Rod Dreher, autor de La opción Benedictina)

«Las páginas de este libro son la obra de un verdadero teólogo». Del prólogo de Scott Hahn

«Este libro es una bomba en el ámbito del sentimentalismo contemporáneo y del deísmo terapéutico disfrazado, a veces, de cristianismo. Uno de esos raros trabajos que diagnostican con brillantez los errores de nuestro tiempo, respondiendo a ellos con claridad y caridad. En nuestra época de ‘espacios seguros’, debería ser de obligada lectura para los estudiantes universitarios que, es muy probable, aún no han encontrado al Dios de la Biblia, un Dios que es bueno, pero que en absoluto es seguro». Brant Pitre

«Un antídoto tonificante para la insípida religiosidad americana de las mega-iglesias, un desafío para todos los cristianos para encontrar de nuevo, plenamente, al Dios de la Biblia y, para los católicos, un manual sobre un importante aspecto de la Nueva Evangelización». George Weigel. Autor católico y profesor investigador y cátedra William E. Simon de Estudios Católicosen el Ethics and Public Policy Center

Qué es y qué no es el pecado original

Muchos de los que rechazan el pecado original, o que dicen tener “problemas” con él, parecen pensar que Dios dio un mandamiento irrazonable, a saber: no comer de un árbol en especial, aunque Él sabía que los humanos serían incapaces de mantener este mandamiento. En consecuencia, a sus ojos el castigo de Adán y Eva es injusto, y un Dios cuya Iglesia mantiene el pecado original como dogma es, en el peor de los casos, vengativo y, en el mejor, un contable.

El pecado original es un dogma para cada católico y rechazarlo como una invención desafortunada de san Agustín, como hacen algunos, es totalmente falso. Basándose en la tradición, san Agustín definió lo que era el pecado original de una manera tan sofisticada que la Iglesia aceptó su definición como el mejor modo de encuadrar la verdad.

El pecado original no tiene que ver sólo con la desobediencia de Adán y Eva. En lo más profundo tiene que ver, ante todo, con la relación de los humanos con Dios, es decir, el hecho de que hemos nacido, no en una comunidad santa, sino en un mundo roto. Nadie nace católico, ¡nadie! Nos convertimos en miembros de la Iglesia por medio del bautismo. Tiene que ver también con la condición mundana de la humanidad y «el abismo de esta condición con la imagen de perfección y felicidad que la persona humana lleva dentro de su alma» . Llevamos dentro de nosotros una imagen de esperanza, una imagen del mundo y de nosotros perfecta, pero nuestras acciones y nuestra vida chocan con estas expectativas y esperanzas. Cuando vemos la dolorosa falta de firmeza de las relaciones, cuando nos damos cuenta del mundo de violencia y desengaño, de la sociedad llena de abusos, y los comparamos con nuestro deseo de justicia, paz, belleza, verdad, santidad y plenitud, nos percatamos de este abismo.

El cristianismo no acepta este abismo, pero lo explica indicando la desobediencia de Adán y Eva. Esto no significa que el acto primario de desobediencia tenía que suceder en el jardín del paraíso o comiendo una manzana: la historia de la Caída explica, utilizando un mito, lo que es el centro teológico de la historia, es decir, que los humanos actuaron contra Dios. La cuestión de cuándo sucedió es sin duda interesante, pero no es realmente de ayuda. Después de todo, el segundo libro de Enoc piensa que la Caída sucedió sólo cinco horas y media después de que Adán y Eva empezaran a vivir juntos en el paraíso. Esto me parece una afirmación muy realista de la fuerza y la debilidad humanas, y un maravilloso modo de recordarnos el tiempo que podemos estar sin Dios: sólo podemos estar sin la gracia de Cristo unas pocas horas.

La relación interrumpida con Dios es el efecto de la Caída, que fue un acto voluntario de desobediencia a Dios. El dogma católico también afirma que, aunque el bautismo quita el pecado original, no elimina sus efectos mundanos: nuestra experiencia de deseo incumplido y nuestra

incapacidad de “seguir la recta vía” sin la gracia. Por lo tanto, el pecado original sigue siendo el verdadero misterio que no puede demostrarse, como sucede con la Trinidad y el nacimiento de la Virgen. Sin embargo, podemos ver, como he manifestado en el capítulo anterior, que nuestro mundo sombrío y egoísta tiene sentido si creemos en el pecado original.
PRÓLOGO
Por Scott Hahn

El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor
(Prov 9, 19)

Este libro se esperaba desde hacía mucho tiempo.
No se preocupe. No estoy hablando del tiempo que usted lo ha tenido después de pedirlo prestado de la biblioteca. Hablo del tiempo en el que los cristianos nos hemos creado una ilusión, colectivamente, de Dios.
Desde luego, es posible que esta sea una constante de la condición humana. Pero creo que hay algo distinto en el carácter de nuestras ilusiones recientes. Desde hace un siglo retratamos a Dios como un tipo amable, dulce, adora­ble; tan amable y tan dulce que, de hecho, no conseguimos rendirle culto.
Hace ochenta años, H. Richard Niebuhr satirizó esta religión peculiarmente americana en la que «un Dios sin ira llevó a unos hombres sin pecado a un Reino sin juicio  a través del ministerio de un Cristo sin cruz»1. Y hemos tenido un éxito incontrolado exportando este evangelio terapéutico.

Lo sabe porque lo ha visto. Lo puede reconocer en el culto dominical de las mega-iglesias suburbanas y, siento decirlo, en no pocas parroquias católicas. Busque su silla plegable acolchada y pronto encontrará a un Dios accesible que quiere encontrarle donde usted se halle, consolándole y tranquilizándole, manteniéndole entretenido con músi­ca relajante durante una hora. Encarnado, ese Dios es su "Señor y Salvador personal". Personal, como un mentor personal, un entrenador, un monitor de esquí.
Ulrich Lehner no es el primero en observar que la predicación de este evangelio amable corresponde más bien al colapso de la cristiandad en el Norte y el Oeste de este mundo. Instintivamente, puede que nos guste un Dios amable; incluso podemos llegar a que nos guste en las redes sociales. Pero, ¿haríamos sacrificios por Él y a Él? ¿Desea­ríamos morir por Él? ¿Haríamos el esfuerzo de levantarnos temprano para alabar su nombre?
Seguramente no.

Lea la Biblia desde el Génesis al Apocalipsis y no encontrará a este Dios amable y dulce en ninguna parte. En el Génesis aparece con su poder, juzga con justicia y promete misericordia. Su misericordia es creíble sólo porque su poder y su justicia son claras.
Lea los profetas y medite sobre el Dios que se le aparece a Abrahán, Moisés, Balaam, Ezequiel, Isaías y Daniel; el Dios cuya cercanía hizo que se postraran y cubrieran sus rostros, el Dios cuya luz llegó a los Jugares más recónditos de sus almas.
No es un "Dios del Antiguo Testamento" que se ha vuelto obsoleto con el Nuevo. Es el Dios que Simón Pedro encontró en Jesús (Le 5, 8) y que Juan vio en sus visiones (Ap 1, 17).
El Dios de la religión bíblica es desconcertante, inquietante, imperioso y exigente. Puede ser chocante.
Inspira asombro y algo parecido al miedo. De hecho, lsaías -cuya llamada fue algo espantoso-, incluye el «espíritu de temor del Señor» entre los siete dones del Espíritu Santo (Is 11, 12).

Así es el Dios de las Escrituras, del Credo y de los Sa­ cramentos. Considere las palabras de una antigua oración eucarística, palabras presentes aún en nuestros himnarios.
Que enmudezca toda la carne humana, y que permanezca con temor y temblor, y que no piense en nada terrenal, porque con la bendición en sus manos el Rey de reyes y el Señor de los señores viene para sacrificarse y darse en alimento a los fieles2.

Este Dios viene a nosotros para la comunión, pero nos exige el culto que es su derecho por naturaleza, y nuestro deber por naturaleza. Lo que sucede a continuación es asombroso: ¡Él se da a nosotros como alimento! Y aún más asombroso cuando sabemos quien es Él: el Creador, el Todopoderoso, el Dios que hizo temblar a los patriarcas y a los profetas.
Ha venido para ser nuestro alimento, no nuestro ansiolítico ni nuestro antidepresivo. No ha venido necesariamente para que nos sintamos mejor, sino para hacernos como Él, para que seamos «partícipes de la natu­raleza divina» (2 Pe l, 4).

Los hijos de Dios se asemejarán a su Padre. «Sa­bréis la verdad", decía Flannery O'Connor, "y la verdad os hará raros». Por lo tanto, no deberíamos sorprendernos si nuestros vecinos encuentran que nuestra fe es ofensiva o incluso intolerable. El Evangelio tiene ese efecto en la gente. El poeta W. H. Auden contó la historia de un vicario que «en una ocasión hizo que su congregación llorara desconsolada­mente tras oír su sermón sobre la Pasión". El pobre hombre estaba tan consternado por su éxito que, inmediatamente, pensó en consolar a sus feligreses y dijo: "Por favor, no estén tristes. Recuerden que esto sucedió hace mucho tiempo. De hecho, es posible que ni tan siquiera sucediera». La Buena Nueva no es amable, pero es verdad.
La gente que lloraba tenía más conciencia de ello que su avergonzado pastor.
Ulrich Lehner ve claramente lo que Niebuhr y O'Connor y Auden vieron: que la fe amable no es la fe de Nicea. Ve la naturaleza absurda y contradictoria de este proyecto reciente, y le da nombre. Su diagnóstico y su tra­tamiento son más minuciosos y útiles que otros que haya podido ver hasta la fecha.

Las palabras de este libro son la obra de un verda­dero teólogo. Un teólogo es alguien que reza; y alguien que reza sabe que Dios es inmutable y, sin embargo, es salvaje e indomable. Alguien que reza a este Dios conoce a un Dios al que se puede rendir culto y al que se le puede hacer un sacrificio. Un Dios por el que podemos vivir y morir.

INTRODUCCIÓN
Una imagen de Dios no verdadera

"Dios no mola".

Mis estudiantes de teología en la Universidad Marquette mezclaron y revolvieron sus libros. Levanta­ron la cabeza. Una joven a mi derecha arrugó su cara. Un joven a mi izquierda frunció el ceño. A varios se les vio confundidos. Intenté no sonreír. Es el momento con el que todo profesor sueña: la interacción. Los estudiantes empezaron a levantar las manos y a leer.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué mi afirmación despertó a mis estudiantes de su modorra académica? La respuesta es muy sencilla: muy probablemente no habían oído nunca a nadie decir "Dios no mola". Era un desafío a la descripción dual alimentada por nuestra cultura mediante un bombardeo diario, veinticuatro horas al día, en la televisión, las redes sociales y, por desgracia, también en la iglesia, que les decía que si Dios existía, sería amable  y haría todo lo que nosotros le pidiéramos. Podemos llegar a "acuerdos" con Dios, o regatear por lo que que­remos, como si Él fuera un mercader firme, pero amable, en un mercado agrícola.

Ahora bien, la cultura sostiene que Dios es una especie de terapeuta divino, y esta creencia infecta incluso a quienes frecuentan las escuelas católicas, como ha hecho con muchos de mis estudiantes universitarios. Para ellos, Dios es como un psiquiatra al que podemos acudir en tiempos de necesidad. Sin embargo, cuando las cosas van bien, no nos preocupamos mucho por Él. En resumen, Dios no tiene un papel importante en nuestras vidas, y la gracia no tiene la posibilidad de transformarnos. ¿Por qué cambiar tu vida por un Dios así? No tiene exigencias.
Al principio pensé que lo que contribuía al proble­ma era la educación religiosa que estos estudiantes habían recibido en el colegio y en sus casas; indudablemente era así. Pero cuando escuché a mis propios hijos, como a los hijos de otras personas que sabía que habían sido educados desde su nacimiento sobre el carácter de Dios, me di cuenta de que todos utilizaban el mismo lenguaje. Esto hizo que tomara conciencia del poder que tiene la cultura para dar forma a la descripción común sobre Dios.
Con toda honestidad, yo tampoco soy totalmente inmune a ello. A veces me he visto a mí mismo en una posición demasiado cómoda cuando se trataba de mi relación personal con Dios, convirtiéndola en algo rutinario y convencional.

La palabra convencional significa lo habitual, no demasiado excitante. Como mucho, medianamente placen­tero, olvidado en cuanto llega la siguiente cosa placentera. Y en nuestra cultura, hay muchas cosas que causan placer y sorpresa. Por lo tanto, ¿debería sorprendernos que los estudiantes y los adultos jóvenes abandonen la Iglesia? Hemos convertido el ir a la iglesia y el creer en Dios en algo que la gente amable y educada hace, sobre todo los domingos. Esto es idolatría de la peor clase y una amenaza no sólo para nuestra fe, sino también para la fe de nuestros hijos. Las encuestas nos dicen que la gran mayoría de las personas cree en Dios o en algún tipo de espiritualidad. Sin embargo, estas mismas personas no van a la iglesia, ni se hacen preguntas sobre cómo el hecho de conocer a Dios puede transformar nuestra vida cotidiana. En lugar de ver a Dios y al pueblo de Dios como un movimiento contracultural que desafía las tendencias actuales, la mayoría de la gente tiene la impresión de que Dios es aburrido. Y que también lo es la gente que cree en Él.

Esta es la razón por la que todos necesitamos la va­cuna que nos ayude a conocer el carácter verdaderamente transformador y misterioso ele Dios: el Dios que se presen­ta al hombre en una zarza ardiente, que habla a través de los burros, que convierte a los demonios en cerdos, que arroja a Saúl al suelo y que se aparece a san Francisco. Sólo este Dios tiene el poder de retarnos, de cambiarnos, de hacer que nuestras vidas peligren, arrastrándonos a una gran aventura que nos hará personas diferentes.
En el corazón de la Universidad Marquette tenemos la capilla de Santa Juana de Arco, un edificio en piedra del siglo XV que fue transportado desde Francia. En su interior se conserva una piedra que la propia santa besó antes de ir a la batalla. Cuando era una adolescente, Juana en­contró a Dios de una manera tan ardiente y profunda que su vida cambió. Entró en contacto con el Dios salvaje, que la transformó en una santa.

Habitualmente paso por la capilla y rezo: "Espíritu Santo, ayúdame a guiar a mis estudiantes''. Un día, mientras meditaba sobre la vida de la gran santa, me di cuenta de que yo había sido muy convencional respecto a mi fe, sobre todo con mis estudiantes. En las clases mantenía bajo control mi pasión por Dios y, al no invitar a mis estudiantes a entrar en el misterio de la fe, no les estaba dando el alimento necesario para su propio camino con Dios. Mi propia fe se estaba ahogando por mi actitud convencional, aburrida y timorata.
Esta revelación invadió todo mi ser y sentí el fuego ardiente del que suelen hablarnos los santos: el amor y la percepción de Dios que devora pero no destruye. La revelación sobre la naturaleza de mi propia fe hizo que cayera de rodillas. Podía casi imaginarme a Jesús de pie ante mí, El que Desafía, El que Escucha, El que Sana. Quería renovar mis esfuerzos para ir más allá de esa zona de seguridad que había construido para Cristo e intentar encontrarle en todas las cosas, como dijo san Ignacio de Loyola.

¿Cómo podía enseñarles esto a mis estudiantes? La respuesta me vino sentado en mi frondoso jardín, puntuando sus trabajos. Les había pedido que hicieran un trabajo sobre los israelitas y su viaje al abandonar Egipto: una increíble aventura que les llevó a atravesar el desierto, con ejércitos ahogados, en la que sólo dependían de Dios para su vida diaria. En estos trabajos leía a menudo: "Dios ayudó a los israelitas porque le rezaban".
Es una afirmación verdadera. Pero no capta toda la escena. Me di cuenta de que tenía que ayudar a mis estudiantes a unir los puntos y rechazar la imagen de Dios como una máquina expendedora; es decir, la idea de que si metemos unas monedas (u oraciones), recibiremos  nuestros bienes. Por lo tanto, en mi siguiente debate en clase hablamos sobre la historia de la redención en el Antiguo Testamento. A Abraham se le pidió salir de Ur e ir hacia lo desconocido. Él dejó todo para seguir a Dios con la única promesa de que habría algo para él en una tierra desconocida. Hablamos de Moisés y de la zarza ardiente, del gesto de quitarse las sandalias porque estaba en tierra sagrada; hablamos de Elías alimentado por los cuervos y del Dios que le hablaba con voz tranquila y baja después de una gran tormenta. Historia tras historia, en la Biblia se resalta el hermoso y extraño misterio de Dios.
Y entonces dije, con más pasión de la que probablemente habían oído nunca en mí: "Este es un Dios que os invita a una gran aventura que cambiará vuestras vidas, y que se atreve a tentaros con grandes cosas. En palabras del señor Castor, de las Crónicas de Narnia, sobre Aslan: 'No es seguro, pero es bueno"'.

En realidad, la seguridad es una ilusión en nuestras vicias. La gente y los acontecimientos siempre nos cambian, para bien o para mal. Un gran ejemplo de ello es el matrimonio. Cuando conocí en la Universidad de Notre Dame, en una clase sobre la Santísima Trinidad, a la que es mi mujer, supe que ella cambiaría mi vida. Y lo sigue haciendo a diario. Me desafía a ser mejor marido y mejor padre. No es una situación segura. No puedo dormirme sobre los laureles y vivir según creo yo. La gran aventura que comencé con mi esposa nos cambió a los dos.
Les dije a mis estudiantes que si un ser humano puede cambiarnos tanto, llamándonos para realizar un viaje asombroso, imaginad lo que Dios puede hacer. Nos llevará a aventuras que nunca habríamos imaginado y a lugares que nunca hubiéramos esperado. Dios quiere que nos  transformemos, que no nos sintamos cómodos con nuestra vida, que tendamos hacia el cielo, una hermosa gracia que Él nos da.

Esta gracia no nos hace amables; si lo hiciera, sería algo meramente superficial. En cambio, nos transforma tal como el vino se transforma en la Sangre de Cristo en la Eucaristía. Fluye del propio carácter de Dios, interrumpiendo nuestros mejores planes. Creemos que sabemos qué es lo mejor, pero Dios no está de acuerdo porque nos ama.
San Juan de la Cruz una vez escribió: "Si crees que puedes encontrar a Dios en la comodidad de tu habitación , nunca le encontrarás". El viaje para conocer a Dios nos lle­ va a lugares en los que no hemos estado, nos ayuda a darnos cuenta de cosas no vistas antes y a abrir nuestros ojos ante sorpresas y delicias que no sabíamos que existían. Sólo el aventurero es capaz de ver lo que nadie ve. Es esta percepción la que perdemos cuando pensamos en Dios de una manera convencional. Entonces nos preguntamos por qué la vida no tiene sentido, por qué somos tan infelices y por qué nuestra existencia nos aburre hasta la muerte. En lo más hondo de nosotros mismos, deseamos ese desafió, ese viaje, esa aventura .

Este libro ofrece un mapa para ayudarnos a abandonar el confort de nuestras habitaciones y a encontrar al Dios salvaje que quiere nuestras vidas. Cuando empecé a pensar en este tema, recordé un episodio de mis años en el instituto. A veces servía en la misa que celebraba un sacer­dote anciano, ya retirado, con el que me gustaba quedarme a hablar. Tenía un aire serio, pero también una intensa alegría. En una de estas conversaciones, el padre Karl me confió que la noche antes de su ordenación, en 1936, en la Alemania de Hitler, se arrodilló ante el tabernáculo y le pidió a Dios: "Señor, toma todo to que soy, pero por favor, no me des una vida aburrida". Su deseo fue concedido. Unos años más tarde te nombraron capellán militar y lle­vó a cabo su ministerio atendiendo a soldados heridos en Rusia. Después de ta guerra, casi muere en un gulag soviético, y cuando volvió a Alemania ejerció su ministerio en una gran parroquia.

El padre Kart sonrió y me dijo: "Y no me he aburrido ni un segundo". No sentía ninguna amargura por tos años perdidos de ta guerra, por el dolor de la prisión, el hambre o tos problemas de salud que te impidieron una carrera en la Iglesia: sólo tuvo el sincero gozo de ser un trabajador en la viña del Señor.
Hoy, cuando estoy de pie ante mis estudiantes de Teología, te recuerdo y recuerdo su historia: con Dios hay vida, una vida de aventuras. El Dios en et que creemos tos católicos no es un misterio amable y convencional, sino que es terrible, absorbente, a veces aterrador.
Este libro invita a conocer a este Dios. Descubriendo quién es Dios, encontraremos que Él nos invita a una vida emocionante, pero también que está interesado en nuestro bienestar eterno. Intentaré identificar algunos obstáculos e ídolos que impiden que nos embarquemos en esta aventura con Él y daré sugerencias sobre cómo superarlos. Quiero demostrarles que caminar con Dios significa tener una aventura en nuestras vidas y significa fe. Y, al final, espero que se den cuenta de que Dios les ama tanto que llega incluso a ser amable.

1 H. Richard Niebuhr, The Kingdom of God in América, 1931; Wesleyan. JIHdclletown, CT 1988.pág. 193.
2 En el texto original del libro: «Let all mortal flesh keep silence, / and with fear and trembling stand; / Ponder nothing earthly mlnded, / For withh blessing In his hand, / Christ our God to eart descending / Comes our homage to demand». Las dos últimas frases difieren un poco de la versión inglesa, tra­ducción del texto griego utilizado en la liturgia bizantina, -que concuerda con la traducción latina del mismo texto-: «for the King of kings and lord of lords cometh fort to be sacrificed, and given as food to the believers»; «Rex enim regnantium, Christus Deus noster, prodit ut mactetur deturque in escam fidelibus» y que en español sería: «ya que el Rey de reyes y el Señor de los señores viene para sacrificarse y darse en alimento a los fieles». Las frases utilizadas por el autor del prólogo («Christ our God to earth descending / Comes our homage to demand») corresponden al texto del compositor de himnos, el anglicano Gerard Moultrie, y se podrían traducir al español así: «Cristo nuestro Señor descendió a la tierra / para exigirnos nuestro culto». (N.d.T.)