Nada volverá a ser lo mismo
“La Iglesia ‘en salida’ ahora se ha atrincherado por miedo”.“No me escandaliza que la Iglesia siga las disposiciones del Gobierno, lo que creo que falta es lo que siempre ha hecho la Iglesia durante las plagas: movilizar sus tropas”. Sobre la paradoja de lo que pretendía ser una “Iglesia que sale a las calles y a las plazas” y en cambio hoy aparece en su totalidad una “Iglesia atrincherada”, asustada, “aunque no falten los testimonios personales”. Vittorio MessoriQuien más, quien menos, casi todos los que asistimos a la pandemia que azota el planeta y a las extraordinarias medidas impuestas para paliarla estamos deseando una vuelta a la normalidad, ansiando que la pesadilla acabe para retomar el ritmo habitual de nuestras vidas. Y, claro, llegará el momento en que la cuarentena termine y la enfermedad desaparezca o, en todo caso, se convierta en una más, tratable y no especialmente mortal. Pero la ‘normalidad’, la vida igual que la hemos conocido antes, es poco probable que vuelva, ni en la vida social ni en la Iglesia.
Uno no puede olvidar fácilmente lo que ha visto en esta crisis, y parte de lo que hemos visto es el fracaso monumental de un modelo de Iglesia mundanizada, casi avergonzada de sus aspectos sacramentales y sobrenaturales, alineada con las modas ideológicas del momento.
Hemos visto cómo conferencia episcopal tras conferencia episcopal se deshacían de la vida sacramental y litúrgica de la fe con una extraña facilidad y aparente frialdad, como si en vez de ser un pilar esencial fuera un fardo superfluo, sino totalmente inútil.
Hemos visto que la Iglesia es irrelevante en su mensaje como mero apósito del mundo secular. Las prédicas sobre la conversión ecológica o la obsesión con los puentes/contra los muros se han silenciado, porque en un momento en que los muros (paredes) nos salvan y los puentes nos traen el virus, suenan huecos, como slogans comerciales de una mercancía que no encuentra ya clientes.
El colmo de lo que no hemos visto pero tampoco quisiéramos oír es el caso de un obispo muy importante, algo más o menos que obispo, que le dice a un sacerdote, que todas las tardes se acerca con el Santísimo Sacramento a bendecir a sus fieles desde el atrio de la Iglesia, que deje de “hacer el ridículo”.
La cercanía del dolor, la enfermedad y el pensamiento de la muerte -es decir, la Cruz- nos ha devuelto a la centralidad de nuestra fe y en su objetivo último, que transciende este mundo, este planeta llamado a la destrucción.
Cuando vuelvan a celebrarse las misas públicas, muchos, nos tememos, no volverán. Pero los que vuelvan lo harán valorándola de otra forma, consciente de su valor como se valora aquello de lo que ha sido privado por un tiempo. Como cualquier crisis, esta ha puesto a cada uno en su sitio, y se han visto sacerdotes celosos y heróicos, como se han visto otros clérigos con un celo más que moderado.
La Iglesia solo puede ser sal, solo puede sobrevivir siendo fiel a su misión sobrenatural de acercar a las almas a Cristo y, en última instancia, ayudándolas a cumplir su destino eterno en el Cielo. Las labores sociales, ecológicas; todo el aspecto ‘político’, con incrustaciones de ideologías externas y pasajeras, siempre lo tendremos con nosotros, como se dice de los pobres en el Evangelio, pero no pueden seguir ocupando el papel central. Cuando uno se queda días y días en su cuarto oyendo noticias de muertos y temiendo la enfermedad es difícil que piense en la Madre Tierra, y sí en nuestro Padre que está en el Cielo.
En su discurso a los jesuitas entonces en crisis, Juan Pablo II les exhortó a “volver a ser lo que eran” como único medio para superar sus graves problemas. Eso es lo que necesitamos de la Iglesia hoy: que vuelva a ser lo que era, lo que es, lo único que puede ser porque se basa en un mensaje que seguirá siendo cierto cuando este cielo y esta tierra hayan pasado para siempre.
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Todos hemos oído de pastores -especialmente, del clero de a pie- que se están comportando de forma heroica para llevar a los fieles los sacramentos y apoyo espiritual y material. Pero esa especie no abunda entre los obispos, al menos entre los americanos. Otro ‘protegido’ de McCarrick, el arzobispo de Newark, cardenal Joseph Tobin, no solo ha cerrado a cal y canto las puertas de la catedral, sino que se ha ocupado de que haya aparcado a sus puertas un coche patrulla del Condado de Essex, al que pertenece la diócesis. Con pastores así, ¿quién necesita lobos?
“La Iglesia ‘en salida’ ahora se ha atrincherado por miedo”.
“No me escandaliza que la Iglesia siga las disposiciones del Gobierno, lo que creo que falta es lo que siempre ha hecho la Iglesia durante las plagas: movilizar sus tropas”. Vittorio Messori, el escritor católico más conocido en el mundo, el que ha redescubierto la apologética, da su punto de vista sobre el tema de la Iglesia en la época del coronavirus y sobre la paradoja de lo que pretendía ser una “Iglesia que sale a las calles y a las plazas” y en cambio hoy aparece en su totalidad una “Iglesia atrincherada”, asustada, “aunque no falten los testimonios personales”, añade Messori.
Recordemos la imagen de fray Cristóforo en el Lazzaretto, junto con las víctimas de la peste, con las que muere por esta enfermedad. Es una imagen fuerte la de Manzoni en el libro “Los novios”, un clásico de la literatura italiana. ¿Le gustaría que todos los sacerdotes fueran así?
No se puede pretender que todos los sacerdotes sean como el fraile de la memoria de Manzoni, pero fray Cristóforo es el emblema de una Iglesia que durante las plagas de todas las épocas siempre se ha comportado de la misma manera. Es decir, ha mandado a sus hombres en medio de las víctimas de la peste para tratar de ayudarlas, asistirlas durante la muerte, para confesarlas por última vez. Por supuesto, se puede decir que los tiempos han cambiado, que ya no es el tiempo de fray Cristóforo, pero el hecho es que en la historia cuando estas epidemias estallaban el clero siempre se movilizaba y muchos de ellos morían. No se trataba de un desafío a Dios, sino de la conciencia de una misión, la Iglesia se distinguió por su testimonio, ponía en marcha a los suyos para tratar de aliviar un poco el sufrimiento de los afectados. Esto no quita que muchos sacerdotes vivan así hoy en día, varias docenas han muerto también aunque no sabemos de qué manera, pero estos actos de heroísmo son más bien iniciativas personales del clero. Por el contrario, se tiene la percepción de una Iglesia asustada, con obispos y sacerdotes seguros en sus casas.
3 comments :
Hola Juan Carlos. Qué gusto visitar tu casita bloguera después de mucho tiempo.
Me gustó tu post, real y directo a la vena. Realmente lo que vivimos, es una fuerte lección que nos trae gran enseñanza. "A reconocer nuestros errores, aceptarlos y enmendarlos". Suena difícil verdad? Pero no imposible de hacerlos y más aún, cuando lo que está sucediendo se asemeja mucho a tiempos apocalípticos que narra la Biblia... Basta de golpearnos el pecho o tirar la piedra y esconder la mano. Oremos mucho por nuestro planeta y sus habitantes, pero sobretodo para reafirmar nuestra fe y ser mejores personas.
Un abrazo.
Saludos desde Perú. ;)
Gracias Nury por tu bello comentario.
EN RELACIÓN AL OTRO
No retrases encuentros ni escatimes afectos,
la persona es un milagro
enmarcado en el tiempo.
Piensa que cada persona tiene un mundo
de soledad y silencio
que el pudor no le permite compartir.
Ten en cuenta que silencios prolongados
pueden ser llamadas urgentes de auxilio.
No enjuicies actitudes y situaciones.
El otro es un misterio.
Limítate a aceptarlo con amor.
No te afanes en buscar consensos,
las personas son inéditas.
Admite más bien las discrepancias,
pues aportan riqueza.
Utiliza la palabra con verdad y prudencia.
Ilumina con tu saber,
pero no quieras imponer criterios.
Tu esperanza en el otro
condiciona su crecimiento,
será lo que esperes de él
y en la medida de tu esperanza.
Rompe el temor con la ternura
y concédele espacio a la palabra.
Entrega dilatadamente
el regalo de tu tiempo,
y ten la certeza que en ocasiones,
no es nuestro decir el que salva,
sino la escucha silenciosa del que ama.
Ten la humildad de mostrar tus límites
y aceptar el consejo que te entregan.
Aprende a perdonar.
Si amas de verdad sentirás más el daño
que el otro se causo con la afrenta,
que tu propio dolor.
Tú eres el otro;
si lo abandonas,
olvidas o desprecias,
te pierdes para siempre.
No te defiendas de amar
con razones o por temor,
es Dios quien pide amor por ti.
No retardes el amor de Dios con tu desidia.
Autora:
Sara López Escalona
Hermosos y profundos versos los de Sara. Gracias por compartir tan bonito mensaje.
Gracias también por tu cálida visita a mi casita bloggera.
Bendiciones. 😉
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