Lo que podemos aprender de los filósofos clásicos en tiempos de pandemia y confinamiento
“En tiempos de zozobra volvamos a los clásicos”
Paseo por los clásicos grecolatinos, guía y consuelo para estos tiempos de zozobra
Marco Aurelio y Séneca. E. M
En tiempos de zozobra, volvamos a los clásicos. La pasión del conocimiento, personal y del mundo, viene de aquellos griegos y romanos que paseando o discutiendo en ágoras confiaron en la reflexión sosegada como referencia para desenvolverse, un faro que les guiara. Y entre sus prioridades, claro está, la felicidad. «La verdadera felicidad estriba en el libre ejercicio de la mente. La felicidad consiste en hacer el bien», sostuvo Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.).
"ESFORCÉMONOS PARA QUE EL RECUERDO DE LOS SERES QUE PERDIMOS SE NOS VUELVA APACIBLE Y ALEGRE"
Los textos clásicos, leídos estos días, adquieren otro brillo; surgen frescos y contemporáneos, con otros significados. No sólo son frases hermosas que encandilan; algunas también reconfortan. Como esto que escribió Séneca (Córdoba, 4 a.C.-Roma, 55 d.C.): «En la pérdida del amigo ni estén secos nuestros ojos, ni tampoco arroyen el suelo. Nadie está triste para sí solo. ¡Oh necedad infeliz! También el duelo tiene su vanidad. Esforcémonos para que el recuerdo de los seres que perdimos se nos vuelva apacible y alegre. Aquel que pensamos haber perdido, se nos adelantó. La memoria de nuestros amigos es agradable como las manzanas que tienen una sabrosa acedía» (Moderación en el duelo).
Séneca, el mayor representante romano del estoicismo, conocedor de las derrotas y las debilidades humanas, creyó en la felicidad de este modo: «Puede considerarse feliz el que ni es ansioso ni temeroso, gracias a la razón (...) Feliz es la vida asentada en modo inalterable en un juicio recto y seguro. Sólo así el alma está limpia y libre de todos los males, pues sabe huir tanto de las heridas como de los pinchazos, permanece firme en sus decisiones y defiende su posición aun teniendo en contra una fortuna airada y hostil».
Y a renglón seguido, en el comentario que tituló Feliz es la vida asentada de modo inalterable en un juicio recto y seguro, agregó: «Con relación al placer, quiero decir que, aunque se derrame por todas partes, aunque lo encontremos en cualquier camino, aunque nos encandile con sus caricias y pueda multiplicarse excitando nuestro cuerpo total o parcialmente, ¿qué hombre al que le quede algún vestigio humano querría día y noche seducir y entregarse a un cuerpo sin alma?».
"LA PRUDENCIA ES EL MÁS EXCELSO DE TODOS LOS BIENES"
«La prudencia es el más excelso de todos los bienes», manifestó Epicuro (341 a.C.-271/270 a.C.). El filósofo griego confió en un placer razonable, buscó la tranquilidad del espíritu a través de la quietud, la ataraxia. Pero lo que importa es el hombre, en toda su dimensión. En la Antígona de Sófocles (496-406) se dice: «Muchas son las cosas admirables,/ mas ninguna que el hombre hay más admirable».
"INDECISA BALBUCEABA LA MEDICINA"
«Indecisa balbuceaba la medicina, con callado temor, mientras los apestados revolvían sus ardientes ojos, siempre abiertos, privados de sueño. Y se daban además otros síntomas mortales: la mente perturbada con angustia y terror, ceño sombrío, rostro hosco y enfurecido, oídos inquietos y llenos de zumbidos, respiración rápida o bien lenta y profunda, el cuello bañado en un sudor perleante, esputos tenues, menudos, salados y de color de azafrán, penosamente arrancados por una tos ronca». Esto fue escrito hacia el año 50 antes de Cristo por Lucrecio. Tito Lucrecio Caro.
El fragmento del poeta y filósofo romano (99 a.C-55 a.C.) corresponde a su descripción de La peste de Atenas, incluido en su única obra conservada, De la naturaleza (editorial Acantilado). Poco se sabe de su vida, más allá de especulaciones y de esta nota de San Jerónimo: «Después de que un filtro amoroso le hubiese vuelto loco, y hubiese escrito en los intervalos de su locura varios libros que Cicerón revisó, se quitó la vida por su propia mano a los 44 años».
"ES INNEGABLE QUE VUELAN POR EL AIRE MUCHOS GÉRMENES DE ENFERMEDAD Y DE MUERTE"
Es de asombro cómo hace más de 20 siglos Lucrecio tituló Origen de las epidemias, incluido en De la naturaleza, este fragmento: «Hay gérmenes de numerosas sustancias que nos dan vida, y, al contrario, es innegable que vuelan por el aire muchos gérmenes de enfermedad y de muerte. Cuando un azar o accidente ha reunido estos últimos e infectan el cielo, el aire se hace pestilente. Y toda esta fuerza morbosa y pestífera, o viene de regiones exteriores a través del cielo, como las nubes y neblinas, o a menudo se reúne y emerge de la tierra misma, cuando el húmedo suelo entra en corrupción al embate de intempestivas lluvias y calores».
"NO TENGAS OTRO FIN SINO EL BIEN DE LA SOCIEDAD"
En este recorrido por el mundo de los clásicos, debiera detenerse el lector en Marco Aurelio (121-180), emperador sabio que dejó frases certeras para casi todo («La mejor defensa es no parecerte a ellos»), aunque no de fácil cumplimiento. Marco Aurelio aconsejó hace casi dos siglos esto a sus contemporáneos: «En primer lugar, nada hagas sin reflexionar ni sin finalidad; y por lo demás, no tengas otro fin sino el bien de la sociedad» (editorial Errata Naturae).
"NO ES QUE TENGAMOS POCO TIEMPO, SINO QUE PERDEMOS MUCHO"
Ante el debate, personal y público, sobre algunas actitudes y comportamientos del hombre en la sociedad actual y cómo afrontar el nuevo statu quo quizá habría que tener en cuenta lo que el español Séneca, preceptor de emperadores, escribió en De la brevedad de la vida (editorial Aguilar): «No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho. Asaz larga es la vida y más que suficiente para consumar las más grandes empresas si se hiciera de ella buen uso; pero cuando se desperdicia en la disipación y en la negligencia; cuando a ninguna cosa buena se dedica, al empuje de la última hora inevitable sentimos que se nos ha ido aquella vida que no reparamos siquiera que anduviese. Y es así: no recibimos una vida corta, sino que nosotros la acortamos; ni somos de ella indigentes, sino manirrotos».
"MÁS VALE EL BUEN OCIO QUE EL NEGOCIO"
Sobre el tempus fugit, la huida del tiempo, también reflexionó y escribió (perdón por el salto en el tiempo) Baltasar Gracián (1601-1658). El jesuita zaragozano, autor de la máxima «lo bueno, si breve, dos veces bueno», en su Oráculo y arte de la prudencia (que acaba de rescatar la editorial Los secretos de Diotima) escribió: «Saber un poco más, y vivir un poco menos. Otros discurren al contrario. Más vale el buen ocio que el negocio. No tenemos cosa nuestra sino el tiempo. ¿Dónde vive quien no tiene lugar? Igual infelicidad es gastar la preciosa vida en tareas mecánicas que en demasía de las sublimes; ni se ha de cargar de ocupaciones, ni de envidia: es atropellar el vivir y ahogar el ánimo. Algunos lo extienden al saber, pero no se vive si no se sabe».
Y más allá de lo fugaz y lo inmediato, Marco Aurelio pone el dedo en la llaga sobre qué actitudes tomar ante la vida, que él simplifica pero no yerra: «¿Quiénes son Alejandro, Cayo César y Pompeyo, en comparación con Diógenes, Heráclito y Sócrates? En efecto, éstos penetraban las cosas a fondo, en sus principios y en su sustancia, y por nada se alteraba el equilibrio de su alma. Por el contrario, los primeros, ¡cuántas inquietudes! ¡Cuánta esclavitud!».
"MUCHOS QUE TOLERARON VALEROSAMENTE HERIDAS NO SON CAPACES DE SOPORTAR EL DOLOR DE LA ENFERMEDAD"
Ante la extensión de la pandemia, el dolor. Cicerón (106 a. C.-46 a. C.), retirado ya de la vida pública, escribió lo siguiente: «Resulta que muchos que, o bien por afán de victoria, o bien por deseo de gloria, o bien incluso por defender sus derechos y libertades, recibieron y toleraron valerosamente heridas, esos mismos, relajada la tensión, no son capaces de soportar el dolor de la enfermedad. Y es porque ese dolor que habían soportado con facilidad no lo habían soportado gracias a la razón o a la sabiduría, sino antes bien por ambición y deseo de gloria. Es así que algunos bárbaros inhumanos pueden luchar valerosamente con la espada, pero no son capaces de enfrentarse como hombres a la enfermedad. En cambio, los griegos, no tan valerosos pero sí juiciosos, lo propio de la capacidad humana, no pueden mirar cara a cara a los enemigos, pero soportan las enfermedades con resignación y dignidad».
"DE NADA TENGO MÁS MIEDO QUE DEL MIEDO"
Gozo literario y sabiduría. Reflexión y lectura de los clásicos. Anécdotas y ejemplos prácticos de la vida. Michel de Montaigne (1533-1592), que vivió durante años enclaustrado para encontrar en el conocimiento ayuda, que escribió sobre casi todo -la pedantería, la amistad, la gloria, la ira, la cobardía, la edad...-, cuyos Ensayos podrían servir de libro de horas, también profundizó sobre el miedo. Si bien distingue entre varios según su origen, concluye que el sacrificio (parece escrito hoy mismo) y hasta la oración pueden terminar con él.
Así lo fijó: «De nada tengo más miedo que del miedo. También supera en violencia el resto de accidentes (...) Sólo se oían gritos y voces empavorecidas. Se veían salir a los habitantes de las casas, como si les llamaran a las armas, y atacarse, herirse y matarse entre sí, como si fueran enemigos llegados a ocupar la ciudad. No había sino desorden y furor, hasta que, mediante oraciones y sacrificios, apaciguaron la ira de los dioses».
Para estos días de confinamiento, ahí está el ejemplo de la Odisea. Las aventuras -qué más da si ciertas o no-, de un héroe moderno que no se desvió de su propósito, el regreso a Ítaca, a su casa, a su mundo tras ver mundo. El catedrático y académico de la Lengua Carlos García Gual, quizá el helenista español de más vasto conocimiento, la aconseja por «sus escenarios fabulosos y sus aires novelescos». Odiseo «no posee un gran reino ni una gran flota. No es hijo de un dios».
En su eterno viaje de regreso, el poema atribuido a Homero y posiblemente escrito en el siglo VIII a.C., tras sus peripecias con Circe, con Escila y Caribdis, Nausíaca y Atenea... llegó hasta Penélope. Origen y fin. («En mi principio está mi fin», escribió T.S. Eliot en el segundo de sus Cuatro cuartetos). Ahí está la traducción y prólogo de Garcia Gual (Alianza editorial), esperando. Y para los más pequeños, Las aventuras de Ulises (Siruela) de Giovenni Nucci. ¿Qué es la vida sino un viaje?
“Y LA GENTE SE QUEDÓ EN CASA”
“El Señor Dios me ha dado
una lengua de discípulo,
para saber decir al abatido
una palabra de aliento” (Is 50, 4a)
En estas y otras reflexiones filosóficas sobre el hombre, la lectura del Evangelio me inspira mejor y la Pascua del Señor se vuelve más intensamente humana. Pues bien, desde este retorno a los clásicos, siempre me ha gustado mucho, a este respecto, la voz de los exégetas (que escuchan a los clásicos y a los contemporáneos para leer y comprender la Biblia) cuando ponen todo su corazón y su inteligencia en el estudio de la Sagrada Escritura y así conocer mejor el misterio humano que se encierra en la vida de Jesús, en sus palabras y en sus gestos. He de decir, a este respecto, que fr. José Luis Espinel Marcos, captó una clave en su exégesis poco descubierta, según mi parecer, pero clave para comprender sus estudios e investigaciones sobre Jesús y su humanidad. Una buena lectura pascual, aunque aparentemente no lo parezca, es su libro "La Poesía de Jesús".
Todo un estudio, como sabéis, sobre las parábolas y los milagros entre otras escenificaciones y encuentros de Jesús con la Palabra. En esta investigación muestra cómo en el modo de hablar que Jesús tiene busca no tanto veleidades, ni deleites expresivos, ni narcisismos exacerbados, ni gestos estrambóticos. Más bien busca un modo de hablar y de captar la existencia humana en cada uno de los personajes con los que se encuentra. De este modo nos va diciendo, con palabras y con gestos, lo que es el Reino de Dios y lo que es la existencia humana en ese Reino. Pero aún más: siempre me ha parecido preciosa la intuición de Espinel a la hora de ver las parábolas y milagros no sólo desde el propio Jesús, sino desde la expresión de cada uno de los personajes que en esas escenas evangélicas aparecen. Jesús, sin dejar de ser la presencia principal, no habla ni hace nada si no es a partir de la expresión de cada uno. Esto siempre me ha gustado sobremanera.
Desde esta peculiar manera de leer el mensaje de Jesús quiero adentrarme con vosotros en su Pascua para que así podamos comprender mejor la nuestra. Si en todo diálogo con Jesús la expresión de cada uno, y de la humanidad en su conjunto, es importante, no puedo ignorar lo que estamos viviendo estos días. Ello formará parte de la expresión de cada uno y de todos en conjunto.
Pasión y enfermedad: la unción en Betania Me preguntaba, desde lo anteriormente descrito, cómo leer este año la Pasión durante el Triduo Pascual y cómo, desde esa lectura, despertar un ‘nuevo’ mensaje de resurrección para el momento que estamos viviendo. Una misma pista me ofrecieron los cuatro evangelios, cada uno de ellos con sus matices. Salvo Lucas, los demás Evangelios sitúan a Jesús en la ciudad de Betania, a unos tres kilómetros de Jerusalén, en su camino a la Ciudad Santa para celebrar la Pascua.
Marcos comienza así el relato: estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio, quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza (Mc 14, 3; cf. Mt 26 6-7). Jesús busca y quiere estar con sus amigos, descansado, a la mesa, en casa de Simón, enfermo de lepra. Un leproso (¿Simón, un fariseo? ¿Lázaro de Betania?) lo hospeda en su casa y una mujer (¿María Magdalena?) le unge.
El pasaje de los evangelistas sobre la unción de Jesús en Betania se vuelve especialmente revelador en este tiempo de pandemia en el que estamos y nos puede ayudar a vivir el misterio pascual de Jesús. A lo largo de la vida de Jesús sabemos de su encuentro con los enfermos. Hospedarse en casa de un leproso no resulta ajeno a su familiaridad de trato con la enfermedad, incluso siendo la lepra altamente contagiosa
en su época. Lo hace, además, sin miedo, con relajo: ‘está recostado a la mesa’. La enfermedad conllevaba marginación y maleficio, son pruebas en la cultura religiosa judía de la ausencia de Dios. La presencia de Jesús quiere mostrar superación, anuncio de su presencia y sanación.
Una mujer le unge el cabello. Un gesto que muestra a un Dios ‘que está en la carne, haciendo las cosas que la carne no puede hacer’. El propio Jesús encarnado es el Cristo, el ungido en la carne. En realidad, toda la historia de la salvación, especialmente la expresada en el Nuevo Testamento, a través de la acción terapéutica de Dios, lo que pone de manifiesto no es principalmente la enfermedad, sino la salud ofrecida a los enfermos. La escena de Jesús en Betania tiene como horizonte la salud y la vida. No la enfermedad, aun cuando en nuestra vida mortal nos veamos en la necesidad de convivir con ella hasta el final.
La Pascua de Jesús nos recuerda precisamente esto: es preciso dar testimonio del Dios de la vida y de todas las experiencias saludables que la acompañan o en las que
se manifiesta. Por eso sigue siendo, aun en la experiencia del límite, del sufrimiento y de la muerte, el aliado autor de la vida.
En la experiencia de esta pandemia, que a todos de una manera o de otra nos afecta, ya que podemos ser receptores y portadores del coronavirus, nos va a poner en la tesitura de modificar algunos hábitos y costumbres que hasta ahora veíamos como connaturales en nuestro ‘estar descansados en la convivencia, a la mesa y en el diálogo fraterno’. En algunas comunidades, lo está haciendo también la sociedad en general, ya se miden las cautelas de proximidad y encuentro entre las personas que van a afectar a nuestras costumbres cotidianas. De hecho, me consta, en varias comunidades esto ya ha comenzado a generar tensiones y fricciones, sospecha y desconfianza de unos con respecto a otros. Los ‘apestados’ no son los otros, en todo caso -de serlo- lo seríamos cada uno. Y si alguien rasgara sus vestiduras por esto, como el sumo sacerdote en el sanedrín, no mostraría un gesto noble de autoridad, más bien nos estaría dando a entender una actitud de soberbia. La soberbia está ausente en la casa de Simón el leproso, porque Dios ‘se hace presente en nuestra carne’. De este modo participamos todos en su Pasión al recibir con él la ‘unción en Betania’. Así, nuestra conversación será siempre agradable, amistosa, con una pizca de sal, sabiendo tratar a cada uno como conviene, como dice san Pablo (cf. Col 4, 6).
Siguiendo las pautas sanitarias que todos debemos asumir con suma responsabilidad, -no lo olvidemos, este ‘virus nos ha descubierto a todos nuestra vulnerabilidad como potenciales enfermos-, pensemos en la unción de Jesús previa a su muerte y en el contexto familiar de un enfermo de lepra. Interioricemos este mensaje: que las necesarias y obligadas medidas de protección que durarán un largo tiempo no nos despisten de la meta. Ésta no es otra que ‘la salud ofrecida a los enfermos’, es decir, ‘a todos nosotros’. Que la vida comunitaria y la misión apostólica reflejen ‘la salud física y espiritual ofrecida a todos’. Hemos de pensar más hondamente en una espiritualidad como fuente de salud (más allá de visiones dulzonas, baratas y superficiales). Dios es la verdadera y definitiva salud, y nuestra tarea es sanar toda la realidad, también la nuestra.
La Cruz y el Crucificado
En el camino Pascual de Jesús no puede faltar la cruz. Ésta es expresión del dolor de cada uno y de la humanidad en su conjunto. Por eso nos desvela lo más
auténticamente humano. Javier de la Torre, profesor laico en Comillas, en el libro que coordina de varios autores, "los Santos y la enfermedad", comienza así su introducción: La relación con el dolor desvela quiénes somos en lo hondo. Sin duda alguna que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia vivencia y pensamiento sobre la enfermedad y la muerte, la propia cuando ésta llega, y la ajena, especialmente la de aquellos a quienes
queremos especialmente.
Fr. Miguel de Burgos Núñez estudió muy bien el Evangelio de San Marcos como ‘Teologia Crucis’. Es más, hubiéramos comprendido más su vivencia de la enfermedad y su proceso final en este mundo leyendo sus reflexiones a propósito de la ‘Teología de la Cruz’. Como buen exégeta fue un fraile muy libre, pero riguroso e inteligente, a la hora de confrontarse con la Sagrada Escritura y buscar en ellas fuentes de vida. Para Miguel, la Cruz siempre fue una de las experiencias fundamentales de la fe cristiana. Tanto es así -nos dejó escrito- que la muerte de Jesús y las causas que la motivaron nos revelan el mismo concepto de Dios y nuestra propia experiencia sobre su divinidad. Más que buscar las causas de la crucifixión, debemos fijarnos en percibir sus efectos, como bien decía Raniero Cantalamessa en su homilía del Viernes Santo.
Desde la Cruz de Jesús ya no podemos quedarnos sólo con su sentido salvador para la humanidad, como así solemos predicar. El Crucificado revoluciona la misma experiencia de Dios. Dios, al haberse identificado con el Crucificado, es aquél que ha sabido sufrir con el hombre.
La historia del Crucificado y su camino portando la cruz, sigo siendo fiel a nuestro querido exégeta, forma parte de la gran noticia que el cristianismo debe comunicar al mundo. Olvidar esto es dejar el Evangelio sin historia y dejar a Dios sin humanidad.
Hemos de fijarnos en la gloria de la Pascua, en su triunfo sobre la muerte, desde la cruz.
Negar esto es negar el camino escogido por Dios mismo para liberar a los hombres.
Cuando los evangelios, especialmente el de Marcos, nos presentan a un Jesús tan activo durante su vida pública, pretenden abrirnos los ojos, no tanto a un poder de Dios o de su Mesías, sino más bien al actuar de Dios en el mundo para que nosotros descubramos el amor oblativo de Dios.
La Resurrección: «Su futuro se escribe contigo»
El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica "Evangelii Gaudium" nos recuerda que Dios manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado, por eso es siempre joven y fuente constante de novedad. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras (cf. nn. 11 y 12).
Esta convicción nos permite no perder la esperanza y la alegría en medio de tanta tristeza en nuestro momento presente. Dios nos pide todo, es verdad, pero también nos ofrece todo. Por eso, hablar de resurrección es hablar de futuro. Vuelvo, en este sentido, a la filósofa Adela Cortina cuando afirma que ‘vivimos de lo que hemos estado haciendo hasta ahora, ya que el futuro no se improvisa, pero lo escribimos cuando las opciones, el carácter, los proyectos personales y comunitarios se van forjando en el presente, en el día a día. De este modo vamos siendo más prudentes, más justos, más fieles, más auténticos’.
La propia Orden nos lo recordaba en el Capítulo General de Providence, al decirnos que Dios nos confió el mundo para que le diéramos un ‘rostro humano’. Tal es la Buena Nueva, el Evangelio de la Palabra hecha carne, que no podemos anunciar sino estando en el mundo y arriesgando nuestra vida para que el mundo viva. Nuestra
tradición intelectual y espiritual nos conduce a proponer, hoy como ayer, una nueva experiencia y comprensión de Dios, del hombre y, por consiguiente, del mundo; dicho de otro modo, una antropología cristiana que incorpore el dolor y el sufrimiento. Para nosotros, predicadores que hemos consagrado nuestra vida a la Palabra, esa antropología subraya la importancia del conocimiento de Dios, del mundo por Él creado y del hombre hecho a su imagen y semejanza (cf. ACG Providence, nn. 31 y 46).
Toda una tarea de resurrección por delante. Para desarrollar esa pedagogía de lo humano que propone nuestra espiritualidad dominicana, no está de más tener en cuenta lo que también expresan los Padres de la Iglesia al respecto. Recojo simplemente aquí lo predicado por Basilio de Cesarea en los primeros siglos del cristianismo en una de sus preciosas homilías: solo quien pide ser -y se sabe- amado logra amar; solo quien pide ser -y es- consolado logra consolar; solo quien pide ser -y es- acompañado para conocerse mejor logrará acompañar a quien no se resigna a la dificultad de conocerse (cf. Homilía in Hexaemeron 9, 6).
¿Cómo amar, consolar, acompañar? En vosotros he encontrado muchas iniciativas y compromisos. Para mí son signos claros de vida y resurrección. Mejoran el presente y nos abren al futuro. Por esta razón quiero finalizar mi carta reconociendo en vosotros los signos de vida y de esperanza que día a día me manifestáis.
«Su futuro se escribe contigo» es el lema plasmado en los carteles conmemorativos del XXV Aniversario de la ONG Acción Verapaz. 25 años de cooperación apostando por la promoción del ser humano y su dignidad. Cuando los responsables de la ONG me enviaron el correspondiente cartel y la breve carta que lo acompaña me quedé con el lema que habían propuesto para recordar que, en el mundo, en otras partes del mundo, llevan padeciendo pandemias, hambre, miseria, extrema pobreza, enfermedad y carencia mucho tiempo.
Que nuestra pandemia nos despierte y nos haga permanentemente solícitos a las necesidades y penurias de los otros, estén donde estén, vivan donde vivan, profesen lo que profesen. Con el Aniversario de Acción Verapaz va también el reconocimiento a todos los trabajos, proyectos, iniciativas comunitarias y personales que la Provincia tiene y sostiene. Todos ellos signos de resurrección al tomar la cruz de los que sufren. ¡Gracias!
En fin, como dice la canción de Lolo Herrero -La vida en los Balcones- todo esto y más “Por los que ya no están y por los que se van a curar, va nuestro aplauso a los héroes de cada hospital”.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Madrid, 11 de abril de 2020
Fr. Jesús Díaz Sariego, OP.
Prior Provincial
Lolo Herrero- La Vida En Los Balcones
«Y la gente se quedó en casa»
🔆🏡
Y la gente se quedó en casa.
Y leyó libros y escuchó.
Y descansó y se ejercitó.
E hizo arte y jugó.
Y aprendió nuevas formas de ser.
Y se detuvo.
Y escuchó más profundamente.
Alguno meditaba.
Alguno meditaba.
Alguno rezaba.
Alguno bailaba.
Alguno se encontró con su propia sombra.
Y la gente empezó a pensar de forma diferente.
Y la gente se curó.
Y en ausencia de personas
que viven de manera ignorante. Peligrosos.
Sin sentido y sin corazón.
Incluso la tierra comenzó a sanar.
Y cuando el peligro terminó.
Y la gente se encontró de nuevo.
Lloraron por los muertos.
Y tomaron nuevas decisiones.
Y soñaron nuevas visiones.
Y crearon nuevas formas de vida.
Y sanaron la tierra completamente.
Tal y como ellos fueron curados.
Poema escrito por esta exmaestra
estadounidense y que se ha hecho viral en la red
In the Time of Pandemic
And the people stayed home.
And the people stayed home.
And they read books, and listened, and rested, and exercised, and made art, and played games, and learned new ways of being, and were still.
And they listened more deeply. Some meditated, some prayed, some danced. Some met their shadows. And the people began to think differently.
And the people healed.
And, in the absence of people living in ignorant, dangerous, mindless, and heartless ways, the earth began to heal.
And when the danger passed, and the people joined together again, they grieved their losses, and made new choices, and dreamed new images, and created new ways to live and heal the earth fully, as they had been healed.
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And the people stayed home, a poem about hope in Coronavirus times
by Kitty O’Meara
by Kitty O’Meara
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