La Devotio moderna:
características y síntomas
de un católico "tradicional"
Hace tiempo que, entre lecturas y conversaciones, venimos meditando y rumiando acerca de esta corriente de la espiritualidad católica que tanta mella ha hecho en los mejores ambientes (y hasta en nosotros mismos). Sin ánimo de agotar –ni mucho menos– el tema, presentamos aquí algunas reflexiones a modo de síntesis que complementaremos con otra entrega análoga en poco tiempo. Creo que su lectura vendrá bien, especialmente para aquellos ambientes católicos “tradicionales” o “conservadores” e, incluso, para que nos animemos a hacer un examen de conciencia de nuestra espiritualidad.
Digamos para empezar que la devotio moderna o“devoción moderna” ha sido (y es) una corriente espiritual que vio la luz en la segunda mitad del siglo XIV, principalmente en los Países Bajos; sus fundadores -reconocidos y visibles- fueron Gerardo Groote (1340-1384) y su discípulo Florencio Radewijns (1350-1400).
La escuela espiritual hizo eclosión en una comunidad religiosa conocida con el nombre de los Hermanos de la vida en común, cuyas raíces estaban en el agustinismo y el franciscanismo. La aclaración no es menor y, si la subrayamos, es porque tendrá cierta importancia en el desarrollo de la cuestión.
Vale la pena subrayar los orígenes históricos de la espiritualidad moderna puesto que, habitualmente, se tiende a asociar sin demasiadas distinciones y de manera directa a la devotio moderna con la Compañía de Jesús; y no es que no la haya habido, sino que –a nuestro juicio- no ha sido del modo en como la presentan.
Siguiendo libremente al P. García-Villoslada en un trabajo magnífico, veamos algunas de las características principales de esta corriente tanta mella ha hecho en diversos grupos y movimientos laicales y religiosos de nuestro tiempo.
1- El “cristocentrismo”
Naturalmente que Cristo es el centro de la vida cristiana; eso es indudable. A lo que nos referimos aquí es que, así como durante los primeros siglos del cristianismo, se resaltaba principalmente la divinidad de Nuestro Señor (cosa que puede claramente verse en la iconografía) en la modernidad, y especialmente a partir de la devotio moderna se resaltará su humanidad, es decir, la consideración y meditación de Cristo en cuanto hombre (de allí que el padre García-Villoslada nos hable de un “cristocentrismo práctico”, más que de un “cristocentrismo místico”). Es decir, se busca en Cristo una “ejemplaridad operativa”, movilizadora, acentuando en la imitación práctica de Cristo, las notas éticas y pragmáticas. Cristo es presentado principalmente como un modelo ético a imitar así como San Martín lo podría ser de los militares o Miguel Ángel de los pintores o escultores.
Esto como el resto de las características que veremos, no tienen per se una maldad intrínseca. Es decir, nadie en su sano juicio podrá decir que haya algo de malo en el tener la humanidad de Cristo como centro de sus meditaciones, pero sí puede haberlo en la acentuación demasiado marcada de este “cristocentrismo práctico”, es decir, en el énfasis puesto de una manera exclusiva en ello pues puede llevar al descuido o al abandono de la contemplación y principalmente de la contemplación del misterio de Dios que se hace hombre. Es algo que se verificará a lo largo de casi todas estas líneas: un problema de acentuación.
De todas las consideraciones acerca de Cristo, este “cristocentrismo práctico”, acentúa la meditación sobre los sufrimientos y la pasión de Cristo. Y, vale la pena repetir, no es que se esté ante algo malo; ¿quién podrá negar este modo de santificarse, que llevó a San Pablo de la Cruz, a San Alfonso, a Santa Rosa de Lima, etc., a la gloria de los altares?, pero esta excesiva acentuación puede llevar, y de hecho ha llevado a algunos sectores de la Iglesia, a una especie de jansenismo católico que rotula todo placer de por sícomo pecaminoso. Es decir: no se distingue entre el placer ordenado y el desordenado, entre el legítimo y el ilegítimo y puede llevar también a la sinonimia, peligrosa, según la cual todo devoto es necesaria y forzosamente un compungido (como esta corriente espiritual hará).
Un seguidor de la devotio moderna, deberá vivir permanentemente de atrición y contrición; sin gozo ni interior o exterior. Un cristianismo en el que no entrarían ni San Simón “el loco”, ni San Felipe Neri, ni el mismo Chesterton, por ejemplo.
2- El culto al “método” y al director espiritual…
Esta es, según García-Villoslada, “la nota más característica de la «Devotio moderna»”[3].
El planteo de esta escuela de espiritualidad es que la vida misma del alma debe ser sometida a un “esquema”; se trata de un ordenacionismo y un reglamentarismo propio de un espíritu geométrico. Es un “sistema” uniformante del alma cuya rigidez extrema controla hora, días, semanas, meses e incluso años, llevando una fiscalización y una comprobación exhaustiva de todos los movimientos y todas las conductas de la vida cristiana. Claramente, no decimos aquí que llevar un método para el alma, tenga nada de malo de por sí, pero la degeneración del método y la hipertrofia del método es lo que puede matar a las almas: el método es para el hombre y no el hombre para el método…
Lo mismo debería decirse de la imposición de este método para todos los hombres; porque es tan injusto tratar a los iguales de modo desigual como tratar a los desiguales de modo igual…
Dicha tergiversación del método, según Gilson, no es producto del acaso, sino que va de la mano en la devotio moderna con la filosofía nominalista de la escolástica decadente que, al acentuar el voluntarismo terminaban dando una primacía absoluta al ethos por sobre el logos; a lo subjetivo por sobre lo objetivo; al experimentar por sobre el contemplar. A diferencia de lo que sucedía en la devoción tradicional, donde se enfatizaba el orden en la oración pública (la liturgia y el coro) y se daba entera libertad para la devoción personal, se hará un excesivo hincapié en el cuidado in extremis de la misma devoción privada[4], determinando minuciosamente la materia de la meditación, el tiempo de la meditación, el objeto, la duración horaria…, con el propósito o la consecuencia de que el devoto, tenga todo el día ocupado, todo el día absorbido, prácticamente sin posibilidad del ocio.
Lo repetimos: el método es para el hombre y no para el método; al contrario, la devotio moderna planteaba con uno de sus expositores que “toda actividad humana «quantum habet de ordine, tantum habet de bonitate»”, es decir, todo acto humano es bueno en cuanto que es ordenado, entendiendo aquí por “ordenado” el rigorismo metódico de su ejercicio; veamos un ejemplo al legislar el modo de rezar:
“En cuanto a las materias, así solemos dividir y alternar, de modo que se medite el los sábados sobre los pecados; los domingos sobre el reino de los cielos; los lunes sobre la muerte, los martes sobre los beneficios de Dios; los miércoles sobre el juicio; los jueves sobre las penas del infierno; los viernes sobre la Pasión del Señor. Y no contentos con ordenar los preparativos de la oración y con determinar la materia que se ha de meditar cada día de la semana, quisieron reglamentar la hora, el lugar, la postura que conviene guardar en la meditación”[5].
Todo debe estar controlado, siendo el ocio una especie de amenaza para esta DM; ocio que resultaba fundamental en la devoción tradicional[6]. El mismo Santo Tomás diría, un siglo antes del nacimiento de esta doctrina, citando a San Agustín: ¿Quién sería capaz de hacer oración, siguiendo todos esos grados de la escala y ejercitando ordenadamente todas esas operaciones de la mente, del juicio y del afecto? Contrariamente a esto, San Ignacio, con mayor libertad, aconsejará en la adición 4ta. de los Ejercicios Espirituales (Nº76) que, para entrar en la contemplación se puede estar “de rodillas, prostrado en tierra, acostado rostro arriba, sentado, de pie, andando siempre a buscar lo que quiero…” Y “si hallo lo que quiero de rodillas, no pasaré adelante, y si prostrado, asimismo, etc. explicando que “en el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante, hasta que me satisfaga”.
“El amor a la verdad requiere un ocio santo; la necesidad de la caridad emprende una ocupación justa, es decir, la de la vida activa. Si nadie impone esta carga, debemos entregarnos al estudio y contemplación de la verdad. Si se nos impone, hay que aceptarla por exigencias de la caridad. Pero ni siquiera en este caso debe abandonarse totalmente el deleite de la verdad, no sea que, quitado este alivio, la carga sea demasiado pesada”[7].
Como parte también de esta segunda característica existe aquí un hincapié excesivo, minucioso y hasta asfixiante del examen de la conciencia a partir de un sin fin de divisiones y subdivisiones que, a veces, atosigan la vida del alma. No nos referimos aquí a la maldad intrínseca del hermoso modo de avanzar en la vida espiritual realizando un examen de conciencia, sino en esa esquemática actitud del espíritu que hace consistir la santidad en un papel y unas cuantas rayitas. Entendemos que ese método podrá ser útil (¡vaya si lo ha sido para algunos santos!) e incluso recomendado por el mismo San Ignacio en sus EE.EE. (NN. 27-31) pero aún este método deberá usarse tanto… cuanto… le sirva al alma para alcanzar el fin para el cual ha sido creado: Dios.
La metodolatría del espíritu podrá derivar, de lo contrario, en que el alma y estos métodos termine a menudo sujetándose a un director espiritual que obrará más bien como un controlador del trabajo o capataz de estancia, que analiza y regula el trabajo, el sueño, las comidas, las relaciones, etc., llevando al alma a un grado de infantilismo espiritual. Vale reiterar que no todos estos rasgos son malos; sería errado hablar de la maldad intrínseca de un acompañante espiritual (¡casi todos los santos los han tenido!), pero la sujeción servil a un hombre sin saber que quien se salva o se condena es uno y la sujeción a una metodolatría, sí es un mal.
Sobre esto diría el padre Castellani:
“¡No podemos salvarnos al tenor de la conciencia de otro! ¡No podemos eximirnos de discriminar exactamente con nuestra razón el bien y el mal moral, uno para tomarlo y otro para lanzarlo! ¡No puede ser nuestro guía interior la razón ajena: los actos morales son inmanentes y su “forma” es la racionalidad! Si bastara para salvarse hacer literal y automáticamente lo que otro nos dice ¿cuál sería entonces la función de la fe, de la oración, de la meditación, de la dirección espiritual, del examen y del estudio?”[8].
Ejercitar la voluntad tampoco puede tener algo de malo inherentemente, pero el voluntarismo sí y el hincapié excesivo que se hace sobre estas cosas, en desmedro de otras actividades que caracterizaron a la devoción tradicional (la oración litúrgica, la actitud apostólica, etc.) sí que puede resultar peligroso. Y si el director espiritual de un alma, es una persona adornada de virtudes, pues entonces será un beneficio para el alma del dirigido, pero si el director espiritual es parte de este proceso de la devoción moderna, con conciencia o sin conciencia de ello, se corre el riesgo de que, bajo esa dirección, se fabriquen vocaciones, se coaccione la vida espiritual, se manipulen las conciencias y se cuadricule a las almas pensando que Dios las ha hecho a todas iguales.
¡Dios nos libre de esas direcciones espirituales que no respetan las almas! Más vale seguir ciego que confiarse en otro ciego y caer en un pozo…
“Hay un método ascético por el cual te puedes santificar”; “hay un método por el cual, si lo sigues a la letra, te harás santo”. Es algo análogo a esas recetas televisivas que hacen que uno baje de peso casi mágicamente. Esto es gravísimo y sin embargo esto es lo que prevalece en nuestros días en algunos ambientes supuestamente tradicionales. Este ascetismo metódico, así entendido, puede llevar al voluntarismo.Un ascetismo de estas características, que desprecia la vía mística es un ascetismo peligroso.
3- Moralismo
De la tendencia práctica operativa y anti-especulativa que tiene la devoción moderna surge esta característica, en virtud de la cual la termina convirtiéndose en una escuela de moral al igual que para los chinos lo es seguir la doctrina de Confucio; es decir: se opera un grave reduccionismo haciendo que la religión se vea limitada a la mera conducta y ésta a la casuística sin pautas de discernimiento crítico sino más bien una suerte de listado de pecados y virtudes o conductas buenas sin un verdadero discernimiento.
En absoluto queremos decir con esto que la casuística sea mala (los grandes confesores deben estudiarla), pero la reducción de la vida espiritual al conocimiento y la observancia de los deberes de estado y al conocimiento y observancia de las leyes eclesiásticas solamente, engendra peligros… Y es por eso que la devotio moderna acentúa, enfatiza y utiliza permanentemente el uso de sentencias, proverbios, aforismos y máximas, como las fábulas de Esopo. Es verdad que algo así podría ser inofensivo si fuese utilizado cum grano salis, pero el uso de este recurso sin su contexto ni su esencia, puede terminar haciendo de las Sagradas Escrituras, los Santos Padres o el mundo greco-romano una mera cantera de ejemplos preciosos sin advertir su verdadero significado y su causalidad ejemplar para un cristiano. No se logran “hábitos” sino sólo coberturas exteriores que no han sido incorporadas al propio modo de ser.
Al mismo tiempo, este “moralismo” suele estar emparentado por modo de obrar estoico.
- “Esto se hace, esto no se hace, esto hay que hacerlo, esto no hay que hacerlo, esto es así, esto no es así”; y sin dar los fundamentos últimos. Es el modo propio de obrar ante la niñez, cuando quizás no se está aún preparado para conocer los motivos, las razones de nuestros actos; pero sólo sirve para ese nivel inicial. Este casuismo estoico podrá dar resultados hasta cierto nivel de formación del hombre creyente, del hombre piadoso, pero en un momento determinado el alma necesitará algo más y si no lo encuentra en la devoción moderna (única cosa que conocerá), el resultado será que ese catolicismo casuístico y reglamentarista, termine por fastidiarlo.
4- Tendencia anti-especulativa
Como señala García-Villoslada, la “«devotio moderna» nace bajo un signo de oposición a cierta espiritualidad nebulosa y altamente especulativa en el que,“el lenguaje abstruso y difícil de los escolásticos había contagiado a los místicos, que a veces discurrían con sutiles cavilaciones y razonamientos de cuestiones tan sublimes como ininteligibles”[9]. Era el lenguaje de la escolástica que apenas después de la muerte de Santo Tomás de Aquino, había abandonado su guía.
La reacción contra las sutilezas y las disputas escolásticas es lo que a estos exponentes de la nueva devoción, los llevará no sólo a la reprobación de la curiosidad intelectual, sino hasta el desprecio mismo de la ciencia, con peligro de caer –como de hecho cayó- en una religiosidad puramente afectiva o en un practicismo sin sólida base teológica. En este sentido decíamos más arriba que el nominalismo ha sido uno de los padres de esta corriente de espiritualidad al impugnar no sólo la metafísica del Aquinate a la cual consideraba superflua, sino hasta a la misma filosofía, “la madre de los herejes”[10] y el fomento de la vanidad, según Groote.
El mismo estudio de por sí, resulta al menos, sospechoso para esta corriente; el mismo Radewijns señalará que,
“estudiar para conocer o para enseñar…, no nutre al alma, sino que la convierte en enferma” de la misma postura sería su sucesor, Juan Von de Husden, quien “solía refrenar a sus hermanos en el estudio de los libros de Santo Tomás y de los otros símiles modernos, en la escolástica, que trataran respecto de la obediencia y materias similares, queriendo que permaneciesen en su simplicidad”[11].
La reacción contra la escolástica decadente se exageró, como vemos, hasta el desprecio de la ciencia cayendo en una religiosidad puramente afectiva que, un par de siglos después, sin ir más lejos, llevará a un Lutero al desprecio de la “prostituta” inteligencia.
5- El afecto sobre todo
Hay, como consecuencia de lo señalado recién, una marcada acentuación de lo anti-especulativo y afectivo que es utilizado como elemento preponderante en la relación con Dios, de una marcada procedencia franciscana. En efecto, la acentuación de lo sensible, que tanto objetara el padre Castellani, y esa acentuación desordenada de lo sentimental (SENTIMENTALISMO), de lo emotivo (EMOTIVISMO QUE NO EMOTIVIDAD), de lo afectivo, hace que la vida del alma quede a medio camino. Para esta corriente, la “devoción” (DEVOCIONISMO) es “fervor”, es “oración inflamada”, es puro remordimiento mortificación y compunción. Y una vez más repetimos: no es que esté mal que la devoción sea fervor; lo riesgoso es que estas notas se acentúen tanto que queden relegadas o atrofiadas, desconsiderando la vida superior del alma, reduciendo todo a un carácter meramente afectivista-emocionalista.
Como señala García-Villoslada:
“Hasta el vocablo con que los discípulos de Groote se designan a sí mismos, Devoti, está indicando su naturaleza más afectiva que especulativa. La devoción, para ellos, es esencialmente fervor, oración inflamada, deseo de Dios. Para Mombaer, por ejemplo, ‘la compunción se identifica con la devoción’”[12].
Vale tener en cuenta que, para la DM, la “devoción” no es como la espiritualidad tradicional la consideraba esa “voluntad pronta de entregarse a las cosas de Dios” [13] de la cual hablaba Santo Tomás, sino “esa pía y humilde afección hacia Dios” manifestada máximamente en la oración.
Un “devoto” es un afectado por sus afectos espirituales entonces.
6- El biblicismo
Hay también en la devotio moderna una marcada utilización de las Sagradas Escrituras, cosa que parece loable e imitable. Toda la espiritualidad tradicional ha hecho de la lectura de las SS.EE. un modo de orar (lectio divina), pero en la espiritualidad que tratamos las sagradas letras no serán tomadas como norma de la fe, sino como un reservorio de ejemplos morales y un soporte para el adoctrinamiento moral: “una teología sencilla y moralista que fomente la devoción”[14], como dice García-Villoslada.
Decimos sólo porque si bien los libros inspirados son para argüir, enseñar, corregir (como dice San Pablo), no son nada más que para eso, sino para conocer a Dios y amar a Dios según Él mismo quiso revelarse. El peligro del biblicismo individualista tendrá su consecuencia lógica en la ruptura protestante y la interpretación privada de los sagrados textos bíblicos que, al ser leídos no “en la Iglesia”, en la Tradición, sino en la “interioridad devota” terminó diciendo lo que cada cual quisiese.
7- Interioridad y el subjetivismo
Según el Padre García-Villoslada, esta es la característica fundamental de la DM.
Según puede leerse en los mismos textos de sus exponentes “hombre devoto” y “hombre interior” son meros sinónimos, entendidos en clave de “interioridad compungida”, si se nos permite la expresión. El devoto moderno se identifica prácticamente con la figura del compungido, el dolorido que no sólo debe buscar el dolor interno sino también el dolor externo incentivando ciertas prácticas mortificatorias.
Es verdad –nadie lo niega- que luego del pecado original todos estamos inclinados más bien al epicureísmo que al estoicismo, rechazando la mortificación; ésta, sin duda, es necesaria para nuestra santificación (mortificación de la voluntad, de la sensibilidad, de los juicios temerarios, etc.); el riesgo es el desborde y el acentuar que allí en la mortificación se encuentra la santidad. Es decir, el desborde es el mal y, en ciertos ambientes donde abunda esta espiritualidad, los desbordes suelen ser más frecuentes que las privaciones.
Es cierto que Nuestro Señor dijo “velad y orad, para que no caigáis en tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26,41), pero se trata de un medio y no de un fin. Por el contrario, sucede habitualmente que todo extremista de las mortificaciones termina siendo un extremista de los placeres (la virtud nunca está en el extremos irracionales). Habría muchos ejemplos para poner de varios que, por querer llevar una vida penitente sin prudencia, terminaron luego cayendo en las más desenfrenadas pasiones por oposición de contrarios; pero con un solo basta; una vez más: Lutero.
En cuanto al subjetivismo que la devotio moderna propugna, no puede dejar de hacerse una brevísima digresión histórica que permitirá comprender mejor el problema y que, quizás, pueda prevenirnos a los hombres de hoy.
Según señala García-Villoslada,
“este afán de interioridad, este replegarse hacia las zonas más íntimas del alma, teniendo en cuenta el momento histórico en que nace la «Devotio moderna». Es la época del cisma de Occidente, en que la Iglesia dolorosamente desgarrada ignora cuál es su verdadera Cabeza visible, quién es el Vicario de Cristo, dónde se halla el Jefe espiritual a quien deben todos obedecer y con quien deben permanecer unidos. Cuando todo es tumulto y confusión en el exterior, las almas escogidas buscan la luz y la paz en el silencio, en el retiro y en la plegaria. No sabiendo quién es el verdadero representante de Jesucristo, buscan al mismo Cristo directamente en sus propios corazones y en la unión individual con Dios” (…). Gerardo Groote obedecía a Urbano VI de Roma, no a Clemente VII de Avignon. Pero le atormentaban ciertas dudas, y en la oscuridad y perplejidad de su conciencia se consolaba y tranquilizaba quitando importancia al cisma externo. Lo importante, decía, es no separarse de la Cabeza invisible, que es Cristo, raíz y causa de la unidad fundamental de la Iglesia; la otra unidad externa, que procede de la unión de los miembros con la Cabeza visible, no es tan esencial; evitemos, pues, sobre todo el cisma interior”[15].
Algo que puede ser análogo en nuestros tiempos actuales donde algunos podrían decir con un personaje de una novela de Sábato “si se viene el comunismo, me voy a la estancia y se acabó”.
Curiosamente, algunos de quienes hoy atacan a la devoción moderna y que creen estar exentos de ella, caen en esta nota característica al no tener en cuenta la crisis en la que se encuentra la Iglesia y refugiándose en una especie de torre de marfil que descarta, desprecia y denigra a quienes no tienen acceso a la misma. Pero aún hay algo más grave es constatar que esta característica de la devoción moderna ha llevado a la práctica a un desinterés por la vida apostólica y por la vida misionera. Y este desinterés es el mismo que tienen hoy los que son críticos de la devoción moderna…
- “Yo no quiero salvar a nadie; sólo deseo salvarme a mí mismo” –dirán algunos.
Se evita así el trato con la gente y sobre todo el apostolado activo sin preocuparse por extender el Reinado Social de Cristo. “En vano se buscará en la «Imitación de Cristo», ni en los demás libros del Kempis (…) la más leve indicación del deber apostólico y misionero de los cristianos”[16]. Veamos nomás un ejemplo concreto: cuando el canónigo Guillermo de Salvarvilla (uno de los seguidores de Groote) pida a su maestro dedicarse a la conversión de los cismáticos orientales, Groote se opondrá severamente desaconsejando la moción con firmeza.
Y aquí nos encontramos con una nueva paradoja y es la siguiente: a menudo se acentúa la relación entre devoción moderna y el jesuitismo –cosa que no negamos a priori- pero se cae en el olvido respecto de la epopeya misionera de la Compañía de Jesús y, más aún, de los orígenes no jesuíticos sino franciscanos y agustinos de la devotio moderna. Y se olvidan que, los primeros jesuitas como San Francisco Javier, no sólo no eran estructurados, sino que eran casi irreductibles a cualquier corsé de esta corriente espiritual.
Este subjetivismo lleva a un apartamiento del mundo que, a su vez, concluye en un poca, escasa o nula ninguna inclinación por el apostolado activo. Los devotos modernos son más bien introvertidos y tienen una mentalidad muy poco jerárquica por su individualismo; la jerarquía, en todo caso, se dará en el sistema o grupo.
Kempis, que es la quinta esencia de la devoción moderna, así lo declara: “más vale salvarse uno solo viviendo inocente en soledad que aventurarse en el trato con lobos y dragones”[17]. Justamente lo contrario de lo que nos debería pedir y nos pide Jesucristo y Su Iglesia: “yo os envío como ovejas en medio de lobos…”.
No se trata del apartamiento del monje, del ermitaño (que esa es una vocación particular), sino de quien está en el mundo pero que obra en su vida interior con un espíritu sectario, un espíritu elitista, un espíritu de sacristía; no se sacrifica por el mundo sino que sólo piensa en salvarse él sin llevarse consigo a varios con él. Si así fuera, entonces el Verbo no se hubiese encarnado.
En una durísima pero certera frase, García-Villoslada lo resume así:
“La acción de la gracia en el alma se supone y se afirma reiteradamente, pero se juzga más prudente y de mejor resultado el insistir en la colaboración intensa de la libre voluntad. Por eso se habla más de las virtudes sólidas que de las virtudes altas, de la extirpación de los vicios con más frecuencia que de la fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo, de la meditación más que de la contemplación, del heroísmo de las virtudes pequeñas más que de la grandeza de las virtudes heroicas. La vida cotidiana de estos devotos, con su meticuloso esmero en los detalles, se asemeja a una artística miniatura más que a un cuadro de grandes pinceladas”[18].
* * *
Finalicemos estas cortas líneas con un paralelismo antitético a las notas que hemos esbozado[19].
- Contra el pragmatismo de la meditación se le puede oponer la primacía de la contemplación de los divinos Misterios, esto es, el primado del Logos sobre la praxis.
- Contra el “monotema” del dolor, la alegría desbordante que es fruto de la caridad heroica.
- Contra la metodologización de la vida espiritual, la cumbre del monte sanjuanista cuya única ley es la ausencia de leyes (de casuística leguleya) y la simultánea docilidad a las mociones del Espíritu Santo.
- Contra la dictadura hipertrófica de los deberes de estado -verdaderos o no-, la actitud deliberada de procurar osar las mayores hazañas para la gloria de Dios.
- Contra la sobreinsistencia castrante y exasperante de la fidelidad en las pequeñas cosas, la aspiración apasionada de conquistar el mundo entero para Cristo Rey.
- Contra el desprecio de las altas y profundas especulaciones, la genuflexión sapiencial ante el insondable Misterio Trinitario y Teándrico que ilumina, extasía, enardece, enloquece y enamora.
- Contra la fuga de las grandes batallas apostólicas, la épica misionera ansiosa de mil combates, conversiones y martirios.
En fin…; en la devotio moderna, todo comienza desde el hombre, empezando por Dios. Urge restaurar la espiritualidad de siempre, en la que todo comienza desde Dios, empezando por el hombre. ↓↑
P. Javier Olivera Ravasi
[1] Carlos Disandro, Argentina bolchevique; Fray Petit de Murat, Carta a un trapense, entre otros.
[2] El presente trabajo es más bien un comentario a la conferencia que el Dr. Antonio Caponnetto dictó en el año 2013 a partir de artículo del P. García-Villoslada, “Rasgos característicos de la devotio moderna”, en Manresa 28 (1956) 315-358). Hemos simplemente utilizado la desgrabación de dicha conferencia para agregar algunos conceptos propios y las citas pertinentes del trabajo de García-Villoslada. Agradecemos también los aportes del P. Federico Highton, SE.
[3] García-Villoslada, op. cit., 320.
[4] “Las antiguas Reglas monásticas no señalaban tiempo alguno, destinado expresamente para la oración individual en privado. Aunque recomendaban a todos la, meditación, sólo se exigía por regla la oración pública y común en el coro (ibíd., 321).
[5] “Quas materias sic solemus dividire et alternare, ut meditemur sabbatis de peccatis; dominica die dé regno coelorum; feriis secundis de morte; feriis tertiis de beneficiis Dei; feriis quartis de iudicio; feriis quintis de poenis inferni; feriis sextis de passione Domini…” (Ibíd., 324). Para que uno se forme la idea de este complicadísimo y mecanicista método de oración, veamos cómo Mombaer, uno de sus exponentes, hacía dividir la oración: A) MODUS RECOLLIGENDI (quid cogito, quid cogitandum), B) GRADUS PRAEPARATORII (repulsio eorum quae minus cogitanda). C) GRADUS PROCESSORII ET MENTIS (Ejercicio de la memoria) Commemoratio… Consideratio… Attentio… Explanatio… Tractatio… D) GRADUS PROCESSORII ET IUDICII (Ejercicio del entendimiento) Dijudicatio… Causatio… Ruminatio… E) GRADUS PROCESSORII ET AFFECTUS (de la voluntad) Gustatio… Quaerela… Optio… Confessio… Oratio… Mensio… Obsecratio… Confìdentia… F) GRADUS TERMINATORII Gratiarum actio… Commendatio… Permissio… G) MODUS COMMORANDI Complexio…
[6] Véase al respecto el hermoso libro de Josef Pieper, El ocio y la vida intelectual, Rialp, Madrid 1962.
[7] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 182, a. 1, ad. 3um.
[9] García-Villoslada, op. cit., 328-329.
[10] Citado por García-Villoslada, op. cit., 330.
[11] Ibíd., 331. Traducción propia del latín.
[12] Ibíd., 334-335.
[13] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 82, a. 1.
[14] García-Villoslada, op. cit., 335.
[15] García-Villoslada, op. cit., 339.
[16] Ibíd., 340.
[17] Tomás de Kempis, Diologi novitiorum, lib. I, cap. 4 : Opera VII, 17.18.19.21-22.
[18] Ibíd., 343-344.
[19] Tomamos prestadas estas palabras del P. Federico H., misionero en la meseta tibetana.
VER+:
↓↑
↓ La vía de una mística (en una cristología desde arriba) insistir en la gratuidad, es decir, en la acción previa de Dios que nos ama libremente, aun cuando no estemos preparados ni seamos dignos de ello, si acogemos su gracia en el momento propicio.
↑ Y la vía ascética -racionalista, intelectualista- (en una cristología desde abajo) poner más énfasis en la preparación y dignidad de las personas para que la gracia de Dios llegara hasta ellos
Estas diferencias son fácilmente salvables e, incluso, fecundamente interactivas. Al nivel en el que se vive la experiencia de gracia, no se ven las cosas así. Al contrario, dan como resultado dos formas muy distintas de vivir nuestra relación con Dios y con los hermanos. La primera, al recalcar la iniciativa de Dios sobre el pecado del hombre, hace de Dios un instrumento de misericordia, amando a las personas tal como son, buscándolas en sus pobrezas, abajándose hasta su condición de miseria. Este talante engendra una confianza que se traslada inmediatamente a la relación con los demás e instituye unas relaciones interpersonales de desenfado y libertad.
La ascética busca más seriedad e impone condiciones para que el sujeto viva y se comporte de una manera digna de la gracia. Hablan de amor pero sin afecto, hay que hacer comunidad pero sin cariño ni muestras especiales de ello, hay que ser espontáneos pero en un contexto muy regulado. Mientras una tendencia parece exagerar la alegría de la gratuidad; la otra no acaba de eliminar la tristeza de la culpabilidad, aun sintiéndose salvado. Se habla de gracia pero era una gracia cosificada que se podía merecer, ganar, perder, recobrar, calcular y exigir. Todo el peso de la salvación recayó en el sujeto y en sus obras, con lo que el cielo, para llegar a él, había que ganarlo a pulso. Con ello se perdió la gratuidad de la salvación en Cristo Jesús y desde entonces en vez de invocar al Espíritu Santo se invocaba al esfuerzo de la propia voluntad.
Tradicionalmente se ha pensado que a esto se llega con el perfeccionamiento de las virtudes pero este salto cualitativo le es imposible a la virtud, aun la infundida por el Espíritu Santo. En los grandes movimientos actuales está suficientemente probado por la experiencia que la mística es anterior a la ascética. Tal vez sean cosas de ahora, pero lo son. La visión gratuítica o de gratuidad cobra su plenitud cuando Dios reparte su don no a los que lo han conquistado a base de ejercicios virtuosos sino mucho más gratuitamente a muchos pobres y tirados que coinciden con los publicanos y prostitutas del evangelio. Estamos viendo cada día cómo Dios renueva su Iglesia con los más pobres y pequeños.
El Espíritu Santo quiere que en estos tiempos su gracia sea completamente gratuita para poder seguir derramándola, como dice Jesús en el Evangelio, a los pequeños y sencillos y a los que están dispuestos a nacer de nuevo.
El Papa Benedicto no les predicó a los chicos de la JMJ de Madrid virtudes o morales sino un encuentro con Cristo dentro de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. Esta predicación supera en calidad mil leguas a toda la predicación del esfuerzo y preparación humanos.
Algunos podrán pensar que esta postura de gratuidad no asume la cruz ni los grandes compromisos. La gracia o el Espíritu Santo, como se dice más ahora, te lleva a Jesús y, en estos tiempos, de una manera especial a la humanidad de Jesús. Por este Jesús nos viene toda la salvación de Dios para el mundo. Esa salvación o esa gracia pasa ahora por todos los que le siguen más de cerca. Es gratuita pero sucede en nuestra carne y en nuestros actos. La fidelidad a este don es la única cruz verdadera. Esta fidelidad va a darse en tu historia, es decir en tu vocación, en tu comunidad, en tu familia, en tus problemas, carencias, enfermedades, debilidades y pecados, en tu vida y en tu muerte. La fidelidad a esta gracia hace posible el gran compromiso con los pobres y la misericordia a todos los niveles.
"Tenemos ideas extrañas sobre la conversión. La unimos con una serie de propósitos, obligaciones, prácticas ascéticas, esfuerzo de voluntad.
Prometo: "a partir de tal día me convertiré". Al final todo queda en una frustración más, no sólo por mi falta de voluntad, sino por falta de verdaderos objetivos. Y si por desgracia alguien se llega a convertir desde esos presupuestos, se convierte a sí mismo, a sus propias ideas de Dios, se radicaliza y se esteriliza, suponiendo que no se transforme en un peligroso activista. A todas estas conversiones siempre les acecha una gran frustración.
Volvemos a entender que el amor de Dios no consiste en que nosotros amemos a Dios sino en que es él el que nos ama primero (1Jn 4, 10). O como dice Santo Tomás de Aquino: “Nadie es bueno por amar a Dios, sino que es Dios, al amarnos, el que nos hace buenos”.
Ahora, ante la nueva evangelización, debemos de estar atentos a la teología de base que se quiera proponer. Si, como digo, volvemos a insistir en las obras, si el centro de la evangelización es el pecado y cómo librarnos de él, erraremos totalmente el camino. Por el contrario, si nos centramos en la acción previa de Dios, realizada en Cristo, que nos ama, nos busca y nos recrea, reconstruye y rehabilita, entonces evangelizaremos sobre roca firme bajo el primado del amor.
Resumen
1) La salvación es obra de Dios. En el cielo sólo existirá su gloria.
2) Hay que admitir la premoción en todos los actos tanto físicos como espirituales. La acción previa de Dios es condición para que algo se mueva.
3) La salvación se realiza mediante Jesucristo Dios y hombre a un mismo tiempo.
4) Dicha salvación se realiza en la humanidad de Jesucristo,
5) en su cuerpo de carne.
6) La alianza definitiva por la que Dios nos salva se basa en la sangre de Cristo. Lo realizamos sacramentalmente en la eucaristía.
7) Dicha salvación es gratuita, no se debe a los méritos ni a preparación alguna por parte del hombre. La experimentan los sencillos de corazón.
8) El Espíritu Santo que recibimos por medio de Cristo nos hace entender estos misterios y nos eleva al nivel del don que es el de la santidad.
9) Ninguna virtud humana ni siquiera las dotadas de gracia infusa, pueden acceder al nivel del don. La virtud siempre obrará al modo humano mientras que en los dones la modalidad de sus actos es ya divino.
10) Dios al infundirnos la gracia nos hace libres porque nos hace desear nuestro bien al que nunca accederíamos sin ella. Sin la acción de Dios nunca seríamos libres.
En esa acción libre bajo la gracia encontramos nuestra más honda verdad y la plenitud de nuestra humanidad. Ahí es donde descubrimos la vocación a la que nos llama el Señor en la vida. De ella brotan nuestras obras y compromisos.
0 comments :
Publicar un comentario