Sin Dios el hombre no tiene futuro, porque sólo Dios es la garantía segura de su dignidad. Somos hechura de sus manos y por nosotros, para librarnos de la perdición definitiva, envió a su Hijo al mundo, para destruir con la entrega de su vida las fuerzas del Mal. Estas mismas fuerzas pueden llevar al ser humano a su destrucción si se empeña en rechazar a Dios. Ciertamente, no lo lograrán del todo, pues Cristo con su muerte y resurrección venció el pecado y la muerte. De esta victoria estamos seguros, es el certificado de la esperanza que opera en los creyentes, pero la esperanza se apoya en Dios solo, y por eso sin Dios no hay futuro.
Sin valores no hay futuro
Los valores tradicionales están en franca decadencia en la sociedad española frente a otros más efímeros y de escaso alcance desde el punto de vista de la moral privada. Así se desprende de la investigación «Valores sociales y drogas 2010», realizado por la FAD, la Obra Social Caja Madrid y la delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas, que ofrece datos preocupantes. Un 60,2 por ciento de los españoles encuentra justificable moralmente la eutanasia y un 54,2 por ciento ve bastante o totalmente admisible que exista una libertad total para abortar. Estos porcentajes demuestran que se está instalando en la mayoría de la sociedad española una cultura que, si no desprecia, sí minimiza el valor de una vida, especialmente en los casos en los que se manifiesta en su mayor fragilidad, como los enfermos y los no nacidos. Sin duda esta tendencia pone en evidencia cómo va calando un mensaje excluyente e insolidario justo con los que necesitan una mayor protección, tanto por parte de la sociedad como de los poderes públicos.
Aunque lo que más tienen en consideración los encuestados es tener unas buenas relaciones familiares, la investigación expone un fenómeno tan sorprendente como desazonante: cuando los españoles se miran en el espejo de los inmigrantes que han llegado a nuestro país y perciben que su modelo familiar se corresponde más al tradicional, cunde el desánimo. Empiezan a demostrar cierta añoranza por la desaparición de las familias extensas –algo que se puede comprender por los condicionamientos económicos–, y quizá lo más inquietante: la convicción creciente de que la familia nuclear se está desnaturalizando para convertirse en una unión cuyo único fin es la productividad y el sostenimiento económico sin mayores consideraciones emocionales.
Esta investigación pone de relieve una realidad palpable: nuestra sociedad está abandonando una serie de valores como el respeto a la vida desde el mismo momento de su concepción o la existencia de un concepto de familia que esté arraigada en unos principios y en unas convicciones, sustituyéndolos por otros de menos calado.
Así las cosas, es tarea de todos –desde las instituciones públicas y privadas, pasando por los centros educativos y la familia–, un rearme moral sin sucedáneos que nos haga una sociedad más sana a partir de unos principios más sólidos que sean impermeables a ciertos discursos políticos y movimientos sociales más cercanos al relativismo. Prueba inequívoca de esto es la reciente Ley del Aborto que acaba de entrar en vigor y que es el mejor exponente de esta corriente del «todo vale» eximiendo al sujeto de toda responsabilidad.
Llega el momento de reflexionar y de plantearse si éste es el modelo de sociedad en el que queremos vivir. Porque lo cierto es que una sociedad sin valores es una sociedad sin futuro, en tanto en cuanto al estar despojada de convicciones y principios la convierte en más vulnerable. No nos podemos permitir ese lujo, menos ahora, en tiempos de crisis que demandan las mayores exigencias por parte de todos.
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PSICOLOGÍA Y FE CRISTIANA
"La Universidad está en crisis, porque la razón está en crisis. Ha perdido el carácter sapiencial.Los estudiantes en Psicología nunca han oído hablar de alma, naturaleza, libertad, persona".
Psicólogos y psiquiatras habrán de cultivar pues otras disciplinas que les formen en aquellas realidades humanas que su ciencia no les informa. “La labor de curar a los otros y de asegurar su equilibrio psíquico-social –decía Juan Pablo II– es, en efecto, importante y delicada. Quienes se dedican a esa labor, además de un conocimiento científico, deben poseer una gran sabiduría” (4). Esta sabiduría, que es filosófica, rescata realidades humanas no verificables empíricamente y que por tanto la ciencia ‘no ve’, pero que son supuestos implícitos del terapeuta que inciden en la comprensión del cuadro clínico y en la atención del paciente. Recordemos algunas de ellas, mostrando su importancia capital en el ámbito clínico.
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