"El pueblo que valora sus privilegios por encima de sus principios, pronto pierde unos y otros".
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"El valor de una civilización se mide no por lo que sabe crear, sino por lo que sabe conservar."
"El sentido moral es de gran importancia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura social va hacia el derrumbe". Alexis Carrel
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Hubo un tiempo en el que los bárbaros acechaban, más allá de sus fronteras, a la civilización. Hoy, no es preciso aguardar su invasión, pues llevamos algún tiempo dedicados a forjarlos entre nosotros. Como todo buen bárbaro, éste que hemos cultivado aborrece toda jerarquía y adora la igualación universal. Si alguien no fuera bárbaro, ¿cómo soportaría él seguir siéndolo? El nuevo bárbaro es un hombre adánico, simpático en su primitivismo, que carece de pasado. Posee, a veces, la gracia y la inocencia del niño; también su ignorancia y su peligro. No sabe andar, ni soporta que alguien le enseñe. Como pretende estrenar humanidad, no puede soportar a los antepasados. Siente la atroz amenaza del pasado que testimonia en contra de su pretensión. Tiene, como el delincuente cuidadoso, que borrar las huellas. Todo sabio precursor es un delator. Para abolir el magisterio, lo mejor es suprimir a los maestros. Si alguien tiene algo que enseñar, proclama la vasta ignorancia del bárbaro. El sabio es reo del más nefando pecado antiigualitario. De ahí la oposición del bárbaro a todo clasicismo y, sobre todo, hacia el más eminente, hacia Grecia y Roma. Abolir los estudios clásicos es borrar las huellas y eliminar el sentimiento de culpa, el pecado cultural original. Nada, pues, de griego ni de latín.
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Es preciso extirpar la memoria. La Historia, como maestra que es, debe ser destruida. No hacerlo es condenarse a la insoportable condición de epígono, a asumir esa insoportable responsabilidad. Si algo, en un tiempo pasado, hubiera merecido la pena, el bárbaro habría estado allí. De entre los libros antiguos, los más peligrosos son los que contienen mayores dosis de sabiduría. Nada aborrece tanto el bárbaro como la filosofía; nada ama tanto como su adulteración y sus sucedáneos. La excelencia es infamia. Queda suprimida toda palabra esencial, la que revela la presencia del espíritu. El lenguaje del bárbaro debe quedar degradado hasta casi ingresar en la pura animalidad, hasta revestir la condición de mero balbuceo apenas inteligible. El arte se convierte en pura expresión arbitraria, sin norma ni canon, y la vanguardia en coartada. La moral deviene esclava de la inclinación; y la ciencia, de la técnica. La religión es repudiada, pues lo más elevado, lo sagrado, es lo más insoportable para él. Así, desembarazado del ominoso peso de la sabiduría, al bárbaro sólo le interesa su circunstancia inmediata y aquello que facilita el placer de su existencia mediocre y la satisfacción de sus pobres pulsiones pasajeras: el entorno, el juego, la técnica, la salud y un poco de efímera diversión. Lo demás es, para él, tedio o pedantería. Suprimida la grandeza, la educación resulta abolida.
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La civilización sólo muere a manos de la barbarie. Poco importa que, como antes, los bárbaros acechen más allá de las fronteras, o que, como ahora, sean el producto doméstico de la propia civilización degenerada.
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Ignacio Sánchez Cámara
VER+:
El triunfo de la vileza del pueblo español
UN PROYECTO DE INGENERÍA SOCIAL:
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