Sí.
Nos une algo:
es la infancia,
nuestra infancia nos une
entre latitudes y longitudes,
paisajes y civilizaciones,
nos une algo,
nuestra infancia,
la infancia,
la infinita y eterna infancia.
Nos une algo:
es la infancia,
nuestra infancia nos une
entre latitudes y longitudes,
paisajes y civilizaciones,
nos une algo,
nuestra infancia,
la infancia,
la infinita y eterna infancia.
Entre riquezas y pobrezas,
vestimentas y desnudeces,
nos une algo,
con juguetes y sin juguetes,
es nuestra infancia,
la infinita y eterna infancia,
la infancia que nos une.
Y a través de edades,
alturas y bajezas,
de barreras y comunicaciones,
siempre hay algo que une,
nuestra infancia dormida,
la de los barcos de papel
y títeres y muñecas.
La infancia que no nos deja.
Elevemos un recuerdo eterno
a la infancia que nos une,
y que nos convoca a la paz.
Hermanos,
oíd la voz del Señor,
en la noche y el amanecer,
lejos y cerca,
oíd hermanos,
en la calma y en la tormenta,
cielo y tierra,
oíd la voz que nos conduce a la paz.
Oíd hermanos,
ese trayecto ineludible,
en la recta y en la curva,
certeza y duda de la paz.
Oíd, prestad atención,
a nuestra alma,
a la infinita
eterna infancia,
que nos une.
Y me preguntarán y les diré:
vigilad y orad por la paz,
después de la tempestad,
vendrá la bonanza,
y aunque parezca vencer la muerte,
verás que continúa con empuje la vida,
y me preguntarán y les diré:
vigilad y orad por la paz.
Después de horas de infortunio,
vendrán horas de felicidad;
no son fuegos en la ribera,
llega la paz de la redención.
Y entonces,
cuando el sol la nieve derrita,
y en canales floridos se llene,
ese día de la paz llegará.
Algún día,
cuando en el desierto
las aves,
las ramas extendidas pueblen,
y los árboles con sus frutos
cargados dense.
Ese Día de la Paz,
llegará.
Algún día cuando el hombre en su tierra,
cual tablero de ajedrez,
su juego respete,
ese Día de la Paz
llegará.
Y aunque parezca,
que no queda nada, que nos venció la muerte
verán que realmente
continúa estando todo, es la vida que ennoblece.
Y una vez más me preguntarán
y una vez más les diré:
solamente vigilad y orad,
porque vigilando vivimos
y orando,
continuamos fecundando.
Vosotros que arrojasteis las tablas
y el surco quebrasteis,
respetad nuestros escudos.
Escuchadme,
y porque me escucháis y yo veo
os conjuro en el pacto,
pero no quedéis en vano,
sino en el pacto con la vida
que es paz.
Veo que las noches
y los días se unen,
que la ronda se agranda
de la mano de la infancia,
en todos los que por su voluntad
al Monte ascienden,
sus almas ascienden.
Veo que las estrellas se acercan...
y algún día,
cuando el mar
y la tierra y los cielos
un solo canto de amor
recen,
ese Día de la Paz,
llegará, llegará.
¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡EL SEÑOR NOS AMA!
GERARDO WEINER
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