Gran Espíritu, cuya voz barrunto en los vientos,
cuyo aliento da vida al mundo entero, ¡escúchame!
Me presento ante Tu rostro como uno de Tus muchos hijos;
mira, soy pequeño y débil; necesito Tu fuerza y Tu Sabiduría...
Hazme sabio para poder reconocer las cosas que Tú
has enseñado a mi pueblo, las enseñanzas que Tú en cada hoja
y en cada roca has escondido.
Deseo Tu fuerza, no para elevarme sobre mis hermanos,
sino para poder luchar contra mi mayor enemigo:
yo mismo.
W. Lindenberg
La humanidad reza, pag.96
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