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viernes, 21 de febrero de 2025

LIBRO DE MEMORIAS: "THE BOYS (LOS CHICOS) RON HOWARD y CLINT HOWARD: ¡UNA BELLA FAMILIA! 👪👦


Una memoria de Hollywood y la familia Howard 
Por Ron Howard y Clint Howard

ÉXITO DE VENTAS INSTANTÁNEO 
DEL NEW YORK TIMES

“Este extraordinario libro no es solo una crónica de las primeras carreras de Ron y Clint y sus alocadas aventuras, sino también una introducción a muchos temas: cómo se prepara un actor, cómo sobrevivir siendo un niño trabajando en Hollywood y cómo ser los mejores padres del mundo. The Boys sorprenderá a todos los lectores con su humanidad”. — Tom Hanks

"He leído docenas de memorias de Hollywood, pero "The Boys" es una de ellas. Una historia encantadora, cálida y fascinante sobre una buena vida en el mundo del espectáculo". — Malcolm Gladwell

Happy Days, The Andy Griffith Show, Gentle Ben... estos programas cautivaron a millones de televidentes en los años 60 y 70. Únase al galardonado cineasta Ron Howard y al actor favorito del público Clint Howard mientras comparten con franqueza y cariño su inusual historia familiar de cómo sobrevivieron a la vida como actores infantiles hermanos.

“¿Cómo fue crecer en la televisión?” A Ron Howard le han hecho esta pregunta a lo largo de su vida adulta. En "The Boys" , él y su hermano menor, Clint, examinan su infancia en detalle por primera vez. Para Ron, interpretar a Opie en The Andy Griffith Show y a Richie Cunningham en Happy Days le ofreció fama, alegría y oportunidades, pero también le generó estrés y acoso. Para Clint, un comienzo rápido en programas como Gentle Ben y Star Trek se desvaneció en la adolescencia, con algunas consecuencias y lecciones duras.

Con la perspectiva del tiempo y el éxito (Ron como cineasta, productor y estrella de Hollywood, Clint como un actor de personajes muy ocupado), los hermanos Howard se adentran en una educación que les parecía normal, pero que no lo era en absoluto. Sus padres, Rance y Jean, del Medio Oeste, se mudaron a California para perseguir sus propios sueños en el mundo del espectáculo, pero fueron sus hijos pequeños quienes encontraron un empleo estable como actores. Rance dejó de lado su ego y su ambición para convertirse en el maestro, sabio y brújula moral de Ron y Clint. Jean se convirtió en su afectuosa protectora (a veces sobreprotectora ) de las trampas de Hollywood.

A ratos confesional, nostálgico, conmovedor y desgarrador, "THE BOYS" es una narración dual que revela la vida íntima de los hermanos Howard. Es el viaje de una unidad familiar de cuatro personas que se mantuvo firme en un negocio implacable y de dos hermanos que sobrevivieron al "síndrome del actor infantil" para convertirse en adultos realizados.




PREFACIO

Siempre me ha desconcertado la forma en que la cultura popular estadounidense retrata a los padres como idiotas torpes y desconectados de la realidad, porque mi única experiencia como padre masculino es la de un padre increíblemente comprometido.
Mi abuelo, Rance Howard, provenía de una generación de hombres que tradicionalmente no participaban de manera significativa en la vida de sus hijos.
Eso no le impidió acompañar a sus hijos en el set, no sólo como su guardián-gerente sino como su siempre presente brújula moral y ética.
Fue un padre moderno, progresista y dedicado, y esa intencionalidad y legado, junto con la inteligencia y el liderazgo de mi abuela Jean Howard, sentaron una base multigeneracional para mi familia.

Todas las familias tienen historias extraordinarias. Como dice mi padre en estas páginas, el éxito que nuestra familia ha alcanzado es algo que ninguno de nosotros da por sentado. No estaba destinado y podríamos haber acabado siendo granjeros de Oklahoma o creadores de Hollywood. Como suele suceder, con unos cuantos cambios de dirección, lo que podría parecer el destino se habría desarrollado a lo largo de un camino ahora irreconocible. En lo que nuestra familia se diferencia es en que nuestros giros y vueltas se han manifestado más públicamente de lo habitual.

Si bien la relación entre mi padre y mi tío Clint marca un vínculo inquebrantable entre dos personas muy diferentes (algo que me maravilla), es una historia de hermanos con la que muchos de nosotros podemos identificarnos. Mi padre y mi tío están unidos por el amor de sus padres. A través de todos los altibajos, han permanecido unidos, mucho más allá de las llamadas telefónicas obligatorias de cumpleaños y vacaciones. Pasan el rato juntos, hablan de béisbol y películas, miran partidos, juegan al baloncesto, al golf, caminan y se ríen mucho. Nadie hace reír más a mi padre que mi tío Clint. La clásica relación entre hermano mayor y hermano menor. Sí, sangre y genética.

Nos conectan, pero como vemos tan a menudo, esa conexión no está garantizada. Hace falta un compromiso para nutrir las relaciones familiares durante años y décadas: trabajo y una fuerza que nos mantenga a flote. Mis abuelos eran esa fuerza.

El abuelo y la abuela Jean establecieron una cultura familiar muy específica en los Howard: calidez, aliento y gratitud. Ser decentes con nuestros semejantes siempre ha sido nuestro principio rector. Nos enseñaron a responsabilizarnos de nuestras acciones y a apoyarnos mutuamente de manera incondicional, incluso cuando no estamos de acuerdo, no con sermones, sino con ejemplos. Nos recordaron constantemente que somos una familia de iguales, un colectivo en el que las apariencias están mal vistas. Nos enseñaron que la fama nunca sustituye a la familia.

En nuestra familia, la narración de historias es un arte que se toma muy en serio y que nos inculcaron una ética de trabajo comprometida. Como dice mi tío Clint, somos “trabajadores duros y duros”. Hollywood es tan brutal como glamoroso y la única forma de sobrevivir es mediante la disciplina y la unión. Eso es algo que mi abuela y modelo a seguir por excelencia nos inculcó a todos. La visión y la creencia de mi abuela en lo que era posible para nuestra familia, así como su alegría de vivir, son lo que lo hizo todo posible. Nunca la oí quejarse, a pesar de haber soportado muchas dolencias y desafíos reales que habrían justificado algo más que un poco de queja por su parte. Su relación con mi abuelo era la imagen de la colaboración y el trabajo en equipo, y un ejemplo del tipo de relación simbiótica que yo quería para mi propia vida.

Al igual que mi padre, mi tío y mis abuelos, yo también soy un narrador de historias, un privilegio que nunca doy por sentado. Y aunque gran parte de mi familia está vinculada a Hollywood, nos fortalecen los valores y hábitos de vida zen del medio oeste, arraigados y realistas, que mis abuelos nos inculcaron.

Mientras leía las páginas de este libro, esperaba encontrarme con historias conocidas, pero al poco tiempo me encontré en una aventura sorprendente. Escuchar la historia de mis abuelos a través de las palabras de sus dos hijos y echar un vistazo a su espectacular y única infancia, navegando por las zonas salvajes de la industria del cine y la televisión en los años 50, 60 y 70, me transportó. Estas páginas capturan un punto de inflexión en la industria del entretenimiento, contado a través de la lente personal de una familia.

Si tuviera que contar la historia de mi vida, no empezaría conmigo. Mi historia y mi identidad son la culminación de varias generaciones, empezando por mis abuelos. Ellos siguen inspirándome y marcando mi propio camino.

Mis hermanos y yo queremos ser mejores personas, no para corregir el legado, sino para estar a la altura. El listón es alto y no queremos quedarnos cortos.

Cuando tenía seis años, vivíamos en Inglaterra mientras mi joven padre se preparaba para dispararle a Willow y mi madre se preparaba para dar a luz a mi hermano, Reed.
Tenemos un video casero que muestra a mi padre expresando su preocupación por el hecho de que estos dos acontecimientos trascendentales estuvieran sucediendo simultáneamente: "¡Películas! ¡Bebés!

¡PELÍCULAS! ¡BEBÉS!” Luego me pidió que predijera el día en que nacería Reed (lo cual hice, con una precisión espeluznante). Esta dinámica de un padre preocupado e involucrado que incluía a sus hijos en estas discusiones familiares era similar a la forma en que sus padres trajeron a sus hijos al redil. El abuelo y la abuela Jean le mostraron que era posible crecer en un set de filmación y tener una infancia. Incluso pusieron a mi papá en una cuna mientras representaban el cuento de verano, atendiéndolo entre escenas.

¿Poco convencional? Claro, pero inclusivo y centrado en la familia. Al igual que sus padres, mi padre nos protegió de la locura y, al mismo tiempo, nos permitió ver de primera mano el circo.

En mi debut como director de largometraje documental, Dads, yo también me sentí atraído por el tema de la familia. Esperaba entrevistar a un futuro padre y, por pura casualidad, mi hermano y su esposa estaban a punto de tener su primer bebé. Recordé que papá me había dicho varias veces a lo largo de los años que su mayor temor era no estar a la altura de su propio padre como padre. Compartí este recuerdo con Reed durante el rodaje y, sorprendido, respondió: 
"¿Dijo eso? Esa es mi mayor preocupación: no estar a la altura de papá". Y así, la tradición continúa...

Clint Howard Interview: (Talks Ron Howard, Star Trek, 
NEW Ice Cream Man, The Boys Book, Star Wars)

VER+:

                                      LA TIERRA DE NADIE
                                     THE WILD COUNTRY 1970


LOS CHICOS (THE BOYS) Una m... by Yanka


TIERRA DE NADIE (LITTLE BRI... by Yanka


miércoles, 11 de diciembre de 2024

LIBRO y MINISERIE PELÍCULA "PATRIA" por FERNANDO ARAMBURU 😈👥🐍💣💥

PATRIA 

FERNANDO ARAMBURU


“Es tan homicida el ojo que mira hacia otro lado 
como el que apunta con la mirilla del fusil; 
es tan culpable la mano que echa la persiana 
para no enterarse de lo que ocurre afuera 
como la que aprieta el gatillo”. 
W. Szpilman. (El pianista de Varsovia)

"Para que el mal sea una realidad 
no basta con la acción de unos cuantos; 
hace falta que la gran mayoría permanezca 
al margen, indiferente". 
Tzvetan Todorov

“Quien acepta pasivamente el mal 
es tan responsable como el que lo comete. 
Quien ve el mal y no protesta, ayuda a hacer el mal”.
"La gran tragedia del mundo, 
no es la crueldad de los malos, 
sino el silencio de los buenos". 
Martin Luther King
"Soy tan cobarde como él y como tantos otros que a estas horas, en mi pueblo, estarán diciendo bajito para que no les oigan: esto es una salvajada, un derramamiento inútil de sangre, así no se construye una patria. Pero nadie moverá un dedo. A estas horas ya habrán limpiado la calle con una manguera para que no quede rastro del crimen. Y mañana habrá murmullos en el aire, pero en el fondo todo seguirá igual. La gente acudirá a la siguiente manifestación en favor de ETA, sabiendo que conviene dejarse ver en la manada. Es el tributo que se paga para vivir con tranquilidad en el país de los callados".
Premio de la Crítica 2016 de narrativa. El retablo definitivo sobre más de 30 años de la vida en Euskadi bajo el terrorismo. El día en que ETA anuncia el abandono de las armas, Bittori se dirige al cementerio para contarle a la tumba de su marido el Txato, asesinado por los terroristas, que ha decidido volver a la casa donde vivieron. ¿Podrá convivir con quienes la acosaron antes y después del atentado que trastocó su vida y la de su familia? ¿Podrá saber quién fue el encapuchado que un día lluvioso mató a su marido, cuando volvía de su empresa de transportes? Por más que llegue a escondidas, la presencia de Bittori alterará la falsa tranquilidad del pueblo, sobre todo de su vecina Miren, amiga íntima en otro tiempo, y madre de Joxe Mari, un terrorista encarcelado y sospechoso de los peores temores de Bittori. ¿Qué pasó entre esas dos mujeres? ¿Qué ha envenenado la vida de sus hijos y sus maridos tan unidos en el pasado? Con sus desgarros disimulados y sus convicciones inquebrantables, con sus heridas y sus valentías, la historia incandescente de sus vidas antes y después del cráter que fue la muerte del Txato, nos habla de la imposibilidad de olvidar y de la necesidad de perdón en una comunidad rota por el fanatismo político.

Fernando Aramburu presenta en este relato cómo viven realmente los integrantes de una pequeña localidad vasca la violencia terrorista. Es la historia de dos familias enfrentadas por culpa de la injerencia ideológica pese a haber estado antaño muy unidas, es una plasmación cierta -o, al menos, muy verosímil- de lo sucedido en el País Vasco durante los años más duros de la lucha armada. Esas dos familias viven en uno cualquiera de los pueblos de Euskadi, concretamente de la provincia de Gipuzkoa. Allí la presión social es fuerte por lo que es difícil sustraerse a la cotidiana participación en las manifestaciones, concentraciones, quema de contenedores y acciones varias que conforman el día a día de la Lucha. Los jóvenes, en especial varones, se ven impelidos a participar en las diversas ekintzas (acciones) programadas por los dirigentes, los cuales son conscientes, como dice un personaje, de que "ETA debe actuar sin interrupción. No le queda otro remedio. Hace tiempo que ha caído en el automatismo de la actividad ciega. Si no hace daño, no es, no existe, no cumple ninguna función. Este modo mafioso de funcionamiento está por encima de la voluntad de sus integrantes. Ni siquiera sus jefes pueden sustraerse a él. Sí, bien, toman decisiones, pero eso es sólo aparente. En ningún caso pueden no tomarlas porque la máquina del terror, una vez que ha cogido velocidad, no se puede detener. ¿Me entiendes?". (pág. 390)

Sin embargo la integración en la lucha armada no es un sino inexorable. En una de las familias, la de Miren y Joxian, uno de los hijos, Xose Mari, se integrará en la lucha armada llegando a ser miembro liberado de la banda; el otro hermano, Gorka, más reflexivo y apocado, es considerado raro por su actitud reservada y se verá obligado por la marea ambiental ("Un juego de amigos, un deporte. Vas, te arriesgas, de vez en cuando te sacuden un porrazo y a vivir. Después, en la taberna, bebes, comes y comentas con la cuadrilla, y uno nota con una especie de cosquilleo agradable que ha contraído la fiebre que calienta a todos y los une al calor de una causa.") a asistir a los actos en pro de o en repulsa de convocados por los jaleadores de la Lucha; por último la chica, Arantxa, al igual que su amiga Nerea, son chicas alegres que participan en la vida del pueblo asistiendo a los actos convocados por la Organización pero no como miembros militantes sino dentro de las actividades propias de la chavalería:

"Le encantaba aquel lema que corría de boca en boca, que se leía en todas partes: 'Juventud alegre y combativa'. Y votaba, joven, alegre, combativa, a Herri Batasuna. No se imaginaba otra opción. Es cierto que la idea de la alegría le gustaba más que la del combate. ¿Tirar piedras, pegar fuego, cruzar coches? Eso era para los chavales. Así lo creían ella y sus amigas. O sea, que en cuanto empezaba la broca, vámonos, que estorbamos, abandonaban el escenario. Iban, sí, a concentraciones y manifas; pero es que en el pueblo más o menos todos los jóvenes participaban en ellas. También los hijos de los maquetos y, por supuesto, los del alcalde, que era del PNV." (pág. 236)La familia de enfrente, antaño amiga, es la formada por Bittori y el Txato. Ellas, íntimas amigas; ellos, compañeros en el mus, en el club cicloturista de los domingos, en las alegrías y en las penas. El Txato, que había tenido éxito en los negocios, ejercía de tío con los tres hijos de Miren y Joxian, menos afortunados, a quienes no dejaba de darles los caprichos infantiles que daba a los propios, Xabier y Nerea. Además, las chicas eran amigas entre sí y hasta Arantxa fue, en una época, medio novia de Xabier,

Pero el conflicto se metió por medio y arrampló con todo. Se vertió sangre.

Esto es lo que nos presenta Aramburu en su novela: la ruptura de una amistad consolidada por culpa de un conflicto externo que ninguna de las dos familias ha originado ni justificado, en principio. Pero es tal la tiranía, la fuerza del entorno social que se hace imposible sustraerse a la ola que, inexorable y constante, una y otra vez llega, lame, moja y poco a poco va calando hasta que la mente se ciega, alguien profesa y de cabeza se lanza a esa corriente que además lo acoge con la justificación hipócrita de la ideología. Llegados a este punto la escisión está clara y los actos más odiosos se justificarán: De un lado el vacío, las pintadas amenazantes, los insultos a la cara, los boicots en la empresa, incluso el asesinato; del otro, la humillación, el dolor silencioso, el destierro voluntario aunque no elegido, la pérdida de la amistad que se creía firme, la consideración de víctima y el deseo de no ser sólo eso el resto de la vida...

Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) conoce a la perfección lo que fue la vida en Euskadi durante los años de plomo en que sucede gran parte de la historia. Aramburu, confiesa en las entrevistas concedidas a raíz de la salida de esta novela que en un momento dado él mismo, como joven vasco, se vio en la disyuntiva personal de tener que optar por declararse públicamente a favor o en contra de lo que se llamaba la Lucha, el Movimiento por la liberación y tal. No se admitían posturas tibias, no se admitía la indefinición... Ante tal tesitura optó por salir al extranjero y en 1985 se asentó en Alemania. Desde tal promontorio, en la seguridad absoluta, física y mental, ha observado a su País Vasco y se ha dado cuenta de la gran cantidad de mentiras, de engaños y sinsentidos que esconde la palabra "Patria", título que ha dado a la novela, extraído del término abertzale (patriota) que tanto ha servido para calificar a quienes para conseguir la llamada Patria Vasca optaron por la lucha armada.

Un relato incómodo

El relato de Aramburu no ha sido muy bien recibido ni por unos ni por otros. ya sólo esa coincidencia, me hace pensar a mí que el novelista no lo ha hecho nada mal desde el punto de vista de lo que allí cuenta. Y no lo ha hecho nada mal porque muestra equidistancia, porque no se decanta absolutamente por unos o por otros, porque viene a decir que en la realidad no hay sólo blanco o sólo negro, porque la verdad absoluta no existe ni nadie la posee en exclusiva, porque las ideas no justifican nunca, nunca, el tiro en la nuca pero tampoco las agresiones en cuarteles y/o comisarías. Estas consideraciones han hecho que las Asociaciones de las Víctimas del Terrorismo hayan reaccionado airadamente frente a la novela porque la misma ha roto sus esquemas de seres sufrientes por siempre jamás. Estas asociaciones no comparten las palabras que Nerea, la hija del Txato, dice a su familia y tampoco el ambiente distendido en que vive la familia tras el paso de los años:

"Estáis emocionalmente bloqueados. Estáis la ama y tú en un agujero de pena y de rencor y de melancolía del que no podéis salir, y no sé yo si queréis salir. Yo he tocado fondo. Ya basta. [...] Así que de egoísmo nada. Incluso me parece más egoísta quedarme en esta ciudad lamiéndome las heridas hasta el final de mis días" (pág. 123).

"Mencionaban, sí, a menudo al Txato, pero rara vez en su condición de asesinado. Preferían hablar, bromistas, sonrientes, de su tozudez, de sus orejas de soplillo, del buen corazón que tenía. Y Bittori pedía de vez en cuando a sus hijos que no lo olvidasen. Ninguno de los tres abrigaba la intención de vivir el resto de su vida siendo principalmente víctima, nada más que víctima. Por la mañana, víctima; por la tarde, víctima; por la noche, víctima." (p. 512). Pero tampoco los más radicales quieren reconocer los excesos cometidos por sus gudaris que pese al abandono de las armas (la historia transcurre en 2013) siguen alimentando una retórica de enfrentamiento que, ahora sin armas, toma el victimismo como bandera. Es lo que le sucede a Miren, muy radicalizada por tener a un hijo en la cárcel por crímenes terroristas, que con el advenimiento del abandono de la lucha armada al ver cómo los que antes eran 'enemigos' vuelven a pasear libres por el pueblo se siente en situación incómoda y reacciona al principio con enfado y luego ya echando mano del habitual discurso nacionalista:

"Desde que se acabó la lucha armada, los enemigos de Euskal Herria se han vuelto valientes. Se creerán que son los únicos que han sufrido. Está claro que buscan venganza. Nos quieren machacar y que nos rebajemos a pedirles perdón. ¿Yo pedir perdón? Antes me tiro al río." (pág. 488)
"Somos víctimas del Estado y ahora somos víctimas de las víctimas. Nos dan por todas partes.". (pág. 69)

Una muy buena literatura

Si la historia es interesante, la calidad literaria que destila la novela la hace aún más interesante. La narración se distribuye en 125 breves capítulos que no se suceden linealmente sino que son como las fichas de un puzzle sin componer. En estos 125 capítulos conocemos desordenadamente los pormenores de lo que ha separado a esas dos familias, antes tan unidas. Esta información se nos ofrece del modo como el mar llega a la playa: en suaves olas que avanzan y retroceden arbitrariamente. Por eso, dada esta arbitrariedad, la comunicación nos llega por boca de más de un personaje y fluye, por eso, con la naturalidad con que se conocen las cosas en la vida cotidiana: con suposiciones, silencios, ambigüedades, aciertos... Y con el lenguaje natural y propio de la zona, con un castellano lleno de vasquismos y modismos propios.

La manera de construir la novela se apoya fundamentalmente en un Narrador diverso, difícil de aprehender por su variabilidad, y que se presenta bajo las tres personas narrativas ("Queremos dar el paso definitivo. Y lo dieron. Ya lo habían dado. Durante cinco días permanecieron encerrados en una habitación no mucho mayor que esta celda. Tres pasos de ancho y cinco de largo. Quizá un poco más, pero no creas que mucho más.", p. 258). Un narrador que muchas veces se dirige a una 2ª persona también inasible o difícil de saber quién es y que interviene activamente formulando preguntas ("Tampoco a Quique, qué más quisiera ese fatuo. ¿No estarás exagerando? Que me muera de repente.", p. 298).

Muy relacionado con la figura del Narrador está la utilización de los diversos estilos narrativos. Lo que más llama la atención y considero un mérito innegable de la novela es la mezcla aleatoria que hace de los mismos en línea con el modo puzle como presenta el asunto. Aramburu fuerza muchísimo sin llegar a romperlos, creo, los límites entre unos y otros estilos con afortunado resultado pese a lo sorpresivo. Ejemplos:

Las dos amigas Nerea y Arantxa se encuentran por azar en San Sebastián y el encuentro se introduce y se inicia del siguiente modo:

"Nerea señaló la cafetería cercana. Y allá fueron cogidas del brazo. —¿Cuánto hace que no nos vemos? Uf, pues desde que Arantxa se fue a vivir con Guillermo en Rentería, hace cosa de año y medio." (p. 245)

Este cambio en la persona narrativa también es notable:
"Yo, a lo mío, rumbo a la putada que me esperaba entre unos pinos de Mallorca, justo cuando más estaba disfrutando de unos días de relajación, sin lágrimas, ni rabias, ni discusiones; de la compañía de su hija, del sol, del agua del mar y de unos escarceos eróticos con un extranjero alojado en el mismo hotel." (pá. 76).
Curiosa manera de introducir el estilo directo utilizando nexos propios del indirecto. Aramburu, ciertamente aquí, hace uso de un EDL (estilo directo libre)
"Cuando vio la fuente de endibias con salmón y txangurro encima de la mesa, preguntó sorprendido si: —¿Tú has pedido esta porquería?" (pág. 557).

Final

Lo he dejado para el final, pero bien podía haber abierto la reseña. La idea que me ha asaltado nada más finalizar la lectura de "Patria", ha sido la de la dificultad de la paz. Quizás aquí habría que echar mano de la frase que cierra "Las bicicletas son para el verano" de Fernando Fernán Gómez cuando ese adolescente que quería una bicicleta, deseo imposible de satisfacer por el estallido de la guerra civil, al finalizar ésta, ante un escenario desolador pregunta a su padre si entonces ya ha llegado la paz, y éste, serio y abatido, le contesta: 
"No, no ha llegado la paz. Ha llegado la victoria".

¿Qué ha llegado al País Vasco tras el abandono de las armas por parte de ETA hace exactamente ahora cinco años? Desde luego no la victoria de ninguna de las partes, pese a que los dos bandos enfrentados pretendan arrogársela. En todo caso, y aquí es donde incide "Patria", se abre paso un costoso intento de reconciliación dentro del espacio común a ambos; un espacio que aún abarcando la totalidad por lo que se han enfrentado, Euskal Herria, encuentra su cristalización, su dificultosa realización, en uno cualquiera de los muchos pueblos que en el País Vasco durante casi cincuenta años han nutrido con jóvenes impulsivos las filas de ese movimiento vasco que en su poco meditado planteamiento cayó en el terror por el terror llegando a atentar en ocasiones contra los propios del País sin más disculpa que la de ser explotadores si es que daban trabajo o a acusar de traidores a la causa a quienes puestos a pensar en uso de su libertad decidían abandonar la Organización. Y dejo sin nombrar los absurdos asesinatos de funcionarios y servidores del Estado, muertos sólo por serlo.

Es una interesante novela que mueve a la reflexión. Tiene el mérito de venir a engrosar el escaso número de obras que desde la ficción han tratado el problema vasco. Lástima que en España el índice de lectura no sea muy alto. Esta novela, y otras semejantes, debieran de ser de obligada lectura en las ikastolas. Esto sí que sería buena enseñanza, pero me da la sensación de que los tiros no van por ahí. Como decían "Golpes Bajos" en 1983 son "Malos tiempos para la lírica". Y para la narrativa que mueve a reflexión, añadiría yo ahora si Germán Coppini desde el más allá me lo permitiera.

VER+:




Presentación - PATRIA - Fernando Aramburu - Planeta De Libros - HBO GO

Patria: Official Trailer | HBO

domingo, 23 de julio de 2023

LIBRO Y PROGRAMA "JESÚS QUINTERO Y ANTONIO GALA" EN TRECE NOCHES 📺


JESÚS QUINTERO 
Y ANTONIO GALA 
EN 
TRECE NOCHES

LA BASURA CONECTA CON LA BASURA

Introducción

La televisión era una mina abandonada y saqueada. La televisión era la palabra que más se pronunciaba y el tótem de mayor culto. Se leían menos periódicos y revistas que en los años treinta. El pueblo vivía en permanente zapping.
Nada ni nadie existía si no salía en la caja tonta. Ser era ser visto y la televisión estaba para ser visto, para salir. Los mercaderes y los políticos aprovechaban el medio más poderoso de todos los tiempos para vender su mercancía. La basura, el morbo, la frivolidad, la violencia, el sexo y el sentimentalismo barato y de lágrima fácil se habían convertido en el único reclamo para atraer a la audiencia, a la que se halagaba alimentando sus más bajos instintos. Todos buscaban una primacía absurda, porque además no había primicia. Todos buscaban el gran caso que les permitiera montar un juicio paralelo cada noche en sus programas.

Todos buscaban la gran exclusiva que hiciera reventar los audímetros y les supusiera el mayor pelotazo de su vida. Pero, mientras tanto, se dedicaban a copiarse, a repetir los mismos argumentos con los mismos inevitables personajes, cada vez peor y con menos gracia. La televisión estaba llena de bufones millonarios. Los informativos perdían rigor y credibilidad y pasaban a formar parte del espectáculo. Los debates eran gallineros en los que se imponían el guirigay, el grito, el golpe de efectos, las bromas de mal gusto, las descalificaciones, los insultos, y la más elemental falta de ética y de respeto. No había ideología ni ideas ni reflexión ni opinión. Todo era fuego de artificio, pirotecnia, vacío intelectual y moral.

Los platos estaban llenos de un público mercenario, que se emocionaba, aplaudía, lloraba o reía a una orden del regidor. Nada era espontáneo ni verdadero ni auténtico. Se hacía una programación para bobos que no entendían nada mínimamente profundo ni tenían otra inquietud en la vida que las desgracias de los culebrones y los cotilleos de la prensa rosa. Si el pueblo supiera lo que realmente piensan de él los que programan las televisiones públicas y privadas, probablemente habría otra guerra civil. España entera era una portería. 

La televisión pasaba de la cultura como de algo aburrido y que no le interesaba a nadie. En su circo no había lugar para los sabios, los filósofos, los intelectuales, los líderes de opinión, los creadores, los poetas, los hombres y mujeres que de verdad tenían cosas interesantes que decir e historias que contar. En la patria de Cervantes, de Picasso, de Federico García Lorca y de Juan Ramón Jiménez los reyes de la audiencia eran las Veneno, los padres Apeles, los Chiquito de la Calzada y los Lequio de turno. La noticia más importante de la década era que la becaria Mónica Lewinsky había aprobado el examen oral en el despacho oval. Las portadas y los espacios de prime time estaban reservadas a las estrellas de la Liga de las Estrellas, a las diosas de las pasarelas y a los más famosos de entre los guapos, ricos y famosos.

En este desolador panorama, en este Apocalipsis de la verdadera comunicación, tuve la idea y el placer, hace años, de grabar una serie de televisión con el escritor Antonio Gala. Se trataba de «Trece noches», un programa que se emitió en Andalucía, con el que pretendíamos reivindicar la palabra, el diálogo, el pensamiento, la sabiduría, frente a la basura que inunda los medios.
Una mesa, una luz azul, dos hombres, la noche y la palabra eran los únicos elementos con los que se quería atraer la atención del espectador inteligente y sensible, cansado de la televisión fecal.
Durante trece noches, Antonio Gala y yo dialogamos, en profundidad, sin prisas, sobre trece temas de ahora y de siempre: el amor, el sentido de la vida, el paso del tiempo, la soledad, la muerte, la guerra y la paz, la religión, la política, el dinero, España y los españoles, los mitos, los paraísos, el arte y la cultura. 

El resultado, en mi opinión, es un documento único, imprescindible para conocer de cerca y a fondo a uno de los más brillantes intelectuales del siglo XX: Antonio Gala, dramaturgo, poeta, novelista, un hombre culto, valiente, ameno y profundo, dotado de un envidiable poder de comunicación.
Con «Trece noches» quería alejarme de mi etapa de malditismo y marginalidad. Después de haber profundizado en anteriores programas, como «El perro verde» y «Qué sabe nadie», en la locura, las situaciones límite, lo excepcional y lo raro, en definitiva, ahora necesitaba enfrentarme a la sabiduría y al conocimiento, en un intento revolucionario de regresar al principio, al verbo, de rescatar la palabra de esa maraña de imágenes, casi siempre frívola y engañosa, en la que está atrapada, para devolverle su auténtico protagonismo.

La serie se grabó en Sevilla. Antonio Gala llegó con su secretario, se instaló en un pequeño apartamento de la judería sevillana y se concentró en el trabajo. Fue quizá lo primero que me llamó la atención: su seriedad profesional, el rigor que se exige a sí mismo y, en consecuencia, exige a los demás. Aunque le sobran recursos e ingenio para salir brillantemente de cualquier trance, se preparaba cada encuentro como si fuese a pasar un examen.
La idea del programa no era hacer trece entrevistas, a un personaje, sobre trece asuntos, sino dialogar con un maestro de la palabra, con un hombre sabio, sobre trece temas, en el sentido casi platónico del término diálogo. Gala era, de algún modo, Sócrates, y yo un alumno que preguntaba con la curiosidad de quien busca respuesta. Sin embargo, no siempre estábamos de acuerdo. El discípulo, a veces, salía respondón y rebelde, con lo que el choque, el enfrentamiento, la esgrima dialéctica se hacían inevitables.

Durante las trece noches procuré que Antonio Gala no se perdiera en las estrellas, que hablara al nivel del hombre, con los pies en la tierra, y siempre que podía intentaba desequilibrarlo y bajarlo a la cruda realidad, con preguntas desconcertantes, irónicas e incluso impertinentes.
En cada programa procuraba introducir cuestiones personales, porque no sólo me interesaba la visión teórica de Gala sobre cada tema, sino también, y sobre todo, su experiencia humana, su visión directa y su reflexión práctica.
Como buen dramaturgo, Antonio Gala conoce a la perfección todos los recursos del teatro, y los emplea como un actor magistral. Confieso que, por momentos, me hacía dudar de la sinceridad de su discurso. No sabía si lo
que me estaba diciendo lo sentía de verdad o sólo lo interpretaba magistralmente.

El diálogo discurría, a veces, ceremoniosamente, remansándose en bellos y profundos parlamentos. Otras, por el contrario, era un chispeante toca y daca, un continuo intercambio de preguntas, como una ráfaga de metralleta.
Antonio Gala es una de las personalidades más carismática de este país, aunque no tenga una opinión muy favorable del carisma: «Cuando escucho carisma, se me pone la carne de gallisna», me dijo una noche que hablábamos de la política. Pese a ello, él es un personaje carismático que llega a todo tipo de públicos. La prueba es que en un país, como el nuestro, en el que pocos leen, Antonio Gala es un escritor del que todo el mundo ha oído hablar y al que todo el mundo ha oído hablar alguna vez, supongo que con fascinación.

Una de las virtudes que más me impresionan de Gala es su valentía, su independencia y libertad de pensamiento, esa disposición a jugársela, si hace falta, por defender sus verdades en voz alta.
Otra de sus cualidades es su don de comunicación. Siempre me han fascinado los oradores, los maestros de la elocuencia. No creo exagerar si afirmo que Antonio Gala es, para mi gusto, el más brillante hablador de estos tiempos, aunque sé que es mucho más que un orador. Él es, en directo, mejor que cualquiera de sus libros.

Después de casi treinta horas de charla ante una cámara y muchas más en privado, creo que conozco un poco a Gala. Hemos convivido y lo he visto de cerca. He sufrido sus caprichos, su divismo —no siempre amable—, su mala uva cuando las cosas no son como él espera o desea y los picotazos de su afilada lengua. A veces, es como un niño, puede ser duro y arrogante. Tiene carácter y lo manifiesta. Pese a sus manías, estoy convencido de que Antonio Gala es mucho mejor al natural. Aunque no es un hombre fácil, gana cuando se le trata de cerca. En sus apariciones en público suele dar la imagen que de él se espera: brillante, poético, casi rozando lo sublime… Pero Antonio Gala es todo eso y mucho más. Es tierno, divertido, socarrón, ingenuo como un niño a veces, desconfiado, profundo, superficial, ingenioso…

Como Oscar Wilde, es un creador de frases para la posteridad, que con frecuencia se pierden sin que nadie las recoja. Gala acuñó célebres
expresiones, como «contra Franco vivíamos mejor» o «el oro del becerro», que luego se han hecho populares.
Este libro, sin ir más lejos, está lleno de frases rotundas y de golpes geniales. Cuando le pregunto, por ejemplo, que qué mundo le gustaría
dejarle a sus hijos, Antonio Gala me responde: «Hombre, a mí me gustaría, sobre todo, dejarle algunos hijos al mundo». Cuando le pregunto si habla solo, me contesta: 

«En España, muchas veces, hablar solo es la única manera de tener una conversación coherente». A la pregunta: ¿cree usted en un amor para toda la vida?, responde: «Para toda la vida de los demás, sí; para toda la vida mía, no». Cuando le digo: usted estuvo una vez en la frontera de la muerte, ¿no?, exclama: «¿En la frontera?… ¡Estuve en San Juan de Luz, como mínimo!». A propósito de la muerte, recuerdo un día que paseábamos por Buenos Aires Antonio y yo. En un momento dado, saqué el tema de Andalucía y de lo mal que trata a sus mejores hijos. Desde Blanco White a Cernuda cuántos andaluces habían tenido que abandonar su tierra, huyendo del desprecio. Le decía a Gala que en Andalucía la gente sólo era solidaria con los muertos, en los entierros. A lo que Antonio me contestó: 

«Sí, pero a los entierros van para comprobar si el muerto se ha muerto de verdad. No se engañe usted, amigo Quintero». Podría citar miles de ejemplos más de la agudeza y de la rapidez mental de Gala, pero prefiero que cada lector los descubra por sí mismo.

En «Trece noches» Antonio Gala aparece tal cual, al natural, fiel a su imagen, pero enriqueciéndola con perfiles menos conocidos, que lo humanizan más si cabe y lo acercan al lector. El libro, al igual que la serie de la que procede, ofrece la oportunidad de pasar trece veladas con Antonio Gala, en amena y siempre provechosa tertulia.
Gala tiene la virtud de hablar como si le hablase a una sola oreja, de hacer que quien lo escucha sienta que le habla a él.
En «Trece noches» esa sensación es aún más fuerte, puesto que siempre se
pretendió tener presente al espectador, a nuestros «semejantes», como a Gala le gustaba decir al referirse al público, a la audiencia.
Creo, por tanto, que el principal atractivo de este libro es que nos permite conocer directamente, de primera mano, a un personaje singular que reflexiona, desde el conocimiento y la experiencia, sobre algunos temas sobre los que todos hemos reflexionado alguna vez. Un personaje que no sólo dice cosas hermosas y verdaderas, sino que se implica y se retrata a sí mismo a través de sus opiniones, anécdotas y recuerdos.

En «Trece noches» está el mejor Antonio Gala, ese Antonio Gala del que ya dije que gana cuando se le trata de cerca, cuando uno se aproxima a su área de fuego y la atraviesa para calentarse.

—¿Usted se deja acariciar?
—Depende.
—¿De qué?
—¿Qué está usted insinuando en este instante?
—Nada malo. ¿De qué depende?
—Depende del momento, de la ocasión, de la mano… No se crea usted.
Yo estoy cada vez más propenso a la caricia.
—Yo le veía arisco.
—Tengo fama de arisco, tengo fama de distante. Pero es que, verdaderamente, al distante hay que aproximarse para que esté menos distante. Hay un área de fuego, que tiene cada ser humano, y hay que atravesarla, para calentarse en ella, para quemarse si es preciso.

En «Trece noches» Antonio Gala nos permite que nos aproximemos a él, sin reserva, como amigos que charlan animadamente en la mesa de un café de lo divino y de lo humano, mientras pasa la noche.

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13 Noches - Jesus Quintero (7) by PEDROARTES


"Trece Noches" con Jesús Quintero & Antonio Gala (1991) 1x04 - La soledad
 
La viral discusión entre Alsina y Quintero