EL Rincón de Yanka: agosto 2025

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sábado, 23 de agosto de 2025

LIBRO "EL NUEVO ORDEN ECONÓMICO MUNDIAL": EE.UU., CHINA, EUROPA Y EL DESCONTENTO MUNDIAL: POR QUÉ EL FIN DE LA GLOBALIZACIÓN NOS EMPOBRECE A TODOS Y POR QUÉ DEBEMOS OPONERNOS AL ESTADO DEPREDADOR por DANIEL LACALLE

EL  NUEVO  ORDEN  
ECONÓMICO  MUNDIAL

Por qué el fin de la globalización nos empobrece a todos 
y por qué debemos oponernos al Estado depredador

EE. UU., China, Europa 
y el descontento global


Llevamos una década de intervencionismo woke descontrolado. Ha llegado el momento de la política de verdad.
En 2025, Occidente afronta el reto de cambiar el paso y dinamitar la era más intervencionista desde la Segunda Guerra Mundial, una era marcada por políticas económicas, laborales y culturales diseñadas para anular la libertad y la voluntad emprendedora de los ciudadanos en una Unión Europea sumida en una grave crisis social y económica y aislada en su afán regulatorio y su incapacidad para innovar.
Con su característica habilidad para analizar y explicar la realidad, sin tapujos y alejado de cualquier tópico, el economista Daniel Lacalle presenta una contundente radiografía del mundo que nos ha dejado más de una década de políticas woke y que ahora recogen y quieren reordenar líderes como Donald Trump, Javier Milei y Nayib Bukele y empresarios como Elon Musk.

Lacalle denuncia en El nuevo orden mundial el totalitarismo y la vocación de controlar a la sociedad que se esconde detrás de buenistas medidas vinculadas al progresismo y la socialdemocracia en los «Estados depredadores», con España como uno de los mejores y más tristes ejemplos de hasta qué punto se han recortado las libertades de la gente en nombre de, precisamente, la libertad y la paz social (con la coordinación de la pandemia de la COVID-19 como paradigma).
El autor alerta del peligro de la Agenda 2030, el papel de la inteligencia artificial y el riesgo de implantar identidades digitales en un contexto en el que Estados Unidos ha roto la inercia de las relaciones geopolíticas clásicas, China parece haberse convertido en un inesperado aliado para Europa a última hora y Oriente Próximo y Ucrania se afianzan como problemas imposibles de gestionar.
Por suerte, más allá de su capacidad para radiografiar el oscuro estado de las cosas, Lacalle también propone soluciones al alcance del ciudadano medio para plantarse y «luchar pacíficamente». 
Porque «tú eres mucho más poderoso de lo que crees y ellos son mucho más débiles de lo que piensan».

Todas las dictaduras, de derechas y de izquierdas, 
practican la censura y usan el chantaje, 
la intimidación o el soborno para controlar 
el flujo de información.
MARIO VARGAS LLOSA

Introducción

El avance del Estado depredador
 
«Nunca esperes ni dudes en declarar el destino 
que le espera a quienes intentan sacudirte o tomarte, 
no dejes que te rompan, 
puedes hacer todo lo que quieras hacer». 
PHIL LYNNOTT

"La envidia fue considerada una vez 
como uno de los siete pecados capitales 
antes de que se convirtiera en una de las virtudes 
más admiradas bajo su nuevo nombre «justicia social»". 
THOMAS SOWELL


¿Qué significa esta frase? La idea es que entregues tu libertad y tu privacidad a cambio de un futuro tecnológico donde lo que necesites te sea proporcionado por el Estado. Ya no tendrás que comprar, sino elegir entre lo que esté disponible; no tendrás propiedades, ni obligaciones ni estrés; serás libre para disfrutar en tu pequeño mundo, en tu pequeña vida circunscrita a una población de la que no necesitarás salir o desplazarte. Una vida sin horizonte ni incentivos, acomodada en la rutina de la tranquilidad, el ocio y la colaboración. Los robots trabajarán por ti y el Estado proveerá. 

Por supuesto, hay truco en esta idílica arcadia de ciudad de «quince minutos», en la que todo está cerca y no necesitas pasar horas acudiendo al lugar de trabajo, y en la que el empleo es una anécdota entre las horas de asueto. El truco, obviamente, es que, en una sociedad en la que no tienes nada, estás vigilado (por tu bien, por supuesto) y el Estado te da lo que te corresponde; es el gobernante el que decide tu modo de vida, lo que necesitas y cómo lo empleas. Es el Estado el que te reprimirá si te quejas y, como no tienes nada, podrá ejercer esa represión con total libertad y sin que nadie te ayude ni levante la voz, ya que cualquiera que lo hiciera se arriesgaría a perder su cuota de servicios y bienes esenciales. 

Es increíble que haya quien caiga en una trampa tan burda, la de entregar tu libertad a cambio de una seguridad que no recibes. Lo trágico es que, cuando tomas conciencia de la estafa y de que, además, eres infeliz, ya es demasiado tarde para remediarlo. Eres un rehén dependiente, ¡bienvenido a 2030! 

«No tengo nada, no tengo privacidad y la vida nunca ha sido mejor», la frase que resuena en la mente de muchos políticos que prometen todo tipo de derechos y un vergel de ocio e irresponsabilidad. 

No tendrás que preocuparte por nada, porque hay una entidad, el Estado, que al tener el monopolio de la violencia y de la represión podrá repartir lo ganado por los demás (robar a los demás) para darte a ti lo que necesites. 

Si eres uno de los que leen esa frase y les parece una buena idea, piensa por un momento qué es lo que ocurre cuando se pone en práctica. Lo primero es que desaparece el incentivo para crear riqueza, ¿por qué he de esforzarme para crear lo que me van a quitar? Por lo tanto, aunque el Estado prometa repartir la riqueza, lo único que puede hacer es redistribuir la miseria que queda. La pregunta lógica entonces es ¿qué interés puede tener el Estado en empobrecer a sus ciudadanos? ¿No es una estrategia de «tiro en el pie»? 
¿Qué beneficio puede tener en este nuevo orden mundial debilitar económicamente al país que gobiernas? La razón hay que buscarla en el interés último del gobernante, que no es otro que mantener su posición de poder sin riesgo de competencia. Más vale reinar sobre las cenizas que no reinar. Por eso, convencerte de que el esfuerzo, el trabajo y la ganancia de tu independencia económica no merecen la pena, de que serás feliz viviendo una existencia básica y dependiente, no es una casualidad, es una estrategia; un arancel al progreso y un impuesto que la élite política paga con gusto a cambio de que nadie la desplace del gobierno. 

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Te parecerá increíble ver que, tras décadas de avance de la democracia y de los contrapesos independientes en sociedades libres, de haber vivido un progreso inimaginable, se estén imponiendo lentamente mecanismos de control y represión que creíamos olvidados. 
¿Por qué? 
La propiedad privada y la libertad económica generan individuos libres y críticos que exigen responsabilidades a sus gobernantes. Pero, cuando no tienes nada de tu propiedad, el gobernante pasa de ser servidor público a señor feudal autocrático dispuesto a usar la represión y la violencia en contra de tus intereses. 

En el momento en el que aceptas voluntariamente el robo a los demás como fuente de tu mejora relativa, estás abriendo la puerta a que te roben a ti. 

Decía Escohotado que no hay libertad sin responsabilidad, y la propiedad es responsabilidad. En esa libertad, dos activos se convierten en la manifestación más clara de las decisiones vitales de cada persona: su vivienda en propiedad y su vehículo. No debería sorprender, por lo tanto, que aquellos que te quieren quitar la libertad intenten eliminar la propiedad que te permite controlar tu vida. 

Tú pensarás que estas cosas no son así porque los gobernantes que más valoras te dicen que van a quitarles el dinero a los ricos para dártelo a ti. Curiosamente, aunque una y otra vez te das cuenta de que esa promesa de robo redistributivo no llega y de que en el proceso te vas haciendo más pobre, crees al siguiente que te promete lo mismo. Sólo entiendes el engaño cuando eres consciente de que el enfrentamiento entre ricos y pobres es una falacia y de que la verdadera desigualdad es la que existe entre políticos extractivos y contribuyentes. 

Por otra parte, nadie caería en la trampa del socialismo si entendiera que el Estado no baja los precios, los sube porque necesita la inflación para diluir sus promesas y pasivos en la moneda que emite; y que poca gente hay más rica que los líderes políticos y sus allegados en una dictadura comunista. 

Te lo explico. La inflación no es una casualidad, es una política. El Estado promete una serie de cosas en el futuro que va a pagar en la moneda que emite. ¿Por qué necesita la inflación, que es la pérdida del poder adquisitivo de la moneda? 
Porque así lo que promete lo paga en algo que vale menos cada año y, a la vez, la deuda que acumula, que está emitida en la moneda que el Estado emite, se diluye en valor real. En realidad, es como el timo de la estampita. Te prometen un sobre lleno de dinero que está lleno de recortes de periódico. El Estado necesita la inflación para descargar sus promesas de valor real y convertirlas en lo que son: humo. 

La inflación, además, funciona como un impuesto que afecta especialmente a los más pobres. El Estado muchas veces no puede recaudar impuestos de los pobres porque no tienen nóminas ni ahorros, pero sí necesitan comprar. Es más, subir los impuestos a los pobres queda mal políticamente. Pues la inflación es la manera perfecta de crujir con un impuesto a esos pobres y clases medias que los gobiernos fingen proteger, ya que son los rehenes más fáciles de expoliar: pagando los bienes y servicios que necesitan con una moneda a la que el Estado resta valor cada año.

Muchos socialistas te dicen que la inflación perjudica a los rentistas y a los ricos y beneficia a los pobres. Es una de las sandeces más grandes que se han dicho. Un rico puede defenderse de la inflación invirtiendo, sacando su dinero e intercambiándolo por oro o por una moneda que no se devalúe tanto. 
El pobre recibe un salario que pierde poder adquisitivo y tiene un empleo donde le pagan menos en términos reales y, encima, no se puede escapar financieramente. 
La promesa socialista de robo y redistribución no busca acabar con la élite económica, sino hacerte dependiente para que la élite política se enriquezca. 

El socialismo nunca redistribuye de los ricos a los pobres, sino de la clase media a los políticos. Por eso muchos de los verdaderamente ricos, los milmillonarios, están encantados con el socialismo y el Estado depredador, dado que elimina la competencia. El día en que te das cuenta, ya eres pobre y dependiente. 

Esos derechos que te prometen se pagan y suponen más deuda y, con ello, mayor inflación durante más tiempo. A medida que se acumulan promesas imposibles de cumplir y compromisos irrealizables, a medida que la población se enfada, pasamos del estado de bienestar al Estado depredador. 

El estado de bienestar es una consecuencia de la creación de riqueza y la libertad económica que genera el avance de la clase media, el crecimiento económico productivo, la cooperación entre países libres, el comercio y el avance tecnológico. El estado de bienestar es consecuencia del capitalismo, de la riqueza y de un Estado burocrático pequeño, facilitador y responsable. En realidad, el estado de bienestar es un lujo que nos permitimos porque creamos riqueza, y no está garantizado porque la riqueza no es algo estático: o se crea o se destruye. Penalizar a los que crean riqueza y subvencionar a los que la frenan es atacar al estado de bienestar. 

El Estado depredador es equivalente al sistema fascista, donde el individuo libre es el enemigo, el pueblo es el Estado y el Estado es el gobernante, sólo que ahora se presenta a sí mismo como ejemplo de lucha contra el fascismo. Por supuesto, si defiendes la libertad individual, el libre mercado y la libertad de expresión, eres fascista, según la definición de los comisarios políticos del Estado depredador. Ya sabemos que no hay mayores fascistas que los que se autodenominan antifascistas y que el comunismo y el fascismo son equivalentes porque rechazan la naturaleza humana, al individuo libre, se centran en la ingeniería social y para ello usan la violencia y la miseria. Como repetía Mussolini, «todo reside en el Estado, y nada que sea humano o espiritual existe, y mucho menos tiene valor, fuera del Estado». 
El Estado depredador elimina a Dios para deificar una maquinaria burocrática cuyo objetivo no es facilitar la libertad y la actividad de individuos libres, sino convertirse en un comisario que controla la economía y la vida de los ciudadanos. 

El Estado depredador no busca el progreso ni la riqueza, sino el control. 
¿Cómo se pasa de un estado de bienestar a un Estado depredador? Cuando la maquinaria política es consciente de que sus compromisos sociales no van a poder pagarse y, a la vez, se siente amenazada por el avance de la tecnología. 

El Estado depredador es el vehículo de supervivencia de la clase política extractiva, que sabe que no va a cumplir sus promesas y debe reprimir el descontento social, y que es muy consciente de que la tecnología deja en evidencia la irrelevancia del entramado burocrático, por lo que debe intentar frenarla. El Estado depredador no es un concepto que los ciudadanos puedan aceptar con agrado, porque su objetivo es crear una clase dependiente y secuestrada incapaz de rebelarse contra los gobiernos, por eso viene escondido dentro del caballo de Troya del estado de bienestar. 

La democracia no tiene como objetivo conceder a los gobiernos todo el poder para darte lo que necesitas. Cuando a un gobierno se le da todo el poder para darte lo que necesitas, algo imposible matemática y estadísticamente, lo que en realidad se le otorga es el poder para quitártelo todo y decidir qué y cuánto es lo que tú necesitas. La democracia es justo lo contrario, es el sistema que limita el poder de los gobernantes a través de contrapesos e instituciones independientes, por eso al Estado depredador no le gusta la democracia. Sin embargo, tiene que usarla para perpetuarse, demoliéndola desde dentro. Todos los que defienden ardientemente este Estado depredador lo hacen desde la arrogancia de creer que sólo ellos saben qué es democrático y, si tú no estás de acuerdo, debes ser cancelado y silenciado. 

Para ello, el gobernante autócrata utilizará el miedo, la represión y la propaganda oficial, con el objetivo de perpetuar un control que sería imposible ejercer sobre individuos libres e informados desde fuentes independientes. Se utilizan mecanismos de aparente defensa de la democracia para destruirla desde dentro y se acaba con los contrapesos y limitaciones al poder bajo la excusa de que impiden la consecución de sus imposibles promesas. 

Así, la «Neoinquisición» y el nuevo orden mundial se sustentan en varios elementos interconectados:
  • La revolución de EE. UU., que se divide en dos. Estados Unidos pasa de ser el mayor importador de petróleo del mundo y policía global a ser independiente en energía y mirar hacia dentro. 
  • A ello se une el pánico a los gigantes tecnológicos que no dependen de los Estados y que han democratizado el acceso a la información dando poder y mayor acceso a bienes y servicios a la inmensa mayoría de los ciudadanos, y a la vez han demolido las barreras comerciales y de información levantadas por los gobiernos. 
  • La envidia a China. La élite política en muchos países mira a China con admiración. Es lógico. Pero por las razones equivocadas. En vez de entender que el envidiable progreso económico y social de China se ha dado con la apertura económica y la libertad de empresa, miran al gigante asiático con envidia por su control policial de la población y el uso estatal de la represión. 
  • El fracaso del modelo politizado de la Unión Europea y las políticas de demanda. Los países desarrollados han entrado en un proceso de declive económico y monetario constante al ignorar aquello que crea riqueza para perpetuar el aumento del peso del Estado en la economía como norma; donde recurrir a planes de mal llamados estímulos es la norma; donde el Estado se convierte en el proveedor de primera instancia, no en el último; y donde todos los agentes económicos están subordinados a que el Estado consuma más y tome más crédito. Con ello se consuma una sociedad basada en la deuda y el gasto y no en la inversión y el ahorro. 
  • La utilización de la política monetaria para imponer el control, lo cual destruye el poder adquisitivo de la moneda emitida para disfrazar el aumento constante de desequilibrios fiscales. En esencia: una nacionalización de la economía a fuego lento. 
  • El miedo a los gigantes norteamericanos, la envidia al Estado policial chino y una visión miope de qué genera la riqueza, que asume que ambos gigantes lo son por tener Estados gigantes en vez de por haber alcanzado su poder premiando la riqueza.
Como esos factores generan descontento, la represión se convierte en un arma esencial, bajo la apariencia de «luchar contra la desinformación»... Los mismos que imponen propaganda y mentiras oficiales. 

No nos debería sorprender que cierta élite económica y política se apoye en el neomarxismo como peón útil para imponer el control. Es una estrategia brillante, porque nunca han contado con comisarios políticos más enardecidos y proactivos a la hora de imponer la Inquisición, aunque después sean purgados y cancelados. 

Tampoco nos debería sorprender que organizaciones aterradoras como el Grupo de Puebla, que reúne a los que blanquean y defienden las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, aparezcan en el debate político como inocuas, mientras exigen que la izquierda se una a China para tomar instituciones como Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) o el Fondo Monetario Internacional (FMI) para poner a Estados Unidos en una «situación imposible». El enemigo que hay que batir es la democracia liberal y la mejor manera es hacerlo desde dentro y desde unos debilitados organismos internacionales. Mientras te amenazan con el peligro del avance de la ultraderecha, te reprimen con el encumbramiento evidente de la ultraizquierda. 

No lo dudes. El gobernante autocrático siempre se presenta como defensor de la democracia y la libertad y se autocalifica de víctima con el objetivo de acabar con la democracia y la libertad y conseguir la impunidad. Para ello, usa el caballo de Troya de un estado de bienestar en supuesto peligro y una falsa justicia social para imponer el Estado depredador que le garantice el control. 

Sin embargo, el Estado depredador no es una consecuencia inevitable del avance del socialismo. Es la evidencia de la debilidad del poder político, porque la libertad avanza y la tecnología diluye las fronteras y destruye la imagen mesiánica de los gobernantes. 

Todo empieza por la economía. Estados que prometen cosas mágicas e imposibles que necesitarán monedas digitales para controlarte y vigilarte, cancelación y veto para que no discrepes, ataque a la libertad de empresa y de expresión, convertir a los individuos en amenazas y dividir a la sociedad en colectivos y en supuestas víctimas para garantizar que la burocracia política siga gobernando. Pues bien, todo esto termina también con la economía. 

Tú crees que ellos tienen el poder, pero tú tienes la llave que lo impide. 

He escrito este libro porque el aparente avance inexorable del totalitarismo, del Estado depredador y de los políticos autocráticos es evitable. En España vemos con resignación cómo el gobierno acapara cada vez mayores espacios y dinamita las instituciones independientes, demoliendo los contrapesos y colocando a comisarios políticos en los puestos clave que limitan las intenciones de poder autocrático del gobierno. Asistimos conformes al avance de un gobierno liberticida que premia a los que ocupan y ataca a los que producen y ahorran, que se perpetúa a través de la coacción y la corrupción, destruyendo a la sociedad civil. Sin embargo, no nos damos cuenta de que el Estado que reacciona intentando destruir nuestra libertad es mucho más débil de lo que creemos, y de que la historia nos demuestra que la libertad gana. No olvidemos lo que se consiguió en los ochenta y en los noventa, cuando se recuperó la libertad económica y se limitaron los gobiernos liberticidas. 

En 2024 también hay ejemplos. 

De Argentina a Canadá, Estados Unidos, El Salvador, Irlanda y otras naciones, son cada vez más los países en los que avanza la libertad y se demuestra que la sociedad civil tiene más poder de lo que nos creemos, y que el avance del autoritarismo y el expolio no es una fatalidad. De hecho, el avance del Estado depredador es la mayor señal de debilidad y una prueba irrefutable de que la libertad avanza. 

Vamos a analizar qué es lo que ha pasado para llegar hasta aquí y por qué ese tramposo nuevo orden mundial, que promete felicidad sin propiedad, esconde miseria sin escapatoria. De hecho, te voy a explicar por qué el verdadero nuevo orden mundial no es un megaestado policial, sino el final de éstos. ¿Me acompañas?

Lucha. Rebélate contra el Estado depredador


¡No me pises, vive libre o muere!
JON SCHAFFER

La libertad nunca está a más 
de una generación de su extinción. 
No la transmitimos a nuestros hijos 
en el torrente sanguíneo. 
La única manera de que hereden la libertad 
que hemos conocido es si luchamos por ella, 
la protegemos, la defendemos. 
RONALD REAGAN

Somos muchos los que no nos rendimos y seguimos defendiendo la libertad porque no estamos equivocados. Así que lucha. De manera pacífica. Lucha por tu dinero y tu propiedad. Lucha por tu libertad de expresión. Lucha contra el Estado depredador. 

La libertad es como la riqueza: o se crea o se destruye. No permanece inmutable. Debemos avanzar cada día ganando terreno, o si no lo perderemos. 

No olvides que la libertad avanza y que las acciones de algunos Estados que intentan perpetuar su represión no son más que el reflejo de su desesperación ante el avance inexorable de la libertad. Parece que son inexpugnables, pero no lo son. 

Llegamos al final de este viaje con vientos de cambio y esperanza en Estados Unidos, Argentina y muchos otros países. En la Unión Europea, se empieza a cuestionar el dirigismo liberticida. Sin embargo, no podemos caer en el mismo error que cometió el centroderecha tras la caída del muro de Berlín, pensando que la libertad se había ganado para siempre. Tal y como reza la cita de Reagan que abre este capítulo, la libertad hay que conquistarla todos los días para que perviva en las siguientes generaciones. 

El estatismo siempre estará al acecho para ganar más terreno y aprovechará nuestra incomparecencia para arrebatarnos cuotas de libertad. Hay que ser conscientes de esto en todo momento. Cada regulación abusiva, cada nueva corriente política disfrazada de objetivos utópicos, puede esconder un auténtico caballo de Troya cuyos objetivos sean el control, la represión y el expolio. Estemos atentos a los mensajes mesiánicos y confrontemos cada idea equivocada, cada idea que tenga como fin último el robo y la miseria. Los que quieren acabar con tu libertad «por tu bien» no descansan. Los ingenieros sociales no han desaparecido, sólo se han retirado a hibernar temporalmente. 

Los que te quieren convencer de que van a mantener todas tus libertades y derechos civiles si les entregas tu libertad económica y política siguen intentándolo. Lo harán con las generaciones más jóvenes, siempre buscarán la forma de convencer a una gran parte de la población de que ceder libertad a cambio de un supuesto bienestar o seguridad es una buena idea.

Por eso es tan importante dar la batalla cultural todos los días y en todos los frentes. Para que todo el colectivo de personas libres e independientes, emprendedoras y críticas sepan que no están solas. No queremos censura por nuestro bien, ni siquiera silenciar a los que nos vetan y cancelan. La verdad no teme la confrontación. No tienes que agachar la cabeza y asentir por miedo a que te afecte personal o profesionalmente. Lucha.

No vamos a dejar que los jóvenes se queden solos escuchando las falacias de los estatistas. Tienen derecho a hacer preguntas y llegar a su propia conclusión de manera libre. Tienen la obligación de asistir en todo momento y lugar a un rico debate de ideas en el que se confronten distintos modelos de sociedad y sepan cuáles son los que crean prosperidad y cuáles miseria y ruina. 

¿Por qué la batalla cultural? En una conversación que tuvimos Agustín Laje y yo en mi canal de YouTube, discutimos sobre la importancia de la batalla cultural en la defensa de la libertad. 

El ser humano necesita regirse por unas guías morales y normas de conducta, unos principios y valores que le permiten avanzar y fijar objetivos de prosperidad y libertad. Interpretar el contexto cultural es esencial para darle sentido a la acción humana, para dar un propósito a nuestras vidas y nuestras acciones como individuos libres. Así, el ser humano actúa basándose en su interpretación del entorno cultural, y esa cultura define nuestros valores como individuos y como sociedad. 

La importancia de la batalla cultural la ha entendido perfectamente el neomarxismo tras el colapso económico de su modelo. Abandonaron su objetivo fundamental —el control económico y la represión del individuo económicamente libre— buscando imponer la ingeniería social para centrarse en el aspecto emocional que persigue siempre aislar a los individuos de la toma de decisiones, aglutinarlos en torno a unas identidades creadas artificialmente y colectivizarlos para que sea más fácil propagar su mensaje.

Batallar en el campo de las ideas no es cómodo. No es fácil. Te atacan y te calumnian. Sin embargo, si tú no defiendes las ideas de la libertad, nadie lo va a hacer por ti. 

La izquierda ha pasado de centrarse en la lucha de clases a promover nuevas «dialécticas de opresión» (género, raza, etc.) para justificar la expansión del Estado. El progresismo promueve cada vez más derechos que en realidad limitan la libertad y la propiedad. No lo hacen con derechos fundamentales que todos tenemos más que asumidos en las democracias liberales. Convierten los deseos en derechos y convencen a mucha gente de que esos derechos se harán realidad y siempre serán positivos si se impone mayor control estatal. Ya hemos visto el daño que han causado. 

La batalla del liberal y de la derecha debe dejar al descubierto cada nuevo intento de seducir a las masas de esta izquierda mal llamada progresista, ofreciendo argumentos y discursos sólidos y solventes. 

No es complicado: se trata, simplemente, de defender las ideas de la libertad frente a los disparates varios a los que nos somete una izquierda radicalizada, recordando que todas estas ideas liberticidas las están adoptando principalmente clases privilegiadas y acomodadas y que no benefician a los más desfavorecidos. Al contrario, los empobrecen. 

Debemos ser críticos con la derecha por enfocarse únicamente en «las cuentas» mientras la izquierda se centra en «los cuentos». 

Tener un relato potente es imperativo en la batalla política y cultural. La gente necesita conocer los argumentos contra el estatismo en todos sus ámbitos de influencia, no sólo en la gestión de la quiebra que van dejando los gobiernos socialistas. El discurso no puede ser económico. Debe ser moral: no desfallecer y defender la libertad mientras se gestionan las cuentas. Ambas cosas deben hacerse simultáneamente y darse a conocer.

Por eso considero que es ridícula la división. Debemos entender que la alianza entre liberales, conservadores y soberanistas es ganadora para enfrentarse al Estado depredador, el socialismo del siglo XXI y la agenda woke. Resulta crucial unir fuerzas para defender la libertad, la propiedad, la familia que desees tener y las instituciones independientes. En vez de centrarse en diferencias nimias, hay que reconocer lo que hizo que las ideas de la libertad triunfaran en la época de Thatcher y Reagan: la unión entre liberales y conservadores.

A los que defienden la equidistancia entre la izquierda y la derecha hay que recordarles que es la equidistancia entre los que están contra la propiedad privada y la libertad de expresión y los que las defienden. 

Debemos entender que la izquierda global se ha unido alrededor del neomarxismo y de esta nueva Inquisición —que ya no existe, porque probablemente nunca existió—, el socialismo moderado. La socialdemocracia no sólo ha fracasado económicamente, sino que se ha entregado a la Neoinquisición y a los postulados del neomarxismo con brazos abiertos. Aquellos que sí son moderados se han dado cuenta de la deriva totalitaria y defienden las ideas de la libertad sin complejos. 

Es muy sencillo, un libertario puede dar un discurso ante miles de personas afines a la derecha, como ha hecho Milei en tantas ocasiones, y está hablando con gente con la que tiene dos grados de separación. Ninguno rechaza la propiedad privada ni el libre mercado. Un libertario en un congreso socialista nunca encontrará afinidad y, además, nunca será admitido ni se le permitirá expresarse porque la mentira no permite ser desafiada. 

El caso de Javier Milei en Argentina demuestra que esta estrategia triunfa, al haber logrado un apoyo popular desconocido, cuando se había vendido el discurso de que no se pueden ganar las elecciones con mensajes libertarios y anuncios de fuertes recortes. A un año de la asunción de Javier Milei como presidente, el 52,2 % de los argentinos aprobaba su gestión. 

La alianza entre libertarios, conservadores y soberanistas es esencial para contrarrestar la imposición cultural de la Neoinquisición, que ha ganado influencia modificando valores, lenguaje y tradiciones.

Los tres grupos comparten preocupaciones sobre temas como la igualdad ante la ley, la ideología de género y la oleada antipropiedad, que pueden articularse en torno a los valores de la libertad individual como expresión máxima de una sociedad solidaria y en progreso.

Esta alianza permite además enfrentarse de manera eficaz contra iniciativas liberticidas escondidas detrás de la Agenda 2030 o propuestas del Foro de Davos, defendiendo de manera conjunta la soberanía y la libertad. 

Este reequilibrio ideológico evita el desgaste personal, fortalece a las personas que se sienten abandonadas en sus valores por las autoridades y recuerda al mundo que la mayoría se opone a las ideas mal llamadas progresistas, que en realidad son estatismo depredador. 

Con ello, los verdaderos progresistas se unirán a las ideas de la libertad. 
No olvidemos que los derechos civiles, sexuales, de las mujeres, de los trabajadores y el respeto al medioambiente son causas liberales, no neomarxistas. 

La derecha y el llamado centroderecha tienen la oportunidad de rearmarse ideológicamente recogiendo el testigo de la mayoría silenciosa que está harta de que le impongan el pensamiento único de una minoría intervencionista. Para ello, debemos recuperar el liberalismo económico y social con propósito y determinación. 

Liberales, conservadores y soberanistas ganamos en el terreno de lo económico, lo político y lo emocional si defendemos nuestros valores y principios sin complejos. Por separado, perdemos, aunque se ganen las elecciones, porque la arquitectura de expolio y ataque a la propiedad privada heredada del socialismo permanece en esos años de gobierno. 

El mayor fracaso para el centroderecha es ganar elecciones y estar en el poder, pero perpetuar las medidas dejadas por el socialismo depredador.

El mayor fracaso para el centroderecha liberal es abandonar sus principios y valores y presentarse como el fontanero de la gotera del anterior, como el contable del socialismo. 

«En un campo de maravillosas vacas, lo que hace más ruido son los grillos», decía Winston Churchill. Si haces caso a los grillos y te crees que son la mayoría por el ruido que hacen, te quedas sin vacas, sin carne y sin leche. 

El éxito de la coalición entre conservadores y libertarios llega cuando escucha a la mayoría silenciosa, defiende los principios y valores de la libertad, sin complejos, y gana las elecciones, el progreso y la historia.

El Nuevo Orden Económico Mundial. EE. UU., China, Europa y el descontento global | Liberacción 2025



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viernes, 22 de agosto de 2025

CRÓNICA: "TODO POR EL ORO": MIGRACIÓN, VIOLENCIA Y ECOCIDIO EN LA TRIFONTERA DEL RÍO NEGRO (VENEZUELA, COLOMBIA Y BRASIL) 🌎



Crónica

Todo por el oro: migración y violencia 
en la trifrontera del Río Negro

A lo largo del río Negro, la arteria que conecta a Colombia, Venezuela y Brasil en la Amazonía, numerosos pueblos indígenas y distintas comunidades ribereñas sobreviven entre la minería ilegal y los grupos armados, dos poderes de facto que dominan ese eje con el peso de un metal innoble: el plomo.
Durante la madrugada del 3 de agosto en el caño Pimichín, un afluente del río Negro ubicado junto al municipio de Maroa, en la amazonía venezolana, combatientes del Ejército de Liberación Nacional (ELN) atacaron a integrantes del Frente Acacio Medina de la Segunda Marquetalia (SM), una disidencia de las antiguas Farc, en una maniobra para aniquilar el liderazgo del grupo. Hubo muertos y heridos, inclusa de varios mandos, pero hasta la publicación de esta crónica su número no se ha podido confirmar.

Los dos grupos se repartían el control territorial de la zona fronteriza entre Colombia y Venezuela, pero la búsqueda del dominio total rompió esa alianza, un matrimonio de conveniencia basado en acuerdos para dividir las minas, compartir las rutas de narcotráfico y repartir las ganancias. Ahora, cuentan los líderes indígenas locales, varios mineros y fuentes de las fuerzas de seguridad, el acceso y el tránsito por esta zona está controlado y prohibido por el ELN como la nueva autoridad única. Los civiles han sido arrastrados a un miedo mayor y podrían desplazarse en masa hacia Inírida, la capital del departamento de Guainía. Las fuentes reportaron ayer movilizaciones de tropas en territorios indígenas, lo que podría marcar el inicio de una nueva ola de violencia en la región.
Esta noticia y la incertidumbre frente a sus consecuencias viajaron rápido hacia las poblaciones aledañas, río arriba y abajo, entre comunidades cuyo destino está ligado al vaivén caprichoso de la violencia armada.

MUERTE EN BUSCA DEL FULGOR

Hace algunas semanas, seis lanchas de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), decenas de soldados y varios drones vigilaban el río Cunucunuma, ubicado en la Amazonía venezolana, sobre un cauce donde abundan piedras que los indígenas yekuanas consideran sagradas. Hablamos del granito y de otras formaciones; pero no del oro, un metal blando que carece de utilidad en su cultura. Fuera del universo yekuana, entre los mineros mestizos, ese desinterés muta en un afán que sortea la persecución, la extorsión y la muerte en busca del codiciado fulgor amarillo.

Dairo Pertuz*, 41 años y 13 en la minería, llevaba diez días escondido entre los márgenes del Cunucunuma, donde prendía su teléfono solo unos minutos para evadir a los drones; mientras su balsa, una estructura de 200 millones de pesos colombianos (casi USD 50 mil) que horada el lecho del río, permanecía enterrada en pedazos. 
“Dicen que este operativo va a durar 40 días. Toca esperar pa’ poder trabajar”, contaba.
La Guardia vuelve cada tanto a ese lugar, pero los mineros están habituados. “Desarmamos las balsas, escondemos las piezas y nos movemos entre las bocas del río. Cambiamos de lugar todos los días mientras esa gente se va”.

Dairo vive en Inírida, la pequeña capital del departamento de Guainía, en el extremo suroriental de Colombia, pero pasa meses en Cunucunuma buscando la veta dorada. Desde su casa viaja tres días en lancha, y en el camino atraviesa varios peajes que los indígenas imponen a quienes explotan la selva. Hasta la semana pasada, antes del conflicto, cuando llegaba a la mina en el río, tenía que pagar 25 gramos de oro mensuales para el Frente José Pérez Carrero del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y para el Frente Acacio Medina de la Segunda Marquetalia (SM), un grupo liderado por Iván Márquez, jefe negociador por las antiguas FARC en el Acuerdo de Paz de 2016, que tiempo después desertó del acuerdo. Los dos grupos ahora se disputan el control, pero difícilmente eso genere alguna ventaja para Dairo.

Dairo también debe comprar agua, comida y mucho combustible para el motor de la draga. Después el beneficio se reparte: 40 por ciento para los buzos y 60 para el dueño de la balsa, que debe invertir en averías y repuestos. Los mineros gastan fortunas en su operación, pero consiguen un buen retorno, a una tasa de 400 mil pesos colombianos por gramo (unos USD 100). 
“Mínimo sacamos 20 o 30 gramos de oro en un día, y ya eso es rentable. A veces salen 200, 400. Una vez sacamos 930 gramos en diez horas de trabajo”, contó Dairo. Es una vida azarosa, pero en tierra firme no abundan las opciones. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística de Colombia (Dane), en Guainía padecen un desempleo del 13,6% y la mitad de los jóvenes no estudia ni trabaja.

Dairo escapó de ese panorama y se fue a buscar oro en el río Inírida, en el Atabapo y en muchos meandros donde la veta a veces pinta y a veces no. Ahora en su balsa emplea hasta 12 personas, pero hace unos años tuvo que empezar de nuevo cuando la Armada colombiana le incendió otra. 
“Ellos nos queman cinco, pero a los pocos días salen diez”, dijo confiado.
Varias minas ya vivieron su auge, y seguro vendrán otras después. Pero hoy Cunucunuma concita el mayor interés en el Alto Orinoco: hasta 200 balsas en producción permanente, calculó Dairo. Cunucunuma yace en Venezuela, pero su influencia viaja hasta Colombia y Brasil, donde irriga las economías de muchas comunidades por una arteria común: el extenso y sinuoso río Negro.

UN CASERÍO FANTASMA

En San Carlos de Río Negro, la segunda población del Amazonas venezolano, hubo un aeropuerto con vuelos diarios; un hospital que atendía a locales y vecinos; dos escuelas para estudiantes de aquí y de los asentamientos indígenas cercanos; siete tanques que suministraban gasolina barata a los tres países; una casa de la cultura donde se reunía la multitud en las fiestas patronales; una antena que daba telefonía hasta el lado colombiano; una pequeña flota mercante con grandes bongos de hierro; y varios expendios donde vendían los víveres que llegaban desde la capital, Puerto Ayacucho, por la vía fluvial.

San Carlos fue el mayor centro poblado de toda esta zona. Tres mil personas vivían aquí en los buenos tiempos, pero la ruina de Venezuela dejó a solo 800 y convirtió esto en un caserío fantasma. 
“Muchos jóvenes se fueron a las minas, y el resto cogió pa’Brasil”, contó Daniel Abreu en las ruinas de su negocio. Donde antes hubo un almacén bien surtido, hoy se degradan un horno industrial y una amasadora en desuso, junto a dos vitrinas que exhiben galletas con marcas en portugués.

Ese día no había casi nadie en San Carlos: dos señoras vendían loterías de animalitos, un juego de azar informal y populachero; una chica se protegía del sol con su sombrilla; dos hombres en moto vendían un cerdo despiezado; otros cinco esperaban frente a la casa del alcalde en busca de ayudas; y dos militares de la Guardia Nacional, que al pasar provocaron el silencio precavido de Daniel. Cuando se alejaron, el comerciante, un indígena baré mestizo, retomó la charla y dijo que la infraestructura del pueblo se había hecho en democracia, antes de que Venezuela escorara.

Pese a todo, su local sigue bien ubicado frente a la Plaza Bolívar, un parche verde con grandes árboles en el centro de San Carlos. En diagonal está el muelle, adonde muchas veces llegó Daniel con su bongo cargado de comida y licores que traía en siete días de viaje por el río. 
“Había que pagarle 4% al ELN, pero quedaba plata”, dijo. Aquella mañana solo navegaban los pequepeques: unas canoas con motores mínimos que cruzan pasajeros hacia el pueblo de San Felipe, en Colombia.
Hoy la energía en San Carlos llega intermitente, y la gasolina dejó de fluir desde Puerto Ayacucho el año pasado. Ahora esta comunidad la importa costosa desde Brasil en barcos de 20 mil litros. Daniel tenía uno similar, pero hoy yace oxidado entre la maleza junto al patio de su casa. Se subió a la proa como si todavía navegara.
“De la gente que conocí cuando llegué hace 25 años, solo quedan mis vecinos. Los demás murieron o se fueron. Hasta los perros se acabaron: no había comida pa’ uno, menos pa’ellos”. Daniel Abreu, 61 años, comerciante.
Pero Daniel nunca pensó en irse. 
“Que se vaya el que esté joven”, dijo. Y unos cuantos lo están haciendo. 
“Se van a las minas que hay por estos lados: Siapa, Moya, Cunucunuma, Camello, Carioca. Ahorita varios están esperando que pase un operativo de la Guardia pa’ irse”.
Aunque la riqueza del oro fluye en suelo venezolano, sus ganancias no se ven en poblaciones como San Carlos porque las familias beneficiadas cruzaron la frontera hace rato. Incluso la guerrilla se fue: aquí el ELN usaba a los jóvenes como informantes y como bestias de carga. Ya no. Entre los pocos rezagados quedan varios que también quieren irse, pero no tienen los medios. A algunos, como única salida, les ha quedado sólo la muerte: durante los últimos años ha habido varios suicidios aquí. En el patio de su casa, un poco desanimado después del recorrido, Abreu aventuró una tesis: 
“Pa’evadir la realidad, pa’no sufrir lo que está pasando, se matan”.

UNA BANDERA DE LA AMAZONÍA

Navegar durante horas y días por estas aguas exige conciliar el esplendor y la monotonía del río, la vegetación y el cielo abierto en las dos orillas: tres franjas horizontales que transcurren paralelas por centenares de kilómetros. Esta podría ser una bandera de la Amazonía: abajo la banda oscura de la superficie, que sostiene la embarcación y permite el viaje; más arriba la franja verde de los árboles tupidos; y en lo alto la faja azul, iluminada por el sol como una gran lámpara incombustible. Mientras navegábamos en un pesado bongo de hierro, sobre la margen venezolana surgían comunidades indígenas que fueron abandonadas en los años recientes.

A 130 kilómetros de San Carlos y San Felipe, en Puerto Colombia, hace algunas semanas nos reunimos puertas adentro para evitar a hombres armados de las disidencias de las FARC, que a las siete de la noche deambulaban a sus anchas por el caserío. En el patio de una vivienda, varios indígenas curripacos compartían una sopa de pescado con ají y casabe mientras charlaban en su lengua a un ritmo veloz; hasta que cambiaron al castellano para exponer sus urgencias. 
Primero habló Gilberto Elías*, dueño de una tienda: 
“Aquí no hay seguridad. Los grupos armados pretenden vivir en el pueblo. Ellos antes hacían sus cosas en el monte; ahora patrullan aquí con fusiles y nos ponen en riesgo. Mañana vienen otros y nos acusan de colaboradores”, dijo con los labios apretados.

En este punto medio viven 70 personas en casas de tablas, sobre un borde alto del río, ubicado a 186 kilómetros de Inírida en lancha. Este solía ser un pasadizo útil para los viajeros y los comerciantes que transportan mercancías: 30 kilómetros por un atajo rudo en territorio venezolano acortaban el viaje hasta Maroa, un pueblo ubicado frente a Puerto Colombia, al otro lado del río. Pero la Guardia Nacional, dicen los pobladores en ambas orillas bajo estricto anonimato, empezó a extorsionar y a detener viajeros, y el tránsito paró. Ahora la única opción es viajar tres días o más, siempre en suelo colombiano, por una zona llamada Huesitos, donde la carga vadea arroyos y barriales en tractores para comunicar el río Inírida con el Negro.

Callada durante la reunión, Mariela*, otra comerciante indígena, por fin habló: 
“¿Por qué tengo que compartir con esa gente el fruto de mi trabajo?”. 
El Acacio Medina les cobraba una vacuna a quienes producen dinero en Puerto Colombia y lo mismo hacían los hombres del ELN, acampados en una finca vecina. Ambos grupos han llegado a convivir durante periodos en la zona. Sin embargo, como confirman los hechos recientes, la dinámica entre bandos es cambiante y volátil, y puede conducir a conflictos violentos. En el medio siempre queda atrapada la población civil. 
“Yo soy de aquí y aquí quiero vivir. Si no, ya me hubiera ido”, dijo Mariela resignada.

Desde 2023 la Defensoría del Pueblo de Colombia advirtió el riesgo que corren los indígenas en esta región por la amenaza de los grupos armados que se alimentan del oro. “Esa explotación ilegal y violenta ha incrementado su capacidad financiera, y les posibilita robustecer sus estructuras e imponer el control territorial. Bajo este contexto la población civil está expuesta a graves vulneraciones de sus derechos”, dijo el defensor de entonces, Carlos Camargo. El lecho del río Negro ya no se explota, pero su cauce sirve para transportar el oro extraído hacia distintos destinos en Colombia, Venezuela y Brasil.
Las ondas de la minería viajan así desde los yacimientos hacia las comunidades. Aunque Puerto Colombia no mostraba una actividad comercial importante, los víveres y el combustible sólo se venden por la demanda de oro. 
“El pueblo indígena no es minero. Lo que pasa es que los extranjeros contratan a nuestros jóvenes, y ellos se van para las minas”, dijo desde un extremo de la mesa Edson Meregildo, un joven que representa a 14 comunidades y casi 1800 indígenas de Guainía.

Varios de sus paisanos se fueron hace meses o años a Cunucunuma, algunos volvieron rígidos en congeladores conectados a plantas de energía, en voladoras que cruzan los ríos hasta la comunidad de origen, donde las familias reciben sus cadáveres derrotados.
De allí mismo, sin demora, siempre sale alguien más como reemplazo.

Aquella noche la conversación se extendió hasta tarde, y Edson, por seguridad, recomendó dormir en una hamaca bajo ese mismo techo. Por la mañana, decenas de niños indígenas que estudian y viven en el internado de Puerto Colombia saltaron al río para bañarse y jugar un rato antes de las clases. Después se acercaron a la cocina de la escuela y recibieron allí una ración de galletas y café con leche.
Los chicos se divertían sin angustias, pero en el pueblo flotaba una atmósfera inquietante: los vecinos cruzaban miradas de sospecha o cautela; casi nadie hablaba. De pronto, una lancha rápida apareció con un sujeto de pie sobre el casco, vestido de civil, con gorra y gafas oscuras. El hombre bajó de un salto y abordó otra lancha amarrada en la orilla. Cuando se inclinó para encender el motor, en su cinto asomó una pistola. 
“Ese era el comandante de la guerrilla, el que manda en la zona”, dijo un motorista más tarde, cuando nos alejábamos río abajo a toda velocidad.

Confluencia del Río Guainía y el Casiquiare del Orinoco, juntos forman el gran Río Negro. Foto: Sinar Alvarado.

ECONOMÍA DE ORO

Desde Inírida, en 45 minutos de vuelo sobre la selva hacia el sur, pequeñas aeronaves transportan pasajeros y carga ligera hasta una pista de tierra en San Felipe, la nueva capital comercial del río Negro en su tramo colombo-venezolano. Lo que no vuela hasta aquí, llega a través del cauce oscuro por toneladas: pasajeros, alimentos, bebidas, herramientas, ladrillos, cemento, gasolina y un sinfín de mercancías esenciales que sostienen la vida en las comunidades aledañas. El 80 por ciento de esa carga sigue hacia las minas. El resto se consume en este pueblo que apenas supera el millar de habitantes.

Juvenal Herrera*, dueño de un negocio en la calle principal, llegó hace 20 años y no puede quejarse: compró casas afuera y educó a sus hijos con el dinero que produce en este lugar. 
“He tenido días de 20 y 30 millones. Esto aquí es bueno”, dijo satisfecho en su negocio repleto. “Entre diciembre y enero metí 120 tambores de gasolina. En febrero ya no había”. Cada tambor —60 galones— cuesta en Inírida 1,2 millones de pesos colombianos (casi USD 300), y se vende al doble en San Felipe. Si el oro aquí es el rey, la gasolina es la reina: con ella se encienden las dragas y los motores de las embarcaciones, las plantas de energía y los equipos de sonido en los comercios, los ventiladores en los hoteles y las luces que iluminan el pueblo cada noche. Aunque a veces, cuando el combustible se retrasa, los vecinos pasan varios meses apagados.

San Felipe no vive desprotegido como Puerto Colombia: aquí el Ejército y la Armada tienen puestos permanentes, y los soldados patrullan con sus fusiles al hombro. Pero hay mucho dinero y los grupos ilegales también controlan aquí su flujo. Varios comerciantes, transportistas, líderes indígenas y hasta la Defensoría confirman que sí están presentes, que las tiendas pagan sus extorsiones y los comandantes frecuentan el pueblo vestidos de civil. Pero el miedo promueve la autocensura: en San Felipe no se habla del asunto fácil ni espontáneamente. En las charlas entre vecinos se comparten anécdotas de viajes pasados, se debate sobre política, fútbol y mujeres. Pero el tema grueso permanece callado. 
“Eso no es conmigo”, es la respuesta que se repite cuando uno pregunta por ese control territorial.

El pueblo consiste en dos calles pavimentadas donde vive una minoría de prósperos comerciantes blancos, algunos de ellos mineros en retiro; rodeados por tres comunidades con piso de tierra donde conviven centenares de indígenas yerales, puinaves y curripacos en casas de tablas y techos de palma. El apogeo que disfrutan los primeros lo padecen los últimos. 
“Aquí es caro. Muchos mineros vienen con oro, y todo sube. Esta es una economía minera, de puro oro. Pero no todos tenemos”, se quejó Carlos Dos Santos, sentado bajo un árbol en una mañana calurosa a las afueras del pueblo.

Dos Santos, un flaco de 38 años, es la máxima autoridad de la comunidad Primero de Agosto, donde 43 familias indígenas subsisten precarias. 
“Vivimos del conuco, de la caza y la pesca. Aquí siempre hubo pescado, pero con la minería ha bajado mucho, por el ruido y la contaminación. Ahora nos toca comprar pollo y carne, pero es muy caro”, dijo Dos Santos, mientras habla, sus manos se posan cruzadas sobre la mesa como en una plegaria. Aislados en el último rincón de Colombia, los habitantes de San Felipe sienten que los gobiernos se han olvidado de ellos.

“Aquí se han muerto varias personas. La última fue hace dos meses: una muchacha embarazada murió porque no la pudimos sacar a tiempo. Murió con el hijo adentro”.Carlos Dos Santos, autoridad indígena.

El pueblo tiene un puesto de salud, pero el suministro de medicamentos falla con frecuencia, y sólo quienes pueden pagan millones para traer en avión sus pastillas. También hay una escuela que recibe a todos los niños de la zona, incluidos los que cruzan desde San Carlos. 
“A veces la comida dura un mes viajando desde Inírida. Se pierde en el viaje, o llega mojada. Pero nos toca aceptarla así, porque no hay más. A veces la comida se retrasa y los profesores tienen que esperar hasta dos meses para empezar clases”, contó Dos Santos, cuyos hijos estudian también allí.

El capitán, que poco antes hablaba del oro como un asunto ajeno a su cultura y aseguraba con convicción que los indígenas no son mineros, admitió después que muchos hombres de las comunidades alrededor de San Felipe se han ido a la selva venezolana en busca del sueño dorado. 
“Aquí es muy escaso el trabajo para los jóvenes; no hay oficios. Muchos se van a las minas y no vuelven. Pero entendemos que aquí no encuentran cosas para hacer”.

UNA DESESPERANZA COMÚN

Cuando quedaron atrás los últimos bordes de Colombia y Venezuela, la lancha navegó frente a la inmensa Piedra del Cocuy, cruzó la frontera brasileña y el cauce cambió: la corriente suave encontró rocas y se erizó entre raudales que recordaban el lomo de un animal hirsuto. Después de 12 horas de navegación río abajo, frente a São Gabriel da Cachoeira, en el Amazonas brasileño, cambió también el paisaje: entre la selva surgieron edificios y la inusitada agitación urbana. Pero antes de desembarcar, lo agreste persistía: sobre el agua, trepados como cangrejos encima de las rocas, medio centenar de indígenas moraban bajo carpas y expuestos a la corriente que podría barrerlos sin esfuerzo. Venían de distintas comunidades a cobrar subsidios oficiales, y acampaban varios días mientras los recibían. Antes de irse iban a enrollar sus lonas plásticas; pero dejarían los palos sembrados para otros que llegarían al mismo campamento.

Aquí la gasolina sigue mandando: en el puerto Padre Cícero, a principios de abril, centenares de indígenas hacían fila para llenar tanques plásticos financiados por la alcaldía. El combustible viaja en camiones cisternas a bordo de barcos desde Manaos; y desembarca en Camanaos, un puerto mayor ubicado a 30 kilómetros de São Gabriel. La fila reptaba despacio aquella mañana, y muchos indígenas dormían hacinados en un barracón mientras llegaba su turno para cargar.

Alexánder Moura*, un flaco venezolano de origen brasileño, veía la rebatiña junto al muelle y explicaba: “Usan una parte de la gasolina para sus motores, y el resto lo venden a los mineros. De aquí sale mucha gasolina para las minas de Brasil y de Venezuela”. Es un largo vaivén a través del río: hacia el norte viaja el combustible, y hacia el sur el oro que extraen con él.
Alexánder nació y creció en Venezuela, pero sus abuelos son de aquí, y decidió emigrar cuando allá recrudeció la crisis. En São Gabriel sobrevive con una esposa y un hijo, como cientos de migrantes que enfrentan a diario la xenofobia. 
“Tenemos un chat y somos muchos, la mayoría albañiles y caleteros (cargadores). Aquí hay jefes que nos tratan mal, nos pagan menos que a los brasileños. Pero entre todos nos apoyamos”, dijo con la mirada fija en el río.

Según el último censo realizado en Brasil durante el 2022, en São Gabriel viven más de 50 mil habitantes, y 48 mil son indígenas de 23 etnias diversas: banivas, curripacos, barés, yanomamis y un largo etcétera. El corazón comercial, unas pocas calles con tiendas que se disputan la clientela una junto a la otra, prospera en la parte alta; y no se ven locales donde vendan oro, pues la ciudad es solo un lugar de paso hacia el enorme mercado brasileño. Abajo, sobre la orilla, una fila de casas y establecimientos mira hacia una playa vacía. Es el lugar más atractivo de la ciudad, pero no recibe mayor atención. Al frente, ancho y proceloso, el río Negro se alborota entre cascadas que nombran a este puerto: las cachoeiras.

El resto del área urbana y más allá pertenece a la jurisdicción militar. Casi toda São Gabriel está bajo su control y los soldados abundan en los cafés, en las panaderías, en los hoteles. El predominio viene desde la dictadura que vivió el país desde 1964 hasta 1985, cuando en 1968 esta zona fronteriza fue declarada área de seguridad nacional. Aún así fluye lo ilícito: la legislación brasileña prohíbe explotar oro en áreas indígenas o reservas naturales, pero la ciudad es un eslabón clave en el tráfico. En 2023 un juez del municipio le pidió al Ministerio de Justicia abrir con urgencia una comisaría de la Policía Federal. Según dijo, la ubicación de la ciudad en el corredor que viene de Colombia y Venezuela la vuelve estratégica para el trasiego ilegal. Por aquí entra el oro que viaja hasta Itaituba, donde el metal de origen ilegal entra a la economía en torrente.
São Gabriel es un escampadero: una playa donde se refugian los migrantes desfavorecidos antes de buscarse la vida tierra adentro. La venta de gasolina y la economía informal, que prospera en ventorrillos sobre los andenes, apenas disimulan la precariedad, y debe ser común la desesperanza cuando los suicidios entre los jóvenes indígenas se han convertido en un problema de salud pública. 

Otro vínculo que conecta a este lugar con San Carlos de Río Negro.

En un recorrido por la ciudad, Alexánder, el albañil venezolano, contó que la agricultura también ha decaído en los cuatro años que lleva aquí. Las etnias locales reciben los subsidios y completan sus ingresos con el negocio de la gasolina. Aunque la mayoría no participa en el comercio del oro, sí pellizcan la torta y subsisten con esa migaja. 
“Ya no cazan, no siembran, no pescan. Con esa plata compran carne y pollo que viene de Manaos”, dijo.
Al día siguiente, en el puerto de Camanaos, varios venezolanos y brasileños sudorosos descargaban barcos llenos de materiales traídos desde esa ciudad, donde el Negro y el Amazonas se juntan. En varios de esos cascos la Policía Federal de Brasil ha decomisado cargamentos de oro ilegal que llegarán por el río Tapajós hasta Itaituba.

Un par de días antes, durante el viaje hacia São Gabriel, la voladora zigzagueaba por el río Negro en busca de zonas más profundas, así se alargó el recorrido y el sol de la tarde empezó a caer por el occidente. Las nubes se arremolinaron y los rayos amenazaban con lamparazos repentinos. Cirilo, un indígena con la cara arrugada, aminoró la marcha y puso la proa hacia una playa donde el casco encalló con el motor apagado. 
“Está fea esa tormenta, muy peligroso seguir así. Yo he visto lanchas que se voltean llenitas de gente”, dijo.
Cirilo trepó una ladera y caminó entre las casas de una comunidad que parecía abandonada. Gritó varias veces, pero nadie respondió: los indígenas que habitaban esas chozas huyeron quién sabe cuándo y adónde. 
“Aquí dormimos. Apenas amanezca, nos vamos”, dijo Cirilo.

Renny, su yerno y ayudante, otro indígena a quien todos llaman Pequeño, armó un cambuche en la lancha y descolgó varias lonas para proteger el espacio donde ambos pasarían la noche. Después nos sentamos en la playa para hablar de su oficio anterior, apenas iluminados por los relámpagos. 
“Ahora estamos llevando mercancía a las minas, y nos pagan con oro; pero yo empecé como caletero: cargando gasolina, víveres. Después trabajé en varias minas de tierra, y lo máximo que saqué fueron 39 gramitos. Ahí me cansé y aprendí a bucear. Estuve en Cunucunuma y en otras. Ahí sí sacaba 70, 80 gramos. Allá abajo uno se excita y se queda pegado”, acotó complacido. 

“Yo me salvé de varias piedras grandes. En la oscuridad del río no se ve, por más que uno lleva linterna. Varios compañeros salieron muertos. Los amarraban en el fondo y los sacaban con grúa, chorreando agua. Hasta ahí llegaban”.
Pequeño miraba el tránsito apaciguado del río y reflexionaba sobre su función como proveedor y vehículo de una riqueza incalculable. 
“El oro viaja por el río pa’ los dos lados: pa’Inírida y pa’Brasil. Igualito que el mercurio, que lo llevan escondido pa’evitar a la ley”. 
Pequeño dijo que en su breve temporada como minero le cogió miedo al ambiente violento de las minas y por eso dejó el oficio. Sentado en la orilla recordó peleas que se resolvieron a machetazos y muertos anónimos que fueron sepultados en algún lugar de la selva. Hombres que dejaron sus pueblos y sus familias para jugarse la vida en busca de una prometedora y elusiva veta dorada. 

“Todo por el oro”.

Algunos nombres de esta historia fueron cambiados por seguridad de las fuentes.


Donde el oro vale más que la vida