En busca de
la libertad
VIDA Y OBRA DE LOS PRÓCERES
LIBERALES DE IBEROAMÉRICA
La historia de nuevas ideologías en Iberoamérica
El caudillismo, el personalismo, el fanatismo religioso, el militarismo, el estatismo y el centralismo son, en palabras resumidas, el relato usual acerca de lo que ha sucedido en América Latina, en sus doscientos años de independencia del Imperio español. ¿Hubo rutas alternativas en ese proceso histórico?
Gabriela Calderón de Burgos cree que sí y fueron propuestas por hombres que tuvieron relevancia en el periodo inmediatamente posterior de las independencias de sus respectivos países, pero después quedaron sepultados en las brumas del pasado.
Este libro indaga el pasado con la intención de derivar lecciones para el presente. Se enfoca en diez personajes que pensaron rutas alternativas para el desarrollo de la región, enraizadas en una rica tradición liberal hispanoamericana.
En estas páginas se encuentra la fascinante historia del agitador Juan Pablo Viscardo y Guzmán, la del precursor Francisco de Miranda, la del periodista económico Juan Hipólito Vieytes, la del alborotador Juan Germán Roscio, la del ilustrado Manuel Belgrano, la del tribuno José Joaquín de Olmedo, la del embajador del liberalismo Vicente Rocafuerte, la del federalista Lorenzo de Zavala, la del progresista José María Luis Mora y la del comerciante José Ignacio de Pombo y Ante.
INTRODUCCIÓN
Este libro es un intento de contar la historia de las independencias en Iberoamérica a través de la vida y la obra de determinados individuos. Muchas veces, la historia se enseña como algo ajeno y distante, con escasa rel ación con la realidad actual y presentan do a Los individuos como presas de sus circunstancias. Pero puede ser mucho más entretenida si la aterrizamos en individuos particula res y si empezamos a identificar todas las pistas del pasado que nos rodean y explican por qué somos como somos.
En este libro voy a relatar de manera sintetizada la vida y la obra de diez personajes de la época. Espero que este ejercicio de rebuscar en el pasado, una vez más -aunque creo que desde un ángulo distinto-, nos ayude a comprender, a través de sus particulares circunstancias, las oportunidades y adversidades a las que se enfren taron los individuos que intentaron forjar ex nihilo 1 a los que serían después los estados-nación que hoy conocemos.
A principios del siglo XIX se independizaron de España las actua les naciones de habla hispana en el continente americano. Desde ese entonces, estas naciones no han logrado alcanzar el estatus de naciones desarrolladas y se han batido, casi todas, en un péndulo entre el orden y el caos.
Durante casi el mismo periodo, Estados Unidos, que se independizó de Inglaterra en 1776, llegó a ser la potencia mundial que continúa siendo hoy. Otras naciones, de culturas marcadamente distinta a la anglosajona, han superado considerablemente el in greso per cápita de América Latina más recientemente. En cambio, las naciones al sur del río Grande tienen un ingreso per cápita promedio, que no solo no alcanza aquel de Estados Unidos, sino que se aleja cada vez más.
Adam Przeworski y Carolina Curvale mostraron en un estudio de 2008 que la gran brecha entre el ingreso de Estados Unidos y el promedio de diecinueve países de América Latina 2, en el año 2000, se debía principalmente a las distintas tasas de crecimiento entre 1700 y el año 2000. Si América Latina hubiese crecido durante este periodo a la misma tasa que creció Estados Unidos, la brecha de ingreso per cápita en el año 2000 hubiese sido de tan solo 364 dólares en lugar de ser de 22 285 dólares. Los autores acotan que, cierta mente, dentro del grupo de América Latina hubo grandes diferen cias en crecimiento y productividad: Por ejemplo,con las cifras más recientes, vemos que Estados Unidos alcanzó el PIB per cápita que Panamá tenía en 2022 en 1968, mostrando Panamá un atraso de 54 años. En cambio, Estados Unidos logró el PIB per cápita de 2022 de Bolivia en 1882, país que llevaba un atraso de 140 años. 3
Hay muchos intentos de explicar por qué tenemos este retraso. Los más populares van desde culpar a los españoles hasta culpar a los yanquis, pasando por nuestra dependencia de las materias primas, las largas guerras civiles durante el proceso de la independencia o la intolerancia religiosa, entre otras. Pero muchos lugares comparten unas o varias de estas características y, no obstante, han logrado salir adelante incluso recientemente y partiendo de un ingreso que era inferior al del promedio de América Latina incluso hasta 1950 -consideremos países como Corea del Sur y Taiwán-. Quizás hay algo más que no nos ha permitido superarnos.
Tal vez, ese «algo más» podría ser que en Iberoamérica tenemos el problema de vivir atados al pasado. Esa es una costumbre que salta a la vista tan pronto como empezamos a adentrarnos en las discusiones de los personajes que protagonizaron el movimiento de las independencias en América Latina a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Llama la atención la actualidad de muchos de esos debates.
¿Por qué retratar a estos personajes, en gran medida, olvidados? Tenemos una relación malsana con el pasado y este es quizás uno de los factores que han contribuido a nuestro relativo atraso. El historiador Tomás Pérez Vejo sostiene en su brillante ensayo Elegía criolla que entre la inteligencia latinoamericana ha predominado una «interpretación victimista» 4. Esta interpretación deja de lado cuatro puntos fundamentales:
(1) las naciones latinoamericanas no fueron la causa de las independencias, sino su consecuencia;
(2) todos los territorios de la monarquía católica eran colonias del rey, tanto los peninsulares como los americanos;
(3) las guerras de la independencia fueron una cuestión protagonizada por los criollos en ambos bandos,
y, (4) no siempre la oposición a la independencia y las clases altas estuvieron del lado de los realistas y el liberalismo, y las clases bajas del lado de los insurgentes, de hecho, en no pocos fue precisamente al revés 5. A través del pensamiento y las acciones de los personajes retratados aquí, pretendo ilustrar estos puntos que han quedado enterrados en el pasado.
Pérez Vejo sostiene que el propósito de tergiversar el relato histó rico tenía un objetivo y una consecuencia clara:
Somos prisioneros de una historia hecha por y al servicio de los estados. Ha llegado quizás el momento de su «desnacionalización». Los estados-nación contemporáneos necesitaron, en su proceso de invención de una nación que les diera legitimidad, construir una memoria nacional mitificada y homogénea. Para ello llevaron a cabo lo que podernos llamar, sin ningún tipo de exageración, un genocidio de memorias locales, familiares, etc., una afirmación que no significa condenar estas políticas de memoria... El genocidio de memorias fue posiblemente inevitable y sin ninguna duda exitoso...
Ha pasado ya, sin embargo, suficiente tiempo como para permitirnos una mirada no marcada por las urgencias de la agenda política... Somos aquello que nos contamos que somos... Volver sobre las guerras de independencia es tanto reescribir el pasado como soñar un futuro diferente o, si se prefiere, elegir entre varios sueños posibles. 6
Hay algo circular en nuestra historia y no es virtuoso. Enrique Krauze decía que «En México, el pasado es presente. Las heridas y afrentas son reales, y su memoria todavía es una carga pesada en el diario vivir».7 Uno de los más grandes de la literatura, Jorge Luis Borges, en su cuento El otro (1972), se encuentra con el Borges de diecinueve años en un parque de Boston y le dice que por el año 1946 «Buenos Aires ... engendró otro Rosas» -es decir, Juan Domingo Perón como la reencarnación del caudillo militar Juan Ma nuel de Rosas, casi un siglo después-. 8
Todas las personas y sociedades atravesamos por traumas, pero no todos reaccionamos de igual forma a ellos. Algunos aprovechan para aprender de los errores y aciertos cometidos en el pasado, y actuan en torno al conocimiento adquirido. Estos desarrollan resiliencia y la tragedia no los marca por el resto de su vida.
Por ejemplo, Estados Unidos, después del horror de la guerra civil, eliminó la esclavitud, mantuvo la unión y, mucho después, acabó con la segregación racial en sus leyes.Asimismo, Alemania y otros países ocupados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, si bien no han superado el trauma de haber colaborado o guardado silencio ante los horrores que se cometían contra los judíos, no han permitido que esto los paralice. Hoy son naciones desarrolladas, con uno que otro brote reciente de populismo, incluso a algunos recuerda la antesala de la Segunda Guerra Mundial. No viven en el pasado, no se avergüenzan de este, reconocen los errores, enmiendan y siguen hacia delante. O, al menos, así era hasta hace relativamente poco tiempo.
Otras sociedades, en cambio, se sirven del trauma para vivir en el eterno papel de la víctima. La víctima es libre de culpa, libre de responsabilidad. Vive sufriendo las consecuencias de lo que le pasó y se puede pasar toda una vida así. Percibir la realidad a través de esos visores es limitante y desmoralizante. También nos predispone en contra de la apertura mental necesaria para adoptar sistemas abiertos, tanto en la economía como en la sociedad.
Pero también resulta cómodo. A los latinoamericanos de hoy (y a los de antes) nos encanta culpar a otros para no asumir responsabi lidades. No logramos salir de la adolescencia en este sentido.
Entre nosotros es normal la práctica de buscar chivos expiatorios. Lo que no es culpa de los españoles ha sido culpa de los yanquis, de la CIA o de quienes nos gobernaron en un oscuro y distante pasado, entre otros, pero nunca de nosotros mismos. Incluso se puede decir que nuestras élites hacen esfuerzos por mostrarse cada vez más anglófilas o francófilas con tal de apartarse de todo lo que sale mal desde hace aproximadamente doscientos años. En nuestras socie dades, nadie se quiere hacer cargo.
Para superar el pasado es necesario conocerlo y derivar lecciones de este. Otras sociedades han logrado hacerlo, la América hispana tiene esa tarea pendiente.
Este libro pretende contribuir a esta labor, enfocándose en individuos que, si bien fueron protagonistas en el período inmediatamente posterior a las independencias en sus respectivos países, después han quedado, de cierta manera, escondidos en el pasado.
¿A qué se debe este olvido? ¿Qué significa? ¿Qué pensaban estos personajes? ¿Propusieron rutas alternativas para el desarrollo de la región? ¿En qué debates participaron? ¿Todavía seguimos teniendo los mismos debates? Si es así, ¿por qué? Si no lo es, ¿cómo han cambiado?
Constituciones y leyes no nos han faltado. Tampoco han sido todas de mala calidad, incluso hay ejemplos de constituciones sólidas en su estructura de pesos y contrapesos y en sus garantías de los derechos individuales. Pero las víctimas, que somos los latinoamericanos, tenemos un problema profundo que hace que digamos una cosa en el papel, pero hagamos otra en la práctica. Octavio Paz dice en su ensayo El laberinto de la soledad:
La mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser. Nos movemos en la mentira con naturali dad. Durante más de cien años hemos sufrido regímenes de fuerza, al servicio de las oligarquías feudales, pero que utilizan el lenguaje de la libertad. Esta situación se ha prolongado hasta nuestros días. 9
En la literatura de la historia de América Latina se habla de las circunstancias particulares o del «gendarme necesario» 10, como si a ninguna otra región le hubieran sucedido traumas parecidos a los que acontecieron a los otrora reinos de ultramar de la monarquía católica o como si no hubiera habido alternativas a la ruta tomada. El caudillismo, el personalismo, el fanatismo religioso, el militarismo, el estatismo y el centralismo son, en palabras resumidas, el relato usual acerca de lo que ha sucedido en América Latina desde sus ya doscientos años de independencia del Imperio español. Pero tenemos que preguntarnos: ¿hubo rutas alternativas?
Por otro lado, ¿por qué no estuvieron condenadas por circunstancias similares naciones que también surgieron del colapso de otros imperios como Estados Unidos y otras naciones europeas y asiáti cas que han logrado prosperar después de sus independencias?
Normalmente, escuchamos a personas de todo el espectro político decir que esto no podía ser de otra manera, pues a nosotros, lamentablemente, nos colonizaron los españoles -con toda la carga nega tiva que tiene la imagen de la conquista y la colonización-. Cierto es que se cometieron múltiples abusos durante la conquista, y aún no hemos superado las secuelas de alguno de ellos. Por ejemplo, todavía existe en mayor o menor grado, según el país, discriminación legal o de otra índole contra los indígenas. En no pocos casos se ha pasado a discriminar a favor de estas minorías. También persiste la propiedad estatal de los recursos naturales, lo cual ha derivado en una explotación irracional de estos y en focos de corrupción en muchos de los países de la región y, quizás, estados de una mayor dimensión de la que tendrían sino fuesen propietarios de los recursos naturales en el subsuelo.
Pero, por otro lado, los asiáticos y los nativos de Estados Unidos también sufrieron indecibles abusos durante sus respectivas conquistas y cuyas secuelas, en algunos casos, todavía no han sido su peradas. Sin embargo, el tener antecesores que fueron víctimas de abusos por parte de los conquistadores no les ha impedido desarro llarse a naciones tan diversas como Estados Unidos, Japón, Taiwán, etc.
Tal vez una mirada enfocada en aquellos protagonistas del mo vimiento de las independencias que quedaron atrapados en el pa sado nos ayude a completar el relato. Las naciones iberoamericanas nacieron reclamando libertades que se habían perdido dentro del Imperio español y con base en argumentos liberales clásicos, cuyas fuentes anteceden incluso al liberalismo inglés y escocés. De esta tradición liberal clásica hispanoamericana se conoce poco.
Esas viejas tradiciones hispanas de reconciliar la tradición con la ciencia, la razón con la fe, lo antiguo con lo moderno, del autogo bierno local dentro de un reino federado, de pesos y contrapesos, y de la coexistencia entre diversos credos y razas, quedaron tan sumergidas en nuestro pasado, que hoy las consideramos importadas. Haber olvidado o desconocer esas tradiciones nos lleva a tener un problema de autoestima.
Los ingleses, y también los franceses, por lo general y hasta hace poco tiempo, solían estar orgullosos de su pasado, y eso incluía todos los errores y los abusos cometidos por sus ancestros. Los iberoamericanos, en cambio, tradicionalmente hemos sentido una profunda vergüenza de nuestro pasado, que, en gran medida, des conocemos porque no nos interesa. Nos sentimos huérfanos de cierta forma y ajenos a Occidente porque nuestra conexión con él nos recuerda algo que nos avergüenza.
El gran liberal venezolano Carlos Rangel, en su libro "Del buen salvaje al buen revolucionario", sostenía que la historia de Iberoamérica en tiempos de la monarquía católica suele ser fuente de vergüenza porque somos producto del mestizaje: somos descendientes de los conquistadores y de los conquistados. Dos mitos en nuestras raíces: el conquistador siempre malo y el indio siempre bueno y vencido. Vergüenza por doble partida: por ser victimarios y por ser víctimas.11
La crisis de identidad nos lleva a cometer actos de autosabotaje. En tiempos recientes hemos visto cómo sociedades como Argentina, Venezuela y Chile ilustran esta involución una vez que se llega a cierto nivel de prosperidad.
Argentina tuvo su Perón luego de se tenta años de prosperidad sin precedente, Venezuela tuvo su Chávez luego de haber llegado a ser una de las naciones más prósperas de la región. Pero la historia de esas tres sociedades, tan conocida en la actualidad, no es más que la repetición, una vez más, del ciclo tan hispanoam ericano de evolución seguida de involución.
¿Se puede romper ese ciclo?
Creer de manera prejuiciada, como se suele sostener en muchos libros de historia, que ciertas culturas, como la iberoamericana, son propensas a un atraso y oscurantismo es empezar la carrera sabiéndonos derrotados y, además, es incorrecto.
Diversas sociedades sufrieron traumas similares a los que padeció América Latina, pero lograron recuperar sus tradiciones antiguas y las modernizaron para crear las sociedades industrializadas de los últimos dos siglos.
Pero el debate de ideas en América Latina parece estar congelado en el tiempo: entre ideas que nos podrían catapultar al desarrollo y aquellas que defienden el despotismo ilustrado y los órdenes rígidos.
Esa batalla de ideas nunca se resolvió de manera honesta y abierta, sino a través de la hipocresía de jurar respetar instituciones y legislaciones, mientras las violamos porque son, en muchos casos, ajenas a los valores y prácticas de la gente. Además, porque suele suceder que llegan al poder políticos enarbolando la bandera de la libertad para luego darse la media vuelta y olvidarse de los límites al poder. Luego, la retórica se confunde con la realidad.
Ahora, si miramos detenidamente nuestra historia, podemos ver en ella que algo quedó oculto, algo de lo cual no se habla en el presente, pero que se hace sentir a través de nuestra reiterada necesidad de mentir.
Lo que quedó oculto es esa antigua tradición liberal que nos llegó de España, además del despotismo ilustrado. Esa es la misma tradición que permitió que los reinos de ultramar del Imperio español llegasen a desarrollarse en un periodo relativamente rápido, aunque no de manera tan espectacular como sus vecinos al norte. Para 1800, después de tres siglos de que se iniciara la conquista de España en América, el ingreso per cápita promedio de América Latina (ajustado para la población) constituía un 35 % del de Estados Unidos, y cayó a un 25 % para 2022. ¿Por qué esta brecha se mantuvo en los doscientos años de independencia? 12
Esa tradición liberal relativamente desconocida es la misma que aportó los principales argumentos a favor de los movimientos de la independencia de Estados Unidos. John Adams y Thomas Jefferson conocieron de esta tradición a través del español Juan de Mariana, un sacerdote jesuita. Además, uno de los filósofos más influyentes en la Revolución americana -John Locke- leyó al menos dos obras de Juan de Mariana y utilizó los mismos argumentos -más de medio siglo después- para explicar el origen de la sociedad civilizada, dela propiedad privada, del derecho de los individuos a no estar sujetos a impuestos sin su debido consentimiento (de ahí vendría el famoso «no taxation without representation» ).
En el presente continuamos reviviendo ese trauma de hace doscientos años, ensayando una y otra vez la misma farsa que nos hace vivir constantemente entre mentiras, de diverso contenido. Casi nada es lo que aparenta. Vivimos con una lucha entre lo que decimos y lo que hacernos, entre lo que la ley dice y lo que hacemos en la práctica.
Un sano conocimiento y aceptación de nuestro pasado, con todo lo bueno y malo que nos dejó, podría contribuir a entendernos mejor y a lograr consensos mínimos que nos permitan convivir en sociedades abiertas. Sociedades que puedan procesar de manera pacífica todos esos cambios que se vienen, queramos o no.
Con esto en mente, ahora empecemos a conocer a los protagonistas de este libro.
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1 «de la nada».
2 La información la han tomado los autores citados de la base de datos del proyecto Angus Maddison. Aunque esta es la base de datos más amplia, no contiene datos para todos los países de la región.
3 Adam Przeworski y Carolina Curvale. «Does Politics Explain the Economic Gap between the United States and Latin America?» en Falling Behind: Explaining the Development Gap Between Latín America and the United States, ed. Francis Fukuyama (Nueva York, NY: Oxford University Press, 2008), 99.
4 Tomás Pérez Vejo. Elegía criolla: una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas (Ciudad de México: Crítica México, 2019, edición Kindle), 11.
5 Tomás Pérez Vejo. Elegía criolla: una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas (Ciudad de México: Crítica Mé xico, 2019, edición Kindle), 11-14.
6 Tomás Pérez Vejo. Elegía criolla: una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas (Ciudad de México: Crítica México, 2019, edición Kindle), 40-42.
7 Enrique Krauze. «Mirándolos a ellos. Actitudes mexicanas frente a Estados Unidos». Letras Libres. Ciudad de México, 30 de junio de 2007.
8 Jorge Luis Borges, El otro en Obras completas, Vol.III (Madrid, España: Emecé, 1996), 11.
9 Octavio Paz. El laberinto de la soledad. (Nueva York: Ediciones Pen guin, 1997), 151.
10 Tomás Straka. «Cesarismo democrático: la victoriosa derrota de Vallenilla Lanz». Prodavinci, 4 de noviembre de 2019.
Elías Pino Iturrieta. «Vallenilla Lanz: "Un jefe que manda y una multitud que obedece"». Prodavinci, 4 de agosto de 2019.
11 Carlos Rangel. Del buen salvaje al buen revolucionario (Caracas, Venezuela: Criteria, 2005), 42.
12 Datos de la última actualización del proyecto Angus Maddison, publicada de 2023. Para 1820, el promedio ponderado para población se obtuvo con los datos de las ocho naciones para las cuales hubo datos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú, Uruguay, Venezuela). Para efectos de realizar la comparación, utilicé los datos de esos mismos ocho países en 2022, a pesar de que en esa fecha hay datos para más países.



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