EL Rincón de Yanka: octubre 2025

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viernes, 31 de octubre de 2025

POEMA "CUALQUIER SISTEMA SIN NOSOTROS SERÁ DERRIBADO" por LEONARD COHEN 🙋



Cualquier sistema 

Cualquier sistema que podáis concebir 
sin contar con nosotros 
será derribado. 
Os hemos avisado ya antes
y nada de lo que habéis construido ha perdurado. 
Oídlo mientras os inclináis sobre vuestros planos. 
Oídlo mientras os arremangáis.
Oídlo una vez más. 
Cualquier sistema que podáis concebir 
sin contar con nosotros 
será derribado. 
Tenéis vuestras drogas 
Tenéis vuestras armas, 
tenéis vuestras pirámides, vuestros Pentágonos; 
a pesar de vuestra hierba y vuestras balas 
ya no podéis seguir cazándonos.
Todo lo que revelaremos de nosotros para siempre 
es esta advertencia. 
Nada de lo que habéis construido ha perdurado. 
Cualquier sistema que podáis concebir 
sin contar con nosotros
será derribado. 

(De Leonard Cohen, 
La energía de los esclavos, 1972)

Cualquier sistema en la voz de Constantino Romero


La energía de los esclavos by horacio

«Después de ser padre, y tras un tiempo de recapacitación, volví a sentir confianza en mí mismo; me di cuenta de que buena parte de mis depresiones habían venido por las drogas y me replanteé todo. Saqué La energía de los esclavos, un nuevo libro poético de textos en verso libre… son quizás mis versos favoritos. En ellos di rienda suelta a todo el cinismo que llevaba encima, un cáustico examen de la política y de las guerras que asolaban el mundo. No pretendí dar soluciones, sino mostrar esa angustiosa impotencia que a todos nos atenaza».

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jueves, 30 de octubre de 2025

LIBRO "¡CREER O MORIR!": HISTORIA POLÍTICAMENTE INCORRECTA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 💥 por CLAUDE QUÉTEL y PELÍCULA SOBRE EMIGRACIÓN VENEZOLANA POR LA NARCOTIRANÍA

¡Creer o morir!
Historia políticamente incorrecta 
de la Revolución francesa



Libertad, Igualdad 
y  Fraternidad… 
o  LA MUERTE
¡Creer o morir! ¡He aquí el anatema pronunciado por espíritus ardientes en nombre de la libertad!
Así expresaba su indignación el periodista Jacques Mallet du Pan en el Mercure de France del 16 de octubre de 1789, al comienzo mismo de la Revolución francesa. Una proclama que desmiente la tesis, hoy casi oficialmente aceptada, de que hubo dos «revoluciones»: una buena, la de los derechos humanos, que se habría corrompido en una mala, la del Terror.
Pero… ¿y si toda la Revolución francesa hubiera sido un desastre enorme y lamentable desde sus inicios? ¿Y si, lo que durante mucho tiempo se ha presentado como el levantamiento de todo un pueblo, no fuera otra cosa que la locura asesina e innecesaria de un puñado de parisinos ebrios de ideología que provocaron una guerra civil cuya memoria aún divide al mundo entero?
Quétel ha osado romper el tabú. Para ello ha revisado las fuentes, retirando las capas de propaganda acumuladas para descifrar los hechos, liberándolos de las distorsiones de la historia políticamente correcta. Ofrece una nueva mirada, directa y sin prejuicios, que pone en cuestión relatos tan asumidos como el de la toma de la Bastilla y nos hace descubrir que antes del Gran Terror vino el Gran Miedo o que la Asamblea vivió sumida en un tumulto perpetuo y aplastando las libertades que proclamaba desde su inicio.
Este relato, detallado y apasionante, está dirigido a todos aquellos que deseen que finalmente se les cuente otra historia de la Revolución francesa. La verdadera historia.
PRÓLOGO

¿Se puede escribir un nuevo libro sobre la Revolución Francesa? ¿Tiene sentido? ¿No está todo dicho? 

Es probable que una gran mayoría responda que no vale la pena. ¿Para qué añadir más páginas a una bibliografía que ya supera lo que se puede leer durante una vida entera? 

Claude Quétel, por el contrario, ha tenido la audacia de responder que no, que no todo estaba dicho. Aún más, se ha atrevido a escribir ese libro que faltaba… ¡y ha salido airoso! Porque, digámoslo ya, esta Historia políticamente incorrecta de la Revolución francesa es un libro magnífico, de esos que hay que leer lápiz en mano, subrayando, y al que hay que volver con regularidad para refrescar esos hallazgos, esos apuntes, esos retratos que aportan una poderosa luz a sucesos que nos han llegado envueltos en brumas. 

¿Cuál es el secreto de Quétel? 

En primer lugar y, ante todo, un conocimiento exhaustivo y profundo del periodo. Saber, y saber mucho, es la primera condición para escribir algo original sobre cualquier tema, y aquí Quétel cumple con nota. Investigador en el CNRS (Centre national de la recherche scientifique), director científico del Mémorial de Caen, comisario del Centro nacional del libro en Francia, un dato nos pone sobre aviso acerca de con quién estamos tratando: sobre la toma de la Bastilla, un momento particular del proceso revolucionario, Quétel ha escrito tres libros en los que está todo, absolutamente todo, analizado y explicado. 

En segundo lugar, una mirada despojada de apriorismos ideológicos. Quétel no solo ha estudiado la Revolución francesa, sino también la historiografía de la misma y es muy consciente de hasta qué punto la toma de partido previa puede distorsionar la lectura que se hace de los hechos, resaltando unos, ocultando otros, retorciendo el relato para que encaje en aquella interpretación que se había decidido de antemano. El anexo final de ¡Creer o morir!, un repaso a las obras que han ido configurando a través del tiempo nuestra visión de la Revolución francesa, es la demostración de que la metáfora del lecho de Procusto es una realidad bien palpable. 

Quétel adopta la actitud contraria. Y empieza confesando su ambición: «hacer el relato, libre y detallado, de la Revolución francesa, fuera de todo academicismo y de toda postura. Un relato sincero». Ni a favor, ni en contra… lo que a veces puede resultar más devastador que aquellos relatos que, cargando en exceso las tintas desde sus primeras líneas, quedan irremisiblemente desacreditados. Algo, por otra parte, muy sencillo de enunciar pero que solo está al alcance de quien ha leído mucho, ha entendido mucho y ha alcanzado esa madurez que te permite ver el bosque sin olvidar cada uno de los árboles. Quétel se sabe al dedillo toda la historiografía, pero precisamente por ello prefiere ir directamente a los hechos, a las fuentes, a los textos contemporáneos. Los resultados son espectaculares, consigue un relato apasionante que se lee casi como una novela (como de costumbre, la realidad supera a la más exuberante ficción), en el que nada está predeterminado por fuerzas ciegas, en el que sus protagonistas no son peleles del destino, pero en el que las causas, por escondidas que estén, provocan invariablemente sus consecuencias. 

Así, con ¡Creer o morir!, Quétel nos muestra una Revolución francesa liberada de todas las capas que se le han ido añadiendo a lo largo de dos siglos. El ejemplo de la «épica» toma de la Bastilla es paradigmático. Los liberadores de la Bastilla, nos explica el autor, a pesar de lo mucho que buscaron y rebuscaron, solamente encontraron a siete presos: cuatro falsificadores en espera de juicio que aprovecharon para escaparse mientras que los tres otros eran paseados por las calles entre aclamaciones. El problema fue que enseguida resultó evidente que dos de esos tres son dementes que hay que encerrar al día siguiente en Charenton. El único prisionero, supuesta víctima de la crueldad absolutista, que se puede mostrar en público está preso por delito de incesto y pronto hay que apartarlo para no desprestigiar la memorable gesta. En definitiva, ni un prisionero presentable. 

¿Qué hacer? ¿Cómo erigir un mito heroico con estos mimbres? Claude Quétel nos explica que esta aparentemente difícil tarea no será un problema para los revolucionarios, los artistas de la propaganda y la manipulación: se inventarán un octavo prisionero, creación de su fantasía: un tal «conde de Lorges», cubierto de cadenas y encerrado desde hacía 32 años, que pasa a ocupar las portadas de las gacetas y panfletos del momento y del que se informa que, cuando expresó desorientado no saber adónde ir, la multitud, con una sola voz, le respondió: «la nación te alimentará». Todo producto de la calenturienta imaginación de los panfletistas revolucionarios, reforzada por cuadros poco escrupulosos encargados por los revolucionarios tras tomar el poder. Como se suele decir, así se escribe la historia. 

Nos preguntábamos al inicio si tenía sentido aún escribir (y leer) sobre la Revolución francesa. 
¿Vale la pena dedicar nuestro tiempo a unos sucesos de hace más de dos siglos? Me atrevo a afirmar que es imposible que, tras la lectura de este libro, alguien tenga la más mínima duda de que sí, y mucho. Y es que, para bien y para mal, la Revolución francesa es el acontecimiento que de forma más evidente inaugura el mundo en que vivimos. En cierto modo, lo que ocurre durante unos años en Francia está tan cargado de sentido que resulta como una condensación de todo lo que va a desplegarse en el ámbito sociopolítico desde entonces. Permítanme la exageración, pero todo lo que ocurre después ya sucedió durante la Revolución francesa. La demagogia parlamentaria, el terror, la manipulación de las masas, el arribismo, la reescritura de la historia, la propaganda política… Todo aquello que consideramos típico de diversos momentos y regímenes está ya presente en esa especie de tragedia griega (con su inexorable destino en forma de mecánica revolucionaria y sus insaciables saturnos devorando a sus hijos) que se desarrolla en Francia durante la última década del siglo XVIII.
Conocerla a fondo es comprender la historia contemporánea: no solo tiene sentido seguir estudiándola, sino que es crucial si queremos orientarnos en el presente. 

Algunos ejemplos servirán, o al menos eso espero, para convencerlos de la que quizás parezca a algunos una atrevida afirmación. Empezando por la constatación de que con la Revolución francesa se inicia el reinado de la opinión pública y, en consecuencia, los esfuerzos para conformarla. Pronto descubrirán los revolucionarios que la influencia de las obras baratas y populares es mucho mayor que la de las obras caras y prestigiosas. Quétel lo ilustra con una carta de Voltaire a d’Alembert en 1756 en la que podemos leer: 
«Querría saber qué daño puede hacer un libro que cuesta cien escudos. Jamás veinte volúmenes in-folio harán una revolución: 
son los libros pequeños de treinta sueldos los que hay que temer. 
Si el Evangelio hubiese costado doscientos sestercios la religión cristiana nunca habría sido establecida». Hoy podríamos decir que un youtuber es capaz de movilizar más que veinte tesis doctorales. 

Otro de los mecanismos que ya aparecen bien a las claras durante las jornadas revolucionarias y que nos resulta por desgracia muy familiar es la descalificación absoluta, radical, del discrepante, de quien se aparta de la doctrina oficial. Quétel nos advierte de que ya en la Revolución francesa el discrepante es declarado enemigo de la humanidad: 
«se convierte ipso facto en cómplice del oscurantismo y enemigo del progreso, es decir, del género humano». 
No es que pueda estar errado, algo siempre posible y en ocasiones incluso probable, es que se convierte en enemigo del pueblo, que es algo muy distinto. Como escribe Taine, «como el jacobino es la Virtud, no se le puede resistir sin cometer un crimen». Hoy son cada vez más quienes equiparan discrepancia con crimen y pretenden convertir en delito (de odio, climático, discriminatorio…) cualquier opinión que se desvíe de la doxa oficial del momento. 

Pero no se confundan, Quétel no es un nostálgico del Antiguo Régimen, dispuesto siempre a cargar las tintas contra los revolucionarios y a exonerar de toda responsabilidad a Luis XVI y los suyos. Lo decíamos antes, la originalidad de su enfoque es esa mirada libre, no predispuesta por ninguna toma de partido. Una mirada que le permite ver cómo el mito de una revolución «buena» y pacífica que va ser traicionada por una revolución «mala» y violenta es una invención que no resiste el más mínimo análisis de los hechos, que gritan a los cuatro vientos que el terror empieza con sus primeros pasos (para convertirse en Terror, con mayúscula, de forma natural, progresiva y consecuente). Sí, la «leyenda rosa» de la Revolución francesa queda herida de muerte tras la lectura de este libro. 

Pero esa misma mirada también muestra sin rodeos ni disimulos todas las deficiencias y errores del rey, sumido en la indecisión y que solo está a la altura de su estirpe y posición en los últimos momentos de su vida. Quétel no nos oculta, al contrario, el desacertado camino tomado por Luis XVI, combinando imprevisión, rigidez e indecisión, como cuando llama a los regimientos suizos a Versalles pero no les ordena actuar, sin comprender que, tal y como escribe Quétel, «la amenaza sin acción es la peor de las soluciones». Algo que, desde padres a gobernantes, deberíamos grabar a fuego en nuestras mentes.

¿Necesitan aún más muestras de que vivimos en el mundo nacido de la Revolución francesa? Fíjense en esta descripción de un conocido y popular político: 
«Sabía que el hombre de genio habla más a los sentidos que al espíritu: 
también su gesto, su mirada, el sonido de su voz, todo, hasta su manera de peinarse, estaba calculado sobre un conocimiento profundo del corazón humano. Su elocuencia ruda, salvaje, pero rápida, animada, repleta de metáforas audaces, de imágenes gigantescas, dominaba las deliberaciones de la Asamblea. Su estilo duro, rocalloso, pero expresivo, abundante, hinchado con palabras sonoras, parecido a un duro martillo en manos de un hábil artista, modelaba a su voluntad a hombres a quienes no se trataba de convencer, sino de aturdir y subyugar». 
Es la descripción que el marqués de Ferrières hace de Mirabeau y que Quétel recoge en este libro, pero encaja a la perfección, al menos parcialmente, en numerosísimos líderes políticos desde entonces, algunos, me atrevo a afirmar, presentes entre nosotros (les dejo a ustedes la tarea de ponerles nombre). Por cierto, Rivarol, refiriéndose al mismo Mirabeau, nos dejó esta perla a medio camino entre el elogio y la crítica mordaz: «Es capaz de todo, incluso de una buena acción». 

Y ya que destacamos las citas que recoge Quétel, no hay duda de que su método de dar voz al juicio, a la opinión, a los comentarios de quienes viven en presente la Revolución francesa es una de las claves que dan valor a este libro y que lo convierten en algo vivo y apasionante, muy alejado del árido tratado abstracto y aleccionador. Como cuando acude a los escritos de Arthur Young, un agrónomo inglés de visita en París, que es testigo de la escasez de trigo en París en 1789. Young se percata enseguida de cuál es la actitud de los revolucionarios y escribe: «Me parece que a los violentos amigos de los comunes no les molesta el alto precio del grano, pues es de gran ayuda para sus posturas y facilita así la apelación a los sentimientos apasionados del pueblo y facilita sus proyectos mucho más que si el precio fuera bajo». Aquello de «cuanto peor, mejor» ya funciona a pleno rendimiento en los albores de la Revolución francesa. 

O también cuando reproduce extractos de la carta del intendente de Alençon el 18 de julio de 1789, en la que explica la situación que se vive en aquella localidad del noroeste francés conocida hoy en día por ser la localidad natal de Santa Teresita de Lisieux: «Las revueltas se multiplican y la impunidad de que se jactan, porque los jueces temen irritar al pueblo con ejemplos de severidad, no hace más que enardecerlos». Observaciones que desde entonces han cruzado los Pirineos y son de aplicación a nuestra actualidad más próxima. 

O por seguir con los paralelos entre la Revolución francesa y la historia de España más reciente, llama la atención las similitudes entre el ambiente posterior a la caída de Robespierre, el «posTerror», y nuestra Transición, marcados ambos por el veloz realineamiento a la nueva situación. En cuestión de días el gorro rojo, «glorioso ayer, de repente se convierte en objeto de oprobio». París, ciudad sans-culotte, ahora es termidoriana: se recupera el hablar de usted, el trato de monsieur reemplaza al de ciudadano y el famoso pintor David, que antaño glorificara entre otros a Marat, diseña ahora el traje de los nuevos cinco directores que gobiernan Francia tras el golpe. Se llega incluso a que lo más chic sea tener un pariente guillotinado, que vendría a ser como el haber corrido delante de los grises. 

Confío en que si alguien lee estas líneas y duda aún si embarcarse o no en la lectura de ¡Creer o morir! deje atrás sus titubeos y se embarque en esta travesía por la sacudida que cambió el mundo. Se sumergirá en una década (1789-1799) inflamada de pasión, peligrosa, tremenda y cargada de enseñanzas, asistirá a sucesos decisivos casi como si de un espectador contemporáneo se tratara (con la ventaja de que no pondrá en riesgo su vida) y comprenderá mucho mejor no solo aquellos hechos, sino el mundo en que vivimos. Una propuesta que, aunque se pueda rechazar, hará bien en aprovechar.
Jorge Soley

INTRODUCCIÓN

Este libro solo tiene una ambición, pero es grande: contar la historia, libre y detallada, de la Revolución francesa, sin ningún tipo de academicismo ni postura. Un relato sincero. 

Pero ¿podemos observar la Revolución desde lo alto de Sirio, con toda serenidad, como lo haríamos desde otro período de la historia de Francia? Obviamente no. «No hay etnología posible en un paisaje tan familiar», escribe François Furet. El historiador de la Revolución francesa añade: 
«debe anunciar sus colores», dando de antemano «su opinión, esa forma de juicio que no se requiere sobre los merovingios, pero que es esencial en 1789 o 1793. Que dé su opinión y estará todo dicho, y tendremos al realista, liberal o jacobino». 

Sin embargo, resulta que el autor de este libro no es realista ni liberal, y mucho menos jacobino. No es, además, un especialista de la Revolución francesa (Furet tampoco), sino «del siglo XVIII». Esto le da una gran libertad frente a los entendidos del tema, los guardianes del templo, porque, de hecho, se trata de un santuario. 

El gran profanador fue Taine a fines del siglo XIX, tan radicalmente contrarrevolucionario que durante mucho tiempo se le impuso la ley del silencio. Un siglo después, el gran «revisionista» fue François Furet, quien dio una terrible patada en el hormiguero de los historiadores marxistas. De hecho, la tesis de una revolución popular confiscada por la burguesía ya había sido refutada por los historiadores anglosajones, pero esta no era una razón, a los ojos de los ortodoxos, para proclamarla en Francia. 

Sin embargo, y mirándolo más de cerca, el propio Furet no criticó radicalmente la Revolución. Con una ilación liberal inaugurada a principios del siglo XIX, salvó lo esencial al distinguir dos revoluciones sucesivas, la segunda resultante del «resbalón» de la primera, la de 1789 y la de 1790, la buena de alguna manera, ya que dio a luz a los derechos del hombre: «El Antiguo Régimen había sido la desigualdad de los hombres y la monarquía absoluta; en la bandera de 1789 aparecieron los derechos del hombre y la soberanía del pueblo. Es esta ruptura la que expresa más profundamente la naturaleza filosófica y política de la Revolución francesa; es lo que le da la dignidad de una idea y el carácter de un comienzo» (Diccionario de la Revolución francesa). 

Pero ¿cuáles son estos derechos humanos de los que seguimos oyendo hablar? ¿Los habría inventado la Revolución francesa? Obviamente no. La idea no era nueva, desde el cristianismo se asignó un valor único y absoluto a cada ser humano (ya que tiene un alma) hasta la filosofía de la Ilustración que puso siempre delante al hombre. La Declaración de Independencia de Estados Unidos los proclamó al universo el 4 de julio de 1776: «Todos los hombres son creados iguales; están dotados por el Creador de unos derechos inalienables: entre estos derechos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Y, de hecho, en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano del 26 de agosto de 1789 se hicieron eco de aquellos, comenzando con su famoso artículo 1: «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos». 

Entonces, si no los había inventado, ¿la Revolución francesa habría instituido los derechos humanos, los habría puesto en práctica? Nadie se aventuraría a decir que fue durante los diez años de su historia convulsa y mortífera. ¿El crédito valdría entonces para sus sucesores? ¿Para nuestras Repúblicas III, IV y V? 

Pero, salvo para traicionarlas constantemente, ¿qué libertad? ¿qué igualdad? ¿qué fraternidad? ¿Cuándo entraron estos nobles principios en la realidad histórica? ¿Desde cuándo la proclamación de los derechos del hombre lleva concretamente al respeto por los seres humanos como personas? ¿No será que, dicho de forma más trivial, la sociedad, como escribió en broma Chamfort en la época de la Revolución, está, incluso hoy, «compuesta de dos grandes clases: los que tienen más cenas que apetito y los que tienen más apetito que cenas»? 

En esta pseudoconquista de los derechos humanos, la Revolución francesa se engañó a sí misma y, paradójicamente, todavía nos sigue engañando a nosotros, en la doxa 1 republicana y, por consiguiente, en los libros de texto, pero también en la historiografía2, incluso reciente. ¡Oh! Por supuesto, ya no se celebra la Revolución como el glorioso episodio fundador de la República. Se le ha echado agua al vino. Se condena el Terror (sin embargo, hay una tendencia actual en la historiografía a relativizarlo e incluso reducirlo a un mito), pero se invocan hasta la saciedad los famosos derechos del hombre. ¿Una conquista semejante no valía una revolución, no importa cuál fuera su precio? Por gracia de la Revolución francesa, Francia se ha convertido en «la patria de los derechos humanos» y da lecciones al respecto, una y otra vez, a todo el mundo. «Desde el tiempo que Francia lleva brillando, escribía Jean-François Revel, me pregunto cómo no se ha muerto el mundo entero por insolación». 

Pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Platón ya nos habló del fracaso de su apuesta política: no pudo hacer del tirano Dionisio el Joven un rey filósofo. La realidad del poder apagó la frágil llama de los principios filosóficos que parecía haber aprendido. El rey filósofo (como el rey-filósofo defendido por Fénelon en su Telémaco) es una figura imposible de la historia. Por lo tanto, concluye Platón, «no habrá tregua a los males sufridos por los Estados; no más, creo, que a los del género humano». 

Y ahora, desde los primeros siglos de la historia mundial, la justicia (en el sentido moral), la humanidad, la libertad, la fraternidad quedan relegadas al firmamento de los deseos piadosos, la utopía, la magia. Porque, ¿quién es este «hombre» al que la «razón» de los filósofos reconoce todos esos «derechos naturales», sino un hombre abstracto, libre de toda contingencia histórica, política y social, «fuera del suelo», si se puede decir así? Sin embargo, este es el hombre que blandió la Declaración de 1789. 

Pero no importa, ya que los derechos humanos se alejan de la política para proceder del Evangelio y del culto. Valentine Zuber (Le culte des droits de l’homme) ve en ellos «una religión civil republicana, un conjunto de creencias, símbolos y ritos relacionados con las cosas sagradas llevadas por una sociedad y alejadas del debate». 

Un mantra y, además, venenoso: «No se trata de sentir si un ideal es en sí mismo bueno, verdadero, etc. 
Se vuelve infernal si está más allá de nuestro alcance, cuando queremos tomarlo para hacerlo norma de gobierno de los hombres y de la organización de la sociedad», escribe Augustin Cochin. Toda la historia de la Revolución francesa está ahí. 

Sacralizados de esta forma, los derechos humanos son intocables. «Hoy resulta inconveniente, blasfemo y escandaloso, criticar la ideología de los derechos humanos tal y como antes lo era dudar de la existencia de Dios», según Alain de Benoist (Más allá de los derechos humanos)3. Bajo esta bandera, la Revolución francesa es igual de insospechada. Sigue avanzando, escondiéndose detrás de su mito universalista.

Ha llegado el momento de descubrir la impostura detrás de la postura y finalmente aceptar que la Revolución francesa fue un horrible episodio, de principio a fin, de la historia de Francia. No fue la sublevación magnífica de todo un pueblo, sino una locura asesina e inútil, una guerra civil cuya memoria continúa hoy dividiendo fundamentalmente a los franceses. El resbalón, invocado por François Furet, que se habría producido después de la mágica Declaración, fue en realidad el de toda la Revolución, desde los primeros días de los Estados Generales e incluso desde que se emitió la simpática idea de convocarlos. Luego todo fue de mal en peor, hasta el punto de que, para salvar a Francia de la anarquía, fue necesaria una dictadura militar.
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1 Opinión. [N.d.T.]
2 Cf. al final del volumen, un ensayo de historiografía crítica, «La Revolución es seguramente un bloque».



CUANDO SOLO QUEDA 
AFERRARSE A LA FE PARA VIVIR

"Creer o Morir" cuenta la historia de David, un niño alegre creyente de 8 años, 
que junto a su abuela Nasha de 85 años, descubrirá un mundo de fe, 
sueños y posibilidades, más allá de los que sus ojos pueden ver.

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miércoles, 29 de octubre de 2025

LIBROS "CASAS MUERTAS" y OFICINA Nº 1 por MIGUEL OTERO SILVA, VENEZUELA 🏠🛢⛽


 CASAS MUERTAS Y OFICINA Nº 1

MIGUEL OTERO SILVA

"Casas muertas", es la denuncia del mal morir de una ciudad aniquilada por el paludismo, el gamonalismo y las guerras civiles. Enfermedad, autoritarismo y violencia aparecen aquí como tres fantasmas que son uno solo, el que atestigua y propicia la lenta caída de Ortiz, el pueblo donde ha muerto Sebastián, el pueblo en el que Carmen Rosa tendrá que decidir si se queda o se va, ese pueblo donde como ningún sitio se vivió el pasado, pero donde ahora lo que priva es la urgencia, la inmediatez, la crudísima realidad del presente. Casas muertas es uno de los libros más conocidos de su autor, Miguel Otero Silva.

En la novela de Miguel Otero Silva, un pueblo llamado Ortíz prácticamente desaparece víctima del paludismo y la emigración de sus habitantes a zonas centrales y áreas petroleras. Hoy hablaba con una amiga y decíamos que “Casas muertas” se había hecho realidad. Fui a visitar el pueblo donde crecí y me encontré con Ortíz, escarbé y encontré cierta belleza aún pero sospecho que se trata de la nostalgia y los recuerdos que ahí construí.
“Se fue la gente joven”, me dijo una tía. Y sí, queda mucha gente mayor, gente para la que empezar desde cero no es una posibilidad, gente que “guapea” y se adapta a las vicisitudes de cortes de luz de hasta 12 horas, de camiones de basura que no pasan en semanas, quedarse sin gas, hacer chicharrones con el cuero del pollo y tener que priorizar entre pintar la casa o arreglar una gotera.

Uno que otro niño juega en la calle con palos y piedras pero tengo la teoría de que quedan más perritos callejeros tomando una siesta en la sombra. Fui a mi antiguo liceo y encontré salones de clases que mezclan dos grados en uno, dos profesores se mezclan las asignaturas y exposiciones, no hay suficientes estudiantes y la infraestructura ya no da para más.
Muchas casas abandonadas, sus habitantes se fueron, muchos cruzaron el Darién y sus familias ahora cuentan sus odiseas en el porche de la casa, hacen videollamadas que se cortan a los pocos minutos. En esas casas solo queda la maleza que se va devorando la fachada o un tío borracho que se quedó y vendió los muebles.

De chamo me sentaba todas las tardes en un murito a ver pasar motos, fui a visitar el lugar y no había nadie, en el fondo esperaba ver chamos nuevos pero sólo quedaba el monte que no había sido cortado en meses. Nos fuimos.
En el cementerio mi papá encontró un mausoleo de un tal J. V. Gómez, investigué y no es ese Gómez, o quizás sí, quizás como en la novela, el dictador también fusiló al pueblo y se echó a dormir.
Es la crónica de un pueblo tropical, Ortiz, condenado a desaparecer por la decrepitud de sus propias estructuras y el desánimo de sus antiguos pobladores. Magistralmente escrita, con serenidad y concisión, pero también con melancolía y momentos de concentrado lirismo, sus personajes cautivan por su intensidad sin estridencias ni detalles superfluos, desde la primera escena funeraria hasta que Carmen Rosa abandona el pueblo para iniciar la nueva etapa de la moderna Venezuela.

OFICINA Nº 1: La novela narra el nacimiento de un campo petrolero en torno al pozo Oficina N.º 1, primero del oriente de Venezuela, que fue perforado por la 'Venezuelan Gulf'. La novela sigue la transformación del pozo en un pueblo petrolero, que en la vida real corresponde a la ciudad de El Tigre, y su desarrollo anárquico. Esta novela es una continuación de Casas muertas.

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En "Casas Muertas", Miguel Otero Silva nos transporta al pueblo de Ortiz, un lugar devastado por el abandono y la enfermedad, donde sus habitantes luchan contra el olvido y la desolación.
"Casas Muertas" no es solo una narración sobre la decadencia de un pueblo, sino también una metáfora de los ciclos históricos de Venezuela. Una historia llena de simbolismo que refleja las consecuencias del abandono social, pero también el anhelo de quienes sueñan con un futuro mejor.

En Oficina N° 1 (1961), Miguel Otero Silva retoma la historia que inició en Casas muertas. Carmen Rosa, la joven que huyó del pueblo muerto de Ortiz, llega al oriente del país atraída por la fiebre del petróleo. Pero el progreso prometido se convierte en una nueva forma de injusticia: el país agrario muere y nace el país petrolero, con los mismos males.
¿Crees que el petróleo realmente transformó a Venezuela o solo cambió la forma de nuestra dependencia?

Casas Muertas by Luis E. Yong


martes, 28 de octubre de 2025

LIBRO "TIERRA NUESTRA" y "LÉXICO y REFRANERO" EN LA OBRA DE SAMUEL DARÍO MALDONADO VIVAS

TIERRA NUESTRA


Samuel Darío Maldonado Vivas tenía 49 años cuando terminó de escribir "Tierra Nuestra", en la población de Tucupita, Venezuela,  en el año 1919, capital del Territorio Delta Amacuro donde fue gobernador durante dos años. El libro, considerado una novela enciclopédica, narra y describe lo que es la selva, la recolección de la sarrapia y la geografía del río Caura. Otros autores consideran que se trata de un texto autobiográfico por su estilo narrativo. Escrito en forma de charla, está poblado de comentarios en torno a diversos temas científicos y humanísticos. Incluye también relatos de experiencias con sus amigos, registros de sus lecturas y cientos de referencias amorosas al territorio, cuyos problemas y necesidades le preocupaban. 
"Tierra nuestra" cuenta con tres ediciones: la primera de 1921 publicada por el autor. La segunda, editada el año 1960 por la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, a propósito del año cuatricentenario de San Cristóbal. Y la última del año 1970, una edición de la Presidencia de la República como parte de la celebración del centenario del nacimiento del autor.


El Reverendo Padre Pedro Pablo Barnola, ilustre y eminente Director de la Academia Venezolana dé la Lengua, correspondiente de la Real Española, escribió en el magnífico prólogo que redactó para la edición de "Tierra Nuestra", de Samuel Darío Maldonado, publicada por la Presidencia de la República, con motivo del centenario del nacimiento de aquel ilustre escritor, las siguientes palabras: 

"Pero una de las cosas que sí parece muy clara es que poseía un conocimiento y una práctica admirables de la lengua castellana. Tal vez sea uno de los aspectos más importantes que deba prestarse a un estudio detenido de las páginas de este libro... Fue generoso en el uso de los términos criollos, tanto de los que él llama provincialismos -voces populares de legítimo uso, aunque entonces no registradas en el Diccionario-, como también de palabras originarias de nuestras diversas lenguas indígenas... 
Y todavía queda otro notable filón de gran interés cultural y lingüístico: 
el concerniente a los refranes, adagios y dichos populares, no pocos de pura extracción criolla, los cuales acuden con increíble facilidad a la pluma de Maldonado, y matizan muy expresivamente muchas de sus páginas. Ojalá que esta reedición de Tierra Nuestra despertara en algún estudioso de estas materias el interés de recoger, catalogar y estudiar esta parte del tesoro de nuestra sabiduría popular, de nuestro refranero, contenido en estas páginas".

Aunque sin méritos en el campo filológico Y lingüístico; me he atrevido a corresponder a la insinuación del Padre Barnola en lo que atañe al material léxico y al de los decires y· refranes de Tierra Nuestra, de Samuel Darío Maldonado. Cuidadosamente he seleccionado ese precioso material lexicográfico con el propósito de analizar cada palabra y buscarle su posible etimología, así como al refranero y a los decires su procedencia histórica.  Aspiro a contribuir con este trabajo al conocimiento y significado de muchas palabras criollas,  especialmente las de uso en los Andes venezolanos, pues como el propio Padre Barnola lo dice en su prólogo: 

"Es posible que algunos de éstos y otros vocablos estén en uso en el habla tachirense, tan rica en voces castellanas poco conocidas en otras regiones. de Venezuela".

Caracas, junio de 1972.
TULIO CHIOSSONE


En Ureña, Táchira, Venezuela, nació el 7 de febrero de 1870 un hombre que marcaría la historia venezolana: Samuel Darío Maldonado Vivas. Médico, escritor, antropólogo y reformador social, su vida fue una constante búsqueda por el conocimiento y el progreso del país. 🩺📚
Graduado como Doctor en Ciencias Médicas en 1893, llevó su talento desde los hospitales del Táchira y Cúcuta hasta los más altos cargos del Estado. Fue Ministro de Instrucción Pública, fundador de la Oficina de Sanidad Nacional, gobernador del Amazonas y Delta Amacuro, y senador de la República. Su visión moderna sentó las bases de la salud pública y la educación venezolana. 🏛️✨
Pero también fue un intelectual brillante y pionero de la antropología, apasionado por el estudio de los pueblos indígenas y autor de obras que dejaron huella, como Tierra Nuestra (1920), donde mezcló poesía, reflexión y ciencia. 🌿✒️
Falleció en Caracas el 6 de octubre de 1925, a los 55 años. Su legado sigue vivo como ejemplo de vocación, sabiduría y servicio a la nación. 💫
🎧 Conoce su historia y descubre por qué Samuel Darío Maldonado fue mucho más que un médico: fue un hombre adelantado a su tiempo.


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Tierra Nuestra Samuel D Maldonado 1920 by juan.carlos.ramirez


Lexico Refranero Tierra Nuestra by LESTER-RUBIO


lunes, 27 de octubre de 2025

"LA FATIGA DE LA CONCIENCIA" por CARL GUSTAV JUNG


LA FATIGA DE 
LA CONCIENCIA


La expresión "la fatiga de la conciencia" no es un término que Carl Jung acuñara directamente; sin embargo, se alinea con su pensamiento sobre la dificultad de la individuación y el reconocimiento de la propia sombra y complejidad interior, un proceso que requiere esfuerzo y puede ser doloroso, llevando a veces a una resistencia o "fatiga" frente a la confrontación con el inconsciente y las partes oscuras de uno mismo.

Explicación de la relación con la teoría junguiana:

Dificultad del despertar psíquico:
Jung sostenía que el proceso de despertar la conciencia y alcanzar la individuación no es fácil ni gratuito. Implica enfrentarse a la propia "oscuridad", es decir, a los aspectos reprimidos o desconocidos de la personalidad.

Resistencia al cambio:
La gente tiende a evitar este proceso, ya que implica dolor y confrontación con uno mismo, según una cita atribuida a Jung. Esta resistencia puede manifestarse como un cansancio o una dificultad para mantener el enfoque en la introspección y la integración de los elementos conscientes e inconscientes.

El inconsciente como fuente de lo desconocido:
Jung amplió la idea del inconsciente más allá de las represiones infantiles, considerándolo como un vasto depósito de lo que no ha sido elaborado simbólica o conceptualmente, lo cual incluye el inconsciente colectivo y los arquetipos.
Por lo tanto, aunque no sea una frase literal de Jung, "la fatiga de la conciencia" puede interpretarse como un estado de agotamiento o desánimo que surge de la resistencia al arduo trabajo psicológico de conocerse a uno mismo en profundidad y de confrontar los aspectos más difíciles de la propia psique, elementos centrales en la psicología analítica de Jung.


Tenemos un cerebro colectivo, anatómicamente, y funcionalmente, de cuya psicología colectiva nos desenganchamos parcialmente mediante un proceso de individuación. Contrariamente a Freud, Jung decía que en el inconsciente de la persona no solo existen represiones de origen infantil, sino que es más amplio, ocupando todo aquello que no accede a la consciencia para ser elaborado a nivel simbólico y procesado conceptualmente, etc.El inconsciente colectivo puede entenderse desde la ontogenia colectiva, a nivel simbólico, los habitantes de pueblos primitivos tienen una psique más compartida, menos diferenciada entre ellos, de modo parecido a la psique del bebé altamente compartida al no haberse individualizado, que implica separarse de los procesos compartidos a medida que la persona se desarrolla.

A nivel psicopatológico, los problemas ocurren cuando la persona se individualiza de su psique colectiva, y ambas entran en conflicto, debiendo la persona reprimir dado que la razón es consciente de su persona y de lo colectivo. La búsqueda de prestigio individual es verse como verdad colectiva, disminuyendo la discrepancia entre la persona y lo colectivo. Jung llama persona al recorte de la psique colectiva. Sin embargo, la persona es una máscara que finge individualidad, pero que busca amoldarse a la psique colectiva.

INCONSCIENTE INDIVIDUAL Y PERSONA

El concepto de persona de Jung hace referencia al sistema de relaciones entre la consciencia individual y la sociedad. Nuestra persona lo que representamos hacia otros, una máscara que precisamente encubre lo que somos, pero la persona no es lo que verdaderamente somos. Detrás de ella comienza nuestra "vida privada", una parte de la cual somos conscientes de ella. No obstante, hay personas que no tienen una gran habilidad metacognitiva e introspectiva, cuya consciencia se sobreidentifica con su persona. Es decir, creen que el repertorio que han desarrollado de cara a la sociedad es su ser, sin sospechar el mundo interno, y lo no consciente. Esto debe ser mayor mientras mayor sea la sobreidentificación con el pensamiento, algo generalizado en nuestras sociedades. 

Las representaciones para la vida en sociedad, nos permite desenvolvernos en el mundo, sin embargo producen reacciones compensatorias e inversas del contenido inconsciente. Si viviéramos en una isla desierta, no habríamos desarrollado persona, porque no hay elementos externos con quienes desarrollar convenciones simbólicas, morales, de lenguaje, etc. Muchos cambios de personalidad se basan en la pérdida de la individualidad, habla Jung de la escisión de la personalidad y la esquizofrenia producida por la atracción de una imagen colectiva, "pueden producir una inflación de tan alto grado que hace que la personalidad se desintegre". Si el inconsciente penetra la consciencia dominándola, se produce la psicosis.

Cuando se derrumba el mundo simbólico consciente (cuando las cosas del mundo real van mal), a menudo las personas se sienten a la deriva. Las personas caen en el inconsciente colectivo con el derrumbe de lo que estaba bajo control consciente. Aparecen contenidos inconscientes, que pueden ser creídos, pueden dominar, o pueden ser reprimidos, y con ello reprimida la libido. Comienza lo paranoide, la elación excéntrica, o el intento de restauración de la persona en una regresión, la persona empequeñecida. La sobreidentificación con la psique colectiva implica inflación de la verdad colectiva que aún no había sido descubierta por el individuo, junto con una renovación vital y aumento de libido. 

Esta visión de Jung equivale al aspecto visible en consulta de que personas que pasan por estresores fuertes o cuando existe una percepción de pérdida de control de la vida, comienzan a tener ideas peculiares con gran elación e identificación en torno a las mismas. "La enajenación de sí en lo colectivo responde a un ideal social". Deber y/o virtud. Incluso las neurosis obsesivas tienen un trasfondo de rituales y ceremonias purificadoras que intentan con un escrupuloso orden luchar contra los peligros que acechan.

La psique colectiva "agobia entonces con su peso a la personalidad y la desvaloriza", entonces "sofocando la vivencia de sí, sea exagerando inconscientemente la acentuación del yo en la forma de una voluntad de poderío patológica".



AGOTAMIENTO EMOCIONAL: EL CANSANCIO QUE NO PASA | CARL JUNG