¡Heil Sánchez!: Ensayo sobre tiranos,
democracias autoritarias,
antisemitismo fanático
y el nacimiento del “IV Reich”
El riesgo de que democracias liberales degeneren hacia formas autoritarias bajo gobiernos que se autoproclaman “socialistas” pero practican corrupción, represión del disenso y exterminio o estigmatización de determinados grupos sociales —incluyendo a la comunidad judía— no es una mera especulación. Hay evidencias históricas y contemporáneas de que algunos rasgos propios del totalitarismo —como el antisemitismo institucional, el control ideológico o la eliminación de normas democráticas— pueden germinar dentro de sistemas que mantienen una fachada democrática cada vez más descascarillada.
Basta mirar al Gobierno socialista del tirano Pedro Sánchez. Nos confundimos con él: no es un comunista ni un socialista al uso, tampoco es un modelo bolivariano o un simple progresista de salón: es un nazi que fantasea con bombardear a Israel con armas nucleares. Y para entender el peligro que esta realidad supone, conviene apoyarse tanto en la teoría política del pasado como en la actualidad que bulle a nuestro alrededor, y prestar especial atención al antisemitismo como termómetro de la barbarie que se avecina.
Hannah Arendt analizó en Los orígenes del totalitarismo (1951) cómo el antisemitismo moderno no es sólo un prejuicio social, sino una ideología racial-política que se consolida al fusionarse con el racismo, el nacionalismo y la crisis del Estado-nación.
Arendt sostiene que: “El antisemitismo, así como el racismo, son el rasgo principal del imperialismo colonialista, caracterizado por su expansión ilimitada… Estos movimientos eran hostiles al Estado y antiparlamentaristas, e institucionalizaron gradualmente el antisemitismo y otros tipos de racismo.” Además, Arendt afirma que el antisemitismo se convierte en peligro político cuando deja de ser un prejuicio privado para integrarse en las leyes, las instituciones y la propaganda oficial.
Por ejemplo: “Con la consolidación del poder nazi, el antisemitismo dejó de ser un prejuicio social y se convirtió en política: Alemania debía ser hecha ‘judenrein’, ‘purificada’…” Estas ideas establecen que la transición de democracia liberal al autoritarismo incluye la legitimación social de discursos de odio, la instrumentalización política del “otro” (judío en este caso), y la anulación de derechos ciudadanos, tal y como hacen habitualmente Pedro Sánchez y su Gobierno de sinvergüenzas cuando estigmatizan a lo que denominan como “las derechas” o al Estado de Israel. Para ver cómo algunas democracias muestran señales parecidas a esos precedentes, es útil observar datos actuales y casos concretos.
Un estudio reciente, The Enemy from Within: A Study of Political Delegitimization Discourse in Israeli Political Speech (RivlinAngert & Mor-Lan, 2025), analiza cómo los discursos en el parlamento, prensa y redes sociales incluyen una delegitimación sistemática de actores políticos considerados internos, mediante acusaciones simbólicas que cuestionan su legitimidad como ciudadanos. Este tipo de discursos, aunque no siempre incluyen antisemitismo explícito, ilustran cómo se normaliza el ataque político contra las minorías y cómo se cuestiona su legitimidad, lo que puede derivar en algo más grave si se une con una autoridad estatal, tal y como hace el Gobierno de Pedro Sánchez en España o el Gobierno del miserable Imanol Pradales en el País Vasco.
En una reunión con motivo del 80.º aniversario de la liberación de Auschwitz (enero de 2025), sobrevivientes y líderes judíos hicieron hincapié en el “enorme aumento del antisemitismo” en Europa, vinculado éste al discurso de odio promovido por las formaciones de izquierda. Isaac Herzog, presidente de Israel, en su discurso ante el Parlamento Europeo en enero de 2023, dijo: “Antisemitism is on the rise in the Western world … Antisemitic discourse festers not only within dark regimes, but within the heartlands of the free, democratic West.” (El antisemitismo está en aumento en el mundo occidental... El discurso antisemita no solo se extiende en regímenes oscuros, sino también en el corazón del Occidente libre y democrático). Estas declaraciones evidencian que incluso en democracias consolidadas, el antisemitismo ya no es marginal; aliado con un ferviente islamismo, ha penetrado medios de comunicación mayoritarios, políticos influyentes y en la opinión pública, lo que ofrece un terreno fértil para una deriva autoritaria si se intensifican otros factores (control del aparataje estatal, corrupción, expulsión del disenso, etc.).
Aunque todos los gobiernos “socialistas” e izquierdistas occidentales no son homogéneos, algunos comportamientos pueden ligarse con los efectos autoritarios vistos antes:
1. Uso del lenguaje de justicia social y de igualdad para legitimarse, mientras consolidan mecanismos de clientelismo, corrupción institucional y nepotismo.
2. Férreo control estatal sobre la educación, la cultura y los medios para promover una narrativa ideológica oficial, que puede incluir teorías conspirativas sobre minorías o culpables externos.
3. Deslegitimación del disenso mediante acusaciones de “fascismo”, de ser agente de intereses foráneos, o de estar al servicio de grupos judíos o financieros internacionales —una modalidad moderna del “judebolshevismo” nazista—.
La izquierda autodenominada progresista ha situado a las democracias liberales al borde la extinción. Cuando gobiernos que se proclaman socialistas son autoritarios, corruptos, y operan bajo el manto de la democracia, pero erosionan sus instituciones, se sitúan sobre la delgada línea roja que separa la libertad de la represión.
El antisemitismo emerge como un síntoma precoz: se cuela en los discursos políticos, se legitima por figuras públicas, se utiliza para construir enemigos internos, se hace presente en medios y redes sociales. Cuando esto ocurra sistemáticamente, hay un riesgo real de que lo que llamamos “IV Reich” no sea una mera metáfora, sino el modelo de un nuevo totalitarismo adaptado al siglo XXI.
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