EL Rincón de Yanka: LIBRO "LA SOMBRA": MEMORIA HISTÓRICA DE ZAPATERO 👥 por ROSA DÍEZ

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sábado, 25 de octubre de 2025

LIBRO "LA SOMBRA": MEMORIA HISTÓRICA DE ZAPATERO 👥 por ROSA DÍEZ

 LA  SOMBRA

Memoria histórica de Zapatero

ROSA DÍEZ

Rosa Díez explica en este libro -con información inédita y de primera mano- la alargada sombra que conecta el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero con el de Pedro Sánchez, al tiempo que narra la degradación de un partido, de un país y de sus instituciones.
Durante varias décadas Rosa Díez fue una de las políticas más destacadas del PSOE, donde desempeñó diversos puestos de responsabilidad tanto en el Parlamento Vasco como en el Parlamento Europeo. Tras muchos años dedicada en cuerpo y alma a la defensa de las libertades, en 2007 dio un sonoro portazo y abandonó la formación como consecuencia de múltiples desencuentros con el rumbo del partido y, en especial, con su política de acercamiento y negociación con la banda terrorista ETA.
En estas páginas, Rosa Díez ofrece un afilado e incisivo retrato de la trayectoria política de Zapatero a partir de su propia experiencia. Desde las claves menos conocidas del congreso en el que fue elegido secretario general, pasando por las sucesivas rupturas de los consensos de la Transición, el bloqueo de acuerdos con el PP o las cesiones a ETA y al independentismo para perpetuarse en el poder, este libro supone un implacable ejercicio de memoria histórica sobre el legado de Zapatero.
«La herencia que Zapatero nos dejó al irse formalmente del gobierno y de la política institucional no es únicamente la ruptura del consenso de la Transición y la recuperación de lo peor de las dos viejas Españas. Tras Zapatero quedó su sombra, esa sombra oscura que envuelve al presidente Pedro Sánchez y que corroe y oculta lo más luminoso de la historia democrática de España»

Rosa Díez

"En tiempos de oscuridad, 
el silencio es una forma de complicidad". 
Albert Camus

Todo empezó con Zapatero

La regresión sufrida por el PSOE en las tres últimas décadas no es ajena al deterioro que se ha venido produciendo en la socialdemocracia clásica europea, como consecuencia de su demostrada ausencia de ideas y de proyecto para afrontar los problemas complejos de la sociedad del siglo XXI. Hace muchos años que los socialdemócratas perdieron el rumbo y la iniciativa política y se situaron al margen de los debates sociales importantes, hasta el extremo de que no se recuerda la última ocasión en que plantearon alguna propuesta solvente e innovadora para enfrentar los retos de una sociedad mucho más abierta y llena de riesgos, pero también de oportunidades. Esa decadencia de la socialdemocracia ha transcurrido en paralelo al surgimiento y reforzamiento de los populismos de ambas orillas ideológicas, de los discursos xenófobos, del miedo a lo desconocido, de la añoranza a las viejas fronteras, del temor a las nuevas tecnologías y al futuro incierto.

La vieja socialdemocracia no supo comprender los retos de la nueva sociedad y menos aún anticiparse a sus problemas. Y mientras todo cambiaba en su entorno, optó por el inmovilismo y por mantener caducas recetas. Y cuando surgieron nuevas corrientes políticas que cuestionaban el statu quo, lejos de rearmarse, los socialdemócratas se asustaron y eligieron hacer seguidismo de aquellos que progresaban electoralmente apelando a los sentimientos más primarios y recuperando el anticuado discurso del nacionalismo más rancio y peligroso. No hay más que mirar a Alemania, Francia, Italia o el Reino Unido para comprender las letales consecuencias que ha tenido para los socialistas esa cobarde actitud.

Pero para ser justos —y aunque lo contextualicemos en el marco de las democracias occidentales— hay que reclamar para los socialistas españoles su papel vanguardista a la hora de acometer la demolición de su propio partido; porque cuando el PSOE comenzó a desmoronarse como partido nacional, sus correligionarios ideológicos aún gobernaban en varios países europeos. Y ese mérito debe atribuírsele de forma sobresaliente a José Luis Rodríguez Zapatero, un tipo que llegó al poder dispuesto a revisar todo lo que había tenido éxito en España y a emular todo lo que había fracasado en el resto de Europa.

El declive del PSOE, como organización política nacional con un proyecto común para toda España y defensor de los valores y principios de tradición socialdemócrata, comenzó a partir de aquel Congreso del año 2000 en el que los delegados eligieron a Zapatero como secretario general. Y aunque se suele responsabilizar al método de elección el hecho de que entren en las direcciones de los partidos —y de ahí a los gobiernos— personajes con un currículo profesional y/o político manifiestamente mejorable, viene bien recordar que Zapatero no fue elegido por un proceso de primarias —como suele repetirse tan insistente como equivocadamente—, sino que fue votado por los delegados que aterrizaron en el Congreso tras ser elegidos en las agrupaciones por el sistema tradicional y tutelados, ya en Madrid, por los barones territoriales de turno, los aparatos del partido… y la sombra de Felipe González y Alfonso Guerra. Pero estos detalles aparecerán más adelante.

También a la hora de apostar por un candidato cuyo mayor mérito era ser joven y un perfecto desconocido —aunque llevara varias legislaturas en el Congreso, desde 1986, y diez años siendo secretario general del PSOE en León—, los socialistas españoles se adelantaron a sus colegas del resto de Europa. El PSOE se convirtió en pionero al apostar por un dirigente telegénico, de sonrisa permanente, que pudiera ser la cara del tiempo de la política evanescente, líquida, basada en la propaganda y en el discurso hueco, sin perfiles ni aristas. No me equivoco si afirmo que el PSOE fue el primer partido político de la era moderna que se dio cuenta de que aplicando con constancia las técnicas goebbelianas se podía pervertir la realidad hasta el extremo de que la exigencia de cambio que se percibía en la sociedad se limitara a cambiar la cara del cartel electoral. Y como no podía ser de otra manera teniendo al frente a Zapatero, ese habilidoso don nadie, se inauguró en el PSOE la etapa de promocionar a quien tenía acreditado el mérito de no haber hecho nunca nada por lo que pudiera ser recordado o reconocido. María Teresa Fernández de la Vega, siendo ya vicepresidenta del Gobierno, hizo esta confesión a Suso de Toro en Madera de Zapatero. Retrato de un Presidente: «Mi impresión [sobre Zapatero] fue que era un tipo que representaba a una nueva generación de diputados, calladitos de momento, pero que estaban ahí. Aunque en aquel momento no hice una gran reflexión». Pues eso.

Fueron las viejas glorias del PSOE —incluso algunos de los que hoy se quejan amargamente del devenir de la historia— quienes decidieron que «el cambio» era apostar por un «chico» capaz de hacer una cosa y la contraria sin que se le moviera un pelo, sin bajar las cejas ni mudar el gesto y sin perder la sonrisa. O de no hacer nada sin que se le notara, que es a lo que se había dedicado en el Congreso de los Diputados durante tres legislaturas. Fueron las viejas glorias del PSOE, los que hoy se consideran a sí mismos «jarrones chinos», los que optaron por poner al frente del partido a alguien que pudiera simular el cambio, mientras ellos —¡ingenuos!— decidían qué había que hacer.

Y en esas, sin un proyecto político para España que partiera de lo mejor que habían hecho los socialistas, que reconociera los problemas del presente y que proyectara un futuro con ambición de país, Zapatero eligió como elemento cohesionador interno el discurso del odio a la derecha.

En su empeño por impedir la alternancia democrática —lo que no es sino el regreso al modelo franquista de partido único—, Zapatero defendió con ahínco la aplicación del cordón sanitario contra la derecha nacional en todas las instituciones y al margen de los resultados electorales. Fue él quien auspició en 2003 el Pacto del Tinell, que incluía una cláusula que impedía a los socialistas alcanzar acuerdos con el PP. Fue él quien rompió todos los pactos de Estado entre las dos grandes formaciones políticas que habían gestionado la transición entre dictadura y democracia. Desde la política europea hasta la política antiterrorista, pasando por el modelo territorial del Estado, nada quedó a salvo de la pulsión de Zapatero por la ruptura.

Como constataremos a lo largo de las siguientes páginas, lo del «no es no» de Pedro Sánchez Pérez-Castejón no deja de ser una burda derivada de la vocación rupturista que se instauró en las filas del PSOE en tiempos de Zapatero.

Aunque algunos viejos socialistas como Alfonso Guerra afirmaran años más tarde (cuando ya no pintaban nada en el partido ni podían evitar que la deriva siguiera adelante) que «el odio a la derecha no puede ser el programa del PSOE», ese fue el leitmotiv de los ocho años de Gobierno de Zapatero, hasta el extremo de que la mayor parte de las leyes que promovió en esa etapa fueron diseñadas con el objetivo primordial de aislar al PP. Vayan a la hemeroteca y descubrirán en cuántas ocasiones lo más importante para la bancada socialista no era el texto de la ley que se estaba debatiendo, sino encontrar una redacción que provocara que el PP no estuviera en el consenso, aunque hubieran de retorcer las palabras para conseguirlo.

Así es como el viejo PSOE, clave para construir la democracia en España, fue degenerando hasta convertirse en un partido sin discurso ni propuestas para el país, sin alternativas ni a los conservadores, ni a los nacionalistas, ni a los populistas de ambos extremos ideológicos. Sumándose a las propuestas identitarias del nacionalismo y asumiendo la defensa de la diversidad de derechos frente a la unidad de la Nación como instrumento imprescindible para garantizar la igualdad de todos los españoles, el PSOE de Zapatero dejó de ser un partido que vertebraba España para pasar a defender la tribu frente a la ciudadanía y convertirse en un partido nacionalista más. No es casual que, años más tarde, haya sido Zapatero quien, en nombre del PSOE, sellara con los supremacistas catalanes un acuerdo para establecer con rango de ley nacional la implantación de dos categorías de catalanes, ciudadanos de primera o de segunda, en función de la identidad catalana y el idioma que utilicen para sus relaciones entre ellos o con la Administración; sobra decir que lo que prima para ser ciudadano de primera no es el uso del idioma común, el español, sino el propio, el catalán. Lo que Zapatero no pudo hacer en 2005 dejando pasar como una simple reforma estatutaria el llamado Plan Ibarretxe —parece ser que aún no había ambiente— lo ha conseguido ahora para facilitar que siete votos de los supremacistas catalanes mantengan a Sánchez en la Moncloa, aunque sea a costa de renunciar a lo más sagrado, la igualdad de todos los españoles ante la ley.

A veces me pregunto cómo es posible que haya personas que a estas alturas se escandalicen —o finjan hacerlo— cuando escuchan afirmaciones de Pedro Sánchez del tipo «una nación es un sentimiento que tienen muchísimos ciudadanos en Cataluña y en el País Vasco y que tiene que ver con su lengua, su cultura…» en respuesta a Patxi López, que le preguntó en el debate de primarias: «Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?». ¿Acaso han olvidado que Zapatero, siendo ya presidente del Gobierno de España, sentenció que «una nación es algo discutido y discutible»? Él escribió el guion de esta degradación de los valores democráticos que está sufriendo España; y fueron los viejos líderes socialistas, la Productora, quienes lo pusieron y lo mantuvieron al frente del partido cuando ellos aún eran los «propietarios» de las acciones. Hay tantos implicados en esta demolición que no me extraña que quieran aparentar que lo que hoy ocurre es «nuevo», porque es la única manera que tienen de intentar escapar de su dolosa responsabilidad.

Tras cada nuevo envite de Pedro Sánchez contra el orden constitucional resulta frecuente que la reflexión al respecto finalice con un «todo empezó con Zapatero». Cierto; la realidad es que ni una sola de las afrentas al sistema del 78 que protagoniza Pedro Sánchez es original; todas, absolutamente todas, fueron ideadas en la factoría PSOE a partir del año 2000 y se pusieron en práctica durante el periodo en el que el poder institucional y político de España estuvo en las manos de José Luis Rodríguez Zapatero.

El objetivo de este libro es acotar con hechos lo que ocurrió en la etapa en la que Zapatero tuvo la responsabilidad de dirigir el PSOE y el Gobierno de España. Se trata de reconocer —y reconocerle— la preeminencia que le corresponde en la historia de la indignidad del PSOE, en el origen del proyecto de confrontación entre españoles y de la ruptura de la cohesión entre ciudadanos y territorios. Al otro narciso, Pedro Sánchez, siempre le quedará el premio de consolación de haber desenterrado físicamente a Francisco Franco, pero fue Zapatero quien desenterró el guerracivilismo. Es de justicia constatar que, aunque el uno y el otro coincidan tanto en la manera de acceder al poder como en la falta de escrúpulos a la hora de ejercerlo, fue Zapatero quien inauguró la forma de hacer política que nos ha traído a este nivel de confrontación y ruptura entre los españoles, inédito desde que el PSOE fuese dirigido por Francisco Largo Caballero.

En tiempos de desinformación institucional y de mentiras con rango de ley, y antes de que la censura oficial nos lo prohíba, resulta casi una obligación ética, moral y política, en el sentido estricto del término, documentar la trascendental importancia que ha tenido José Luis Rodríguez Zapatero en la deriva que ha sufrido el PSOE y el alto coste que está pagando la democracia española como consecuencia de su paso por las más altas instancias del poder.

Es necesario adjudicarle el título de primogenitura que merece en el proceso de demolición del sistema democrático que Pedro Sánchez está llevando a cabo en España. Porque si un embaucador como Zapatero no hubiera liderado el PSOE y el Gobierno de España, una persona como Pedro Sánchez, cuyo carácter se ajusta como un guante al concepto utilizado en psicología para definir su tipo de personalidad y que se denomina La Tríada Oscura, sustentada en tres patas —psicopatía, narcisismo y maquiavelismo—, jamás habría tenido la oportunidad de alcanzar la posición que ostenta, presidir un Gobierno que resulta una anomalía en la Europa democrática.

Esto nos permite confirmar que Pedro Sánchez es un copión y un ventajista. Vamos, que no es original ni siquiera a la hora de poner en marcha iniciativas malignas, aunque hemos de reconocerle que está poniendo el mayor de los empeños en ser el peor, aunque no sea el primero.

A lo largo de este libro quedará constatado cómo la estrategia diseñada e implementada por Zapatero fue determinante para transformar a España en un país fragmentado y sectarizado, propicio para que nuestras propias instituciones destruyeran la convivencia entre españoles sin necesidad de declarar una nueva y cruenta Guerra Civil. Aunque lo verdaderamente útil en términos democráticos sería que, una vez conocida la historia, sus protagonistas, sus objetivos, sus estrategias, sus actos… y también los silencios y la inacción de una gran parte de la sociedad, extrajéramos las conclusiones que nos obligasen a comportarnos correctamente de aquí en adelante. Porque hemos de ser conscientes de que, a pesar de la herencia recibida, Pedro Sánchez nunca hubiera podido desarrollar su verdadero carácter para socavar y demoler el sistema constitucional si la sociedad española hubiera reaccionado en tiempo y forma cuando Zapatero recuperó el discurso belicista de las dos Españas e inició el proceso de ruptura de la convivencia entre los españoles.

Si se hubiera hecho el diagnóstico correcto sobre la gravedad y el alcance para la democracia y para las siguientes generaciones de españoles de lo que estaba haciendo, hubiéramos podido reaccionar para frenar la peligrosa deriva. Si hubiéramos extraído las correctas conclusiones sobre lo que representaba el regreso del espíritu de Largo Caballero al frente del PSOE, podríamos haber evitado que la historia se repitiera. Pero no lo hicimos; y por eso, vencido el primer cuarto del siglo XXI, en España tenemos que hablar de involución, sistema fallido o, directamente, de autocracia. Y las mismas generaciones de españoles que sufrieron la primera andanada del socialismo devenido en rancio populismo nacionalista (que protagonizó Zapatero en el periodo comprendido entre 2000 y 2011) son hoy las víctimas de los desafueros de su heredero.

Y es que, más allá de los errores y responsabilidades de los políticos que no cumplieron con su obligación de alertar sobre los riesgos y de liderar la respuesta —cuestión que también abordaré a lo largo de este libro—, hemos de ser conscientes de nuestra responsabilidad colectiva como ciudadanos. Porque una sociedad que ignora la necesidad de defender las instituciones de la democracia termina por allanar el camino a quienes se sienten orgullosos del proceso de ruptura y confrontación entre españoles que inició Zapatero y que Sánchez ha decidido culminar levantando un muro para reforzar la zanja que cavó su antecesor.

A Zapatero le corresponde el mérito principal de haber logrado que un PSOE que superó su etapa marxista para abrazar la tradición y la ideología socialdemócrata haya involucionado hasta acreditarse como el exponente más rancio del populismo nacionalista y supremacista, homologable con cualquiera de los que pueblan el mapa latinoameri­cano y despuntan con fuerza en otras latitudes de Europa. Es verdad que Sánchez ha imprimido una velocidad de crucero en la tarea, sobre todo desde que decidió utilizar la pandemia para acelerar el proceso, aprovechándose de nuestros miedos y de nuestra indefensión, ence­rrándonos inconstitucionalmente en casa y cerrando el Parlamento. Pero insisto: si Zapatero no hubiera liderado previamente este proceso, Sánchez nunca habría pasado de ser «el chico guapo» y resentido que ocupaba el puesto de suplente en las listas del PSOE.

El PSOE dejó de tener como objetivo ser un partido nacional y contri­buir a la vertebración de España a través de sus instituciones desde el mismo momento en que José Luis Rodríguez Zapatero asumió el lide­razgo y se propuso revisar críticamente lo mejor de su historia, la aportación a la construcción de la democracia. Y su apuesta estratégica por la ideologización extrema de sus bases, por la ruptura de los grandes pactos de Estado que habían sido los instrumentos fundamentales para hacer la Transición, adquirió tintes de riesgo cuando el PSOE ganó las elecciones en 2004 y promovió institucionalmente la cultura de rup­tura de lo común que ya había prendido con éxito en el seno del partido. Y el adanismo, ese mal que lleva a determinados perfiles a comenzar una tarea como si nadie la hubiera abordado con anterioridad, propio de un político audaz a fuer de inculto, comenzó a guiar la estrategia de Zapatero desde la Presidencia del Gobierno.

En realidad, Sánchez se ha limitado a aplicar -eso sí, con nota- esa misma estrategia. Por eso les ofrezco los datos que me permiten afirmar que el mérito primigenio de que la democracia española se encuentre en grave riesgo de involución le corresponde a Zapatero. Y también se­ñalaré la cuota de responsabilidad que tienen aquellos que lo pusieron al frente del PSOE y la enorme irresponsabilidad mostrada por quienes, por miedo a que en el seno de su partido los acusaran de favorecer al PP, lo mantuvieron cuando ya había demostrado sus verdaderas intencio­nes y la calaña de que estaba hecho.

Sánchez sabe que se lo debe todo a Zapatero. No es casual que lo haya resucitado para reconocer públicamente al avalista macabro de Nicolás Maduro, de ETA, de los chinos o de cualquier otro líder o proyecto totali­tario que se precie.

Habrá quien se pregunte que para qué sirve hacer esta reflexión a estas alturas, de qué sirve poner negro sobre blanco la responsabilidad de cada cual en el proceso de deterioro de nuestra convivencia. Bueno, demostrado queda que si nuestro país está sufriendo esta gravísima crisis democrática es porque no evaluamos a tiempo los tremendos efectos para la convivencia que tendría la estrategia rupturista que ini­ció Zapatero. O sea, que si seguimos haciendo lo mismo -olvidando la historia y actuando como si estuviéramos en una situación de normalidad-, todo lo que puede empeorar empeorará. Y pagaremos las consecuencias.

Para que la pulsión rupturista de Zapatero tuviera continuidad tam­bién resultó imprescindible que un facilitador como Mariano Rajoy dilapidara la mayoría absoluta que le habían dado los españoles y de­ jara expedito el camino a su heredero sin tocar ni una coma de su legado. Este asunto, que a mi juicio es capital, lo abordaremos en otro momento.

También extraeré del olvido algunos hechos que permitirán confir­mar que las brechas más peligrosas en el entramado de la España constitucional y democrática se abrieron durante el primer mandato de la era de Zapatero, esa legislatura a la que accedió aupado por los atentados terroristas del 11M del año 2004. Su forma de acceder al Go­bierno -rodeando las sedes del partido que gobernaba en el momento en que se produjo el mayor atentado terrorista que hayamos sufrido en España- sería el primer ejemplo de anomalía política en la Europa de­mocrática que inauguró Zapatero y que Sánchez practica con fruición de adolescente.

Fue Zapatero quien concedió a ETA carácter de representación po­lítica al iniciar y culminar con la organización terrorista un proceso de negociación sobre cuestiones políticas, justamente aquellas por las que la banda asesinaba desde que instauró la primera de sus víctimas.

Fue Zapatero quien amnistió políticamente a ETA, quien la legalizó al negociar con ella, de igual a igual -en el fondo y en la forma-, como si fueran representantes de los ciudadanos. Desde el marco legal hasta la actuación de la Fiscalia, el Tribunal Constitucional o las reformas te­ rritoriales que la banda terrorista exigía para «dejar de matar», todo es­ tuvo sobre la mesa, todo fue objeto de debate y transacción.

Por su interés social, de servicio público, dedico en este libro un capí­tulo a transcribir una parte de las actas redactadas por ETA que la Poli­cía francesa, en colaboración con la Guardia Civil, requisó en Burdeos, en mayo de 2008, a Javier López Peña (Thierry), uno de los dirigentes de ETA que representaba a la banda terrorista en la mesa de negociación con el Gobierno de España.

Fue Zapatero quien instauró en el PSOE el proceso de selección nega­tiva -adversa, que diría un economista- consagrándose un método en el que la forma de progresar en el partido era inversamente proporcio­nal al nivel de inexperiencia política -o profesional- y directamente proporcional al odio que se mostrase hacia el PP, la derecha extrema.

Dicho de otra manera: a partir de la era Zapatero, para hacer carrera po­lítica en el PSOE, los requisitos más valorados fueron no tener currículo, no haber hecho nada en tu vida, ni política ni profesionalmente, y, sobre todo, acreditar un odio mortal al PP o a cualquier persona u orga­nización a la que la comandancia del PSOE decidiera tildar de derecha extrema (en el presente, extrema derecha). No hay más que ver que ese fue el método que utilizó Pedro Sánchez para ganar las primarias -tras su fallido «no es no» frente a Mariano Rajoy-recorriendo España en compañía de Koldo García, Santos Cerdán y José Luis Ábalos.

Pero lo peor para nuestra joven España democrática pasó mientras la clase económica, mediática, sindical y política le reía las gracias al pre­sidente del «cambio tranquilo» y los barones territoriales y dirigentes del PSOE se las prometían felices mientras su jefe de filas hacía trizas todo el legado de la Transición. Unos y otros, los silenciosos y los cóm­ plices, dirán que no se podía saber... Pero lo sabían y callaron mientras siguieron obteniendo beneficios económicos y políticos.

Cuentan que tras la primera gira que hizo Zapatero, una vez fue ele­ gido presidente del Gobierno de España tras los atentados del 11M de 2004, le dijo a su mujer: «No sabes, Sonsoles, la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar...». Poco importa para el caso que creyera que es lo mismo «gobernar» que «estar en el Gobierno», como hace su heredero Pedro Sánchez. Lo significativo es lo que revela la frase en cuestión: la de gente que me he encontrado en esta gira que está «a mi nivel»...

Por eso, convencida de que no estamos condenados a dejar nuestro país en las peores manos, les propongo que seamos políticamente in­ correctos y aprovechemos estos tiempos de desmemoria instituciona­ lizada para levantar el velo y documentar los hechos. Por utilizar la cita atribuida a George Orwell, «en tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».

Vamos al lío.

BRUTAL ROSA DÍEZ: 
"La idea del PSOE siempre ha sido legalizar a ETA para ilegalizar al PP"





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