Las ideologías políticas
contemporáneas
Roy C. Macridis y Mark L. Hulliung exponen en este libro un lúcido análisis de las ideas que definen las controversias políticas más importantes de nuestra época. Además de examinar el liberalismo, el conservadurismo, el fascismo, el nacionalismo, el marxismo y el anarquismo, presentan una aproximación histórica al multiculturalismo y su impacto en el mundo. Asimismo, tratan los movimientos estudiantiles estadounidenses y europeos de los años sesenta en perspectiva comparada y el resurgir del impulso religioso, desde el fundamentalismo hasta la teología de la liberación.
Bardos olímpicos que cantaban ideas divinas
[...] que siempre nos encuentran jóvenes
y nos mantienen así.
Ralph Waldo Emerson, El poeta.
Seamos conscientes o no de ello, todos tenemos una ideología, incluso los que declaran abiertamente no tenerla. Todos creemos ciertas cosas. Todos valoramos algo: la propiedad, los amigos, la ley, la libertad o la autoridad. Todos tenemos prejuicios, incluso los que declaran estar libres de ellos. Todos vemos el mundo de una u otra forma (tenemos ideas sobre él) e intentamos que lo que allí sucede tenga sentido. Muchos de nosotros nos sentimos descontentos y criticamos lo que observamos alrededor nuestro comparándolo con lo que querríamos ver. Algunos rechazan la sociedad y sus valores y se aíslan enfurruñados en sus torres de marfil, pero están prestos para entrar en acción.
La gente con las mismas ideas sobre el mundo, nuestra sociedad y sus valores se agrupa. Nos sentimos atraídos por los que tienen valores e ideas similares, disfrutan con las mismas cosas que hacemos nosotros. que tienen prejuicios parecidos a los nuestros y, en general, ven el mundo del mismo modo. Hablamos de gente que tiene la misma «mentalidad», individuos que comparten ciertas creencias y que tienden a reunirse en clubes, iglesias, partidos políticos, movimientos, asociaciones varias, etc. No importa lo independientes que pretendamos ser; todos nosotros estamos influidos por ideas. Somos sensibles a los llamamientos que nos hacen -a nuestro honor, patriotismo, familia, religión, cartera, raza o clase- y a todos se nos puede manipular y estimular. Somos creadores y producto de ideas, de ideologías, y a través de ellas manipulamos a otros y nos mani- . pulan a nosotros.
Las ideologías son parte importante de nuestra vida; no están muertas ni en declive en ningún sitio, como sostienen algunos autores. ¡Ah!, que la aspiración del hombre sobrepase su alcance, ¿para qué es el cielo si no? escribió Browning en 1885. Casi un siglo después, un fuerte resurgir de ·los movimientos ideológicos y utópicos hizo tambalearse a gobiernos poderosos mientras muchos buscaban su propia visión del cielo en la tierra.
«Seamos realistas, pidamos lo imposible» fue uno de los eslóganes de intelectuales y estudiantes a final de los años sesenta. No es sólo que las ideologías sobreviven, sino que de nuevo se reconoce su importancia fundamental. En la actualidad los neomarxistas están de acuerdo en que una renovación drásticamente revolucionaria de la sociedad, si ha de haber alguna, debería ser sobre todo una revolución moral e intelectual: una revolución de la ideología de la sociedad. Debe crear su propia «contraconciencia», su propia «contracultura», un nuevo conjunto de creencias y valores, y un nuevo estilo de vida que devore, como un gusano, el núcleo interno de la ortodoxia liberal capitalista dominante. Sólo después de que ese núcleo ideológico haya desaparecido se podrá cambiar y reemplazar la vieja sociedad. Pero las ideologías son fuertes; persisten.
Su núcleo interno es mucho más resistente al cambio de lo que la mayoría de la gente había pensado. Las ideas y valores establecidos no se pueden extirpar sin más. Están profundamente arraigados en el suelo en el que crecen. Y aunque se ha insistido y debatido mucho sobre las ideologías que provocaron un cambio o lo inspiran, apenas se ha prestado atención al conjunto de valores, hábitos y prácticas resistentes al cambio, al fenómeno que podríamos denominar conservadurismo ideológico. La familia, la Iglesia, las relaciones de propiedad y los nacionalismos continuaron desafiando las verdades reveladas e impuestas por los comunistas, como hemos visto recientemente con el derrumbamiento de los regímenes comunistas.
La formación ideológica ha estado siempre en conflicto con la preservación ideológica. ¿Qué es una ideología? Se ha definido la ideología como «un conjunto de creencias, ideas o incluso actitudes íntimamente relacionadas, características de un grupo o comunidad» l. Del mismo modo, una ideología política es «un conjunto de ideas y creencias» que la gente tiene sobre su régimen político y sus instituciones, y su propia posición y rol dentro de él. De esta forma, la ideología política aparece como sinónimo de «cultura política» o «tradición política».
Los británicos, norteamericanos, franceses o rusos organizan su vida política a partir de distintos conjuntos de ideas, creencias y actitudes interrelacionados. Sin embargo, diversos grupos dentro de la misma comunidad política, en ciertos momentos y en determinadas condiciones, pueden cuestionar -y a menudo lo hacen- la ideología dominante. Intereses, clases y asociaciones religiosas y políticas varias pueden desarrollar una contraideolo-: gía que cuestione el statu quo y pretenda modificarlo. Defienden el cambio en vez del orden, critican o rechazan el régimen político y el orden social y económico existentes, presentan proyectos para la reestructuración y reordenación de la sociedad, y generan movimientos políticos con objeto de obtener suficiente poder para llevar a cabo los cambios que promueven.
En este sentido, una ideología política empuja a la gente a la acción. La motiva para reivindicar cambios en su modo de vida y modificar las relaciones políticas, sociales y económicas existentes, o la moviliza para preservar lo que valora. Al tratar las ideologías (todas las ideologías) debemos tener siempre en mente estas dos características fundamentales: una determinada ideología política racionaliza el statu quo, mientras que otras ideologías y movimientos rivales lo cuestionan. I .j
Filosofía, teoría e ideología
Debe diferenciarse entre filosofía o teoría, por un lado, e ideología, por otro. Filosofía -en sentido literal- significa amor a la sabiduría, a la imparcial y a menudo solitaria contemplación y búsqueda de la verdad. En el significado más estricto de los términos, teoría es la formulación de proposiciones que unen variables causalmente para justificar o explicar un fenómeno, y esas uniones deben ser verificables empíricamente. Naturalmente, esto es cierto en lo referente a los científicos naturales, que operan dentro de un marco normativo claramente definido aceptado por todos ellos. Sin embargo, en las ciencias sociales este marco normativo todavía no existe y es muy difícil conseguir verificaciones empíricas.
Lo que separa la teoría o la filosofía de la ideología es que, mientras las dos primeras implican reflexión, organización de ideas y, siempre que sea posible, demostración, la ideología forma creencias que incitan a la gente a la acción. Los hombres y mujeres se organizan para imponer ciertas filosofías o teorías y llevarlas a cabo en una determinada sociedad. Por tanto, la ideología implica acción y esfuerzo colectivo. Aun cuando se originan (como ocurre a menudo) en la filosofía o en la teoría, las ideologías son inevitablemente versiones muy simplificadas, e incluso distorsionadas, de las doctrinas originales. Siempre es interesante conocer la filosofía o la teoría en la cual tiene su origen una ideología. Pero es igualmente importante entender la ideología como una entidad distinta y separada que debe estudiarse en términos de su propia lógica más que en los de la teoría de la que se deriva o de hasta qué punto se parece a dicha teoría.
Es difícil comprender cuándo y en qué circunstancias una teoría o filosofía se transforma en una ideología, es decir, en un movimiento orientado a la acción. Importantes teorías y doctrinas filosóficas pasan inadvertidas y permanecen intactas durante generaciones antes de ser «descubiertas».
El conocido sociólogo alemán Max Weber lo pone de manifiesto indicando que las teorías y filosofías se «seleccionan» para ser transformadas en ideologías, sin explicar, sin embargo, precisamente cómo, cuándo y por qué. Se puede comparar la historia con un gran frigorífico en el que se conservan ideas y teorías para ser usadas posteriormente. Por ejemplo, diferentes trabajos de Platón han sido en diversos momentos el origen de distintos movimientos ideológicos. De modo parecido, mientras que las principales obras de Karl Marx contribuyeron al desarrollo de un influyente movimiento ideológico, son sus primeros trabajos -el «primer Marx» o el «joven Marx»- los que se han adaptado para adecuarlos a algunos movimientos y gustos contemporáneos. Lo mismo ocurre con los poderosos movimientos religiosos y nacionalistas que seleccionan y escogen diferentes partes de la Biblia o del Corán. Existe una dialéctica entre las ideas, como tales, y las necesidades sociales; ambas son indispensables para tener una ideología. Exigencias profundamente sentidas que surgen del cuerpo social pueden fracasar por ausencia de ideas; y las ideas pueden pasar relativamente inadvertidas durante largo tiempo por no ser relevantes para las necesidades sociales.
Ideología política: los componentes básicos
La deuda contraída por la mayoría de las ideologías políticas con la especulación política y la filosofía resulta bastante obvia cuando observamos algunos de los principales temas abordados por las ideologías políticas:
1) el papel y la naturaleza del individuo (la naturaleza humana);
2) la naturaleza de la verdad y cómo puede descubrirse;
3) la relación entre el individuo y el grupo, sea éste la tribu, la pequeña ciudad-estado o el Estado contemporáneo tal y como lo conocemos;
4) las características de la autoridad política, su origen y sus límites, en el caso de que los tenga;
5) los fines y mecanismos de la organización económica y el muy debatido tema de la relación entre igualdad material y económica y libertad individual. Los juicios normativos sobre cada uno de estos temas y muchos más son el verdadero «material» de las ideologías políticas contemporáneas.
Algunos han sido objeto de un acalorado debate durante muchos siglos y continuarán siéndolo.
El individuo Las ideologías políticas se dirigen a cada uno de nosotros; todas comienzan con una u otra preconcepción la naturaleza humana. Algunos creen que somos criaturas de la historia y del entorno, que nuestra naturaleza y características se entremezclan con las condiciones de vida materiales y, en último término, las determinan. La naturaleza humana es plástica y siempre cambiante, y con la adecuada «ingeniería social» -otro término para la educación- pueden acomodarse dentro de un modelo.
Muchas ideologías presuponen que con los cambios apropiados en nuestro entorno y la oportuna inculcación de nuevos valores se pueden crear hombres y mujeres «nuevos». No hay nada sacrosanto, por tanto, en nuestras actuales instituciones y valores; por el contrario, algunos de ellos son absolutamente malos. Por otro lado, muchos conocidos filósofos, especialmente los del período de la Ilustración y el siglo XIX, han ofrecido una noción distinta de naturaleza humana. Tenemos algunas características innatas: rasgos de sociabilidad, bondad y racionalidad.
También estamos dotados de derechos, como el derecho a la vida, a la libertad y la propiedad. Las instituciones no son más que un reflejo de esos rasgos y derechos, y una organización política debe respetarlos, e incluso proporcionar los mejores medios para protegerlos. Por consiguiente, el Estado que protege esos derechos no puede invadidos, está limitado.
Por último, otros filósofos políticos han defendido que la naturaleza humana es «envidiosa», «egoísta» y «belicosa», y que es obligación del Estado doblegar nuestros innobles impulsos. El poder político y la coacción son los que hacen posible y segura la vida social. Especialmente interesantes son las teorías psicológicas de la motivación individual, generalmente asociadas al liberalismo económico, que examinaremos en el capítulo 2. Los filósofos y economistas británicos -al rechazar la noción de derechos naturales- consideraron un individuo impulsado por el deseo que sólo busca la gratificación del placer. Todos estamos motivados por la búsqueda del placer y los únicas restricciones son externas: los placeres e impulsos de los demás. La competencia en un mercado libre proporciona esas restricciones. Nociones similares del «hombre político», sediento de poder y de gloria, condujeron a la formulación de teorías sobre el equilibrio de poderes: cada poder controlando al otro para proporcionar un equilibrio que preservara la libertad de todos. Fue la depravación de la naturaleza humana lo que llevó a James Madison -uno de los autores de El federalista y cuarto presidente de Estados Unidos- a considerar el gobierno como algo necesario.
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Platón (427-347 a.C.)
El fiLósofo griego PLatón fue discípuLo de Sócrates y el fundador del idealismo fiLosófico, según el cual Las ideas existen en sí mismas y por sí mismas, formando un universo perfecto y armonioso. Como filósofo político, Platón escribió La República, trabajo que describe un Estado ideal con una rígida estructura de clases gobernado por filósofos-reyes, que carecían de propiedad y lazos familiares con objeto de gobernar para el bien común.
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La naturaleza de la verdad
¿Existe una verdad? ¿O la verdad se descubre progresivamente a través de la competencia de diversas ideas y puntos de vista, a la que cada generación va añadiendo algo? La idea de que hay una verdad que sólo le es revelada a algunos y que éstos la perciben de forma autoritaria, exige nuestra sumisión a ella. Debemos ceñimos tanto como sea posible a lo que se nos da y obedecer a aquellos que hablan en su nombre. De este modo, los seres humanos se ven desprovistos de la libertad para buscar la verdad, para experimentar con nuevas ideas, para enfrentarse unos a otros con diferentes puntos de vista y para vivir en un sistema que tolere diferentes formas de vida.
Por otro lado, están aquellos para quienes los únicos medios para descubrir la verdad son una constante exploración humana del universo y una perseverante investigación sobre los fundamentos y las condiciones de vida. «La naturaleza del entendimiento es tal que no puede ser forzada a creer nada por una fuerza externa», escribió John Locke. Quienes mantienen esta opinión favorecen la competencia de ideas, defienden la tolerancia con todos los puntos de vista y quieren asegurar las condiciones de libertad indispensables para la investigación en curso. Es lo que llamamos pluralismo. Si existiera una verdad absoluta, los pluralistas la rechazarían por miedo a que privara a los seres humanos del desafio de descubrirla.
El individuo y la sociedad
Para algunos científicos sociales no existe la entidad «individuo». Los individuos se perciben como parte de una masa o un grupo cuya protección y supervivencia requiere cooperación. Al individuo se le consideraba indefenso fuera del grupo o del Estado, que son los que hacen las normas de conducta y establecen las relaciones entre gobernantes y gobernados. El individuo es un «ser social» y nada más.
El otro punto de vista enfatiza lo contrario, la primacía del individuo, a quien -habiendo vivido originalmente en el estado de naturaleza- considera dotado de razón y derechos naturales. Para protegerse a sí mismo y a los suyos, el individuo logra crear una sociedad política que protege sus vidas y sus propiedades. El sistema político -el Estado-- está compuesto de, por y para los individuos. Es el resultado de un contrato libremente aceptado.
Como sucede con las teorías sobre la naturaleza humana, nuestra visión de la relación entre el individuo y la sociedad determina a menudo nuestra ideología política. Quienes otorgan primacía al grupo muestran cierta inclinación a enfatizar la naturaleza «orgánica» de la sociedad y del sistema político: es una totalidad, como nuestro cuerpo, y los individuos son como las células de nuestro organismo. Son sólo partes que encajan en el todo; no tienen libertades ni derechos.
La teoría «orgánica» acentúa la totalidad y la Íntima interdependencia de las partes necesaria para hacerla funcionar. Esta teoría deja poco margen para el cambio, excepto si es muy gradual. El cambio súbito modifica el equilibrio de las relaciones existentes entre las partes y, por tanto, hace peligrar el todo, la sociedad. La teoría «orgánica» es también totalitaria en nombre del objetivo primordial de la sociedad, al que todas las partes e individuos están subordinados. Quienes asumen la primacía del individuo llegan a conclusiones diametralmente opuestas. El individuo es lo más importante.
Los individuos crean la sociedad política en la que viven y pueden cambiarla. La vida política es un acto de voluntad y la autoridad política está basada en el consentimiento. La sociedad consiste en un laberinto de voluntades y unidades -tanto individuales como grupales- superpuestas, colaboradoras y conflictivas, que participan en el sistema político.
El cambio, la reforma, la experimentación e incluso la revolución, deben brotar de la voluntad y el consentimiento, y del esfuerzo común y la acción de los individuos. Si, como hizo Thomas Jefferson, se debe afrontar una revolución, ésta debe surgir de la voluntad de la mayoría de la gente.
La autoridad política
Las diferencias básicas sobre la naturaleza y organización de la autoridad política derivan de teorías sobre la naturaleza de la verdad y de las relaciones entre el individuo y el grupo. La creencia en una verdad primordial conduce casi siempre a una posición autoritaria. Es elitista; asume que un pequeño grupo «sabe» y es capaz de gobernar sobre la base de ciertas cualidades. Para Platón esas cualidades eran intelectuales: el filósofo-rey; para otros, son preceptivas: basadas en la herencia. Las cualidades consideradas necesarias para gobernar podrían ser también carismáticas: atractivo y personalidad, o la clase -propietarios o trabajadores- que tiene la histórica misión de gobernar o transformar la sociedad.
Por otro lado, quienes dan por supuesto que la autoridad política d~- riva de la voluntad de los individuos son partidarios de limitar la autondad política con objeto de permitir la participación y la deliberación abierta. Defienden la libertad de pensamiento y expresión, el respeto de las libertades individuales, y la libertad para las asociaciones, partidos políticos y demás organizaciones. No se admiten derechos. a gobernar basados en el nacimiento, la herencia, la riqueza, la superioridad intelectual o los títulos preceptivos. A nadie le es concedido el «monopolio de la verdad».
Igualdad y propiedad
Muchas de las ideologías políticas más importantes pueden diferenciarse sobre la base de las respuestas que intentan dar a las siguientes preguntas: ¿Quién produce y quién decide lo que se produce? ¿Quién consigue qué y cuánto?
Las respuestas son complejas, ya que los propios conceptos y cuestiones -para qué hablar de las respuestas- están cargados de emociones y valores, impregnados de ideología. El tema central sigue siendo el de la igualdad.
Los primeros liberales interpretaban la igualdad de forma restrictiva equiparándola a igualdad ante la ley o igualdad para votar y participar en la elección de los líderes políticos. Sin embargo, a menos que la gente tenga igual acceso a la educación y a medios de vida materiales (aunque sean mínimos), la igualdad ante la leyes una ficción. Como veremos, a lo largo del siglo XX, quienes defendían la igualdad política o legal sobre todas las cosas chocaron con los defensores de la igualdad material. Existe una constante tensión entre la igualdad material y económica, por un lado, y la igualdad formal, legal y política, por otro.
La propiedad y el derecho a la propiedad individual, como se verá más adelante, han sido objeto de fuertes conflictos ideológicos. Son pocos los teóricos y filósofos que han dado su bendición incondicional a la propiedad individual. Cuando lo han hecho -el caso de Aristóteles y John Locke, entre otros-, la propiedad se concebía en términos físicos: la que los individuos conseguían poner bajo su control directo mediante su trabajo.
Desde Platón, que no tendría ninguna, pasando por los Padres de la Iglesia, hasta llegar a muchos socialistas utópicos y, por supuesto, marxistas, la propiedad se consideró como algo perturbador para la comunidad y la vida social, especialmente cuando estaba distribuida de forma muy desigual. La propiedad enfrentaba a unos contra otros. No era un derecho natural, sino el resultado de una fuerte explotación: origen y razón de la desigualdad que explica el conflicto social. Las democracias liberales han hecho hincapié en los derechos de propiedad, aun cuando se han visto forzadas a limitarlos en favor de una mayor igualdad.
Por otro lado, el socialismo y el comunismo han sido Por otro lado, quienes dan por supuesto que la autoridad política deriva de la voluntad de los individuos son partidarios de limitar la autoridad política con objeto de permitir la participación y la deliberación abierta. Defienden la libertad de pensamiento y expresión, el respeto de las libertades individuales, y la libertad para las asociaciones, partidos políticos y demás organizaciones. No se admiten derec~os. a gobernar basados en el nacimiento, la herencia, la riqueza, la superioridad intelectual o los títulos preceptivos. A nadie le es concedido el «monopolio de la verdad».
Igualdad y propiedad
Muchas de las ideologías políticas más importantes pueden diferenciarse sobre la base de las respuestas que intentan dar a las siguientes preguntas: ¿Quién produce y quién decide lo que se produce? ¿Quién consigue qué y cuánto?
Las respuestas son complejas, ya que los propios conceptos y cuestiones -para qué hablar de las respuestas- están cargados de emociones y valores, impregnados de ideología.
El tema central sigue siendo el de la igualdad. Los primeros liberales interpretaban la igualdad de forma restrictiva equiparándola a igualdad ante la ley o igualdad para votar y participar en la elección de los líderes políticos. Sin embargo, a menos que la gente tenga igual acceso a la educación y a medios de vida materiales (aunque sean mínimos), la igualdad ante la leyes una ficción. Como veremos, a lo largo del siglo xx, quienes defendían la igualdad política o legal sobre todas las cosas chocaron con los defensores de la igualdad material.
Existe una constante tensión entre la igualdad material y económica, por un lado, y la igualdad formal, legal y política, por otro. La propiedad y el derecho a la propiedad individual, como se verá más adelante, han sido objeto de fuertes conflictos ideológicos. Son pocos los teóricos y filósofos que han dado su bendición incondicional a la propiedad individual. Cuando lo han hecho -el caso de Aristóteles y John Locke, entre otros-, la propiedad se concebía en términos físicos: la que los individuos conseguían poner bajo su control directo mediante su trabajo.
Desde Platón, que no tendría ninguna, pasando por los Padres de la Iglesia, hasta llegar a muchos socialistas utópicos y, por supuesto, marxistas, la propiedad se consideró como algo perturbador para la comunidad y la vida social, especialmente cuando estaba distribuida de forma muy desigual. La propiedad enfrentaba a unos contra otros. No era un derecho natural, sino el resultado de una fuerte explotación: origen y razón de la desigualdad que explica el conflicto social. Las democracias liberales han hecho hincapié en los derechos de propiedad, aun cuando se han visto forzadas a limitarlos en favor de una mayor igualdad. Por otro lado, el socialismo y el comunismo han sido partidarios de la socialización de la propiedad.
A lo largo del siglo XX, prácticamente todos los regímenes e ideologías políticos han aceptado la necesidad de proporcionar mayores oportunidades e igualdad materiales. Incluso cuando se acepta la propiedad individual, su distribución desigual ha sido una fuente de profunda inquietud y una razón para reconsiderar los derechos de propiedad. ¿Cómo puede evitar un sistema político las diferencias y desigualdades excesivas? A través de impuestos -en muchos casos impuestos sobre la renta por tramos progresivos posteriormente redistribuidos entre los pobres y necesitados en forma de servicios y subsidios directos. Ésta es la esencia del Estado de bienestar que, hasta hace muy poco, era la fórmula política de todas las democracias liberales.
La propiedad ya no sólo se define en términos de la tierra o de los bienes inmobiliarios que uno posee; ni siquiera en términos de riqueza monetaria o salarios altos, aunque todavía todo esto es importante. Para mucha gente -en la mayoría de las sociedades- la «propiedad» se ha vuelto «pública» en el sentido de que consiste en reivindicaciones de servicios y beneficios que los individuos que tienen derecho a ellos reclaman al Estado. Educación, salud, vivienda, transporte, pensiones, seguros de desempleo y programas de asistencia social se han convertido en derechos, y son tan importantes como los derechos de propiedad. Sea cual sea su justificación o conveniencia, han transformado de forma significativa la distribución de beneficios materiales y la naturaleza de la propiedad en la mayoría de las sociedades.
A mucha gente este tipo de servicios y beneficios les ha proporcionado una seguridad tan importante como la propiedad. Las nociones sobre la naturaleza humana, la verdad, la autoridad política, la libertad, la propiedad e igualdad, y la producción y distribución de bienes y servicios que hemos ido esbozando están presentes en todas las ideologías que estudiaremos en este libro. Son los componentes básicos principales de todas las ideologías y movimientos contemporáneos.
Los hombres y las mujeres se organizan tras sus respectivas visiones de un mundo justo y mejor, o se atrincheran para defender sus propias ideas de la justicia. La filosofía política nos ofrece a todos una oportunidad de contemplar estas nociones de forma imparcial y objetiva; las ideologías y movimientos políticos a menudo las transforman en un grito de guerra.
Los usos de una ideología política
Una ideología es, por tanto, un conjunto de ideas y creencias mantenidas por una serie de personas. Determina lo que tiene valor y lo que no, lo que debe mantenerse y lo que debe cambiarse y, de acuerdo' con ello, moldea las actitudes de los que la comparten. En contraste con la filosofía y la teoría, que se ocupan del conocimiento y de la comprensión, las ideologías se relacionan con el comportamiento y la acción social y política. Incitan a la gente a la acción política y proporcionan el marco básico para ello. Infunden pasión y llaman al sacrificio.
Legitimación
Como señalábamos anteriormente, una de las funciones más importantes de una ideología política es otorgar valor a un régimen político y a sus instituciones. Da forma a las ideas operativas que hacen funcionar un régimen político y proporciona las categorías básicas mediante las que la gente conoce el régimen político, cumple las leyes y participa en él. Para desempeñar este papel fundamental, una ideología política debe tener un conjunto coherente de normas y exponerlas tan claramente como sea posible. Aunque una constitución es un documento político que encarna estas normas, no puede funcionar bien a menos que sea valorado por las personas.
Una ideología política da forma a estos valores y creencias sobre la constitución y permite conocer a la gente su papel, su posición y sus derechos dentro de su propio régimen político.
Solidaridad y movilización
Compartir ideas integra a los individuos en la comunidad, en un grupo, en un partido o en un movimiento. Las ideas normalmente asumidas definen lo que es aceptable y las tareas que deben llevarse a cabo, excluyendo todo lo demás.
Las ideologías desempeñan el mismo papel que los totems y los tabúes cumplen en las tribus primitivas, definiendo lo que es común y lo que es extraño a los miembros.
La ideología comunista soviética intentó unificar a todos los que a ella se adhirieron tildando de enemigo el mundo del capitalismo exterior. Lo mismo está sucediendo cada vez más con el fundamentalismo islámico. Todas las ideologías cumplen esta función de unir, integrar y proporcionar una sensación de identidad a aquellos que las comparten, pero el nivel de éxito que consiguen es variado. El nacionalismo como ideología, por ejemplo, ha proporcionado la fuerza unificadora e integradora que ha hecho posible que los Estados-nación surgieran y mantuvieran su posición. Cuanto mayor sea la integración que se busque y más fuerte la solidaridad que se ha de mantener, mayor debe ser el énfasis en los símbolos unificadores.
Liderazgo y manipulación
A pesar de que las ideologías incitan a la gente a actuar, el tipo de acción y su razón de ser dependen mucho del contenido y del fundamento de una ideología. La manipulación de las ideas -un caso especial- implica a menudo la formulación consciente y deliberada de propuestas que incitan a la gente a actuar con fines que sólo los que están en el poder o intentan conseguir poder político perciben claramente. Pueden prometer paz con objeto de hacer la guerra, libertad con objeto de establecer un sistema autoritario, socialismo con objeto de consolidar la posición y privilegios de los propietarios, etc.
La ideología puede usarse a menudo como un poderoso instrumento de manipulación. Generalmente, en momentos de desorden y ansiedad social, o cuando la sociedad parece dividida en grupos enfrentados y la frustración pervierte la vida cotidiana, propuestas y promesas simples sobre cómo acabar con los males que acosan a la sociedad son recibidas por oídos y mentes receptivas. Las ideologías son grandes simplificadoras. Por ejemplo, «el Islam es la solución» es el eslogan panacea de los fundamentalistas islámicos o El demagogo, el líder, el autodeclarado salvador está al acecho en algún lugar, en todas las sociedades, para, en momentos como éstos, extender su mensaje y manipular a aquellos que parecen no tener ningún otro lugar al que volverse.
Comunicación
Un conjunto de ideas coherente -una ideología- compartida por un número determinado de personas hace que la comunicación entre ellos sea mucho más fácil. Proporciona un lenguaje especial común, muy simplificado, taquigráfico. Las palabras tienen un significado especial: «los rojos», «los liberales defensores de causas perdidas», «la poli», «el establishment», «los potentados», «la elite del poder», «los elegidos» o «la conjura comunista». Son términos que los miembros de un determinado grupo comprenden fácilmente y que ayudan a otros a situarse dentro de una familia ideológica determinada. Pero, por supuesto, son términos muy burdos y las ideologías normalmente proporcionan algunos más sofisticados.
«La última etapa del capitalismo», «el neocolonialismo», «la vanguardia de la clase trabajadora», «el centralismo democrático», «el pluralismo democrático», «los derechos humanos» y el «cambio gradual» son términos que comprenden los que los usan en sus propios grupos políticos o partidos. Estos términos pueden ayudar al extraño a identificar la familia ideológica a la que pertenece el que habla. Una ideología común simplifica la comunicación y hace que el esfuerzo conjunto sea menor para todos los que la aceptan.
El que gente con una ideología común contemple el mundo externo con las mismas ideas preconcebidas también facilita la comunicación, ya que todos ven las cosas desde la misma óptica. Las personas reciben mensajes del mundo externo y tienen que ordenarlos de determinada manera (conceptual). Los conceptos en cuyos términos se ordenan esos mensajes del mundo externo dependen de una. ideología. Para algunos, la condición de los pobres exige estudio e interés; para otros, es una pesadez (la situación de los pobres se atribuye a su pereza innata). Sin"embargo, éste es un caso extremo. Es más frecuente que se planteen cuestiones de interpretación y evaluación en las que el mismo suceso se ve desde diferentes puntos de vista, con distinta perspectiva ideológica.
El asesinato de un líder político es aplaudido por unos y lamentado por otros. Durante la Guerra Fría, para algunos, cualquier movimiento soviético en cualquier lugar del mundo revelaba una agresión comunista; para otros, se trataba de una inevitable reacción a la provocación norteamericana. La gente también puede rechazar mensajes a causa de su ideología. Un místico está ciego respecto al mundo exterior; para un científico, el mundo es una fuente continua de maravillas que deben ser estudiadas y explicadas.
La satisfacción emocional
Se ha afirmado que la función principal de una ideología es racionalizar y proteger intereses materiales o proporcionar un medio poderoso para su satisfacción. Así, la democracia liberal se ha considerado como la racionalización de los intereses de los ricos y de los relativamente acomodados, mientras que el socialismo sería un instrumento para la satisfacción de las demandas de los no propietarios, de los trabajadores y de los pobres. Pero no es sólo el interés el que genera una ideología. Los impulsos emocionales y los rasgos de la personalidad se expresan por medio de diferentes ideologías.
Las ideas no solamente simplifican, sino que también aprovechan las emociones y, a menudo, exaltan los ánimos de la gente. El nacionalismo y el fundamentalismo religioso, islámico o de otro tipo, no son más que dos ejemplos entre muchos. En los últimos años, la lucha a favor y en contra del aborto en Estados Unidos ha alcanzado un nivel emocional que no admite el discurso racional o el compromiso pacífico.
Puede haber también alguna correlación entre la ideología y los tipos de personalidad.
Puede existir, por ejemplo, una «personalidad autoritaria» que pueda expresarse y encontrar satisfacción siendo sometida a la jerarquía y a la autoridad. Una ideología puede proporcionar una forma de expresión a gente con similares rasgos de personalidad. Los defensores de los derechos de los animales, los ecologistas, los partidarios y opositores de la Equal Rights Amendment (Enmienda para la igualdad de derechos), así como los demócratas, comunistas y fascistas, pueden dar rienda suelta a sus emociones por medio de una ideología particular que encaja con su personalidad.
La ideología, por tanto, proporciona satisfacción emocional. La gente que la comparte está fuertemente unida; participan de las mismas ambiciones, intereses .Y metas, y trabajan unidos para conseguirlas. Una persona que tiene una Ideología compartida con un grupo de gente es probable que se, sienta. feliz, segura, y se deleite con la solidaridad de una empresa común. Al identificarse con ella nunca se está solo.
Crítica, utopía y conservación
Muchas veces las ideologías encarnan la crítica social. El examen crítico de las creencias sociales y políticas ha desempeñado un importante papel en el desarrollo de nuevas ideologías y en el rechazo de otras. Muchas creencias han sucumbido ante él, siendo reemplazadas por alguna distinta. Instituciones como la esclavitud, la propiedad, la monarquía hereditaria. la centralización burocrática, etc., se han cuestionado de manera crítica y. en consecuencia, abandonado o restringido.
En algunos casos, la crítica puede llevarse a sus extremos. Algunas ideologías son como un sueño, una búsqueda imposible e irrealizable:
el gobierno mundial, la igualdad perfecta, la abundancia para todos. la eliminación de la fuerza y la supresión de la guerra.
Muchas ideologías políticas tienen algo de este rasgo, pero las que lo poseen de forma exagerada son las lIa-" madas utopías, palabra que proviene del término griego «ninguna parte». Si otorgamos este significado particular al término, estamos presuponiendo que un «ideólogo» es o ingenuo o peligroso, o está un poco loco, ignorando el sucinto comentan o de Shakespeare de que los sueños son el material del que la vida está compuesta. Lo opuesto a un individuo que sueña utopías es el que acepta el estado de cosas existente, la conservación del sta tu quo, de los valores e ideas heredadas.
El destacado sociólogo alemán Karl Mannheim distinguió entre «ideología -conjunto de valores y creencias que compartimos sobre nuestra sociedad- y «utopía» -exposición crítica de ideas nuevas para reestructurarla. Salvo en casos extremos, es difícil saber cuándo estamos ante una «ideología» o ante una «utopía». Aunque continuamente aparecen ideas para criticar los valores y creencias existentes, también hay ideologías dirigidas a la preservación de esos mismos valores.
Los conservadores y fundamentalistas ensalzan el pasado con pasión y lo idealizan. Sin embargo, al hacerlo, a menudo también ellos rayan en la utopía, ya que el retorno a tradiciones, valores y creencias pasadas se formula en términos de una evaluación crítica y un rechazo de la ideología existente. Casi todas las ideologías, incluso las conservadoras, incluyen elementos de crítica del presente.~ Por otra parte, la mayoría de las utopías comparten elementos de las verdades y valores dominantes, aun cuando se propongan reformularlas. El reino de Dios o del Profeta forma parte de los valores y creencias de muchos, pero pocos se sacrificarían para llevarlo a cabo; la mayoría reconoce la codicia y el egoísmo de la naturaleza humana, pero pocos pedirían una revolución para transformarla.
Ideología y acción política
Por encima de todo, la ideología empuja a la gente a la acción concertada. Algunas veces, a todo un país; otras, es un grupo, una clase o un partido político el que une a las personas bajo ciertos principios para expresar sus intereses, exigencias y creencias.
En Francia, el socialismo todavía es para muchos la reivindicación de una larga búsqueda de la igualdad material. En Estados Unidos, por otro lado, es el liberalismo político y económico -la libertad para producir, consumir, pensar y rendir culto- lo que parece constituir el principal nexo de unión de muchos movimientos políticos.
Un ejemplo de organización monotemática motivada por una ideología para emprender la acción política es el grupo ecologista Greenpeace, que tanto en Estados Unidos como en todas partes busca acabar con el expolio del medio ambiente. Esta asociación comparte muchos de los objetivos de las diversas organizaciones antinucleares. Algunos grupos poderosos quieren re introducir la enseñanza religiosa y los rezos en las escuelas, mientras que otros organizan una agresiva campaña contra el aborto.
Los «liberales defensores del Estado de bienestar» continúan reconciliando la libertad con la intervención del Estado y la legislación social para mitigar la dureza de la lucha económica. El comunismo -sea el adoptado por un país, un movimiento o un partido que cuestiona el orden político existente- es una ideología que proyecta una visión de abundancia, igualdad y paz.
La mayoría de los movimientos comunistas han considerado a la Unión Soviética como la legítima defensora de un nuevo orden social que reemplazaría al existente. Con el debilitamiento del comunismo, en la actualidad muchos de ellos están buscando un sustituto.
La dinámica de la política, por tanto, reside en las ideas desarrolladas por la gente. Pero esto es verdad también respecto a las instituciones y movimientos políticos, los grupos sociales y los partidos políticos. Debemos centramos en las ideologías que representan y en las creencias que propagan y legitiman. Lo mismo ocurre con las actitudes políticas. También están revestidas de ideologías políticas.
Los principales movimientos e ideologías políticos sólo pueden ser identificados y descritos en términos de diferentes constelaciones de actitudes. Los liberales comparten posturas comunes respecto a las relaciones raciales, la política económica, el rezo en las escuelas, las Naciones Unidas, los impuestos, el reclutamiento militar, las armas nucleares, los cupones de comida, la seguridad social, etc. Los conservadores pueden identificarse en términos de un conjunto de actitudes diferentes respecto a alguna de las mismas cuestiones, y lo mismo ocurre con socialistas y comunistas.
Al estudiar las ideologías políticas estamos estudiando también las dinámicas de los sistemas políticos: el tipo de régimen político, su constitución y sus instituciones; el grado en que el régimen es aceptado; los conflictos existentes dentro de ese régimen; y la manera en que se pueden resolver dichos conflictos.
La compatibilidad de las perspectivas ideológicas asegura la estabilidad y la aceptación; la incompatibilidad siempre presagia el conflicto, la inestabilidad y, posiblemente, la revolución.
Los intelectuales
Son los intelectuales quienes han dado forma a la mayoría de las ideologías: clero, abogados, profesores, escritores, etc.
En su libro "Los doce que gobernaron", el historiador norteamericano R. R. Palmer analiza el «Comité de Salud Pública» responsable del terror y del uso de la guillotina contra los adversarios durante el último año de la Revolución francesa y descubre que los doce miembros del Comité tenían una cosa en común: eran intelectuales. Provenían de clases diferentes y tenían distintas profesiones, carreras y modos de vida. Los que alimentaron la Revolución bolchevique también eran intelectuales, versados en filosofía, economía e historia, que dominaban de tres a cuatro idiomas.
La única excepción fue Stalin que sobrevivió a todos después de haberlos liquidado. Un intenso trabajo literario y filosófico preparó el terreno para las revoluciones norteamericana y francesa: los escritos de Benjamin Franklin, Thomas Paine y Thomas Jefferson y, en Francia, el destacado cuerpo literario producido por una nueva escuela de intelectuales, los enciclopedistas.
¿Quiénes son los intelectuales? ¿Por qué desempeñan un papel tan importante en la creación de ideas asociadas con la formulación de una nueva ideología política? No hay respuestas fáciles. Pero si presuponemos que la mayoría de las ideologías reflejan un interés, una clase o un estatus, y racionalizan posiciones dadas en la sociedad, entonces las ideas están directamente relacionadas con ellas.
Las ideologías raramente pueden superar esas posiciones o disociarse de los intereses a los que están unidas, sean éstos materiales o espirituales. Sin embargo, los intelectuales representan un grupo de personas que no tienen ni esas posiciones, ni esas uniones o ataduras respecto a intereses. Flotan de alguna manera entre, en y sobre ellos. En este sentido, tienen más libertad que el resto de los que critican y sueñan. Son capaces de usar la palabra, escrita y hablada, la máquina de escribir, la radio, la prensa y la televisión mejor que otros (por eso son intelectuales), y pueden así dirigir nuevos mensajes donde deseen. Por ejemplo, en Gran Bretaña fue un grupo de intelectuales el que introdujo el socialismo a finales del siglo XIX.
Los intelectuales critican y consiguen dar a sus críticas una nueva altura ideológica que trasciende las formulaciones existentes. Del mismo modo que inventores o administradores con talento son capaces de renovar el estado de cosas en el comercio o en la industria, los intelectuales intentan reformar la sociedad, su vida y sus valores, pero con un impacto mucho mayor. Su influencia es profunda y reestructuran nuestros puntos de vista y percepciones, y una de las razones por las que, salvo en algunos casos extremos, no dominan la sociedad, es porque no forman un grupo coherente con ideas comunes, como un partido. De hecho, están constantemente enfrentados entre sí.
Otra razón es que sus mensajes encuentran resistencia en aquellos a quienes van dirigidos, pues a la gente no le gusta el cambio. Por ejemplo, en las democracias liberales ha existido una desconfianza recíproca entre los intelectuales de izquierdas y los trabajadores. Estos últimos temían que la ideología de los intelectuales no fuera más que un artilugio para conseguir poder sin proporcionar necesariamente a los trabajadores los beneficios que habían prometido. Los trabajadores sospechaban que los intelectuales marxistas terminarían siendo una «nueva clase». Tampoco ha existido una gran atracción entre los intelectuales socialistas y los sindicatos británicos. De forma similar, durante los levantamientos encabezados por intelectuales yestudiantes contra el establishment en muchas democracias liberales a finales de los sesenta los trabajadores fueron reticentes a participar en las protestas. Cuando lo hicieron, fue para mejorar sus salarios y condiciones de trabajo, no para cambiar la sociedad. Y en lo que respecta a los intelectuales en los regímenes capitalistas liberales que pretenden ser democráticos nunca hicieron las paces con la propiedad y la economía de libre mercado y, más generalmente, con la ética materialista del capitalismo. Para muchos de ellos el marxismo se convirtió en la principal arma para la crítica. Llegó a ser un compromiso pasional para salvamos a todos a través de la creación de una nueva sociedad. Fue, en palabras de otro intelectual, Raymon Aran, un opio intoxicador de intelectuales y narcotizador de gentes.
Ya sea porque dispensan drogas salvadoras o píldoras opiáceas, la función de los intelectuales es estimular nuestro pensamiento y nuestras ideas sobre el mundo. Son una espina clavada en todo orden establecido y toda ideología dominante. Sócrates fue el primero de muchos que pagó el precio con su vida.
Rasquemos un poco en todos los intelectuales y encontraremos un ideólogo. Pero, en general, permanecen divididos y, por tanto, son inofensivos. Sólo aquellos que comienzan a desarrollar un conjunto común de creencias engranado en una meta común y que están buscando un nuevo orden pueden desempeñar un papel importante. Se convierten en intelectuales «orgánicos», que ordenan y sintetizan las creencias existentes, estableciendo compromisos entre muchas de ellas, rechazando otras y sugiriendo algunas nuevas hasta formar «un bloque».
En general, los intelectuales desempeñan un papel crítico e innovador que todas las sociedades necesitan. Critican lo viejo y abren sin cesar nuevos horizontes de pensamiento y esfuerzo social. En tanto existan, florecerá la formación de ideologías.
Tipos de ideologías políticas
Las ideologías políticas se refieren a valores: calidad de vida, distribución de bienes y servicios, libertad e igualdad. Si hubiera acuerdo sobre cada uno de ellos, existiría una sola ideología compartida por todos. Pero no lo hay dentro de una sociedad y, ni que decir tiene, entre las diversas sociedades políticas del mundo. La gente mantiene diferentes opiniones; los países proyectan distintos valores y creencias. Es precisamente aquí donde vemos el papel de las ideologías políticas: movilizan a hombres y mujeres para actuar a favor de un punto de vista u otro, o de un movimiento o partido u otro. Su objetivo es, invariablemente, la preservación de un punto de vista dado o la revisión del estado de cosas existente, incluido el propio sistema político. Los hacendados británicos que defendieron sus privilegios y su propiedad; los trabajadores que crearon sindicatos o partidos para proteger sus intereses; los conservadores americanos; todos ellos tienen en común un conjunto de ideas que los une en una postura colectiva. Lo mismo ocurre con las pequeñas bandas terroristas que secuestran aviones. Quieren destruir lo que más odian: la complacencia de una sociedad ordenada interesada en la satisfacción material.
Podemos dividir las ideologías políticas en tres grandes categorías:
1. Las que defienden y racionalizan el orden económico, social y político existente en un momento y en una sociedad dados, a las que denominamos ideologías del statu qua.
2. Ideologías que apoyan cambios de largo alcance en el orden económico, social y político existente, a las que llamamos ideologías radicales o revolucionarias.
3. En medio existe, naturalmente, una amplia área gris que favorece el cambio. Podemos denominarlas ideologías reformistas.
Una manera de establecer la diferencia entre las ideologías del statu qua, las reformistas y las revolucionarias es pensar en los mapas y en la cartografía. Alguien que diligentemente aprende a leer un mapa y a viajar siguiendo rutas y señales dadas podría considerarse un representante de la mentalidad o de la ideología del statu qua: simplemente sigue las reglas y señales y se deja guiar por ellas. Por otro lado, una persona que intenta trazar su propia ruta y cambiar las señales, pero no el destino, es una reformista.
Hay un acuerdo en que son los medios, y no el fin, los que deben modificarse. Pero un revolucionario varía tanto el mapa como el destino. Esta clasificación es meramente formal, porque las ideologías cambian, no sólo en contenido, sino en las funciones y papeles particulares que desempeñan.
Una ideología revolucionaria, por ejemplo, podría llegar a transformarse en una de statu qua cuando tiene éxito al imponer sus propios valores y creencias. Igualmente la misma ideología podría ser defensora del statu qua, protectora del orden de cosas existente, en un lugar y momento dados, y revolucionaria en un lugar y momento diferentes. El comunismo en la antigua Unión Soviética era una ideología política de statu qua, mientras que en otros países era considerada revolucionaria. Mientras que los trabajadores en el siglo XIX protestaban en nombre del socialismo contra el liberalismo europeo occidental, que se había vuelto una ideología política de statu quo, en Europa Central y Rusia el liberalismo era, para muchos, una ideología revolucionaria.
Las ideologías de statu quo, reformista, y revolucionaria pueden distinguirse por las tácticas utilizadas para conseguir objetivos e incluyen la persuasión, la organización y la fuerza. Pocas ideologías, si es que hubiera alguna, descansan exclusivamente en una de ellas prescindiendo de las demás. La mayoría utilizan, en diferente grado, todas estas tácticas. Cuanto más fundamentales y globales son las metas, y más cuestiona una ideología el statu quo, mayores son las oportunidades de que se traduzca en un movimiento político que recurra a la fuerza organizada sin, naturalmente, rechazar la organización y la persuasión.
Por otro lado, una ideología política que tiene metas limitadas y escalonadas, como es el caso de las ideologías reformistas, es más probable que recurra a la organización y a la persuasión política.
En general, hay más probabilidades de que las ideologías y movimientos políticos que cuestionan el statu qua usen la fuerza en el momento en que se enfrenten a él. Éste fue el caso del liberalismo antes de que derrocara a los regímenes aristocráticos y monárquicos en el siglo XVIII e incluso después, y de los comunistas y otros movimientos revolucionarios, primero en Rusia y después en otros países. Sin embargo, cuando ideologías políticas de este tipo tienen éxito --cuando se han transformado en regímenes políticos y han llevado a cabo sus objetivos principales y consolidado su posiciones probable que la persuasión y la organización ocupen el lugar de la fuerza.
Hay una reserva respecto a estas generalizaciones. De acuerdo con algunos analistas, hay algunas ideologías políticas para las que la fuerza es una característica necesaria y permanente. Y hay otras para las que la persuasión y la organización política, más que la fuerza, son rasgos inherentes. Algunos sistemas autoritarios, incluidos los regímenes comunistas, institucionalizan el uso de la fuerza con objeto de lograr y mantener la conformidad. Por otro lado, los regímenes liberales y democráticos, comprometidos con la lucha política y el pluralismo, evitan el uso de la fuerza. Si debe usarse, únicamente será como un último recurso.
Principales ideologías políticas
Criterios de elección
Si examinamos la extensión de los movimientos políticos ideológicos contemporáneos tenemos un abundante surtido de temas: liberalismo, capitalismo, Socialismo democrático, socialismo, comunismo, comunismo nacional consociacionalismo, corporativismo, eurocomunismo, anarquismo, gaullismo, estalinismo y postestalinismo, comunalismo, autodeterminación en la industria, titoismo, maoísmo, «defensa del Estado de bienestar», por no hablar de las variaciones provenientes del Tercer Mundo bajo distintas etiquetas.
¿Sobre cuáles hablamos y por qué? Obviamente, necesitamos algún criterio que nos onente, y yo propongo cuatro:
coherencia, dominio, extensión e intensidad.
Coherencia
Por coherencia entiendo el alcance total de una ideología, junto con su lógica y estructura internas. ¿Es completa? ¿Especifica claramente un conjunto de objetivos y los medios para llevarlos a cabo? ¿Son contradictorias sus diferentes propuestas sobre la vida social, económica y política? ¿Existe alguna organización, movimiento o partido, que promueva los medios para la acción prevista?
Presencia
La presencia se refiere a la extensión temporal que una ideología ha sido «operativa». Algunas ideologías pueden estar en declive durante algún tiempo, pero para reaparecer posteriormente. Otras han sido operativas; lo largo de un amplio periodo de tiempo, a pesar de sus variaciones y capacidades. Sea cual sea el caso, la prueba básica es el tiempo durante el cual las personas han compartido una ideología que ha afectado a sus vidas y ha determinado sus actitudes y acciones.
Extensión
El criterio de extensión hace referencia sencillamente a un rudimentario test numérico. ¿Cuánta gente comparte una ideología dada? Cabe dibujar un tosco «mapa ideológico» que muestre el número de personas que comparten ideologías políticas comunes. Cuanto más amplio sea el «espacio de población» de una ideología dada, mayor su extensión.
¿Sobre cuánta gente influye hoy el comunismo? ¿Y el liberalismo? ¿Y el socialismo? ¿Y el anarquismo? ¿Y el fundamentalismo religioso? Una estimación de su número responderá a la cuestión de la extensión.
Intensidad
Finalmente, por intensidad me refiero al grado y a la fuerza del atractivo de una ideología, independientemente de si satisface alguno de los otros tres criterios. ¿Evoca un espíritu de lealtad y de acción total? «El interés es aletargador», escribió John Stuart MilI. Las ideas no. Son como armas que, hasta en manos de una pequeña minoría, pueden tener un impacto mucho mayor en la sociedad que intereses comúnmente compartidos. La intensidad implica compromiso emocional, lealtad total y determinación inequívoca para actuar incluso arriesgando la propia vida. Es este tipo de intensidad el que Lenin consiguió impartir a sus bolcheviques y al Partido Comunista.
Idealmente, deberíamos escoger entre las diversas ideologías sólo aquellas que satisfacen todos los criterios aquí establecidos: coherencia, presencia, extensión e intensidad. Sin embargo, ello no haría justicia a algunas ideologías que han desempeñado o están desempeñando un papel importante en nuestra vida política, aun cuando sólo puedan satisfacer uno o dos de estos criterios, por lo que intento tener en cuenta algunos de esos movimientos.
(Véase en la tabla 1.1 una muestra de ideologías y de su relación con estos cuatro criterios.)
Al analizar cada ideología, comenzamos examinando las formulaciones teóricas básicas con las que tiene contraída una deuda mayor y describimos su transformación en movimiento político y, en algunos casos, en régimen político.
No deberíamos nunca perder de vista el hecho de que estamos tratando con ideas que llegaron a ser movimientos políticos y condujeron a la gente a la acción política, y el hecho de que su influencia puede ser valorada en términos de la fuerza de los movimientos y partidos a través de los que las ideas pasan a estar preparadas y armadas para una lucha por la supremacía.
Las ideologías no son entidades incorpóreas; no son abstracciones. Existen porque hombres y mujeres las comparten y adoptan como parte de sus propias vidas.
Las ideologías se convierten en armas cuando los hombres y mujeres así lo quieren, pero también son refugios que proporcionan compañerismo, cooperación y plenitud.
Juicio de valor
Hay una última observación fundamental. Si existen tantas ideologías y si todos nosotros compartimos diferentes ideologías que nos ayudan a «conocen> el mundo exterior y nos incitan a actuar de uno u otro modo, ¿cuál de ellas es la «correcta»? Si todas las ideologías nos proporcionan diferentes puntos de vista y percepciones del mundo, ¿cómo sabemos qué es realmente el mundo? ¿Cómo podemos describir el paisaje si lo vemos desde una óptica distinta?
Esta es la persistente cuestión que está presente a lo largo del libro, la cuestión de la validez de una ideología dada.
Cuando se aplica a las ideologías políticas, no existe realmente test perentorio que proporcione una prueba de validez definitiva. No podemos más que presentar las diversas ideologías políticas en términos de su lógica interna, su coherencia...
VER+:
“Los hombres libres tienen ideas;
los sumisos tienen ideologías”.
¿?Teócrito¿?
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