LA REVOLUCIÓN
FRANCESA
¿Libertad o masacre?
La verdad sin leyendas
Pierre Gaxotte
Contra la Revolución
Pierre Gaxotte publicó La Revolución Francesa en 1928, cuando la Tercera República, la primera que había logrado una estabilidad duradera en Francia, estaba a punto de entrar en una crisis económica, de índole general, y en otra política que socavó sus cimientos y que desembocó en el Frente Popular y el desplome ante la invasión alemana.
La obra de Gaxotte fue de las primeras visiones críticas con la Revolución, que la propia Tercera República había elevado a mito fundador de la Francia moderna. Tenía un lado puramente historiográfico y tenía también un lado polémico, respuesta a la actualización que de aquellos hechos había hecho el régimen republicano.
Pero la Tercera República se consolidó, precisamente, porque, a diferencia de lo que hicieron las lunáticas repúblicas españolas, nunca jugó la carta radical. Invocó la Revolución, eso sí, pero para mejor instaurar un régimen de conservadores, propietarios, comerciantes, industriales y agricultores, que se habrían puesto a buscar un caudillo, como pasó con Bonaparte, en cuanto se empezara a poner en práctica aquello que los dirigentes republicanos recordaban con tan exaltada prosopopeya.
El texto de Gaxotte fue acogido con polémica, como no podía ser menos, pero también resultó un gran éxito. En realidad, servía para comprender todo lo que la realidad francesa debía, en la práctica, al rechazo de aquel mito. Gaxotte se había encargado de ponerlo en su sitio, y aunque su análisis, considerado herético, nunca fue aceptado por la ortodoxia republicana, se incorporó pronto a las tradiciones históricas y al pensamiento político francés. De alguna manera, la Francia eterna volvía a aparecer en estas páginas, escritas con la voluntad de estilo de un historiador clásico con maneras de moralista.
Esto explica tal vez que Gaxotte, a diferencia de sus amigos de Action Française, no se dejara embaucar en nombre de la contrarrevolución por la supuesta eficacia purificadora de la invasión alemana. Gaxotte, que apoyó a Pétain, se negó a colaborar con los invasores, y terminada la guerra se alzó a los más altos puestos del periodismo y las letras francesas. Falleció en 1982.
Eso sí, nunca renegó de su actitud contrarrevolucionaria. La Revolución Francesa no era una reinterpretación de la Revolución como las que habían escrito Tocqueville o Taine. Tampoco un simple recordatorio de las atrocidades cometidas por aquel movimiento presuntamente liberador. Era, y sigue siendo, una enmienda a la totalidad, una reflexión sobre la naturaleza de una revolución que dio la pauta de todas las que iban a venir después.
Probablemente por eso, porque incorpora una visión alternativa, sigue leyéndose tan bien. Como sospechará el lector, hay datos e interpretaciones que desde 1928 han quedado superados. Otros, como el fenómeno del Gran Miedo, han adquirido una importancia nueva. Pero sigue siendo fascinante el relato de cómo la Revolución triunfó, por lo menos en buena parte, por la poca energía que se puso en pararla. El análisis de las consecuencias de la gran consigna política revolucionaria –Ningún enemigo a la izquierda– sigue resultando provechoso hoy en día, sobre todo en España. El análisis de la inflación como política financiera de la Revolución también se presta a lecturas no demasiado alejadas de nosotros. Y lo mismo ocurre con la narración de la evolución desde los cantos a la Razón y el cosmopolitismo hasta la exaltación de la guerra como instrumento revolucionario y la dictadura implacable de los puros, encabezados por Saint-Just y Robespierre.
Gaxotte se permite decir en unas palabras previas que la historia de la Revolución Francesa es una historia mediocre, por sus ideas y por sus hombres. Su libro lo desmiente. Gaxotte se muestra poco sensible al vértigo que siguen provocando los extremismos lógicos, la coherencia geométrica de la Revolución. En cambio, no lo es en cuanto a los protagonistas, de los que ofrece algunos retratos memorables, como el del "incorruptible" Robespierre, el de Marat, el de Danton, el de Saint-Just y el del abate Sieyès, el oráculo del Tercer Estado. Sieyès, escribe,
disfruta del prestigio de los que tienen la habilidad de hacerse desear. (…) Su reputación se acreció con todo lo que no hizo. Su silencio parece preñado de ideas, y cuando habla es un oráculo. Desde la muerte de Condorcet, la República no tenía ya filósofo; Sieyès ocupa la vacante. Es misterioso profundo, ininteligible. Todos los partidos se lo disputan y quieren apropiarse la Constitución que trae en la cabeza. Luego, afecta no congeniar con sus nuevos colegas, y cuando desciende a nombrarlos lo hace con un desdeñoso menosprecio.
Se puede decir más, pero no mejor.
«No tengo por qué disimularlo: la Historia de la Revolución francesa es una historia mediocre, tanto por sus ideas como por sus hombres. No es grande más que por la majestad presente de la muerte». Así es como Pierre Gaxotte ve la Revolución.
El diario Le Fígaro publicó en 1988 una encuesta respecto de qué pensaban los franceses acerca de «su» Revolución. Sorprendentemente, tratándose de un pronunciamiento de opinión pública y considerando los decenios de propaganda pro revolucionaria, un 61% de los consultados censuró el guillotinamiento del rey Luis XVI y un 14 % que lo justificó por razones políticas, ideológicas o históricas. El 25 % restante prefirió no opinar Este libro, desde luego rompe el mito de la Revolución.
De todas las revoluciones que en el mundo han sido esta tenía un aura mágica que la convertía en intocable. Pierre Gaxotte, entonces un joven historiador francés, tomó sobre sí la tarea ingente de revisar esos dogmas. Gaxotte era un estudioso del Antiguo Régimen. Conocía los hechos, disponía de los datos que le decían que la Francia prerrevolucionaria no era como le habían contado en la escuela, un reino miserable al borde del colapso cuya única esperanza pasaba por cortarle la cabeza al Rey y entregar las incontables riquezas de la nobleza al pueblo famélico.
Nada de eso. La Francia del siglo XVIII, la que Luis XIV entregó a su sucesor en el lecho de muerte, era el reino más poderoso, próspero y poblado de Europa. El francés era la lengua de la cultura, el arte y los pensadores. Los franceses vivían, además, mejor que sus vecinos. Las ciudades y el campo ganaban habitantes, y lo hacían porque el país producía lo suficiente para dar de comer a nuevas bocas. Los arquitectos franceses dictaban el diseño de los palacios en toda Europa, la alta sociedad francesa imponía los hábitos cortesanos y los filósofos franceses decían al resto del continente lo que debía pensar. En la cumbre de su poder e influencia, se vino abajo en sólo tres años. Nos desvela la doctrina revolucionaria. Las asambleas, la guerra, la caída del trono, las ejecuciones, el terror, etc..
El texto se sirve de trancripiciones de conversaciones de los protagonistas, eso le da un valor añadido. La Revolución, al final, acabó en un baño de sangre que incendió Europa y arruinó Francia. Obsesionados con enterrar todos los vestigios del viejo régimen, jubilaron al cristianismo, improvisaron un nuevo culto. Todo se puso en duda. Gaxotte pone el dedo sobre las ideas. Los enciclopedistas, los Voltaire, los D’Alembert, los Rousseau, los Diderot eran los que marcaban la pauta en materia de pensamiento.
VER+:
La Revolución Francesa, Pie... by MariaValeriaTincito
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