EL Rincón de Yanka: LIBROS "LA LUCHA CON EL DRAGÓN": LA TIRANÍA DEL EGO Y LA GESTA HEROICA INTERIOR 🐉, "LA VÍA DE LA ACCIÓN" y "SABIDURÍA ACTIVA": LA ACCIÓN HUMANA COMO EXPRESIÓN DE LA LUZ Y LA VERDAD por ANTONIO MEDRANO

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lunes, 19 de agosto de 2024

LIBROS "LA LUCHA CON EL DRAGÓN": LA TIRANÍA DEL EGO Y LA GESTA HEROICA INTERIOR 🐉, "LA VÍA DE LA ACCIÓN" y "SABIDURÍA ACTIVA": LA ACCIÓN HUMANA COMO EXPRESIÓN DE LA LUZ Y LA VERDAD por ANTONIO MEDRANO

LA LUCHA CONTRA EL DRAGÓN
🐉
La Tiranía del EGO y la gesta heroica interior

Esta es sin duda la obra más completa y profunda publicada sobre el mito del combate con el dragón. El autor se centra sobre todo en el significado antropológico y espiritual pero también social y cultural del símbolo.
El dragón ha sido empleado por culturas aparentemente muy dispares pero, como muestra el autor, los significados que adopta son sorprendentemente análogos. Chinos, germanos, hindúes, musulmanes, todos ellos emplean el símbolo del dragón para referirse a lo peor que todos debemos superar en nuestro interior para dar lo mejor de nosotros.
Estas páginas nos ofrecen un cuadro fascinante sobre lo que somos y lo que estamos llamados a ser, sobre los peligros que se ciernen sobre nuestra vida, amenazando nuestra felicidad y libertad.

Extracto de la obra

El episodio de la lucha entre el héroe y el dragón juega un papel capital en los poemas épicos y los libros de caballería, que tanto auge adquirieron durante la Edad Media. En este ámbito, habría que citar en primer lugar el famoso poema de Beowulf, célebre obra épica anglosajona del siglo VIII que lleva el nombre de su protagonista, príncipe de los getas de Jutlandia. En el Beowulf confluyen de manera llamativa y con gran fuerza dramática la herencia germánica y cristiana.

Dos de las principales hazañas de Beowulf se refieren precisamente a la lucha con el dragón: la victoria sobre Grendel y su madre, seres diabólicos que asolaban el país, y la lucha contra el Dragón alado de fuego, en la que el héroe perecerá por confiar demasiado en sus propias fuerzas. Grendel es descrito como un ogro o monstruo infrahumano- mitad bestia, mitad hombre- en cuyos ojos refulge una feroz y siniestra llamarada; un ser de inclinación nocturna, que hace acto de presencia al anochecer y del cual se dice que está emparentado con Caín, el Leviatán bíblico y los gigantes rebeldes contra Dios.

Por lo que se refiere al Dragón de fuego (Fire-Dragon o Fire-Drake), es una terrible criatura que habita junto al mar, en una cueva de la que brota un manantial de agua hirviente y humeante; de sus ollares surgen dos haces de fuego, sus ojos arrojan destellos de llamas y sus escamas resplandecen en la oscuridad de la noche a causa de la masa ígnea que bajo ellas chisporrotea. Durante el día se oculta en su guarida y sólo sale de noche para llevar a cabo sus incursiones de pillaje en el mundo humano, aprovechando la protección que le brindan las tinieblas. Entonces destruye cuanto le sale al paso, incendia casas y bosques, devora personas y animales. El poema relata con las siguientes palabras los hábitos del dragón al iniciar sus correrías destructoras: “Al fin terminó el día para gozo del dragón; no permaneció por más tiempo dentro de su guarida; salió de su cubil, exhalando fuego y envuelto en llamas”. Y unos versos más adelante: “Antes de la luz del amanecer emprendió la retirada hacia el tesoro escondido en su cámara oculta”.

Se trata como ha indicado A.M. Arent en sus comentarios al viejo poema anglosajón, de un ser satánico que pertenece a la misma categoría que Grendel y que se presenta como “el Archienemigo”, el enemigo por excelencia de los hombres y de los dioses. En una de las modernas transcripciones de la leyenda, las devastadoras correrías nocturnas del Fire-Dragon se nos describen con las siguientes palabras: “la luz deslumbradora de sus escamas de fuego asemejaba al brillo de la aurora en el cielo, pero su paso dejaba tras él cada noche, para afrontar el sol naciente, un rastro de desolación negra, carbonizada”. Las llamas de su aliento son de tal magnitud, que, cuando Beowulf le ataca protegido por un enorme escudo de hierro, éste se pone al rojo al caer sobre él la densa nube de fuego.

A ambos monstruos se enfrenta Beowulf en feroz combate que tendrá muy diverso desenlace: favorable en el primero; nefasto, en el segundo. Gracias a la ayuda sobrenatural, el heroico caudillo vikingo consigue vencer a Grendel y su vengativa madre, descubriendo en la guarida de los monstruos inmensos tesoros. Sucumbe, sin embargo, en la lucha con el Dragón de fuego, por no contar con la protección celestial y confiar demasiado en sus fuerzas humanas, que le fallan en el momento decisivo. Sus hombres le abandonan, llenos de pavor, dejándole sólo ante el peligro, junto a su fiel Wiglaf. Su espada Naegling se hace pedazos contra la cabeza de la fiera ígnea, la cual, presa de ira por el golpe recibido, clava en el cuello del héroe sajón sus colmillos venenosos. Será Wiglaf quien dé muerte al dragón y quien descubra el tesoro que la fiera guardaba en la caverna marina, tesoro que Wiglaf pone a los pies del héroe agonizante, mientras refresca sus sienes con el agua del manantial próximo a la guarida de la fiera, el cual ha dejado de hervir y humear una vez muerto el dragón.

INTRODUCCIÓN 

De todos es conocida la figura de San Jorge montado sobre un caballo blanco y alanceando al dragón bajo la mirada de una doncella que contempla a cierta distancia la bélica escena, en posición orante, rezando por el triunfo de su campeón y liberador. Cuadro que reaparece, casi con los mismo detalles, en infinidad de mitos, leyendas, sagas, cuentos y relatos épicos, en los que se describe el combate que el héroe, caballero o príncipe protagonista de la historia tiene que librar contra un monstruoso dragón para poder llegar ante la princesa encantada y liberarla de la abyecta esclavitud que sufre o de la terrible amenaza que sobre ella se cierne. 

¿Quién no se ha sentido fascinado por esa escena mítica, la cual, aun cuando uno quizá no sea capaz de explicarla o de comprenderla en todo su alcance, se presiente cargada de un hondo y misterioso significado? 
¿No sentimos, cada vez que la contemplamos, que en ella hay algo que nos habla de manera muy inmediata y directa, yo diría incluso personal? 

Es éste, de la lucha con el dragón, un motivo universal y de raíces milenarias que figura como elemento central en la cosmovisión y la iconografía de casi todas las culturas tradicionales. Con ligeras variantes, este combate contra el fabuloso monstruo acusa su presencia entre los más apartados pueblos de la tierra, sin distinción de épocas ni latitudes, en lo que constituye una clara muestra de coincidencia inter-cultural o inter-tradicional, ofreciéndonos una imagen cargada de un profundo mensaje espiritual, de tan innumerables como ricas connotaciones. Se trata de una figura que nos introduce de lleno en la visión mítica y simbólica, tan difícil de comprender para el hombre actual, aprisionado en un racionalismo obtuso y en un horizonte mental demasiado prosaico, extremadamente empobrecido. 

Una figura o representación de contenido inagotable, que nos hace penetrar en los más recónditos secretos de la vida. Por medio de ella nos adentramos en la estructura misma de la realidad: no sólo de la realidad humana, con sus luces y sus sombras, sino también de la realidad cósmica, en toda su complejidad y riqueza. Semejante arquetipo simbólico nos ayuda a comprender mejor el mundo en que vivimos y a comprendernos mejor a nosotros mismos. Entre otras muchas cosas, la imagen del combate entre el héroe solar y la bestia de los abismos nos ilustra, por ejemplo, acerca de asuntos como los siguientes: el proceso cosmogónico, las fuerzas en pugna por la configuración y mantenimiento del orden universal, el encuentro o el choque entre hombre y naturaleza, la génesis de la cultura y la civilización, el papel de la feminidad y la masculinidad, los peligros que amenazan a la humanidad en su desarrollo histórico y cíclico. 

En suma, de todas aquellas cuestiones que más vitalmente nos conciernen y que son tema capital para una filosofía del hombre y de la cultura. Tendremos ocasión de verlo conforme vayamos avanzando a lo largo de estas páginas, que no pretenden ser sino una glosa o reflexión razonada de los datos suministrados por el mito y la leyenda. Vamos a tratar de desentrañar el mensaje de tan importante mito-símbolo. Para ello, nada mejor que proceder a un estudio comparado de los elementos o ingredientes simbólicos que intervienen en los múltiples y muy variados relatos relacionados con la dracomaquia que nos son conocidos, manejando al mismo tiempo, a la hora de interpretarlos, el lenguaje conceptual de diversas tradiciones espirituales. 

Es evidente que, con semejante procedimiento, no se intenta ofrecer una vulgar y superficial interpretación sincretista del símbolo en cuestión, sino lograr una visión de síntesis, capaz de llegar al meollo de las distintas tradiciones analizadas y de percibir la unidad subyacente a todas ellas, pero respetando sus lógicas y legítimas diferencias. Tras pasar revista a los diversos mitos y leyendas en los que aparece la figura del dragón, analizaremos los distintos aspectos, dimensiones y niveles a que se presta la interpretación de los mismos, para centrarnos finalmente en un aspecto concreto, aquél que más directamente nos afecta a todos y cada uno de nosotros, pues va directamente referido a nuestra propia vida personal: en dragón como símbolo del ego, de las fuerzas oscuras que habitan dentro del hombre y que, desde el propio submundo o bajos fondos del individuo, conspiran contra su libertad y su felicidad. 

Trataremos de descubrir qué enseñanzas prácticas encierra el mito de la lucha con el dragón para la correcta articulación de nuestra vida, qué directrices nos marca, qué rutas nos muestra y qué orientaciones nos proporciona a la hora de enfocar nuestra singladura vital. Y lo haremos de la mano de los grandes maestros espirituales, tanto de Oriente como de Occidente. A medida que vayamos avanzando en la exposición, el lector irá descubriendo matices insospechados y de la mayor trascendencia, muchos de los cuales se refieren a hechos de la vida cotidiana que le resultan harto conocidos. 

Es todo un mundo de inusitada grandeza y riqueza lo que ante nuestros ojos se despliega al considerar la escena intemporal del combate con el dragón. Un mundo que nos habla de la victoria de la auténtica humanidad, de la luz intelectual y espiritual, sobre las sombras de la irracionalidad, sobre la oscuridad bestial e inhumana que acecha agazapada en el fondo de cualquier ser humano, sea hombre o mujer.

EL COMBATE ENTRE EL ESPÍRITU Y EL ALMA 

La vida es combate, guerra incesante, lucha y esfuerzo para alcanzar la meta. Y esto, lo queramos o no; nos guste o nos disguste; nos demos o no cuenta cabal de ello. El hombre es por naturaleza un ser combatiente: nace con una misión luchadora y realiza su destino combatiendo, venciendo obstáculos, resistencias y fuerzas hostiles. Vivir es combatir, pelear a brazo partido para superar las dificultades que surgen en nuestro camino, bregar contra los impedimentos que se oponen a nuestros propósitos y proyectos. No se puede tener una vida auténticamente humana sin pelear duro, de forma valiente y tenaz. Nuestra existencia cobrará sabor y sentido en la medida en que nos impliquemos combativamente en ella. Vivere militare est, “el vivir es guerrear”, sentencia Séneca en una de sus cartas (Séneca, Carta a Lucilio, XCVI, 6). Idea que ya encontramos formulada en la Biblia, en el Libro de Job, donde expresamente se afirma: “Milicia es la vida del hombre sobre la tierra (Job 7, 1)”. 

La gran guerra santa 
El mito de la lucha con el dragón nos habla de este guerrear, de esta milicia.
Pero aquí la contienda tiene sobre todo una proyección interior: es guerra contra uno mismo, combate contra los impedimentos que hay en el propio ser, lucha sin cuartel contra el ego. Se trata de una guerra intestina en la que está en juego aquello que más nos importa -o que, al menos, más nos debiera importar-, a saber: nuestra libertad, dignidad y felicidad. 
Un combate interior que será tanto más intenso cuanto mayor sea la nobleza de la persona, cuanto más altas y nobles sean sus aspiraciones. 
Quien no combate internamente, pierde su vida. Quien no quiera pelear consigo mismo, estará condenado a vivir como un despojo viviente, como un perpetuo derrotado, como un trozo inerte zarandeado por los acontecimientos y por la fatalidad del destino.
Pero la dimensión combativa de la vida alcanza su máximo nivel cuando el vivir se encauza por una vía espiritual, guiado por la luz de la Gnosis o Sabiduría. Entonces, la existencia humana se perfila como una guerra sagrada, una gran batalla o prueba heroica que tiene como objetivo el conocimiento de nosotros mismos, nuestra liberación y realización integral. Una batalla, prueba o trance en que somos al mismo tiempo el héroe liberador, la víctima a liberar y el enemigo a vencer, el tirano a derribar. Contemplada desde una elevada perspectiva espiritual, gnóstica y sapiencial, la vida no es sino eso: guerra en el sendero de Dios por la instauración de la paz, el orden y la armonía; combate por la conquista de nuestra propia Iluminación; lucha por el Conocimiento, por la Sabiduría, por la Visión trascendente que ha de trasformar nuestro ser y que nos ha de aportar la felicidad plena; esfuerzo audaz y perseverante para derribar los obstáculos que se interponen entre nosotros y la Realidad; empresa guerrera al servicio de la Luz, esa Luz del Ser y de la Verdad que es suprema fuerza liberadora. Y es de esta gesta heroica interior de lo que nos habla el mito universal de la lucha con el dragón. Pocas imágenes expresan esta idea de modo tan directo, gráfico y vigoroso como la del héroe solar alanceando a la negra bestia del averno.

  

LA VIA DE LA ACCION: 
EL HACER JUSTO Y CORRECTO 
FRENTE AL DESORDEN ACTIVISTA
El mundo actual se torna cada vez más inóspito y agresivo pero ¿por qué? ¿a qué se debe que se vea continuamente sacudido por crisis políticas y personales? En medio de todo ello ¿como podemos obrar con la seguridad de colaborar al bien del entorno, con la seguridad de tener una vida más feliz, libre y armónica? Cuando todo el mundo piensa que hay que "hacer algo" es muy posible que dichas acciones discurran por derroteros de perdición o que queden en simple activismo. Es necesario por tanto que la acción transcurra de una manera "correcta", y esta es la cuestión fundamental que el autor pretende desentrañar, de acuerdo con los mandatos de la sabiduría peremne y universal.

ADVERTENCIA AL LECTOR 

El libro que el lector tiene en sus manos es la primera parte de una obra más amplia que intenta recoger las enseñanzas de la Sabiduría universal o Filosofía Perenne sobre el modo correcto de enfocar la vida activa, es decir, la forma justa y adecuada de realizar las diversas acciones que integran y configuran la vida humana. El plan de la obra, tras este primer volumen introductorio, que pretende dar una visión global sobre la doctrina de la recta acción y su antítesis, la desviación activista, será el siguiente: 

1. Sabiduría activa. La acción humana como expresión de la luz y la verdad. 
2. La acción heroica. Nobleza y desinterés en la actividad cotidiana. 
3. Vivir el presente. La acción realizada en el Aquí y Ahora. 
4. Milicia del Grial. La vivencia sacrificial de la acción. 
5. Ecología sacra. La acción cósmica y universal. 

Aunque los distintos volúmenes son autónomos y pueden leerse como si fueran obras independientes, sin que sea necesario haber leído el resto, conviene no perder nunca de vista que todos ellos versan sobre un mismo tema y se insertan en un estudio de mayor estén unidos por un mismo hilo conductor, por lo cual se hace a veces indispensable remitir a las ideas expuestas en alguno de los volúmenes restantes. Teniendo bien clara esta idea, la lectura de cada uno de ellos resultará mucho más inteligente y provechosa.

INTRODUCCIÓN

Esta obra va dirigida a todos aquellos que, en un mundo agitado y caótico como el actual, desorientado y desmoralizado, sumido en la confusión y desgarrado por toda clase de tensiones y conflictos, buscan una orientación que dé sentido a su vida, que les ayude a encontrarse a sí mismos y a conquistar la libertad, la paz y la armonía. A cuantos no se confirman con una existencia rutinaria, superficial y vacía, y sienten la urgente necesidad de contar con una sólida base de apoyo desde la que poder hacer frente a los problemas que plantea la existencia cotidiana y superar la grave crisis existencial que la civilización moderna crea, de forma cada vez más acentuada, en amplios sectores de población. 

Un libro de este tipo únicamente dirá algo a quienes, no dejándose llevar por la corriente de apatía y pereza mental hoy dominante, todavía conservan un reducto de autonomía interior y están abiertos al influjo vivificante de la Verdad. Dicho con otras palabras: quienes no se contentan con lugares comunes y automatismos pasivamente aceptados; quines saben unir pensamiento y vida, teoría y práctica, y son capaces de intuir la inagotable capacidad renovadora que en sí encierra, en cualquier momento, toda vida humana. Capaces de intuirla y de ponerla en acción. Pues de nada sirve lo que aquí se dice, si no existe la voluntad decidida de llevarlo a la práctica. Lo que evidentemente supone dos cosas: una insatisfacción con la propia vida y un propósito de renovación radical de la misma. 

El tema que vamos a abordar es de capital importancia para la vida de cualquier ser humano; pues, como veremos en su momento, la acción abarca la totalidad de la vida y prácticamente se identifica con ella. de ahí que hayamos hablado de renovación de la vida y de dar sentido a la vida al referirnos al objetivo último de este estudio doctrinal sobre la acción. He pretendido recoger aquí las orientaciones básicas que para el recto encauzamiento de la acción ofrece la Sabiduría universal o Philophia Perennis, también llama “Doctrina tradicional”. Esto es, la herencia sagrada y milenaria de la humanidad, el depósito sapiencial que ha inspirado a todas las culturas normales de la tierra a lo largo de la historia, durante milenios, y que, en virtud de ese mismo carácter de universalidad, bien podría designarse con el nombre de “Verdad ecuménica”. 

En las páginas que siguen analizaremos las condiciones que debe reunir la acción para convertirse en una palanca eficaz en la obra de transformación interior del hombre. Trataré de exponer los principios que rigen la vida activa y hacen posible que ésta se oriente de forma recta y legítima, contribuyendo así a la edificación de la persona, a la plenitud y a la perfección del ser humano. 

Vamos a ver, dicho de otro modos, cuáles son los requisitos que ha de cumplir la actividad humana para convertirse en una auténtica experiencia espiritual o para insertarse en una vía de realización integral; para poder ser, en definitiva, una verdadera “vía de la acción”. No se pretende, por tanto, analizar qué acciones se debe o no se debe realizar, sino cómo se han de realizar todas las acciones que ejecutamos a lo largo de la vida y en los diversos momentos de nuestra existencia cotidiana. Nuestro propósito no es tanto ver lo que se puede hacer, desde una perspectiva ética o moral, como descubrir la manera justa y correcta de hacerlo. 

¿Cómo llevar a cabo nuestras acciones para conseguir la felicidad, la paz interior y la armonía con el entorno? ¿Cómo hacer las tareas, trabajos y actividades que tenemos que hacer en el diario faenar para que resulten eficaces, gratificantes y constructivas? ¿Cuál es la actitud que hemos de adoptar para que podamos llevarlas a cabo con el menor desgaste y tensión posibles? ¿Cómo afrontar los problemas, sinsabores, traspiés y contratiempos que encontramos en nuestros quehaceres y proyectos? ¿Cómo resistir a las presiones hostiles que el mundo exterior ejerce sobre nosotros? ¿Cómo enfocar nuestra vida activa para que, en vez de destruirnos, nos construya como personas, como auténticos seres humanos, y nos permita construir también un mundo mejor? He aquí algunos de los interrogantes a los que pretende responder esta obra. 

Las enseñanzas de las tradiciones espirituales de la humanidad sobre la vía de la acción nos ayudarán a encontrar la respuesta a estas preguntas que todos nos hacemos, de forma más o menos consciente e intensa, quizá a veces incluso de manera angustiada. Siguiendo tales enseñanzas, siempre vivas y actuales, descubriremos el camino a seguir para que nuestras actividades alcancen la perfección o al menos se aproximen a ella. 

Aprenderemos, en última instancia, a enraizar nuestras actividades en lo Real y Eterno, haciendo de ellas una expresión de nuestra verdadera naturaleza y orientándolas hacia nuestra meta última. Lo cual quiere decir transformar la vida activa, que de ordinario no es sino un factor de agitación, de apego pasional, de esclavitud y sometimiento a las oscuras corrientes de lo material y lo psíquico, en fuerza de luz y de libertad, en potencia creadora de orden y estabilidad, en arma de liberación espiritual. 

He procurado dar a la exposición un sentido eminentemente práctico, destacando normas y consejos directamente aplicables a la vida concreta de cada cual. Esto no quita, sin embargo, para que aquí y allá hagamos alguna que otra exposición de índole simbólica, cosmológica, teológica o metafísica, imprescindible para la recta comprensión de los temas tratados, aunque para las personas no habituadas a este tipo de disquisiciones pueda resultar algo ardua. 

Creo que en las orientaciones aquí recogidas, la persona interesada podrá encontrar un caudal suficiente para encauzar su propia vida, para rectificar su visión de las cosas y adoptar una postura más sana y positiva ante las vicisitudes de la existencia, y, en suma, para infundir orden, autenticidad y sentido a su actuación de todos los días, sea ésta del tipo que sea.

Propuestas como antídoto contra la fiebre activista que hoy nos amenaza por doquier, las consideraciones que haremos a lo largo de las páginas que siguen resultan, por tanto, válidas para todos, siendo aplicable a los diversos momentos de la vida real y cotidiana de cualquier persona. Aunque, lógicamente, las orientaciones contenidas en ellas tendrán un valor adicional, muy concreto y particularmente valioso, para aquellos que, movidos por una vocación dirigente, activa y emprendedora, orienten su vida a una acción de transformación de la sociedad y del mundo. Y de modo especial, para cuantos luchan por el retorno de Occidente a una situación de salud y normalidad.

Se achacará quizá como defecto a esta obra el ser muy poco original, el aportar pocas novedades y limitarse a repetir lo que otros han dicho. Poco hay, en efecto, de “propia cosecha”- para decirlo con las castiza expresión castellana- en estas páginas. Pero estoy convencido de que esto, lejos de ser un defecto quizá sea, con toda probabilidad, su más alta virtud. 

En primer lugar, porque mis ideas no tienen la menor importancia, y poco pueden interesar al lector sensato. 
En segundo lugar, porque no hay tarea más sugestiva, valiosa y enriquecedora, que la de descubrir y recoger los tesoros espirituales de la humanidad, que, olvidados o ignorados, dispersos por los más recónditos parajes de una geografía secreta y en obras prácticamente inaccesibles para la mayoría, yacen hoy ocultos bajo la losa de silencio e incomprensión con que ha pretendido sepultarlos en los últimos tiempos una mentalidad hostil a toda realidad espiritual, a toda revelación de lo alto y a toda sabiduría sagrada. 

Por último, señalemos que no puede encontrarse mejor camino para desarrollar una labor auténticamente creadora y hacer una aportación realmente importante que el de borrarse uno mismo y anular cualquier pretensión individual a fin de convertirse en impersonal instrumento de la Verdad. 

La elaboración de este trabajo ha estado guiada por la norma de activa impersonalidad enseñada por las Filosofías Perennes. Consciente de que en cualquier campo, pero más aún en éste de las orientaciones y análisis doctrinales, en afán de originalidad y de protagonismo personal no es sino un semillero de errores, he dejado el menor margen posible para las aportaciones o invenciones propias. Las opiniones personales y las florituras literarias han quedado reducidas a la mínima expresión, en aras de la claridad del mensaje. 

Aunque esto pueda parecer en principio algo empobrecedor, no abrigo la menor duda de que contribuirá al enriquecimiento de la obra y del lector, sobre todo porque permite que destaque con más fuerza el principal tesoro de este trabajo, que es la recopilación de voces cualificadas y textos sapienciales de todos los tiempos sobre el tema tratado. Me daría por muy satisfecho, si de ella pudiera decirse que constituye una buena antología de la sabiduría universal sobre la acción. 

NOTA: 

La portada reproduce la figura del célebre Discólobo de Mirón, en el que podemos ver el símbolo de la recta acción, vigorosa, disciplinada, ajustada al orden. Es el atleta esforzado que lanza con decisión y energía el disco solar de la propia alma y de la vocación personal hacia el horizonte de su destino, realizando el movimiento justo, rítmicamente medido. En esta escultura helénica se nos presenta la idea de la vida como quehacer deportivo, como tarea atlética y heroica, como empresa olímpica.

EL INMUNDO MODERNO 

En los últimos tiempos la Humanidad ha estado construyendo una realidad social, civilizatoria e incluso cósmica, que más que “un mundo” (un todo ordenado y armonioso, un hogar en el que vivir) es “un inmundo” (des-mundo, infra-mundo, sin-mundo o contra-mundo). Un conglomerado caótico, antinatural, inclemente, inhumano e inhóspito, en el que se extiende y domina la negatividad; un inmundo lleno de inmundicia, no sólo física (basura contaminante) sino también y sobre todo inmundicia moral, intelectual y emotiva, con serias y muy negativas repercusiones en todos los ámbitos y a todos los niveles. 

Es des-mundo porque en él imperan el desmadre, el desorden, la desorientación, el descreimiento, la desintegración, el desgarro (interno del ser humano), la desvinculación, el desarraigo, el desplome, la descomposición (con el hedor que esto produce y conlleva). Se trata de un mundo completamente desprincipiado, desmoralizado y desnortado. Es contra-mundo porque en él se extienden de forma imparable el contrasentido, lo contranatura, el contrafuero, los contravalores, la contracultura, la contraventura; todo lo que es contrario a la realidad y al orden cósmico, al orden del ser, al justo y sano orden (la contrarealidad y el contra-dios). Es sin-mundo porque en su seno avanza arrolladoramente la sinrazón, el sinsentido, la sinsustancia, la sinconciencia, la sinventura y el sinsabor (el pesar y la desazón moral). 

En este sinmundo, que lleva consigo el sin-raíces, sin-trabajo y sin-horizonte, la vida se convierte en un Es infra-mundo porque afloran por doquier las fuerzas y tendencias que vienen de abajo, de lo más inferior e infernal del alma humana; fuerzas y tendencias que a su vez tiran hacia abajo, hacia los niveles más ínfimos y degradantes, hacia lo infrapersonal e infrahumano. Y es in-mundo, finalmente, porque en él se imponen con ímpetu despótico y lo van invadiendo todo la inmoralidad, la indecencia, la insolencia, la irrespetuosidad, la incoherencia, la incomunicación, la inconsciencia, la irresponsabilidad, la injusticia, la infamia, la impersonalidad (el anonimato gregario y anulador), la infirmeza (o sea, la enfermedad), la insaciabilidad (que quisiera devorarlo, consumirlo y poseerlo todo). 

Elementos característicos de este inmundo, y a la vez causas que están en su origen: 
1) el eclipse de las dos fuerzas que sostienen la vida humana y cósmica: la Luz (la sabiduría, la inteligencia) y el Calor (la calidez del amor, de la compasión, de la bondad). 
2) la hipertrofia de la Civilización (las tecnicidades, las técnicas de poder y dominio) con la relegación e incluso supresión de la Cultura (las humanidades, el cultivo del ser humano); lo cual lleva consigo la primacía de la cantidad (lo cuantitativo, lo accesorio, banal y superficial) sobre la calidad (lo cualitativo, lo profundo y esencial). 
3) el avance arrollador de los contravalores (o invalores) y el retroceso de los valores, los más altos y nobles valores, que constituyen el entramado de la Cultura: la Verdad, el Bien y la Belleza; la confianza, la lealtad, la concordia, el honor, el respeto, la amabilidad, la honradez, la humildad, la humanidad, la alegría de vivir. 
4) el predominio absoluto del tener y el hacer sobre el ser (la dimensión más importante, fundamental y esencial del ser humano). Lo que significa el triunfo del devenir sobre el ser, así como de las tendencias rajásica y tamásica sobre la sátvica, la tendencia hacia el Principio, hacia el Centro, hacia el Ser, hacia la luz y hacia lo alto. 
5) la potencia invasora, negativa, corrosiva y destructiva del antiespíritu (der Ungeist), visceral enemigo del Amor y la Sabiduría, verdadero forjador del inmundo (Unwelt), abanderado de la inmoralidad (Unmoral), del absurdo y el sinsentido (Unsinn), de la discordia (Unfriede), de la infelicidad y la desgracia (Unglück), de la incultura y la anticultura (Unkultur). La consecuencia de todo ello es una atmósfera invernal, infernal (oscura y fría) en la que todos nos sentimos atrapados y que nos causa mucho sufrimiento, así como infinidad de problemas de todo tipo en nuestro diario vivir. El diagnóstico claro y correcto de los males causantes del inmundo en que vivimos es la condición previa para la superación de la grave crisis que atraviesa la Humanidad en la actualidad y para conseguir sanar nuestras propias dolencias individuales.

La reflexión sobre el inmundo no debe llevarnos, sin embargo, a una actitud negativa, derrotista o pesimista, sino todo lo contrario: debería conducirnos a adoptar la actitud correcta ante la vida, afirmadora y combativa, para que las fuerzas y tendencias negativas no se apoderen de nosotros, con lo cual seriamos nosotros mismos los inmundos portadores del inmundo, al interiorizar su funesto legado. En este caso, tendríamos también un inmundo en el otro significado que lleva consigo el prefijo in-, el sentido de “dentro de”: el inmundo lo sería entonces además por estar dentro de nosotros (in-mundo como “mundo dentro de mí”, mundo negativo interiorizado), la peor de las situaciones. 
Parafraseando la sabiduría que encierra la sentencia evangélica, podemos decir que estamos en el inmundo, no podemos evitarlo; pero no somos del inmundo. Estamos en el inmundo para vencerle, para transformarlo, para purificarlo y salvarlo.


SABIDURÍA ACTIVA
La acción humana 
como expresión de la luz y la verdad
Frente a la contemplación muchos han contrapuesto la acción como vía más adecuada para mejorar el mundo, pero nada queda más lejos de la realidad que esa falsa disyuntiva.
Acción y contemplación son dos caras de la misma moneda que se complementan con el nexo indestructible de la verdad.
El presente libro marca las directrices para conseguir una acción sabia, inteligente y sensata como fuerza liberadora del hombre, a la vez que señala la importancia de la verdad a la hora de fundar las propias acciones.
En una época consumida por el activismo febril, nada podría ser más interesante. Toda una propuesta para modelar y reorientar la propia vida al calor de una visión rigurosa, de gran altura espiritual y filosófica.

Extracto de la obra

La primera condición que debe reunir la acción para desarrollarse de manera correcta es la subordinación a la verdad. Toda obra o actividad humana, sea del tipo que sea y con independencia de su importancia o del plano en el que se desarrolle, tiene que fundarse en la verdad, la cual le marcará las normas y condiciones a que se ha de ajustar. Esta formulación podrá parecer demasiado teórica y abstracta, poco útil y mínimamente aplicable a la vida cotidiana, pero a medida que vayamos entrando en materia, iremos captando su enorme trascendencia y su tremendo valor práctico.

Para que sea digna del hombre, la acción ha de ser siempre una acción inteligente: no ha de obedecer a la pasión, sino a la claridad y objetividad intelectual; ha de seguir en todo momento la pauta que le marca la inteligencia, la cual a su vez cumple su misión natural cuando tiene por norte la verdad. “La verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre”, afirma el Papa Juan Pablo II en su encíclica Spendor Veritatis, donde subraya el tremendo poder de la verdad como fuerza que permite al hombre desarrollar una acción sana, libre e inteligente.

Ninguna de las acciones que realizamos a lo largo del día puede ser irracional, estúpida o idiota, menos aún delirante o demencial. Todas ellas tienen que ser siempre sensatas, racionales, sagaces y prudentes, pues sólo así pueden ser correctas y diestras. Todo lo que sea apartarse del criterio inteligente y racional, daña a la acción y a su autor. Es éste un principio que Leonardo da Vinci- aquel hombre bueno, sabio y artista, cuyo aspecto recuerda al de un viejo druida y cuya vida se desarrolló bajo el signo del águila, ave simbólica del sol y de la sabiduría- supo plasmar en bella fórmula, cuando declaraba que su máxima aspiración consistía en ser “obrero de la inteligencia”.

Todo cuando se piensa, se dice y se hace o se produce (esto es, se crea, fabrica, construye) debe hacerse de una manera inteligente, buscando siempre lo mejor, esforzándose por conseguir una obra bien hecha. La tríada platónica del bien, la verdad y la belleza, debería constituir el objeto o móvil inspirador de todos y cada uno de nuestros movimientos del cuerpo y del alma. No hay que olvidar que el movimiento es acción y que la acción es movimiento; toda acción supone, en definitiva, un movimiento en el que van implicados tanto el cuerpo como el alma. Y la inteligencia y la verdad son la garantía de que ese movimiento se hará con orden, reflejando el bien y la belleza.

Por desgracia, esto, que debiera ser la norma, es más bien una rara excepción. Pues, por lo general, los seres humanos prefieren actuar de manera poco inteligente, a menudo manifiestamente estúpida, incluso como dementes o lunáticos, sin tener en cuenta para nada la orientación que proporciona la verdad. Y más aún en estos tiempos confusos y convulsos en que vivimos, en lo que se acentúa al máximo la estupidificación de las masas y se registra una auténtica epidemia de locura colectiva: locura que va desde el consumismo y la búsqueda alocada del placer material a la proliferación de las sectas más absurdas y grotescas, desde el culto al dinero a la obsesión deportiva capaz de estallar en violencia asesina, desde la extensión arrolladora de la drogadicción o la idolatría de personajes despreciables a la práctica del genocidio y la autodestrucción.

No es que la acción sabia, racional e inteligente haya sufrido de repente un retroceso y se haya convertido como por ensalmo en una rareza. Ya lo era en tiempo de Leonardo, cuando se incia la crisis espiritual de Occidente, pero hoy la línea de declive ha avanzado considerablemente y está llegando a su punto más bajo, con la lógica consecuencia, que es el agravamiento de todos los fenómenos de descomposición. Lo que, entre otras cosas, se traduce en un incremento y afianzamiento de la acción ignorante y ciega, necia y alocada, contraria a la verdad.

Cosa inevitable en un mundo dominado por el individualismo, en el que se pone en duda o se niega pura y simplemente la existencia de una verdad objetiva, y en el que el subjetivismo proclama su poder absoluto. Mundo cuya tendencia dominante responde a lo que Sciacca llamó l’oscuramento dell’intelligenza, “el oscurecimiento de la inteligencia”: un ambiente caliginoso en el que la verdad y la sabiduría se ven suplantadas por opiniones subjetivas ingeniosas (la doxa de la filosofía helénica, como opinión arbitraria, ajena e insensible a la verdad); un clima inhóspito donde cada cual funciona a su antojo y todo se hace guiándose exclusivamente por apetencias, deseos e impulsos irracionales, sugestiones mentales, prejuicios e ideas preconcebidas. El deseo interfiere de forma continua en el campo de la inteligencia, imponiendo su ley al pensamiento y desvirtuando así su normal funcionamiento. Lo curioso es que todavía haya quienes pretendan poner remedio a tal situación de desorden apoyándose en esa misma acción irracional e insensata que la ha ocasionado.

La verdad es la raíz y fundamento de la acción, la fuente misma de la actividad justa, recta y sana. Todo cuanto podamos pensar, decir o hacer debe partir de la verdad y apuntar a la verdad; debe estar inspirado en la verdad e ir enfocado hacia la verdad. Sin esta supeditación a la verdad, la actividad humana, ya sea individual o colectiva, pierde su legitimidad y su sentido. No puede ser de otro modo, pues la capacidad activa del hombre, su vida entera y su mismo ser, tienen como principio y fin último la Verdad.

Pero a todo esto, ¿qué ha de entenderse por “verdad”? Cuando decimos que nuestra acción debe ajustarse a la verdad y guiarse por ella, ?a qué verdad nos estamos refiriendo? ¿Cuál es esa verdad que resulta tan decisiva para nuestra vida activa? La verdad a todos los niveles, en sus diversas modalidades, grados de expresión o formas de manifestación: desde la Verdad absoluta, principal e increada, a la verdad relativa, creada, principiada, condicionada por el tiempo y el espacio; desde la verdad objetiva que nos llega desde fuera, del entorno en que vivimos, a la verdad subjetiva que nos habla desde dentro, desde el fondo de la conciencia; desde la verdad vital y personal, aprendida por la propia experiencia, a la verdad doctrinal, que se nos transmite por quien tiene autoridad para ensenárnosla o comunicárnosla; desde la verdad fáctica (la verdad de los hechos, la realidad tal cual es y no como nosotros quisiéramos verla) a la verdad lógica o racional; desde la verdad científica o matemática (siempre y cuando sean realmente tales, y no meras opiniones o conjeturas) a la verdad ética y estética, aquella que se ajusta al buen gusto y al buen sentido, que nos muestra lo que está bien, o lo que es bello y justo, y lo que está feo, lo que es incorrecto, indecoroso e injusto. La verdad como algo que percibe o descubre la mente, pero también la Verdad como Principio que alumbra la mente y le permite reconocer lo que es verdad y distinguir lo verdadero de lo falso.


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