Los engranajes de Occidente (cap. 11)
LA CRISIS
DE LOS VALORES
TRADICIONALES
Quiero que observen dos imágenes publicitarias separadas por tres décadas:
- la casa Calvin Klein en los años 90', vendía cuerpos perfectos, esculturales, un canto al triunfo, la vida sana y el ejercicio, modelos fuertes hasta la última célula.
- En el 2022 esta imagen había cambiado radicalmente y el modelo a seguir según esta misma marca era el de personas que rozan la obesidad mórbida, personas que no pisan el gimnasio ni por casualidad, el hombre ha sido despojado de su masculinidad y se oculta tras la imagen de una mujer que hoy se considera body positive y que no es más que el reflejo de los problemas de salud atornillados a la sociedad moderna.
- Pasemos ahora a julio de 2024 la izquierda levantisca asalta las calles de Washington y tomando como excusa la visita de Netanyahu, se dedica a vandalizar los monumentos más representativos de la capital, aquellos símbolos que definen Estados Unidos como nación: una turba perfectamente organizada inunda calles, descuelga la bandera, quizá lo sagrado para la inmensa mayoría de la población, la sustituye por la bandera Palestina y quema la norteamericana, sin que se produzca una intervención por parte de los cuerpos de seguridad. Esto es especialmente relevante en un país como Estados Unidos que históricamente ha tenido una veneración casi ciega por los símbolos nacionales.
Viendo ambos ejemplos cabe preguntarse: ¿existe una guerra contra el concepto de occidente mismo?
Los engranajes de occidente es una serie dedicada a estudiar los mecanismos psicosociales que están provocando la degradación de la civilización occidental.
Capítulo 11: La crisis de valores tradicionales
La identidad de los pueblos se fundamenta en una serie de valores axiales que han sido tradicionales y determinantes en la formación y cohesión de las comunidades a lo largo del tiempo. Estos principios axiales actúan como pilares que dan forma al carácter colectivo y guían el comportamiento social a lo largo del tiempo. Esos valores se han entreverado en el tejido cultural, influyendo las costumbres, tradiciones y normas que definen a una comunidad. Su persistencia y su adaptación a través de los siglos permite mantener una continuidad histórica, mientras que su transmisión de una generación a otra, fortalece los lazos comunitarios.
Comprender estos valores es por lo tanto esencial para desentrañar la esencia de un pueblo porque revelan sus prioridades, aspiraciones y formas de interpretar el mundo; al mismo tiempo, atacarlos es capaz de razonar y destruir esa cohesión porque en última instancia estos principios axiales no solo reflejan el pasado de una sociedad sino que también moldean su presente y proyectan su futuro, actuando como un hilo conductor que mantiene unida a la comunidad frente a los desafíos del cambio y la modernidad.
1-. La lengua es un elemento central de la identidad cultural ya que es el medio a través del cual se transmiten conocimientos tradiciones y formas de pensamiento.
El idioma es uno de los aspectos más distintivos de la identidad cultural de un pueblo, es el vehículo principal a través del cual se expresan las tradiciones, las historias y los valores de una comunidad. Hemos tratado ya en diversas ocasiones en esta misma acción cómo se emplea el lenguaje para manipular la opinión pública. Hoy me gustaría, sin embargo, enfocar nuestra atención a cómo el lenguaje se utiliza como ariete, cómo se pervierte, como se destruye con el objeto de atacar las bases mismas de la sociedad.
El engranaje
y la rebelión
Tecnología y
subjetividades digitales
"Esta no es una revisión neutral de significados. Es una exploración del vocabulario de un área crucial de discusión social y cultural, heredado dentro de condiciones históricas y sociales precisas y que debe ser a la vez consciente y crítico, sujeto tanto al cambio como a la continuidad, si se pretende que los millones de personas en quienes es una presencia activa lo vean como tal: no como una tradición que hay que aprender, ni como un consenso que hay que aceptar, ni como como un conjunto de significados que, por ser “nuestro lenguaje”, tiene una autoridad natural; sino como un vocabulario en constante formación y reforma, en circunstancias reales y desde puntos de vista profundamente diferentes e importante; un vocabulario para usar, para encontrar nuestro camino en él, para cambiarlo en la medida que lo encontremos necesario, mientras seguimos haciendo nuestro lenguaje y nuestra historia". Raymond Williams, Palabras Clave
El mundo virtual que prometía mejorar las comunicaciones entre los individuos, acaba formando una sociedad solipsista. Una tecnología que claramente facilita y acelera los contactos, paradójicamente inhibe el diálogo. En consecuencia, las calles se llenan de zombies, los colectivos y trenes de sonámbulos, las plazas y los parques de solitarios.
¿Pero sólo es eso? ¿Cómo es que las pantallas ya saben lo que estoy buscando? Es evidente, entonces, que además estamos siendo vigilados. ¿Por quién? ¿Para qué?
Por supuesto que esto tampoco es nuevo, la modernidad, ya sabemos gracias a Foucault, había erigido sobre nosotros otros centros de vigilancia, otros encierros: la familia, la escuela, la fábrica; pero eran instituciones que en general apreciábamos y de algún modo habíamos hecho nuestras (por supuesto como parte de unos “aparatos ideológicos”), aunque por momentos buscáramos estar solos, escabullirnos en ciertos rincones o incluso rechazarlas. Sin embargo, cuando levantamos los ojos de las pantallas de nuestro celular, ¿podremos encontrar ese rincón donde ocultarnos, esa exterioridad a la que salir? Difícil.
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