QUO VADIS?
PENSAR Y ACTUAR
EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE
Manifiesto del XXVI
El dramático y, a su vez, verdadero enunciado de “Quo vadis” con el que titulamos este XXVI Congreso Católicos y Vida Pública nos confirma una ecuación inequívoca: “cuánto mayor es la pérdida de referencias permanentes, más desorden político y social existe”.
Un concepto, “pérdida de referencias permanentes”, con el que se quiere señalar el ocultamiento de todo lo que expresa la transcendencia del ser humano, así como la construcción de un orden social y político basado en la premisa más o menos explícita de “vivir como si Dios no existiera”. Una opción definida por un craso materialismo que no pueda dejar de llevar a la civilización occidental a la decadencia, a la crisis y al desorden.
En paralelo, y de un modo acuciante, nos enfrentamos a un relativismo moral que está en el fondo de una crisis, quizá sin precedentes, que pide de los católicos un redoblado esfuerzo en la defensa de sus fundamentos: la defensa de la vida, la familia, la cultura del esfuerzo, la dignidad y la naturaleza de la persona humana. La defensa hoy de los fundamentos cristianos de nuestra sociedad no es un ejercicio de “fundamentalismo”, sino que, por el contrario, significa ser vanguardia del debate principal del futuro de nuestras sociedades.
Existe un sentimiento de desmoralización que es la consecuencia de una cierta impotencia ante el avance y la imposición sistemática de una nueva sociedad, de un desorden social, que nunca ha sido ni explicado ni votado, sino que, por el contrario, ha sido silenciado.
Ese sentimiento de desmoralización, fruto de la crisis del valor de la verdad, de una moral objetiva y también de ánimo, impulsado por la comodidad, nos arrastra a un individualismo feroz.
De forma paradójica en Occidente, este relativismo convive con el extremismo en el ámbito político. Si el relativismo está en el fondo, en la causa de la pérdida de referencias permanentes, el extremismo tampoco es la solución a los problemas de una sociedad que necesita cohesión y fundamentos. Si la crisis es de fundamentos, la solución de verdad estará en el fortalecimiento de los mismos, no en la búsqueda del extremo, y mucho menos en la insistencia del relativismo. Si la crisis está en la persona, la solución, de verdad, pasa por un cambio de actitud personal.
Es preciso, por tanto, que los católicos tomemos conciencia del papel que nos corresponde, convoquemos a una nueva generación y salgamos de un intento de marginación y desprecio de una moda dominante, que parece empeñada en no entender la causa de la crisis. Tan equivocada es la consideración de que todos los católicos pensemos lo mismo en todas las cuestiones políticas, como concluir que no tenemos cohesión alguna en el ámbito público, razón por la que deberíamos abstenernos de toda toma de posición social y política.
No se trata de buscar, encontrar y apoyar una opción política partidaria, sino de enunciar y articular una estrategia o un conjunto de iniciativas, a modo de plan que contribuya a una toma de conciencia de la gravedad de la situación, conscientes de hasta qué punto los fundamentos humanistas de nuestra civilización están siendo atacados en su raíz.
Reiteramos que el papel de los católicos españoles y europeos en este ámbito resulta esencial y determinante. Si no lo impulsamos nosotros, nadie lo hará.
Por todo ello, creemos que la transformación de un catolicismo social, por lo general silencioso e irrelevante, en una minoría creativa -tal y como nos interpelaban tanto Benedicto XVI como Francisco-, constituye un reto irrenunciable de la Asociación Católica de Propagandistas y de este Congreso. Es necesario insistir en esta tarea, sumando en la medida de lo posible a otros grupos y movimientos católicos que sientan la urgencia del momento histórico en el que nos hallamos.
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