EL IMPERIO ESPAÑOL
Y EL SANTO OFICIO
La Inquisición española fue una mezcla de agencia de espionaje, unidad de asuntos internos y fuerza de orden público que, aunque tuviera como objetivo prioritario la persecución de delitos religiosos, acabó convirtiéndose –y esta es una de las sorpresas mayúsculas de este libro– en un brazo «político» de la monarquía hispánica, realizando una labor de vigilancia global, con intervenciones quirúrgicas.El uso exhaustivo de fuentes desdeñadas hasta la fecha nos permite adentrarnos en las fascinantes biografías de moriscos, luteranos, espías, filibusteros, judaizantes o falsos religiosos que pululan en el inmenso espacio del imperio español: de Flandes a Italia, del Mediterráneo al Atlántico y, por supuesto, América.Frente a una visión truculenta y sanguinaria de la Inquisición española, que bebe tanto de la leyenda negra como del desprecio hacia las nuevas investigaciones, "La Inquisición desconocida". El Imperio español y el Santo Oficio nos ofrece un retrato fresco, desmitificador y atractivo de una de las instituciones más importantes de la España moderna.
INTRODUCCIÓN
En un congreso sobre Inquisición en México en octubre, he oído al historiador Jorge Traslosheros del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM decir que fue «el mejor tribunal de su tiempo», con «los procesos mejor llevados de su tiempo».
A lo largo de la historia la Inquisición española ha sido objeto de un intenso debate. Como sabemos, el Santo Oficio tuvo una doble jurisdicción, eclesiástica y real, porque, si bien fue un tribunal fundado por la Iglesia para perseguir la herejía, los Reyes Católicos lo instauraron para resolver el problema judeoconverso que existía en sus reinos. La Inquisición perduró en España más de tres siglos, siempre con el objetivo declarado de defender la ortodoxia de la religión católica. Por su parte, los enemigos políticos de la monarquía usaron la historia del tribunal para proyectar la imagen de una España negra, atrasada científicamente, intransigente y supersticiosa debido a que mantenía la fe como elemento angular de la realidad político-social, supuestamente diferente de Europa, donde se habría establecido la razón como principio de análisis filosófico y científico. Este estereotipo que fomentó el Romanticismo y fue divulgado por los liberales del siglo XIX fue construido desde la segunda mitad del siglo XVIII por quienes atribuían a la Inquisición el atraso científico y cultural por su intransigencia y a los monarcas que la habían mantenido y defendido como culpables de este atraso hispano.
Uno de los autores más relevantes en promover esta visión de la Inquisición fue Voltaire, que unió los argumentos religiosos y filosóficos de Bayle y los económicos y políticos de Montesquieu para crear definitivamente el mito moderno de las infinitas maldades del tribunal y de su influencia perniciosa en los países católicos. En su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, acuñó la imagen que sería asumida una y otra vez en lo sucesivo: «Es preciso atribuir a este tribunal (de la Inquisición) la profunda ignorancia de la sana filosofía en que se encuentran sumidos los saberes en España, mientras en Alemania, Inglaterra, Francia, la propia Italia, se han descubierto tantas verdades y ampliado la esfera de nuestros conocimientos». Era «el monstruo» a eliminar para que España de la sede ser un «país de ignorancia».
Semejante interpretación llevó a una formulación de la historia de España que identificó la evolución de la monarquía con la religión católica, la intransigencia, el oscurantismo y la escolástica, mientras se persiguió -a través de la Inquisición- a todo aquel que hubiera propuesto el racionalismo, el espíritu científico, la reforma de la sociedad. Esta forma de entender la historia de España se consolidó a lo largo del siglo XIX; impregnó incluso la ideología de los partidos políticos y suscitó el animado debate sobre la «ciencia en España». Mientras los católicos, con Menéndez Pelayo a la cabeza, defendían y ensalzaban la ciencia y los escritos de los católicos de los siglos XVI y XVII y glosaban a la Inquisición por defender la razón frente a la superstición y la ortodoxia de estos saberes, los progresistas denunciaban que esta defensa sirvió para que la ciencia y la filosofía quedaran enquistadas por miedo a «lo de fuera» y a los avances, con lo que la evolución intelectual de España quedó retrasada con respecto a Europa.
El reproche exclusivo a España de la intolerancia religiosa, como si fuera una característica esencial de nuestra idiosincrasia, ha ocultado que la historia de Europa, a partir de Lutero, es en buena medida, la historia del conflicto por la fe. La Edad Moderna en el Viejo Continente ve proliferar la confusión entre poder real y religioso, la opresión de las minorías, las revueltas y batallas y la negación de la libertad de conciencia, señales todas ellas de la intransigencia religiosa. Por una parte, la identificación entre el poder civil y el poder religioso, fue moneda corriente en los principados alemanes, en las Provincias Unidas de los Orange y en la Ginebra de Calvino.
Otro rasgo fue la existencia de conflictos con la minoría, que en los países protestantes constituían los católicos, perseguidos de forma inmisericorde en Inglaterra y Suecia, por citar solo dos ejemplos, de tal forma que hasta mediados del siglo xx los católicos tenían prohibido el acceso a los cargos de la alta administración en ambos países. En Inglaterra hubo una incautación global, una desamortización efectiva, de los bienes de la Iglesia y de las órdenes monásticas desde Enrique VIII, y esos bienes se repartieron entre los afines al cisma. También hubo numerosos mártires católicos, ejecutados con procesos poco rigurosos. En algunas casas señoriales apareció un armario donde se ocultaban los curas católicos.
En tercer lugar, la intolerancia da paso a algaradas, levantamientos, contiendas que, en Europa, se manifestaron en forma de guerras de religión tan destructivas que en Alemania se retrocedió a épocas feudales, impidiendo la unidad del territorio hasta el siglo XIX. Y por último la intolerancia se traduce en una merma de la libertad de conciencia y de pensamiento. Pero en la época que nos ocupa la libertad de conciencia era una ensoñación y no existió en ningún lugar de Europa.
El arte, la música, la comunicación han usado el arquetipo inquisitorial hasta la saciedad. La mayoría de los grabados europeos sobre juicios, víctimas y prisiones del Santo Oficio son fantasías, e incluso Goya representó autos de fe que nunca había visto y eran puro producto de su imaginación. La ópera y la zarzuela han contribuido a difundir la oscuridad del tribunal con músicos tan ilustres como Vivaldi, Rameau, Beethoven, Donizetti, Verdi, Prokofiev. Y en la literatura ya hemos mencionado a Voltaire, pero podemos añadir a Schiller, Goethe, Mérimée, Victor Hugo, Osear Wilde o Antonin Artaud.
Mientras tanto, en los círculos universitarios y académicos, el debate visceral de antaño fue reemplazado, en el siglo XX, por un análisis objetivo y desapasionado de lo que había sido la Inquisición, en la documentación abundante de los archivos. Pero la intensa actividad historiográfica de los últimos cien años no ha traspasado la barrera de la academia para llegar al gran público. Algunos aspectos positivos de la gran maquinaria burocrática que fue el tribunal no han trascendido, ni se ha reseñado qué venta las tuvo el Santo Oficio en una Europa dominada por la intolerancia religiosa.
En primer lugar, en el momento de su fundación, a finales del siglo XV, la instauración de un proceso y de un centro de «investigación» -que es el significado primero de inquisición- permitió detener los pogromos que estaban teniendo lugar en diversas ciudades de la península. Las algaradas populares y las matanzas de la minoría conversa de supuestos judaizantes se cortaron de cuajo, y nadie pudo tomarse la «justicia» por su mano. Casi un siglo antes en los reinos españoles se habían producido graves persecuciones, rapiñas, asesinatos en masa y quema de las juderías en Sevilla, Córdoba y Toledo en 1391. Tras ello hubo conversiones masivas al cristianismo. Se estima que la población judía a finales del siglo XIV en España era de unas trescientas cincuenta mil personas. Como consecuencia de las conversiones, sobrevinieron tensiones importantes en distintas ciudades, por el rápido ascenso social y el acceso de estos cristianos nuevos a puestos destacados de los concejos y cabildos. En 1476, el arzobispo Carrillo, tras una visita pastoral a Ciudad Real, escribió una relación a los Reyes Católicos dando cuenta de los graves problemas de convivencia que existían con los conversos en Toledo, Ciudad Real, Sevilla y Córdoba, ya que la población acusaba a los nuevos cristianos de judaizar en secreto.
En segundo lugar, salvo en el grave caso de Flandes y los Países Bajos, las guerras de religión que asolaron Europa en estos siglos no afectaron a los territorios de la monarquía prácticamente en nada, salvo en Holanda y Flandes, mientras Francia estuvo inmersa en las luchas entre hugonotes y católicos que concluyeron con la noche de San Bartolomé de 1572, en que unos tres mil protestantes fueron pasados a cuchillo en París y unos diez mil en el resto del país. El Sacro Imperio Romano Germánico padeció la guerra de los campesinos, con miles de muertos y graves retrocesos en derechos para la población más humilde, como consecuencia de los inicios de la Reforma y de la traición de Lutero, que pasó de apoyar al campesinado a reforzar a los príncipes y sus imposiciones neofeudales. Unos ciento treinta mil campesinos fueron pasados acuchillo.
En tercer lugar, en lo que atañe a la persecución de la brujería y tras las condenas en el famosísimo Zugarramurdi -seis en persona y cinco en retrato en 1613, gracias a la actividad del inquisidor Alonso de Salazar y Frías, la Inquisición dejó de condenar a muerte a los acusados de hechicería, a diferencia de las naciones protestantes, que llevaron el cadalso a miles de brujos».
Esto no sucedió en los territorios de la monarquía hispana, donde se calcula que los ejecutados por brujería fueron en total cuarenta y nueve.
Salazar y Frías estableció la nueva jurisprudencia, llevó acabo el primer estudio etnográfico de la historia en los valles pirenaicos y determinó que el valor de los testimonios concordantes era nulo en ausencia de pruebas. Consideraba que si no se encontraban los filtros, las escobas, las supuestas víctimas, los ungüentos o las pócimas, los relatos de los lugareños eran fruto de una alucinación colectiva. Nunca se buscó en los cuerpos de los acusados «la marca del diablo» como sí se hizo en Francia. Salazar concluyó su informe con la frase: «Nunca hubo brujas, hasta que se habló de ellas».
En cuarto lugar, en el continente americano los esclavos tenían derecho a los sacramentos católicos, y pudieron denunciar a sus amos ante el Santo Oficio si estos les impedían hacer «Vida maridable» o acceder al bautismo, a la confesión o a la eucaristía, y los archivos muestran que dirigieron al tribunal sus reclamaciones de forma habitual, en Cartagena de Indias, en Lima y en México.
Y, por último, una ventaja colateral pero no menor desde el punto de vista histórico, es el ingente legado documental y archivístico a que dio lugar, siendo una de las instituciones más estudiadas de la historia. Los otros mecanismos europeos de represión de la disidencia religiosa, ya fuera en los consistorios calvinistas, en la Inglaterra anglicana o en la Francia hugonote, además de los principados alemanes o los países escandinavos, no han dejado una huella escrita tan clara y abundante, siendo extremadamente difícil encontrar los expedientes de los juzgados y ejecutados por «delito» religioso. La ausencia de unos documentos claros induce además a pensar que las garantías de sus procesos fueron mucho menores de las que prestaba la Inquisición española y que la discrecionalidad y arbitrariedad de las autoridades locales en las condenas fue mucho mayor. Sin embargo, para el público en general la escasez de documentos se interpreta erróneamente como una ausencia de represión religiosa.
Al surgir la llamada «historia científica» se aplicaron los métodos utilizados en otras ciencias sociales -como la sociología, la economía o la antropología- al análisis histórico y ello incluyó la aplicación de la estadística y la cuantificación a los estudios históricos. Era necesario averiguar el número exacto de procesos y ejecuciones que realizó el Santo Oficio de la Inquisición española durante toda su existencia, pues hasta entonces toda aproximación al número de procesados se hacía por «impresiones» o «tanteos» que se desprendían de los textos inquisitoriales o de los testimonios de los coetáneos. El primero que intentó dar una cifra sobre los reos procesados por los tribunales del Santo Oficio había sido el secretario del Consejo de Inquisición, Juan Antonio Llorente (1756-1823), afrancesado, que escogió huir a Francia tras la derrota de los ejércitos napoleónicos y allí escribió una historia de la Inquisición española, que se ha hecho clásica. A partir de entonces, numerosos historiadores, tanto nacionales como extranjeros, se ocuparon del tema, incluso aventurándose a citar cifras, creyendo que una cuantificación exacta resultaba muy difícil de realizar.
Con los análisis y métodos de la nueva historia científica, los historiadores Gustav Henningsen y Jaime Contreras abordaron un ambicioso proyecto a finales de los años 70, que consistía en contar los reos que hubo en todos los tribunales del Santo Oficio, sirviéndose de las «relaciones de causas», que Henningsen y Contreras llamaron el Banco de Datos del Santo Oficio, aludiendo a que permitía ofrecer una visión casi completa de la actividad inquisitorial española. Estos informes anuales permitieron a los investigadores colmar los vados debidos a las pérdidas de documentos y procesos que se habían producido en tribunales concretos. Estas relaciones de causas se enviaban cada año, resumiendo la actividad de cada tribunal y dando cuenta de qué procesos se habían tratado y cuáles quedaban pendientes.
Su trabajo es el más exhaustivo que se ha realizado sobre el tema y se ha convertido en un hito de obligada referencia para los estudios de los encausados por la Inquisición española. A partir de entonces, numerosos historiadores comenzaron a estudiar los procesos de cada tribunal, con el fin de realizar no solo una cuantificación exacta de procesados, sino además para situarlos en su contexto social y desentrañar la ideología religiosa y los condicionantes antropológicos de cada individuo. El propio profesor Jaime Contreras inició esta vía estudiando el Tribunal de la Inquisición de Santiago de Compostela, al que siguieron muchos investigadores que analizaron otros tribunales territoriales del Santo Oficio.
De acuerdo con los métodos aplicados, en estos estudios se señalaron porcentajes de perseguidos por herejías, por sexo y por secuencias cronológicas. De esta manera, se dedujo que la Inquisición no tuvo el poder omnímodo que se le suponía, puesto que ni siquiera en los periodos de mayor actividad llegó a procesar al número de personas que la propaganda le atribuía. Semejante investigación cambió el planteamiento: la Inquisición fue menos determinante de lo que se decía porque procesó a menos personas de las que se creía, y gracias a estos estudios deducimos que su actuación fue más selectiva y que los monarcas la utilizaron no solo en cuestiones religiosas, sino también para conseguir fines políticos y que, desde luego, el castigo impuesto a los reos no solo dependió de cuestiones religiosas, sino de factores ligados al contexto político y bélico.
Ciertamente, hoy contamos con estudios que ayudan a entender mejor la relación que existió entre la Santa Sede y los monarcas españoles a lo largo de la Edad Moderna, que no siempre fue la misma y, dado que la Inquisición fue una institución con doble jurisdicción, eclesiástica y real, la actuación y concepto que tuvo de la herejía dependió de cuál fuera preeminente. A lo largo de la historia del Santo Oficio no siempre ejercieron idéntica influencia sobre ella los monarcas hispanos o los pontífices, ni tuvieron el mismo significado las herejías que se persiguieron, ni tampoco fue homogénea la persecución, dependía de la localización geográfica de cada tribunal. Asimismo, el contenido de muchos procesos tenía tanto relación con la ruptura o protesta contra el dogma del catolicismo como con ataques a intereses económicos, sociales o políticos. El campo de estudio del Santo Oficio experimentaba una sensible ampliación.
Una muestra de la doble naturaleza civil y religiosa del tribunal puede buscarse y encontrarse en quienes padecieron los mayores rigores, en quienes sufrieron las penas de muerte a lo largo de los años y en los diferentes tribunales.
En este sentido, he investigado el carácter político del tribunal formulando una serie de preguntas. Las condenas a muerte dictadas por el Santo Oficio, en los siglos XVI y XVII:
- ¿Fueron solo por heterodoxia religiosa o también para asegurar la supervivencia política de la monarquía hispánica en sus enemigos, en aras de la razón de «Estado»?
- ¿Existió alguna correlación entre el tipo de herejía mayor y actividades delictivas ordinarias?
- En el caso de los reos de los tribunales ordinarios, ¿encontraron estos alguna ventaja en el procedimiento inquisitorial? ¿Mayores garantías? ¿Las buscaron?
- ¿Cuáles fueron las condiciones de vida de los condenados en las cárceles? ¿Qué beneficios o qué rigores padecieron?
- Y, por último, ¿qué personas padecieron estas penas? ¿Cuáles son sus nombres, sus entornos, sus ocupaciones, sus vida peripecias?
Con el propósito de probar que la Inquisición actuó no solo por motivos religiosos, sino en el marco de contextos políticos muy precisos, he centrado el análisis sobre los procesados de los diferentes tribunales que fueron condenados a la pena máxima entre 1540 y l700 y la relación existente entre reos de muerte y otras causas penales. Estas causas se han analizado sobre todo en un contexto geopolítico y económico, atendiendo al entorno internacional de la monarquía hispánica, a los enfrentamientos entre naciones, a las relaciones con otros países europeos, mediterráneos o con el papado, las alianzas, la guerra, las convergencias de intereses, o las treguas. Se ponen de manifiesto algunos aspectos del Tribunal del Santo Oficio como «central de inteligencia», en el sentido contemporáneo de la expresión, es decir de vigilancia y conocimiento de información de las amenazas y los riesgos estratégicos y tácticos para la estabilidad de la monarquía hispánica. Hay que subrayar que, a diferencia de lo que se supone comúnmente, el número de condenados a muerte cuya documentación tenemos es del orden de los mil setecientos, mientras que los procesos habrían sido unos cuarenta y cinco mil. Es decir, un tres por ciento fue sometido a la pena capital, la mitad si excluyésemos los condenados en imagen o retrato, que se denominan «en efigie». Advirtamos que existe una tendencia a confundir procesados con condenados a muerte.
Pongo de manifiesto que la Inquisición fue un tribunal para perseguir la herejía, pero también otros delitos pertenecientes a la jurisdicción real. Tratamos de alcanzar una visión global que requiere investigar la actividad procesal de la Inquisición española en todo el territorio de la monarquía, de Sicilia a América , a lo largo del periodo 1540-1700, para ver quiénes fueron los condenados a la ejecución capital, bien fuera en persona o en efigie, y sobre todo por qué delitos.
Muchos de los casos presentados son inéditos y surgen de la transcripción paciente y meticulosa de las relaciones de causas.Veremos que el Santo Oficio tuvo una doble jurisdicción, eclesiástica y real, y que los monarcas hispanos la utilizaron tanto para perseguir la herejía como para solucionar problemas temporales que resultaban difíciles de resolver por otros medios, a causa de la diversidad de leyes, jurisdicciones y privilegios que tenían los distintos reinos. Veremos cómo el procedimiento inquisitorial fue un instrumento eficaz, con características más benignas que las del proceso ordinario, al menos en lo que se refería a las garantías procesales, a una arbitrariedad del juez menor debido a la autoridad del Consejo de la Suprema y General Inquisición sobre todos los tribunales y a una estructuración más clara del ámbito de actuación del tribunal.
En el terreno mixto de la herejía y de la ley civil hay que considerar que un delito era a la vez una ofensa a Dios, al rey y a la república y que las nociones de pecado y de delito fueron evolucionando a lo largo de los siglos XVI y XVII, para separarse de forma más clara en el XVIII. En aquella época la opinión general consideraba que las leyes solo penales no obligaban directamente en con ciencia, y que su transgresión era solo una contravención a la ley, pero no un pecado ni tampoco un delito. Existía un respeto jerárquico a la superioridad de la realeza divina, y por tanto eran más importantes las ofensas contra ella; sin embargo, la severidad de las penas contra los delitos de lesa majestad era igual y, en algunos casos, superior a las de las penas por las ofensas contra Dios.
Veremos asimismo cómo la especialización geográfica de los tribunales refleja la evolución de la situación bélica y política y que el número de condenas que afectaron a la jurisdicción ordinaria fue abundante. No habría sido así si la Inquisición se hubiera centrado solo en el delito religioso. La visión de una Inquisición que atormentaba a pacíficos ciudadanos que, aparentando ser católicos, eran en realidad judíos, protestantes o musulmanes y, en la intimidad de sus hogares, practicaban otros ritos y rezaban otras oraciones, va a difuminarse para dejar paso a la imagen de una institución que, de forma quirúrgica y con las mayores garantías procesales que existían en la época, fue capaz de desarticular y reprimir amenazas y ataques a la monarquía en un con texto internacional extremadamente complejo. Para comenzar el análisis es necesario recordar brevemente su génesis, su forma de actuar rigurosa, establecer las diferencias con el proceso penal ordinario y traer a la memoria qué delitos eran los que contemplaba entonces la legislación civil.
GLOSARIO
Abjuración de levi: Retractación que se le pedía al reo cuando la sospecha de herejía era moderada.
Abjuración de vehementi: Retractación que se le pedía al reo cuando la sospecha de herejía era muy fuerte o vehemente.
Alfaquí: Maestro de doctrina coránica.
Algarabía: Idioma árabe.
Aljama: Barrio donde vive la comunidad musulmana en las villas y ciudades. Aljamiado: Castellano escrito con alfabeto árabe.
Almojarifazgo: Impuesto aduanero que pagaban las mercancías que salían o entraban de los reinos.
Alumbradismo: Los alumbrados fueron partidarios extremos del recogimiento, del abandono a la voluntad de Dios, pero desdeñando las obras, la autoridad de la Iglesia y los sacramentos. Fueron sucedidos por los quietistas. El valdesianismo o los valdenses nacieron en el siglo XII con el celo de la pobreza evangélica, pero pusieron en duda desde el principio la autoridad episcopal y fueron declarados herejes. En la época de la Reforma se unen a los protestantes por coincidir con ellos en varios puntos doctrinales: rechazo a la veneración de imágenes, la transustanciación, la existencia del purgatorio, la veneración a María, las oraciones a los santos, la veneración de la cruz y de las reliquias, al arrepentimiento de última hora y a la necesidad de que la confesión se haga ante sacerdotes.
Aminar: En sentido figurado, ceder en algún deseo.
Beneficiado: Presbítero o clérigo que goza de un beneficio eclesiástico.
Berbería: Término usado para designar las regiones de las costas de Argelia, Marruecos y Túnez desde el siglo XVI al XIX, antes de que existieran esos países. Destacó Argel como centro de la piratería.
Cadí: Juez según la ley islámica.
Capítulo (celebrar): Mantener una reunión del consejo de una institución religiosa o civil.
Cristiano nuevo de moro (o de judío): Se decía de los conversos recientes del islam al cristianismo o del judaísmo al cristianismo.
Chueta: En las Islas Baleares, descendiente de judíos conversos. Los chuetas formaron durante años redes comerciales y familiares.
Coroza: Gorro de papel o cartón pintado y de forma cónica que se ponía a los condenados por la Inquisición.
Donado: Persona que, previas fórmulas rituales, ha entrado por sirviente en una orden o congregación religiosa y asiste en ella con cierta especie de hábito religioso, pero sin hacer profesión.
El turco: Nombre genérico que se usaba para designar al Imperio otomano y a sus cómplices.
En efigie/en persona/en estatua: Las condenas a muerte de los reos inquisitoriales se hacían tanto en persona como en efigie o en estatua cuando los reos habían huido o muerto.
Familiaturas: Referente a los familiares del Santo Oficio, que eran informadores escogidos entre los laicos que trabajaban para el tribunal sin sueldo, a cambio de ciertos privilegios fiscales y de fuero.
Guadoc: Ritual musulmán con abluciones en que se pronuncia el nombre de Alá. Guardián: En la Orden de San Francisco, prelado ordinario de uno de sus conventos.
Hábito: Se refiere al delantal o poncho con que se revestía a los condenados en los autos de fe, con sus delitos escritos. En algunos casos la pena era la obligación de llevarlo.
Judío de nación: Se habla de «la nación» para referirse a los judíos.
Lesa majestad: Lo que daña al rey.
Malsín: Informante judío, traidor de los suyos.
Marrano: Converso cristiano de judío que, en secreto, sigue practicando el judaísmo.
Mita: Trabajo comunal forzado que existía en el Imperio inca y que se adaptó en algunas zonas del virreinato del Perú.
Moriego: Propio de los moros.
Moriscos: Los musulmanes de los reinos de la península obligados a convertirse al cristianismo.
Mozárabe: Cristiano de la península en tierras de moros.
Mudéjar: Moro de la península en tierras cristianas.
Patache: Embarcación de navegación costera, ligera y de poco calado.
Pregón: Promulgación o publicación que se hace de algo de viva voz en lo sitios públicos para que llegue a conocimiento de todos.
Llamar por pregones era hacer pública una decisión o una sentencia en la plaza o enfrente de la Iglesia del pueblo.
Receptador: Persona que oculta o encubre delincuentes o cosas que son materia de delito.
Reconciliar: Volver al seno de la Iglesia quien se había apartado de su doctrina. El objetivo de la Inquisición era que el acusado se reconciliase con la Iglesia, abjurando de sus errores.
Relajar: Entregar al brazo secular a un reo para aplicarle la pena capital. Relajado en persona.
Relapso: Que reincide en un pecado del que ya había hecho penitencia, o en una herejía de laque había abjurado.
Retajar: Circuncidar.
Revocante: Que muda o cambia un testimonio que había prestado.
Ser testificado: Ser objeto de testimonio frente a un tribunal.
Suprema: Nombre abreviado del Consejo de la Suprema y General Inquisición, que era el tribunal central de la institución.
Unitarismo: Doctrina cristiana que, admitiendo en parte la revelación, no reconoce en Dios más que una sola persona.
Valdesianismo: Alumbradismo de Juan de Valdés.
Vellón: Moneda hecha de una aleación de metal noble, como la plata, con metal no precioso, como el cobre o el zinc. La proporción de metales en la moneda fue cambiada por decreto o por falsificadores.
Zalá: Oración ritual delos musulmanes.
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