EL Rincón de Yanka: LIBRO "DE ROMA A BERLÍN" (Vol. 1): LA PROTESTANTIZACIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA por GABRIEL CALVO ZARRAUTE

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viernes, 8 de noviembre de 2024

LIBRO "DE ROMA A BERLÍN" (Vol. 1): LA PROTESTANTIZACIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA por GABRIEL CALVO ZARRAUTE

De  Roma  a  Berlín  (Vol. 1)

La protestantización de la Iglesia Católica

Gabriel Calvo Zarraute nos trae los resultados de su última investigación, ya apuntada en su anterior obra, De la crisis de fe a la descomposición de España: la asunción de la Leyenda negra protestante por parte de la Iglesia Católica. Es decir, la aceptación de la superioridad moral del protestantismo en todos los órdenes (religioso y cultural, político y jurídico, educativo y económico) que tiene como consecuencia la sumisión de la Iglesia a la cosmovisión protestante. Esto es, La protestantización de la Iglesia Católica.

«Al autor de este libro le duele España y le duele, sobre todo, la Iglesia. La tesis principal es que las dos agonías están conectadas porque la fidelidad al cristianismo ha sido el hilo conductor de la historia de España. 
El tema de este libro es una crítica valiente y dolorida a la Iglesia por haber descuidado su misión primordial en este momento histórico de autodestrucción humana. Cuando Occidente más necesitaba que le recordaran que este mundo no lo es todo, la Iglesia se rindió al mundo.
Las críticas del Padre Calvo Zarraute al estado actual de la institución a la que pertenece son muy acerbas. Nacen precisamente del amor a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad necesitada de su verdadero mensaje. Aunque no esté de acuerdo con algunas afirmaciones de este libro, comparto esta desazón. 
El Padre Calvo Zarraute entregó su vida a Cristo, no a un funcionariado eclesiástico acomodaticio. Y el mundo necesita a Cristo, no sucedáneos buenistas».


«Gabriel Calvo Zarraute no es un hombre políticamente correcto de buenismos, irenismos y entreguismos. Este es un libro de combate que revive la sentencia de Maeztu: “ser es defenderse”. Lo hace desde muy abundantes lecturas que despojan el texto de cualquier aspecto de improvisación. Y de autores clásicos, modernos y actualísimos. 
El diagnóstico que hace me parece muy acertado. No es libro de medias tintas y componendas. Cree en unas verdades, las expone y las defiende a pecho descubierto. El complejo de inferioridad nunca se dio entre los apologistas de raza y ya he dicho que Calvo Zarraute lo es. 
Estamos ante la crítica a una Iglesia abierta a todo y a todos, menos a Jesucristo, con lo que deviene una Iglesia líquida, sin solidez alguna y que está comprobando su absoluto fracaso. La lectura de este libro hará pensar sobre todo esto. Iba a añadir que los tibios se abstuvieran, pero pensándolo mejor, creo que ellos serían sus mejores destinatarios si no quieren ser expulsados de la boca del Señor».

Del prólogo de Francisco José 
Fernández de la Cigoña

«Uno es escribir como poeta 
y otro como historiador: 
el poeta puede contar o cantar las cosas, 
no como fueron, sino como debían ser; 
el historiador las ha de escribir, 
no como debían ser, sino como fueron, 
sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna»
MIGUEL DE CERVANTES, El Quijote, II, 3.


Prólogo

Escribía Max Weber, en su clásico "La ética protestante y el espíritu del capitalismo" (1905), que el mundo protestante se había transformado tanto que apenas un calvinista del siglo XVI se reconocería en los calvinistas presentes. Por el contrario, afirmaba, cualquier católico de principios del siglo XX fácilmente se identificaría en los ritos, moral y costumbres de los católicos de hace cuatro siglos. Esta premisa, ya en el siglo XXI, queda puesta en duda, al menos en su exterioridad formal, por las transformaciones vividas en los últimos 50 años en el seno de la Iglesia católica. La tan cacareada primavera «del Concilio» ha dado paso a un invierno espiritual que solo pueden negar los ciegos y los necios. Sin lugar a duda, algo se ha quebrado en la Iglesia y es un deber de conciencia, para con el bien de las almas, analizar las causas y poner los remedios que estén en nuestras manos.

Este libro es un texto que va en esta radical línea. Y es un escrito contundente y valiente que el P. Gabriel Calvo Zarraute somete a una previa: 
«En la Iglesia Católica el modernismo ha alcanzado un estadio de nihilismo teológico». Ciertamente, aquel modernismo que San Pío X denunciara en la encíclica Pascendi (1907) ha eclosionado. Y el autor parece recoger el reto con que el Santo
Padre iniciaba su encíclica: «Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados». Este mandato es consolador, pues el propio Pontífice reconoce que los enemigos están dentro de la Iglesia y que hay que descubrirlos y denunciarlos.

Muchas veces un clericalismo mal entendido, esclerotizador al fin y al cabo, nos impide denunciar aquello que de deficiente hay en lo humano de la Iglesia de Cristo. Cuando voces católicas han querido denunciar los males, y malos, que nos aquejan, han sido criticados por «ir contra la Iglesia». Nada más lejos de la realidad. Quizá es hora de recordar aquello sobre lo que enfatizaba y denunciaba San Juan en sus cartas: «Hijitos, es la última hora, y así como oísteis que el anticristo viene, también ahora han surgido muchos anticristos; por eso sabemos que es la última hora. Salieron de nosotros, pero en realidad no eran de nosotros» (I Juan, 2, 18-19); «Porque han invadido el mundo muchos seductores que no confiesan a Jesucristo manifestado en la carne. ¡Ellos son el Seductor y el anticristo!» (II Juan 1, 7). Hoy en día, en una época de arrianismo latente —si no explícito—, en la que muchos hijos de la Iglesia ven a Cristo como un modelo moral y no reconocen en Él al Verbo Encarnado, estas palabras de San Juan son más actuales que nunca.

No debe darnos miedo denunciar la política de acoso y derribo que el Diablo ha desatado contra el cuerpo místico de Cristo. El mismísimo papa Pablo VI leía el 29 de junio de 1972 una homilía con motivo de la celebración de la festividad de San Pedro y San Pablo: «…Diríamos que, por alguna rendija misteriosa, el humo de Satanás entró en el templo de Dios. Hay duda, incertidumbre, problemática, inquietud, insatisfacción, confrontación… Ya no se confía en la Iglesia. Se confía en el primer profeta pagano que vemos que nos habla en algún periódico, para correr detrás de él y preguntarle si tiene la fórmula para la vida verdadera. Entró, repito, la duda en nuestra conciencia. Y entró por las ventanas que debían estar abiertas a la luz… Se creía que, tras el Concilio, vendrían días soleados para la historia de la Iglesia. Vinieron, sin embargo, días de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre… Intentamos cavar abismos en lugar de taparlos…

Hemos perdido los hábitos religiosos, hemos perdido muchas otras manifestaciones exteriores de la vida religiosa».
Es triste comprobar que esta homilía, en la propia página web del Vaticano, ha quedado “mutilada”, para perder todo su profundo sentido de dolor y denuncia. En su lugar encontramos un resumen descontextualizado en italiano. Estas palabras del gran protagonista del Concilio Vaticano II no deberían pasar desapercibidas. Muchas décadas después, en el año 2015, con motivo del Sínodo de la familia el arzobispo de Astaná (Kazajistán), Tomash Peta advirtió con contundencia y sorpresa a los demás padres sinodales, recordando las palabras de Pablo VI, que «Durante el Sínodo del año pasado, “el humo de Satanás” estaba tratando de entrar en el aula Pablo VI. Concretamente en la propuesta de admitir a la Sagrada Comunión a los que están divorciados y viven en las nuevas uniones civiles; la afirmación de que la cohabitación es una unión que puede tener en sí misma algunos valores; la defensa de la homosexualidad como algo que es supuestamente normal.

Algunos padres sinodales […] han comenzado a presentar ideas que contradicen la tradición bimilenaria de la Iglesia, arraigada en la Palabra Eterna de Dios. Por desgracia, todavía se puede percibir el olor de este “humo infernal” en algunos puntos del “Instrumentum Laboris” y también en las intervenciones de algunos padres sinodales este año». Son duras, pero clarificadoras, las palabras de este sucesor de los apóstoles.

En la mencionada Pascendi, San Pío X denuncia la reducción de Cristo a un mero “varón de privilegiadísima naturaleza” o de todas las confesiones religiosas a un “sentimiento religioso, que brota por vital inmanencia de los senos de la subconsciencia”. Estos principios del modernismo, hoy instalados en las mentes y almas de muchos creyentes con toda naturalidad, provocaron la santa ira del papa: 

«¡Venerables hermanos, no son los incrédulos solo los que tan atrevidamente hablan así; católicos hay, más aún, muchos entre los sacerdotes, que claramente publican tales cosas y tales delirios presumen restaurar la Iglesia!». Estas palabras son profundamente proféticas en estos momentos en los que se siguen insistiendo en la “primavera de la Iglesia”, en vez de constatar el “invierno” que se cierne sobre nosotros. Se acusará a este libro, y en consecuencia a este prólogo, de “pesimista”. Pero en los tiempos que vivimos, ser “pesimista” es él lo más honesto intelectualmente que se puede ser.
Los mismos que suelen denostar a los que dicen verdades como puños con el epíteto de “pesimistas” deberían incluir en su lista a León XIII.

El 13 de octubre, el Papa León XIII acababa de celebrar la Santa Misa en su capilla privada. Según cuentan, de pronto se detuvo al pie del altar y quedó sumido en una visión. Su rostro manifestaba horror y fue palideciendo. Algunos dicen que se desmayó. De repente, se incorporó y se marchó a su estudio privado. Los que le
siguieron preguntaron por su estado y les respondió: «¡Oh, que imágenes tan terribles se me han permitido ver y escuchar!». 
Más tarde, dicen que contó a sus confidentes: «Vi demonios y oí sus crujidos, sus blasfemias, sus burlas. Oí la espeluznante voz de Satanás desafiando a Dios, diciendo que él podía destruir la Iglesia y llevar todo el mundo al infierno si se le daba suficiente tiempo y poder. Satanás pidió permiso a Dios de tener cien años para poder influenciar al mundo como nunca antes había podido hacerlo».

Según otra versión, León XIII escuchó a Satanás pedir a Dios Padre más poder y tiempo para afligir y probar la fidelidad de su Iglesia. Y Dios se lo concedió. Vio entonces legiones de demonios que salieron del Infierno e invadieron toda la tierra durante un siglo.

Comprendió el Papa la gran importancia que tendría en esa lucha San Miguel. El Santo Padre compuso la conocida oración a San Miguel Arcángel. Llamó al Secretario para la Congregación de Ritos.
Le entregó una hoja de papel y le ordenó que la enviara a todos los obispos del mundo indicando que bajo mandato tenía que ser recitada después de cada Misa, la oración que había escrito.

No era la primera vez que un pontífice reclamaba la protección especial para tiempos en los que la Iglesia se veía perdida. El 1859, ante la inminente amenaza que se cernía sobre los Estados Pontificios, Pío IX prescribió que todos los sacerdotes en los Estados Pontificios rezaran de rodillas tras la misa, y juntamente con el pueblo, tres avemarías y una salve seguidas de una oración pidiendo la intercesión de los santos. Había que conjurar los peligros que amenazaban el poder temporal de la Iglesia por obra de los carbonarios. León XIII hizo extensivas esas oraciones, en 1884, para conseguir del gobierno alemán la derogación de las leyes del Kulturkampf. Tres años más tarde ordenó que estas preces, llamadas pianas, se rezaran por la conversión de los pecadores, modificando la oración que sigue a la Salve. También añadió la oración-exorcismo que había compuesto en honor a San Miguel Arcángel. Entonces fueron llamadas las preces leoninas. 

En 1904, San Pío X añadió la triple invocación al Sagrado Corazón de Jesús.
Finalmente, Pío XI estableció que las preces leoninas se ofrecieran por la conversión de Rusia.

Es indudable que estos papas fueron profundamente conscientes del peligro en el que se hallaba la Iglesia por los errores que la asaltaban y trataron de poner medios naturales y especialmente sobrenaturales. Y si se pusieron medios contra los males, sería absurdo negar o esconder ahora la existencia de esos males. Pero
la historia de la Iglesia tiene sus misterios. Tras la última reforma litúrgica las preces leoninas se fueron abandonando. Y la tan eficaz oración-exorcismo de San Miguel tras la Santa Misa dejó de ser la protección necesaria. No en vano hemos de recordar aquella profecía de San Alfonso María de Ligorio que tanto repetía por Dom Guéranger: 
«…Por esto el demonio se esforzó siempre por suprimir la Misa del mundo, mediante los herejes, a quienes hizo precursores del Anticristo, que lo primero que procurará hacer y hará será abolir el sacrificio del altar, en castigo de los pecados de los hombres, como profetizó Daniel (8, 11 ss.): “Y se ensoberbeció hasta contra el príncipe de la milicia, le quitó el sacrificio perpetuo y arruinó el lugar de su Santuario”». No olvidemos que, en esta batalla espiritual, León XIII compuso un exorcismo especial que se añadió al ritual romano y que recomendaba a obispos y sacerdotes que lo rezaran a menudo como él hacía.

Pero no creamos que el descalabro vivido tras el Concilio Vaticano II fue algo surgido de golpe y de la nada. Como hemos visto, San Pío X era consciente de que el modernismo ya estaba plenamente infiltrado en la Iglesia de principios del siglo XX. Contra esos católicos, muchos de ellos eclesiásticos, bramaba en la Pascendi: 
«¡Ojalá gastaran menos empeño y solicitud! Pero es tanta su actividad, tan incansable su trabajo, que da verdadera tristeza ver cómo se consumen, con intención de arruinar la Iglesia, tantas fuerzas que, bien empleadas, hubieran podido serle de gran provecho». 

Con motivo de detectar las conspiraciones modernistas, el sacerdote Umberto Benigni, subsecretario de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios con San Pío X, fundó la Liga de San Pío V en 1906. Esta era una red internacional compuesta por sacerdotes, religiosos y laicos que detectaban y alertaban a las congregaciones romanas de las actividades de los círculos modernistas y sus redes.

La preocupación era grande en la Curia. El español Rafael Merry del Val (1865-1930), secretario de Estado de San Pío X, escribía en 1906 sobre el modernismo:
«Está haciendo un daño incalculable, destruyendo la fe a derecha e izquierda, y no me sorprendería nada que, más pronto o más tarde, el Santo Padre deba denunciarla». Como así hizo escribiendo la Pascendi. Pero pronto se bajó la guardia. José Jungmann, en su obra El sacrificio de la Misa, afirmaba algo sorprendente y triste: 
«…Con todo, recuerdo que Don Francisco Brehm, consejero eclesiástico de la editorial litúrgica Fr. Pustet (Ratisbona), recién vuelto de un viaje de Roma, nos contó hacia el año 1928 que en una sesión de la Sagrada Congregación de Ritos en que se trataba de derogar estas oraciones, y a la que él asistió, cuando ya todos estaban de acuerdo para suprimirlas, un anciano cardenal, cuyo nombre ya no recuerdo, se levantó para contar que el mismo León XIII le había dicho que la invocación de San Miguel la había añadido contra la amenaza de la francmasonería, movido a ello por una revelación sobrenatural».

Todas estas reflexiones y datos son expuestos para que el lector pueda adentrarse en la obra del P. Gabriel Calvo Zarraute con tranquilidad de espíritu. Detectar el mal que acucia a la Iglesia es urgente y necesario, más aún, es deber de todo católico. Especialmente cuando, como se afirma en este libro: 

«El mundo occidental se encuentra ahogado en el sentimentalismo». Este sentimentalismo se vuelve letal cuando se combina con un determinismo sobre el progreso positivo de la humanidad y de la Iglesia. 

Por ello, el autor cita la advertencia que en su momento nos proponía Benedicto XVI: 
«La época moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto que parecía poder lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política científicamente fundada. Así, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido reemplazada por la esperanza de un mundo mejor que sería el verdadero “Reino de Dios”».

«Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo […]. 
La Iglesia solo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección. El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal que hará descender desde el cielo a su Esposa. El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa».

El “fracaso” humano de la Iglesia, del que nos advierte el Catecismo, solo es posible con la cooperación al mal de muchos y es parte de un insondable plan salvífico de Dios. Pero, precisamente, como operan agentes libres y responsables en el mal, estos deben ser denunciados. 
El P. Calvo advierte, apoyándose en Santo Tomás, que «la denuncia pública de los pecados exige una distinción, ya que los pecados pueden ser públicos u ocultos. Si son públicos, no hay que preocuparse solamente del remedio de quien pecó para que se haga mejor, sino también de todos aquellos que pudieran conocer la falta, para evitar que sufran escándalo. Por ello, este tipo de pecados debe ser recriminado públicamente». Y en esto consiste esencialmente su trabajo: en una cruda e intensa revisión de los males de la Iglesia fruto de los errores que se han apoderado de su lado humano. E igualmente nos previene del “optimismo” como hiciera en su momento Bernanos: 
«El optimismo es una falsa esperanza para uso de cobardes y de imbéciles. La esperanza es una virtud, una determinación heroica del alma».

Muy acertadamente, en un momento dado, el P. Gabriel Calvo pone el acento en el «Americanismo», condenado por León XIII en Testem Benevolentiae (1889). 
El llamado americanismo era una actitud en muchos eclesiásticos según los cuales había que imitar el sistema americano de catolicismo. Ello se resumiría en el intento de llevar al catolicismo a una apertura a la modernidad bajo la forma democrática, donde se ocultaran los dogmas más incomprensibles, se diera preferencia de la acción sobre la contemplación y relativizaran los votos religiosos. 

El triunfo del americanismo ha sido lo que ha llevado a muchos eclesiásticos de todo rango a olvidar la doctrina de la Iglesia respecto a la democracia como una forma más de gobierno, pero no la única moralmente válida. Así, en el libro podemos leer una verdad que se quiere enterrar: 
«La secularización de Occidente y su disolución moral son fruto del concepto de libertad negativa ínsito en la democracia, y que lleva al nihilismo teorético y a la dictadura del relativismo moral».


El americanismo sería consagrado por Maritain cuando escribió que la democracia era la única forma de gobierno donde el cristianismo se podría desarrollar plenamente. Este desiderátum, que evidentemente no se ha cumplido sino más bien lo contrario, se enlaza con un ecumenismo bajo la égida judaizante. Un americanista como Henry Bargy, en su obra La religión dans la societé aux Etats Unis, sentenciaba: 
«Todas las Iglesias de los Estados Unidos, protestantes, católicas, judías e independientes, tienen algo de común. Son más vecinas entre sí que con su Iglesia madre de Europa; y la reunión de todas las religiones de América forma lo que puede llamarse la religión americana». 
Este error hoy en día se ha extendido a la consideración de la unión todas las religiones de todo el mundo, emprendiendo la apología de un falso ecumenismo que parece no tener fin ni respeto por ningún dogma o consideración del “extra ecclesiam nulla salus” (Fuera de la Iglesia no hay salvación).

El P. Calvo nos recupera en su texto una de las primeras obras del converso y futuro Cardenal Henry Newman, Anglican difficulties, que depara en el verdadero ecumenismo. Era el sentir de un converso con el que coincidía Chesterton: 
«No es capaz de entender la naturaleza de la Iglesia, o la nota sonara del Credo descendiendo de la Antigüedad, quien no se da cuenta de que el mundo entero estuvo prácticamente muerto en una ocasión a consecuencia de la mentalidad abierta y de la fraternidad de todas las religiones».

La intención de este libro es el único y posible ecumenismo: 
la comunión en el cuerpo místico de Cristo y, como dice el autor, parafraseando a San Agustín: «la pertenencia a la Iglesia “según el cuerpo” y “según el corazón” se refiere a la pertenencia eclesial plena de la fe católica. Esta consiste en la incorporación visible al Cuerpo Místico de Cristo (comunión en el Credo, los sacramentos y la jerarquía eclesiástica) así como en la unión del corazón, es decir, en el Espíritu Santo». Y, cómo no, denunciar todo aquello o a quien lo quiera impedir. En definitiva, nadie podrá acusar al P. Calvo de ser un “perro mudo”, como aquellos guardianes del Pueblo de Dios que denunciaba Isaías: «Sus centinelas son ciegos, ninguno sabe nada.

Todos son perros mudos que no pueden ladrar, soñadores acostados, amigos de dormir. Sus atalayas ciegos son, todos ellos ignorantes; todos son perros mudos que no pueden ladrar; somnolientos, echados, aman el dormir». Antes bien, para nosotros es hora de despertar, como aquellas vírgenes prudentes cargadas de aceite, que al igual que las necias, se habían adormecido esperando la llegada del novio al banquete.

Javier Barraycoa Martínez
Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona, 
profesor de Ciencia política y sociología 
en la Universidad Abat Oliba CEU

Introducción:
La abolición de la razón

La razón siempre fue esencial para el catolicismo, son inseparables y ninguna anula a la otra porque ambas proceden de Dios, que es la Verdad y no puede contradecirse. Según el principio tomista, las dos no se anulan, sino que se perfeccionan mutuamente. Por razón, no me refiero solo a las ciencias exactas que nos dan acceso a los secretos de la naturaleza. Me refiero también a la razón filosófica que permite saber cómo utilizar correctamente esta información, es decir, a los principios de la lógica que nos dicen que 2+2 nunca puede ser igual a 5. A la capacidad que posee el hombre de conocer la verdad moral, y a la racionalidad que ayuda a comprender y explicar la Revelación divina. Superadas prontamente las posturas contrarias a la filosofía de Tertuliano (169-220)1 que afirmaba:

«Credo quia absurdum» (creo porque es absurdo); tan alta es la consideración del catolicismo por la razón que este énfasis colapsó ocasionalmente en un hiperracionalismo, como el que Tomás Moro y Juan Fisher pensaban que caracterizaba a gran parte de la teología escolástica en los veinte años anteriores a la revolución luterana.
Sin embargo, nada más lejos de que el hiperracionalismo sea el problema al que se enfrenta la Iglesia Católica en los países occidentales hoy en día.

La razón sustituida por los sentimientos 

Por el contrario, la Iglesia del concilio Vaticano II se ahoga en el sentimentalismo. Si Lutero acuñó la famosa fórmula de que el hombre se salva por la sola fides, (la sola fe), la Iglesia contemporánea propugna la salvación por solis affectibus (solo los sentimientos). En el centro de la exaltación del sentimentalismo generalizado se encuentra el desprecio de la razón y, por consiguiente, la infantilización de la fe católica. La sintomatología de la fe reducida a solis affectibus se manifiesta en:

a. El uso generalizado de un lenguaje en la predicación y la enseñanza cotidiana que es más propio de una terapia de grupo de alcohólicos anónimos que de las palabras utilizadas por Nuestro Señor Jesucristo y sus apóstoles.
Así, palabras como «pecado» desaparecen y son sustituidas por «errores».
b. La acusación, a quienes ofrecen defensas razonadas sobre la moral sexual o médica católica que sus posiciones son «rígidas», «hirientes», «nostálgicas» o «moralistas». La verdad, al parecer, no debería articularse, ni siquiera con suavidad, porque hiere los sentimientos de alguien. Si eso fuera cierto, Nuestro Señor Jesucristo debería haberse abstenido de relatarle a la samaritana los escabrosos hechos de su acontecer matrimonial2.
c. La religión católica reducida y deformada a solis affectibus también ciega a la verdad de fe acerca de la existencia de un lugar llamado infierno para los que mueren en el pecado sin arrepentimiento. El sentimentalismo simplemente evita este espinoso y desagradable tema. 
Querido lector, ¿cuándo fue la última vez que oyó mencionar a un clérigo la posibilidad de que cualquiera pueda acabar condenado, esto es, eternamente separado de Dios?
d. El sentimentalismo se revela de forma privilegiada en las presentaciones de Nuestro Señor Jesucristo. El Verbo encarnado, el Hijo eterno de Dios cuyas duras
enseñanzas escandalizaban a sus propios seguidores3que rechazaba cualquier concesión a la mentira y el pecado a la vez que hablaba de amor, se convierte de
alguna manera en un agradable transgresor y luchador social, un simpático rabino liberal y provocador. 
Este Jesús inofensivo nunca desafía a transformar la vida abrazando la plenitud de la verdad. Este Jesús colega aúna las trivialidades más típicas: «cada uno tiene su propia verdad», «haz lo que mejor te parezca» «sé fiel a ti mismo», «¿quién soy yo para juzgar?», etc. 
No temas: este Jesús enrollado garantiza para todos el cielo, o lo que quiera que haya después de morir con el fantástico «algo tiene que haber», porque es democrático e igualitario, ya que la única fuente de legitimidad en la Modernidad es la democracia.

Ahora bien, ese no es el Jesucristo revelado en la Palabra de Dios. Como escribió Joseph Ratzinger en su libro de 1991 Mirar a Cristo: «Un Jesús que está de acuerdo con todo y con todos, un Jesús sin su santa ira, sin la dureza de la verdad y del verdadero amor no es el Jesús real que muestra la Escritura, sino una miserable caricatura. Una concepción del evangelio en la que la seriedad de la ira de Dios está ausente no tiene nada que ver con el Evangelio bíblico»4.

La palabra «seriedad» es importante aquí. El sentimentalismo que infecta a la Iglesia, básicamente, consiste en disminuir la gravedad y la claridad de la fe cristiana. Eso es especialmente cierto en lo que respecta a la salvación de las almas. El Dios plenamente revelado en Nuestro Señor Jesucristo es misericordioso, y precisamente debido a ello es justo y, además, claro en sus expectativas sobre el hombre, pues se lo toma muy en serio. 

He aquí las tres causas principales del hundimiento de la Iglesia actual en el pantano del sentimentalismo:
a. El mundo occidental se encuentra ahogado en el sentimentalismo. Como todo el mundo, los católicos son también susceptibles a la cultura en la que viven. Si se
quiere una prueba del solis affectibus occidental, solo tiene que entrar al navegador web. Pronto se dará cuenta del puro emotivismo que impregna la cultura popular, los medios de manipulación de masas, la política y el sistema educativo. En el mundo posmoderno, la moralidad tiene que ver con tu compromiso con determinadas causas. Lo que importa es lo «sincero y apasionado» (nótese el lenguaje), que se es con el compromiso, y el grado de corrección política de la causa, y no si la causa en sí es razonable de apoyar.
b. Consideremos cómo entienden la religión y la fe muchos católicos hoy en día: un sentimiento, en concordancia absoluta con el modernismo. El significado de la fe cristiana se juzga principalmente en términos de sentir lo que hace por mí, mi bienestar y mis preocupaciones. Así el hombre y no Dios se constituye en el centro de la fe católica. Sin embargo, el catolicismo es una fe histórica.
Implica la adhesión al testimonio de aquellos que fueron testigos de la vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que transmitieron lo que vieron a través de textos escritos y tradiciones no escritas, y que dijeron la verdad sobre lo que vieron y oyeron. Eso incluye los milagros y la resurrección que atestiguan la divinidad del Hijo de Dios. El catolicismo no los considera leyendas.

Ser católico es afirmar que realmente sucedieron y que Nuestro Señor Jesucristo instituyó una única Iglesia cuya responsabilidad es predicar y sacramentalizar hasta los confines de la tierra. Por lo tanto, la fe católica no puede tratarse de mí mismo y de mis sentimientos. Se trata de la Verdad con mayúsculas. La realización humana y la salvación implican, en consecuencia, la elección libre y constante de conformarme a esa Verdad. No se trata de subordinar la Verdad a las subjetivas y arbitrarias emociones personales. De hecho, si el catolicismo no trata de la Verdad carece de sentido, es decir, de trascendencia.
c. La omnipresencia del sentimentalismo en la Iglesia, desde el Vaticano II, se debe a los esfuerzos por degradar y distorsionar la ley natural. La reflexión sobre la ley natural estaba presente en todo el mundo católico en las décadas anteriores a los años sesenta. Pero después sufrió un eclipse en la mayor parte de la Iglesia, debido, en parte, a que el derecho natural era parte integrante de la enseñanza tradicional contenida en la encíclica Humanae Vitae (1968) de Pablo VI. Cuya ensordecedora contestación en la propia Iglesia hizo que el mismo papa no se atreviera a escribir más encíclicas en los siguientes diez años de su pontificado hasta su muerte. Posteriormente, muchos teólogos decidieron que todo lo que sustentaba la Humanae Vitae debía vaciarse de contenido sustantivo. Aunque el razonamiento del derecho natural se recuperó tímidamente en algunas partes de la Iglesia a partir de los años ochenta, se ha pagado un precio muy alto por la marginación del derecho natural: una vez que se relega la razón a la periferia de la fe religiosa, se empieza a imaginar que la fe es independiente de la razón; o que la fe es intrínsecamente hostil a la razón; o que las convicciones religiosas no requieren de explicación racional a los demás. El resultado final es la desaparición de la preocupación por la razonabilidad de la fe.

Podrían mencionarse otras razones de la cristalización del sentimentalismo5 en la Iglesia actual: 
i) la desaparición de la filosofía6 y la lógica de los programas educativos; ii) la deferencia, cuando no dependencia, hacia la psicología y la sociología por parte de los clérigos formados en la década de 1970; iii) la consideración de la actuación del Espíritu Santo al margen de las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, hasta llegar a contradecirlas; iv) las almibaradas liturgias autorreferenciales de todo tipo: desde las de Disney con niños, pasando por el romanticismo de baratillo de las ceremonias de matrimonio, la elevación a los altares que se lleva a cabo en los funerales, las folklóricas misas rocieras, y hasta las palurdas de los nacionalistas, bien sean separatistas, como los vascos, catalanes y gallegos, o aunque no lo sean, como es el caso de la «misa extremeña» y otros circos variados, donde la liturgia se subordina a la comunidad autónoma de turno. La lista de obscenidades inenarrables resulta abrumadoramente larga.

La solución no es rebajar la importancia que tienen emociones como el amor y la alegría o la ira y el miedo. El hombre no es un robot, y los sentimientos son aspectos centrales de la naturaleza humana. No obstante, las emociones humanas deben integrarse en un relato coherente de la fe cristiana, la razón humana, la acción y el florecimiento humano, algo que han emprendió con habilidad suprema Santo Tomás de Aquino y que han retomado pensadores contemporáneos como Pinckaers7, Macyntire o Spaemann. Escapar de la dictadura de solis affectibus no será fácil, simplemente porque forma parte del ambiente mefítico que hoy se respira en Occidente.

Pero si no se señala y refuta el emotivismo desenfrenado que actualmente anula el testimonio de la Verdad de la Iglesia, se camina, con resignación, a que el catolicismo se diluya en un magma común aglutinador de cualquier experiencia religiosa, siempre antropocéntrica, culminando su irrelevancia social iniciada en la Modernidad. El concilio Vaticano II, con su lectura acrítica de la vertiente ideológica de la Modernidad, introdujo un error de dimensiones terroríficas: el espejismo de que el papa podía cambiar la fe católica para hacerla agradable al mundo moderno. Es decir, declarar abolida la lista de los errores modernos contenidos en el Syllabus de Pío IX, especialmente en su última proposición: 
«El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización» (n. 80).

La Modernidad ideológica es antropocentrismo, nihilismo y papolatría

El antropocentrismo o antropolatría que invadió la Iglesia desde el Vaticano II, porque ya entonces aquella era una Iglesia muy papólatra, cree que el papa puede cambiar del catolicismo todo lo que al mundo moderno le resulte desagradable e inapropiado. Dicha impostura muestra que carece de la fe divina en Nuestro Señor
Jesucristo, sustituida por la fe en el hombre, en la persona humana, que por sí misma y con sus solas fuerzas construirá un paraíso en la tierra donde todos seremos hermanos e iremos al cielo, sea cual sea la religión que profesen, la lengua que hablen o la cultura en la que hayan nacido. Así la papolatría se configura como una forma de antropolatría: 
el hombre puede cambiar la religión a su gusto y todo lo que diga el papa, que siempre sería impecable, santo e infalible, es Palabra de Dios. Por consiguiente, la única opción que cabría mantener serían la sumisión y adoración a los nuevos textos revelados, luego sagrados, que fueran emanándose de su persona:
los documentos del Vaticano II y todos los textos papales posteriores, que vendrían a corregir la Tradición y el Magisterio y liturgia anteriores.

Con el "papa" Francisco esta concepción ha llegado a su culmen. Bergoglio desafía todas las reglas del sentido común, y con su reiterado desprecio hacia Nuestro Señor Jesucristo cada día parece más difícil no considerarlo un títere en manos de la masonería globalista de la Agenda 2030. Solo resta preguntarse si su actitud se debe: 
i) a su profunda indigencia mental; ii) a una severa psicopatía; iii) a un programa previamente establecido. Aunque las tres no sean excluyentes8. Sin embargo, esa no es la fe católica.

Según el catolicismo, el papa y los obispos se encuentran al servicio de la fe: son siervos de los siervos de Dios, y no monarcas absolutos capaces de edulcorar o descafeinar la fe, mutándola al servicio de un Nuevo Orden Mundial, de una religión mundialista, globalista y ecléctica sin Nuestro Señor Jesucristo. Como pastores abusan de su autoridad y potestad sagradas, utilizándolas para el fin
contrario al que Nuestro Señor Jesucristo otorgó al instituir la sagrada jerarquía en la Iglesia. 

Corruptio optimi pessima, sentenciaban los romanos («la corrupción de los mejores es la peor de todas»). Shakespeare, más poético, lo glosaría en sus sonetos:
«Pues se agrían ellas solas las cosas de mayor dulzor / peor que la mala hierba huele el lirio que se marchitó»9.

El pensamiento moderno con sus variantes y matices pretende, sustancialmente, negar la capacidad de la inteligencia para conocer la verdad de la realidad. Tal prejuicio es un absurdo que coloca al racionalismo fuera del orden racional, y de ahí proviene el ateísmo y el nihilismo que conducen a la sociedad a un gran suicidio colectivo.
El catolicismo promueve la civilización fundada en la razón, la naturaleza y la vida humana, como los entorno fundamentales y clave para el florecimiento de individuos maduros y sociedades equilibradas, por lo que desafía la cultura del nihilismo antropológico. 

El ateísmo es nihilismo y su fruto es la muerte. El nihilismo del que se nutre la posmodernidad con su proclamación de que «Dios ha muerto», y con él la racionalidad divina, como afirmaba Nietzsche10, provoca el sentimiento de que no existe nada malo en el ser humano, por lo que le estaría permitido todo lo que le plazca.
El judío homosexual Yuval Harari, gurú del transhumanismo y del poshumanismo, como historiador, debería saber lo rápido que la visión de un superhombre divino puede convertirse en un inhumano diabólico. 

El siglo XX lo ha demostrado de forma extremadamente cruel tanto en la Europa Occidental como en la Oriental. Si el hombre deja de ser una criatura «a imagen y semejanza» del Dios uno y trino, se hunde en las profundidades del nihilismo antropológico que tiene como padre el orgullo de la criatura que quiere llegar a ser como Dios11 y quiere establecer por sí misma la diferencia entre el bien y el mal, lo verdadero y lo falso. Esta filosofía12, es significativamente hostil a la vida, pues impulsa el hecho de matar a los niños en el vientre materno como un derecho humano y la exigencia utilitaria de la llamada eutanasia para los seres humanos «agotados» o «ya no servibles». 

Los frutos podridos del nihilismo antropológico también se muestran en el cuestionamiento y rechazo del matrimonio entre un hombre y una mujer, concibiéndose las relaciones personales como una mera variante entre cualquier número de posibilidades del disfrute orgiástico de la satisfacción sexual, sin la plena entrega en el amor de por vida y sin la trascendencia a un tercero, a saber, el hijo como el fruto del amor y el vientre de sus padres. Es así como se niega la referencia a la fecundidad del matrimonio, con la que el Dios Creador ha bendecido al hombre y a la mujer para que transmitan, guarden y promuevan la vida creada por Dios. Aparte del hecho biológicamente probado de que no es posible un cambio real del sexo, la ficción de una libre elección del género es una negación de la voluntad de Dios para la persona concreta. Cada ser humano existe en su naturaleza corporal ya sea en expresión masculina o femenina.

En la Iglesia Católica el modernismo ha alcanzado un estadio de nihilismo teológico, que se vuelve mortal cuando sus jerarquías y teólogos ya no asumen el hecho de la revelación históricamente única e insuperable de Dios en Nuestro Señor Jesucristo, sino que operan un compromiso perverso con el poshumanismo, solo para que la Iglesia sobreviva como organización social en un mundo moderno sin Dios. Es decir, anteponer la existencia a la esencia. Lo cual comporta las herejías morales denominadas proporcionalismo o consecuencialismo, esto es, el juicio de los actos por comparación o proporción entre las consecuencias buenas y malas que producen.
Esta «ética de situación» es la negación posmoderna de la moral objetiva, la acomodación de la verdad a la subjetividad.

La asunción de las herejías contemporáneas, no solo entre los teólogos oficialistas, sino también entre la misma autoridad eclesiástica, muestra inequívocamente que, hace sesenta años ya se habían sentado las condiciones para ello. Según la teología moral católica, tres son los elementos que concurren en toda acción humana: 
i) objeto moral (lo que se hace); ii) fin (para qué se hace), iii) circunstancias (lo que rodea el acto). Por tal motivo, solo la acción en la cual concurran la bondad del fin, del objeto (o al menos su indiferencia), y de las circunstancias, podrá ser plenamente buena. El objeto moral no es una cosa en sí, sino una acción.

Resumiendo: que los dirigentes de la Iglesia hayan subordinado la esencia a la existencia es inmoral.
Si el catolicismo fuera solo una colección de visiones dispares de lo incognoscible divino, del horizonte atemático de Rahner, que se difunde sobre la interpretación teorética del mundo y la forma práctica de hacer frente a la contingencia, entonces realmente no valdría la pena luchar, sufrir y morir por la verdad de Nuestro Señor
Jesucristo. La Iglesia no existe para hacer un mundo más humano.

La Iglesia existe para santificar el mundo, para divinizarlo elevándolo al cielo, a la gloria de Dios, pues para eso fue creado el hombre. De ahí que enseñe Santo Tomás: «El bien de la gracia de uno es mayor que el bien natural de todo el universo»13. Solamente la fe en la Santísima Trinidad de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, supera la cultura de la muerte que promueve el nihilismo antropológico. La fe católica abre así a una cultura de la racionalidad y de la vida en el amor del Dios uno y trino.

El racionalismo moderno no constituye tanto un sistema filosófico stricto sensu, sino, más bien, una aversión a la verdad y al Ser que la sostiene. Lo precede un movimiento de rebelión del alma hacia el orden aristotélico-tomista encubierto por argucias arbitrarias con apariencias racionales. Desde el momento en que Descartes duda de la evidencia de la realidad presentada por la inteligencia, se coloca fuera del orden de esta, renunciando al primer acto de la inteligencia. Así, todo lo que le sigue, a pesar de su pretenciosidad, es pensamiento espúreo, una irracionalidad que declina necesariamente hacia una creciente disolución del orden del pensamiento, a pesar de que sea invocado por cierta inercia infundada.

La negación de la inteligencia está en la raíz de la negación de la realidad del mundo y del hombre, de tal modo que el suicidio ontológico anima el pensamiento moderno contra la noción de ser.
El antiser niega la realidad y reniega de sí mismo en un salto hacia el imposible feudo del no-ser, desde allí reclama sus derechos a arrasar el mundo del hombre. El absurdo del racionalismo y su violenta acción disolvente se cifran en el concepto de libertad negativa, es decir, la libertad sin otra regla que la propia libertad o, propiamente hablando, la libertad sin regla. El antropocentrismo o antropolatría se halla en la base de la autodeterminación individual y colectiva que la soberanía popular consagra14.

Para Descartes, la esencia del hombre reside en la libertad entendida como absoluto poder de negación. De este modo, esta línea de pensamiento plantea una dialéctica disyuntiva (aut-aut) entre libertad y verdad, entre libertad y autoridad, sacrificando siempre la segunda realidad de la ecuación.
Esta dialéctica opositiva es producto de una opción inicial, de una apuesta, al modo de Pascal15. La misma consiste en plantear que Dios no debe existir si es que el hombre quiere ser libre.
Aquí, la libertad es entendida como ausencia de todo vínculo con una realidad diversa de la propia voluntad. Esta lectura acrítica de la Modernidad ha sido incapaz de mostrar que, suscribiendo esta postura, se asume un punto de partida carente de toda prueba: hay que apostar por la no existencia de Dios para que el hombre sea auténticamente libre y creador. De esto se colige que: 
si el tiempo moderno es el tiempo en el cual el hombre se ha convertido en alguien plenamente adulto (porque ha recuperado su auténtica libertad, su capacidad creadora), entonces este tiempo será también el de la muerte de Dios. 

Los modernistas o progresistas, mostrando una total sumisión a esta interpretación de la Modernidad, se han ocupado, de modo sistemático, de eliminar de la Iglesia Católica todo aquello que sea refractario a esta visión inmanentista de la historia. Como la metafísica, en tanto búsqueda del orden eterno de las cosas, se encuentra en la orilla contraria a la de una visión de la realidad esencialmente cambiante, era preciso demolerla. Hacer la revolución en la Iglesia supone, entonces, tachar el elemento griego (léase, la metafísica) para convertir la doctrina católica en una realidad esencialmente cambiante, perfectamente adaptable a lo que sienta y quiera el hombre de cada época histórica.

De esta manera, el binomio verdad-error, bien-mal ha sido sustituido por la de nuevo-viejo, progresista-conservador. El progresista posmoderno16, entonces, es aquel en su pensar y en su obrar se encuentra en el lado correcto de la historia, que es lo mismo que comulgar con el mito del progreso indefinido, propio de la Ilustración, con lo nuevo, que sería siempre bueno por el mero hecho de ser nuevo. La auténtica cosmovisión católica jamás asumió esta falsa dicotomía, sino la tradicional, la de verdad-error, bien-mal, afanándose por buscar la verdad y el bien, sin identificar jamás a ninguno de los términos con determinado tiempo histórico.

La conciencia del cristiano contemporáneo solo puede recuperarse en plenitud si se funda en la Sagrada Tradición, lo cual supone profundizar las verdades ya poseídas, aunque no plenamente conocidas. Esta tarea implica una verdadera evolución, un verdadero progreso que debe ser homogéneo: 
las virtualidades de la verdad que se conquisten deben hallarse en perfecta armonía con aquellas otras verdades explícitas que forman parte del depósito de la Tradición. Esta recuperación de la conciencia católica hará posible la existencia de una verdadera praxis cristiana (litúrgica, apostólica educativa, cultural, etc.), que enseñe al hombre de hoy que su valiosa libertad se hace plena en la aceptación de la verdad.

Que su sabiduría y felicidad dependen de su discernimiento entre la verdad y el error. Que tanto su progreso personal como el colectivo progreso de la historia dependen del crecimiento de su conciencia en el conocimiento de la verdad plena, en oposición a la ignorancia y, más todavía de la idiocia como adquirido trastorno profundo de las facultades mentales.

Contra la idiocia: instrucciones de uso 

La ignorancia favorece la acción subversiva de los enemigos del catolicismo, y por extensión de Occidente, sumergido en un océano de frivolidades. El objetivo de este estudio es proporcionar materiales para que cualquier persona no especializada (y de ahí su extensión, no dando por supuesto el conocimiento especializado del lector) pueda comprender la génesis, estructura y desarrollo del abismo en el que se está hundiendo la Iglesia contemporánea, de un modo particular los fieles, vergonzosamente traicionados por sus pastores. Estudiar los motivos del declive es el primer paso para contenerlo, este es el motivo principal por el que, si los historiadores renuncian a escribir acerca de los hechos, personajes, procesos a ideas más recientes, lo harán los periodistas convertidos en el fuego de artillería del poder ideológico. Periodistas al servicio de la ideología del Nuevo Orden Mundial y que reducen a escombros toda resistencia enemiga, allanando la vía a las imposiciones del poder político y sus objetivos electoralistas.

El fiel no debe limitarse a una lectura humana y naturalista de los acontecimientos históricos, porque está llamado a un destino sobrenatural. La razón sin la fe es incapaz de conocer ese destino.
La Revelación sobrenatural no era necesaria en sí misma, es decir, el hombre no tenía derecho a ella, pero desde que Dios se reveló al hombre, la sola naturaleza ya no es suficiente para explicar al hombre. Cualquier sistema histórico que prescinda del orden sobrenatural en la exposición e interpretación de los hechos es falso, ya que reduce la historia de la humanidad a una sucesión de contradicciones y caos que no explican nada.

Utilizo una serie de recursos literarios a fin de que la lectura de esta voluminosa obra no resulte farragosa. Soy consciente de que, por momentos, este trabajo es encendido hasta la vehemencia, áspero hasta ser desabrido, sardónico hasta el insulto (como Nuestro Señor Jesucristo insultó también a los judíos en repetidas ocasiones17) y de una elocuencia desapacible que no le hace apto para personas particularmente sensibles. Ya decía San Agustín en una de sus fascinantes predicaciones que: «Una bofetada puede ser fruto de la caridad y una caricia una invitación al pecado»18. Es conocido el episodio de San Pablo corrigiendo en público a San Pedro debido a su simulación judaica en la cuestión alimenticia19.

No obstante, mucho menos conocido es el momento en que Elipando, el arzobispo de Toledo, primado de España, esto es, la máxima autoridad de la Iglesia en España, cayó en la herejía del adopcionismo para congraciarse con los moros, y el monje Beato de Liébana no dudó en definirle como: «testículo del Anticristo»20.
Esta investigación divulgativa pero rigurosa, participa de una ortodoxia disyuntiva (en cuanto alternativa), totalizadora (abarcando interdisciplinarmente la filosofía y la historia, la teología y el derecho), y por ello intempestiva, es decir, inactual, inoportuna, puesto que nuestra época es total y completamente refractaria a todas y cada una de sus enseñanzas. 

No obstante, no se adscribe a una mentalidad derrotista sino realista, su finalidad es restaurar el edificio de la Tradición, lo que conlleva la contrarrevolución, desechando los ajados constructos modernos y revolucionarios. De nada sirve el fervor sin la verdad que lo sustente, de nada sirven banderas sin doctrina firme. Restaurar la afligida Cristiandad requiere establecer estructuras naturales, sobrenaturales y políticas, capaces de afrontar esta tarea. Instituciones donde acoger a quienes se pueda de una masa social desarraigada y desarticulada para conculcar el régimen liberal (civil) y modernista (eclesial) imperante.

Analizar y categorizar las difundidas y dispersas corrientes de pensamiento del mundo moderno y posmoderno, tan arraigadas en todos los órdenes y en tan breve tiempo, constituye un ejercicio imprescindible de cara a realizar su identificación o diagnóstico para su posterior refutación. En el ejercicio de medición de los hechos históricos es preciso apoyarse en la metafísica, previa al devenir histórico, este es el cometido de la historia analítico-interpretativa:
una perspectiva amplia y de conjunto. Solo así, engarzando la ciencia metafísica y la ciencia histórica, puede encontrase respuesta al problema de cómo estimar los criterios con los que han de sopesarse la complejidad de los hechos, trazando el camino del análisis a la síntesis, del dato suelto al orden. Escribe Santo Tomás:
«El acto de entender en sí mismo es uno solo, sin embargo, pueden conocerse muchas cosas en una sola»21. A pesar de sus carencias, el lector sopesará si la presente obra ha sido una contribución significativa al respecto.

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1 Este autor de la época patrística fue un enemigo ardiente del gnosticismo y de toda la cultura clásica
grecorromana, incluso de la misma ciencia racional. Tomando el todo por la parte, al volverse contra los
gnósticos, que usaban los recursos de la filosofía, se vuelve contra ella misma, de ahí que pretendiera fundar
la Revelación divina en su incomprensibilidad e imposibilidad racional.
2 Cf. Jn 4, 16-19.
3 «Es crudo este lenguaje, ¿quién puede aceptarlo?» (Jn 6, 60).
4 Joseph Ratzinger, Mirar a Cristo, Encuentro, Madrid 1991, 43
5 Un diagnóstico bastante acertado para profundizar más, Theodore Dalrymple, Sentimentalismo tóxico.
Cómo el culto a la emoción pública está corroyendo nuestra sociedad, Alianza, Madrid 2016.
6 Cf. Gustavo Bueno, ¿Qué es la filosofía?, Pentalfa, Oviedo 1999, 59.
7 Cf. Servais Pinckaers, El Evangelio y la Moral, EIUNSA, Pamplona 1992, 247; Alasdair Macintyre,
Justicia y racionalidad, EIUNSA, Pamplona 1994, 185; Robert Spaemann, Ética: Cuestiones fundamentales,
EUNSA, Pamplona 2010, 91.
8 Cf. Juan Carlos Girauta, Sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos. Radiografía de la nueva
sociedad, Sekotia, Córdoba 2022, 83.
9 William Shakespeare, Sonetos, Cátedra, Madrid 2014, CXIV.
10 Para profundizar en el pensamiento filosófico de Nietzsche y sus ramificaciones contemporáneas ver,
Miguel Ángel Balibrea, Cautivados por la libertad. Raíces nietzscheanas de la cultura actual, EUNSA,
Pamplona 2021.
11 Cf. Gn 3, 5.
12 Sobre la diferencia entre ideología y filosofía ver, Paloma Hernández, Arte, propaganda y política.
Ideologías disolventes en la práctica artística contemporánea en España, Sekotia, Córdoba 2021, 191.
13 S. Th., I-II, q. 113, a. 9.
14 Para profundizar en la noción de soberanía ver, Pierre Dardot-Christian Laval, Dominar. Estudio sobre la
soberanía del Estado en Occidente, GEDISA, Madrid 2021. A pesar de sus múltiples prejuicios inoculados por
la obra de su mentor, el negrolegendario por excelencia, José Luis Villacañas, Teología política imperial y
comunidad de salvación cristiana. Una genealogía de la división de poderes, Trotta, Madrid 2016; Imperio,
Reforma y Modernidad, Guillermo Escolar, Madrid 2017, dos volúmenes. Respecto a la Edad Media es útil
ver, Cristina Catalina, Pastorado, Derecho y Escatología. El gobierno de las almas en el occidente medieval
(siglos XI-XIII), Guillermo Escolar, Madrid 2020.
15 Cf. Moisés González-Hugo Castignani (coord.), Filosofías del Barroco, Tecnos, Madrid 2020, 342.
16 Cf. Marcos López Herrador, Historia de las ideas contemporáneas, Sekotia, Córdoba 2021, 120.
17 «¡Serpientes, raza de víboras!» (Mt 23, 33); «Hipócritas y sepulcros blanqueados» (Mt 23, 27); «Vuestro
padre es el diablo» (Jn 8, 44). Realmente el Verbo encarnado no se anduvo demasiado con los remilgos eclesiásticamente correctos de los amanerados funcionarios eclesiásticos, convertidos en animadores
socioculturales.
18 San Agustín, Obras Completas, BAC, Madrid 2019, vol. XXVI, 482.
19 Cf. Gal 2, 11-21.
20 Cf. Luis Suárez, Historia de España. Edad Media, Gredos, Madrid 1977, 27.
21 S. Th., I, q. 14, a. 7, sol. 1.

Epílogo

Leyenda negra y protestantización de la Iglesia

Cuando nos referimos a la Leyenda negra nadie –salvo algunos ignorantes– duda de la Institución a la que se refiere. La Leyenda negra es la de España. Hay otras que sí precisan de una expresión deíctica: la de la Iglesia Católica, la de Estados Unidos, la soviética, etc. Aquí solo queremos hacer mención directa de las dos primeras, pues, para mal, van de la mano. 

La Leyenda negra fue contrarrestada en España según iba construyéndose, pero con una metodología que no fue exitosa. Algo que nos ha dejado muy bien explicado María Elvira Roca Barea en sus conocidos textos sobre el asunto. A esta autora la podemos considerar el baluarte que, en los últimos años (aunque solo unos pocos, los pocos que se cuentan con los dedos de una mano), se ha hecho notar entre los hablantes de español (me refiero a todos, a los de nuestra nación y a los de las naciones de ultramar). 
Pero no fue ella el revulsivo que había conseguido movilizar a diversos autores, pues a ella la debemos incluir entre ellos. La primera confrontación a esa ideología fue la de Gustavo Bueno, sobre todo con su obra España frente a Europa, publicada en 1999, junto con el libro de 2005 España no es un mito.
Después de la publicación de estos textos vinieron en cascada las reacciones públicas a la Leyenda negra de historiadores y ensayistas.

Cuando el lector ha llegado al final de este libro entiende perfectamente por qué comenzamos este epílogo atendiendo a la Leyenda negra. 
Calvo Zarraute en su obra Verdades y mitos de la Iglesia Católica. La historia contra la mentira estudia y desmantela los principales hechos de la Leyenda negra antiespañola, y por extensión anticatólica. El último episodio mitológico de la Leyenda negra es el antifranquismo, cuya génesis y decisivo desarrollo eclesial hasta la situación presente el autor se encargó de triturar en su obra siguiente, De la crisis de fe a la descomposición de España.

En ese potente y didáctico trabajo de alta divulgación, ya apuntaba la dirección de la que sería esta su siguiente investigación: 
la asunción de la Leyenda negra protestante por parte de la Iglesia Católica. Es decir, la aceptación de la superioridad moral del protestantismo en todos los órdenes (religioso y cultural, político y jurídico, educativo y económico) que tiene como consecuencia la sumisión de la Iglesia a la cosmovisión protestante. Esto es, la protestantización de la Iglesia.

Pero lo que no puede saber el lector de este libro es que el que escribe este epílogo no es ni sacerdote, ni siquiera un creyente al uso. Y tras esta afirmación al llegar a estas páginas, se preguntará cómo es que un ateo (ateo católico, dado que lo es por nacer en España y por ser España católica, que no musulmana o judía, y menos todavía budista o confuciana) escribe un epílogo a la obra de un sacerdote. La respuesta ya se ha comenzado a dar en los párrafos previos. La denuncia de la Leyenda negra es propia de todo español que se enorgullezca de serlo y que se proponga sacar a la luz las mentiras vertidas sobre España. Para tal defensa un sacerdote y un ateo, y si a la vez son españoles, pueden y deben ir de la mano. El ateo sabe que el desprecio por lo católico es uno de los síntomas de la asunción negrolegendaria, y por ello, el sacerdote con cabeza –con una cabeza muy bien montada– aunará sus fuerzas a las de él sin tapujos.

El ateo, por otra parte, no tendría que ser necesariamente materialista, pero sucede que así es. Como todos saben, la inmensa mayoría de ateos de nuestra amada España son o grandes ignorantes por falta de sindéresis, o simplemente porque quieren o prefieren ser ignorantes. Esto último es así respecto de multitud de ideologías, pues la Leyenda negra, que tiene tanto de antiespañola como de anticatólica, ha penetrado hasta los lugares más recónditos de sus cerebros, sin distinguir credos y colores. De manera que, como ya hemos adelantado, la leyenda negra anticatólica va de la mano de la leyenda negra hispanófoba, que comenzó cuando el Imperio español era el protagonista de la Historia universal. Una y otra se desdibujan dado que el Imperio español era un imperio universal en un sentido duplicado: 
universal porque los imperios tienen ese carácter. La dialéctica que los rige es la de la constante ampliación de fronteras (territoriales, aunque ahora también económicas), ampliación que tiene como meta la anulación de lo que se le opone. 

Podemos referirnos a las palabras de Alejandro Magno: «Así como no hay dos soles en el firmamento, así no puede haber un Alejandro y un Darío». Y universal por ser católico. El término «católico» deriva del término griego όλων que indica esa totalidad. La Iglesia Católica es, por definición, universal.
La relación de la Leyenda negra con el asunto titular de este libro la han podido leer en los argumentos del autor de este texto, por eso no vamos a repetirlo, aunque para lo que a partir de ahora vamos a exponer siga en constante presencia argumental. Eso sí, debemos dar un pequeño giro en esos mismos argumentos, pues debemos dar protagonismo al tema titular de este libro: 
La protestantización de la Iglesia Católica. Además, es conveniente incidir en las
coincidencias que tanto el sacerdote como el ateo, ambos católicos, tienen.

Como hemos señalado, los españoles que han vivido y viven en las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI, al menos una gran parte de ellos, se muestran reluctantes a todo lo que suene o haga mención a lo católico. 
Otro de los porqués de ello ya había sido tratado indirectamente en el anterior libro de Gabriel Calvo Zarraute: "De la crisis de fe a la descomposición de España". Allí, el autor incidía en que el deterioro del régimen del general Franco tuvo como causa fundamental el rechazo que sufrieron Franco y su régimen por parte del Romano Pontífice, Pablo VI, y por la Conferencia Episcopal Española, dirigida por el afamado cardenal Tarancón. 
La actuación de la Iglesia de Roma y la de España, respecto de los asuntos políticos en esos años, fue también la causa de la penosa situación actual del catolicismo en nuestra nación.

Gabriel Cavo Zarraute ha indagado en las causas que llevaron a la toma de esta postura por Pablo VI, la cual hemos mencionado por lo que toca a la situación española, pero este efecto es solo puntual en el mar de efectos que fue fruto del gran vuelco que acababa de dar el catolicismo con el concilio Vaticano II.

Lo que ha sucedido desde entonces es que la Iglesia Católica ha sufrido un proceso de protestantización creciente, que ha derivado en la situación de debacle en la que hoy en día se encuentra, y los efectos perniciosos de tal situación son estudiados y denunciados en este libro que acaban de leer. Comenzando por la mal llamada Reforma de Lutero, que debemos incardinar en la dialéctica de Estados, pues si triunfó fue debido a la oposición que los príncipes
alemanes sostuvieron con el emperador Carlos V, nieto de los Reyes Católicos. Además de que era la excusa perfecta para su enriquecimiento, al poder adueñarse delictivamente de los bienes de la Iglesia, de manera que se enriquecieron, cual una suerte de extemporáneos filibusteros terrestres. Los filibusteros de verdad siguieron esa estela, la de hacerse con los bienes ajenos, los bienes del Imperio católico español.
A la Reforma de Lutero y sus consecuencias se ha referido el autor. Ese es el comienzo del proceso, y hubo importantes episodios de gran relevancia para la consumación definitiva de la protestantización. 

En algunos de ellos merece la pena incidir.

Mencionaremos el ataque infringido, a la jerarquía eclesial y a la figura del Romano Pontífice, por el grupo de obispos reunidos en el Sínodo de Pistoya (1786). Allí la jerarquía afín al jansenismo y a otros idearios anticatólicos quisieron «reformar» el catolicismo.
Destacaremos las dos figuras más relevantes: 
el obispo Escipión de Ricci y el teólogo Pedro Tamburini. Este movimiento fue contrarrestado por el religioso camaldulense Mauro Cappellari (futuro papa Gregorio XVI), en su libro Il trionfo della Santa Sede e della Chiesa contro gli assalti de’ novatori, respinti e combattuti colle stesse loro armi que, por cierto, está dedicado al papa Pío VI, justo en un momento muy delicado para él, pues estaba preso de los franceses napoleónicos que pretendían llevar la Ilustración a España y a Roma, lugares en los que no hacía ninguna falta, porque estaban ya suficientemente ilustrados desde hacía muchos siglos, y gracias al desarrollo de una «racionalidad» mucho más sana que la que querían imponer.

De lo que supuso el episodio del «Modernismo» ya ha dado cuenta el autor. También del siguiente y definitivo ataque, el de la «Nueva Teología», los autores más relevantes de estos movimientos protestantizadores ya están mencionados en el texto, por lo que no es preciso abundar en ellos. La debacle, el triunfo de «los malos», como jocosa pero diáfanamente los cataloga Calvo Zarraute, se consumó en el concilio Vaticano II. Y las consecuencias no hace tampoco falta que las repitamos aquí, pues sería reiterativo.

Además de compartir un discurso contrastador de los argumentos de los enemigos del catolicismo, que como hemos demostrado son los mismos que los enemigos de España, podemos también incidir en algunas doctrinas comunes entre un sacerdote católico y un ateo esencial materialista. Por ejemplo, si atendemos a la ética, estaremos de acuerdo en la defensa de la vida, pues precisamente la ética se define por esa defensa. 

Lo que no compartimos es la cuestión de la fundamentación, pero eso no nos parece óbice para asumir que lo ético, a grandes rasgos, se circunscribe a las normas que tienen como meta la salvaguarda del individuo humano. La virtud por antonomasia, pues es la que puede conseguir tal meta, es la fortaleza (virtud platónica que San Pablo denominará cardinal, y que Benito Espinosa –filósofo de tradición española, aunque hubiera nacido en Holanda– asumió como virtud por excelencia). 
La fortaleza, dirigida al mantenimiento de la vida de uno mismo, se expresa como firmeza, y al dirigirse a los demás es generosidad. El catolicismo tiene una meta similar, pues la vida humana tiene un valor inquebrantable. Mucho más podríamos decir, pero como se trata solo de atender a las coincidencias, y solo a ellas, nos parece suficiente lo señalado.
Así pues, en ética reconocemos estas ideas compartidas. Para ser más claros, es conveniente señalar que desde nuestra perspectiva es preciso diferenciar entre ética y moral. Pues, así como entendemos que la ética no puede ser plural, dado el fin que tiene, el de salvaguardar la vida humana, la moral sí lo es. 

Hay muchas morales, aunque solo vamos a incidir en dos de ellas, las más relevantes en la actualidad de cara a contrarrestar la moral católica, que es la que España había asumido y desarrollado durante siglos. 
En primer lugar, a la moral de un islamista, que ve como «buena» la yihad, es decir, el asesinato indiscriminado. Se trata de una moral que, al seguirla, le llevará a su particular cielo si esos crímenes los comete en la carne de los incrédulos de su
doctrina. Es por ello que no es un error volver a colocar en las paredes de los colegios e institutos los crucifijos, pues si no nos tomamos en serio el desembarco de la moral islamista en nuestra patria, lo vamos a pagar muy caro. A esto debemos añadir que el modo de entender las normas poco tiene en común. 

La moral católica, como afirma el papa Benedicto XVI1, se lleva la palma en cuanto a racionalidad. No podemos dejarnos llevar por el irenismo, destructor de los logros civilizatorios del cristianismo católico. Y está la moral de un protestante, que incide en lo individual, como valor supremo, y por lo mismo en el éxito de ese individuo, pero también a lo que implica, que no es otra cosa que la derrota de la inmensa mayoría que no podrá triunfar. 

Con la protestantización que se denuncia en esta investigación, se denuncia en paralelo esta moral que ya ha penetrado en España y en el seno de la Iglesia. Ha penetrado por el relajamiento derivado de los idearios asumidos por unos y otros. Los asumidos por la Iglesia ya han sido denunciados, los idearios que penetraron en España se han ido asumiendo y siguen asumiéndose –aunque no de modo total pues todavía queda algo de poso de nuestro modo de entender el mundo–, por mor de la aculturación recibida desde distintos frentes, de los que destacamos también dos: el del racionalismo alemán, que penetró en España sobre todo con el krausismo. Este a nivel de los más cultivados en la Institución Libre de Enseñanza. Y el que ha impregnado a las mayorías a través de las distintas formas artísticas. La literatura de modo importante, pero de modo casi imparable por el cine y su gran aliado: la televisión. España se ha estado protestantizando, al modo del protestantismo estadounidense, desde hace ya un siglo.

Por otra parte, el desprecio a nuestra tradición deriva en que reneguemos de cuestiones de gran relevancia, pues definen el ser de lo que es lo español, que depende de los españoles que vivieron antes y que dieron su trabajo y su vida por los que iban a ser protagonistas del futuro.

El cristianismo sigue teniendo un papel fundamental en el mundo actual, pero como podemos constatar no es el católico, sino el protestante. El catolicismo tiene que reaccionar, tiene que dar la vuelta a la actual situación como se le da la vuelta a un calcetín. 
El cristianismo protestante ha conseguido protestantizar la Iglesia, pero todavía no es definitivo. Si lo fuera, habría dejado de plantar batalla.

Ese es uno de los síntomas de que el conflicto no ha terminado. Podemos poner el ejemplo de otro de los frentes en que se da esta «lucha de religiones». 
En Hispanoamérica este conflicto es patente, pues, como estamos comprobando, las fuerzas protestantes quieren protestantizar a todos los nacidos católicos. Desde la época de Ronald Reagan, que fue el momento en que comenzaron a desplegarse, han conseguido trasformar en protestantes a la mitad de los católicos, y eso es muchísimo.

Para concluir, debemos señalar lo que ustedes mismos, lectores, están comprobando, que ni todos los españoles han asumido los postulados de esa gran mentira que es la Leyenda negra, ni todos los miembros del catolicismo han sido abducidos por el ideario protestante (y aquí incluimos a los ateos católicos, que son, entre los ateos, un número que va in crescendo). El libro que acaban de leer es un claro ejemplo de todo ello. De manera que, si de lo que se trata es de la defensa de España y de reconocer su papel en la Historia universal, a un ateo  un ateo católico– no le deben doler prendas para ir de la mano con un sacerdote no protestantizado.

José Luis Pozo Fajarnés Doctor en Filosofía
por la Universidad de Oviedo,  
investigador asociado a la 
Fundación Gustavo Bueno. 
Profesor de Filosofía en el
IES Juan de Mariana, 
profesor y tutor en el 
Centro Asociado de la UNED
_______________________

1 Cf. Benedicto XVI, Discurso a los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica, 27-IV-2006.


Apéndice. La podredumbre de los funcionarios eclesiásticos

El papa al que había que liquidar

Antes de concluir la revisión de esta obra sucedieron una serie de hechos más que avalan la denuncia fundada de este libro. Contextualizaré primero, a nivel universal, el acontecimiento que ha acelerado la protestantización de la Iglesia, y que es la renuncia de Benedicto XVI al trono de San Pedro. A continuación, trataré los episodios concretos acontecidos en España, Bélgica e Italia, y que ilustran a la perfección el seguidismo cobarde y descerebrado de la
casi totalidad de los dirigentes de la Iglesia actual, decididos a abandonar a Nuestro Señor Jesucristo para seguir a la sociedad atea posmoderna, definida por Zizek como: 
«la nada cósmica sometida al vacío»1458. Debido a su identificación acrítica con la ideología antropocéntrica del mundo contemporáneo, los funcionarios eclesiásticos se mimetizan con dicha sociedad, transformándose también ellos en un cero, envuelto en la nada, poblado de analfabetos funcionales, de monos aulladores y alabadores.

El verdadero problema central de la jerarquía, actualmente irresoluble, es su conformación por un ejército de idiotas útiles, condicionados hasta la médula, con los que siempre se puede contar para disolver la fe católica. Para uno que acierta, generalmente por conveniencia o porque está tocado en su propia esfera individual, diez hacen mal. Son pastores inútiles que generan confusión, y que, debido a su formación modernista, carecen por completo de la capacidad para abrazar la complejidad o al menos de acercarse a ella. No siendo conscientes de las continuas contradicciones en las que incurren.

No pueden olvidarse las vacilaciones que asolaron los últimos años de Benedicto XVI, prefiriendo jugar con hipótesis arriesgadas y cabalísticas, cuando no ridículas, sobre la validez de su abdicación. Independientemente de sus errores de gobierno, que no fueron pocos, en los eventos previos a su marcha se produjo una fuerte oposición doctrinal y política a la acción gubernamental del papa Ratzinger por parte de: 

i) los sectores de la Curia romana trufados de masonería y homosexualidad; ii) el episcopado universal modernista con Alemania al frente. Resulta más cómodo, psicológicamente, no considerar el avance de la corrupción intelectual y moral en el cuerpo eclesial por lo que se prefiere considerar, únicamente, que Paolo Gabriele, el mayordomo de Benedicto XVI, robara documentos secretos de las estancias privadas del pontífice. Como todos saben, al igual que en las novelas de Agatha Christie o Arthur Conan Doyle, el culpable es siempre, y por tanto solo, el mayordomo. Pero esta vez no fue así y los hechos alineados lo prueban.

En la enigmática historia criminal vaticana sería interesante que alguien se tomara la molestia de comprobar hasta dónde había llegado la acción moralizadora de Benedicto XVI en vísperas de la sustracción de dichos documentos secretos, caso denominado como vatileaks. Lo que clarificaría las razones inconfesables, además de las ya más que discutibles de la política eclesiástica, que tuvieron quienes organizaron dicha operación y su repercusión
psicológica en un papa octogenario y asediado desde el interior y el exterior de la Iglesia, desde el inicio de su pontificado. Así se demostraría que la causa del traumático final de su gobierno al frente de la Iglesia se debió a la convergencia entre: 
i) diplomáticos ambiciosos; ii) potencias extranjeras invasoras; iii) eclesiásticos corruptos. El programa de gobierno de Benedicto XVI fracasó estrepitosamente llevando hasta el solio de Pedro a Francisco, y exhibiendo que la Iglesia Católica no merecía tener a su cabeza a un hombre de la talla del pontífice alemán.

La izquierda pederasta

La ministra de igualdad, la mononeuronal Irene Montero, realizó unas infames declaraciones haciendo apología de la pederastia, afirmando que los niños: «pueden tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento» (22-IX2022).
Naturalmente, la ministra no rectificó semejante aberración en los días posteriores, sino que ratificó sus palabras y objetivo gubernamental de la: «sexualización (léase perversión) de la infancia». La educación sexual que propugna la ministra de Igualdad es el volcado en los cerebros y los cuerpos de los menores de las obsesiones y conflictos no resueltos de unos dirigentes políticos y activistas1459 que actúan con pavoroso y delictivo desprecio por los auténticos derechos de la infancia, entre ellos el de no ser víctimas de abusos sexuales patrocinados y fomentados por la siniestra ideología de género, el de no ser conducidos como rebaños al matadero para adoptar decisiones para las que no están en absoluto facultados. 

La indefensión de la infancia es absoluta, descarnada y brutal, sometidos a las nuevas tecnologías y completamente desarraigados de la trascendencia (Dios), de su origen natural (familia) y de su raíces histórico-culturales (patria). La mera sugerencia de que los menores puedan mantener relaciones sexuales con adultos si consienten, expresa de manera descarnada el amparo, justificación y protección de la pederastia que data de la revolución cultural de 1968, origen histórico de la posmodernidad.

El historiador Manuel Bustos escribe al respecto: «La cultura posmoderna debe entenderse como la crisis de los mismos principios que alumbran la cultura moderna y cuajaron en la Ilustración, aunque sea al mismo tiempo tributaria de ellos, pues sin los mismos no se explicaría. 

Nos referimos a la centralidad del hombre en el cosmos, la capacidad de la razón humana para conocer la verdad y, al mismo tiempo, hacer avanzar la historia por el camino del progreso hacia metas de felicidad y plenitud para el ser humano, al margen de que existan elementos que lo favorezcan o retarden temporalmente. Las tres ideas citadas se corresponden entre sí y cada una de ellas depende a su vez de las demás. Sin embargo, esta crisis no ha estimulado la búsqueda de una salida, capaz de redescubrir los fundamentos antropológicos y cosmológicos sobre los que se asienta la cultura occidental; al contrario, considerados como opuestos a la experiencia del saber y de la ciencia en el presente y sobrepasados, la actitud hoy dominante se traduce en el ahondamiento del problema, la huida hacia delante»1460.

Los corolarios que se extraen de la intervención de la desquiciada Irene Montero son bastante lógicos, sus manifestaciones le incapacitan para el ejercicio de cualquier cargo, siendo, además, constitutivas de delito. Su pronunciamiento es la destilación de la ideología de genero propulsada por la izquierda y asumida por la derecha. Una depravación del entendimiento y la voluntad que lleva a montar actividades sexuales en las que los niños son forzados a poner un condón con la boca en un palo a la vista de los transeúntes, como sucedió en el municipio catalán gobernado por ERC (22-VII-2022). Mientras las autoridades locales ponderaban el «valor pedagógico» de que los menores, en colaboración con adultos, simularan posturas del Kamasutra. O que corrieran semidesnudos en una carrera patrocinada al alimón por un ayuntamiento (Mollet del Vallés), una diputación (la catalana) y una tienda de productos eróticos.

Ángela Rodríguez, «secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género», es decir, otra discapacitada intelectual al servicio de la ministra Irene Montero, anunciaba la imperiosa necesidad de la ley de transexualidad porque: 
«la familia natural se ha superado por la vía de los hechos» (6-X-2022). Al margen de las múltiples acepciones de la palabra naturaleza, tanto Aristóteles como Santo Tomás tenían una visión teleológica de la misma. Es decir, lo natural en una cosa es aquello que es conforme a su finalidad propia1461. La naturaleza existe, es real, no es una mera manera de hablar, como pretenden los nominalistas. Así, la naturaleza de un ser se define en virtud de su finalidad. Por ejemplo, un naranjo tiene como finalidad dar naranjas. De este modo, para el naranjo, lo natural será aquello que es conforme a ese fin, que es dar naranjas. A su vez, en una cosa, algo será más natural cuanto más se aproxime a su fin. 

La filosofía moderna, por el contrario, concibe la naturaleza como mera facticidad, rechazando toda concepción teleológica de la misma. Es decir, la naturaleza ya no atiende a los fines, sino que lo natural es simplemente aquello que se da en la mayoría de los casos. Se despoja a la naturaleza de la finalidad para entender lo natural como un suceso que ha ocurrido de una manera, pero podría haber ocurrido de otra, de manera indistinta, pues no tiene una finalidad intrínseca. Así, la finalidad no es algo intrínseco al propio ser de una cosa, sino aquello que, «de hecho», tiene lugar la mayoría de las veces.

Lógicamente, los clásicos sabían que lo natural tiene lugar la mayoría de las veces, pero eso no es lo que define a lo natural, puesto que puede ser que lo natural no suceda muchas veces y, sin embargo, siga siendo natural. Tal es el caso de la familia en nuestros días. La familia natural es, según esta señora, cada vez menos frecuente, motivo por el cual habría sido superada. Sin embargo, aunque la familia natural sea insignificante en números estadísticos, no quiere decir que deje de ser natural. La finalidad de la familia es la procreación, la cual solo puede darse en lo que la enajenada Ángela Rodríguez llama acertadamente «familia natural».

De este modo, aquellas uniones que no estén capacitadas para la procreación no podrán llamarse familias, se deja de lado la cuestión de los matrimonios estériles, pero valga decir que no suponen ninguna contradicción. En definitiva, puede que la familia natural sea cada vez menos frecuente, pero es la única que responde a la finalidad de la auténtica familia, por lo que nunca podrá ser superada en el sentido que quiere darle esta pobre estólida a la expresión: dejarla obsoleta.

La libertad sexual total fue la punta de lanza de las libertades que la revolución de 1968 se dispuso a conquistar, puesto que ya no toleraba norma alguna. La propensión a la apología de la violencia que caracterizó esos años siempre fue de la mano del marxismo infiltrado en la Iglesia, que se encuentra íntimamente ligado a su colapso espiritual desde entonces. También forma parte de la fisonomía de la Revolución de 1968 el hecho de que la pederastia
haya sido diagnosticada como permisible y conveniente. 

El hundimiento generalizado de las vocaciones sacerdotales y religiosas desde aquella época, junto con los cientos de miles de abandonos del estado clerical y consagrado fueron consecuencia de estos procesos. Hasta el Vaticano II, la teología moral católica se basaba en gran medida en la ley natural, mientras que la Sagrada Escritura se usaba solo como trasfondo o apoyo. En la lucha librada por el concilio de cara a una nueva comprensión de la Revelación, se abandonó casi por completo la opción iusnaturalista y se exigió una teología moral fundada íntegramente en la Biblia. Juan Pablo II, que conocía muy bien la situación de la teología moral y la siguió con atención, dispuso que se comenzara a trabajar en una encíclica que pudiera corregir estas cosas. Fue publicada bajo el título Veritatis splendor en 1993, siendo la más importante de todo su pontificado, el más tomista de todos sus documentos, y suscitando violentas polémicas junto con distintas reacciones adversas por
parte de los teólogos morales.

Una sociedad en la que Dios está ausente, en la que sus miembros no lo conocen y lo tratan como si no existiera, es una sociedad que pierde el criterio moral. La muerte de Dios en una
sociedad significa también el fin de su libertad, porque muere el sentido trascendente que le aporta la orientación. Hoy en día la Iglesia se ve en gran medida solo como una especie de aparato político. De hecho, solo se habla en ella utilizando categorías sociológicas y políticas, como ocurre con Bergoglio y tantos obispos cuando formulan su idea sobre la Iglesia del mañana, exclusivamente en los mismos términos en los que se expresa el mundo posmoderno. La crisis provocada por tantos casos de abusos sexuales por parte de sacerdotes, obispos y cardenales ha empujado a considerar a la Iglesia como una institución perversa, por lo que, definitivamente, debería crearse una nueva. Pero una Iglesia hecha por los hombres no puede representar ninguna esperanza sobrenatural, teologal.

Nuestro Señor Jesucristo, Rey y Pontífice, que reúne en sí la soberana potestad que deriva de ser Dios y de haber rescatado a los hombres con su propio sacrificio en el altar de la cruz, es Rey por derecho divino, por derecho de herencia y de conquista. Como el catolicismo no es una teocracia a semejanza de la mahometana, en lo tocante a los asuntos civiles Dios deja su determinación en manos de los hombres. Ahora bien, en lo tocante a los asuntos espirituales, que componen el fin último del hombre, Nuestro Señor Jesucristo gobierna por sí mismo como jefe de su Iglesia, no confiando más que los sucesores de San Pedro y de los Apóstoles, la administración de la gracia santificante en orden a la salvación de las almas. Se trata del «fin» último al que se ordenan todos los demás aspectos de la vida humana como «medios». Es el fin y es por eso que, se dice último, porque todos los demás medios conducen a él.

Más bajo ya no pueden caer

Ahora bien, el cupo de escándalo no estaba cubierto. A la demencia del poder político inhumano y anticatólico le ha salido un Sancho Panza singular: la inanidad de los funcionarios eclesiásticos. Luis García Argüello, arzobispo de Valladolid y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, en nombre de los obispos decidió romper una lanza por la ministra arguyendo que, en su opinión, la ministra en cuestión no estaría defendiendo la posibilidad de que los niños mantuvieran relaciones sexuales con adultos (29-IX-2022).
Pese a que he podido constatar, a través de mi amistad con bastantes sacerdotes de casi todas las diócesis españolas, la basura ideológica a la que llaman formación y que hoy se imparte en los seminarios y facultades eclesiásticas, manifiesto mi perplejidad al desconocer que tal cochambre intelectual1462 alcanzara hasta las cimas de la más básica comprensión lectora. Argüello prosiguió sosteniendo que lo que él teme es, más bien, el concepto de persona que se extrae de los documentos «legales». De lo que se deduce que el arzobispo Argüello también desconocerá que las leyes de igualdad sexual deben tener alguna relación con el ministerio que porta el mismo nombre.

El portavoz de los obispos exculpando a la sociópata comunista que defiende la pederastia es el espectáculo más indignante de la ruina espiritual y humana en la que se halla sumido el episcopado español, que no es mejor ni pero que el del resto del atlas. Una corte de pusilánimes estridentes que corren a rendir homenaje al poder de turno, mientras se convencen a sí mismos de que su reprochable actitud es un deber de obediencia. Como en la Epístola exhortatoria a las letras de Juan de Lucena: 
«Jugaba el Rey, éramos todos tahúres, estudia la Reina, somos ahora estudiantes»1463. Por lo que cabe hablar de necrosis intelectual y moral de la jerarquía.
Dicha necrosis termina por imponer una necrocracia, es decir, el gobierno de los muertos, porque el sistema corrupto en el que está fundada la jerarquía actual se construye sobre un concilio muerto, engullido por el ataúd del tiempo a causa de sus contradicciones insalvables. Aunque, a la luz de sus trayectorias personales, siguiendo el concepto inventado por el filósofo d’Omersson, preferimos definir a la casta de los funcionarios eclesiásticos como «ineptocracia».

La definición se refiere al mundo civil, pero análogamente, resulta válida también para el eclesiástico. «La ineptocracia es el sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse su sustento son regalados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y riqueza de unos productores en número descendente, y todo ello producido por una izquierda populista y demagógica que predica teorías, que sabe que han fracasado allí donde se han aplicado, a unas personas que sabe que son idiotas»1464.

Funcionarios eclesiásticos que carecen de fe, de criterios sobrenaturales, y por ello, también de la piedad patria, del menor sentimiento de patria, sin nexos reales con la sociedad, embrutecidos como consecuencia de su evasión a paraísos artificiales gracias a su dependencia del consumo de ansiolíticos, con los ojos estupefactos, la mente vacilante y los músculos flácidos, la voluntad debilitada y los instintos primordiales de autodefensa y de preservación del propio grupo reducidos a cero.

Desconocemos si la crisis presente es la peor que tendrá que afrontar la Iglesia de aquí al fin de los tiempos, no obstante, es ciertamente el peor hasta la fecha, tanto por la devastadora
proporción de la apostasía como por la narcotización de los sacerdotes y fieles hacia la jerarquía. En otros momentos de la historia, la persecución fue más feroz, pero encontró resistencia en los obispos y sacerdotes, y oposición en los católicos, que podían ver en la Sede de Pedro un faro de la Verdad y un obstáculo para el establecimiento del reino del Anticristo. Nunca en la historia se ha asistido a una traición sistemática a la fe, la moral, la liturgia y la disciplina eclesiástica, favorecidas e incluso promovidas por la suprema autoridad de la misma Iglesia, con el silencio cómplice de los funcionarios eclesiásticos y con la aceptación acrítica de amplísimos sectores de sacerdotes y fieles.

La Iglesia no puede existir sin el sacerdocio y sin la Santa Misa, de lo que se desprende la feroz oposición a la Misa tradicional y al sacerdocio católico por parte de los enemigos de Nuestro Señor Jesucristo, reconociendo la importancia y necesidad de permanecer fieles a esos tesoros de valor incalculable. La obediencia es una virtud natural, a la que se oponen la desobediencia (por defecto) y el servilismo (por exceso). Pero la obediencia no se debe a nadie, sino solo a quienes están constituidos en autoridad, y dentro de los límites que legitiman el ejercicio de la misma. En el caso de la Misa tradicional, las medidas draconianas de Bergoglio contra ella suponen un gravísimo abuso del poder papal que viola dos mil años de Tradición y que carece de fundamento porque el Espíritu Santo no puede contradecirse a sí mismo. El cerco que la Modernidad ha trazado sobre el mundo católico ha conducido a muchos fieles a la desesperanza, y la aparición del papa Francisco ha terminado por hundirlos, llegando a percibir al pontífice argentino como una amenaza para su fe. Dice Shakespeare por boca de Bruto: «No hay terror Casio en tus amenazas, porque estoy tan bien armado de honestidad, que pasan junto a mí cual una tenue brisa, que no me causa respeto»1465.

Cervantes tuvo palabras de admiración hacia Álvaro de Bazán, el hombre bajo cuyas órdenes combatió en la batalla de Lepanto: «La capitana de Nápoles, llamada La Loba, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás
vencido capitán Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz»1466.
Nosotros, en cambio, solo podemos decir de nuestro líder que: Francisco profesa un odium theologicum hacia lo sagrado. De ahí que, al mismo tiempo que reverencia el paganismo de la Pachamama y de los cultos animistas del Canadá, persiga la Misa tradicional que, desde hace más de un milenio, han amado y celebrado con suma reverencia y gran provecho espiritual miles de santos, mártires y fieles.

Guitton apunta que: «Del mismo modo que la metafísica es la forma más alta del pensamiento, a la estrategia le corresponde el mismo lugar en el dominio de la acción»1467. Es evidente que el arzobispo Argüello desconoce las reglas más básicas de la metafísica realista propia de la tradición aristotélico-tomista, por consiguiente, la estrategia adoptada tenderá a ser errada. El fin determina los medios. Por ello, un fin malo no se combate con los
medios a su imagen, sino con la sustitución del fin falso por el correcto. Formado en la Nouvelle Theologuie de base racionalista e idealista, piensa, como Descartes y Kant hasta Hegel, que es su mente la que crea las cosas. Pero lo cierto es que las cosas, en este caso las declaraciones de Irene Montero, existen independientemente de lo que Argüello piense sobre ellas. Pese a que su disminuida inteligencia episcopal confunda filosofía y fantasía, es incapaz de cambiar la realidad. El pecado más característico de nuestro tiempo, empezando por los obispos, es la negación de la realidad, la convicción de que las cosas no existen en sí mismas, sino tan solo como proyección de nuestra mente.

Por más que Argüello se encuentre abrumado con reuniones sinodales e inclusivas, episcopales y ecológicas, leyendo los discursos del divino Bergoglio, o reclamando «papeles» para los inmigrantes ilegales (4-X-2022), básicamente se ve que no era el más listo de la clase. Me permito recomendarle la lectura de una obra muy breve de un filósofo tomista, Étienne Gilson, El realismo metódico, Encuentro, Madrid 1997, que a su vez a mí me
recomendaron leer el primer curso del seminario. Alfabetizar a los obispos resulta agotador, pese a ello, pasaremos a resumírselo sobre la marcha al portavoz de la Conferencia Emasculada Española. La realidad existe, y el hecho de comprender esta afirmación implica dos axiomas. 

Señor arzobispo, el axioma es una proposición que no necesita prueba particular y se deduce con facilidad de lo demostrado previamente. También se le llama corolario, y en este caso que tratamos son dos: 
i) que uno percibe que algo existe; ii) que uno existe poseyendo conocimiento, siendo el conocimiento la posibilidad de percibir lo que existe. 
No monseñor, no, no es el «pienso, luego existo», de Descartes, sino lo contrario: porque existo pienso, lo que tiene hondas repercusiones en el conocimiento humano. 
La epistemología o gnoseología, es la parte de la filosofía que estudia los fundamentos del conocimiento humano. 
Una rama clave porque, en función de lo que entendamos por conocimiento y como llegamos a conocer el mundo podemos llegar a conclusiones muy distintas. Dichas conclusiones sobre el conocimiento afectan directamente a la existencia.

Querido monseñor ecuménico y sinodal, el conocimiento del hombre es adquirido y mantenido de forma conceptual, por lo que a su vez depende de la validez de los conceptos. No obstante, los conceptos son abstracciones (mesa, calor), mientras que lo que percibe el hombre es algo específico (la mesa del despacho, 42º y sudor). El conocimiento lo es en términos de conceptos universales, como los denominó la escolástica medieval1468. Si esos conceptos corresponden a algo que se encuentra en la realidad, entonces son reales, y el conocimiento del hombre está basado en hechos. Si no corresponden a nada en la realidad, entonces no son reales, y el conocimiento del hombre no es más que un producto de su propia imaginación.

En una civilización muy taurina, como era la Grecia clásica1469, alguien decidió inventarse el mito del minotauro, un ser mitológico con cuerpo de hombre y cabeza de toro que necesita sangre humana para vivir, y que cuanta más carne humana come, más agresivo y mortífero se vuelve. No monseñor, no, el minotauro no es una prefiguración de Mons. Lefebvre y los malvados tradicionalistas de la peligrosa Misa antigua, no, nada de eso. Pero sigamos. Lógicamente, el minotauro no está basado en la realidad, sino en la mente de alguien, y, por lo tanto, no existe. Habría resultado un despropósito que las autoridades cretenses hubieran organizado la sociedad (ética, leyes, economía, urbanismo), como si el minotauro fuera una realidad. Excelso monseñor, la verdad es la adecuación entre la mente y la realidad, por lo que la verdad depende del objeto, no del sujeto, tanto si lleva mitra como si es una ministra sociópata y disminuida mental.

En puridad, las declaraciones de la amente Irene Montero y de Argüello no son tan paradójicas como parecen superficialmente. Coinciden, de hecho, al analizar los postulados de origen protestante-ilustrado-liberal, tanto de la ministra comunista como del obispo modernista que, raudo como un rayo, corrió en su rescate. No se olviden las querencias izquierdistas del propio obispo que, como el mismo reconoció: «Colaboré en una candidatura municipal del PSOE cuando ganó por primera vez las elecciones» (29-VII-2022). «La cabra tira al monte», dice el refrán castizo, a lo que añadimos parafraseando otro refrán: «aunque el socialista se vista de seda (de obispo), socialista queda».

Irene Montero señala como piedra de toque el consentimiento, y el arzobispo Argüello, la persona. La unión de ambas posturas se realiza en el concepto de dignidad liberal, que conecta el ordenamiento jurídico liberal1470, con el plexo de ideas del mundo eclesiástico posconciliar dominado intelectualmente por la teología kantiana y hegeliana de Karl Rahner. La dignidad humana en su acepción kantiana, según nos refiere su artífice en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), es la autonomía moral del individuo, la capacidad para darse la ley1471. De esta forma, el personalismo opera tanto para darse la ley moral sexual a sí mismo, independientemente de la edad, de ahí la importancia del consentimiento, como para tomarse como termómetro ético sobre el que se construye un concepto ideológico de persona, última moda de la inanidad intelectual y moral de los funcionarios eclesiásticos.

Este circo, en el cual no se tiene muy claro quién hace de bestia y quién de domador, es una prueba de lo que ha supuesto el personalismo para el mundo católico. Una ideología liberal perniciosa que, sobre una relectura de toda la doctrina católica, trata de reconciliar a la Iglesia, antimoderna por definición, con la Modernidad. De nuevo, los eclesiásticos no solo erraron en la teoría, también en la práctica, lanzándose con fruición en los brazos del mundo, quisieron bautizar la Modernidad que combatieron durante siglos. Pero para ese momento, la Modernidad comenzó a dar el paso hacia su descomposición, hacia una posmodernidad que
acelera el paso revolucionario, posmodernidad que se ha convertido en papel mojado de los juicios sociológicos, superficiales e insulsos de los funcionarios eclesiásticos. En este orden de cosas, la dignidad de la persona humana ya no es la mera autonomía respecto del Estado, o la defensa de la propiedad como fin, ambas condenables. La dignidad liberal posmoderna es la libertad sexual, el aborto, la pederastia consentida. En esta tesitura, los funcionarios eclesiásticos se vieron de nuevo forzados a practicar malabarismos lingüísticos para justificar la equivocada política episcopal que no ha traído más que ridículo y apostasía.

Es evidente que la mayoría de la jerarquía eclesial es disfuncional, pues no cumple con su cometido con un grado mínimo de satisfacción, reducida a una endémica inutilidad circulante. Si ya resultaba alarmante su baja calidad intelectual, se hunde todavía más su calidad moral. Presos de la necesidad por ser aceptados y asimilados por el mundo moderno no hay bajeza que no puedan cometer, ni límite moral que no puedan transgredir, ni hecho objetivo que no pueda ser relegado u ocultado. Querido lector, esta es la situación terminal de los actuales obispos del Vaticano II. Aunque el resto no están mejor.

Obispos sodomitas belgas y obispos masones italianos

Los obispos belgas elaboraron un ritual litúrgico oficial para bendecir parejas homosexuales (21-IX-2022), lo que tiene una serie de consecuencias de máximo calado, no es una anécdota pintoresca más. Dejando aparte la enseñanza tradicional de la Sagrada Escritura sobre el «vicio nefando de afeminados y sodomitas»1472, bendecir parejas homosexuales implica anular la doctrina católica, pues al negarla en su raíz la hace imposible. Que la Iglesia por medio de sus obispos haga esto significa que abandona la evangelización y se retira del mundo. Abandona su «derecho de ciudadanía» en la plaza pública porque acaba con la posibilidad de que en sus intervenciones se refiera a un orden de verdad que es también natural.

Supone negar que en el ámbito del ejercicio de la sexualidad exista un orden finalista que caracteriza a la naturaleza humana y por lo tanto a sus relaciones como persona. La bendición de parejas homosexuales significa aceptar la sexualidad como una autodeterminación y no como el reconocimiento y respeto de las inclinaciones naturales, lo que conlleva el rechazo de las antinaturales. a misma expresión «inclinación natural» pierde el sentido de una tendencia que responde a los fines de la naturaleza humana, como la sociabilidad, adquiriendo el de un impulso instintivo. Todo esto implica que el orden del matrimonio, la familia, la procreación y la educación como su extensión, ya no es un orden natural sino una elección personal, subjetiva, basada en la coherencia con uno mismo (autenticidad) y no con una realidad superior que nos precede y da sentido a lo que el hombre hace. Es decir, la verdad. Los efectos negativos de esta visión no se limitan solo a estos ámbitos, sino que son destructores de muchos otros campos de la vida social. Si el principio germinal de sociedad, esto es, la pareja, no responde a ningún orden finalista (teleológico), sino que es una creación artificial de los sujetos a partir de las pulsiones sexuales, todos los demás campos de la vida comunitaria participarán también de la misma estructura, desde el trabajo a la economía, desde la educación a la política. Entonces la libertad se separará de la verdad, lo que es la muerte de la doctrina católica.

Al bendecir a las parejas homosexuales se pasa por alto el hecho de que la homosexualidad es una forma de violencia, aunque sea consensual, porque es una herida de orden finalista en la naturaleza humana, una instrumentalización mutua. Por consiguiente, acepta que la sociedad se basa en la indiferencia hacia la violencia sexual dirigida contra la realidad biológica de la naturaleza humana. A continuación, se pasa por alto que esto termina legitimando la inseminación artificial, los vientres de alquiler y la transformación del niño en una cosa. Al bendecir a una pareja homosexual, se abre la puerta a prácticas inhumanas, se colabora en la deconstrucción social, no en la construcción de la sociedad. Además, se niega la ley moral natural y el derecho natural, que son la base, junto con la Revelación divina, de la doctrina de la Iglesia. La Revelación dejaría así de tener un interlocutor veraz en la razón, abandonando el plano natural a sí mismo. 

El carácter protestante de tal planteamiento es evidente: un fideísmo contrario a la razón y por extensión, a la verdad misma. La fe y la razón son sustituidas por los deseos y sentimientos que se convierten en exigencias subjetivas infundadas.
Si la religión católica no es capaz de ver el orden objetivo y natural de las cosas, dichas cosas ya no pueden conducir a Aquel que las creó, por lo que la Filosofía teológica o Teología filosófica (Teodicea) carece de sentido alguno. Surge así un conflicto entre las exigencias de la Trinidad: del Dios Creador (Padre) y las del Dios Redentor (Hijo) y del Dios Santificador (Espíritu Santo). Lo que es un claro indicio de gnosticismo, que no otra cosa es en el fondo el protestantismo.

Cambiando de escenario, en Italia un obispo bendijo la sede de una logia masónica (27-IX-2022). No era la primera vez que el obispo acudía a dicha logia, pero en esta ocasión lo hizo a la luz de los medios y sin el menor problema de conciencia, llegando a afirmar: «No a la masonería y sí a los masones». Expresión que supera la doctrina y la convierte en pastoral, y así se entra en la tesis de la «doble verdad». Lo que dice la doctrina no se discute, solamente se la silencia y aparta en el museo de las cosas antiguas, reemplazada por la subjetiva «tradición viva», que hoy quiere encontrarse con el otro, quiere desclasificarlo como «otro» y
transformarlo en un hermano, y finalmente quiere caminar con él, ya que tenemos muchas cosas en común y sobre todo tenemos un mismo propósito: «salvar al mundo» de la trágica emergencia climática debido al calentamiento global.

Lo propio de la doctrina es definir, distinguir, contrastar, prohibir y condenar. La pastoral, en cambio, iguala, acerca, hace colaborar y nos hace solidarios. Eso sí, no ilumina el camino a seguir ni hace comprender quiénes son realmente aliados o enemigos, más allá de las apariencias, la verdad, como la fe, ya no es un concepto, es una relación que surgirá del camino en lugar de estar en su origen. El "papa" Francisco a lo suyo, a discernir, ahora esto, ahora lo otro, depende. También puede ocurrir que se discierna mal, aunque eso no se contempla, el discernidor siempre cuenta con que no se equivoca nunca. Si la cosa no funciona, se discierne otra cosa y listo, discernimiento por discernimiento.

Bergoglio como culminación del proceso de protestantización

En su viaje a Canadá (24-30-VII-2022) el papa peronista pidió perdón una y otra vez por los supuestos abusos cometidos por los católicos en la evangelización de la nación. Sin alusión al celo misionero y al espíritu martirial de quienes llevaron la fe católica al país de los arces, Francisco se arrodilló y humilló avergonzado de los gloriosos héroes de la cruz. Pudiendo decirse de él lo mismo que unos de los personajes de Bradbury: 
«Proseguimos impertérritos insultando a los muertos. Proseguimos escupiendo en las tumbas de todos esos pobres desgraciados que habían fallecido antes que nosotros»1473. Los misioneros heroicos, aunque fueran jesuitas también, le repugnan a Bergoglio, prefiriendo los personajes edulcorados de la película Pocahontas, en el mundo ideal y maravilloso de Walt Disney en el que los malos y los buenos han tornado sus papeles. Pero no solo los héroes de la cruz deben ser olvidados para descubrir nuevos modos de evangelización, sino que los héroes de la espada también deben ser enterrados en el olvido y así lo declaró en su discurso en la Basílica de Notre-Dame de Quebec en el que ha habló de la secularización:

«La mirada negativa [sobre la secularización], nace con frecuencia de una fe que, sintiéndose atacada, se concibe como una especie de armadura para defenderse del mundo. Acusa la realidad con amargura, diciendo: “El mundo es malo, reina el pecado”, y así corre el peligro de revestirse de un “espíritu de cruzada”. Prestemos atención a esto, porque no es cristiano; de hecho, no es el modo de obrar de Dios […]. Si cedemos a la mirada negativa [sobre la secularización] y juzgamos de modo superficial, corremos el riesgo de transmitir un mensaje equivocado, como si detrás de la crítica sobre la secularización estuviera, por parte nuestra, la nostalgia de un mundo sacralizado, de una sociedad de otros tiempos en la que
la Iglesia y sus ministros tenían más poder y relevancia social. Esta es una perspectiva equivocada» (27-VII-2022).

Sin embargo, la secularización niega aquello que la religión católica afirma como verdad respecto de Dios, de la creación y del hombre. No es un ataque a la fe y a la religión en general, sino un ataque a la religión católica y la Iglesia. No existe ninguna mirada positiva hacia la secularización que niega al único Dios verdadero y que odia a la Iglesia Católica. Francisco parece querer descubrir una nueva cristiandad pacifista, ecologista, pauperista, animalista y tercermundista, en la que el hombre vive en paz y armonía con los otros hombres y con la naturaleza. Quizás el papa no se haya enterado todavía de que eso podría parecerse al jardín del Edén, pero que ahora el hombre está herido por el pecado original. La nueva cristiandad de Bergoglio es puro pelagianismo, es decir, la gracia, la ayuda de Dios no es necesaria, el hombre puede por sí solo.

La tónica general de los viajes del "papa" Francisco es su laicización, centrados en el diálogo y la convivencia multiculturalista como sinónimo de armonía y fraternidad universal masónica. El pontífice asume el papel del ponente en congresos con un mensaje que ya no es el propio del ministerio apostólico, sino el del relativismo como trastorno psicológico. Es decir, un diálogo antimisional, porque todas las religiones vendrían a ser igual de buenas y pervirtiendo el sentido de la santidad ontológica referida a Dios, por el de una santidad «humanamente justa», una santidad que el mundo aceptara en el camino hacia la nueva religión global, que no universal. La Iglesia actual, infestada de modernismo, se ha encargado de retirar el alimento de la cultura católica a las sociedades católicas sustituido por: «sombras para desayunar, humo para almorzar y vapores para cenar»1474. 
La dictadura ideológica de un mundo oscuro que sucede alrededor de un aparente espectáculo de luces brillantes.

Durante su viaje a Canadá y con la secularización como tema central, el papa peronista rechazó la categorización del fenómeno como negativo, manifestando su oposición a las actitudes que pueden derivarse de su rechazo, tales como el: «espíritu de cruzada». 
Sin duda, estas declaraciones no hacen más que evidenciar que el pontificado de Francisco representa la madurez de unas doctrinas contrarias a la matriz católica y que encuentran en los momentos presentes su concreción última. Es por ello que, resultan irritantes las lecturas sesgadas, que tratan de presentar el pontificado de Francisco como una ruptura total con la línea identificada con los pontificados de signo conservador, concretamente de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Las declaraciones sobre la secularización no han supuesto una ruptura esencial con el legado anterior, pudiendo quizás encontrar heterogeneidades lógicas en los estilos personales. 
En su discurso ante Osman Durak, embajador de Turquía ante la Santa Sede, en
2004 Juan Pablo II sostenía que: «en una sociedad pluralista, la laicidad del Estado permite la comunicación entre las dimensiones de la nación. La Iglesia y el Estado no son rivales sino socios: en un sano diálogo pueden alentar al desarrollo humano integral y la armonía social». No parece que existan grandes diferencias con las palabras de Francisco.

Por su parte, en 2008 y con ocasión de la visita a la Embajada Italiana ante la Santa Sede, Benedicto XVI sostenía que: «la Iglesia no solo reconoce y respeta la distinción y autonomía del Estado respecto de ella, sino que se alegra como de un gran progreso de la humanidad». Ante estas palabras no es extraño que lectores biempensantes salten como resortes en defensa del venerable papa alemán sosteniendo la legítima autonomía de las realidades temporales, según parece, nunca descubierta antes por la Iglesia hasta el advenimiento de aquel faro de luz divina que supuso el Vaticano II. Pero es ahí, precisamente, donde reside la trampa. Es una evidencia que la Iglesia ha sabido durante toda su historia distinguir su potestad espiritual del poder civil, la teocracia es propia del islam, pero no del catolicismo. Cualquiera que se aproxime a un manual de historia de la Iglesia, medianamente libre de ideología modernista, percibirá que la teocracia ha sido siempre ajena al mensaje evangélico y nunca defendida como doctrina católica.

En la doctrina política de la Iglesia1475 no hay lugar para la hierocracia, es decir, para el gobierno sacerdotal. Rectamente interpretadas, las analogía o metáforas utilizadas por los textos del Magisterio (el sol y la luna, el alma y el cuerpo), no son más que eso, metáforas. Tampoco son válidas ciertas interpretaciones de la doctrina de las dos espadas de Bonifacio VIII (como que el papa posee ambas), ni tampoco la afirmación que la comunidad política es un cuerpo dentro de la Iglesia. El supuesto descubrimiento, auténtico hallazgo milagroso, realizado por el documento Gaudium et spes del Vaticano II responde, más bien, al complejo de inferioridad de la jerarquía, tendente a bautizar el mundo moderno que se les escapó de entre las manos a causa del protestantismo primero y de la Ilustración después, consideradas como sistemas filosófico-culturales superiores. Un no reconocimiento de la partida perdida arguyendo que nunca debería haberse jugado. En definitiva: 
si no puedes con el enemigo, únete a él. Lo que conlleva declarar a dicho enemigo como el vencedor, y tú mismo reconocerte como el perdedor que se auto obliga a someterse a las reglas de juego que ha estipulado la Modernidad victoriosa.

Desde Juan XXIII la jerarquía creía que, en la relación entre la Iglesia y el mundo moderno podía ocurrir lo que antaño sucediera con la conquista romana de Grecia: 
«La Grecia conquistada a su fiero vencedor conquistó e introdujo las artes en el agreste Lacio»1476. El tiempo ha demostrado el absoluto fracaso de este planteamiento. En el panorama de la posmodernidad, las invocaciones a la laicidad y a la sana autonomía, banderas de los pontificados conservadores de Juan Pablo II y Benedicto XVI, esconden la huida del combate con florituras evangélicas. Cristo Rey ha perdido su trono en las sociedades y los funcionarios eclesiásticos rehúyen la batalla sosteniendo que Nuestro Señor Jesucristo no desea su cetro. La realeza es una forma de dominio, de señorío, que implica necesariamente el poder del rey. Estudiando el significado del término Señor (Dominus) y de señorío o dominio que el Pseudo Dionisio1477 atribuye a Dios como a su propio nombre, Santo Tomás señala tres cualidades de este dominio: 
i) superioridad en grado o jerarquía suprema; ii) la abundancia y excelencia de los bienes que el Dominus transmite: 
iii) la potestas, es decir, el poder del Dominus. 
En otras palabras, la majestuosidad, la excelencia del bien común y la perfección de la vida que ofrece. Nada que ver con la teología del Vaticano II y su la reescritura liberal de los textos litúrgicos de la solemnidad de Cristo Rey.

La asimilación de una sociedad pluralista como punto de partida teorético evidencia la confusión entre la cuestión de hecho y la de derecho, imposibilitando la fecundidad del derecho natural y cristiano1478. Es por ello que bastantes de las salidas de tono del "papa" Francisco en estos temas son, en realidad, salidas de tono de los papas, refugiados en el liberalismo de la nueva cristiandad maritainiana, a fin de cubrir la vergüenza producida por la derrota definitiva ante la revolución liberal, que no otra cosa fue el concilio Vaticano II:

a. En materia religiosa: reconocer la victoria del protestantismo. Por lo que se elaboró una reforma litúrgica protestantizadora, especialmente del Santo Sacrificio de la Misa1479, y con un omnipresente ecumenismo deslumbrado por unos imaginarios logros político-económicos supuestamente alcanzados por las naciones de derivación protestante.
b. En materia política: reconocer la victoria del liberalismo y su consecuencia lógica, el comunismo. De ahí la ideología de la democracia como fundamento del gobierno y de los derechos humanos sin Dios, adoptados por la jerarquía desde entonces como la hipóstasis del bien, junto con la negativa a la condena solemne del comunismo1480, precisamente, en su momento de mayor auge.

El rasgo central que diferencia los pontificados conservadores de Juan Pablo II y Benedicto XVI del pontificado de Francisco, y por el cual muchos católicos miraban para otro lado, haciendo como que no se enteraban de aquello que les molestaba o dolía (como el aquelarre interreligioso de Asís de 1986)1481; era que, a pesar de sus grandes errores de gobierno y sus lagunas filosófico-teológicas, de aquellos dos hombres podía decirse que tenían fe católica. Esto es, que eran sustancialmente católicos. Pero de Bergoglio no puede afirmarse lo mismo, a la vista de los hechos y palabras que en el presente estudio nos hemos detenido a contextualizar y analizar convenientemente, auxiliados por las herramientas de la filosofía realista, aristotélico-tomista, de la Tradición de la Iglesia y del derecho natural y cristiano. Una doctrina imperecedera.

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1458 Slavoj Zizek, Pedir lo imposible, Akal, Madrid 2014, 40.
1459 Cf. Robert Michels, Los partidos políticos. Un estudio sociológico sobre las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, Amorrortu, 2008, vol. II, 166.
1460 Manuel Bustos, La paradoja posmoderna. Génesis y características de la cultura actual, Encuentro, Madrid 2009, 167.
1461 Cf. Josef Pieper, Antología, Herder, Barcelona 1984, 215.
1462 Cf. Jacques Leclercq, Las grandes líneas de la filosofía moral, Gredos, Madrid 1954, 421.
1463 José Antonio Maravall, La oposición política bajo los Austrias, Ariel, Barcelona 1972, 24.
1464 Jean d´Omersson, La conversación. Cuando Napoleón se creyó Napoleón, EDHASA, Barcelona 2012, 43.
1465 William Shakespeare, Obras Completas. Julio César, Aguilar, Madrid 2003, 495.
1466 Miguel de Cervantes, El Quijote, I, 39.
1467 Jean Guitton, Pensamiento y guerra, Encuentro, Madrid 2019, 12.
1468 Cf. R. W. Southern, La formación de la Edad Media, Alianza, Madrid 1984, 232.
1469 Al ser formado en el modernismo posconciliar el arzobispo Argüello posee una formación clásica exigua, si no inexistente. Por lo que también nos atrevemos a recomendarle dos breve obras de divulgación, sin pretensiones académicas eruditas, per que colaborarán a paliar las terribles lagunas de su formación desde el seminario: Jesús Mosterín, La Hélade, Alianza, Madrid 2006; Helenismo, Alianza, Madrid 2007.
1470 Constitución Española, 1978, art. 10.
1471 Cf. Jurgen Sprute, Filosofía política de Kant, Tecnos, Madrid 2008, 65.
1472 Cf. Maximiliano García Cordero, Teología de la Biblia, Madrid 1972, vol. III, 480.
1473 Ray Bradbury, Fahrenheit 451, Debolsillo, Barcelona 2012, 179.
1474 Cf. Ray Bradbury, Fahrenheit 451, Debolsillo, Barcelona 2012, 155.
1475 Para mayor profundización según la doctrina del Vaticano II, Luis Mª Sandoval, La catequesis política de la Iglesia. La política en el Nuevo Catecismo, Speiro, Madrid 1994.
1476 Horacio, Epístolas, II, 1, 156-157.
1477 Cf. Pseudo Dionisio Aeropagita, Obras completas, BAC, Madrid 2002, 93-94.
1478 Cf. G. M. Manser, La esencia del tomismo, CSIC, Madrid 1947, 682-716.
1479 Cf. Fernando Palacios Blanco, El Romano Pontífice y la liturgia. Estudio histórico-jurídico del ejercicio y desarrollo de la potestad del papa en materia litúrgica, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2018, 487
1480 Cf. Charles J. Mc Fadden, La filosofía del comunismo, Sever-Cuesta, Valladolid 1961, 173.
1481 Cf. Brunero Gherardini, Vaticano II: una explicación pendiente, Gaudete, Larraya 2011, 174. Esta obra carece de la potencia, hondura y sistematicidad del estudio de Romano Amerio, sin embargo, dada su brevedad y su síntesis es más accesible. Su autor ha sido un reputado teólogo, profesor durante veinticinco años en la Pontificia Universidad Lateranense, autor de un centenar de obras teológicas y presidente de la Academia Pontificia de Santo Tomás. Pertenece a la antigua escuela romana de teología.

La Crisis de la Iglesia Católica - La Apostasía - Entrevista al P. Gabriel Calvo Zarraute


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ENDEREZANDO CRITERIOS: "DESORIENTACIÓN DIABÓLICA" por MILITIA MICHAEL ARCANGELUS 👿👥💥⛪