TESTIMONIO
Francisco Villa es un ícono indiscutible de la Revolución mexicana, en la cultura de masas fue erigido como el defensor de las causas populares, su biografía es una mezcla de historia y leyenda, su nombre es ampliamente reconocido, no obstante, la construcción de su mito ha dejado de lado una parte oscura que autores filovillistas han negado, minimizado e incluso justificado: los crímenes cometidos contra la población civil. En algunas localidades del norte de México es el resentimiento y el dolor lo que evoca la figura del legendario guerrillero. Hombres mujeres y niños de todas las edades fueron víctimas de los excesos de Villa, además de prisioneros de guerra, excolaboradores, políticos, empresarios, funcionarios públicos, sacerdotes, religiosos y personas de diversa condición social acusados de traidores y asesinados sin juicio previo; mención aparte merecen las agresiones sexuales contra mujeres y niñas. El propósito de este libro es dar voz a víctimas anónimas de una guerra fratricida, rescatar del olvido la tradición oral de los pueblos y reflexionar sobre esta faceta poco abordada del personaje, que es incómoda para muchos, y que contradice en gran medida el discurso oficial de la historia nacional.
UNO. PREGUNTAS.
¿Qué significa para una familia, para dos, para un pueblo entero, el haber heredado una historia de sufrimiento por bandidaje, por tortura y por asesinato… y ver el nombre del verdugo elevado al muro de honor del Congreso de la Unión? ¿Qué se siente saber que ese individuo cuyo nombre aparece ahí con letras de oro violó a la madre de uno cuando era jovencita? ¿Y saber que es quien hace un siglo asesinó a más de ochenta hombres de nuestro pequeño pueblo?
¿O el que quemó en vida a nuestra bisabuela, el que colgó a nuestro abuelo, el que secuestró a nuestra tía de la que no se volvió a saber nada?
¿Cómo hemos de sentir, al verlo así honrado, quienes supimos del sufrimiento de nuestras abuelas viudas, de nuestros padres huérfanos?
¿Qué significa para las familias el que los crímenes cometidos contra nuestros ancestros hayan sido minimizados, soslayados, ocultados, negados, o incluso justificados por quienes ostentan el poder político o poseen prestigio y buenas plumas; contemplar la exaltación del ladrón, secuestrador, violador, torturador y asesino, verlo convertido en el gran representante de la Revolución mexicana, héroe y ejemplo moral, hombre valiente, justo, generoso y justiciero, paladín de las causas de los desprotegidos? ¿Y qué camino podemos tener?
DOS. CONSTRUCCIÓN DE UN MITO.
En 1939, Celia Herrera escribió: No sorprende que los antiguos compañeros de correrías de Doroteo Arango, que encontraron al lado del “caudillo” la oportunidad de desahogar sus rencores y viejos odios, así como de satisfacer sus más bestiales apetitos, traten ahora de hacer perdurar el recuerdo de aquél a cuyo lado pudieron desenfrenar sus pasiones; me sorprende que la verdad, oculta a través de los apasionamientos, huya de la mente de los historiadores y escritores cultos, hasta el extremo de glorificar al hombre bestial.1
Seguramente no habría sido tanta su sorpresa si hubiera podido entender por qué y cómo, por diferentes vías, se estaba armando intencionalmente una ficción. El mito villista, de acuerdo con el historiador Pedro Siller, tiene un origen doble: Por una parte, la necesidad de los gobernantes posrevolucionarios —desde Abelardo Rodríguez, quien financió la película hollywoodense ¡Viva Villa!, hasta el gobernador chihuahuense César Duarte, quien basó su imagen pública en una identificación con la figura revolucionaria, pasando por Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, que inscribieron el nombre de Villa en el muro del Congreso y trajeron a México unos supuestos restos suyos— de refrendar la vigencia de la Revolución mexicana y legitimarse en ella. Por otra parte, “la necesidad de los desesperados [por ende, la de grupos de izquierda], de creer que en algún lugar de este México hubo alguien que peleó por los derechos del pueblo”2. Explica también Siller cómo la poca claridad que se tiene sobre quién fue en realidad Francisco Villa, sobre qué pensaba, qué pretendía y, en muchos casos, qué hizo, permitió que se le pudieran atribuir las cualidades, los motivos y las historias que convinieran a los constructores del mito. Algunos ejemplos servirán para respaldar su visión.
En cierta ocasión, a principios de los años noventa, escuché a un comentarista de la televisión torreonense explicar, en respuesta a una pregunta del público, que “el localismo lagunero de oquis” se originó una vez que “mi general Villa” regaló a la población de Torreón mercancías de sus trenes. La expresión de marras no es, por supuesto, ningún localismo de La Laguna, y ya era de uso antiguo cuando tuvieron lugar las andanzas revolucionarias de Doroteo Arango alias Francisco Villa, pero ¿por qué no atribuir su creación a un acto de generosidad, si era tan sencillo aunque nunca hubiera ocurrido? Los historiadores y escritores, por supuesto, no son tan rústicos. Siller menciona un caso en que Alberto Calzadíaz coloca a Villa, en 1911, entrando heroicamente en Chihuahua montado “en una briosa yegua negra” en medio de gritos de “¡Viva Villa!”… en un momento en que Villa no estuvo en Chihuahua —el que entró en esa ocasión fue Pascual Orozco— y dos años antes de la aparición del famoso grito. 3 Probablemente sea el célebre historiador austroestadounidense Friedrich Katz, autor de la biografía más respetada de Villa, quien trabaja con mayor sofisticación; por ejemplo, al abordar los orígenes de su biografiado, en 13 páginas emplea 42 veces expresiones como “es probable”, “tal vez”, “quizás”, “parece indicar”, cada una de las cuales abona al retrato que el autor va confeccionando, y muchas se convierten en premisas de las siguientes suposiciones, hasta que entre todas acaban por configurar, en una gran afirmación, una imagen enormemente inflada.
Indispensable para el mito fue la transformación de Doroteo Arango alias Francisco Villa en un “bandolero social”, un Robin Hood mexicano orillado al delito por los abusos del gobierno, de los hacendados y de la policía. Esta invención, dogma de la historiografía villista, pinta a Arango como un ladrón nacido bueno, preocupado por los demás, que, en la Revolución pudo mostrar su estatura moral, y que, aunque pasó por unos “años oscuros”, acabó sus días convertido en un manso agricultor, constructor de un gran “proyecto social” en su hacienda de Canutillo. Sobre esta fantasía hablaremos más adelante; por ahora, lo que conviene es llamar la atención del lector a las alturas inverosímiles a las que ha sido inflado el mito: la identificación de Villa con la Revolución, con las causas de los desprotegidos y con la defensa de la integridad nacional alcanza ya niveles místicos; en el estado de Durango hay lugares donde le rezan.
TRES. OPERACIÓN DE LIMPIEZA.
Desde muy temprano, los promotores del mito entendieron que les sería necesario lavar hasta donde fuera posible la mancha de los crímenes terribles cometidos por su personaje. En el proceso participaron, como denunció Celia Herrera, quienes buscaban justificar el haberlo acompañado durante sus hechos más espantosos, pero también lo hicieron los miembros de su entorno cercano, incluidas sus “esposas”, que quedaron atenidas a subsistir de su condición de viudas de Francisco Villa. Al ejército de lavadores se sumaron numerosos otros personajes, incluidos escritores, historiadores, periodistas, etc.; no pocos están activos hoy día.
La estrategia.
La herramienta fundamental para el lavado de los crímenes ha sido la máxima de que la historia está escrita por los vencedores: dado que Villa perdió en la Revolución, dicen sus adictos, la historiografía oficial lo calumnió. Independientemente de que es de dudar que esa máxima tenga hoy la vigencia que tenía hace sesenta años, dadas la libertad académica y la riqueza de los medios de comunicación, llama la atención que, a fuerza de repetir el estribillo de que Villa salió perjudicado en la historia oficial, sus defensores parecen no haberse percatado de que hace mucho tiempo que sus fabricaciones se convirtieron, precisamente, en la historia oficial.
Las tácticas.
La operación de limpieza ha incluido diversas tácticas: relativización; distracción e invención; atribución de los crímenes a un “lado oscuro”; disimulo, ocultamiento, siembra de dudas, minimización y negación de los crímenes; ataque a las víctimas y a los acusadores; descalificación como “leyenda negra”; y argumentación ad hominem. Será interesante revisarlas una por una.
Relativización.
El contextualizar y relativizar los crímenes permite restarles gravedad. “Hay que pensar en la época, el contexto en que ocurrieron los hechos”; “ningún revolucionario era manso, todos mataban”; “los carrancistas también cometían atropellos”; “comparemos con la violencia de otros movimientos revolucionarios del mundo” son invocaciones típicas de esta táctica. Veamos dos ejemplos procedentes de la monumental biografía de Katz: Antes de proceder a dar cuenta de algunas de las atrocidades de su biografiado, el historiador dedica amplios espacios a señalar daños causados por los carrancistas para así sugerir que ellos eran peores, y en consecuencia Villa, por ser su enemigo, tenía mayor altura moral. Cuando habla de la afición de Villa a hacer mochar las orejas de sus prisioneros, afirma que era un tratamiento compasivo, porque así no los mataba.
Hemos elegido ejemplos de Katz por tratarse del biógrafo más reconocido del personaje revolucionario, pero la táctica es común a toda la historiografía filovillista. No sobra señalar que ningún autor, empezando por el propio Katz, puede mencionar a otro caudillo de la Revolución mexicana que haya cometido asesinatos y violaciones en masa o quemado mujeres, como lo hizo Villa.
Distracción e invención.
Tanto lo que se sabe como lo que se ha inventado sobre Villa ha servido para distraer la atención del público, para desviar su mirada lejos de los crímenes. Por ejemplo, la importancia de la imagen nacionalista que se le ha dado al ataque a Columbus ha velado el hecho de que en el camino Villa fue asesinando a cualquiera que pudiera denunciar sus movimientos. La tesis del “bandido social” distrae del hecho de que Doroteo Arango lo mismo entabló alianzas con los ricos y poderosos, que cometió asesinatos por encargo, como Reidezel Mendoza demostró en su libro Bandoleros y rebeldes4. En suma, la identificación de Villa con la Revolución, con las causas de los desprotegidos y con la defensa de la integridad nacional lo protege de la responsabilidad sobre acciones que a ningún otro personaje de la historia de México se perdonarían. Sus devotos ven con indiferencia que haya arreado a sus hombres a balazos y los haya arrastrado en una empresa personalista que le costó a México centenares de miles de muertes; que haya celebrado la invasión estadounidense a Veracruz; que en Guadalajara haya salido a recorrer las calles en auto repartiendo dinero entre la gente con el evidente propósito de comprar adhesiones, con un descaro mayor que el que vemos en el reparto de tinacos y despensas de los políticos actuales; que su motivo para atacar Columbus haya sido provocar una intervención armada que le permitiera rehacerse él; o que haya incurrido en crímenes de lesa humanidad.
Atribución de los crímenes a un “lado oscuro”.
Una ocurrencia de algún lavador que todos los demás adoptaron con aparente entusiasmo, fue la de atribuir los crímenes a un “lado oscuro”, lo cual de alguna manera implica que la comisión de atrocidades era ajena al espíritu de Villa y que, dado que ese “lado oscuro” sería un atributo universal, él no fue sino un hombre como todos. Si esta manera de entender la criminalidad fuera válida, habría que aceptar que actos sanguinarios como las matanzas de Tlatelolco, Aguas Blancas, Acteal y Ayotzinapa fueron cometidas por algún “lado oscuro” de personas normales.
En contra de los hechos.
La táctica de disimular y ocultar los crímenes, sembrar dudas sobre su comisión, minimizarlos o incluso negarlos, es de las que más lastiman a las familias de las víctimas.
Los autores adictos a Villa, cuando no tienen más remedio que abordar sus abusos, típicamente evitan llamar a las cosas por su nombre. Por ejemplo, José María Jaurrieta, su secretario durante los años más violentos, para no decir que su jefe inició la masacre de Camargo disparando su pistola sobre una mujer que le reclamaba el asesinato de su marido, escribe: “Sonó un disparo de pistola calibre 44, y la miserable viuda del pagador rodó por tierra con el cráneo destrozado, asesinada por la fatalidad.”5 Al referirse a las muertes de mi bisabuelo José de la Luz Herrera y mis tíos Zeferino y Melchor, civiles a quienes Villa personalmente asesinó mientras los tenía maniatados, Rosa Helia Villa escribió: “una familia ultimada por Villa” 6. Al abordar la violación en masa de las mujeres de Namiquipa ordenada por Villa, Katz dice: “Quería ejecutar a los miembros de la defensa social, […] pero cuando los integrantes se enteraron de que los villistas se acercaban huyeron a las montañas. Villa entonces reunió a sus mujeres y dejó que sus soldados las violaran.”7 En Memorias de Pancho Villa, Martín Luis Guzmán, una de las plumas más ilustres de las letras mexicanas, disfrazó el secuestro y violación de Concepción del Hierro — quien sufrió una semana de terror encerrada en el vagón de Villa, llorando a gritos y pidiendo compasión o auxilio— transformándola en una visita amorosa de una joven tornadiza que, después de darse gusto, lloró durante días porque extrañaba su casa. Las palabras como herramienta del disimulo.
En el Pancho Villa de Friedrich Katz, los hechos y fuentes que dan una imagen negativa del biografiado con frecuencia reciben muy poco espacio o de plano pasan a las notas al final del libro. Por ejemplo, el resumen del argumento de una película hollywoodense tiene mayor extensión que la referencia a la matanza de más de 80 personas encabezada por Villa en San Pedro de la Cueva, Sonora. El asesinato de Santos Merino, de Bachíniva, a quien Villa quemó vivo, sólo encontró mención en las notas, y eso, con el propósito de sembrar dudas.
En cuanto a la siembra de dudas, basta con ver cuán fácil es en la actualidad confundir al público sobre hechos que están a la vista de todos para entender cómo han podido los autores filovillistas infundir dudas sobre la participación de Villa en sus crímenes. Katz, por ejemplo, al referirse a casos como la quema de mujeres o el asesinato de las familias de sus antiguos soldados, dice: “podría ser una exageración”.
Es también común la minimización de los crímenes. Al tocar la masacre de soldaderas en Camargo, por ejemplo, Paco Ignacio Taibo II reduce el número de mujeres muertas de 90 a 14. Hay infinidad de ejemplos, pero es probablemente Katz quien lleva este procedimiento a su punto de mayor bajeza. Ya antes delata con un pequeño gesto su voluntad de restar gravedad a los crímenes de Villa; al abordar la masacre de Camargo, escribe: “La ‘rabia’ que sentía Villa contra los carrancistas se expresaría en […] uno de los episodios más negros de su vida.”8 Esa rabia confinada entre comillas nos informa que al biógrafo enamorado de su personaje le pesa tanto tener que reconocer el crimen, que no ha podido evitar la pincelada atenuante. Quizá por eso no sorprende tanto, que más adelante en su libro, habiendo reconocido las masacres de San Pedro de la Cueva y Camargo y la violación en masa de Namiquipa, escriba: “No sería exagerado hablar de una decadencia moral de Villa en esos años.” 9 ¡Cómo puede importar tan poco el dolor ajeno! Cabría preguntar al respetadísimo académico qué es lo que sí sería exagerado: ¿hablar de una decadencia si Villa “sólo” hubiera matado a 60 personas en San Pedro de la Cueva en vez de 84, si “nada más” hubiera asesinado a 70 soldaderas en Camargo, o si “únicamente” hubiera ordenado la violación de la mitad de las mujeres de Namiquipa?
Los casos de minimización abundan por todas partes. Martín Luis Guzmán, al referirse al secuestro y violación de una mujer francesa en la ciudad de México, escribió en su estilo impecable: “magno escándalo a ojos de unos cuantos timoratos y para gente sencilla que sabe poco del corazón femenino en general y menos todavía del femenino y francés en particular.”10 Los casos de negación de los crímenes en la historiografía y la literatura filovillista son también abundantes. El autor de Crímenes de Francisco Villa señala, por ejemplo, que la historiadora Martha Rocha niega la violación en masa de Namiquipa, y que el novelista Taibo II rechaza que Villa haya quemado a las octogenarias Celsa Caballero y Lugarda Barrio. Allá las víctimas, allá los descendientes con sus recuerdos de la tragedia familiar.
“Leyenda negra”,
Una forma de negar los crímenes es señalarlos como parte de una supuesta “leyenda negra”. Dado que una leyenda es por definición falsa, si es negra, es además calumniosa; por ende, cualquier crimen que se inscriba en esa categoría debe considerarse inexistente.
Ataque a víctimas y acusadores.
El ataque a las víctimas y a quienes se resisten a permitir que los crímenes se olviden asume diferentes formas.
En un proceso de despersonalización, se ha negado humanidad a las víctimas; se las ha degradado de individuos con caras, vidas, historias, familias y aspiraciones, a entes casi inexistentes, pedacería de un colectivo sin nombres: “unos chinos… unos prisioneros… unas soldaderas… una familia…”
Es común que se acuse a las víctimas de haber hecho algo que provocó que Villa las matara; los muertos son así convertidos en endosatarios de la responsabilidad de sus asesinatos. Las mujeres González de Jiménez, por ejemplo, cargan en la historiografía filovillista con la culpa de sus propias muertes por su falta de tino y por haber herido los sentimientos de “su protector”. Quienes emplean esta táctica, prácticamente presentan al asesino como la parte ofendida: para qué lo provocaron, si ya sabían cómo era su carácter. Esta táctica, curiosamente, no es exclusiva de los novelistas: Katz se queda a un filo de navaja de decir que la culpa del asesinato en masa de San Pedro de la Cueva fue del párroco:
Cuando Villa entró en el pueblo, ordenó que reunieran a los varones adultos y, tras mantenerlos en prisión una noche, los mandó fusilar a todos. El cura del lugar se le hincó para suplicarle clemencia y, en efecto, perdono algunas vidas, pero le dijo al religioso que no volviera a acercársele; el cura desoyó la advertencia y se le aproximó de nuevo en demanda de piedad, ante lo cual Villa sacó la pistola y lo mató allí mismo. Sesenta y nueve habitantes del pueblo fueron fusilados […]11
En una presentación de mi libro La sangre al río en la ciudad de Durango, al hablar yo de la violación de las mujeres de Namiquipa, me interrumpieron las palabras de un cronista local: “¡Pero él les avisó!” Me quedé mudo: evidentemente, a juicio de esta persona, al haber Villa prevenido a las mujeres de que las iba a ultrajar —no existe, por cierto, ningún dato de que eso haya ocurrido—, ellas tuvieron la culpa de su desventura.
Dentro de esta categoría entra la costumbre de menoscabar a las víctimas para justificar las agresiones de que fueron objeto diciendo cosas como que eran “miembros de las élites”. Hace años, en una conversación, una señora duranguense, fanática de Villa, queriendo descalificar a las Defensas Sociales que se formaron para defender a las poblaciones de las incursiones villistas, me espetó con desprecio: “no eran más que los comerciantes adinerados.” Tampoco entonces tuve palabras para responder: ella y su marido eran comerciantes adinerados.
Ad hominem.
Quizá la táctica más socorrida para exculpar a Villa consista en recurrir a argumentos ad hominem, falacias consistentes en atribuir falsedad a una afirmación arguyendo características de quien la formula, aunque sólo sean supuestas. Como pruebas contra la comisión de los crímenes, o por lo menos como atenuantes de su gravedad, se menciona la postura política de quien los pone sobre la mesa, su historia personal, su religión, su relación familiar con los asesinados, etc. Particularmente común es que quien recuerda un crimen de Villa sea acusado de pertenecer a la derecha, dado que el mito dice que el personaje fue un paladín de las causas populares.
Los argumentos ad hominem llegan a desembocar fácilmente en insultos y amenazas. En mayo de 2016, un video difundió en YouTube un panegírico a Francisco Villa, pronunciado en algún espacio abierto de la Delegación Azcapotzalco por el historiador Pedro Salmerón, el escritor Paco Ignacio Taibo II y otra persona. En un momento de la plática, los ponentes emprendieron un ataque contra Reidezel Mendoza por su investigación sobre la etapa de bandolero de Villa, contenida en su libro Bandoleros y rebeldes, asegurando que, como Mendoza trabaja como responsable del Archivo Histórico del Arzobispado de Chihuahua, era un “instrumento de la derecha para sabotear un proyecto social”; sobre el foro, un gran banner ostentaba el nombre del partido MORENA. De esta argumentación absurda, Salmerón y Taibo pasaron a insultos procaces, seguramente para desconcierto del público asistente. Salmerón intentó reparar su conducta poco después escribiendo un artículo titulado Los libros de historia de un panista12 en el que reiteró los argumentos, esta vez sin las malas palabras. Más recientemente, al anunciarse la publicación de Crímenes de Francisco Villa, Mendoza ha sido atacado en redes sociales por la posibilidad de que su trabajo sobre Villa le vaya a dar dinero a ganar —ojalá que así ocurra, dadas la magnitud del esfuerzo invertido y la calidad del resultado—. Como en la plática de Azcapotzalco, también ha habido insultos, pero además, en este caso, amenazas incluso de muerte.
Al final, de lo que se trata es tapar la boca a quien recuerde la violencia villista, de tratarlo como si creara un problema, al punto de no sólo querer que calle, sino incluso que desaparezca. El problema para quienes así piensan y actúan, es que lo que cuenta es la veracidad de la información y la honestidad y la lógica de su articulación, y es en ellas donde se cimenta Crímenes de Francisco Villa; evidentemente la solidez del trabajo historiográfico de Mendoza ha provocado la desesperación de muchos fanáticos.
CUATRO. ¿FUE FRANCISCO VILLA UN PSICÓPATA?
Desprecio por la vida humana.
¿Qué es una persona menos en la faz del planeta? Ted Bundy, psicópata estadounidense, asesino en serie. Un día entre 1920 y 1923, conversando en Canutillo mientras esperaba el nacimiento de alguno de sus hijos, Villa se jactó, como si estuviera hablando de sus cosechas, del número de personas que había matado: “Yo soy muy fuerte; yo con la mano derecha he levantado cien mil seseras humanas, y no cuento las que he levantado con la izquierda, porque también con la izquierda sé manejar la pistola.” Esta historia fue relatada en Parral por el doctor Ernesto Herffter y la enfermera Soledad Pastrano, recipientes tan involuntarios como horrorizados del monólogo.13 En la introducción a su libro, Reidezel Mendoza plantea la probabilidad de que Villa haya sido psicópata, y no es aventurado que lo haga: el libro revela, al igual que la plática de Canutillo, un completo desdén por la vida ajena, rasgo típico de los psicópatas.
No están locos.
Es natural que los admiradores de Villa se resistan a ver a su ídolo bajo esta luz, pero curiosamente también muestran reticencia quienes creen que un diagnóstico de psicopatía podría justificar, como consecuencia de una enfermedad mental, el daño que causó. Esta creencia es errónea: por más que cualquiera podría pensar que hay que estar loco para incurrir en crímenes como los que Villa cometió, un tribunal no lo remitiría a un hospital psiquiátrico, sino a una prisión —en algunos países, a la pena capital— porque, de acuerdo con criterios médicos y legales, el psicópata es consciente y responsable de sus actos y tiene la capacidad para decidir cometerlos o no; es decir, entiende las normas y el daño que causa, pero simplemente considera que las normas no aplican para él y las consecuencias de sus acciones lo tienen sin cuidado. “Sus actos son el resultado”, dice Robert D. Hare, “no de una mente desquiciada, sino de una racionalidad fría y calculadora combinada con una escalofriante incapacidad para tratar a los demás como seres humanos con pensamientos y sentimientos.”14
Carencia de empatía. Sentimientos huecos.
Los testimonios recogidos por Reidezel Mendoza relatan cómo, en San José del Sitio, el 16 de enero de 1918, después de colgar frente a su madre a los jóvenes Antonio y Abraham Mariñelarena, Villa le exigió a ella que sacara mesas y le sirviera de comer. La carencia de empatía es la característica esencial de los psicópatas: no tienen problema para entender cómo piensan los demás, pero son incapaces de ponerse emocionalmente en su lugar, de entender lo que sienten; por eso pueden mentir, despojar, abusar, maltratar emocionalmente, violar, torturar, mutilar o matar sin remordimiento.. Los psicópatas no entienden el amor, la tristeza, la vergüenza, los celos, el remordimiento, la esperanza ni la alegría; sus emociones son “huecas, respuestas primitivas a necesidades inmediatas"15: frustración, ira, odio, codicia y deseo sexual.
Narcisismo.
En las turbulencias de la Revolución, Villa se las arregló en muy poco tiempo para pasar de ser un bandido perseguido por la justicia a colocarse entre quienes marcaban el rumbo de la nación, para volverse famoso internacionalmente como “el Napoleón Bandido”, “el Centauro del Norte”, y para apoderarse de la mayor parte del territorio nacional. Música, flores, discursos y gritos de “¡Viva Villa!” seguían su paso por doquier; dio a su escolta de cuatrocientos hombres el nombre de “Dorados”, e inició el dictado de sus memorias con una frase épica: “La tragedia de mi vida comienza…” Los psicópatas, lejos de sufrir por su pobreza emocional, son narcisistas: se conciben como centro del universo, como seres superiores, únicos, especies de pequeños dioses. En junio de 1922, en una entrevista que concedió al periódico El Universal, Villa declaró:
Yo, señores, soy un soldado de verdad. Yo puedo movilizar cuarenta mil hombres en cuarenta minutos. […] Yo solo he hecho todo esto, trabajando sin descanso. La misma tenacidad que tuve para la guerra, la tengo ahora para el trabajo. Yo soy agricultor, soldado, ingeniero, carpintero, mecánico […] ¡hasta albañil! Si todos los mexicanos fueran otros Francisco Villas, otra cosa sería de mi patria […] Yo soy un hombre inteligente […]”
Alexander Lowen ofrece un listado de algunas características de los psicópatas: “(1) ‘Puedo hacer cualquier cosa’ (omnipotencia), (2) ‘Soy visible en todos lados’ (omnipresencia), (3) ‘Sé todo’ (omnisciencia), y (4) ‘Soy para ser adorado’.”16 Friedrich Katz denomina leyenda épica a la colección de historias heroicas que Villa solía inventar sobre su pasado. Los psicópatas son dados a inventar historias grandiosas sobre sí mismos.
También explica Katz que las derrotas sufridas por Villa solían ocurrir a causa de sus excesos de confianza. Los psicópatas son arrogantes. En Guanajuato, Villa desoyó ensoberbecido los consejos de Felipe Ángeles y se dedicó a lanzar contra las alambradas y las ametralladoras de Obregón inútiles cargas de caballería que acabaron por tropezar con los cadáveres de las cargas anteriores. Nunca, sin embargo, admitió haber tenido responsabilidad en éste ni en ninguno otro de sus fracasos. Los psicópatas son testarudos y consideran que sus fracasos son reveses causados por las circunstancias, por amigos desleales o por la mala suerte.
Necesidad de excitación.
Francisco Villa llevó una vida hiperactiva, excitante, llena de acción incluso en sus últimos años como hacendado. Los psicópatas, por su pobreza emocional, viven en busca permanente de situaciones que los exciten, se colocan siempre donde está la acción y sólo obedecen a lo que sus impulsos dicten, atenidos a sus propias leyes17. Dijo G. Daniel Walker, un defraudador, ladrón, violador y asesino, al psicólogo que lo estudiaba: “Hay una cierta excitación cuando se ha escapado de una penitenciaría importante y se sabe que las luces rojas están detrás de uno y se sabe que las sirenas están sonando. Hay una cierta excitación, que uno simplemente… es mejor que el sexo. ¡Oh, es excitante.”18
Poder y control. Violencia sexual. Relaciones familiares.
Reidezel Mendoza relata cómo, el 11 de agosto de 1918, Villa mandó detener un tren entre las estaciones de Bachimba y Consuelo, a 80 kilómetros de Chihuahua, con la intención de apoderarse de la caja fuerte y despojar a los pasajeros. Detenido el convoy, fueron aniquilada la guardia que viajaba en la parte trasera y dinamitado el carro de primera clase; 16 personas murieron en la explosión. A continuación, el cabecilla hizo bajar a toda la gente al lado del tren, formó un pelotón de fusilamiento y se puso a recorrer la fila repartiendo vida y muerte: observaba a las personas, las interrogaba y decidía a quién se fusilaba y a quién le permitía vivir; él personalmente mató a varios pasajeros, incluida una menor de edad que viajaba con su padre. La excitación y el poder potencian la imagen que los psicópatas tienen de sí mismos, y el tener en las manos la vida y la muerte del prójimo es una manera de conseguir tanto poder como excitación.
Villa incurrió en muchas violaciones de mujeres. Quedaron registradas la de Concepción del Hierro19, la joven de ciudad Jiménez a quien ya hicimos referencia; la de la mujer francesa secuestrada en la ciudad de México, también ya mencionada, y la de Austreberta Rentería, una de sus últimas “esposas”20. Pero no fueron ésas las únicas: hay recuerdos, guardados discretamente por familias que sólo los comparten en conversaciones íntimas, de mujeres que fueron violadas por Villa cuando eran unas jovencitas. Y sería ingenuo pensar que él, que ordenó la violación masiva de Namiquipa, permaneció como simple espectador. Lowen explica que los psicópatas son con frecuencia incapaces de tener relaciones sexuales sin control absoluto o sin violencia:
[…] la identificación simbólica del poder con la potencia sexual nos permite entender […] por qué aquéllos que juegan el juego del poder nunca parecen tener suficiente[…] Hay una línea continua que va de la violencia contra personas indefensas a la violación de mujeres indefensas […]21
Después de aceptar la amnistía que le ofreció el gobierno provisional de Adolfo de la Huerta, Villa reunió entre la hacienda de Canutillo y Parral, como en un inmenso corral, a varias “esposas” y a muchos de sus hijos, algunos de ellos transferidos de manos de una madre a otra. Los vínculos familiares de los psicópatas no son relaciones de amor, sino de poder. Una esposa o un hijo son posesiones, como cualquier objeto.
Genio y figura.
Villa mostró desde la infancia una conducta inestable, desconfiada, irresponsable, atravesada, pendenciera, tramposa y delictiva a pesar de los regaños y súplicas de Micaela Arámbula, su madre. La carrera narcisista y depredadora de los psicópatas se inicia a edad temprana; la experiencia de Micaela no fue diferente a la de millares de padres afligidos que, como dice Hare, “se ven reducidos a simples observadores del torcido viaje de gratificación egocéntrica a costa de los demás emprendido por sus hijos.”22
Personificación en causas e instituciones.
Friedrich Katz explica cómo Villa, durante la lucha constitucionalista, se personificó en la División del Norte y en la Revolución. En años posteriores a su derrota, esta grandiosidad se extendió a su personificación en el pueblo y en la patria. Los ataques, saqueos, robos, extorsiones, torturas y asesinatos que cometía con el fin de rehacerse o de tomar venganza estaban para él justificados por la intención de hacer justicia para el pueblo y defender a la patria. Los psicópatas jamás ven un bien superior que proteger; nada que esté más allá de ellos mismos. Por eso suelen personificarse en las causas y en las instituciones.
Maquinadores, eficaces, ejecutivos.
Todo aquél que ha estudiado a Villa sabe que era un maquinador extraordinariamente hábil y un hombre ejecutivo y eficaz, características éstas también típicas de la psicopatía. “Los psicópatas siempre están previendo”, dice el psiquiatra Pedro Valdés; “cuando los demás apenas van, ellos ya han ido y vuelto diez veces” 23. Además son muy ejecutivos porque, carentes de una estructura de valores, actúan solamente en función de las circunstancias.
Actores.
En su libro Bandoleros y rebeldes, Reidezel Mendoza da cuenta de dieciséis alias bajo los que operó Doroteo Arango hasta plantarse en el Francisco Villa con que alcanzó la fama. A lo largo de su vida, el hombre desempeñó muchos papeles: delincuente juvenil; empleado confiable; cuatrero; amigo y aliado de otros bandidos; enemigo y matador de esos mismos bandidos; socio de hacendados y comerciantes; matón a sueldo; comerciante; caudillo revolucionario; subordinado leal de Carranza; enemigo de Carranza; agrarista; terrateniente; enemigo de la iglesia católica; amigo de la iglesia católica; esposo fiel de una mujer; esposo fiel de otra mujer; esposo fiel de otra y de otra y de otra; hombre sentimental; asesino despiadado; aliado de los gringos; enemigo de los gringos; otra vez amigo de los gringos; de nuevo enemigo de los gringos; hacendado eficaz… El Villa descrito por unos testigos puede ser tan opuesto al recordado por otros, que parece imposible que se trate del mismo individuo. Los psicópatas son actores labiosos, artistas del engaño cuya especialidad es manipular a los demás en aras de su propio interés; dice Robert Hare:
El psicópata tiene un repertorio de conductas muy amplio. Puede actuar, desempeñar muchos papeles. Si ser encantador funciona, pues lo es. Si no funciona, quizás te amenace o intente intimidarte. Si tampoco funciona, entonces recurrirá a la violencia. La clave es que todas sus acciones tienen un componente depredador.24
Como ya dijimos, para el historiador Pedro Siller, esta ambigüedad ha posibilitado crear el mito de Villa25. Es interesante observar que muchos psicópatas logran salir de las prisiones fingiendo haberse reformado —algunos incluso estudian carreras— o seduciendo a los empleados para que les ayuden a escapar, y Villa hizo ambas cosas en la cárcel de Santiago Tlatelolco. “[No son pocos los] psicópatas ”, dice Hare, “capaces de embaucar a la gente para que haga cosas por ellos, usualmente para conseguir dinero, prestigio, poder o, cuando son encarcelados, libertad.”26
Desleales.
En 1915, después de atacar la hacienda de Tomás Urbina, antiguo compadre suyo y compañero de tropelías y de lucha revolucionaria, Villa se encontró con él, lo abrazó, lloró, le pidió dinero y luego, supuestamente enviándolo a Chihuahua para que fuera atendido de las heridas recibidas durante el ataque, dejó que su fiel sicario Rodolfo Fierro lo asesinara. Pocos meses después, celebró haberse librado del propio Fierro, quien murió ahogado al intentar cruzar una laguna artificial cerca de Casas Grandes. En los años posteriores a su derrota, Villa asesinó a muchos de sus antiguos soldados, aquellos mismos a quienes antes solía llamar sus “muchachitos”. En enero de 1918, en San José del Sitio, después de prometer a los miembros de la Defensa Social respetar sus vidas, asesinó a más de 20. Están profusamente documentadas en sus discursos las “palabras sinceras surgidas del corazón de un hermano de raza” con que se dirigía a los mismos pueblos contra los que cometió bestialidades difíciles de creer. Para el psicópata, explica el psiquiatra estadounidense Hervey M. Cleckley, no tiene significado nada que se encuentre en el terreno de los valores personales27.
Impulsivos, violentos, fríos. Fingen el sentimiento.
En Chihuahua, en septiembre de 1914, teniendo a Obregón detenido en su casa, Villa estalló y ordenó su fusilamiento. Disuadido por su esposa y algunos colaboradores, se deshizo en lágrimas cuando entró a decirle a su prisionero que él no era un asesino y no lo mataría. A continuación se tranquilizó y le dijo a Obregón que ya todo había pasado, que fueran a cenar; escribe Obregón: “Confieso que yo no participaba de la opinión de Villa, de que todo había pasado, pues en mi no sucedía lo mismo, porque el miedo ni siquiera empezaba a declinar.”28 En los días siguientes estuvo cambiando de opinión entre dejarlo volver a México y matarlo, y finalmente lo dejó ir pero dio órdenes de asesinarlo en el camino; Obregón se salvó por la intervención de los generales que lo escoltaban. Reidezel Mendoza da cuenta de arranques extremadamente violentos contra la población civil. El asesinato de más de 80 personas en San Pedro de la Cueva, en diciembre de 1915, se debió a que Villa enfureció por la forma en que lo había recibido el pequeño pueblo sonorense; cuando decidió suspender la masacre, derramó algunas lágrimas y siguió adelante con sus actividades. Los psicópatas estallan con extrema violencia ante cualquier cosa que perciben como insulto o desdén; sin embargo, su comportamiento no está fuera de control porque su violencia carece de la intensa agitación emocional que desencadena la de las personas normales; saben lo que hacen y se calman tan fácil e incomprensiblemente como estallaron29. Para las personas normales, esta conducta es incomprensible. Lowen explica que las expresiones de sentimiento de los psicópatas frecuentemente asumen, o bien la forma de estallidos irracionales de violencia, o la de una sensiblería teatral y hueca; en ocasiones, una inmediatamente después de la otra. 30 El llanto de los psicópatas es parte de sus actuaciones; lo vierten para demostrar que son capaces de conmoverse por sus víctimas, pero sus lágrimas no son reflejo de arrepentimiento genuino: pasada la demostración, no vuelven a pensar en sus actos ni en sus víctimas, y son capaces de volver a estallar inmediatamente 31.
Cuando, después de su derrota, recorría las poblaciones del norte para reclutar hombres, Villa solía colgar a algunos para mostrar lo que le podía ocurrir a quien se resistiera a seguirlo. Insensibles y desalmados, los psicópatas pueden ejercer violencia a sangre fría para vengarse, para castigar o para dar ejemplo de lo que puede ocurrir a otros32.
Cuando los defensores de Villa culpan a las víctimas por haberlo provocado conociendo su carácter, están reproduciendo un argumento frecuente entre los psicópatas asesinos. Un recluso que había matado a un hombre por una discusión sobre la cuenta en un bar, dijo al psicólogo que lo entrevistaba: “El tipo tuvo la culpa. […] Cualquiera podía darse cuenta de que estaba yo de mal humor esa noche. ¿Por qué quiso ir a molestarme?”33
Sin culpa.
Reidezel Mendoza relata cómo, la tarde del día en que asesinó a la octogenaria Lugarda Barrio prendiéndole fuego, Villa corrió de su cuartel a unas personas diciendo: “¡Se me largan a la chingada o los mando quemar como a las viejas que quemé en la mañana!” El rango distintivo de los psicópatas asesinos, el más característico, es la total ausencia de sentimientos de culpa34. Sus víctimas no son para ellos más que objetos usados y desechados o estorbos apartados del camino. En ocasiones llegan a admitir haber realizado las acciones, pero minimizan o incluso niegan las consecuencias para otros; un asesino preso, por ejemplo, dijo que el hombre a quien había matado había salido ganando porque había aprendido una lección sobre la vida35. Los adictos a Villa han querido ver arrepentimiento en las lágrimas que derramaba después de incurrir en algunos de sus peores crímenes, pero no existe registro de que se haya vuelto a referir a esas tragedias más que para amenazar a otros o para jactarse. En las raras ocasiones en que los psicópatas llegan a expresar remordimiento, su conducta posterior contradice sus palabras.
Es la ausencia de culpa lo que permite a los psicópatas referirse a sus crímenes con absoluta naturalidad, como lo hizo Villa ante el doctor y la enfermera en Canutillo. John Kenneth Turner lo cita alardeando ante un grupo de oficiales en Ciudad Juárez: “Si yo les dijera todos los que he matado, hablaría durante tres días y noches."36
Cínicos.
El General Francisco L. Urquizo relata cómo, para arrear a sus tropas en los combates, Villa solía poner hombres a recorrer las filas a caballo o en motocicleta disparando desde atrás sobre quienes mostraban falta de ánimo37. Crímenes de Francisco Villa contiene testimonios que dicen que en la etapa posterior a su caída colocaba al frente de sus gavillas a los hombres reclutados a la fuerza que no contaban con armas, con la doble intención de dar la impresión de que sus fuerzas eran numerosas y de que esos hombres sirvieran de escudo a quienes sí tenían con qué disparar. Los psicópatas son cínicos; ven a la gente como instrumentos, poco más que objetos para ser usados.
Incomprendidos y fascinantes.
Los psicópatas, pues, son depredadores, y la sociedad que los padece no los entiende; quienes los rodean, distorsionan la realidad para interpretarlos como si se tratara de seres humanos normales. Pero esa misma sociedad que no los entiende los encuentra fascinantes; ahí están, como muestra, los centenares de libros y películas que han tratado sobre este tipo de personajes. Hay psicópatas que son capaces de generar en torno suyo movimientos de enorme fuerza, como ha ocurrido con Hitler, Ron Hubbard, Franco, Jim Jones, Castro y tantos otros líderes carismáticos a los que la gente les compra la idea de que son como pequeños dioses. Entre sus seguidores hay quienes se aprovechan para obtener riquezas y poder, como hicieron no pocos lugartenientes de Villa. Otros ven en ellos la oportunidad para alcanzar sus ideales; así sucedió a los intelectuales que rodearon a Villa buscando promover transformaciones políticas y sociales que él sólo abanderó mientras le convino. Pero muchos marchan ciegamente tras ellos por una fascinación difícil de explicar:
Nicolás Fernández, quien durante la violación masiva de Namiquipa dio órdenes de disparar a Villa si llegaba a tratar de llevarse unas mujeres a las que Fernández estaba protegiendo, siguió siempre cercano a su jefe; Martín López, que se le enfrentó en San José del Sitio para obligarlo a suspender los colgamientos, no se le separó hasta su propia muerte —la familia de López, dicho sea de paso, aseguraba que Villa lo había asesinado—. Incluso la gente que no es prosélita de estos individuos carismáticos y peligrosos llega a caer en una fascinación extraña, una especie de Síndrome de Estocolmo. En Parral, en 1919, al escuchar los miembros de la Defensa Social que Villa no los iba a asesinar y los dejaría libres, salieron gritando “¡Viva Villa!”; Austreberta Rentería declaró en una entrevista que, después de haber sido violada y apresada por él, se sintió enamorada38.
La historiografía no está exenta de caer en las mismas trampas; si la disfunción, en vez de denominarse psicopatía llevara algún nombre como síndrome de Harris o cualquier cosa parecida, los historiadores se cuidarían de buscar en estos personajes pensamientos, sentimientos y conductas normales, y no se fascinarían tan fácilmente con ellos. A la tesis de Pedro Siller sobre el surgimiento del mito de Villa, habría que añadirle como tercer factor esta fascinación.
Escribe Hare: ¿Qué explica el terrible poder que la personalidad carente de conciencia tiene sobre la imaginación colectiva? “Claramente, el mal es seductor,” escribió Weber, “[…] Desde la moderada travesura hasta la violenta criminalidad, la ejecución de malas acciones es algo sobre lo cual el resto de la población evidentemente quiere saber. Ésta es una manera de explicar por qué el psicópata, esa personificación de la maldad sin remordimiento, tiene un lugar tan establecido en la conciencia pública.”39
CINCO. RESPUESTAS.
Hay, pues, bases sólidas para pensar que Francisco Villa fue psicópata. Sin embargo, me abstendré de etiquetarlo y sólo lo caracterizaré “así, como era él” para tratar de dar una idea de lo que significó, para la gente que no buscaba otra cosa que recuperar la normalidad de su vida después del huracán revolucionario, que se le atravesara en el camino.
En la segunda edición de Francisco Villa ante la Historia, Celia Herrera escribió:
[…] La vida en el estado de Chihuahua por años fue de constante zozobra, de tensión nerviosa, esperando siempre, y siempre temiendo que Francisco Villa se acerque. Las poblaciones a merced de las chusmas que lo siguen, a merced de sus venganzas y de sus represalias. La mas pequeña alarma hace que los aterrorizados habitantes se encierren y que por las noches no sintiéndose tranquilas las familias en sus propias casas, acudan a las de otras en busca de refugio. Nadie sale, casi no se atreven a hablar. Talleres, minas, todo abandonado, poblaciones incomunicadas constantemente, asaltos a trenes. La asistencia a las escuelas es casi nula, las madres, acudiendo presurosamente en busca de sus hijos a la más leve inquietud, y el terror pintado en los semblantes de todos los niños que huyen despavoridos en todas direcciones. […]40
En mi libro "La sangre al río", especulé sobre lo que pueden haber sentido las mujeres de Namiquipa, arrastradas a un corralón para ser multitudinariamente violadas; sobre lo que significó para la gente de Parral que tenía algunos recursos el verse secuestrada, torturada, robada; para las familias, el tener que enfrentar la pobreza cargando con el dolor de haber perdido al padre, a los hermanos o a los hijos a manos de Francisco Villa. Un ejercicio de imaginación similar permitiría al lector captar en toda su magnitud la tragedia de las familias norteñas, expuestas a los caprichos de aquel individuo, así, como era él. Podría el lector cerrar los ojos y pintarse la vida cotidiana en San Pedro de la Cueva antes de que Francisco Villa, así, como era él, matara a casi 80 varones de 13 familias y dejara al pueblo hundido en la miseria41. O bien imaginar a los pobladores de San José del Sitio entregados a sus actividades antes de verse obligados a abandonar su pueblo porque Villa, así, como era él, después de colgar a casi 30 vecinos, amenazó al resto con quemarlos si no se largaban. O a la octogenaria Lugarda Barrio, en agosto de 1916, dedicada a la atención de su tienda, de sus viñas y de su casa ignorando que el día 24 Villa, así, como era él, mataría a su nieto a balazos y a ella la quemaría en vida. Preguntarse sobre los movimientos y la conversación de la familia Jurado Ángel durante el desayuno de la mañana de julio de 1916 en que unos enviados de Villa los interrumpieron y se llevaron al padre, a quien al día siguiente hizo fusilar Villa, así, como era él, por haber rehusado cederle la propiedad de su hacienda. Tratar de imaginar dónde estaban y que hacían los residentes del rancho de San Antonio de la Cueva antes de que Francisco Villa, así, como era él, se acomodara en una silla y fuera decidiendo a qué vecino se colgaba y a cuál se le permitía vivir. Imaginarlos a todos ellos, a las víctimas, con sus caras, sus voces, sus rutinas, en las horas previas.
Hace un siglo no existía el Estatuto de Roma. La gente no tenía las designaciones precisas para algunas de las atrocidades a las que Villa la sometió, pero hoy no se puede eludir la responsabilidad de llamarlas como lo que fueron:
crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, genocidio. No otra cosa fue el arrear a sus soldados a punta de balazos; el asesinar a los prisioneros heridos que se hallaban en un hospital militar en Chihuahua; el echar por delante de sus tropas a los hombres que no habían alcanzado armas para que sirvieran de escudo a los que sí las tenían; el ordenar la violación de todas las mujeres de un pueblo; o el exterminar por causa de su raza a cuantos chinos caían en sus manos. Crímenes de lesa humanidad perpetrados por Doroteo Arango alias Francisco Villa, así, como era él.
Al inicio de este prólogo planteé la pregunta de qué puede significar para una familia, para un pueblo, el ver que se rinden los mayores honores a la memoria de quien tanto daño hizo a sus antepasados. En diciembre de 2015, el pueblo de San Pedro de la Cueva conmemoró el centenario de la masacre de sus ancestros perpetrada por Villa. Una sociedad evolucionada habría asumido la conmemoración como obligación nacional, pero en México las autoridades y los medios apenas respondieron, y los historiadores adictos a Villa guardaron un silencio censurable; el acto sólo alcanzó la difusión que le permitieron las redes sociales, y los sanpedrinos tienen que haberse sentido desatendidos. Si la conmemoración de un pueblo entero recibió poca atención, difícilmente podría una familia contrarrestar el olvido público del crimen perpetrado por Villa en sus antepasados.
En los años treinta, a raíz de la colocación de la primera piedra de un monumento a Francisco Villa, Celia Herrera se dedicó a visitar las poblaciones perjudicadas por él para recoger los relatos de las víctimas —si acaso habían sobrevivido—, de sus familias y de otros testigos, testimonios que dieron forma a su libro de 1939. Desde entonces, los afectados no habían vuelto a tener manera de responder a quienes paulatinamente han ido acumulando el poder necesario para erigir estatuas a Villa, publicar libros donde se ocultan o niegan sus crímenes, nombrar en su honor colonias y calles, y elevar su nombre al muro de honor del Congreso de la Unión. En la segunda edición de su libro, Herrera escribió:
Para pintar debidamente la angustia con que se vivió en aquellos años […], para lograr que las personas que tan solo oyeron desde lejos contar estos horrores, sería necesario que cada persona que escribiese sus detalles personales… en cada familia, una historia…42
Crímenes de Francisco Villa es una respuesta luminosa a la impotencia que emana de las palabras de la cronista parralense: no hacen falta todas las historias, porque los recuerdos que aislados entre sí carecían de fuerza frente al embate del mito villista, adquieren una magnitud telúrica hermanados y sustentados con documentos de registros civiles y parroquiales, con notas periodísticas y con testimonios de otras fuentes, como los ha trabajado Reidezel Mendoza. En adelante, ni la historiografía ni la política podrán seguir cerrando los ojos ante las terribles consecuencias que la carrera personalista de Francisco Villa tuvo para la población civil.
En el ya mencionado prólogo a la primera edición de su libro, Celia Herrera escribió también:
Las notas que continúan estas líneas son unos cuantos datos […] recogidos directamente entre los familiares de las víctimas […] y en los lugares de los acontecimientos. Si algún día la pluma honrada de un historiador consciente quiere, amando la verdad, legar a la posteridad la exacta expresión de sus dolorosas páginas revolucionarias, están a su disposición las que ha recogido esta mujer que por primera vez toma la pluma.
Lejos estaba ella de imaginar entonces que pasarían casi ocho décadas para que un chihuahuense llamado Reidezel Mendoza fuera ese historiador de pluma honrada que aceptaría la herencia de sus esfuerzos. El reto que asumió al aceptarla fue enorme para Mendoza: ha pasado un siglo de que la violencia villista asoló los estados del norte, y casi noventa años desde que Herrera recogió sus testimonios. Entonces no se habían secado la sangre ni las lágrimas, y la tierra de las tumbas estaba recién apisonada; el ir hoy tras lo que pudiera quedar de aquellas voces aparecía casi como faena arqueológica. Sin embargo, el historiador reveló que, a cien años de distancia, cada familia mantiene vivo el recuerdo del martirio de sus antepasados; que preserva la voz heredada, lo relatado por la abuela viuda, por el padre huérfano, por la madre ultrajada. Y además ha acrecentado la herencia recibida; no puede uno menos que admirar los años y el esfuerzo invertidos en escudriñar archivos civiles, eclesiásticos y periodísticos, en visitar lugares en busca de los descendientes de las víctimas y de los testigos, en recoger testimonios y fotografías, en buscar tumbas olvidadas.
Más allá de entregarnos un recuento de crímenes, Reidezel Mendoza nos confronta con un crudo retrato del sufrimiento de la población del norte de México, expuesta a la violencia villista. El libro registra 39 casos de crímenes en los que perdieron la vida alrededor de 1,350 personas. Estos son sólo los que él pudo documentar; estremece imaginar lo que habría sido el libro si las familias de todos los asesinados hubieran hablado, si de todos los muertos hubiera actas de defunción: no habría número de páginas suficiente. Historiador responsable, cuando Mendoza ha encontrado testimonios contradictorios, los ha incluido, pero a pesar de ellos, el lector sólo puede concluir que, cuando Villa afirmó haber levantado cien mil seseras humanas sólo con la mano derecha, estaba siendo transparente.
Crímenes de Francisco Villa es una respuesta rotunda a la operación de lavado del personaje revolucionario: a quienes despersonalizan a las víctimas, el libro responde con nombres, historias y caras; a quienes niegan que Villa quemara mujeres, responde con recuerdos familiares, reportajes periodísticos y actas que registran la muerte por incineración; a quienes minimizan los crímenes, con testimonios que dan cuenta de la bestialidad con que fueron cometidos... Y es el soporte que los descendientes necesitaban para mantenerse firmes ante el golpeteo del mito.
Se calcula que en el genocidio ruandés de 1994 perecieron entre 800,000 y 1,000,000 de personas; que 400,000 niños quedaron huérfanos, y que 49% de las familias quedaran bajo la responsabilidad de menores de 15 años y 34% de los hogares bajo la de mujeres viudas. En México se ha hablado tradicionalmente de que, a partir de que Villa tomó la decisión de rebelarse contra el Ejército Constitucionalista después del derrocamiento de Victoriano Huerta, las pérdidas humanas ascendieron a 1,000,000; cálculos más recientes dan cifras menores, pero, cualquiera que haya sido el número, es importante preguntarse cuántos hogares mexicanos quedaron a cargo de viudas y niños, cuántas vocaciones se perdieron en la orfandad. El libro de Reidezel Mendoza nos lleva a reflexionar sobre lo mucho que se habría ahorrado México sin el paso de Villa por su historia.
Después de leer Crímenes de Francisco Villa, testimonios, sólo hay una conclusión posible: que, en el muro de honor del Congreso de la Unión, el nombre de aquel personaje, si acaso se conservare, debería aparecer cercado por los de sus millares de víctimas.
Raúl Herrera Márquez, julio de 2017.
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1 Francisco Villa ante la Historia, primera edición, Hidalgo del Parral, 1939, p. 2
3 Ibid.
4 Chihuahua, Editorial Del Azar, 2013.
5 Con Villa (1916-1920), memorias de campaña, primera edición en Memorias Mexicanas, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1997, pp. 75-76.
6 Excélsior, suplemento El Búho, 18 de octubre de 1998.
7 Friedrich Katz, Pancho Villa, México, ERA, 1998, II, p. 227.
8 Ibid., p. 220.
9 Ibid., p. 215.
10 El águila y la serpiente, México, PROMEXA Editores, primera edición en Clásicos de la Literatura Mexicana, 1979, 298.
11 Op. cit., II, 117.
12 La Jornada, 17 de mayo de 2016.
13 Celia Herrera, Francisco Villa ante la Historia, segunda edición, Hidalgo del Parral, 1964, p. 289.
14 Withouth Conscience, the Disturbing World of the Psychopaths among US, New York, The Guilford Press, 1993, p. 5.
15 Ibid., p. 53
16 Narcissism, Denial of the True Self, New York, Touchstone, 1985, p. 107.
18 Hare, p. 61.
19 Herrera, segunda edición, p. 75.
20 Katz, II, p. 341
21 Op. cit., p. 52
22 Hare, p. 66.
23 Conversación con el psiquiatra Pedro Valdés, México, 2002.
26 Hare, p. 110.
27 The Mask of Sanity, quinta edición, St. Louis, MO, Mosby, p. 90.
28 Álvaro Obregón, Ocho mil kilómetros en campaña, México, Editorial del Valle de México, 1980, I, p. 332
29 Hare, p. 60.
30 Op. cit., p. 62.
31 Conversación citada.
32 Hare, p. 60.
33 Ibid., p. 41.
34 William McCord and Joan McCord, The Psychopath: An Essay on the Criminal Mind, Princento, NH, Van Nostrand, 1964, 51.
35 Hare, p. 41.
36 Eugenia Meyer, John Kenneth Turner, Periodista de México, México, UNAM/ERA, 2005, p. 251
37 “El Chino” Banda, El Siglo de Torreón, domingo 14 de julio de 1946, pp. 16, 24.
38 Op. cit., II, p. 341.
39 Op. cit., 80.
40 Francisco Villa ante la Historia, segunda edición, pp. 184.
41 Ibid,. p.156.
42 p. 191.
Todas las MENTIRAS y VERDADES a MEDIAS de los SUPUESTOS HÉROES
REVOLUCIONARIOS. Esto No Te Lo Cuentan En La Escuela!! Aquí esta la Historia Completa de las GRANDES MENTIRAS de los HÉROES de la REVOLUCIÓN, mas de 100 años haciéndonos creer una farsa, desde Francisco Villa, Emiliano Zapata, Rodolfo Fierro, José Inés Chávez, las Adelitas y muchos más. Nos adentraremos en la historia para ver las acciones sádicas, y lo despiadado que fueron estos personajes que derramaron mucha sangre por donde pasaban, de gente inocente que no quería entrar a esta supuesta Revolución. Demos un vistazo de todas la mentiras y verdades a medias que nos cuentan en la escuela.
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Durante la época de la revolución, donde los pobres hartos de vivir en la miseria y de aguantar las atrocidades que cometían los federales, deciden seguir a uno de los suyos, el general Demetrio Macías, un ladrón que aprendió artimañas en la cárcel y quien junto a "La Pintada" decide llevar a su pueblo a la victoria. Liderados por el capitán Anastasio Montañez, el recién formado ejercito de campesinos toma como código de honor saquear las casas para repartir las riquezas.
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