UNIDOS:
Una Historia del Migrante Venezolano
Cuento (que no es cuento) de la Inmigración de Venezuela
a Estados Unidos
ESTA RESEÑA DEL LIBRO ESTÁ DEDICADO PARA TODOS LOS HÉROES LIBERTADORES QUE DIERON SU VIDA Y QUE FUERON PRESOS Y TORTURADOS POR LA NARCOTIRANÍA CASTROCHAVISTA CON LA COMPLACENCIA Y COMPLICIDAD DE LOS ALACRANES DE LA OPOSICIÓN PUTILERA Y DE LOS TESTAFERROS BOLIBURGUESES. ¡SEAN MALDITOS!
En medio de una dictadura en Venezuela, miles de familias toman la difícil decisión de abandonar su país en busca de un futuro mejor.Esta es la historia de José, Ana, y sus dos hijos, quienes, luego de eventos trágicos en Venezuela, atraviesan un arduo proceso de inmigración hacia los Estados Unidos, enfrentándose a la incertidumbre, los sacrificios y la necesidad de empezar de cero.Explora las complejidades de la vida de un inmigrante a través de los ojos de una familia venezolana. Desde los momentos angustiosos en la embajada hasta la incertidumbre del proceso de asilo y los esfuerzos por adaptarse a una nueva cultura, cada paso es un reflejo de la lucha por mantener la identidad mientras se busca seguridad y estabilidad. Los lectores descubrirán los altibajos emocionales de esta familia mientras navegan el laberinto de la inmigración, y cómo, a pesar de los obstáculos, encuentran en el amor y la resiliencia una razón para continuar.Este libro invita a reflexionar sobre las realidades de la inmigración y cómo podemos, como sociedad, ser parte del cambio. Los lectores sentirán la motivación de aprender más sobre las historias de quienes dejan su país en busca de nuevas oportunidades, quizás inspirados a apoyar o empatizar con las comunidades migrantes, comprendiendo mejor sus sacrificios y luchas.
INTRODUCCIÓN
Cuando me senté a escribir esta historia, mi meta era simple: Quería dar voz a las incontables familias venezolanas cuyas vidas se han visto afectadas por la crisis política y económica de nuestro país. Aunque los personajes de José, Ana, Sofía y Mateo son ficticios, su historia se inspira en las experiencias reales de millones de inmigrantes venezolanos que se han visto obligados a abandonar su patria en busca de seguridad, estabilidad y un futuro mejor.
Como venezolano, he visto como mi país se ha ido desmoronando a lo largo de los años, algo que nunca imaginé posible. He visto a amigos, vecinos y seres queridos tomar la desgarradora decisión de dejarlo todo atrás, a menudo sin nada más que una maleta y un sueño. Familias como la de José y Ana están por todas partes: personas que antes prosperaban, que tenían vidas estables y futuros brillantes, de repente enfrentadas al colapso de un sistema que consideraban inquebrantable. Muchas de estas familias no tuvieron más remedio que huir. Y muchas de ellas, a pesar de haber construido una nueva vida en un país extranjero, siguen soñando con volver a casa algún día.
Esta historia se origina en las emociones, luchas y triunfos reales de los inmigrantes venezolanos. Quería captar no sólo las inmensas dificultades -el miedo a lo desconocido, los retos económicos, el dolor de la separación de los seres queridos y a empezar desde cero-, sino también los momentos de alegría y crecimiento que acompañan a la construcción de una nueva vida. Sin duda, la inmigración no es un camino fácil, pero hay belleza en la lucha de quienes dejan atrás todo lo que han conocido para construir un nuevo comienzo.
Me motivé a escribir este libro porque creo que las historias de los inmigrantes -especialmente las de los venezolanos de los últimos años- necesitan ser contadas. Es fácil ver las noticias sobre la crisis en la televisión o radio, pero las historias humanas que hay detrás de esos titulares a menudo pasan desapercibidas. La historia de José y Ana no es la única; es la historia de innumerables padres que lo han arriesgado todo para dar a sus hijos una oportunidad de futuro. Es la historia de niños como Sofía y Mateo que se ven obligados a crecer más rápido de lo que deberían, aprendiendo a equilibrar las complejidades de dos culturas mientras intentan comprender dónde encajan.
En muchos sentidos, escribí este libro para honrar la fortaleza y el sacrificio de las familias venezolanas que han tenido que atravesar estos viajes tan difíciles. La decisión de salir de Venezuela no consiste sólo en escapar de la inestabilidad, el miedo o la crisis económica y política, sino en buscar la esperanza, perseguir la promesa de una vida mejor y aferrarse a los valores que nos definen: el amor a la familia, la resistencia ante la adversidad y la esperanza en un mejor mañana.
También quería mostrar que, aunque la experiencia del inmigrante está llena de transformación y posibilidades. José y Ana se transforman no sólo por las dificultades que sufren, sino también por el amor y la comunidad que construyen por el camino. Sus hijos, Sofía y Mateo, representan a la nueva generación, niños que crecen con la dualidad de ser venezolanos pero también parte de otro país, niños que se enfrentan a los retos de la identidad y la pertenencia, pero que también tienen la oportunidad de construir algo nuevo, manteniendo sus raíces venezolanas fuertemente arraigadas en sus corazones.
Hubo un tiempo en el que yo, como tantos otros, me aferré a la creencia de que Venezuela se recuperaría. Que el caos político, la devastación económica y el malestar social acabarían desapareciendo, permitiendo a las familias regresar al país que amaban. Pero con el paso de los años, mi esperanza de una pronta recuperación se ha desvanecido. Es duro ver como un país al que amas tan profundamente se hunde en una espiral de incertidumbre, sabiendo que el camino de vuelta a la estabilidad parece más lejano cada año que pasa. Sin embargo, aunque perdí la esperanza en una rápida recuperación, sigo confiando en la capacidad de resistencia de nuestra gente. El venezolano siempre ha encontrado la manera de sobrevivir, de adaptarse y de perseverar. Venezuela está esparcida por todo el mundo, y llevamos con nosotros un espíritu de esperanza de que, con el tiempo, las cosas mejorarán, no sólo para los que se han ido, sino también para los que se quedan.
En el fondo, este libro es una carta de amor a los venezolanos de todo el mundo. A los que se han quedado, a los que se han ido y a los que siguen luchando por un futuro mejor. Espero que capte el espíritu de lo que somos: nuestra tenacidad, nuestro amor por nuestras familias y nuestra convicción inquebrantable de que, nos lleve la vida donde nos lleve, llevamos un pedazo de Venezuela con nosotros.
I
BAJO LA SOMBRA DEL MIEDO
Vivir en Venezuela durante los años en los que Hugo Chávez gobernó el país fue una experiencia marcada por constantes cambios, incertidumbre y miedo. José y su familia habían presenciado de primera mano como el país, una vez próspero, se iba desmoronando lentamente.
José siempre había sido un hombre trabajador y dedicado. Desde joven, había forjado una carrera como contador, ganándose la vida de manera honrada y meticulosa. Su ética de trabajo, su atención al detalle y su integridad lo convirtieron en una figura con fiable en su entorno laboral. Pero su compromiso no se limitaba únicamente a su profesión, sino también con los valores democráticos y la visión de un país libre de la corrupción y la opresión que el régimen chavista había impuesto.
Este compromiso lo llevó a involucrarse con uno de los principales partidos políticos de la oposición en Venezuela.
Trabajaba como contador para el partido, manejando las finanzas, asegurándose de que cada movimiento de dinero estuviera en orden y que los recursos se distribuyeran de manera eficiente para apoyar las campañas políticas, las iniciativas de movilización ciudadana y las actividades que buscaban restaurar la democracia en el país.
Como contador, José tenía acceso a información sensible, contactos y datos financieros que el régimen podría haber utilizado en contra de la oposición si llegaba a sus manos. Este conocimiento lo puso en la mira de las autoridades. Sabía que cualquier desliz, cualquier filtración, podría ponerlo en peligro a él y a su familia. A medida que la presión sobre el partido aumentaba, también aumentaba la vigilancia sobre sus empleados.
Comenzó a notar que los movimientos de los dirigentes eran cada vez más sigilosos y que se requerían reuniones mas clandestinas para discutir las estrategias del partido, incluyendo cómo mantener seguros los fondos y las transacciones, lejos de las manos del gobierno.
José seguía haciendo su trabajo con la misma dedicación, pero la tensión comenzaba a pasarle factura. Sabía que el gobierno tenía maneras de descubrir lo que ocurría dentro de la oposición. Era solo cuestión de tiempo antes de que alguien del partido fuera detenido con cargos inventados, y él, como pieza clave en las finanzas, no estaba a salvo.
Habían cada vez más rumores sobre compañeros detenidos por el SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional), y se hablaba de interrogatorios brutales y desapariciones. La creciente tensión hizo que José tuviera que duplicar sus esfuerzos para proteger la información y los fondos del partido.
A pesar del miedo constante, la dedicación de José al partido se mantenía fuerte, porque en el fondo de su corazón creía firmemente que Venezuela merecía un futuro mejor. Sus largas horas en la oficina, revisando cuentas, organizando presupuestos y asegurándose de que cada bolívar fuera usado de manera estratégica para impulsar las campañas políticas y los movimientos de protesta, lo llenaban de un propósito mayor. Sabía que, a su manera, estaba contribuyendo a la resistencia contra el régimen y eso era lo que lo motivaba día a día.
Pero, a medida que el país se hundía más en la crisis política y económica, el trabajo de José se volvía cada vez más arriesgado, para él y para su familia. Se encontraba en una situación donde no solo debía preocuparse por las finanzas, sino también por su propia seguridad. Trabajar para un partido de oposición ya no era solo una cuestión de contar números; se había convertido en un acto de resistencia en sí mismo.
FALSAS ESPERANZAS
Los problemas serios empezaron para José y su familia cuando Chávez ganó nuevamente las elecciones contra Henrique Capriles en 2012 (¿?). Las elecciones ese año representaron uno de los momentos más devastadores para ellos, así como para millones de venezolanos que esperaban desesperadamente un cambio en el país.
Después de años de políticas erráticas, corrupción descontrolada y una economía que se desplomaba, muchos habían puesto sus esperanzas en Capriles, el candidato de la oposición que prometía una salida del caos que había dejado el chavismo. Para todos los venezolanos opositores, Capriles representaba la última oportunidad de revertir el rumbo de Venezuela y evitar el colapso total.
La campaña fue intensa, llena de enfrentamientos entre los seguidores de Capriles y los leales a Chávez. José y su familia se ha bían convertido en activistas y ya se encontraban más involucrados que nunca. No porque quisieran, sino porque sentían que era su deber luchar por un futuro mejor para sus dos hijos, Mateo y Sofía.
El día de las. elecciones, la atmósfera estaba cargada de tensión y esperanza. José fue a votar temprano, sabiendo que cada voto contaba. Las encuestas indicaban que la elección sería cerrada, que por primera vez en años Chávez enfrentaba una competencia real. En su centro de votación, vio a miles de venezolanos, muchos de ellos con las mismas esperanzas y sueños.
- "Esta vez se ve diferente", le dijo a Ana esa mañana, con una mezcla de optimismo y miedo.
- "Creo que hoy podemos hacer la diferencia".
Ya en su casa, a medida que pasaban las horas de la noche, vieron que las noticias empezaron a cambiar el tono. Aunque la participación había sido alta, los informes de irregularidades en los centros de votación comenzaron a multiplicarse. Testigos reportaban que el gobierno había organizado "puntos rojos", donde los votantes que apoyaban a Chávez eran recompensados con beneficios y comida, mientras que otros sufrían intimidación por parte de grupos paramilitares conocidos como "Los Colectivos" .Algunos centros de votación cerraron sin que todos los ciudadanos hubieran votado, y se hablaba de manipulaciones en los sistemas electrónicos. José y Ana sentían que algo no andaba bien.
Esa noche, la devastación se hizo oficial.
Hugo Chávez fue declarado ganador de las elecciones, con un margen abrumador que muchos, incluida la familia de José, consideraban imposible. Para ellos, había sido una elección robada, un fraude gigantesco orquestado por el gobierno para mantenerse en el poder. Las calles de Caracas se llenaron de murmullos y descontento. La decepción rápidamente se convirtió en enojo.
LA REPRESIÓN
Al día siguiente, cientos de miles de venezolanos salieron a las calles a protestar, exigiendo que se investigaran las irregularidades. José y algunos de sus amigos asistieron a una de las manifestaciones en el centro de la ciudad. Sabía que había riesgos, pero sentía que no podía quedarse callado.
- "¡Es que no podemos aceptar esto!", le dijo a Ana antes de salir. "Esto es un fraude y el mundo tiene que saberlo".
La violencia estalló sin previo aviso. José, que marchaba entre gritos de esperanza y cánticos de libertad, apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando los Colectivos armados y la Guardia Nacional se abalanzaron sobre la multitud. El caos lo envolvió en segundos: balas de goma zumbando a su alrededor, el gas lacrimógeno quemándole los ojos y la garganta, y los gritos desgarradores de quienes caían a su alrededor. José corrió por su vida, pero en el desorden sintió una mano áspera que lo jaló por la camisa. Lo arrastraron con fuerza hacia el piso, y por un momento creyó que lo iban a llevar también.
Entre golpes y el humo sofocante, José peleó con todo lo que tenía. En un acto de pura suerte, logró zafarse de su captor y se lanzó hacia una esquina entre edificios, entre la multitud desbordada. Los ojos le ardían, el corazón le latía con fuerza descontrolada, pero sabía que había escapado por poco. A su alrededor, los Colectivos seguían arrastrando a otros manifestantes, y José, con una mezcla de terror y alivio, comprendió que la represión era implacable y que había tenido la fortuna de no ser uno de los desaparecidos esa noche.
Esa fue la primera vez que sintió con toda claridad que Venezuela ya no era un país donde se pudiera luchar pacíficamente por un cambio. El gobierno no solo se había robado las elecciones, sino que usaría cualquier recurso para reprimir cualquier intento de cuestionar su legitimidad.
Los medios de comunicación (de emisión), controlados en su mayoría por el gobierno, minimizaban o ignoraban los actos de brutalidad. Mientras tanto, las familias de los manifestantes desaparecidos no recibían respuestas. José y Ana veían con horror cómo el país se desmoronaba frente a sus ojos. No había justicia, no había voz, solo el silencio opresivo de un régimen que no estaba dispuesto a ceder el poder bajo ninguna circunstancia.
EL PESO DE VIVIR EN DICTADURA
José y su familia sabían que, después de esas elecciones, Venezuela nunca volvería a ser la misma. La derrota en 2012 no fue solo una derrota política, fue una sentencia para un futuro que parecía desmoronarse sin control. Habían perdido la esperanza de un cambio pacífico, y la represión del gobierno solo intensificó su temor. Las consecuencias de esa elección fraudulenta no solo dejaron un país más dividido, sino que también sellaron el destino de aquellos que, como José, habían creído que la democracia aún tenía un lugar en Venezuela.
Con el tiempo, la situación política se volvió caria vez más tensa.
En 2013, Chávez falleció, y aunque su muerte dio lugar a una muy breve esperanza de cambio, Nicolás Maduro asumió el poder y las cosas no hicieron más que empeorar. Las protestas en las calles, especialmente las de los estudiantes, se tornaron violentas otra vez. José veía las noticias con impotencia, las imágenes de jóvenes golpeados, detenidos, y, en algunos casos, asesinados o torturados brutalmente por las fuerzas de seguridad del Estado.
José no podía evitar imaginarse a sus hijos en el lugar de los jóvenes que habían sido reprimidos brutalmente en las calles de Caracas. Recordaba las imágenes en la televisión: estudiantes corriendo, dispersados por gases lacrimógenos, otros golpeados y arrastrados por la Guardia Nacional. Se le formó un nudo en la garganta al imaginar a sus hijos podrían pasar por lo mismo en el futuro.
LA NOCHE EN QUE EL MUNDO SE DETUVO
El verdadero golpe llegó un día en el que José regresaba del trabajo, agotado como nunca. Había estado trabajando más horas de las que su cuerpo podía aguantar, buscando compensar las deudas que se acumulaban y tratando de mantener su mente ocupada para no pensar en los rumores que se estaban esparciendo.
Ese día, mientras caminaba hacia su carro estacionado en una calle poco transitada, la ansiedad pesaba sobre sus hombros como una carga imposible de soltar.
Era tarde, ya había oscurecido, y aunque la calle estaba en calma, José no podía evitar sentirse inquieto. El cansancio le nublaba los sentidos y los rumores le resonaban en la cabeza como una alarma silenciosa.
Había aprendido a ser precavido en Caracas, pero esta vez estaba distraído, hundido en sus pensamientos. Fue entonces cuando escuchó, casi sin darse cuenta, el sonido rápido y constante de unos pasos que se acercaban a toda velocidad.
El corazón le dio un vuelco. Trató de girar para ver quién venía, pero antes de que pudiera reaccionar, sintió el frío helado del cañón de una pistola presionando contra su espalda.
- "No te muevas", susurró una voz áspera, tan cerca de su oído que sintió la humedad del aliento ajeno en la nuca. El cuerpo de José se tensó de inmediato, paralizado por el miedo.
El mundo a su alrededor se esfumó; no había más sonido que su propia respiración acelerada y los latidos frenéticos de su corazón martillando en sus oídos.
Quiso girarse, hacer algo, pero el cañón de la pistola lo mantuvo en su lugar, como una sentencia fría e inapelable. Intentó abrir la boca para decir algo, pero las palabras se atoraron en su garganta. Era como si su cuerpo entero se negara a obedecerle.
- "Te quedas quieto, ¿entendiste?" gruñó la voz otra vez, con un tono que no dejaba espacio para dudas.
José asintió lentamente, tragando el miedo que le quemaba la garganta. Sentía los dedos sudorosos sobre las llaves, todavía apretadas en su mano, pero sabía que intentar cualquier cosa sería una locura. En ese momento entendió que los rumores no eran simples historias. La cacería había comenzado, y él era el siguiente en la lista.
Sin ni siquiera poder dar tiempo de pensar, alguien le cubrió la cabeza con un saco negro.
- "No te alteres, cálmate que sino te mato", le susurró una voz áspera al oído mientras lo empujaban hacia el interior oscuro de una camioneta que frenó de golpe al lado de ellos. No podía ver nada, pero sentía los acelerados latidos de su corazón mientras el vehículo avanzaba por las calles de Caracas.
Durante horas, José no supo dónde estaba. Lo llevaron a un edificio aislado, y cuando le quitaron la bolsa de la cabeza, lo enfrentaron hombres con rostros endurecidos por el poder y la violencia. Lo obligaron a sentarse en una silla mientras le ataban las manos.
- "Sabemos quién eres y con quién estás trabajando", dijo uno de ellos, un hombre de mediana edad con un tono que exudaba autoridad. "Ya nos viste las caras, no estamos jugando, y te lo vamos a dejar claro".
José trataba de mantener la calma, pero su mente estaba en su familia.
- "¿Qué quieren de mí?", preguntó, tratando de no mostrar el miedo que le recorría el cuerpo.
- "Sabemos que tienes vínculos con la oposición. Si sigues metiéndote en lo que no te importa, vas a terminar peor que esto", dijo otro hombre, mientras lo golpeaba en el abdomen y una serie de ganchos en la mandíbula.
El tipo, con los ojos desorbitados y una sonrisa torcida, se le acercó tanto a José que podía oler el sudor y el aliento agrio, como si estuviera drogado o fuera de sí. Le soltó una carcajada seca, como si disfrutara del momento, y luego susurró con malicia: - "Mira, pana, esto no es un jueguito. Sabemos dónde vives, sabemos dónde trabaja tu mujer en ese colegio, y hasta la hora exacta en que salen tus muchachitos de clase... ¿Te queda claro?".
José sintió que el miedo le atravesaba el cuerpo, pero el tipo continuó, riéndose entre dientes, - "Aquí no hay pa'andarse con cuentos. No me jodas".
Las amenazas continuaron. José sintió que el miedo lo invadía completamente. Cada palabra era una daga clavada en su mente, y las imágenes de su familia en peligro lo paralizaban.
- "Deja de trabajar con ellos, deja de reunirte con esos traidores. Si no, te aseguramos que no habrá un próximo aviso", dijeron antes de lanzarlo al suelo, desatado, con el cuerpo dolorido y el alma destrozada.
Pasaron las siguientes horas, que se sintieron como una eternidad, dando vueltas en la camioneta, José no podía ver nada, sólo sentía los golpes y empujones que le dieron sus captores, con la advertencia retumbando en su cabeza.
Luego de pasar la mayoría de la noche, la camioneta frenó de golpe y empujaron a José hacia la calle.
Con la cabeza todavía cubierta por el sucio saco de tela que apenas le dejaba respirar, José sabía que le estaban apuntando, sabía que su vida pendía de un hilo. Su corazón latía a mil, cada latido un martillazo en su pecho. Con las manos en alto, obedeció cada orden sin cuestionar, sabiendo que un solo movimiento en falso podría costarle la vida.
Escuchó el sonido metálico inconfundible de un cargador encajando en la pistola.
Clack-Clack.
Sabía exactamente lo que eso significaba: estaban listos para dispararle si lo deseaban. Un sudor frío le bajó por la espalda y sintió las piernas flojas, como si en cualquier momento fueran a fallarle.
- A ver, pendejo, ¿prefieres que esto termine rápido o vas a cooperar? -gruñó uno de ellos. Otro, más lejos, se reía con un tono burlón.
- "Ya no queda mucha gente a quienes le den 'segundas oportunidades'" dijo entre risas. Luego se acercó y le dio una palmada en la espalda, como si estuvieran jugando.
José temblaba, pero se mantenía quieto. Sabía que cualquier cosa que hiciera podía desatar el peor de los escenarios. El tiempo parecía dilatarse, cada segundo pesaba como una eternidad. De pronto, sintió cómo lo empujaban bruscamente hacia hacia atrás, haciéndolo tambalear y caer sentado en el piso.
- "La próxima no te salvas, ¿oíste?" gruñó uno de los tipos. Luego escuchó el clic del seguro de la pistola, un sonido que le retumbó en el alma.
- "Nos estamos viendo, opositorcito. No va a haber otra advertencia". La burla venía acompañada de una risa fría, como la de alguien que disfrutaba del miedo ajeno.
José sintió cómo el aire se llenaba del rugido del motor de la camioneta mientras arrancaban. El sonido de las ruedas chirriando contra el pavimento fue lo último que escuchó antes de que la nube de polvo lo envolviera. Se quedó allí, inmóvil, con el saco aún sobre la cabeza, respirando con dificultad. Sabía que, aunque lo habían dejado ir esta vez, el mensaje era claro: no iba a haber una próxima vez.
Temblando del miedo pero aliviado al mismo tiempo, se quitó la cobertura de la cabeza y vio a sus alrededores, sabía donde estaba, la Cota Mil, una de las autopistas principales de Caracas, que se encontraba al pie del Ávila, la montaña mas icónica del país.
Luego de pasar un tiempo sentado en la acera, asimilando lo que acaba de pasar, José caminó adolorido y despojado de todas sus pertenencias por unos cuantos kilómetros hasta encontrar una parada de taxi que lo llevó a casa.
Cuando llegó a casa esa noche alrededor de las 4 de la mañana, Ana lo vio entrar tambaleándose, pálido y con el rostro marcado por el cansancio y el terror.
- "¡No sabia qué hacer!", gritó Ana sollozando y corriendo a abrazarlo con fuerza, pero pudo sentir como su cuerpo temblaba.
José no supo cómo empezar. Su corazón aún latía con fuerza por el pánico que había sentido momentos antes. Se sentó en el borde del sofá, cubriéndose el rostro con las manos.
- "No puedo... no puedo ni empezar a contarte, Ana," dijo, su voz quebrándose. "Me agarraron de la nada, ni lo vi venir...".
Ana lo miraba, horrorizada.
- "¿Te lastimaron'". José asintió levemente, no quiso decir más sobre ese tema.
- "...pensé que ya no los iba a volver a ver mas nunca." dijo aguantando las lágrimas.
Ana se cubrió la boca, sin poder contenerse.
José miró a su esposa, con los ojos llenos de dolor.
- "Esto ya no es el país donde crecimos, Ana. Nos están cazando, y ahora sé que no estamos a salvo en ningún lado. No puedo seguir fingiendo que todo va a mejorar. Estoy asustado. Asustado por nosotros, por los niños...por lo que va a pasar".
Esa noche, José no pudo dormir. Se quedó sentado en la sala, mirando por la ventana, escuchando los ruidos lejanos de una ciudad rota, mientras Ana intentaba calmarse en el dormitorio.
Sabía que no podían seguir así mucho tiempo más.
A partir de ese día, la vida de José y su familia cambió. Sabía que no había lugar seguro para ellos en Venezuela. El gobierno estaba dispuesto a todo, y él no podía arriesgar la vida de su familia. Había llegado el momento de tomar una decisión: escapar del país, buscar una nueva vida lejos de la represión, del caos y del miedo constante.
Pero la idea de dejar su hogar, su país, no era fácil. Aun así, sabían que ya no tenían opción.
¡Decidimos unirnos y alzar nuestra voz por la libertad de Venezuela!
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