EL Rincón de Yanka: LIBERTINAJE

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martes, 8 de febrero de 2022

"LA RELIGIÓN DE LA LIBERTAD" por YESICA GRILLO 🗽


"La Libertad sólo se encuentra en el amor de Dios". 
San Vicente de Paúl

"La raíz de la libertad se encuentra en la razón.
No hay libertad sino en la verdad". Santo Tomás de Aquino

"La libertad no consiste en hacer lo que se quiere, 
sino en hacer lo que se debe." 
 Ramón de Campoamor

Decía Castellani: “La libertad es una palabra, muy hermosa, por cierto; pero escrita con mayúscula se convierte en un ídolo”.

La exaltación de la libertad no es algo nuevo, está claro, pero sí es novedad el punto que ha alcanzado en la actualidad. El padre Castellani, como muchos otros autores sensatos, hablaba de una “religión de la libertad”.
Antaño se idolatraban fenómenos naturales, objetos, animales, entre otras tantas cosas que eran endiosadas y elevadas al rango de divinidad, debido a la necesidad humana de la trascendencia.
La libertad, sin embargo, no está catalogada dentro de ninguno de los elementos antes mencionados. ¿Entonces? Generalmente la idolatría se daba hacia algo que se encontraba fuera del hombre, pero con el advenimiento de solipsismo, las nuevas corrientes filosóficas bajadas, muchas veces malintencionadamente, al común de la gente, el hombre empezó a meterse cada vez más en sí mismo, dentro de sí y a dejar atrás todo vestigio de realidad externa.

¿Qué hay dentro del ser humano? ¿Qué es lo más propio del hombre?

Francisco Larroyo lo resume muy bien:
“El alma vegetal tiene un apetito encaminado a desarrollarse y conservarse. En los animales se da, al lado de este, un apetito sensible. En el hombre lo característico es el apetito intelectual, que coexiste, bien que, subordinándolos, con los apetitos sensible y de conservación. El querer humano emana de la esencia del alma por mediación del entendimiento”.
Lo propio del hombre es la razón, la razón y el querer libre. Es decir, la voluntad y su libre albedrío. Sigue Larroyo: “la voluntad es iluminada por el entendimiento y el libre albedrío es don y privilegio del espíritu. Doquier haya espíritu, tiene que haber libertad. Solo al hombre es dable superar en este mundo el instinto, propio de la desnuda sensibilidad”.

El hombre es entonces libre, es libre porque es inteligente.

Pero ¿Cómo llegó el hombre a esta “religión de la libertad” de la que hablaba Castellani?

Si analizamos muy superficialmente y de modo breve, el camino de la humanidad en este aspecto, como decía anteriormente, primero el hombre idolatraba objetos, animales, fenómenos naturales, etc. Tenía muchos dioses, luego pasó a tener un solo dios. Y más tarde el Cristianismo llevaba al monoteísmo al culmen de su expresión. Una vez allí comenzó a volver su mirada hacia sí mismo, pero no como una creación divina, sino con una mirada rebelde. El hombre mirando cada vez más hacia adentro. Y como es lógico, con lo primero que se encontró es con la razón, porque es lo que le es propio, por ello apareció en escena la famosa “diosa razón” del siglo de las luces.

Pero no se quedó allí, siguió su camino, llevándose todo por delante, incluso su propia esencia. La exaltación de la razón lo hizo llegar hasta un nivel de idealismo tan extremo que finalmente se creyó incapaz de usar esa razón, se creyó incapaz de conocer las cosas como son.
La idea de que el ser humano no puede conocer verdaderamente algo extra mental, sino que, por esta imposibilidad, construye fenómenos y en base a estos, objetos de conocimiento. La “realidad real” está ahí o no, no lo sabemos, quedó atrás, en una penumbra en la cual es mejor no meterse. Si no puedo conocer esa realidad o si no existe, entones lo que nos queda es construir una, crear una realidad a nuestra medida. Lo que no midieron fueron las consecuencias…

El ser quedó relegado al nivel de la superstición, la oscuridad en el horizonte de una verdad segura, llevó al hombre a creer entonces que no existía algo esencialmente dado. Mientras que para los clásicos lo propio del hombre era ser un animal racional, es decir que la razón era la distinción propia. Para los modernos eso era, como mínimo, algo de lo que había que sospechar. Luego la sospecha misma era la regla.
Más tarde vinieron los existencialistas que proponían que, como no había ninguna esencia dada (o no se podía conocer), lo que en realidad sucedía era que la esencia se iba formando a medida que avanzaba la vida. Es decir, se generaba única y exclusivamente, a través de las experiencias y lo que libremente la persona elegía. La humanidad es pura existencia libre. Está ahí, como decía Sartre, arrojada en el existir con la tarea de “crear” su propia esencia a base de sus elecciones libres. Primero es la existencia después la esencia. Y como estandarte: la libertad.

¿Pero qué libertad? ¿Aquella libertad que debía elegir un bien en base a lo que la razón le mostraba? No, lo que se exalta es una libertad desarraigada de la razón. Porque esta razón ya no es lo propio del hombre. Y porque la razón le pone un límite de sensatez a la libertad. Y el nuevo hombre no admite límites. “Puede ser lo que quiera ser”.
El ser humano eliminó entonces las esencias, vació al hombre de la suya -que es la razón- y se quedó solo con la libertad, pero una libertad transformada.
A simple vista no parece algo perjudicial en sí, pero si entramos en el corazón del asunto, los nuevos hombres juegan a ser creadores, una especie de dioses devaluados, primero la humanidad en general endiosada y ahora cada uno un dios para sí mismo. La locura es total.

Como estas elucubraciones parecen siempre muy alejadas de la realidad que nos toca vivir, me gustaría dar dos ejemplos concretos de las consecuencias que todo esto trajo para la humanidad, (en primera persona para que quede más claro):

Si primero existo y después con mis experiencias y decisiones libres adquiero una esencia, entonces puedo decir que no soy una persona hasta que vaya adquiriendo experiencias y tome esas decisiones. Por consiguiente, sería lícito que alguien me asesine en el vientre de mi madre, ya que yo aún no tuve ninguna decisión libre, por lo tanto, aún no me creé a mi misma. No tengo esencia, aún no soy nada. Sin embargo mi madre si tiene sus propias decisiones, puede hacer uso de su divina libertad y matarme antes que nazca, si así le place. Aborto.

Si primero existo y después con mis experiencias y decisiones libres adquiero una esencia, entonces puedo ser lo que yo quiera ser. Que en un principio y dicho así, no parece tener nada de malo. Pero si lo llevamos al extremo de la actualidad: yo puedo haber nacido biológicamente mujer, pero como nada de lo que me viene dado, es realmente, o no lo puedo conocer con exactitud, entonces voy a crear un ser, el ser que yo quiera y decida. En principio puedo querer ser un hombre, por ejemplo. Pero si sigo con esta lógica puedo querer ser cualquier otra cosa siguiendo solo mi deseo, puedo querer ser un animal o hasta incluso un objeto. O teniendo objetivamente 40 años, puedo querer ser un niño de 12. Y así podríamos seguir hasta el infinito. Ideología de género.

La libertad exaltada, no tiene límites aquí. El deseo ciego puede llevar al sujeto a actuar sin medir las consecuencias, puede llevarlo a actuar dirigiéndose a un fin que aparenta ser algo bueno, pero hasta colisionar de lleno contra la puerta de la realidad. Porque la voluntad hoy está como ciega, no ve o no quiere ver, camina y avanza desenfrenadamente llevándose todo consigo.
La religión de la libertad y el eslogan moderno de “ser lo que quiera ser” tal vez termine destruyendo al propio hombre. Como dice Lewis “La conquista final del Hombre ha demostrado ser la abolición del Hombre”.

lunes, 9 de agosto de 2021

LIBRO "MALDITOS LIBERTADORES": HISTORIA DEL SUBDESARROLLO HISPANOAMERICANO 🌍🌎

MALDITOS LIBERTADORES
HISTORIA DEL SUBDESARROLLO HISPANOAMERICANO


En la historia de América Latina hay un lugar común compartido por todos los análisis, con independencia de la ideología desde la que operan, y es que la responsabilidad del subdesarrollo del continente proviene de la época colonial y su protagonista, el malvado Imperio español. Pero en historia y geopolítica no hay ni imperios malvados ni benevolentes, solo imperios que ejercen el imperialismo. Este interesado relato, más que historia, es un mito inventado por las oligarquías para perpetuarse en el poder y que les sirve de pretexto para esconder su culpabilidad en todos los horrores que han provocado desde el momento mismo en que tomaron el poder. Un mito exitoso, debe admitirse, pues fue asumido de forma acrítica por las izquierdas, que, de esa forma, se convirtieron en justificadores de las barbaridades de las oligarquías latinoamericanas, desde el siglo XIX hasta el presente. De ese modo, las oligarquías han podido mantener inalterable el statu quo nacido de la independencia, es decir, el modelo neocolonial, que facilita el expolio de sus países por la potencia de turno a cambio de apoyarlas en el control de los países y en la salvaguarda de su obscena acumulación de riqueza.
De esos mitos y de sus consecuencias trata este Malditos libertadores que, analizando, desde los extremos hasta el centro, la labor de libertadores como Simón Bolívar, pasando por dictadores como Pinochet, hasta dirigentes políticos como Jair Bolsonaro, nos invita a mirar al pasado para desenmascarar la "versión oficial" y pensar el futuro del continente latinoamericano. Augusto Zamora R. reivindica el derecho de la memoria que se le ha negado al pueblo latinoamericano para que este pueda marcar un nuevo rumbo que ayude a corregir esta situación.

El libro denuncia la falsificación y falta de rigor histórico sobre el papel de la Corona castellano-aragonesa en las colonias.


Para entender el definitivo fracaso histórico de la revolución en Cuba, un fracaso, el del castrismo, que en el fondo no deja de constituir un apéndice del fracaso colectivo de América Latina, hay un libro escrito por un izquierdista inteligente que los derechistas inteligentes deberían conocer. Se titula "Malditos libertadores" y su autor, Augusto Zamora, antiguo embajador de Nicaragua en España, confiesa haber empleado los últimos treinta años en demoler el mito más definitivamente sagrado de Latinoamérica: Simón Bolívar. Así, en Malditos libertadores la responsabilidad última de la ecuménica miseria secular de las masas latinoamericanas recae en aquellos falsos libertadores a sueldo todos del Imperio Británico, los grandes caciques de las oligarquías parasitarias criollas, con Bolívar a la cabeza, que conspiraron contra España no para liberar a nadie, sino para entregar las nuevas repúblicas al dominio económico inglés a cambio de que Londres los mantuviera en el poder contra la voluntad y los intereses de sus pueblos. He ahí el origen de todas esas economías tan ajenas a la racionalidad capitalista, las de esos Estados volcados en el monocultivo, exportadores crónicos de primeras materias e importadores, también crónicos, de absolutamente todo lo demás. Ya fuese el grano de Argentina, el cobre de Chile o el azúcar de Cuba. Un modelo económico neocolonial que la clase de los parásitos como Bolívar impuso al conjunto del continente.

La vieja izquierda de antes, la de Zamora, aquélla que reconocía su señas de identidad en lo económico, que no en la causa lgtbi o en el feminismo de tercera generación, ubicaba ahí la causa última del fracaso de Latinoamérica. Y en lo fundamental tenía razón. Pero Cuba no tiene excusa. El castrismo pudo romper esas cadenas del subdesarrollo perpetuo. Sin embargo, ni lo intentó. Los Castro, por el contrario, se limitaron a cambiar de cliente. Dejaron de vender azúcar a Estados Unidos para seguir vendiendo azúcar, solo que a la Unión Soviética. Azúcar antes de la evolución y azúcar después de la revolución. Siempre azúcar. El mismo modelo de la oligarquía ineficiente y parasitaria de siempre, pero envuelto en una bandera roja. Y cuando se acabó la Unión Soviética, otro monocultivo exportador. En lugar de azúcar, turismo. Y en lugar de rusos controlando el sistema desde Moscú, hoteleros españoles amparados por el Gobierno de Madrid. ¿Por qué Fidel no intentó nunca industrializar la isla con el apoyo soviético para tratar de convertirla en un país, como los desarrollados, dotado de una economía diversificada e independiente? Seguramente porque, y en lo más profundo de su ser, seguía habitando otro viejo oligarca criollo como Bolívar. Lean el libro.

A comienzos de 2020 vio la luz el nuevo libro del experto en geopolítica Augusto Zamora, cuya segunda edición ha aparecido este verano. El autor reconoce que se ha peleado con esta obra durante tres décadas, lo cual es totalmente comprensible por el tema que trata. Malditos libertadores no es un libro que simplemente pretenda señalar cierta sucesión de acontecimientos pasados de la historia de Latinoamérica. Se trata de un alegato político contra un fenómeno histórico, las independencias, y su legado, los estados subdesarrollados actuales.
No obstante, este libro llega en momento oportuno. Con exigencias a España de petición de perdón a los pueblos precolombinos; con extraños sentimientos de culpabilidad por un lado e intentos de blanqueamiento de la leyenda negra española en clave chauvinista imperialista, por otro; con modas antiilustradas y destrucción de estatuas históricas; por no hablar de la apropiación de la izquierda del siglo XXI de las figuras de los «libertadores», conviene aclarar una parte de la historia de América Latina que ha sido distorsionada de manera interesada.

Malditos libertadores, debe advertirse, no es una defensa del imperialismo español y las colonias americanas. Su tesis central consiste en que las independencias lideradas por oligarcas criollos vendieron a bajo coste sus países al imperialismo inglés y después estadounidense –«del bombín británico al sombrero tejano»–, con la intención de mantener sus privilegios de castas parasitarias frente a la reforma liberal que se comenzaba a dar en la metrópoli. Esos «iluminados aventureros», aprovechando la inestabilidad que sufría España tras la invasión napoleónica, se enzarzaron en guerras civiles, primero contra realistas –con ayuda financiera y militar anglosajona– y después entre distintos grupos dominantes locales por la rapiña de los restos del imperio colonial español. Quedaron, pues, estados débiles y étnico-socialmente segregados, en manos de una elite acomplejada, sumisa a los poderes extranjeros, profundamente racista con negros esclavizados e indígenas –víctimas éstos dos últimos de una cruel política expoliadora y de limpieza étnica– y con una política económica extractiva pasiva, sin ningún interés por el progreso industrial y la autosuficiencia económica, sin contar la pérdida de territorios frente a Brasil o Estados Unidos. Los distintos grupos étnico-sociales que se sumaron a los ejércitos libertadores no encontraron con su triunfo ninguna libertad; se mantuvieron sometidos a la tiranía de las castas terratenientes, teniendo que vender su fuerza de trabajo mediante una esclavitud encubierta. Estados y dirigentes, en definitiva, que se doblegaban ante una empresa hortofrutícola gringa.

Dos excepciones cabría señalar, según el autor: Cuba y Puerto Rico. Debido a su permanencia bajo control español, disfrutaron más tiempo de estabilidad y cierto progreso, antes de la invasión de EE UU. Augusto Zamora recalca importantes diferencias entre el gobierno español y los gobiernos de las nuevas repúblicas. El interés por la ciencia, la formación y el progreso industrial que cada vez estaban más presentes en las colonias españolas desaparecieron en los nuevos estados. A ojos del autor, los más perjudicados por las independencias no fueron los peninsulares sino los propios pueblos americanos fragmentados. La América española está marcada por enormes azotes de muerte –la mayoría por enfermedades y no por asesinatos, como muchas veces se piensa– e injusticias sociales y económicas de mano de los conquistadores. No es necesario recordar las infames acciones de otros imperios contemporáneos y posteriores o las mismas repúblicas latinoamericanas; del repudio moral pocos se escapan, y los que suelen atacar historiográficamente al imperio español no pertenecen a familias políticas más respetables. Sin embargo, el periodo colonial español dio también la Escuela de Salamanca, creadora del derecho internacional moderno, precisamente en un contexto de debate sobre el trato a los indígenas y el papel de España en América. Significativo es que frente a los expolios de la oligarquía contrarrevolucionaria tras las independencias, los pueblos indígenas desenterraran las leyes reales coloniales para reivindicar el control y uso de sus tierras tradicionales.

Además de la revisión histórica, para la cual el autor aporta suficientes datos que sustentan su versión, el libro tiene un fuerte componente propositivo. El retrato de la abyecta oligarquía latinoamericana terrateniente y su cobarde proyecto político debería servir para diseñar y acometer un cambio de rumbo drástico. Los países latinoamericanos necesitan coordinación a nivel continental para llevar a cabo una remodelación del sistema económico-social: transitar de la exportación de materias primas a la elaboración de productos con valor añadido, impulso de la investigación científico-técnica (evitando así también la fuga de cerebros), acondicionamiento con buenas infraestructuras de transporte (la ausencia de ferrocarril fue determinante para el subdesarrollo) y una revolución agraria que reparta la tierra y modernice su trabajo. Esta es una tarea que a ojos del autor solo puede emprender una izquierda del siglo XXI consciente de su pasado y apoyándose en estados robustos.
Es aquí donde afloran algunas fallas en su comprensión del capitalismo y, por tanto, de las posibles estrategias políticas. Zamora parece entender por momentos el capitalismo como democracia más espíritu emprendedor. Gracias a la revolución industrial, cuya aparición parece deberse solo a un cambio de mentalidad repentino, se cambia el foco de la producción, de la agricultura a la manufactura, y, voilà, capitalismo. En realidad, la revolución industrial es más consecuencia que causa del capitalismo, el cual empieza a ver la luz a raíz de cambios y conflictos sociopolíticos antes de aquélla. Y es precisamente este el error. El autor reprocha a unas débiles castas latifundistas el no convertirse en capitalistas. Más bien, el no convertir a sus repúblicas en países capitalistas y mantenerlas –insiste a lo largo del texto– precapitalistas. Como si el capitalismo no fuera otra cosa que progreso tecnológico, que emigración del campo a la ciudad, que producción industrial.

El mérito de esta obra, su denuncia de la falsificación histórica de los procesos de independencia, queda tocado por la asunción de una historiografía liberal –la misma, por cierto, que sostiene la «mitología» denunciada en el libro que se comenta– que ve la revolución francesa como una revolución liberal y el capitalismo como un «espíritu» emprendedor aparejado a la democracia. No es así. El capitalismo se ha llevado siempre muy mal con la democracia, para empezar. De hecho, solo convergen en algunos países y ya habiéndose consolidado el capitalismo como modo de producción global. Por otro lado, el capitalismo persiste a pesar de la democracia moderna, artefacto elaborado por el movimiento obrero. La fricción entre ambos no cesa, tal y como refleja el contexto de crisis política actual. El capitalismo, en realidad, parte –en pocas palabras– de la apropiación de unos pocos, y consecuentemente la privación de la mayoría, de los medios de subsistencia, haciendo del trabajo asalariado una obligación física. La producción, bajo estas condiciones, se guía por la competencia en la acumulación de capital, y esto se lleva por delante la dignidad humana y el medioambiente. Conviene que aparezca esta matraca marxista para poder entender mejor cómo se puede salir del subdesarrollo.

El libro sigue una visión demasiado geopolítica y hace falta que entre la cuestión de clase para aclarar algo más la cuestión. Los oligarcas no vendieron sus países a Inglaterra; vendieron sus países a la clase dominante inglesa, al capital inglés. Es importante tenerlo en cuenta para que a la hora de pensar la estrategia política no caigamos en confusiones. Por mucho proteccionismo comercial, apoyo estatal inmenso, financiación científico-técnica, etc., que desarrollen los estados latinoamericanos, no podrán erguirse como las potencias europeas hicieron durante los últimos siglos. Para que haya capitalismo se requiere de la explotación y sometimiento de grandes conjuntos de tierras y población humana. Si los estados latinoamericanos quieren convertirse en potencias capitalistas, deberán hacerlo en otro planeta. Además, quienes exprimen Latinoamérica no van a renunciar a ese pedazo de tierra y manos, pues su riqueza depende de ella. Para que haya un norte global o un centro rico y hegemónico ha de existir un sur global o una periferia subalterna, (por utilizar una terminología de autores que, por cierto, también extravían la cuestión de la clase en sus análisis).

Es cierto que el autor no pretende una vuelta al capitalismo europeo decimonónico para América Latina. Más bien aconseja seguir la estela de las economías emergentes asiáticas, en sintonía con la fascinación actual por la inminente hegemonía mundial china. Demasiado geopolítico. Pero no es posible tampoco. El desarrollo de países como China responde a una coyuntura mundial específica, y su papel en la economía mundial ha sido funcional –salvífico– a la dinámica de acumulación capitalista. Esto no quita que la autosuficiencia alimentaria y la modernización tecnológica sean indispensables para el progreso del subcontinente americano. Sin embargo, fuera de un camino socialista global, es iluso pensar en progreso latinoamericano. Ni África, ni Latinoamérica, ni la gran parte de Asia llegarán nunca a algo parecido a lo que ha llegado Europa. Simplemente, bajo condiciones capitalistas, no hay pastel para todos.

"Malditos libertadores" no solo nos recuerda los genocidios de indígenas perpetrados por los criollos tras las independencias y sus guerras, el deliberado atraso científico-tecnológico (total, las clases dominantes latinoamericanas siempre estudiarán en el extranjero), la sumisión política y económica a los imperios inglés y yankee, la emigración o la corrupción endémica, todo ello bien documentado con datos, discursos, etc. Sobre todo advierte de que la estructura económico-social de América Latina, diseñada y nacida en las independencias, lleva a perpetuar ad infinitum el subdesarrollo. Debemos enterrar a nuestros libertadores.

Zamora ni maquilla ni justifica la constante de violencia y explotación de las colonias por la Corona pero, con un análisis comparativo del comportamiento de otras monarquías de la época en sus respectivos dominios, desmiente o matiza la mayoría de tópicos. Llega a la conclusión de que, para ocultar el esclavismo, las guerras de exterminio, las matanzas, y los sufrimientos que causaron los “libertadores” a poblaciones indígenas y clases subalternas durante el siglo XIX, la atención se desvió hacia una caricatura de la acción de España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Para ello, aporta datos que dividen los 300 años que van desde el “descubrimiento” (1492) hasta las “independencias” (1810) en dos etapas: unos primeros cien de sufrimiento extremo, expolio intensivo, mortalidad masiva por contagio casual y generalizado de gérmenes y bacterias ante las que los indígenas no tenían defensas biológicas, etc.; y unos 200 años posteriores de estabilidad, creación de una clase acomodada mestiza, y continuidad del expolio, pero denunciado en algunos casos por las propias instituciones de la Corona; con el contrapeso de una actividad legislativa y cultural que incluye el mestizaje. Nada que ver con lo sucedido en las colonias de Francia, Holanda o Inglaterra. 

¿Quiénes fueron esos “libertadores” que Zamora maldice? Según qué fuentes se pueden llegar hasta unas 38 figuras históricas de las que destacan diez: 
Francisco de Paula Santander, José Antonio Páez, Andrés de Santa Cruz, Antonio José de Sucre, Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O'Higgins, Francisco de Miranda, Agustín de Itúrbide, y Pedro de Braganza (en Brasil). 
A los que se añade, según fuentes, a Thomas Alexander Cochrane, alias Lord Cochrane, un marino relacionado con la corona y las empresas inglesas y vinculado a la independencia de Perú, Chile, México, Brasil…, y Grecia. 

Pero a Augusto Zamora no le interesan los personajes, sino las características sociales que comparten unas élites “libertadoras” formadas, en su casi totalidad, por hacendados y criollos ricos, sin formación intelectual (aunque varios habían residido en Europa), que imitan las políticas de Francia e Inglaterra y que aplican, sin analizar sus consecuencias, las teorías económicas del liberalismo y el libre comercio. Zamora los considera una clase parasitaria pre-capitalista, dedicada a amasar riquezas, no a crear estructuras que consoliden los países que “liberan”, y los compara desfavorablemente con las élites de las colonias inglesas de América del Norte (o las de Alemania e Italia) cuando se independizan; además define unas constantes que se mantienen hasta la actualidad, y lo remacha mostrando la excepción: el progreso de la Cuba no-liberada hasta su independencia (totalmente diferente) en 1898. Zamora incide en el “libertador” más mitificado, Simón Bolívar. Para desmitificarlo reproduce parte de un documento poco conocido, la Carta de Jamaica, donde Bolívar expone su visión de una América Latina subordinada a Europa, especialmente a Inglaterra. La trayectoria de Bolívar ya había sido analizada en una breve biografía de 1857 poco conocida, que Zamora no menciona, Bolívar y Ponte, escrita por Carlos Marx para la New American Cyclopaedia. 

El libro detalla el cúmulo de desastres económicos, sociales, políticos, militares y humanos provocados por las élites oligárquicas tras la “independencia”, que comprende guerras de exterminio contra los indígenas, en Argentina (1824–1826), Uruguay (1823), o Chile (1860-1885); guerras entre las élites por los recursos; la compra a crédito de productos básicos (o suntuarios) en el siglo XIX, créditos cuyos intereses se pagan durante décadas. Destaca el caso más brutal ―también expuesto por Galeano―, de la guerra de la Triple alianza (Brasil, Argentina y Uruguay) contra Paraguay, guerra financiada e impuesta por Inglaterra que entre 1864 y 1870 destruyó casi totalmente Paraguay y exterminó (según fuentes) entre un 70 y un 80% de su población; todo ello debido a que la solidez económica, bienestar social y estabilidad del país (dirigido por un dictador) eran un obstáculo para la expansión comercial de los productos ingleses. Aún hoy, Paraguay no ha podido superar las consecuencias de esa guerra. 

Zamora analiza constantes que llegan hasta la actualidad, con interesantes y provocadoras analogías históricas, como las que se dan entre Bolívar respecto a Inglaterra en 1810, y Juan Guaidó respecto a los EE.UU. en 2019. Analogías entre el “caos creativo” que Inglaterra impone en América Latina en el siglo XIX, alentando y financiando guerras entre las élites oligárquicas, mientras firma contratos de explotación de recursos con todos los bandos en conflicto, y el que imponen los EEUU o la UE del siglo XXI con los recursos energéticos mundiales; o el uso de la palabra “revolución”, entonces por la “independencia”, y hoy por la “libertad”. Todo financiado, tanto entonces como hoy, por los poderes habituales, y con las víctimas habituales. Estamos ante un libro crítico, molesto para un cierto progresismo de visión naif y análisis de brocha gruesa, que oculta tras discursos simplistas globales su incapacidad de abordar cambios materiales locales. 

Libro al que, acaso, le aguarda el mismo destino que a otras obras críticas: 
el linchamiento en las redes ¿sociales? sin debatir su contenido. Otro libro recomendable.


"No hay buena fe en América, ni entre las naciones. Los tratados son papeles; las constituciones libros; las elecciones combates; la libertad anarquía; y la vida un tormento discordante anarquía, monstruo sanguinario que se nutre de la sustancia más exquisita de la república, y cuya inconcebible condición reduce a los hombres a tal estado de frenesí, que a todos inspira amor desenfrenado del mando absoluto, y al mismo tiempo odio implacable a la obediencia legal-.
V. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. 
1°. La América es ingobernable para nosotros. 
2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 
3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 
4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 
5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 
6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América". Carta dirigida a su amigo Joaquín Mosquera, quien después sería vicepresidente de la Nueva Granada.


lunes, 14 de septiembre de 2020

LIBRO "LA HEREJÍA COMO DOGMA": ENSAYO APOLOGÉTICO DE LA HISTORIA DE OCCIDENTE Y EDUCAR LA LIMITACIÓN FRONTERIZA ⛙⛜⛞🚦🚧🚫

Ensayo apologético de la historia de Occidente

Transgresión de los límites
"Hay formas correctas de estar y actuar en el mundo, otras que lo son menos y otras que no lo son en absoluto" y, con el apoyo de C.S. Lewis, que es muy necesario saber y defender que "ciertas actitudes son realmente verdaderas y otras realmente falsas". En consecuencia, tenemos derecho a conocer la verdad -y el deber de intentarlo, añadiría yo-, pues que no todo vale.

Macario Valpuesta ha volcado en este trabajo de madurez todo su conocimiento sobre el sentido del presente. Y lo ha hecho a partir de amplias lecturas, que van desde filósofos clásicos –con especial mención a Tomas de Aquino- a historiadores, literatos, poetas. Es decir, lo que conforma el bagaje de un hombre culto de nuestro tiempo y de todos los tiempos.
Entrados ya en materia, el concepto de herejía, digamos secularizado, hace referencia a todo lo que tenga que ver con la transgresión de los límites, la infracción de las normas, la distorsión de los cánones, la confusión de las ideas, la manipulación de los sentimientos, la tergiversación de los hechos. Es decir, que las herejías son esas ideas que se han vuelto locas, esas ideas –las ideas también condicionan la vida de las personas- que han evolucionado contra el modelo, el sistema desde el que nacieron para volverse contra su origen.
De ahí que, acertádamente, nuestro autor haga un análisis en profundidad, desde un método de carácter histórico, no solo historicista, de los períodos de la “reforma” protestante, la Ilustración, las herejías de la revolución social y los herejes post-modernos.
Comprender nuestro mundo 
Lo que sin duda debemos agradecer es que no haya caído ni el tremendismo, ni en el pesimismo antropológico, ni en la apocalíptica. Está claro que el concepto al que llega, digamos el término ad quo, es el de decadencia.
Simplemente bucea en el realismo de intentar comprender nuestro mundo y nuestra historia desde sus orígenes, con un método que pretende ir a la raíz de los fenómenos antropológicos, sociales y culturales. Estamos por tanto hablando de un libro de teología de la cultura, mejor dicho, de filosofía de la cultura.

Sobre "La herejía como dogma", nos dice el autor: 

“Nuestra postura -la defensa de la ortodoxia- se basa en una noción muy simple que todavía es aceptada por el buen sentido popular, aunque cada vez está más erosionada en nuestro ambiente, a saber: que hay formas correctas de estar y de actuar en el mundo, otras que lo son menos y otras que no lo son en absoluto. Siguiendo a C.S. Lewis, pretendemos defender “la doctrina del valor objetivo, la convicción en que ciertas actitudes son realmente verdaderas, y otras realmente falsas”, que no todo vale y que tenemos derecho a conocer la verdad”.
El autor, utiliza el término hereje en un sentido amplio y figurado pues, no en vano, nos dice que “Vivimos en una época caracterizada por el triunfo de la herejía. Los medios de comunicación de nuestros días, los políticos, los artistas, los que dominan en el pensamiento actual son en su inmensa mayoría (aunque muchos de ellos no lo saben) unos herejes de tomo y lomo que, como buenos herejes, están siempre en permanente lucha contra la ortodoxia”

“Este libro, si hoy es útil y necesario para todos, va a serlo mucho más cuando nos introduzcamos en la crisis social que viene, que afectará a nuestro concepto de modelo de sociedad; crisis que además se va a intensificar tras la terrible pandemia del coronavirus que estamos hoy padeciendo.
Pero el autor de este libro, Macario Valpuesta Bermúdez, que tanto que me ha impresionado, ha sido capaz de profundizar aún más en la raíz de la crisis, esto es, en la piedra angular de la que, como él certeramente nos recuerda, deriva toda la organización social: la Teología”

Jaime Mayor Oreja

Loquillo: “Cuando tengas miedo no busques nada nuevo”


DEMASIADO AL ESTE ES EL OESTE (Too East is West)
Proverbio inglés

"El valor de una civilización se mide no por lo que sabe crear, 
sino por lo que sabe conservar"

"El verdadero instrumento del progreso radica en el factor moral." 
Giuseppe Mazzini

Con el paso del tiempo, se ha perdido poco poco algo que estaba muy presente en la sociedad y que es de suma importancia en la crianza de los niños: los límites.

Los límites son la forma en que se relacionan los miembros de la familia entre sí y hacia el exterior. Es decir, son las reglas que definen quién participa y de qué manera en determinado escenario, estableciendo roles y comportamientos definidos para el funcionamiento correcto de la estructura familiar. Salvador Minuchin, reconocido médico psiquiatra y pediatra argentino, es creador de la Terapia Familiar Estructural, teoría en la que define tres tipos de límites:

1. Rígidos
Son interacciones en las que los miembros de la familia son independientes y tienen roles claros, pero hay una mala comunicación entre ellos y son des apegados entre sí. En este tipo de dinámica, los padres son demasiado autoritarios, exigiendo que sus hijos manifiesten pensamientos y conductas que ellos consideran correctas, sin dar lugar al cuestionamiento de tales órdenes.

2. Difusos
Aquí no están definidas las reglas de interacción de manera clara ni precisa, lo que provoca que los miembros de la familia sean muy dependientes entre sí. Por ejemplo, un hijo puede ejercer la función de padre dando órdenes e imponiendo su autoridad. Asimismo, los padres asumen el rol de los hijos, acatando las órdenes que ellos imponen o no haciéndose cargo de éstos.

3. Claros
Las reglas de interacción son definidas con precisión. Los padres indican lo que el hijo puede o no hacer y aunque estos límites resultan definibles, son modificables de acuerdo a la situación. Esta adaptación sería la ideal, pues se amoldan las reglas a un contexto en particular para producir resultados que beneficien tanto a los padres como figuras de autoridad, como a los hijos en su desarrollo personal.

Las modificaciones en la estructura familiar se reflejan en cambios de comportamiento en un miembro de la familia y, en consecuencia, en los procesos individuales de los otros miembros. Se debe ejercer la autoridad sin temor a perder el amor de los hijos, por lo que hay que tomar conciencia de que los padres, más que ser amigos y compañeros de sus hijos, deben ser una guía, un ejemplo y un apoyo.
Tener un niño que conozca los límites en una familia, formará a un adulto que conozca los límites en una sociedad. Es decir, se podrían evitar problemas graves como abuso de drogas, alcohol, conductas sexuales de riesgo, delincuencia, entre muchos otros, si los hoy adultos aprendiéramos sobre los límites en la infancia. Un niño que vive con límites, entenderá que éstos se hicieron para respetarse y sabrá cuáles pueden transformarse y en qué contexto, sin dañar su integridad personal ni la de las personas que lo rodean.

martes, 3 de diciembre de 2019

💀 LA CARA OCULTA DE LA PELÍCULA "JOKER" (GUASÓN): QUÉ PASA CUANDO LA SOLIDARIDAD SOCIAL NO EXISTE EN ESTA CULTURA PROGRE-LIBERTARIA



Qué pasa cuando la solidaridad social no existe
Su mente perversa y enferma, 
víctima de una pinza «progre-libertaria»


Desde su estreno, el Joker de Todd Phillips, que ha consagrado como actor -si es que hacía falta- a Joaquin Phoenix incluso en la compañía de Robert de Niro, no ha dejado de suscitar comentarios e interpretaciones más allá de lo estrictamente cinematográfico. Sobre todo, en torno a su presentación del mal y del crimen. No en vano la película gira en torno al cúmulo de circunstancias que, unidas a una voluntad torcida, terminan "fabricando" un psicópata asesino.
También en ello incide, en un reciente artículo, Sohrab Ahmari al analizar la película en First Things, pero añade una reflexión original, al recordar un hecho que nadie recuerda: 
La "pinza" entre la ideología progresista y la ideología libertaria para vaciar de enfermos mentales las instituciones donde recibían ayuda, en numerosos casos abandonándolos a su suerte.
Joker y nuestra crisis de solidaridad

En estos días, la película Joker ha superados los mil millones de dólares de recaudación en taquilla, convirtiéndola en la película para mayores de 18 años más comercial de todos los tiempos, y una de los estrenos más rentables con un héroe perteneciente a una franquicia como protagonista. Esto indica algo muy profundo sobre la forma y el espíritu de nuestra época. Porque Joker es una película sobre la solidaridad o, más bien, sobre lo que pasa cuando el ingrediente solidaridad es eliminado de la sociedad.
La historia de este personaje, vehículo interpretativo para Joaquin Phoenix, nos cuenta, como todo el mundo sabe, cómo el payaso villano de Batman llegó a ser tan malvado. Situada en la decadente Gran Manzana de los años 70, invadida de criminales, y ocupando un paisaje cinematográfico surrealista situado entre Taxi Driver, el neorrealismo italiano y un vulgar libro de historietas, la película aborda con fuerza el momento que estamos viviendo.

Como Phoenix retorciendo su escuálido cuerpo y riendo y llorando como un maníaco, los hombres y las mujeres de las sociedades progresistas actuales piden a gritos un sentimiento de hermanamiento y amistad, y se encuentran sólo con un sistema que reduce toda relación a una transacción, que fomenta la enajenación y la hipercompetitividad, y que los arropa con palabras virtuales que ofrecen un simulacro de comunión. No es extraño entonces que Joker haya alcanzado al instante el estatus de película de culto, con su antihéroe surgiendo como un avatar para los ejércitos de jóvenes indignados en la red.
Mucho se ha dicho sobre el hecho de que la crítica social de la película no profundiza lo necesario: a Joker le fallan todas las redes de protección social, pero la causa de su desmoronamiento es perder a su terapeuta a causa de recortes presupuestarios en el ayuntamiento. Algunos han lanzado esta crítica contra Joker. Sin embargo, la crisis en el ámbito de la salud mental en las ciudades, en pleno auge durante el periodo en el que se sitúa la película, y que sigue presente de manera muy aguda hoy en día, es una perfecta sinécdoque de nuestra crisis más profunda, la de la solidaridad.
En los años 60, los legisladores estadounidenses empezaron a vaciar los centros psiquiátricos, que atendían a las personas con enfermedades mentales severas y discapacidad intelectual. El desencadenante inicial fueron las historias de horror, que fueron hinchadas por los medios de comunicación, sobre la negligencia y la brutalidad en unos pocos de esos centros, pero pronto la "des-institucionalización" tuvo vida propia y se convirtió en una ideología permanente.
La "pinza" progresista-libertaria

Para los liberales progresistas, la "des-institucionalizacion" tenía que ver sólo con maximizar la autonomía de los enfermos mentales, incluso si esto significaba suspender los cuidados de personas que no se pueden ocupar de sí mismas... y que no son conscientes de que necesitan ayuda. Para la derecha liberal, en cambio, la "des-institucionalización" significaba menos gasto público en salud mental. De este modo, los liberalismos tanto de izquierdas como de derechas trabajaron juntos y dejaron que los más vulnerables "murieran con sus derechos puestos" [alusión a la película Murieron con las botas puestas (1941), de Raoul Walsh], como predijo el psiquiatra Darold Treffert en 1973.

El psiquiatra Darold Treffert publicó en 1973 en The American Journal of Psychiatry un artículo que se hizo célebre, titulado Dying with their rights on [Muriendo con sus derechos puestos], donde consideraba que una excesiva insistencia en los derechos civiles y políticos de los enfermos mentales sin consideración a su derecho al tratamiento y a la protección podía hacerles más vulnerables. El doctor Treffert dirige el Centro Treffert en un hospital católico, donde trabajó durante décadas sobre el síndrome de Savant, siendo llamado como asesor para la película Rain Man (1988), de Barry Levinson, con Tom Cruise y Dustin Hoffman, quien ganó el Oscar al mejor actor por su interpretación de un hombre aquejado de esa enfermedad.

En las décadas que siguieron a la predicción de Treffert, el número de camas para tratamiento psiquiátrico de urgencias a nivel nacional ha descendido en un 77%. En Nueva York, donde está ambientada la película, el número de camas públicas ha caído en picado en un 15% sólo en los últimos cuatro años, y la administración Cuomo quiere cerrar más centros. Las personas sin hogar, los enfermos mentales y a menudo los adictos abarrotan las calles y los andenes del metro, y mueren con sus derechos puestos.
Hasta que la administración Trump tomó cartas en el asunto este año, los antiguos reglamentos federales prohibían a Medicaid que reembolsara el pago de los ingresos de larga estancia de los enfermos mentales. Y a pesar de algunas reformas, los padres de hijos con discapacidad intelectual severa están desesperados porque no consiguen que se les garantice atención médica a largo plazo, a causa, por un lado, de la oposición de los ideólogos progresistas de Washington sobre los derechos de los discapacitados y, por el otro, del férreo control que ejerce la derecha sobre los presupuestos.

¿De qué otra manera se puede describir esta activa y bipartidista abolición de la solidaridad? Todo esto lo podemos ver también en otros ámbitos de la política social, y en Joker se hace alusión a ellos: la liberación de la droga, la liberación del divorcio, la liberación sexual, etc.
Luego tenemos el ámbito económico, en el que la solidaridad americana prácticamente ha desaparecido. Como Christopher Caldwell señaló no hace mucho, el consenso liberal derecha/izquierda le dice a los pobres y a la gente trabajadora (de hecho): "No hemos hecho nada por vosotros, hemos desestabilizado vuestra vida de todos los modos posibles pero ¡hey! al menos vuestro jefe ¡es una mujer transgénero discapacitada!"

Esta es la receta para que surja la rabia social, y Joker lo capta y expresa de maravilla. El personaje de Joaquin Phoenix provoca la rebelión de los célibes involuntarios [incels, involuntary celibate], los indignados y los solitarios. Pero el resultado no es una acción colectiva constructiva ni una afirmación del primado político del bien común, sino que es la anarquía, el saqueo, el robo y el asesinato. Joker es realmente malvado, aunque podamos comprender las raíces de su maldad.
Hay en todo esto una lección para los conservadores liberales y los libertarios empeñados en enterrar los relatos más solidarios del conservadurismo, que cada día ganan más adhesiones. Recientemente, algunos libertarios han ido demasiado lejos y han tachado la propuesta del senador Marco Rubio de un "capitalismo del bien común" como una forma de "fascismo".

Además de ser difamador, es un diagnóstico equivocado de la situación actual. Porque el deseo de solidaridad nunca se puede reprimir de manera permanente. Porque cuando se deja que las fuentes de solidaridad y comunión sanas y razonables se marchiten y mueran, se refuerzan las versiones nocivas y perjudiciales. La elección real a la que se enfrenta la derecha hoy no está entre la visión de Marco Rubio basada en Aristóteles y León XIII y una forma de individualismo perfecto basado en la utopía de Friedrich Hayek. La elección real está entre el conservadurismo del bien común de Rubio y los peligrosos payasos de la derecha alternativa. Y no es tema para risa.
Traducido por Elena Faccia Serrano


Análisis de la película Joker 
de una psicóloga clínica 
especializada en psicología forense.
Para los que estén pensando llevar a sus hijos o dejarlos ver esta película, por favor lean este análisis de una sicóloga. Por lo menos para estar preparados.
Joker es una película de culto a la Psicología Forense y a la Psicología Clinica, que considero todo colega que ostente su SERUM debería ver; sin embargo este film no es apto para menores de 21 años.
Este personaje posee una construcción tan compleja de trastornos mentales que no es apto hasta que el cerebro no haya madurado.
"Si en tu familia tienes hijos de menos de 21 años o menos con la idea de asistir a ver la película “Joker”, lamento sugerirles que no es lo apropiado.
Lo digo no solo como psicóloga clínica, sino como diplomada en psicología forense.

Sociedades como el país más poderoso del mundo se preocupan en no vender alchohol y cigarros a los chicos menores de 21 años, pero los exponen a éstos films tan violentos y reales. ¿Después nos preguntamos por qué tantos tiroteos, asesinos en serie en USA?
Joker tiene la clasificación B15, es decir: sólo mayores de esa edad pueden asistir acompañados de un adulto, pero mi sugerencia como experta en niños y adolescentes, es que no vayan menores de 21. Compréndanlo, el cerebro de la mujer no madura hasta los 21 años, expertos neurocientíficos, aseguran que el cerebro de los varones no termina de madurar hasta los 24 años.

Quien propició la creación de esta versión de Joker no realiza cómics para niños. El mismo director de la película, Todd Phillips, recomendó a México darle la clasificación "C" (sólo para adultos) por lo complejo del personaje qué, como parte de su personalidad trastornada ejerce violencia extrema. Este Guasón no es nada comparado como el que mostró Jack Nicholson a fines de los 80’s del siglo pasado.
El personaje que muestra el actor Joaquin Phoenix trata de darle cierta lógica a una mente torturada, traumatizada y perversa. La mente de Joker ha ido en detrimento a partir de una serie de abusos sufridos desde su infancia, según el guion de Joker.
“Sabemos que la violencia puede ser aprendida y desaprendida (…) es absolutamente necesario que tengamos empatía, pero eso no significa que disculpemos o justifiquemos el comportamiento violento (…)”. Ha manifestado Phoenix.
El tema de la película no es sencillo, ni siquiera aparece Batman, ya que para Joker (el Guasón), el enemigo a vencer es la sociedad en sí misma.
La mente y el desarrollo psicológico de nuestros niños y adolescentes no está diseñada para comprender las complejidades de una mente tan insana y menos cuando van a recibir un bombardeo de imágenes de violencia extrema llevados por un trauma psicológico.


domingo, 6 de octubre de 2019

EL PROBLEMA DE LA TOLERANCIA SOCIAL 👥


El problema de la tolerancia social

"Cuando el relativismo moral se absolutiza 
en nombre de la tolerancia, 
los derechos básicos se relativizan 
y se abre la puerta al totalitarismo" 
Cardenal Ratzinger 

"El pueblo que valora sus privilegios por encima de sus principios, pronto pierde unos y otros".  Dwigth D. Eisenhower

"Benevolencia no quiere decir 
tolerancia de lo ruin, 
o conformidad con lo inepto, 
sino voluntad de bien". 
Antonio Machado
"El relativismo moral, negador de normas 
y valores objetivos, 
es el camino más seguro 
hacia la autodestrucción, 
la frustración, la perversión y la infelicidad". 
Alexander Torres Mega

"La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad". Thomas Mann



La paradoja de la tolerancia es importante en la discusión sobre si hay que establecer límites a la libertad de expresión. Popper afirmó que permitir libertad de expresión a aquellos que la utilizarían para eliminarla es una paradoja. Rosenfeld declara «parece contradictorio extender la libertad de expresión a extremistas que... si triunfan, suprimirían sin dudar las opiniones de aquellos con los que discrepan»

LIBERTAD DE EXPRESIÓN NO ES LIBERTAD DE OFENSIÓN U OPRESIÓN: LIBERTINAJE.

Libertad de Expresión NO ES = Libertad de Ofensión u Opresión: Insultar y denigrar cualquier otro Derecho Humano como la libertad de pensamiento o credo.
El derecho de Libertad de Expresión no puede implicar el derecho de ofender ni atacar ni incumplir otros derechos humanos como los de libertad religiosa o de pensamiento.
Libertad, es entender y aceptar que todos los seres humanos poseemos iguales derechos

* El mundo moderno se parece cada vez más a una inmensa aldea global, en la que se exige la colaboración de todos para el bien común. La coexistencia tolerante entre las diversas razas, culturas y religiones se ha convertido en una necesidad ineludible para nuestra sociedad contemporánea. La ampliación de nuestro horizonte vital ha transformado nuestra actitud respecto a los demás. Cada vez se impone más el respeto, la apertura y el diálogo con el que es diferente, en lugar de su rechazo, el recelo o la sospecha. El problema de la tolerancia, tan viejo como la convivencia humana, va tomando un sentido nuevo en nuestros días.

Frente al sentido que la expresión tenía en la antigüedad (más de aguante pasivo y paciente ante lo considerado como un mal para la propia convicción), la tolerancia se reviste hoy de un alcance más positivo. La tolerancia civil es un elemento constitutivo del ideal de sociedad democrática: se basa en el reconocimiento de la igualdad de todos los hombres, así como en la defensa de sus derechos fundamentales. Pero no son pocos los lugares en los que la Iglesia hoy aparece como la principal –cuando no la única- defensora del respeto a la libertad de las conciencias y promotora de los derechos humanos, a partir de las exigencias del bien común.

* No podemos identificar esta tolerancia, requisito indispensable para la convivencia, con la simple indiferencia doctrinal, es decir, con un relativismo que se adueña de la inteligencia una vez que se renuncia al conocimiento de la verdad, religiosa o moral. Tampoco equivale a la absoluta independencia de nuestra conciencia creada, a la hora de determinar por sí misma lo que está bien o mal: donde impera la duda escéptica se impone no el diálogo fecundo, sino el enfrentamiento de diversas opiniones. La tolerancia no puede consistir en confiar sin más, de manera acrítica, la soberanía a una mayoría muchas veces indocumentada o poco formada, a fin de que decida sobre lo que es bueno o incluso lo mejor.

* Por mucho que el desarrollo de la ciencia y la política haya conducido a un sentido crítico de la autoridad, a la afirmación de la autonomía entre el orden social y el espiritual, así como a una visión desacralizada de esa misma autoridad, no podemos conformarnos con una concepción absolutamente privada (y escondida) de la fe y la religión, como si fuera el único camino para garantizar la convivencia social. Vale que no se deban confundir los órdenes de la realidad ni, por ende, imponer determinados criterios de una creencia particular; pero no se puede dividir la intrínseca unidad del hombre real, que es interior y exterior, individual y social, creyente a la vez que miembro de una sociedad.

* Digámoslo una vez más: la tolerancia civil defendida y reclamada por la sociedad contemporánea, y sostenida también por la Iglesia, nada tiene que ver con un indiferentismo moral o religioso que termina por renunciar al criterio del bien y de la verdad. En la esencia del cristianismo está su dimensión misionera, es decir, el deseo que todos los hombres lleguen al conocimiento de Cristo Dios y se salven, que brota de la firme convicción de haber recibido, en el evangelio, el depósito de la Verdad. Pero hemos comprendido, y está hoy fuera de duda, que la fidelidad a dicha misión no supone el recurso a la violenta imposición. Aun cuando el respeto a la libertad individual lleve consigo la posibilidad del rechazo, o incluso la descarada oposición, ese será siempre el riesgo de la Iglesia, que también Dios ha jugado toda vez que su gracia viene ofrecida al hombre pero nunca impuesta. Lejos de considerar al otro como un enemigo o un competidor, la visión cristiana nos permite descubrir en él un compañero de camino, necesario para construir nuestra civilización.

* Respetar al otro, en su alteridad singular, significa humanizar las relaciones intersubjetivas: el cristiano enriquece esta relación, propia de la virtud de la justicia natural, con el ardor de la caridad sobrenatural. La oferta cristiana no avasalla, sino que ofrece e ilumina los diversos modos de organizar la vida social, dando y reconociendo a cada uno la posibilidad de seguir los dictados de su propia conciencia en libertad. Ahora bien, este espíritu de tolerancia, si quiere ser auténtico o eficaz, debe poder exteriorizarse en un estatuto jurídico y social, o sea, en un régimen de convivencia real. No basta con que no se obligue a nadie a abrazar determinadas posturas o creencias, políticas o religiosas; un régimen verdaderamente tolerante debe favorecer que cada uno tenga libre acceso a la profesión de sus ideas, sin que se vea entorpecido por presiones del tipo que sea.




EL PROBLEMA DE LA TOLERANCIA SOCIAL

La ideología de los derechos humanos. FORJA 113 

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