EL Rincón de Yanka: DEMOGRESCA

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sábado, 26 de octubre de 2024

LIBRO "JAQUE A LA DEMOCRACIA": ESPAÑA ANTE LA AMENAZA DE LA DERIVA MUNDIAL ♖♘♙♜♞♟


JAQUE   A   LA 
DEMOCRACIA

España ante la amenaza 
de la deriva autoritaria mundial


Tras décadas de estabilidad democrática, se están produciendo señales de alarma cuyo ruido cada vez es más ensordecedor. El descontento generalizado provocado por las altas desigualdades sociales, el encarecimiento de la vida o la crispación política se dirigen, cada vez más, hacia el cuestionamiento de los principios democráticos. La presencia de grupos y partidos políticos ultraconservadores cuya finalidad es sacudir los cimientos del consenso es ya una realidad preocupante en cualquier país occidental. Y España no es ajena a esta deriva autoritaria internacional. Con una gran capacidad comunicativa y un atento rigor analítico, Joaquim Bosch nos muestra cuales son los peligros, las dinámicas y los intereses de estos grupos. Desde una firme defensa y reivindicación de los principios democráticos, el autor de La patria en la cartera pone encima de la mesa la necesidad de pensar las carencias para dar con los instrumentos adecuados que nos permitan crecer en calidad democrática.

La democracia y sus enemigos

LAS DUDAS SOBRE EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

Una deriva autoritaria está recorriendo el mundo democrático, en una especie de marcha que puede ser triunfal. Como sucede con cualquier amenaza, surge el interrogante de por dónde puede llegar el peligro. La respuesta no es sencilla, porque la involución no se está desarrollando del mismo modo en todos los lugares. Pero, más allá de los matices o de las particularidades, podemos constatar un rasgo común: los pilares de la democracia representativa puede que se estén agrietando. Empiezan a ser cuestionados, a veces de manera frontal. Quien está preparado amortigua mejor los golpes. 

Hace unos veinte años, las proclamas autoritarias eran consideradas más bien anecdóticas en las democracias. Se trataba de exotismos inofensivos, ubicados en los márgenes del sistema político. Pero esas rarezas pueden ahora volverse mayoritarias, y resurgen miedos que se habían olvidado. En las visiones más pesimistas, vuelven a la memoria documentales en blanco y negro plagados de imágenes turbadoras, con brazos alzados marcialmente, furibundas arengas totalitarias, sufrimiento por parte de todo tipo de víctimas. Las perspectivas más ecuánimes nos advierten más bien de posibles transformaciones en el sistema democrático que podrían hacerlo irreconocible, como si fuera un boxeador con el rostro tumefacto tras haber sido sacudido de manera inmisericorde. 

Después de los convulsos episodios del siglo XX, parecía que la democracia representativa se había instalado en gran parte del mundo como una forma de gobierno consolidada, indiscutida y con una salud envidiable. Tras la caída del Muro de Berlín, Francis Fukuyama publicó un influyente ensayo en el que sostenía que se había puesto punto final a la evolución ideológica de la humanidad, y afirmaba que la democracia occidental se iba a universalizar como forma definitiva del gobierno humano. El mundo libre había triunfado. Aunque las tesis de Fukuyama sobre el «fin de la historia» despertaron un vivo debate, lo cierto es que disfrutaron de una estimable aceptación en el ámbito académico. El sistema democrático se perfilaba como una conquista irreversible. Esa gran victoria de la civilización acabaría por propiciar otros logros en materia de derechos humanos. 

Tras el hundimiento de la Unión Soviética, la democracia había pasado a ser el sistema político dominante en el mundo. En palabras de Yascha Mounk, el sistema democrático «parecía inamovible en América del Norte y en la Europa occidental, y estaba arraigando a pasos agigantados en países anteriormente autocráticos en la Europa del Este y en América del Sur, además de avanzar terreno a muy buen ritmo en naciones repartidas por toda Asia y toda África». Sin embargo, tras el cambio de siglo, todo empezó a complicarse, porque a la felicidad enseguida le salen contratiempos. En los últimos años han surgido síntomas bastante serios de repliegue democrático. En su informe sobre 2023, Freedom House señala que en el ámbito internacional se han constatado retrocesos muy importantes en materia democrática, que se suman al deterioro progresivo y acelerado de las dos últimas décadas. Esta entidad subraya que en 2023 los derechos políticos y las libertades civiles disminuyeron en 52 países, una situación que contrasta con lo ocurrido desde 1974 hasta principios del siglo XXI, cuando se produjo una constante progresión de la democracia en el mundo, según las evaluaciones anuales de Freedom House. 

El impulso renovado de la autocracia resulta inquietante. El retroceso de las libertades en los últimos años implica una verdadera recesión democrática, con incremento de las dictaduras y con un frenazo súbito en la incorporación de nuevas democracias. Y, además, con regresiones autoritarias en bastantes democracias o con reducción de la calidad democrática en las sociedades más avanzadas. En los países que han sufrido una involución —pero aún mantienen estructuras democráticas—, se constatan fenómenos como la vulneración de la separación de poderes, el hostigamiento contra los medios, los ataques a los derechos de las minorías y los zarpazos al sistema electoral para garantizar la reelección. 

Las perturbadoras sacudidas de la última década obligan a reflexiones profundas. La irrupción del trumpismo en Estados Unidos representa un fenómeno que ha conmocionado a los expertos internacionales, por su especial simbolismo, en el Estado más poderoso del planeta, en un país en el que hasta entonces no había habido Gobiernos de signo autoritario. En un ámbito muy distinto, las posibilidades de apertura democrática en Rusia se han evaporado con el autoritarismo creciente del régimen de Putin. 

Los signos de deterioro se han ido sucediendo por todo el mundo. El ascenso al poder en Brasil por parte de Jair Bolsonaro fue una accidentada experiencia, llena de gestos despóticos, soflamas homófobas y prácticas contrarias a los valores de las instituciones democráticas. Turquía había realizado meritorios avances para homologarse a las sociedades democráticas, con expectativas incluso de ingresar en la Unión Europea, pero los sucesivos mandatos de Recep Tayyip Erdoğan la han convertido en un Estado abiertamente autoritario. En el Reino Unido lo más sorpresivo del Brexit fue que la decisión popular se adoptó principalmente a partir de las proclamas xenófobas de la ultraderecha británica, que se impuso a la línea de los partidos tradicionales.

En Hungría y Polonia se emprendieron políticas de retroceso, con enérgicas embestidas contra la separación de poderes, el pluralismo político y los derechos de las personas. Actualmente, con la llegada al poder de los nuevos Gobiernos de derecha radical de Giorgia Meloni y de Javier Milei, se mantiene la incógnita sobre la evolución del sistema democrático en Italia o Argentina. Incluso en países como Alemania, donde era impensable que volviera a articularse una extrema derecha amplia, el ascenso del nacionalpopulismo conservador resulta manifiesto. Como dato elocuente, la mayor organización política del mundo es el Partido Popular Indio, actualmente en el poder, con posiciones de derecha radical que son contrarias a los derechos de las minorías. Junto a esto, en el conjunto de los países de la Unión Europea se ha incrementado el respaldo a la extrema derecha, que ha alcanzado una destacada presencia en casi todos los Parlamentos, lo que le ha permitido participar en bastantes Gobiernos. El resultado de las elecciones europeas de junio de 2024 ha vuelto a confirmar el auge de los partidos ultraconservadores. 

Por otro lado, hace poco más de un lustro, los expertos internacionales aún sostenían que el nefasto recuerdo del franquismo explicaba la ausencia relevante de partidos de extrema derecha en España. La realidad sobrevenida los ha obligado a revisar sus premisas. De hecho, ahora mismo el debate es muy distinto: la pregunta pertinente es si pueden desarrollarse procesos similares de involución democrática en España. Incluso surgen interrogantes sobre si la democracia puede llegar a estar amenazada en nuestro país. De partida, debería descartarse la posibilidad de un golpe de Estado a la antigua usanza. Nuestras fuerzas armadas se han democratizado y no se aprecian elementos de riesgo procedentes del ámbito militar. Pero no deberíamos ignorar que se están produciendo movimientos de reconfiguración social, económica y política semejantes a los ocurridos recientemente en otras partes. En un mundo cada vez más interconectado, hay patrones comunes que se replican en los más variados lugares.

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt han planteado que hoy en día las democracias no mueren a manos de generales armados, sino de líderes electos que consiguen subvertir el proceso que los condujo al poder. Según estos autores, el riesgo principal de desmantelamiento de los sistemas democráticos no se encontraría en los golpes de Estado ejecutados de forma clásica, sino en las dinámicas de demolición autoritaria desde dentro. Los autócratas triunfantes en las urnas mantienen una apariencia de democracia, pero la van destripando hasta despojarla de contenido. Como advierte Ignacio Sánchez-Cuenca, la deriva autoritaria «se produce gradualmente, no mediante una impugnación de los principios fundacionales de la democracia, sino mediante un desmontaje pausado de sus reglas y prácticas institucionales». Las situaciones críticas en algunos países nos alertan de amenazas a las que deberíamos prestar la debida atención. 

El incremento de los discursos autoritarios se produce al ser asimilados, a veces de manera entusiasta, por sectores de la ciudadanía que antes no cuestionaban los valores democráticos. Dos décadas atrás eran muy minoritarias las percepciones que ponían en duda el futuro de la democracia. Algo puede estar empezando a cambiar. Tras la Segunda Guerra Mundial, durante décadas hubo en el mundo occidental un consenso generalizado a favor del sistema democrático. Dicho consenso se basaba en una intensa identificación cultural con las reglas de la democracia y en la ausencia de alternativas significativas en sentido contrario. Sin embargo, los análisis de Yascha Mounk acreditan que durante los últimos años en bastantes países se ha acrecentado el porcentaje de personas que no consideran esencial vivir en un país gobernado democráticamente. Se trata de porcentajes que siguen siendo minoritarios, pero van peligrosamente en aumento. Y resulta preocupante constatar que son más elevados entre los más jóvenes. 

La democracia pluralista ya no es tan indiscutible. A partir de la revolución digital, estamos cimentando nuestras sociedades sobre nuevas bases, de solidez incierta, que pueden incidir muy sensiblemente en nuestro sistema político. Todo se acelera a la velocidad viral de internet. Deberíamos prestar atención a esas transformaciones: como sabía SaintExupéry, el futuro no se puede adivinar, pero sí se puede consentir. 

LO QUE ESTÁ EN JUEGO: LA VIGENCIA DE LOS PRINCIPIOS DEMOCRÁTICOS 

Los riesgos sobre el futuro de la democracia deben llevar a preguntarnos acerca de su contenido, para definir con más precisión los problemas que están sobre la mesa. No basta con que un Gobierno afirme que el sistema político de su país es democrático para que lo sea. Lo más importante no son las manifestaciones de los dirigentes, sino las prácticas institucionales realizadas. La democracia representativa liberal tiene unos rasgos muy concretos. Y hay amplio consenso entre los especialistas al describir esos aspectos normativos. 

La regla principal de la democracia representativa es que debe existir pluralismo político. Además, han de celebrarse elecciones periódicas, con sufragio universal, de modo que se garantice el derecho al voto de todas las personas, sin discriminación por razón de sexo, etnia o capacidad económica. En sus fases iniciales, las democracias excluyeron a las mujeres, a los racialmente diferentes o a las personas con bajos ingresos. Hoy todo eso sería impensable. Sea como sea, el pueblo es el titular de la soberanía y elige a sus representantes en las instituciones: la ciudadanía puede optar entre grupos políticos que compiten de forma legítima con la finalidad de acceder al poder. Por ello, resultará obligatorio aplicar el principio de mayoría al resultado de las elecciones. 

Como argumentó Hans Kelsen, la mayoría presupone inherentemente la existencia de una minoría, que debe tener la posibilidad de convertirse en mayoría en cualquier momento. Y ello implica la protección de dicha minoría a través de un sistema de derechos y libertades. La democracia parte de la premisa de que las sociedades no son monolíticas: la pluralidad social implica necesariamente que puedan desarrollarse opciones diferenciadas. 

Según plantea Kelsen, la fe en valores absolutos construye una concepción del mundo metafísica o místico-religiosa. La imposición a la sociedad de un credo concreto lleva a la autocracia en detrimento de la democracia, pues esta última se nutre de principios relativistas. Ese relativismo político se encuentra en la base de la idea democrática, en palabras del jurista austriaco. La democracia aprecia por igual las ideas políticas de todos, permite la escenificación de las diferencias, brinda la posibilidad de exteriorizarlas para conseguir el apoyo de la ciudadanía en libre concurrencia. El relativismo político es lo contrario del absolutismo. 

Sin duda, un país no puede ser democrático si hay un partido único y las demás formaciones políticas están prohibidas. Y tampoco puede serlo cuando se priva del derecho al voto a una parte de su población. Desde esta perspectiva, en relación con las decisiones que les competen, los ciudadanos deben tener garantizados los derechos de libertad y contar con alternativas reales, en el marco de los espacios de discusión colectiva. 

Por otro lado, debemos remarcar que no resulta suficiente que se aplique la voluntad de la mayoría para que un sistema sea democrático. Una acción de gobierno sustentada en un respaldo mayoritario, pero sin límites en su actuación, podría aplastar los derechos de las personas, sobre todo los de quienes no forman parte de esa mayoría. Giovanni Sartori destaca que la calidad democrática de un país está muy relacionada con la protección de los derechos de quienes integran la minoría. Como subraya, «si las minorías no están tuteladas, se desmorona la hipótesis de encontrar una mayoría a favor de la nueva opinión». No sería posible articular el cambio de una posición mayoritaria a otra, por lo que se mantendría siempre la misma mayoría y se quebraría la esencia del sistema democrático.

Ante los riesgos de acumulación abusiva de poder político, la democracia representativa liberal establece una serie de reglas para que nadie se apropie de las instituciones. Ese objetivo se logra a través de equilibrios, frenos y contrapesos. En palabras de Montesquieu, el poder debe frenar al poder. Para ello se fijan las reglas propias del Estado de derecho, con órganos judiciales independientes, en el marco de la separación de poderes. Además, en las sociedades democráticas, las instituciones públicas y los ciudadanos están sometidos a las leyes, que limitan sus actuaciones. Como apuntó Cicerón, para ser libres debemos ser, paradójicamente, esclavos de las leyes. En caso contrario, la seguridad jurídica se esfuma y se impone la ley del más fuerte por la vía de los hechos. La concentración excesiva de poder es el precedente habitual de las conductas institucionales abusivas. A la vez, los sistemas democráticos crean instituciones para proteger los derechos de las personas, con mecanismos que deben ser infranqueables para el propio poder estatal. 

Los andamiajes formales de la democracia resultan imprescindibles. Como indicó Norberto Bobbio, en el sistema democrático las resoluciones colectivas se toman a través de una serie de reglas y en ellas se establece quién está autorizado para decidir. Álvaro Aragón argumenta que esta visión formal no nos habla de las decisiones que deben asumir los miembros de una colectividad, sino que perfila los procedimientos para la toma de decisiones. Los textos constitucionales establecen esas reglas principales, aunque también se incluyen en las leyes y en normas informales o no escritas. No hay que olvidar que en una democracia resultan inherentes las situaciones de conflicto, puesto que la pluralidad es necesariamente conflictiva. Las reglas formales permiten resolver esas diferencias a través de un sistema de normas y de instituciones que posibilitan también la adopción de las decisiones colectivas. Al contrario, en las dictaduras las reglas son irrelevantes, porque quienes mandan pueden imponer su voluntad por encima de las normas. En este sentido, Jürgen Habermas enfatiza que la racionalidad democrática requiere de una política deliberativa: las disputas argumentadas nos permiten mejorar nuestras convicciones y acercarnos a las soluciones correctas de los problemas. Por ello, resultará esencial la calidad discursiva de las contribuciones. Las disensiones son imprescindibles en una sociedad plural. 

Sobre el contenido de las decisiones, como nos recuerda Robert A. Dahl, no es compatible con la democracia la existencia de autoridades tutelares no elegidas que limiten el poder para gobernar de los dirigentes electos, como puede suceder con ejércitos, confesiones religiosas o grupos económicos. Se trata de injerencias potenciales que suelen ocasionar disputas muy duras, a veces soterradas, en la actividad de los sistemas democráticos. 

Por otro lado, como se ha indicado, en las democracias resulta imprescindible el respeto a los derechos humanos. Y ahí se debe hacer un especial hincapié en los derechos nucleares en una democracia, como la libertad ideológica, la libertad de expresión, el derecho a la información, la libertad de conciencia, el derecho de manifestación, el derecho de asociación o la igualdad ante la ley, entre otros. En los términos expresados por Robert A. Dahl, una de las claves principales será que haya oportunidades iguales y efectivas que permitan a todos los ciudadanos su participación en el sistema político. 

Una sociedad será menos democrática en la medida en que no puedan ejercerse esos derechos y libertades. Lo mismo ocurre con la alteración partidista de las reglas básicas de procedimiento en una democracia. Esas exclusiones antidemocráticas llevan a los sombríos terrenos de los sistemas políticos autoritarios y de las dictaduras. Precisamente, la deriva autoritaria de los últimos tiempos resulta contraria a esos principios asentados de la democracia representativa: los discursos autocráticos emergentes amenazan al pluralismo político, a la libertad de expresión, a la imparcialidad de las instituciones y a la separación de poderes.

En todo caso, resulta conveniente recordar que la democracia no siempre existió en la forma actual y con las reglas anteriormente descritas. Se trata de un concepto que ha presentado significados diferentes a lo largo de los tiempos, en función de su teorización y de las características de las distintas sociedades. El eje central de esa noción de gobierno del pueblo surge por contraste con otros sistemas políticos que han estado presentes desde la Antigüedad. La democracia aparece siempre en la historia a partir del rechazo a monarquías hereditarias, tiranías personales o Gobiernos oligárquicos, que se sostenían en el poder militar o en fundamentaciones religiosas. La historia de la democracia es una epopeya apasionante sobre una idea igualitaria que se ha ido forjando a través de diversas formulaciones durante siglos.


"En realidad, el hombre no tiene derechos en una democracia.
No los perdió en beneficio de la colectividad nacional ni de la nación, sino de una casta político-financiera de banqueros y agentes electorales. 
La democracia masónica (globalista), a través de una traición sin igual, se disfraza de apóstol de la paz en esta tierra y al mismo tiempo proclama la guerra entre el hombre y Dios.
"Paz (Pacifismo) entre los hombres y guerra contra Dios". Corneliu Zelea Codreanu

¿Qué es la legitimidad democrática 
según Jürgen Habermas?

Para Jürgen Habermas, la legitimidad democrática no proviene solo del voto o la autoridad formal, sino de procesos comunicativos en los que los ciudadanos deliberan libremente sobre normas comunes. Solo cuando las decisiones se forman mediante el consenso racional y la participación inclusiva puede decirse que una norma es legítima. La democracia, así entendida, se basa en la fuerza del mejor argumento, no en el poder de la imposición.

Pedro Sánchez pone en jaque a la democracia en España: a por jueces y medios de comunicación

sábado, 7 de septiembre de 2024

HAMPACRACIA: MAFIA Y OLIGARQUÍA PARTIDOCRÁTICA: GOBERNADOS POR LA MAFIA por JAVIER BENEGAS y MARTA MARTÍN LLAGUNO 👤👥💩

Gobernados por la mafia
«En España, la colonización de instituciones y empresas es mucho mayor que la alcanzada por las mafias italianas»

Publicista, escritor y editor. Lo habitual es afirmar que la sociedad es estúpida, aunque eso implique asumir que uno mismo es idiota. Sin embargo, ha sido la sabiduría de la multitud, mediante la prueba y el error, lo que nos ha traído sanos y salvos hasta aquí. Y también será lo que evite el apocalipsis que los nuevos arúspices presagian.

Puede parecer exagerado pero existen importantes paralelismos entre el fenómeno de la mafia siciliana y la forma en que operan los partidos españoles; muy en especial el Partido Socialista, que es con diferencia el que más años ha gobernado. Como digo, puede parecer excesivo, pero si me concede, querido lector, unos pocos minutos, quizá esta apreciación no le resulte tan exagerada cuando llegue al final de estas líneas… salvo, claro está, que esté usted en la pomada.

En la década de 1980, cuando la mafia siciliana estaba en su apogeo, de entre la corrupción y el marasmo en que se hallaba sumida la administración de justicia italiana, emergió una figura singular, Giovanni Falcone, un juez íntegro determinado a poner coto a los mafiosos. A pesar de las amenazas, las campañas de desprestigio y las innumerables zancadillas, los heroicos esfuerzos de Falcone desembocaron en el Maxi Proceso de 1986-1987, donde 474 mafiosos fueron juzgados y condenados.
Desgraciadamente, el 23 de mayo de 1992 Falcone fue asesinado por la mafia corleonesa en la autopista A29 cerca de la ciudad de Capaci, mediante la detonación de 4.000 kg de explosivos colocados en el interior de un conducto que atravesaba la calzada. Junto a él murieron su esposa, la magistrada Francesca Morvillo, y tres guardaespaldas. Su íntimo amigo, el también juez Paolo Borsellino, prometió sobre la tumba de Falcone continuar con su tarea. Seis meses después de esa promesa Borsellino también fue asesinado.

La Justicia

Es bastante habitual que todo héroe que se enfrenta a la corrupción generalizada tenga, más allá de innumerables enemigos, un antagonista en especial. Una figura equivalente cuya misión es hacerle fracasar. En el caso de Falcone, este dudoso honor recayó en Corrado Carnevale, presidente de la primera sección penal de la Casación. Carnevale alcanzó notoriedad por sus dictámenes contrarios a las condenas de mafiosos, a los que invariablemente dejaba en libertad tras la correspondiente apelación. Esto le hizo merecedor del apodo l’ammazzasentenze (el mata sentencias).

Parecía evidente que Carnevale cooperaba con la mafia. De hecho, fue suspendido de sus funciones como magistrado en marzo de 1993 y el 29 de junio de 2001, condenado a seis años de prisión por competencia externa en asociación mafiosa. Sin embargo, fue absuelto por la Corte Suprema de Casación el 30 de octubre de 2002.
Aquí surge el primer paralelismo entre la mafia siciliana y la forma en que funciona la política en España. Los problemas de la justicia italiana, donde el empeño de un par de jueces era constantemente saboteado en las instancias judiciales infiltradas por la mafia, como el Tribunal Supremo de Casación, se asemeja demasiado a lo que sucede en España con el Tribunal Constitucional (TC), que ha sido convertido de facto en un tribunal de casación que sirve a los intereses de nuestros mafiosos particulares.

Esto se ha hecho dolorosamente evidente con las condenas del macro caso de los ERE de Andalucía, hasta el momento la mayor trama de corrupción de la historia de la democracia española, que han sido revocadas y sus máximos responsables políticos exonerados por el Tribunal Constitucional. Por decirlo figurativamente: Cándido Conde-Pumpido es el Corrado Carnevale español. Y el dictamen del Tribunal Constitucional es la apoteosis de la impunidad que caracteriza a un entorno dominado por la mafia. Pero lo sucedido con el caso ERE es aún más grave que las trapacerías del juez Carnevale. El TC, de la mano de Conde-Pumpido, nuestro particular antagonista, ha arruinado el trabajo de 13 años de una quincena de jueces, no de uno solo.

La colonización

La mafia, que en esencia se mueve por dinero («no es nada persona, sólo negocio»), se infiltra en las instituciones del Estado no sólo para llevar a cabo sus tradicionales negocios ilegales impunemente, también lo hace para participar del sistema de adjudicaciones de obra pública y servicios. En la obra pública la mafia siciliana no sólo se enriqueció con los contratos de los proyectos previstos por las administraciones, sino que promovió la ejecución de otros innecesarios. El resultado, en Sicilia hay carreteras sin coches, presas sin agua y puertos sin barcos. ¿No le resulta familiar?
Este es el segundo paralelismo. En España, la colonización de las instituciones, y particularmente de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), ha servido para que nuestra principal organización mafiosa, el Partido Socialista, tenga acceso a ingentes cantidades dinero, puestos, colocaciones e influencia, no sólo en aquellas empresas en las que, mediante la SEPI, el Estado tenga una participación mayoritaria, también donde esta participación es significativa. Los nombramientos de las cúpulas directivas en el colosal entramado empresarial que brota de la SEPI no se ajustan a criterios de solvencia profesional sino de afinidad mafiosa.
«Ningún sistema mafioso sobrevive a largo plazo si no genera dependencias y proporciona incentivos y desincentivos más allá de sus capos, capitanes y soldados»
En España, la colonización de instituciones y empresas es mucho mayor que la alcanzada por las mafias italianas. La explicación es sencilla. Mientras en Italia las mafias deben esforzarse en penetrar el Estado, la mafia política opera directamente desde dentro del Estado. Así, Tribunal Constitucional, Fiscal General del Estado, Tribunal de Cuentas, Consejo de Estado, CNI, SEPI, Radio Televisión Española, CIS, Patrimonio Nacional, Red Eléctrica Española, Renfe, EFE, Correos, AENA, Paradores de Turismo y más recientemente el Banco de España, son sólo algunas de las innumerables instituciones y empresas que ya están bajo el control de los capitanes y soldados del Partido Socialista.
Del mismo modo que sucedió en Sicilia, según esta infiltración progresa, las infraestructuras y servicios esenciales se deterioran. Los efectos más evidentes, pero ni mucho menos los únicos, son el colapso de la red ferroviaria y el deterioro de la red de carreteras.

La dependencia

Pero ningún sistema mafioso sobrevive a largo plazo si no genera dependencias y proporciona incentivos y desincentivos más allá de sus capos, capitanes y soldados. Para llegar a ser inexpugnable necesita la complicidad de buena parte de la sociedad.
La principal dificultad a la que se enfrentaron las autoridades italianas a la hora de combatir las mafias no fue su influencia en los más altos estamentos del Estado. Fue la dependencia que la mafia había generado en la economía de la gente corriente. Pueblos, incluso regiones dependían de las actividades mafiosas para salir adelante.
La omertá, código de honor siciliano que prohíbe informar sobre las actividades delictivas, se extendió en poblaciones enteras, pero más que por una cuestión de honor o por miedo a represalias, que también, fue por pura conveniencia: ¿qué sentido tenía denunciar u oponerse a la mafia cuando te ganabas la vida gracias a ella?

Este es el tercer paralelismo. En España, uno de cada dos mayores de 18 años depende ya de una ayuda o subsidio, de una pensión o de un sueldo pagado por administraciones o empresas públicas. Esto significa que, de un total de 39,4 millones de ciudadanos con más de 18 años, 19,1 millones reciben algún tipo de prestación o salario público. Un sistema de dependencia masivo y capilar promocionado por los políticos desde las Administraciones Públicas.
Cuando algunos analistas, perplejos, observan que los monumentales escándalos de corrupción y tráfico de influencias relacionados con el gobierno, o sus otros escándalos, los políticos, como la Ley de amnistía o la prometida financiación singular, apenas merman la intención de voto socialista o que incluso experimenta alguna mejoría, se pierden en complejas explicaciones sobre la psicología del votante.

Sin embargo, este fenómeno quizá tenga una explicación mucho más sencilla: la dependencia de millones de votantes de la mafia socialista. Aunque siendo justos esta mafia no sea exclusivamente socialista, qué duda cabe que de cara a millones de ciudadanos dependientes el PSOE sabe proyectarse, por sus palabras y sus hechos, como su principal valedor.
Tal vez así se explique por qué a los analistas les ha resultado tan complicado hasta la fecha anticiparse a las decisiones e iniciativas de nuestro particular Corleone. Es muy difícil, por no decir imposible, acertar si se utiliza una lógica política ortodoxa. En cambio, todo cobra sentido si se piensa como un mafioso.


Mafia y política

«Que chusqueros se hayan presentado como políticos, 
no quiere decir que lo sean: 
en realidad han sido siempre mafiosos 
y como tal hay que considerarlos»

«En este país, 
la mafia y la política son lo mismo».

Esta afirmación no se refiere a Calabria, sino a España, y no proviene de una película, sino de una conversación intervenida en una investigación contra la Camorra napolitana. La dijo hace exactamente 10 años un tal Bárcenas (que esta semana ha pasado al tercer grado) y, por aquel entonces, a los españoles nos escandalizó.
Corría 2014 y el Huffington Post cifraba en 1.700 las causas y en más de 500 los imputados por casos de corrupción en España: Andalucía con 541 causas, gobernada por el PSOE, era la comunidad más afectada. Ese verano, España entera alucinó con la «confesión» de Pujol ante el 3% y el caso Convergencia. El capo reconoció haber «ocultado» una «herencia» durante 35 años… uno de los mayores fraudes fiscales de la historia y un latrocinio de más de 290 millones de euros. Del «España nos roba» pasamos al «Pujol y CiU nos han robado». ¿Recuerdan?

Aquel agosto Pujol se convirtió en el hit boy de todas las portadas. Así, se fue instaurando la sospecha de que, bajo el cobijo de la política y con excusas ideológicas, en Cataluña se había desarrollado un sistema de crimen organizado: todo un modus operandi, que, amparado por la causa independentista, se dedicaba al ejercicio de la delincuencia entendida como el uso «autónomo» de la ley. Los implicados se presentaban siempre como «hombres y mujeres de honor» (algunos molt honorables) que significa «mafiosos».
Por Bárcenas, el de la frase, llegó precisamente Sánchez al poder. Ya saben, con la Gürtel se incriminó al PP, que, según Ábalos (ironías del destino), era «un auténtico sistema de corrupción institucional». Los medios cubrieron duramente las irregularidades y los españoles, que les creímos, nos ofendimos y les castigamos.
«Se ha producido una degradación progresiva de las instituciones y de la democracia»
En mayo de 2018 Sánchez planteó su moción de censura prometiendo ejemplaridad… y elecciones, que no convocó. Ya pintaba maneras. Con el tiempo se supo que la incriminación del PP había sido improcedente y, aunque a buen seguro hoy, «la banda» calificaría el tema como lawfare, quienes creemos en el Estado de derecho, la separación de poderes y somos demócratas, no lo hacemos.

El resto se conoce: Sánchez, y su banda, que tenían un plan, lo han ejecutado. Se ha producido una fagocitación y degradación progresiva de las instituciones y de la democracia. No obstante, la lectura de la estrategia estaba equivocada. La mayoría ingenuamente creíamos que respondía a un fin ideológico: que los enemigos de España, con un anhelo de independencia, pretendían reconfigurar el modelo de Estado. Hasta hoy.
Porque el estallido de la trama de Koldo, que es en realidad, la trama del PSOE, cambia las cosas. El escándalo podría salpicar además de a Ábalos, a la presidenta del Congreso, a varios ministros y gobiernos autonómicos socialistas, al secretario de Organización… y hasta a la mujer de Sánchez.
Todo pinta a que hay una red de influencias y mordidas pestilente. Un modus operandi que hace diez años, como pasó con Bárcenas y Pujol, nos habría escandalizado. El caso sanchismo queda hoy, sin embargo, eclipsado en España por un ejercicio de corrupción mucho mayor: el de comprar una investidura a cambio de perdonar delitos gravísimos de terrorismo, traición y malversación. En resumen: gamba no come gamba y yo te tapo tus mierdas si tú me ayudas con las mías.
«En medio de políticos de verdad (que los hay), el sistema está infectado de verdaderos cuatreros»
El diagnóstico es tremendo y la situación grave: no se trata de guerras culturales o de conflictos ideológicos, no se trata de ninguna causa final. Se trata de negocios… Y por eso, en este país urge que se haga algo concreto y mundano: erradicar la delincuencia de la política. Ni menos, ni más.
Los hechos apuntan a que, en medio de políticos de verdad (que los hay), el sistema está infectado de verdaderos cuatreros, algunos además puteros, con actas y poder. A la luz de las declaraciones que estamos viendo en medios, como en Palermo, los clanes a los que pertenecen –vinculados a las distintas causas– les someten a unos códigos, entre otros, la ley del silencio. De ahí el «nadie va a tirar de la manta» que es, en realidad, una amenaza.

Hoy por hoy, y esto es duro, el debate público debe centrar seriamente en cómo desmantelar toda relación entre crimen organizado y poderes públicos.
Y es hora de empezar a discriminar. Que mafiosos o chusqueros se hayan presentado como políticos, no quiere decir que lo sean: en realidad han sido siempre mafiosos y como tal hay que considerarlos. Quienes ocupaban un cargo y no han sido capaces de conseguir el bien común (sino sólo el propio) no ejercen la política, han hecho otra cosa. Y nosotros se lo hemos permitido.
Quién me iba a decir que aquel aserto de Bárcenas aparecería hoy como un diagnóstico certero. Aun condenado por chorizo, fue un gran futurólogo y analista sociológico.


"EL ESTADO ES PEOR QUE UNA MAFIA. 
ES MÁS GRANDE, MÁS CRIMINAL 
Y ADEMÁS TIENE ESCUELAS MEDIOS PALANGRISTAS. 
UNA MAFIA NORMAL TE ROBA PERO TE DEJA EN PAZ". 
MIGUEL ANXO BASTOS

EL PUEBLO LO PAGA TODO. 
EL ESTADO LO ROBA TODO.

viernes, 24 de noviembre de 2023

"NO ES UNA DICTADURA, ESTÚPIDOS" y "UNA CLEPTOCRACIA EN METÁSTASIS" por JUAN MANUEL DE PRADA


No es una dictadura, 
estúpidos
© ABC

No es una dictadura lo que sufrimos. Es la democracia, que también puede ser totalitaria.

Se lo hemos escuchado a los lidereses y lideresas más bragados de la derecha, sacando pecho. Pero también sacaba pecho aquel valentón cervantino que calaba el chapeo, miraba de soslayo y requería la espada. Sorprende, en primer lugar, que, para denunciar los manejos del partido de Estado en conjunción con 'indepes' y otras finas hierbas, se invoque la 'dictadura', que en el subconsciente popular –después de casi medio siglo de machaque sistémico y sistemático– se asocia indefectiblemente a la franquista, presentada además por la izquierda como fuente nutricia de la derecha española, para acoquinarla y traumatizarla. ¿De veras, para caracterizar la forma política que esta investidura proclama orgullosa, hace falta recurrir a la 'dictadura'? ¿O más bien se trata de una distorsión cognitiva y un acto fallido freudiano?

De una forma muy elemental (pero rigurosamente cierta) se lo explicó Yolandísima a la derecha desde la tribuna parlamentaria: «En una dictadura los opositores estarían en la cárcel, no sentados en el Congreso. Y no estarían recibiendo financiación pública, como la reciben ustedes». En efecto, así es. Y si los partidos de la oposición están sentados en el Congreso y recibiendo una opípara financiación pública es porque nos hallamos en una democracia como la copa de un pino; aunque, desde luego, sea un pino con procesionaria. He aquí lo que deberían denunciar esos políticos de la derecha tan aguerridos, si no fuera porque las premisas de su pensamiento (perdón por la hipérbole) son las mismas que convienen a la izquierda.

En su célebre clasificación de las formas de gobierno, Aristóteles no nos dice que la democracia sea buena y la dictadura mala; nos dice que todas las formas de gobierno pueden ser buenas o malas según cuál sea su objeto. El objeto de un gobierno sano es la consecución del bien común; y el objeto de un gobierno perverso es la consecución de intereses particulares, que es lo que pretende el doctor Sánchez concediendo la amnistía a los 'indepes'. A esta perversión se suma otra que nuestra derecha aguerrida tampoco tiene arrestos de señalar. Afirmaba Ortega que «la democracia exasperada y fuera de sí es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad». Y esto ocurre cuando la democracia deja de ser 'forma de gobierno' que asegura la participación del pueblo en las instituciones, para transformarse en 'fundamento de gobierno' o sucedáneo religioso donde se asume que la aritmética de las mayorías parlamentarias establece lo que es justo y lo que es injusto, mediante leyes sin discernimiento moral alguno que lo mismo apiolan niños en el vientre materno que amnistían delincuentes. Como señalaba Malraux, esta voluntad de regular sin discernimiento moral es lo que caracteriza al totalitarismo. Porque la democracia también puede ser totalitaria.

Súmese a ello que las mayorías parlamentarias que determinan a su gusto lo que es justo y lo que es injusto están usurpando la representación política y haciendo con los votos que reciben lo que les sale de la pepitilla, como acaba de hacer el doctor Sánchez con los votos de sus adeptos, a quienes prometió hasta el aburrimiento que no habría amnistía. Así se llega a esa estación última de la democracia que describe grandiosamente Tocqueville:
Bajo el gobierno absoluto de uno solo, el despotismo, para llegar al alma, golpeaba vigorosamente el cuerpo; y el alma, escapando a sus golpes, se elevaba gloriosa por encima de él. Pero en las repúblicas democráticas la tiranía deja el cuerpo y va derecha al alma. El amo ya no dice: «Pensad como yo o moriréis», sino: «Sois libres de no pensar como yo. Vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis, pero a partir de ese día seréis un extraño entre nosotros. […] Os dejo la vida, pero la que os dejo es peor que la muerte».
Esto es lo que la derecha aguerrida debería denunciar, si sus castraduras mentales se lo permitieran. Pero, claro, la derecha piensa que la democracia siempre es buena, siempre es santa, siempre es relimpia y no le huelen los sobacos; piensa —como el bobalicón de Maritain— que «con la democracia la Humanidad ha iniciado el único camino auténtico». ¡Pobres lidereses y lideresas derechosos! Si en verdad deseáis algo más que seguir aparcados como muebles en el Congreso mientras vuestros partidos reciben una opípara financiación pública, tened el coraje de denunciar estas perversiones democráticas. Y, si no tenéis valor, dejad de martillearnos con vuestras aspaventeras distorsiones cognitivas y callad para siempre, que la mamandurria ya os la asegura el democratísimo doctor Sánchez.

Una cleptocracia en metástasis



«Sin virtud de la justicia, ¿qué son los gobiernos, sino execrables latrocinios?», se preguntaba San Agustín. Puestos a buscar una cleptocracia fetén, creo que no encontraríamos otra tan sólida, tan blindada contra intempestivas acciones de la justicia y a la vez tan plácidamente aceptada por las masas cretinizadas como el Régimen del 78. En cuestión de meses podría darse el caso de que estén incursos en causas penales la mujer y el hermano del presidente del Gobierno, varios ministros o exministros suyos, el fiscal general del Estado, la presidenta del Congreso… Y eso sin contar con el cambalache constante y disgregador que imponen las aritméticas parlamentarias; sin contar con el control político que se ejerce sobre jueces y magistrados a través del llamado Consejo General del Poder Judicial; sin contar con que la interpretación de las leyes se halla siempre en manos del poder ejecutivo a través del llamado Tribunal Constitucional; sin contar con que las más variopintas instituciones –del Ejército a la Universidad– estén por completo gangrenadas, colonizadas, depredadas por los capataces de este «execrable latrocinio».

La partitocracia –que es la forma de gobierno instaurada por el Régimen del 78– se funda sobre la instrumentalización abusiva de las instituciones políticas sin que exista por encima árbitro alguno (sólo entidades o grupos asociados a los intereses de las oligarquías dedicadas al latrocinio). Este poder gigantesco pero inorgánico, carente de legitimidad alguna, no se habría podido lograr, sin embargo, sin el desfondamiento moral de una sociedad que a sus vicios llama derechos; así la corrupción se ha convertido en el líquido amniótico en el que se desenvuelve la vida política, como conviene a una cleptocracia flagrante que ahora ingresa en fase de metástasis despepitada. No es que en los partidos haya más o menos políticos corruptos (aunque, desde luego, la jarca encabezada por el doctor Sánchez es el arca de Noé de la corrupción), sino que los partidos son estructuras oligárquicas concebidas para la rapiña irrestricta del erario público, juntas de ladrones a quienes las leyes garantizan la impunidad en el desempeño de sus latrocinios. Bajo el trampantojo ideológico, con el que enardecen y aturden a los incautos, los partidos políticos son máquinas succionadoras de la riqueza nacional; pero también –y esto es más grave aún– apisonadoras de los bienes espirituales del pueblo, al que pervierten hasta extremos de abyección insoportables.

Decía Aristóteles que la vida buena (la vida noble y plena, la ‘eudaimonía’) sólo podía alcanzarse en el seno de una comunidad que fomente la virtud y promueva el bien común. En su célebre clasificación de las formas de gobierno –ya lo hemos explicado en anteriores artículos–, Aristóteles no actúa como los panolis modernos, que determinan si una forma de gobierno es sana o degenerada según la titularidad del poder está en manos de uno o de muchos, sino que se fija en el ‘objeto’ del gobierno. Un gobierno es saludable si su objeto es la consecución del bien común; y es degenerado si su objeto es la consecución de intereses particulares. La partitocracia está concebida para favorecer irrefrenablemente intereses particulares o sectarios; es, por lo tanto, una forma de gobierno constitutivamente perversa y una amenaza existencial para la comunidad política. Pero, siendo este sectarismo muy pernicioso para el orden político, porque pone las instituciones al servicio de los intereses particulares, lo es todavía más porque causa daños gravísimos sobre las almas.

Aristóteles nos enseña que la corrupción de un régimen político, más allá de su dimensión económica o legal, tiene efectos profundos en el alma humana. En su ‘Ética a Nicómaco’, señala que tanto la virtud como el vicio se desarrollan a través de hábitos y decisiones políticas. Un régimen corrupto no solo actúa de manera injusta, sino que también degrada al pueblo, fomentando una atmósfera donde el vicio se recompensa y la virtud se pisotea; así no sólo los gobernantes, sino toda la comunidad política se corrompe, estableciendo comportamientos inaceptables como norma. Bajo una forma de gobierno corrupta, la envidia y las rencillas gangrenan al pueblo, que no tarda en convertirse en pandemónium de gentes enviscadas entre sí. Un régimen político corrupto alimenta el conflicto y debilita la cohesión social, hasta instaurar una auténtica demogresca, que es el humus fecundo sobre el que actúa cualquier forma de cleptocracia organizada. Pues la adhesión a las banderías o negociados ideológicos acaba nublando cualquier forma de discernimiento; y el entrechocar y rechinar de las banderías en liza permite a las oligarquías cleptocráticas dedicarse más desahogadamente a sus desmanes, sabiendo que el pueblo degradado prefiere los desmanes de ‘los suyos’ antes que el ascenso al poder de ‘los contrarios’.

Por supuesto, la corrupción es una lacra íntimamente vinculada a la naturaleza humana. Pero la partitocracia es un régimen político que garantiza su carácter sistémico e irrestricto; y también el que mejor favorece su impunidad. La partitocracia, en fin, fomenta un ‘ethos’ perverso, que fomenta la demogresca y promueve la demolición de las virtudes privadas y públicas, hasta lograr que la sociedad chapotee en un lodazal. Este «execrable latrocinio», esta consumada cleptocracia, es el régimen político que-nos-hemos-dado; y ahora nos toca disfrutar de su metástasis.

LA PELIGROSIDAD DE LOS ESTÚPIDOS

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lunes, 16 de enero de 2023

DECÁLOGO A PROPÓSITO DE LA "DEMOCRACIA (PARTIDOCRACIA)" por JAVIER BARRAYCOA


Decálogo a propósito de la Democracia

“La estrategia democrática de autolegitimación consiste principalmente en hacernos creer que sólo existen dos regímenes políticos: la malvada tiranía y beneplácita democracia”.
La democracia, en cuanto régimen político que siempre busca justificarse por la maldad de sus enemigos más que por sus propias virtudes, languidece en esta persistente pose. En la medida que se idolatra afanosamente la santísima trinidad del gobierno del Pueblo, con el Pueblo y para el Pueblo, mejor se vislumbran las flaquezas y miserias de este falso silogismo. Cierto que nadie quiere desvelarlas, cierto que nadie se atreve a proclamar su desnudez pero, por mucho que se oculte, la falacia es patente. Velar las miserias de la democracia, que existen como en cualquier otro régimen político, equivale a retroalimentar un autoengaño pernicioso para la salud mental de cualquiera.

La estrategia democrática de autolegitimación consiste principalmente en hacernos creer que sólo existen dos regímenes políticos: la malvada tiranía y beneplácita democracia. Este maniqueísmo es efectivo en las mentes poco pobladas, pues permite interpretr la realidad con una simplificada dicotomía que no supone mucho desgaste neuronal. La democracia nos hace creer que fuera de ella sólo hay tétricas tinieblas. Fuera de sus limes todo es crueldad y oscuridad. Nos propone que es una fake news la existencia, como pensó Aristóteles, de legítimas formas de gobierno como la monarquía, aristocracia o la república y sus formas mixtas, así como sus degeneraciones: tiranía, oligarquía y demagogia. La pedagogía democrática nos induce a creer que la realidad no puede ser tan compleja: o ella o nadie.

Viene siendo hora, quizá demasiado tarde, que nos atrevamos a pensar y escribir las cosas como son sin que nos tiemble el pulso y la pluma. La “democracia” que nos ha tocado vivir nada tiene que ver con la que definieron los griegos. La democracia actual, cascarón de un sistema oligárquico y consumidor de almas y cuerpos, se mueve a caballo entre un estado de conciencia y un sistema de control social hiperburocratizado. Por un lado, es un estado de conciencia o mental porque genera la ilusión de vivir en el único sistema que nos garantiza la libertad y la felicidad, aunque nadie sepa qué significan ambas facultades y ni siquiera las haya vivido nunca. Por otro lado, es un sistema de control social porque previene y regula nuestras conductas, aspiraciones y expectativas de felicidad y realización, todo ello a través de un complejo sistema burocrático que se despliega a través de las férreas leyes del mercado y la sujeción del consumo.

Hay que agitarse y liberarse de este estado de conciencia y del control social. Ello sólo se puede lograr de una forma relativamente eficaz si primeramente sacudimos y derrumbamos el fetiche en el que se ha transformado la democracia. Para ello, y cómo una humilde forma de iniciar esta rebelión, proponemos el siguiente decálogo para exorcizar los demonios mentales que nos poseen y despechar a los sacerdotes y sacerdotisas de esta nueva religión.

1.- La democracia es un totalitarismo. La democracia es totalitaria pues pretende abarcar y regular todos los aspectos de la vida social y personal de sus auto-súbditos. No deja resquicio a la libertad al prescribir nuestras conductas bajo un férreo manto de leyes, normas y reglamentos y sus respectivos mecanismos de control y castigo. La democracia, nunca permite la tan cacareada libertad, sino que asfixia la vida social y no permite que su desarrollo sin su consentimiento. Al igual que se trata a los inválidos con muletas y prótesis, la democracia se encarga de subvencionar, y así controlar, cualquier forma de energía social. Y lo que ingenuamente se presenta como una asistencia, se descubre como una forma de intervención y dominio. Como buen totalitarismo, el actual sistema democrático se trueca en el interpretador y dictador de todo lo más profundo de nuestro ser: los afectos y las pasiones; nos pretende educar en “su” modo de entender -o desestructurar- la sexualidad; redefinir la familia; establecer lo permisible de la política para que no nos pasemos al “lado oscuro” de los regímenes prohibidos; impone la corrección política y determina -destruyéndolo- el uso del lenguaje. Todo lo que pretende trascender al hecho inmanente de la democracia, es tenido por un peligroso enemigo a eliminar.

2.- La democracia es un autoritarismo. Todo totalitarismo es un autoritarismo. La democracia impugna cualquier autoridad natural que no sea la que emana de sí misma, se acepte por sí misma y se ejerza en sí misma. De ahí que la democracia cargue la autoridad de los padres sobre los hijos, de los profesores sobre los alumnos, de los responsables sobre los subordinados, hasta de los amos sobre sus mascotas. Y si no la puede eliminar completamente, se encarga de constreñirla y sujetarla a su soberanía arbitraria. La democracia, en cuanto autoritarismo, es enemiga de la autoridad. El verdadero sentido y fin de la autoridad es coadyuvar a la perfección de cada hombre. Cuando desaparece la autoridad surge bien el autoritarismo, bien la anarquía. Por eso la democracia es una curiosa conjunción de ambos extremos. En ella reina la anarquía moral y se impone el más descarnado autoritarismo. Anarquía y autoritarismo generan una ponzoña psíquica que quiebra las almas en sus facultades volitivas y cognitivas. Por ello, la proclamada tolerancia democracia se traduce en una intolerancia total contra los que pretendan defender principios inamovibles y verdades que no se sustenten en ella.

3.- La democracia es esclavista. La democracia es un sistema que pretende legitimarse por la aparente libertad que concede a sus aparentes ciudadanos. Sin libertad real, el hombre se subsume en la esclavitud democrática. Este sistema ha generado las más sutiles formas de vasallaje de almas y cuerpos, que se traduce en la adicción a fantasiosas formas de felicidad que nunca se alcanzarán, pero que doblegarán las rodillas de los más altivos. La esclavitud es un método de sujeción que se sostiene en la esperanza de una libertad que nunca llega, que nunca se alcanza. En la antigüedad a los esclavos les estaba prohibido el matrimonio, tener hijos sin autorización o poner sus nombres en las tumbas. Hoy los ciudadanos dejan de casarse por propia voluntad, se sujetan a las políticas de control democrático y desean que sus cuerpos sean incinerados y abocados al olvido. Los griegos entendían que los esclavos no podían siquiera amar. Sólo la persona libre puede amar y por eso en nuestra época se hace imposible el amor. Este acaba siendo sustituido por las más estrafalarias formas relacionales y pseudoafectivas. El “amor” democrático intoxica los espíritus y aboca al conflicto interminable y el odio visceral entre los que decían amarse.

4.- La democracia mata. El esclavo no tiene derecho a la vida, sólo a vivir en las condiciones que le establece el amo. La democracia establece en qué momento se te establecen las condiciones favorables para la existencia en el bienestar. Estas condiciones son imposibles por definición, pero para mantener la ficción se propone a los esclavos que las alcanzarán si sacrifican su paternidad y maternidad. Y por eso los auto-súbditos dejan de tener hijos. Aunque sea en el seno de la madre, aunque ya palpite el corazón, la vida humana puede ser eliminada porque así lo permite la injusta ley. Como buen sistema de mercadeo de los cuerpos, cuando el esclavo ya no es productivo, envejece o empieza a suponer un coste económico, se le puede despejar de la ecuación del bienestar. La eutanasia es el ensueño consolador de los que quieren afrontar la vida como drama; para los que no quieren mantener hasta el último momento el hálito del don de la vida. La eutanasia es una rendición sin precedentes que transforma al ser humano en una mera pieza del sistema, desechable e intercambiable. La democracia te mata, pero antes se encarga de convencerte de que debes agradecerle y ser feliz por tu pronta eliminación.

5.- La democracia empobrece (y embrutece porque te hace dependiente de la masa y de papá estado). La democracia promete que su principal objetivo es conseguir la igualdad, aunque por el camino deje el cadáver de la libertad. Pero tras doscientos años de ensayos democráticos las desigualdades sociales no sólo no se han eliminado sino que se agrandan inevitablemente. La democracia se ha convertido en la gran máscara legitimadora del poder de las oligarquías, las corporaciones transnacionales y los ocultos y poderosos filántropos que se ríen del hombre. Las elites que se ríen del voto, premian y recolocan a los políticos que han cumplido con su vasallaje; ellas financian los partidos políticos y los medios de comunicación que los justifican. Ellas tienen la capacidad de presionar a los gobiernos con sus lobbies y de reírse de los ingenuos que creen que votando se cambian las cosas. Para los mortales auto-súbditos sólo existe la democracia del consumo que consume la vida y siempre que el salario mínimo llegue para ello. Los sistemas financieros de las elites permiten endeudarse a ciudadanos y Estados. El bienestar económico no es más que una apariencia de un sistema que produce malestar incesante. El endeudamiento y la miseria retardada es la única realidad de esta democracia ecológica que sólo produce basura y desechos humanos.

6.- La democracia es una partitocracia. La democracia excluye la participación de los grupos y las soberanías sociales en su juego simbólico de la “soberanía popular”. Sólo permite que la “voluntad de pueblo” se exprese a través de las estructuras oligárquicas que representan los partidos. Los partidos democráticos no permiten el ejercicio de la democracia en su seno. Los partidos políticos no permiten la libertad de opinión interna ni la disidencia. Con los partidos políticos muere la libertad de expresión y la crítica. En los partidos democráticos el vasallaje en la principal norma de conducta. La conciencia languidece y el bien moral se torna imposible. Así, estas estructuras de poder se convierten en sumideros de mediocridad y servilismo. Los partidos mienten porque la verdad es incompatible con su existencia. Todo lo que los partidos políticos dicen querer para la sociedad, lo vetan y cercenan entre sus filas. La partitocracia es la forma democrática de la dictadura. Desde ella se rigen los destinos de las naciones y toda voz fuera de ella es sofocada y silenciada. No existe el “pueblo”, existe la usurpación de ideas y pensamientos que los partidos realizan en su nombre. Los partidos que “representan a la ciudadanía”, no son financiados y sostenidos por la ciudadanía. La racanería de los auto-súbditos los convierte en plebeyos de la democracia. Así, los presupuestos del Estado son los valedores de estas estructuras de adocenamiento de sentir de la verdaderas gentes y pueblos.

7.- La democracia es una burocracia. El sostén de los poderes democráticos es la estructura burocrática. La burocracia envuelve, ablanda, amilana toda voluntad individual. Ella se convierte en el corsé que sofoca los intentos ejercer el libre albedrío. La burocracia desconoce la moralidad y la finalidad de la vida o el sentido de la historia. Su única razón de ser son los reglamentos que aplica y que a su vez la legitiman y sostienen. Miles de normas, leyes y reglamentos se convierten en el ámbito de la existencia de los sujetos democráticos, en el aire que se respira e intoxica. La burocracia es pegajosa y se empeña en estar presente en la vida de los individuos incluso cuando mueren. Morir deja de ser un hecho liberador, pues la burocracia impregnará las formas de enterramiento, la erosión de las herencias. Ella promocionará tu olvido. En la burocracia se contienen todos los absurdos, las contradicciones, la esterilización de ánimos y espíritus. Pero nadie se plantea la legitimidad de este instrumento del poder. Mucho menos podemos imaginar su disolución o poner en duda su existencia. La burocracia es la tiranía invisible contra la que no se puede luchar, pues impregna de tal modo nuestra existencia que se ha convertido en parte de la (intoxicada) vida social.

8.- La democracia es una utopía. Los defectos de la democracia se justifican con la afirmación de que no se aplica suficientemente la democracia no hemos profundizado en ella, aún no la hemos alcanzado. Si la gente sólo siente en el regazo democrático un perpetuo malestar, una voz nos susurra que es por falta de democracia. Si aumentan sin cesar delitos, suicidios, agravios e injusticias, el telediario nos adoctrina que la causa es porque falta más democracia. Si los pueblos y gentes pierden patrimonio, honra y la dignidad, alguien se lamentará que es por ausencia de democracia. Cuando inevitablemente se corrompen las democracias, los salvadores insinúan que son necesarias sobredosis de reformas democráticas. Los defectos de la democracia se quieren curar con más democracia, lo cuál redunda en más malestar, desnaturalización de las familias y la sexualidad, aumento implacable de delitos, corrupción o descomposición social. Y cuando las democracias se colapsan, pergeñan golpes de Estado para salvar la democracia. El totalitarismo de los oligarcas se justifica porque sólo ellos pueden salvar la democracia. Las utopías son inofensivas cuando no se quieren alcanzar y se mantiene en al ámbito de la ilusión. Pero cuando hay un empeño por encarnarlas, la utopía muere y arrastra consigo a las sociedades que imprudentemente se dejaron embelesar por sus profetas.

9.- La democracia es una religión. La utopía democrática es una religión que no permite otras religiones, especialmente le repugna aquella religión que se proclame como la única y verdadera; la que puede salvar las almas y los cuerpos. Si alguna religión se erige como la auténtica, contra ella la democracia lanza sus ataques más endiablados y terroríficos. La mentira es la “verdad” y fundamento de la democracia. Acusa a cualquier alternativa política y religiosa, de los vicios que ella incuba en su seno. Promete milagros que nunca se realizarán y profetiza bienes que nunca se alcanzarán. La democracia se envuelve en una mística, muy cutre, pero mística al fin y al cabo. Es la mística de la mediocridad y de la banalidad. El cielo de la democracia son las vacaciones pagadas que te garantiza la ley. La democracia quiere poseer para siempre el alma de sus súbditos en la tierra y por ello no soporta la trascendencia. Inmanencia es el nombre del reino celestial democrático. Si el hombre es trascendente, la democracia sabe que las almas algún día escaparán de su domino. Y eso no lo soporta. Ella impone la definición y las reglas del bien y del mal. Dicta los dogmas democráticos ante los que nadie puede oponerse a ellos sin peligro de ser anatematizado. Designa los herejes, los que deben ser perseguidos y anulados. Ella es poderosa en su mediocridad, es la diosa de la mesocracia, ante la que toda nobleza, aristocracia y sabiduría, debe doblegarse y acallarse.

10.- La democracia es antidemocrática. Por definición la democracia se niega a sí misma. La democracia, más que un sistema político, es el antisistema político. En su ecosistema, el zoon politikón muere ante una especie invasora llamada mediocre ciudadano democrático. La democracia desprecia al hombre y pretende desfigurarlo hasta que sea irreconocible; desprecia el sexo y lo confunde en infinitos géneros hasta extinguirlo. Odia la amistad entre las personas y el amor incondicional, por eso suscita las más inconfesables envidias y conflictos. Enfrenta al hombre y la mujer, a los padres y los hijos. Aborrece al “demos” y lo degrada hasta convertirlo en masa multiforme, líquida y, finalmente, gaseosa. No soporta las opiniones divergentes y las voces críticas, y todas ellas las sustituye por una entelequia, un pseudo pensamiento, un impersonal rumor llamado opinión pública. Al entendimiento opone vocerío; a la acción, opresión; a la vida, muerte. Llena las bocas de sus auto-súbditos con su nombre, “democracia”, y así las acalla cuando están rebosantes y ahoga sus gargantas. La democracia es una forma sutil, y burda a la vez, de nihilismo.

No te dejes seducir, no te dejes derrotar, no pierdas tu dignidad, no te dejes fundir en la nada de una existencia triste y sin sentido. Aún eres libre, aún eres hombre, aún tienes destino, historia, patria y progenie. Hay una humanidad que salvar, no te rindas.