EL Rincón de Yanka: CLEPTOCRACIA

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viernes, 16 de febrero de 2024

EL (MAL) ESTADO FEUDAL DE LAS AUTONOMÍAS Y RAZONES PARA ACABAR CON ELLAS Y CON SU CORRUPCIÓN 💥



El mal de las autonomías
La actual crisis económica, unida a la política y moral, puede ser la ocasión de hacer, por fin, un balance claro que permita corregir algunas de las enormes jorobas que le han salido al sistema democrático.
'Las autonomías provocan el 80% de corrupción 
que hay en España'

Además de romper la unidad nacional y de no cumplir el propio estado de las autonomías en el multilateralismo igualitario a convertirlo al bilateralismo diferenciador.
Es la culminación de un proceso de descomposición destituyente del marco constitucional del estado territorial español. 
Que Pedro Sánchez reinstaure un modelo de relación bilateral con Cataluña es la ruptura del modelo autonómico tal como lo hemos entendido... Supone perforar la relación multilateral que debe configurar el estado español

Las autonomías son perfectamente llevaderas, incluso productivas, con tres condiciones: a) que no socaven la unidad nacional; b) que no atenten contra las normas democráticas y la igualdad ciudadana ante la ley, y c) que no se vuelvan demasiado gravosas económicamente. ¿Han cumplido estas condiciones? Las han cumplido bastante mal y con tendencia a empeorar, con una deriva balcanizante, corruptora y antidemocrática. En los mismos partidos otrora nacionales, PSOE y PP, las secciones regionales, que adoptan el nombre de la respectiva autonomía, tienden a fragmentar el partido, dotándose de una capacidad de presión que rebaja la labor de dirección central a la de simple coordinación de oligarquías locales. En una democracia menos deforme que la española actual, se habrían realizado hace tiempo balances de la experiencia autonómica, sacado las consecuencias y propuesto las correcciones pertinentes. En cambio, a falta de tales estudios, asistimos al chantaje de políticos autonómicos, que, como Montilla, amenazan con medidas cada vez más separatistas si se somete su estatuto a las condiciones mínimas de legalidad constitucional.

El problema autonómico nació de una sobrevaloración de las presiones nacionalistas-separatistas en Cataluña y Vascongadas. Durante la guerra civil y el franquismo, estos nacionalismos quedaron en testimoniales, debido a que la vívida experiencia alejó de ellos a la población: de otro modo habrían hecho oposición al franquismo, como hizo el PCE, lo que no ocurrió. La excepción fue la ya tardía de la ETA, ligada, y no por casualidad, al terrorismo; como, en menor medida, ocurrió en Cataluña, Galicia y Canarias. El rebrote de los nacionalismos hacia el final del régimen de Franco se debió ante todo al sector "progre" de la Iglesia, que los amparó y promovió, como hizo con el terrorismo o el comunismo. A su vez, el PCE los apoyó como instrumento para atacar a Franco, y los habría apoyado el PSOE de Felipe González de no haber sido por su casi nula influencia. Significativamente, todos estos partidos declararon tabú la palabra "España", y la sustituyeron por la torpe expresión "Estado español".

Al llegar la transición, todas estas fuerzas rupturistas –y antiespañolas– fueron afortunadamente vencidas en una primera fase. Pero los vencedores abandonaron enseguida la iniciativa en la lucha de las ideas, volviéndose psicológicamente dependientes de las izquierdas y los nacionalistas, quienes, sin el menor respeto a la verdad, se proclamaban los auténticos abanderados de la democracia. Suárez inició la línea de las claudicaciones, uno de cuyos resultados fue una Constitución mediocre y contradictoria, con un estado de las autonomías a las que se abría la posibilidad de usurpar las competencias nacionales hasta la práctica liquidación de estas.

La actual crisis económica, unida a la política y moral, puede ser la ocasión de hacer, por fin, un balance claro que permita corregir algunas de las enormes jorobas que le han salido al sistema democrático. De otro modo, solo cabe esperar una mayor descomposición nacional, de la que se nutran los famosos "demonios familiares".
CUÁNTO DEBE CADA AUTONOMÍA

La racionalización de las dimensiones del Estado se traduce en una crítica inflexible al dispendio y al gasto público. El Estado debe adaptarse a la capacidad económica de los ciudadanos bajo el criterio de una drástica reducción de la presión fiscal. El Estado se desprenderá de todas las estructuras superfluas que se requiera para alcanzar dichos objetivos, sin otros límites que la educación, la sanidad, la defensa y la seguridad interior.

VER+:



2.000.000.000.000 €s 
(2 BILLONES €s)

***
Razones para acabar 
con las autonomías
Sin Comunidades Autónomas, podríamos bajar el IVA, el IRPF, etc. 
Y viviríamos infinitamente mejor. Porque se crearía más empleo PRIVADO.

¿Quieren reformar la Constitución para adecuarla a los tiempos, como repite casi todo el mundo? Pues ya saben por dónde podrían empezar.


Desde hace ya algunos años, aumentan en cantidad e intensidad las voces que proponen reformar la Constitución para eliminar o al menos recortar el Estado autonómico con el objetivo de fortalecer la nación. Se podrá estar de acuerdo o no con ello, pero no se propone vulnerar la Constitución ni los procedimientos establecidos en ella. Por otro lado, el actual Gobierno está sostenido por varios partidos cuyo objetivo explícito es la destrucción de la nación mediante la vulneración de la Constitución. Absurdamente, los inquilinos de la Moncloa y los medios de comunicación a su servicio califican la primera posición como anticonstitucional y la segunda como constitucional. Y después se sorprenderán del hartazgo creciente de los españoles.
Pero ¿tan absurda es la propuesta de reforma autonómica, apoyada por una cantidad creciente de españoles, como indican las encuestas? Reflexionemos un momento sobre ello. Y, para comenzar, olvidémonos hoy del absurdo concepto nacionalidades, insostenible plasmación terminológica de la especialidad de algunas regiones españolas que justificaría su autogobierno.

Olvidémonos también del absurdo concepto históricas, como si las demás regiones españolas no tuvieran historia. Porque el motivo de la especialidad histórica de País Vasco, Cataluña y Galicia no fue ninguna singular antigüedad ni ninguna singular importancia política independiente en el pasado, razones que, por el contrario, sí definirían a otras regiones, empezando por los cuatro reinos constitutivos de España: Castilla, León, Navarra y Aragón. Su especialidad histórica, según nuestros padrastros constitucionales, radicó en el hecho de que esas tres regiones elaboraron estatutos de autonomía durante la Segunda República. Y punto. Probablemente sea imposible encontrar en el constitucionalismo comparado una frivolidad semejante y de tan hondas consecuencias jurídico-políticas.
Y olvidémonos también de que la Constitución, y especialmente su Título VIII, se redactó bajo la amenaza de los crímenes etarras, como confesaría posteriormente uno de sus redactores, Gabriel Cisneros.El Estado de las Autonomías es una absurda reliquia del pasado. Sencillamente sobra.

Dejémonos de teorías y limitémonos a unos pocos asuntos prácticos. Empecemos por lo más urgente: las comunidades autónomas han demostrado ser una herramienta en manos de los separatistas para enfrentar a unos españoles contra otros y dinamitar el Estado desde dentro. El caso más evidente o, al menos, el de mayor actualidad es el golpe de Estado perpetrado por los gobernantes autonómicos catalanes, golpe que todavía sigue operativo debido a la inútil aplicación del artículo 155 por el inútil Rajoy. Y, evidentemente, a la complicidad de Sánchez, incurable hispanófobo, como casi todo su partido.

Pero el golpe es simplemente el último paso de un proceso que ya dura cuarenta años. Porque el Estado de las Autonomías es lo que ha permitido que los separatistas utilicen los medios de comunicación públicos, pagados por todos los españoles, como instrumentos privados para lavar el cerebro de los ciudadanos. Sólo por este motivo deberían haber sido cerrados hace décadas. Y sus responsables, procesados. Y, paralelamente a esto, el Estado de las Autonomías ha hecho posible que la enseñanza se haya diseñado para inocular el odio separatista a los niños desde pequeñitos. Sólo por este motivo, las competencias educativas deberían haber sido recuperadas por el Gobierno de la nación hace décadas. Y sus responsables, procesados. Por consiguiente, mantener el tinglado autonómico es la mejor manera de garantizar la autodestrucción de España.

Por otro lado, el muy progresista Estado de las Autonomías ha conseguido retrasar el reloj de España varios siglos, hasta los lejanos tiempos de la fragmentación jurídica del Antiguo Régimen. Gracias a las Autonomías, España es el único país de Europa que, en pleno siglo XXI, ha recuperado desigualdades jurídicas, fiscales, sanitarias y escolares que asombran más allá de nuestras fronteras. Por no hablar de la desquiciada conversión de las lenguas en medios de incomunicación, segregación y discriminación.

Otro de los efectos perniciosos del Estado de las Autonomías es su insoportable coste. Porque ha multiplicado hasta el infinito consejeros, diputados, cargos, funcionarios, asesores y enchufados con el resultado de convertir una Administración eficaz y económica, como lo era la española hasta 1978, en un mastodonte artrítico que enreda la vida de ciudadanos y empresas en su telaraña legislativa y los aplasta bajo una presión fiscal inaguantable. ¿Por qué hay que mantener una estructura autonómica carísima que sólo puede conducir a la bancarrota de España? ¿Qué preferimos, funcionarios superfluos y politiquillos inútiles o pensiones dignas y hospitales excelentes?

Paralelamente a lo anterior, salta a la vista que el Estado de las Autonomías es una ciénaga de la que manan mil y una corrupciones. Sus beneficiarios no han sido los ciudadanos, que ninguna ventaja han sacado de ello, sino unos partidos que lo han utilizado para colocar a miles de afiliados dedicados a la política no por vocación de servicio público, sino por concebirla como una agencia de colocación. Lo que se esconde tras el trampantojo del acercamiento de la Administración a los ciudadanos es el acercamiento del dinero público al bolsillo de corruptos e inútiles.

Y, finalmente, una sencilla cuestión técnica relacionada con dicho acercamiento de la Administración a los ciudadanos, uno de los principales argumentos desplegados en 1978 en defensa de la descentralización autonómica. Porque en 1978 no había Internet. Pero hoy, cuando la mayoría de las operaciones administrativas, judiciales, bancarias y comerciales ya no las hacemos en oficinas sino sentados ante nuestro ordenador o a través del teléfono móvil, el Estado de las Autonomías es una absurda reliquia del pasado. Sencillamente sobra.

¿No están cerrando, tanto en España como en todo el mundo, miles de comercios debido a la venta por internet? ¿No están reduciéndose las plantillas de bancos y otras entidades debido a que los clientes operan desde casa?
¿Quieren reformar la Constitución para adecuarla a los tiempos, como repite casi todo el mundo, incluido el rey Felipe VI? Pues ya saben por dónde podrían empezar.


El (mal) estado 
de las autonomías

«Para frenar el proceso de degradación institucional y revertirlo en la medida de lo posible no queda otra opción, a mi juicio, que el fortalecimiento de la administración del Estado a nivel general»

Según el artículo 137 de nuestra Carta Magna, «el Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan. Todas esas entidades gozan de autonomía para la gestión de sus respectivos intereses». De este artículo y, en general, de cuantos conforman el Título VIII de la Constitución, referido a la organización territorial del Estado, surge el concepto de Estado de las Autonomías –o de Estado autonómico–, profusamente utilizado desde entonces en los ámbitos político y mediático, y también en el jurídico, por más que dicha denominación del modelo de Estado no aparezca literalmente, en ninguna de sus dos formas, en el texto constitucional.
Sea como sea, la redacción del mencionado artículo 137 nos indica con toda claridad en su primera frase que, al contrario que los municipios y las provincias, las Comunidades Autónomas se constituirán –lo que no significa que vayan a tener poder constituyente, que sí tiene en cambio el Estado–. Pero no hay duda de que en ese irse haciendo, en ese constituirse, a fin de gestionar, de acuerdo con la segunda frase del artículo, los «respectivos intereses» de esas comunidades, radican gran parte de los males de nuestra democracia presente.

Decía el otro día Félix de Azúa en una entrevista en El Cultural que el «gran error de la Transición fue el sistema autonómico». Y añadía: «Su supresión resolvería los problemas de caciquismo y feudalismo que sufre España, pero nadie lo va a plantear, ni siquiera la ultraderecha, porque hay mucha gente que vive de él. Sólo una catástrofe nos puede conducir al sistema jacobino, al de izquierdas de verdad». Razón no le falta, aunque dudo mucho que la solución, en un país como España, esté en la implantación de un sistema jacobino, haya o no catástrofe que la preceda. Los antecedentes de la Segunda República, el régimen más jacobino que hemos tenido, no invitan precisamente al optimismo. Por lo demás, esa percepción negativa del Estado autonómico, ese convencimiento del mal estado en que se encuentra, la comparten hoy muchos españoles y no sólo los que se consideran o son considerados de ultraderecha. Sus desajustes, sus deficiencias, los abusos y vulneraciones del Estado de derecho cometidos en su nombre y bajo su amparo requieren, sin discusión, de una corrección futura. De lo contrario, lo sucedido bajo la presidencia de Pedro Sánchez será una simple broma en comparación con lo que está por venir.
«Todo lo cual no quita para reconocer que el sistema, como decía, reclama a gritos una profunda remoción. Y esa remoción sólo puede venir del reforzamiento de las estructuras dependientes directamente del Estado»
Pero esa reforma no puede consistir en la liquidación pura y dura del sistema autonómico. Dicho modelo de Estado, al igual que la Monarquía parlamentaria, forma parte del llamado pacto de Transición, aquel sutil juego de equilibrios, tan admirado en su momento en el mundo occidental, que permitió transitar, sin que mediara otra violencia que la del terrorismo, de una dictadura a una democracia representativa. Y ese pacto era un todo. Al respecto, no estará de más recordar que en 1936, cuando estalla la guerra civil, en España existía ya un estatuto de autonomía en vigor, el catalán, otro que iba a aprobarse aquel mismo año, el vasco, y un tercero, el gallego, que acababa de refrendarse en Galicia y había sido ya remitido al presidente del Congreso para su tramitación en las Cortes. La Transición, pues, también debía tener presente esos antecedentes y darles solución. Otra cosa es que la fórmula que se fuera a adoptar tuviera que ser, por fuerza, la del célebre «café para todos».

Todo lo cual no quita para reconocer que el sistema, como decía, reclama a gritos una profunda remoción. Y esa remoción sólo puede venir del reforzamiento de las estructuras dependientes directamente del Estado –las autonómicas, aun siendo también del Estado, lo son por delegación– en el conjunto del territorio nacional y, en particular, allí donde manda el nacionalismo. Un reforzamiento cuya viabilidad pasará antes, a mi entender, por el desarrollo legislativo que por la retirada de competencias y transferencias ya efectuadas –sin que quepa descartar, aun así, esta última opción, como en el caso, por poner un ejemplo reciente, de la gestión de Prisiones traspasada al Gobierno del País Vasco–.

Desde hace más de cuarenta años, al tiempo que la administración del Estado ha ido adelgazando, la autonómica no ha dejado de engordar. Al principio, mediante el traspaso de funcionarios. Más adelante, mediante la creación de nuevas plazas o el relleno de las que quedaban vacantes a las que, a través de distintos mecanismos, se ha impedido el acceso al conjunto de los españoles. La herramienta más conocida y nociva de cuantas se han usado para imposibilitar, en beneficio de una parte de la población, el ejercicio de un derecho que debería ser de todos los españoles ha sido la exigencia del conocimiento de la lengua cooficial allí donde esta está reconocida por el correspondiente Estatuto. Quienes trabajan, por ejemplo, en el ámbito de la educación o de la sanidad –dejo de lado otros campos de la administración cuyo impacto en la población es menos trascendente– han sufrido de forma creciente los efectos de semejante discriminación. ¿Qué funcionario va a solicitar un traslado de una parte a otra de España si sabe que en el destino escogido le van a exigir unas competencias lingüísticas y a menudo también culturales e identitarias que para nada son las comunes en todo el territorio? Añadir que todo ello no hace sino favorecer la endogamia y la corrupción –el «caciquismo y feudalismo» a que se refería Azúa– parece ocioso.

Para frenar ese proceso de degradación institucional –que contamina también, aunque no haya lengua cooficial de por medio, las demás autonomías– y revertirlo en la medida de lo posible no queda otra opción, a mi juicio, que el fortalecimiento de la administración del Estado a nivel general y, más en concreto, de la que está presente en todas y cada una de las comunidades autónomas, con especial incidencia en aquellas donde el nacionalismo ha sentado sus reales. Un fortalecimiento sujeto a la voluntad reformadora del próximo Gobierno de la Nación, la cual tendrá que pasar, de manera irrenunciable, por una nueva legislación consistente en la promoción de cuantas medidas pongan por delante la unión, la igualdad y la justicia entre todos los españoles y combatan a un tiempo las ansias parceladoras y disruptivas de tantos gobiernos regionales. De ello dependerá, al cabo, la supervivencia del presente Estado de las Autonomías, o sea, del Estado español tal como lo conocemos.

LA QUIEBRA DEL ESTADO 
DE LAS AUTONOMÍAS
La quiebra del Estado de las autonomías; por Jorge de Esteban, Catedrático de Derecho Constitucional.
El día 23 de julio de 2012, se ha publicado en el diario El Mundo, un artículo de Jorge de Esteban, en el cual el autor opina que el Estado de las autonomías, que surgió de la Constitución de 1978, ha fracasado rotundamente, convirtiéndose más bien en el Estado de las anomalías.
Ya no cabe que disimulemos lo obvio, ni que miremos para otro lado, debemos afrontar la realidad tal como es, porque no podemos seguir corriendo tras los hechos para intentar alcanzarlos. No hay más remedio que pararse y aceptar lo que tenemos delante, con el fin de resolver el embrollo que nos envuelve, reconociendo de una vez que el Estado de las autonomías, que surgió de la Constitución de 1978, ha fracasado rotundamente, convirtiéndose más bien en el Estado de las anomalías.

Ahora bien, es conveniente no sólo hacer el diagnóstico de esta aberración constitucional que padecemos, sino también conviene explicar las causas por las que se creó. Las razones, sin que nos remontemos al siglo XIX, que es la fecha de donde partió el problema que todavía nos acecha, fueron cuatro en los inicios de nuestra actual democracia. En primer lugar, se trataba de resolver la cuestión de las reivindicaciones de los vascos y catalanes, algo que el propio Rey, en el discurso de su proclamación el 22 de noviembre de 1975, había ya sugerido. En segundo lugar, tras la llegada del presidente Tarradellas a Madrid en el año 1977, y de la restauración de la Generalitat de Cataluña, se intentó generalizar las autonomías para evitar la susceptibilidad de los medios más conservadores del régimen franquista, todavía en pie, a través de las llamadas preautonomías, antecedente de lo que vendría más tarde. Sin embargo, hay que señalar que además de estas dos primeras razones, había dos más que eran defendibles desde una perspectiva meramente democrática. En efecto, en tercer lugar, la adopción de las autonomías tenía la pretensión de acercar la administración a los administrados, mediante la descentralización del poder. Y, por último, también cabía defenderlas en razón de que podían ser un instrumento válido para acortar las diferencias económicas entre las regiones españolas, sacando a algunas del subdesarrollo económico y cultural en que se encontraban secularmente.

Pues bien, ninguna de estas razones se ha cumplido satisfactoriamente, salvo si acaso la última, pues no cabe duda de que regiones como Extremadura o Canarias, por poner algún ejemplo, se han beneficiado en cierto sentido del Estado de las autonomías. Pero dicho lo cual, no hay más remedio que afirmar que en su conjunto el Estado autonómico, ha fracasado, como, por ejemplo, se acaba de poner de manifiesto en un curso de la Fundación Denaes en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, en el que yo he participado. Pero, los testimonios de este fracaso nos lo ofrecen todos los días los periódicos y, en especial, la opinión pública de los españoles, que por fin se han dado cuenta de dónde procede la mayor parte de su desastrosa situación económica y de la senda que nos lleva al temido “rescate”.

Conviene, por tanto, que entremos ahora en el diagnóstico de las razones de por qué ha fracasado un modelo de Estado descentralizado, que era bastante viable, y hasta beneficioso, si se hubiera regulado su diseño de forma racional y estable. La primera de las razones de su fracaso es la que se refiere, como digo, a su insuficiente regulación en el título VIII de la Constitución. Ciertamente, los constituyentes podían haber optado por un modelo concreto de los que ya existían en Europa para descentralizar el Estado, como podía ser el portugués, con dos regiones autónomas y el resto del territorio peninsular descentralizado administrativamente; el italiano, con 20 regiones autónomas, pero cinco de ellas con más competencias que las demás; y, por último, el alemán, en donde todos los Estados miembros tienen parecidas competencias. Sin embargo, no se siguió ninguno de esos tres modelos, sino que siguiendo el funesto ejemplo de la II República, se decidió crear un Estado descentralizado a trompicones y de manera desigual. Las consecuencias de ese sistema abierto, progresivo y nunca terminado, ha contribuido definitivamente a llevarnos a la situación actual. Porque, además, en segundo lugar, la concurrencia de ese sistema continuo de regateo competencial de las comunidades autónomas creadas, se agudizó al máximo, por permitir en nuestro sistema electoral la existencia de partidos nacionalistas, en las Cortes Generales, que es una característica anómala en los Estados federales que funcionan.

En tercer término, cabe afirmar que en la dialéctica que es propia de todo Estado federal, entre las fuerzas centrípetas y las fuerzas centrífugas, el ideal radica en la búsqueda de un equilibrio armónico entre ambas tendencias. Ahora bien, en España ha existido un elemento distorsionador que ha favorecido absurdamente el centrifuguismo, que paradójicamente no ha sido otro que el propio Tribunal Constitucional, cuyas muchas sentencias, especialmente la que se refiere al Estatuto de Cataluña, y a las legalizaciones de los partidos pro-ETA, Bildu y Sortu, no han hecho más que perturbar la lealtad federal o constitucional, que es necesaria en los Estados de este tipo.

Pero no sólo eso, sino que la diversidad de las competencias que han asumido las diferentes comunidades autónomas, han comportado, en cuarto lugar, que se haya establecido una situación de confusión en el funcionamiento general del Estado, dejando al Gobierno Central prácticamente sin competencias, o, dicho de otro modo, convirtiendo al Estado-aparato en un cascarón vacío. Como era de esperar, en quinto lugar, la reivindicación permanente de competencias, llevaba aparejada el aumento continuo de las clases políticas regionales, que han convertido a España en el país europeo con mayor número de políticos por metro cuadrado. Además, se ha ido fomentando la creación de empresas públicas, de televisiones autonómicas y organismos inoperantes, la mayor parte de los cuales con la única finalidad de emplear a simpatizantes, amigos y parientes.

Todo ello, en sexto lugar, fue favorecido por la modificación de la ley de las cajas de ahorro, que fueron invadidas por los políticos y sindicalistas locales, conllevando la corrupción y el despilfarro. La consecuencia ha sido que nuestras comunidades autónomas se han convertido en la mayor fábrica de déficit del Estado, hasta el punto de que ya no podemos continuar con este sistema de autonomías, de las que se ha perdido todo control, como se demuestra por el intento de rebelión encabezado por Cataluña en los momentos actuales, sin que ni siquiera nadie haya aludido al artículo 155 de la Constitución, que se hizo para algo. Semejante situación -y eso es lo peor- la conocen ya perfectamente las instituciones europeas, el Gobierno de los Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional, la OCDE y, especialmente, lo que se llama metafóricamente los mercados. De ahí que mientras que no se resuelva este galimatías, España no saldrá de la recesión, por muchos parches que ponga el confuso Gobierno actual.

Sin embargo, nada de esto habría ocurrido si la Constitución hubiese establecido con claridad cuáles eran las comunidades autónomas, sus respectivas competencias, y las propias del Estado. Por el contrario, no sucedió así, dando comienzo una carrera hacia el desguace del Estado. Muchos, sin embargo, desde el primer momento afirmamos la necesidad de que se acabase el diseño del Estado. En mi caso, por ejemplo, siendo subdirector del Centro de Estudios Constitucionales, sugerí al ministro de la Presidencia, Pío Cabanillas, la conveniencia de llevar a cabo una ley que estableciese el diseño final del Estado, puesto que la reforma de la Constitución en aquellos momentos no era viable. De este modo, Calvo-Sotelo cayó en la cuenta y se redactó la llamada Loapa, que trataba de llevar a cabo ese cometido en algún sentido. Pero los nacionalistas vascos y catalanes recurrieron la ley ante el Tribunal Constitucional, y éste en una de sus desafortunadas sentencias, siempre influidas por los partidos nacionalistas, anuló varios artículos de la misma. Si esa ley, o incluso otra parecida, se hubiera impuesto, junto con el acuerdo de los dos grandes partidos, España hubiese podido tener un Estado descentralizado que habría sido beneficioso para el país. Pero no fue así.

De este modo, hemos llegado irremediablemente a la actual situación, en que después de los ocho años de Gobierno del presidente Zapatero, las cosas se degradaron al máximo. La esperanza que se había depositado en el presidente Rajoy, en el Partido Popular, por el momento han defraudado ampliamente a todos los españoles. Nos encontramos en una situación cada vez peor, pero no sólo desde el punto de vista económico, sino también psicológico. Los españoles ya no confían en nadie o, mejor dicho desconfían de todo y de todos, y, a su vez, nadie fuera de España confía en nosotros. El Gobierno tenía que haber elegido entre reorganizar o desmantelar el Estado de las autonomías, o reducir cada vez más, con recortes y subida de impuestos, el Estado de Bienestar, en perjuicio de los españoles más necesitados. Pues bien, fatalmente eligió la segunda opción, que nos lleva claramente al abismo. Pero, se quiera o no, el Estado de las autonomías ha fracasado ya estrepitosamente, y será necesario reorganizarlo en profundidad, o incluso suprimirlo, si nos lo exigen nuestros deudores y socios europeos, porque la soberanía nacional es ya una entelequia jurídica. Sea lo que fuere, o entramos en un momento constituyente para revisar nuestra Constitución o depositamos a ésta en el almacén de los objetos perdidos.

JOSECHU JACA: El Estado de las Autonomías desde luego que ya sabíamos que iba a ser la ruina de España; conocedor de las especifidades del Norte (País Vasco y Cataluña), se podría haber optado por un Estatuto como el de Navarra o bien como dice el articulista, ya que todo está inventado haber tomado como ejemplo los que cita en primer lugar, principalmente el alemán; pero claro, en este país nunca han llevado buena fama los políticos, salvo por sus apesebrados en generral, ya que el principio jurídico de que todo el que tiene poder tiende a abusar de él, esta vez amparado nada más y nada menos que por el TC. Una vez llegados al estado general de ruina, la gente ya no está tanto por la labor de sus peculiaridades regionales e incluso de las mal llamadas "nacionalidades históricas". Las prioridades son salir de la recesión, tanto en una como en otra, y si se vuelve a cometer el error de la II República, es impredecible lo que puede ocurrir. Todo esto ya pasó..., conservo una colección de "moneda" acuñada en los lugares más recónditos de España ¿Para qué y por qué? pues para no volver el sistema de trueque si cada cuál se encierra en su terruño. Ese no es el camino del progreso ni mucho menos del bienestar que hemos vislumbrado, pero era un espejismo, ya que de donde no hay no se puede sacar, y "nuestros socios europeos" no están por la labor de alimentar espejismos con sus impuestos llegados aquí como préstamos que se diluyen en la dinámica anterior. Mal está esto y peor que se vá a poner, ya que tampoco existe una alternativa, como en las otras crisis habidas. Estamos solos ante el peligro y cada vez más desunidos y desconfiados; tímidamente me atrevería a sugerir un Gobierno de Concentración o de Salvación, pero me temo que no se está por la labor y a lo mejor si se estuviere, quizá sea tarde.



Si se ponen estos más de 26 mil millones de euros en perspectiva, se entiende el agujero negro que supone el modus operandi del Estado de las Autonomías. Ahora bien, los datos obtenidos no deben diluirse en una crítica política sobre el sistema autonómico propiamente dicho, no. El estudio es relevante porque, por fin se pone en negro sobre blanco cifras económicas concretas y que son consecuencia directa y exclusiva del MODUS OPERANDI de las autonomías. Ni más ni menos; cifra el monto del enrome derroche que se ha consentido en su nombre. Por ejemplo y buscando la perspectiva de lo que suponen los miles de millones indicados: todo el gasto en la seguridad social del Estado Español representa el 3% del PIB, es decir, son cantidades del mismo orden de magnitud que el sobrecoste de las CC.AA., el referido 2,6% del PIB.

"Todo el gasto en la seguridad social del Estado Español representa el 3% del PIB, es decir, son cantidades del mismo orden de magnitud que el sobrecoste de las CC.AA., el referido 2,6% del PIB"

Pero ahondemos más en este agujero negro y lo que revela el estudio. El Gobierno del Sr. Rodriguez Zapatero ha indicado la toma de medidas con el objetivo de reducir el déficit público en 50.000 millones de euros durante los tres próximos años. El reparto de tareas las ha establecido en un 80% de reducción para el Estado, dejando la reducción del 20% entre las demás Administraciones Públicas. Pues bien, con los datos revelados en el estudio de la UPyD, los porcentajes de reducción deberían ser justo a la inversa. El 20% para el Estado y el 80% de reducción ajustado entre las Comunidades Autónomas. Éstas sí pueden y deben apretarse el holgado cinturón que han ido adquiriendo.

Cuando nos referimos al modus operandi y el sobrecoste, ¿a qué nos referimos exactamente? Pues bien, hay que distinguir entre los gastos que son indispensables para el desarrollo y la existencia de las propias Comunidades Autónomas de aquellos gastos que son evitables y no esenciales. Nadie pone en cuestión los gastos indispensables, como pueden ser, las instituciones esenciales de auto-gobierno, el gobierno y parlamento autonómico, el coste efectivo de servicios mínimos para el ciudadano e incluso nuevas justificables políticas, como por ejemplo, la tal llamada política de dependencia. Sin embargo, no se entiende por qué un diputado catalán cuesta casi el doble que un diputado del Congreso. Tampoco se entienden ciertas partidas de gastos y órganos no esenciales que redundan no solo en un sobrecoste escandaloso, si no, en un importante fraccionamiento en detrimento directo del propio ciudadano. Tal es el caso por ejemplo de la sanidad, la justicia, o las más de 100.000 normas regulatorias existentes en España, incluyendo las autonómicas. Es decir, ¿qué competencia para el libre mercado puede establecerse si el fraccionamiento normativo regional implica un considerable sobrecoste y rechaza la unidad de mercado nacional? ¿En qué medida se beneficia el ciudadano? Absolutamente en nada, todo son trabas y, en último lugar, el resultado es mucho más caro.

Hay órganos que aún siendo importantes están duplicados con el Estado, por ejemplo los defensores del pueblo y del menor. Hay actividades que son necesarias pero que resultan claramente redundantes cuando se repiten una y otra vez en las Comunidades Autónomas, caso de las embajadas y oficinas comerciales autonómicas, institutos de estadística y meteorológicos, agencias de protección de datos, las dos o tres televisiones y radios autonómicas, y hasta 50 universidades públicas.

ESPAÑA, UN ESTADO DÉBIL by Flavia Casiana


España, Un Estado Débil
por Tomás-Ramón Fernández Rodrígez

Lo que no te dicen del Modelo de las Autonomías en España, 
y la verdad sobre el Sistema Electoral.

"El Estado de las autonomías es económicamente insostenible y políticamente disolvente"
 
¿Hay que desmontar el Estado de las Autonomías?

García Serrano asegura que el estado autonómico 
contribuye a disolver la conciencia nacional


viernes, 22 de diciembre de 2023

LIBRO "ESCLAVOS DE LOS NACIONALISTAS": CUANDO LOS DELINCUENTES OCUPAN EL PODER 👥👿💥


CUANDO LOS DELINCUENTES
OCUPAN EL PODER

ESCLAVOS 
DE LOS 
NACIONALISTAS

Si has cogido en tus manos este libro porque necesitas un motivo para reflexionar, un soplo de aire fresco en tus pulmones o un rayo de luz en la noche, has acertado.
Si piensas que todo está perdido porque esto ya no lo arregla ni el mejor arreglador, entonces debo decirte que estás en el lugar adecuado.
Ábrelo, puede que encuentres lo que buscas. Es todo lo que te puedo ofrecer.
Entiéndeme, en los tiempos que corren muchos prometen el cielo cuando pretenden bajarte a los infiernos y yo no quiero que me asocies con esa gente.
La coherencia y la sinceridad son la base de mi mensaje. No busques en él una indicación sobre a quién debes votar, el color de la camiseta que te debes poner o el rebaño al que pertenecer.
Te advierto que no es un tratado sobre política. Este libro habla sobre ti, sobre mí, sobre nosotros; sobre unos ciudadanos que, sin saber bien cómo, se han visto degradados a la categoría de esclavos.

Este libro habla de la sociedad, de las patologías que sufre, de traiciones, engaños… y de ética salpicada con unas pinceladas de filosofía; en fin, de emociones del ser H y, también, como no, de política.
No te alarmes, la política no me interesa, al menos esta nueva política que va de administrar los bienes de todos en beneficio de unos pocos y de sus amigos. Los políticos cada vez tienen más amigos, pero yo siento que siempre estoy entre los otros, entre los enemigos, no sé si a ti también te pasa.
Por eso tendremos que hablar de política; porque la política lo ha invadido todo y es necesario que sepas que esa política, que algunos esgrimen con violencia ante tus narices como la solución, es el problema que te quita el aire y te asfixia. Para que me entiendas, la política es como el vino, no es mala en sí, el problema está en la cantidad y en la calidad.

- Querido Sancho: Compruebo con pesar, como los palacios son ocupados por gañanes y las chozas por sabios. Nunca fui defensor de los reyes, pero peores son los que engañan al pueblo con trucos y mentiras, prometiendo lo que saben que nunca les darán. País este, amado Sancho, que destrona reyes y corona piratas, pensando que el oro del rey será repartido entre el pueblo, sin saber que los piratas solo reparten entre piratas. ¡Dios nos libre Sancho! de atoparnos con tales "caballeros" de poca lanza y mucho escudo y menos vergüenza, que tienen en la boca la palabra España, sin conocer ni su historia ni su valía.
- Mi señor Don Quijote: Yo no entiendo de tales cosas, pero sí sé quién me roba y quien me engaña, y haciéndome el tonto, dejo que piensen que soy el engañado, para luego darles mierda mezclada con la miel, pensando ellos que es ambrosía, lo que solo es mierda de vaca. Este pueblo señor es de venganzas, cuando el hambre aprieta, y según cuentan en los mesones, la gente viajada, esto va para largo y no hay tonto que lo sea tanto tiempo. Mi señor: Cuando un hijo llora por el hambre, mal padre y madre han de ser, si no se levanta y claman venganza.
- ¡Dios no lo quiera Sancho! que este pueblo, cuando se ensangrienta no mira caras ni banderas, y de ello la historia es ejemplo, claro que no es menos cierto, Sancho amigo, que estos tales "caballeros", poca historia han estudiado, sólo la de un bando, y sus cortesanas menos aún, que son poco amantes de los libros y la higiene. Amigo Sancho, tiempos vendrán, que nadie leerá nuestras andanzas, porque serán víctimas de los contadores de cuentos y embustes, bien tramados y proclamados por juglares vendidos al poder.
- ¿Entonces mi señor, por qué pelear tanto?
- Para dejar constancia de que los años y la edad, son más fuertes y poderosos que los molinos.
- ¿No eran gigante mi señor Don Quijote?
- Mi buen amigo y noble Sancho, solo en la mente de un anciano ilusionada existen los gigantes.
Maese Borrajo (Moncho Borrajo).










PROLOGO

QUERIDO lector:

Espero que no te moleste que me presente ante ti con un mensaje tan crudo, pero los acontecimien­ tos sociales no me han dado opción. Seguro que la palabra «nacionalistas» del título te ha llevado a exclamar: ¡estoy de la política hasta el gorro!
Te equivocas, no es un tratado sobre política. Este libro habla sobre ti, sobre mí, sobre nosotros; so­bre unos ciudadanos que, sin saber bien cómo, se han visto degradados a la categoría de esclavos. Ha­bla de sucesos, de patologías, de traiciones, de engaños y de ética salpicada con unas pinceladas de fi­losofía; en fin, de emociones y, también, como no, de política.

Es un libro de autoayuda escrito con humor. Para ser más exacto, con sarcasmo, que no deja de es­ tar emparentado con el humor negro, porque la situación social no está para otra clase de humor que no sea el negro.
¿Que por qué es un libro de autoayuda? Muy sencillo, porque trato de ayudarte a que te ayudes. ¿No es eso la autoayuda? Bueno, más adelante te lo explicaré mejor. Lo único que te puedo prometer es que seré coherente y sincero en el mensaje.
Personalmente no tengo nada en contra del nacionalismo. El problema no está en las ideas, sino en las personas que las utilizan para someter a sus semejantes.
Pues de eso quería hablarte: de esclavos sometidos por sus captores totalitarios.

Al igual que Ortega decía de la mentira, el nacionalista es un parásito y todos los parásitos necesi­ tan a un huésped. La mentira tiene a la verdad, sin la que no puede existir, y el nacionalista al Estado, sin el que tampoco tendría razón de ser.
Descarto que el problema se encuentre en el parásito, sino en el huésped que, cual madre pusilá­nime y caprichosa ha optado por dar toda su leche a uno de sus hijos condenando al resto a pasar hambre y miseria. La cuestión no es que el hijo sea egoísta, todos lo somos, por ese motivo las socieda­des, y también las madres, deben contar con mecanismos correctores que mantengan a cada uno en su sitio. En este caso, los mecanismos no funcionan, nunca han funcionado. Por fortuna se trata de mecanismos y se pueden cambiar, otra cosa es que se quiera hacer, que no parece; tendremos que pre­ guntarnos, ¿por qué?

Hace unos años, allá por finales del 2019, leí una noticia que vuelve a mi memoria convirtiéndose de nuevo en actualidad. En circunstancias normales me hubiera arrancado una carcajada, pero las circunstancias distan mucho de acercarse a la normalidad y, tras una breve reflexión, la conclusión no puede ser otra: somos esclavos de los nacionalistas.
Cuando digo esclavos me estoy refiriendo a eso, a esclavos como los que existían en el Imperio Ro­mano. Allí había hombres libres, que tenían derechos, y esclavos, que no tenían ninguno. Yo me siento así, salvo el de pagar impuestos para que sigan viviendo los parásitos, creo que ya no me queda ninguno.
Una de las principales causas que me impulsan a afrontar este asunto es que me doy cuenta de que la gran mayoría de los esclavos no saben que lo son. En Roma, el esclavo sabía que era un esclavo, pero en nuest ro mundo la esclavitud no existe, al menos eso nos gusta pensar para sentirnos más tranquilos.

No te engañes, la esclavitud ha existido siempre y ahora mucho más que en Roma. Que los amos sean los nacionalistas tampoco te debe escandalizar. Todo esclavo debe tener un amo, el amo manda y el esclavo obedece; el nacionalista manda y nosot ros obedecemos.
El negocio nacionalista no es una ideología ni un sentimiento histórico ligado al territorio o a los antepasados, como algunos interesados tratan de hacernos creer, sino un modo de vida que tiene al terror como herramienta para controlar a los esclavos. ¿Sorprendido? Pues agárrate porque todo esto lo han hecho con unas pistolas y un puñado de votos; y lo peor es que actúan desde la más completa impunidad y jaleados por sus seguidores, que también viven del negocio.
Hemos llegado a asumirlo como normal. Incluso hemos festejado que se hayan civilizado un poco y no nos maten. Hay muchas formas de morir, el tiro en la nuca no es la peor, lo pone todo perdido de sangre y mete mucho ruido, pero es rápido e indoloro cuando se hace bien; créeme, no es la peor forma de morir. También está la muerte civil, la colectiva, la que se produce cuando observas la impu­ nidad y la arbitrariedad que nos rodea.

Mira a tu alrededor: decepcionados, ausentes, cansados... Ensimismados ante la pantalla del móvil, buscan una ficción que les permita superar la realidad sin saber que ya están muertos.
Voy a pedirte que apartes la mirada del móvil, que lo apagues si fuera necesario y no lo vuelvas a encender hasta que le encuentres una respuesta a la pregunta que te voy a formular: ¿Qué crees que le ocurre a una sociedad cuando los delincuentes ocupan el poder?
Sí, quiero ayudar a esos muertos para que resuciten, y a los esclavos para que se den cuenta de su condición y luchen por la libertad. Éste es el motivo por el que es un libro de autoayuda.

Te preguntarás si yo soy un esclavo. Ésta es una cuestión difícil de responder. Diría que solo a ratos. Me gusta pensar que soy un ser H, H de humano, claro. Se trata de un ser primario, anterior a los im­ postados conflictos de género y hasta de número por ser individual y único. Es Adán cuando salió del molde, antes de que Dios le arrancara la costilla y de que comiera la manzana. Todos llevamos uno dentro, aunque algunos han decidido sepultarlo en un rincón de su corazón bajo un montón de ba­ sura ideológica y cibernética. Muchos, cada vez más, han decidido sustituir esa H por una B y andan por ahí con camisetas de colores balando en grupos tras un mesías. Solo el ser H es depositario de de­ rechos porque solo él soporta también la pesada carga de las obligaciones. Si has entendido esto, será la muestra de que aun estás vivo.

Volvamos a la noticia de la que te hablaba y dejémonos de tanta cháchara. Se trata de una noticia que lo mismo podía servir para reír que para llorar, pero que a mí me ha llevado a la reflexión, pri­ mero, y a escribir después:

«Según el último barómetro de ABC/GAD 3, el primero que se hace después de las generales, la mayo­ ría de los votantes, un total de 19,5 millones de españoles, prefieren otra repetición electoral antes que dejar España en manos de los independentistas».

La fecha de publicación es el 1 de diciembre de 20 19, de ahí el impulso de soltar la carcajada. Como puedes ver, cuatro años después, la situación sigue siendo exactamente la misma y, de nuevo, suenan los rumores de repetición electoral.
¡Otras elecciones!, exclamas desconsolado. Ha llegado el momento de preguntarse si el problema no estará en el sistema. El sistema es el que falla. De nada sirve echar la culpa a Franco, a la Guerra Civil o a Napoleón. Si tenemos un problema que es el mismo que teníamos en el 2019, en el 2018, en 2016 y así hasta el principio de los tiempos, entonces es que tenemos un problema gordo, un problema cró­ nico y sistémico. Un problema diabólico.
Hecho el diagnóstico debemos encontrar una solución. Sí, tú y yo mano a mano debemos encontrar una solución que libere a los millones de esclavos que nos rodean. Te presentaré alguna propuesta sencilla porque tampoco hace falta comerse demasiado la cabeza con esto. A mí me parece que está claro.

Analizaremos el problema tomando como punto de partida que el problema es de diseño, y que el sistema nunca funcionó más allá del maquillaje que ha permitido que la comedia se represente de formar reiterada en un escenario que se renueva cada cuatro años con personajes y decorados dife­ rentes que la van transformando de forma inexorable en una verdadera tragedia.

El terror como herramienta política

Debes tener en cuenta la situación de inseguridad ciudadana que se vivía en España en la época en que se gesta, aprueba y comienza a regir la Constitución. Como muestra dejo una relación de los gru­pos terroristas que ayudaron a cavar el foso y nos empujaron dentro:
  1. ETA (Euskadi Ta Askatasuna), nacido en 1959 para reclamar un estado en las tres pro­ vincias vascas, Navarra y tres territorios del sur de Francia. Es el grupo terrorista más sanguinario de la historia de España con 829 personas asesinadas.
  2. GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre). Brazo armado del Par­tido Comunista Español Reconstituido. Suprimer asesinato data de 1975 y el último tuvo lugar en 2006. Asesinó a 85 personas.
  3. Terra Lliure (Tierra Libre).Organización terrorista de extrema izquierda, partidaria de la independencia de Cataluña. Su actividad se desarrolló entre 1980 y 1991, y en su ha­ber se pueden contar 275 acciones terroristas con el asesinato de una persona.
  4. MPAIAC (Movimiento Para la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Ca­nario). Fue una organización para la creación de una Repúhlica Guanche Socialista en las Islas Canarias integrada en el contexto de África. Activo entre 19 77 y 1979, con más de un centenar de acciones violentas causando la muerte de un policía.
  5. EGPGC (Exército Guerrilheiro do Povo Galego Ceive). De ideología marxista-lenilista, su objetivo era la independencia de Galicia, a la que anexionaría ciertas zonas de la provin­ cia de León. Activo desde 1987 hasta 1993, mató a dos personas e hirió a 48.
  6. MIL (Movimiento Ibérico de Liberación). No se le conoce constitución formal a esta or­ganización de corte anticapitalista y antifranquista que se definía a sí misma como grupo de apoyo a la lucha obrera, pero a finales de la dictadura asesinó a un policía.
  7. FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota). Nace de una escisión del Partido Comunista Español en 1973 y se disolvió en 19 78. En esos años asesinó a cinco policías.
  8. La Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista), el Batallón Vasco Español o los Grupos Armados Españoles fueron grupos de extrema derecha que actuaron entre 1977 y 1982 en el País Vasco y en el sur de Francia, teniendo como objetivo el entorno de ETA.
  9. En el ámbito del combate del terrorismo de ETA con sus propias armas, debemos añadir el GAL (Grupo Antiterrorista de Liberación), activos entre 1983 y 1987, al que se le atri­buyen 27 asesinatos.
En un primer análisis de esta relación del terror, podemos obtener las siguientes conclusiones:
  • Que la práctica totalidad de los grupos terroristas son de ideología nacionalista o sociocomunista.
  • Que todos imitan la forma de actuación de la banda terrorista ETA, lo que indica las co­nexiones existentes entre ellos y una estrategia conjunta de acoso al Estado.
  • Que esta situación de violencia social extrema se mantiene, al menos durante una dé­ cada, llegando algunos de estos grupos, los más violentos, a los 30 o 50 años, en los ca­ sos del GRAPO o ETA.
  • Que esto solo es posible debido a la debilidad del Estado, que no quiere o no puede, o in­ cluso no sabe, combatir elterror.
  • Que ante la impunidad de los terroristas y la inacción del Estado, aparecen grupos de ideología contraria que se toman lajusticia por su mano. En general se trata de grupos de escasa consistencia organizativa con actuaciones aisladas, que carecen de un fin con­ creto más allá de la simple venganza y la intimidación mostrando capacidad de res­ puesta. Un ejemplo claro fue la conocida como Matanza de Atocha en el año 1977. Un grupo de terroristas entraron en un despacho de abogados vinculado con el Partido Co­munista y mataron a cinco personas y otras cuatro resultaron heridas. A uno de los condenados se le encontró vinculación con Falange Española y más tarde una información italiana apuntaba a la participación en el atentado de algún neofascista italiano.
En un ambiente de terror y violencia en el que los asesinos se alinean tras una determinada ideolo­gía, no se puede esperar que la ideología contraria permanezca de brazos cruzados. Algunos han acu­sado al Estado de connivencia con estas actuaciones terroristas contra los terroristas en las que, in­cluso, participó algún miembro de la seguridad del Estado. Es un error interesado. La connivencia del Estado fue con todos los terroristas. La violencia y el caos son solo la consecuencia necesaria de la au­sencia del orden, y el orden se impone a través de la fuerza de la que solo el Estad.o debe ser el depositario.
Debo puntualizar que las cifras reseñadas son meramente orientativas y solo tratan de mostrar la magnitud del terror y la barba rie a la que se sometió a aquella sociedad, pero has de tener en cuenta que no solo hubo muertos, también hubo secuestros, extorsiones y millones de afectados.

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viernes, 24 de noviembre de 2023

"NO ES UNA DICTADURA, ESTÚPIDOS" y "UNA CLEPTOCRACIA EN METÁSTASIS" por JUAN MANUEL DE PRADA


No es una dictadura, 
estúpidos
© ABC

No es una dictadura lo que sufrimos. Es la democracia, que también puede ser totalitaria.

Se lo hemos escuchado a los lidereses y lideresas más bragados de la derecha, sacando pecho. Pero también sacaba pecho aquel valentón cervantino que calaba el chapeo, miraba de soslayo y requería la espada. Sorprende, en primer lugar, que, para denunciar los manejos del partido de Estado en conjunción con 'indepes' y otras finas hierbas, se invoque la 'dictadura', que en el subconsciente popular –después de casi medio siglo de machaque sistémico y sistemático– se asocia indefectiblemente a la franquista, presentada además por la izquierda como fuente nutricia de la derecha española, para acoquinarla y traumatizarla. ¿De veras, para caracterizar la forma política que esta investidura proclama orgullosa, hace falta recurrir a la 'dictadura'? ¿O más bien se trata de una distorsión cognitiva y un acto fallido freudiano?

De una forma muy elemental (pero rigurosamente cierta) se lo explicó Yolandísima a la derecha desde la tribuna parlamentaria: «En una dictadura los opositores estarían en la cárcel, no sentados en el Congreso. Y no estarían recibiendo financiación pública, como la reciben ustedes». En efecto, así es. Y si los partidos de la oposición están sentados en el Congreso y recibiendo una opípara financiación pública es porque nos hallamos en una democracia como la copa de un pino; aunque, desde luego, sea un pino con procesionaria. He aquí lo que deberían denunciar esos políticos de la derecha tan aguerridos, si no fuera porque las premisas de su pensamiento (perdón por la hipérbole) son las mismas que convienen a la izquierda.

En su célebre clasificación de las formas de gobierno, Aristóteles no nos dice que la democracia sea buena y la dictadura mala; nos dice que todas las formas de gobierno pueden ser buenas o malas según cuál sea su objeto. El objeto de un gobierno sano es la consecución del bien común; y el objeto de un gobierno perverso es la consecución de intereses particulares, que es lo que pretende el doctor Sánchez concediendo la amnistía a los 'indepes'. A esta perversión se suma otra que nuestra derecha aguerrida tampoco tiene arrestos de señalar. Afirmaba Ortega que «la democracia exasperada y fuera de sí es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad». Y esto ocurre cuando la democracia deja de ser 'forma de gobierno' que asegura la participación del pueblo en las instituciones, para transformarse en 'fundamento de gobierno' o sucedáneo religioso donde se asume que la aritmética de las mayorías parlamentarias establece lo que es justo y lo que es injusto, mediante leyes sin discernimiento moral alguno que lo mismo apiolan niños en el vientre materno que amnistían delincuentes. Como señalaba Malraux, esta voluntad de regular sin discernimiento moral es lo que caracteriza al totalitarismo. Porque la democracia también puede ser totalitaria.

Súmese a ello que las mayorías parlamentarias que determinan a su gusto lo que es justo y lo que es injusto están usurpando la representación política y haciendo con los votos que reciben lo que les sale de la pepitilla, como acaba de hacer el doctor Sánchez con los votos de sus adeptos, a quienes prometió hasta el aburrimiento que no habría amnistía. Así se llega a esa estación última de la democracia que describe grandiosamente Tocqueville:
Bajo el gobierno absoluto de uno solo, el despotismo, para llegar al alma, golpeaba vigorosamente el cuerpo; y el alma, escapando a sus golpes, se elevaba gloriosa por encima de él. Pero en las repúblicas democráticas la tiranía deja el cuerpo y va derecha al alma. El amo ya no dice: «Pensad como yo o moriréis», sino: «Sois libres de no pensar como yo. Vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis, pero a partir de ese día seréis un extraño entre nosotros. […] Os dejo la vida, pero la que os dejo es peor que la muerte».
Esto es lo que la derecha aguerrida debería denunciar, si sus castraduras mentales se lo permitieran. Pero, claro, la derecha piensa que la democracia siempre es buena, siempre es santa, siempre es relimpia y no le huelen los sobacos; piensa —como el bobalicón de Maritain— que «con la democracia la Humanidad ha iniciado el único camino auténtico». ¡Pobres lidereses y lideresas derechosos! Si en verdad deseáis algo más que seguir aparcados como muebles en el Congreso mientras vuestros partidos reciben una opípara financiación pública, tened el coraje de denunciar estas perversiones democráticas. Y, si no tenéis valor, dejad de martillearnos con vuestras aspaventeras distorsiones cognitivas y callad para siempre, que la mamandurria ya os la asegura el democratísimo doctor Sánchez.

Una cleptocracia en metástasis



«Sin virtud de la justicia, ¿qué son los gobiernos, sino execrables latrocinios?», se preguntaba San Agustín. Puestos a buscar una cleptocracia fetén, creo que no encontraríamos otra tan sólida, tan blindada contra intempestivas acciones de la justicia y a la vez tan plácidamente aceptada por las masas cretinizadas como el Régimen del 78. En cuestión de meses podría darse el caso de que estén incursos en causas penales la mujer y el hermano del presidente del Gobierno, varios ministros o exministros suyos, el fiscal general del Estado, la presidenta del Congreso… Y eso sin contar con el cambalache constante y disgregador que imponen las aritméticas parlamentarias; sin contar con el control político que se ejerce sobre jueces y magistrados a través del llamado Consejo General del Poder Judicial; sin contar con que la interpretación de las leyes se halla siempre en manos del poder ejecutivo a través del llamado Tribunal Constitucional; sin contar con que las más variopintas instituciones –del Ejército a la Universidad– estén por completo gangrenadas, colonizadas, depredadas por los capataces de este «execrable latrocinio».

La partitocracia –que es la forma de gobierno instaurada por el Régimen del 78– se funda sobre la instrumentalización abusiva de las instituciones políticas sin que exista por encima árbitro alguno (sólo entidades o grupos asociados a los intereses de las oligarquías dedicadas al latrocinio). Este poder gigantesco pero inorgánico, carente de legitimidad alguna, no se habría podido lograr, sin embargo, sin el desfondamiento moral de una sociedad que a sus vicios llama derechos; así la corrupción se ha convertido en el líquido amniótico en el que se desenvuelve la vida política, como conviene a una cleptocracia flagrante que ahora ingresa en fase de metástasis despepitada. No es que en los partidos haya más o menos políticos corruptos (aunque, desde luego, la jarca encabezada por el doctor Sánchez es el arca de Noé de la corrupción), sino que los partidos son estructuras oligárquicas concebidas para la rapiña irrestricta del erario público, juntas de ladrones a quienes las leyes garantizan la impunidad en el desempeño de sus latrocinios. Bajo el trampantojo ideológico, con el que enardecen y aturden a los incautos, los partidos políticos son máquinas succionadoras de la riqueza nacional; pero también –y esto es más grave aún– apisonadoras de los bienes espirituales del pueblo, al que pervierten hasta extremos de abyección insoportables.

Decía Aristóteles que la vida buena (la vida noble y plena, la ‘eudaimonía’) sólo podía alcanzarse en el seno de una comunidad que fomente la virtud y promueva el bien común. En su célebre clasificación de las formas de gobierno –ya lo hemos explicado en anteriores artículos–, Aristóteles no actúa como los panolis modernos, que determinan si una forma de gobierno es sana o degenerada según la titularidad del poder está en manos de uno o de muchos, sino que se fija en el ‘objeto’ del gobierno. Un gobierno es saludable si su objeto es la consecución del bien común; y es degenerado si su objeto es la consecución de intereses particulares. La partitocracia está concebida para favorecer irrefrenablemente intereses particulares o sectarios; es, por lo tanto, una forma de gobierno constitutivamente perversa y una amenaza existencial para la comunidad política. Pero, siendo este sectarismo muy pernicioso para el orden político, porque pone las instituciones al servicio de los intereses particulares, lo es todavía más porque causa daños gravísimos sobre las almas.

Aristóteles nos enseña que la corrupción de un régimen político, más allá de su dimensión económica o legal, tiene efectos profundos en el alma humana. En su ‘Ética a Nicómaco’, señala que tanto la virtud como el vicio se desarrollan a través de hábitos y decisiones políticas. Un régimen corrupto no solo actúa de manera injusta, sino que también degrada al pueblo, fomentando una atmósfera donde el vicio se recompensa y la virtud se pisotea; así no sólo los gobernantes, sino toda la comunidad política se corrompe, estableciendo comportamientos inaceptables como norma. Bajo una forma de gobierno corrupta, la envidia y las rencillas gangrenan al pueblo, que no tarda en convertirse en pandemónium de gentes enviscadas entre sí. Un régimen político corrupto alimenta el conflicto y debilita la cohesión social, hasta instaurar una auténtica demogresca, que es el humus fecundo sobre el que actúa cualquier forma de cleptocracia organizada. Pues la adhesión a las banderías o negociados ideológicos acaba nublando cualquier forma de discernimiento; y el entrechocar y rechinar de las banderías en liza permite a las oligarquías cleptocráticas dedicarse más desahogadamente a sus desmanes, sabiendo que el pueblo degradado prefiere los desmanes de ‘los suyos’ antes que el ascenso al poder de ‘los contrarios’.

Por supuesto, la corrupción es una lacra íntimamente vinculada a la naturaleza humana. Pero la partitocracia es un régimen político que garantiza su carácter sistémico e irrestricto; y también el que mejor favorece su impunidad. La partitocracia, en fin, fomenta un ‘ethos’ perverso, que fomenta la demogresca y promueve la demolición de las virtudes privadas y públicas, hasta lograr que la sociedad chapotee en un lodazal. Este «execrable latrocinio», esta consumada cleptocracia, es el régimen político que-nos-hemos-dado; y ahora nos toca disfrutar de su metástasis.

LA PELIGROSIDAD DE LOS ESTÚPIDOS

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