EL Rincón de Yanka: AFRICA

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jueves, 6 de marzo de 2025

LIBRO "ESTRECHO": LA FRONTERA SALVAJE DEL NARCO ESPAÑOL por JUAN JOSÉ MATEOS

 ESTRECHO
La frontera salvaje
del narco español

JUAN JOSÉ MATEOS

Las terribles imágenes grabadas en el puerto de Barbate la noche del 9 de febrero de 2024 fueron un aldabonazo para la sociedad española. Ese día descubrimos cómo los narcos del Estrecho, con naves más rápidas y sofisticadas, embestían y hundían una zodiac de la Guardia Civil, asesinando a dos guardias e hiriendo a otros dos. Todo ello con el apoyo y jaleo de un numeroso grupo de ciudadanos. Quedaba claro que el Estado estaba perdiendo la lucha contra el narcotráfico en su punto más sensible.
Estrecho. La frontera salvaje del narco español supone la mayor investigación sobre cómo las fuerzas policiales intentan defendernos de la principal amenaza externa a nuestro país.
Juan José Mateos nos ofrece información de primera mano sobre operativos que nos dejan sin aliento. También hace algo de historia para explicarnos cómo hemos llegado hasta aquí y propone soluciones para resolver el problema.
Mientras no se aborde de manera prioritaria este problema de orden público e internacional España seguirá siendo el eslabón débil de una de las fronteras más salvajes del mundo.
La mitad de los ingresos del autor de esta obra se destinará a los huérfanos de los guardias asesinados por los narcos en Barbate.

Introducción

El asesinato de dos guardias civiles -Miguel Ángel González Gómez y David Pérez Carracedo- en el puerto de Barbate el 9 de febrero de 2024 fue un aldabonazo para la sociedad española, uno de esos hitos que marcan un antes y un después. Una enorme narcolancha se había refugiado en el puerto huyendo de la mala mar y de la guardia civil, encarnada, en este caso, por una goma de muy inferior calibre a la embarcación de los traficantes. Como si de una siniestra corrida de toros se tratara, la nave enemiga embistió en varias ocasiones a la de la Benemérita; en la última de ellas asesinó a dos compañeros del cuerpo.
Con ser grave lo ocurrido, lo que quizá provocó más nuestra indignación fue comprobar cómo una nutrida audiencia de espectadores situada en las dársenas del puerto, jaleaba a los narcos. Era el mundo al revés, los delincuentes ensalzados y los defensores de la ley escarnecidos; era el síntoma de una enfermedad moral que transcendía la simple delincuencia. Fue ese día, viendo las imágenes con profundo dolor y tristeza, cuando decidí publicar un libro que denunciara esa situación. Es en lo que ha acabado convirtiéndose Estrecho. La frontera salvaje del narco español.

Precisamente por lo anterior, durante su elaboración decidí donar la mitad de los derechos de autor de esta obra a los tres huérfanos de los dos compañeros asesinados. Una pequeña contribución y un gran homenaje a sus padres.

El estrecho de Gibraltar simboliza y engloba la frontera sur de España. Es uno de los tres o cuatro espacios de encuentro entre el primer y el tercer mundo en el planeta, con toda la tensión que eso representa.
No solo es una frontera de cruce de seres humanos en busca de una vida mejor, sino la principal vía de entrada de drogas en Europa. Desde hace décadas, el hachís procedente de Marruecos (primer productor mundial) atravesaba este espacio; sin embargo, hace pocos años comenzaron a operar clanes que introducían cocaína, mucho más rentable y peligrosa.

En este libro no solo se expondrán en detalle operaciones y operativos policiales, muchos de ellos desconocidos, sino que contamos con algunas de las mejores fuentes de información sobre la materia a pie de calle.

Comienzo el relato con mis años en el EDOA (Equipo de Delincuencia Organizada y Antidroga) de Inchaurrondo, que me llevó a mi primer contacto como guardia civil con operativos antidroga en el Estrecho. Para entender lo que suponía este trabajo baste decir que, de los guardias civiles que intentaron acceder a esa unidad, muy pocos fueron capaces de superar el período de adaptación. Todos éramos voluntarios y solo había un tipo de vida: 
muchas horas de servicio (en ocasiones, más de veinticuatro seguidas) y una disponibilidad total. Había pocos descansos y se pasaban largos ratos en plena calle, en el mejor de los casos dentro de un vehículo. Incluso los jefes, en ocasiones con veinte o treinta años de servicio a sus espaldas, también chupaban calle.

Mención especial requiere la formación del llamado OCON-Sur (Organismo de Coordinación de Operaciones contra el Narcotráfico), una unidad creada en noviembre de 2018 específicamente para combatir a las mafias del Estrecho que habían adquirido una fuerza y agresividad imposibles de contrarrestar por parte de las comandancias de la zona.

La breve historia del OCON-Sur fue la de un éxito rotundo. De la mano del GAR (Grupo de Acción Rápida), entre otros, se consiguió doblegar a unos narcos que empezaban a creerse imbatibles e impunes. Quien mejor explica un cambio de este tipo es el malo perseguido. Sabemos, por conversaciones pinchadas, que rápidamente percibieron el cambio que representó ese organismo en su día a día.
Sin embargo, el final de la unidad no puede ser más triste: disuelta sin mayor explicación policial o política, no bastaba con esta arbitrariedad, sino que se pretendió manchar la honorabilidad de quien la dirigió acusándole de corrupción con pruebas falsas. Afortunadamente las supuestas pruebas eran muy endebles, chapuceras, y se podrá desmontar el intento de linchamiento, pero no recuperar la actividad del OCON-SUR.

Gradas a mis fuentes he podido tener acceso, y compartir con vosotros, un buen puñado de imágenes y vídeos, que nos permiten visualizar mucho de lo que se cuenta en el libro, desde persecuciones trepidantes en el mar, hasta helicópteros con pilotos de primera categoría, pasando por los grandes aliados que son los compañeros caninos (con el mítico Shulo a la cabeza) o diversos ejercicios de adiestramiento y asaltos a viviendas.
Un guardia civil que trabajó más de media vida en el Estrecho, me contó que los abuelos de algunos de los traficantes eran pescadores que vivían con muy poco dinero y que sus hijos empezaron con el contrabando de tabaco para vivir mejor:
Nos respetaban como nosotros a ellos y, a no ser que se salieran de madre., nos les hacíamos caso; pero entonces sus hijos se pasaron al hachís, compraron coches caros, casas lujosas, y dejaron de respetarnos, incluso alguno mató a compañeros en tiempos recientes. Esto ha degenerado mucho...
Hoy en día no hay un solo policía, agente de aduanas o guardia civil que esté libre de sufrir cualquier represalia directa de las mafias del Estrecho; son amenazados, acosados y agredidos; algunos se dejan corromper y son encarcelados y expulsados; otros han fallecido en accidentes, en homicidios, en asesinatos; eso les ha pasado a compañeros de todas las especialidades, desde los que ocupan destinos burocráticos hasta los que están en unidades especiales. Pero es que hasta la población civil sufre esta lacra. Un paraíso hecho para el descanso, como es Marbella, se ha convertido en escenario de tiroteos propios de una serie de televisión.

Un último mensaje para los malos: aunque penséis que siempre vais por delante de la Guardia Civil, la tecnología ha hecho posible que mis compañeros ya no tengan que seguiros; quizás no haga falta que miréis desde las ventanas de vuestras «ratoneras», ni tampoco que al salir a la calle toméis medidas de seguridad para intentar descubrir quién espera para dar la novedad e iniciar el seguimiento; quizás tampoco se precise que paséis por las rotondas más de una vez para intentar descubrir si alguien os sigue, etcétera; pero lo que sí debéis tener muy en cuenta es que cuando menos lo esperéis, cualquier USECIC (Unidad de Seguridad Ciudadana de Comandancia) muy bregada como la que manda mi amigo Mocholí en Madrid, el GRS (Grupo de Reserva y Seguridad), el GAR o incluso la UEI (Unidad Especial de Intervención) os reventará la puerta y no os dará tiempo ni a poneros los gayumbos o, a lo peor, puede que otro clan que llegue antes que mis compañeros os torture y asesine, y no solo a vosotros, sino a vuestras mujeres e hijos, u os despedace para que vuestro cadáver no pueda ser identificado. Ese es el resultado de lo que habéis hecho con algunos lugares de este país maravilloso.

Espero que estas páginas os atrapen y que, después de leerlas, quede claro que la mayoría de los políticos no conocen, o no quieren conocer, la realidad de los problemas de seguridad ciudadana en nuestro país, sobre todo del más grave en estos momentos: el narcotráfico y las mafias del Estrecho.

GUERRA AL NARCO EN EL ESTRECHO 
¿Estamos preparados? ¿Ya es tarde? *Juan José Mateos*

VER+:


miércoles, 14 de junio de 2023

LIBRO "HERMANITO -MIÑÁN-": LA INMIGRACIÓN ILEGAL Y MAFIOSA POR LAS ONGS ES UN DRAMA A COMBATIR EN ORIGEN

 
HERMANITO
-MIÑÁN-


Esta historia arranca así: «Estoy en Europa pero yo no quería venir a Europa». Ibrahima Balde nació en Guinea, pero se vio forzado a abandonar su casa para ir a buscar a su hermano pequeño. No salió para perseguir un sueño. Abandonó su hogar para encontrar a la persona que más quería. Es imposible no llorar varias veces durante la lectura de este libro. Pero no solo por la crudeza de esta odisea a través de fronteras y desiertos y océanos. Sino también, y sobre todo, por cómo está contada: con una mirada ingenua, castigada, arrebatadoramente poética y, en definitiva, única. La de quien ha sufrido todo y, sin embargo, tiene el poder de convertirlo en algo útil. En algo bello.
Antes de los escritores están las personas. Antes de las novelas, las historias. Antes de las imprentas y los libros, las crónicas y mitos alrededor de la hoguera. Hermanito es literatura viva, por lo que tiene de vivencial y humano, pero también por lo que tiene de popular y oral. El encuentro entre Amets e Ibrahima no es solo el encuentro y la posibilidad de fruto entre dos personas sensibles. Es, también, la suma de dos culturas y de dos poéticas. Somos como nos explicamos. Nuestra cultura es, también, cómo sentimos lo que vivimos. Ellos estaban destinados a encontrarse y a entenderse: por muy lejos que crecieran el uno del otro, estaban cerca.

Para Ibrahima Balde nació en Guinea Conakri, de familia humilde, ayudaba desde pequeño a su padre en la venta de calzado.
Con el paso del tiempo sus intereses fueron dirigidos hacia los caminos y su conducción ofreciéndose como aprendiz en su niñez.
Sin embargo, pronto se vio forzado a abandonar su casa al descubrir que su hermano pequeño había escapado para buscar un futuro mejor con el que poder ayudar a la familia.
En este momento comienza un largo y cruento periplo para Ibrahima que durará años. Años lleno de difíciles y peligrosas situaciones que le dará un final que él nunca llegó a imaginar.

Para Ibrahima Balde la vida no ha resultado sencilla, como migrante guineano ha padecido mucho hasta llegar a Europa, aunque su testimonio asegura que él nunca quiso venir aquí. En 2018 llegó a Irún (Gipuzkoa) donde conoció a Amets Arzallus Antia, un periodista y poeta de versolari francés que ejerce como voluntario en la asociación Irungo Harrera Sarea (Red de Acogida de Irún) en donde orientan a los migrantes a seguir su camino por Europa y nacionalizarse.

Hablar de este libro sin tener en cuenta la figura de Ibrahima es casi imposible, pues en "Hermanito" o "Miñán", que en el idioma pular significa hermano o hermana pequeña, nos abre su corazón y las puertas de su vida. A pesar del dolor que le provoca recordar todos los años pasados, siente que debe dar a conocer al mundo a través de un relato sincero y directo, la corrupción y el sufrimiento que hay detrás de tantas personas que llegan a Europa, principalmente España e Italia, en condiciones deplorables, desde el conteniente africano.

Estas memorias recogidas por Amets, ya que Ibrahima reconoce las letras, pero no sabe escribir, tenía la finalidad original de ser adjunto como petición de asilo. Fue publicado originalmente en vasco y tuvo tal éxito, que no solo va por la quinta edición, sino que se ha traducido a 8 idiomas, de entre los que se encuentra el castellano, catalán, italiano, inglés y alemán.

Además, ganaron el Premio Euskadi de Plata de Literatura 2020 en reconocimiento otorgado por el Gremio de Libreros de Gipuzkoa.

Adentrándonos en la obra en sí, se puede decir que "Hermanito. Miñán" es un testimonio real, impactante, inocente, sincero y cruel que nos narra las desventuras de un joven cuyos valores morales y familiares le llevan a seguir un arduo recorrido a través de gran parte del continente africano. Tras las huellas de su hermano que ha escapado de casa en busca de un futuro mejor para la familia, Ibrahima cruza desiertos y océanos, es vendido, estafado, vilipendiado y maltratado en numerosas ocasiones.

En su relato, distribuido en tres partes de capítulos cortos, Ibrahima muestra la dureza existente en el mundo, nos abre los ojos y nos da una bofetada de realidad al descubrir las infrahumanas condiciones por las que todos los migrantes han pasado hasta llegar a nuestras costas, la inocencia y la esperanza con la que buscan ayuda y la brutalidad que reciben por parte de las mafias tuareg que se encargan de robarles, secuestrarles, venderles, e incluso matarles, prometiéndoles mandarlos a Europa de forma segura.

El libro se convierte en una exposición oral que Amets recoge. Por este motivo, la prosa no es estilística, aunque sí poética y única en muchos aspectos. El vocal realiza un diálogo en donde incluye al lector como oyente activo de su relato, un oyente que, en palabras del propio Ibrahima, puede ser cualquiera que desee escuchar su historia. Su narración es muy coloquial y directa, imperan las frases cortas y pocas conversaciones que se encuentran inmersas en el texto. Este estilo consigue transmitir esa humilde cercanía que el cronista posee.

En cada una de las palabras de Ibrahima hay dolor, sentimiento, resignación, miedo, incertidumbre y amor por su familia.

A lo largo del libro, el lector no podrá evitar sentirse compungido ante todas las calamidades que sufre Ibrahima. Su historia le muestra como un muchacho inocente cuyo objetivo es trabajar como camionero y sacar a su familia adelante tras la muerte de su padre. Su juventud e ingenuidad le lleva a ser víctima de todas las maldades existentes llevándolo a extremos insospechados que le hacen madurar de forma abrupta. Y es precisamente esto lo que el lector va a encontrar en el libro. Una historia de un niño que se convierte en hombre. La historia de un joven que a base de duras experiencias se endurece y descubre el mundo. Una historia de fortaleza, lucha, valor, supervivencia y madurez.

Leer esta historia no es fácil, sin embargo, es muy recomendable hacerlo pues a través de ella nos encontramos con el sufrimiento humano en su máxima expresión reflejada en el deseo de muerte, la impotencia ante una sociedad injusta y peligrosa y el futuro incierto y desolador al que están sometidos miles de personas en el mundo actual.
En cada una de las páginas se palpa el racismo entre conciudadanos, la falta de empatía, el odio y la indefensión en la que nos encontramos cuando no tenemos un gobierno que se preocupe de nosotros y de nuestro bienestar.
Se trata de un libro difícil que te hace enfurecer ante las injusticias del mundo llegando a sorprenderte porque esta situación se dé a día de hoy en una sociedad tecnológicamente avanzada del siglo XXI.

Es una historia que hace reflexionar mucho sobre nuestras vidas y lo afortunados que somos de ser libres agradeciendo a Dios, a la vida o a aquello en lo que creamos de tener todas las posibilidades de las que disponemos a pesar de los sufrimientos y necesidades diarias.
En un breve epílogo, Amets toma la palabra y relata cómo conoció a Ibrahima y qué le impulsó a querer dar a conocer su biografía.
Considero que es una historia necesaria pues, aunque afortunadamente el autor y protagonista activo de este libro ha tenido un final relativamente feliz, muchos son los que no corren con la misma suerte y dejan sus vidas en el mar.

Actualmente, Ibrahima vive ahora en Madrid donde es aprendiz de mecánica de camiones. Todo lo que gana, aunado a los derechos de autor por su libro, es el motor principal con el que paga la escuela de sus hermanas y el piso de su madre, aunque su mayor sueño no es tanto aportar esa ayuda económica a la familia, sino volver a reencontrarse con ella.
Recomiendo ver alguna de las múltiples entrevistas que se les ha hecho a los autores, pues no solo nos permite conocer el rostro de nuestro locutor, sino que el relato se hace más real al escuchar la voz rota de Ibrahima al recordar su historia.

En conclusión, "Hermanito. Miñán" se trata de un libro con una historia descorazonadora, emotiva y catártica que te llega al corazón y te hace replantearte el mundo tal y como lo conocemos, haciéndonos conscientes y más sensibles de la realidad en la que viven millones de personas a diario en el mundo.
La conclusión tras la lectura del libro es clara: La inmigración ilegal es un drama a combatir en origen. Un drama propiciado por las mafias de tráfico de personas, que han creado un negocio sobre el sufrimiento de millones de jóvenes africanos a los que se arranca de su vida, su familia, su tierra y su futuro.

Hermanito: un libro escrito sin papeles (CARNE CRUDA #962)

martes, 13 de diciembre de 2022

LIBRO Y PELÍCULA "EL NIÑO QUE DOMÓ EL VIENTO (THE BOY WHO HARNESSED THE WIND)" 💡


El niño que domó el viento 
(The Boy who Harnessed the Wind)

WILLIAM KAMKWAMBA 
y BRYAN MEALER

Esta es una inspiradora historia, basada en la vida real del autor, sobre el poder de la imaginación y la fuerza de la determinación.
Cuando una terrible sequía asoló la pequeña aldea donde vivía William Kamkwamba, su familia perdió todas las cosechas y se quedó sin nada que comer y nada que vender.
William comenzó entonces a investigar en los libros de ciencia que había en la biblioteca en busca de una solución, y de este modo encontró la idea que cambiaría la vida de su familia para siempre: construiría un molino de viento.
Fabricado a partir de materiales reciclados, metal y fragmentos de bicicletas, el molino de William trajo la electricidad a su casa y ayudó a su familia a obtener el agua que necesitaba para sus cultivos. Así, el empeño y la ilusión del pequeño Willy cambió el destino de su familia y del país entero.

Si digo que los libros nos hacen creer que todo es posible, supongo que estaréis de acuerdo conmigo. Sin embargo, lo más probable es que lo primero que os venga a la cabeza sea alguna obra de ficción que os ha hecho viajar a mundos imaginarios y vivir aventuras increíbles. Pero no, esta vez no me estoy refiriendo a ese tipo de literatura, sino a esos otros libros, los de no ficción, que cuentan historias reales protagonizadas por personas extraordinarias. Es el caso de "El niño que domó el viento", escrito por su protagonista, William Kamkwamba, y el periodista Bryan Mealer.
Para entender la magnitud de la proeza de William Kamkwamba, hemos de ponernos en situación: una infancia en Malaui, un país africano dominado por la superstición, donde todos temen el poder del hechicero; una subsistencia sometida a las inclemencias meteorológicas y a las corruptelas del gobierno, que echan al traste la cosecha del año y condenan a la familia, y al pueblo entero, a la hambruna; una educación inaccesible para la mayoría de los niños, que no pueden pagar las tasas; una existencia sin electricidad, que les obliga a depender de las lámparas de queroseno, que los asfixian, y de la madera, a kilómetros de distancia y cada vez más escasa… Y en medio de tanta penuria, William Kamkwamba, un niño capaz de cambiar el destino de su familia y de su país gracias a su curiosidad e ingenio.

Decía antes que hay libros que nos hacen creer que todo es posible, y eso es lo que le ocurrió a William Kamkwamba cuando leyó Usar la energía: se propuso llevar la electricidad a su casa. Y le bastó rebuscar en un vertedero para construir un molino de viento y, así, mejorar la vida de su familia, primero, y de toda su comunidad, después. En "El niño que domó el viento" nos relata cada uno de los pasos que dio; la incomprensión de todos, al principio, y los fracasos y los contratiempos, que no le hicieron desistir. Y, por fin, el triunfo que los dejó a todos boquiabiertos; el primer triunfo de muchos más que vinieron luego y tantos otros que aún están por llegar.

William Kamkwamba nació el 5 de agosto de 1987, en Dowa, Malaui. En 2014 recibió su licenciatura en el Dartmouth College, en Hanover, donde terminó sus estudios de Ingeniería. También es inventor, escritor y autobiógrafo.

La historia real

La película dirigida por  Chiwetel Ejiofor, se basa en la historia verídica de William Kamkwamba. Él se hizo conocido mundialmente por su invención y se formó ingeniero en la Universidad de Dartmouth. Ante la falta de víveres en su pueblo, William Kamkwamba, inspirado en un libro de ciencia ficción, inventó un sistema de captación de energía eólica, lo que posibilitó bombear agua para el cultivo de alimentos en la sequía.

En 2001, William Kamkwamba logró salvar a su pueblo de la hambruna. Lo hizo construyendo un molino de viento capaz de generar energía eólica, sirviéndose de una simple bicicleta, de las partes oxidadas de un viejo tractor y de los manuales básicos de ingeniería que encontró en la biblioteca de su escuela en Malawi, de la que sería expulsado cuando su familia de agricultores dejó de poder pagarla.
William creó el aerogenerador empleando árboles de goma azul, piezas de bicicleta y materiales recolectados en un desguace local. Ciertamente, el joven ya tenía experiencia en electrónica porque, en un intento por ganarse la vida, montó un pequeño negocio en su aldea reparando radios. No ganaba mucho dinero con esta iniciativa, era muy joven, pero la experiencia le vino como anillo al dedo cuando decidió ponerse manos a la obra por extrema necesidad: crear el aerogenerador.

En 2007, después de darse a conocer a través de una conferencia TED, logró volver a estudiar y se graduó en Dartmouth, una de las universidades de la exclusiva Ivy League. Kamkwamba decidió recoger esta increíble historia en un libro autobiógrafico, "El niño que domó el viento" (Ediciones B), fábula edificante que apuntaba a nuevas perspectivas de desarrollo para el continente africano. 

LO INTENTÉ Y LO HICE

El niño que cambió su mundo

La historia de Kamkwamba circuló por medio mundo gracias a una entrevista realizada por The Daily Show el 7 de octubre de 2009. En ella, se comparaba a este joven con el famoso protagonista de la serie MacGyver, debido a su impresionante ingenio científico. Más adelante, al irse haciendo más conocido, se le invitó a la reunión introductoria de “Google Science Fair 2011”, como ponente invitado. Llama la atención que la revista TIME incluye a Kamkwamba entre las “30 personas menores de 30 años que cambiaron el mundo”.
"El niño que domó el viento" tuvo una infancia conectada a la naturaleza, pero no exenta de dificultades. Para sobrevivir y hacer frente a la pobreza, pronto tuvo que abandonar la escuela. Sus padres no podían pagarla. Pero su afán por adquirir conocimientos no lo detuvo pese a la inclemencia de una vida que se planteaba adversa. Aun así, William no perdió su deseo de saciar sus inquietudes, por lo que acudía cada vez que podía a la biblioteca para hacer lo que más le gustaba: leer libros. Su pasión no era otra que aprender.

Hay una línea interesante, rara vez vista en pantalla, de tradición y modernidad en África rural, de padres que evitan deliberadamente lo que perciben como sistemas de creencias pasados ​​del pasado para alentar el progreso. No quieren confiar en orar por la lluvia para salvar sus cultivos; Ellos quieren pragmatismo en su lugar. También se refleja en el deseo de educación para que los niños puedan salir de su aldea, determinando que no enfrentarán dificultades similares a las de los adultos.
Fue gracias a uno de estos libros de ciencia ficción que leyó, titulado “Using Energy” (Utilizar la energía), lo que hizo que un joven de 14 años descubriera un mundo y ayudó a su aldea. Decidió aventurarse a crear un aerogenerador, inventando un sistema de captación de energía eólica, para bombear agua y lograr así cultivar alimentos.
La salvación llegó cuando su familia y vecinos de la zona apenas podían comer una vez al día, cuando el futuro era del todo incierto. William creó electricidad para toda su aldea y, gracias a esta gesta, suministrar agua a sus habitantes.
Y de nuevo, William volvió a reinventarse porque su objetivo en la vida es claro: nunca rendirse. Tras hacerse famoso su invento, trató con diversas empresas su idea para poder frenar la hambruna en su país. Más tarde se decidió a escribir su biografía, pero la historia no acabó ahí, en la actualidad ya tiene su título de ingeniero y todo gracias a su tesón y altura de miras, aprovechando las invitaciones a conferencias y la fama con su invento para continuar con sus estudios y seguir aprendiendo.

"A donde sea que vayas. Ve a la escuela".
“No tengas miedo de fallar. 
Nunca vas a saber lo que vas a perder si no lo intentas”.
“La democracia es como la yuca importada. Se pudre rápido”.
"Dios es como el viento, que todo lo toca".
  • La esperanza está por encima de la adversidad.
  • La superación de los obstáculos debe ser siempre más fuerte que los impedimentos o inconvenientes.
  • Las pequeñas acciones de la mano de la perseverancia y la confianza en uno mismo pueden salvar a las personas.
  • Cuando no hay nada que perder hasta lo más alocado cobra sentido.
  • Es necesario madurar para sostenerse por uno mismo.
  • Hay que saber ceder de lo nuestro (la bicicleta), cuando hay un bien mayor (mejorar la calidad de vida de la comunidad).
  • Es importante conseguir metas, sueños que van más allá de lo establecido.
  • A veces hay que dejar todo de lado (la insuficiente ayuda exterior, la falta de medios económicos, la indiferencia de los gobiernos que dejan morir de hambre a su gente, los métodos conocidos, una visión cortoplacista) para usar el ingenio y la educación.
  • La unión de una comunidad, de un pueblo es la base para resolver los problemas.
  • El orgullo, la terquedad, la cerrazón no nos llevan a ningún lado.
  • Debemos saber ponernos en la situación de los otros, abrir nuestros ojos y mente a otras culturas, costumbres y saber lo que están dispuestos a hacer para sobrevivir.
  • Los grandes logros poco y nada tienen que ver con el dinero.
  • El acceso universal a la educación gratuita es clave para el desarrollo de los pueblos.
  • En la vida hay que correr riesgos.
  • El verdadero amor por el ser humano nos hace luchar unos por otros.

martes, 24 de mayo de 2022

GENOCIDIO EN RUANDA: CASI UN MILLÓN DE MUERTOS EN TRES MESES 👿💥💀

 


Para los belgas, quienes colonizaron Ruanda entre 1921 y 1961, la diferencia era más clara: “Cualquiera que tuviera más de 10 vacas era tutsi y, el que no, hutu”. Ese sistema de castas, con una raíz más económica que étnica, hizo que los tutsis –la clase minoritaria pero dirigente, aliada con la colonia– pasaran a ser un grupo discriminado luego de la independencia en 1962.
A pesar de que pasaron 28 años de uno de los mayores genocidios de la historia, poco se habla acerca de esa oscura época. Ruanda es para muchos, sólo un pequeño país africano con una gran desigualdad social y mucha pobreza. Por eso, es deber del mundo entero que todo lo ocurrido se cuente en las escuelas, en los libros, en los medios de comunicación y de persona a persona, porque es la mejor forma de un hecho como este, no vuelva a ocurrir.
Se cumplen 28 años del peor genocidio cometido en la historia reciente de África, que cobró la vida de al menos un millón de personas. Una mirada a las causas históricas y la cronología de los hechos.
A principios de los años 90, Ruanda contaba con una población de 8 millones de habitantes. El 89,9% pertenecían a la etnia hutus y el 10,1 % restante, a la etnia tutsis. Ambos grupos llevaban siglos de conflicto y la tensión era cada vez mayor.

Ruanda es un país ubicado en el centro del continente africano, que fue colonizado en primera instancia por Alemania y luego por Bélgica. Esto fue la primera etapa del enfrentamiento entre ambas etnias que se agravó luego de que, en 1962, se declarara la independencia del país. En 1990 se llevó a cabo la guerra civil encabezada por el Frente Patriótico Ruandés contra el régimen hutu encabezado por Juvénal Habyarimana, que fue la antesala del genocidio.
100 días duró la ola de asesinatos que acabó con casi el 11% de la población de Ruanda, al oriente del continente africano, donde vivían 7 millones de personas en 1994. De abril a julio de aquel año, miembros de la etnia tutsi fueron víctimas de asesinatos de forma planificada, sistemática y metódica, a manos de sectores radicales de la etnia hutu.
Aunque la muerte del presidente ruandés, Juvénal Habyarimana, la noche del 6 de abril de 1994, dio inicio al genocidio, existía un conflicto más profundo, cuyas causas se remontan al periodo colonial del siglo XIX, cuando los belgas tenían el control del país y empezaron a clasificar a la población de acuerdo a su etnia. La inequidad en los beneficios entregados a cada una de estas ocasionó las tensiones.
A los tutsis, que conformaban en 14% de la población, les fueron otorgados mejores empleos, por considerar que eran más parecidos a los europeos. Mientras que los hutus, mayoría en Ruanda, fueron relegados a tareas menos cotizadas.

En 1962, Ruanda declaró su independencia y, en medio de un pedido de igualdad de derechos, la etnia hutu tomó el control político del país. Más de diez años después, en 1973, el hutu Juvénal Habyarimana llegó a la presidencia mediante un golpe de estado.
Las tensiones interétnicas seguían exacerbándose, por esta razón el gobierno y la guerrilla del Frente Patriótico Ruandés (FPR), formado por rebeldes tutsis, firmaron un acuerdo de paz, pero su aplicación estuvo retrasada parcialmente por el presidente Juvénal Habyarimana, cuyos aliados, Hutus extremistas de la Coalición para la defensa de la República (CDR), no aceptaban los términos.

El 6 de abril de 1994, un atentado contra el avión que transporta al presidente Habyarimana y a su homólogo de Burundi, Cyprien Ntaryamira, acabó con sus vidas. La aeronave fue impactada por un misil mientras aterrizaba en el aeropuerto de Kigali, capital de Ruanda. Esa noche, surgieron las primeras muertes.
El asesinato de la primera ministra, Agathe Uwiligiyimana y de diez soldados belgas encargados de su protección, el 7 de abril, acrecentó la ira de extremistas hutus, quienes dieron inicio a una campaña que invitaba a matar a los tutsis y quienes los protegieran.

Se estima que un millón de personas fueron asesinadas y al menos 250.000 mujeres fueron violadas. 95.000 niños fueron ejecutados y cerca de 400.000 quedaron huérfanos.
Los medios de comunicación, y en especial la reconocida emisora Radio Mil Collines, sirvieron como instrumento oficialista al trasmitir llamados a matar a todo aquel que fuera miembro de la etnia tutsi, a quienes se referían como “cucarachas”.
El 9 de abril de 1994 sucedió la masacre de Gikondo, en la que fueron asesinados más de cien tutsis refugiados en una iglesia católica. El 18 de abril de 1994, la Masacre de Kibuye sumó 12.000 tutsis a las estadísticas de muertes, fueron asesinados en el estadio de Gatwaro donde buscaban protección.
21 de abril, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad retirar a sus tropas del territorio, reduciendo el número de efectivos de su misión de paz en Ruanda, de 2.500 a 250 aproximadamente.
Del 28 al 30 de abril, miles de refugiados huyeron a países vecinos como Tanzania, Burundi y Zaire; territorios conocidos en la actualidad como la República Democrática del Congo.

Para mayo de 1994, un 80% de las masacres ya habían sido perpetradas.

El 23 de junio, la Organización de Naciones Unidas activó la “Operación Turquesa”, con el fin de restablecer el orden en el país y mantener una zona de protección humanitaria ubicada al suroeste de Ruanda. Esta responsabilidad fue entregada a Francia, que años después, fue señalada de dar apoyo logístico a los hutus en la masacre y de proteger al gobierno mediante la operación.
Finalmente, en Julio de 1994, el Frente Patriótico Ruandés derrotó a las tropas gubernamentales conformadas por extremistas hutus y toma el control del país dando fin al genocidio. Fue formado un gobierno de unidad nacional con Pasteur Bizimungo, miembro de la etnia Hutu, como presidente, y Paul Kagame, representante del pueblo tutsi, como vicepresidente.
Kagame fue elegido presidente de Ruanda por el partido ‘Frente Patriótico Ruandés’ en el año 2000, desde entonces ha gobernado a la nación africana.
El 8 de noviembre de 1994, por segunda vez en la historia, Naciones Unidas decidió crear un Tribunal Internacional para juzgar los crímenes cometidos durante un genocidio. El Tribunal de Ruanda surgió hermanado con el de la Ex Yugoslavia, establecido en 1993. El de Ruanda operó hasta 2015 y sentenció a 61 mandos militares, políticos y religiosos. Además, se convirtió en el primero en emitir una condena internacional por genocidio contra Jean Paul Akeyesu, alcalde de la ciudad de Taba, por no impedir la violación generalizada en su localidad. Sin embargo, el Tribunal para Ruanda recibió varios cuestionamientos. Entre ellos, por parte de Human Right Watch, que le critica no haber juzgado suficientes miembros del Frente Patriótico Ruandés, del presidente Paul Kagame, y haberse concentrado casi exclusivamente en los victimarios hutus. Además, para Jerónimo Delgado, docente de estudios africanos de la Universidad Externado, al limitarse a investigar los sucesos de 1994, la justicia dejó fuera gran parte de la planeación del genocidio y del rol de países como Francia y Bélgica en este.
La tensión entre ambos bandos se mantuvo por décadas, con víctimas esporádicas, como una amenaza que los tutsis escuchaban a veces mientras iban al supermercado o salían del colegio: “Deberían matarlos a todos ustedes”.
Fue así hasta las 8 pm del 6 de abril de 1994, cuando estalló el avión en el que viajaba el presidente hutu, Juvénal Habyarima, al mismo tiempo que la guerrilla tutsi armada en la frontera con Uganda –el Frente Patriótico Ruandés (FPR), liderado por Paul Kagame– entró al país con la intención de tomar el poder.
La respuesta del gobierno hutu no fue la guerra, sino el exterminio. Su prioridad, en lugar de enfrentar al FPR, fue la activación un plan para acabar con los civiles tutsis, gestado en las oficinas gubernamentales de Kigali meses antes. Incluía la creación, en 1993, de la emisora RTLM para transmitir un mensaje que, sistemáticamente, erosionaría la idea de que los tutsi eran humanos.
Durante los meses previos al genocidio, cada noche, los ruandeses que encendían su radio se dormían escuchando una voz que decía: “Su aspecto es horrible, con ese pelo espeso y barbas llenas de pulgas. Se parecen a los animales. En realidad, son animales. Son cucarachas. Cojan palos, garrotes y machetes y eviten la destrucción de nuestro país”.

Enseñar a matar

Asesinar con un machete vuelve consciente el acto de matar. Lo saca del abstracto que protege a aquel que asesina apretando un botón o activando un gatillo. También, lo hace más silencioso. La muerte recupera su brutalidad, pero deja de venir anunciada por un sobresalto.
Ese silencio fue común en las montañas cerca de la iglesia de Ntarama, donde se refugiaron algunos de los sobrevivientes de la masacre luego de los primeros días de horror en las ciudades.
Allí, como cuenta el periodista Jean Hatzfeld en su libro, “La vida al desnudo”, los amantes que se encontraban por casualidad entre las chozas, luego de haber sobrevivido otro día ocultos entre los matorrales, no encontraban “palabras sinceras ni gestos de amabilidad para intercambiar”.
Solo callaban, como devueltos a su forma más básica, cada cual enfocado en salvarse a sí mismo. Jean-Baptiste Munyankore, un maestro de 60 años cuyo hijo de 14 tropezó mientras huían por los pantanos, descubrió que seguía corriendo sin devolver la mirada, mientras atrás oía los golpes secos.
Con la repetición, todo se vuelve un protocolo, incluso la muerte. Los horarios de exterminio de los hutus se cumplían con la precisión de una jornada laboral. Los tutsi se acostumbraron a tenderse en los pantanos a las 9 de la mañana, cuando escuchaban llegar cantando a los asesinos, y a levantarse a eso de las 4 de la tarde, abandonar a los muertos o a los mutilados que se desangraban y, en la noche, hablar entre ellos de las víctimas de la jornada hasta dormirse.
En julio de ese año, cuando tras tomar la capital las tropas del FPR recorrieron el país y llamaron los tutsis para que salieran de sus escondites, nadie se movió. “Desconfiábamos de todos los seres humanos de la tierra”, recuerda Francine Niyitegeka, una agricultora que para ese momento tenía 25 años. Esa sensación, de alguna forma, nunca se fue.

Enseñar a recordar

Celia Román llegó desde Barcelona al campo de refugiados del genocidio Ruanda, ubicado en la frontera con Tanzania, en junio de 1994. Tenía 25 años, era miembro de Médicos Sin Fronteras y su madre estaba horrorizada por el destino de su primera misión.
Había tantos refugiados en Ngara, la localidad donde instalaron los campamentos, que se convirtió en pocos meses en la segunda ciudad más poblada de Tanzania. En medio de esa inmensidad de tiendas de plástico que acogían a los tutsi que habían escapado de los machetes, pero no de la malaria o el cólera, estaba Collette con sus tres hijos: uno en cada mano y Francois en el vientre.
También llegó hasta allí Tamati, un niño de 7 años cuya familia había muerto y que, casi siempre, pasaba el tiempo cerca del hospital en el que trabajaba Celia. Comía con los médicos voluntarios y jugaba a solas, mientras ellos trabajaban.
No podían decirse mucho entre ellos. Él solo hablaba sajili. Se valían como podían de los gestos. Los que más recuerda Celia eran los de enojo. El niño la señalaba a ella e imitando con su mano la forma de un machete se hacía un tajo imaginario en el brazo. “No era una amenaza. Para él, ese gesto significaba estar enojado”.
El 8 de noviembre de 1994, por segunda vez en la historia, Naciones Unidas decidió crear un Tribunal Internacional para juzgar los crímenes cometidos durante un genocidio. El Tribunal de Ruanda surgió hermanado con el de la Ex Yugoslavia, establecido en 1993. El de Ruanda operó hasta 2015 y sentenció a 61 mandos militares, políticos y religiosos. Además, se convirtió en el primero en emitir una condena internacional por genocidio contra Jean Paul Akeyesu, alcalde de la ciudad de Taba, por no impedir la violación generalizada en su localidad. Sin embargo, el Tribunal para Ruanda recibió varios cuestionamientos. Entre ellos, por parte de Human Right Watch, que le critica no haber juzgado suficientes miembros del Frente Patriótico Ruandés, del presidente Paul Kagame, y haberse concentrado casi exclusivamente en los victimarios hutus. Además, para Jerónimo Delgado, docente de estudios africanos de la Universidad Externado, al limitarse a investigar los sucesos de 1994, la justicia dejó fuera gran parte de la planeación del genocidio y del rol de países como Francia y Bélgica en este.
Texto extraído del sitio france24.com

domingo, 12 de enero de 2020

PALABEK: REFUGIO DE ESPERANZA 💚💚💚



Palabek. Refugio de esperanza
"Sólo pensaba en correr y en salvar la vida"

Es el testimonio de Janet, de 13 años. La guerra en Sudán del Sur le robó a su familia. Ahora vive en el campo de refugiados de Palabek, en el norte de Uganda. Como ella, alrededor de 71 millones de personas huyen de sus hogares y cerca de 30 millones lo hacen hacia otros países convirtiéndose en personas refugiadas. Ser refugiado es ser de ningún sitio, es superar traumas, es empezar la vida de cero…



Y ahí estamos nosotros junto a los misioneros atendiendo a más de 400.000 personas como Janet en países como Etiopía, Sudán del Sur, Uganda o Pakistán. Estamos presentes en la emergencia y en la acogida, pero también para dar protección y ayudar a su integración.
Un ejemplo concreto es el campo de refugiados de Palabek, en el norte de Uganda, en el que atendemos a más de 40.000 personas. Vivimos allí, con los refugiados, trabajamos para que los más pequeños no dejen de ir a la escuela y reciban al menos un plato de comida al día; e intentamos que los jóvenes aprendan un oficio en la nueva escuela técnica inaugurada en enero.
Aún quedan muchos refugios de esperanza en países como Etiopía, Sudán del Sur, Uganda o Pakistán en los que podemos trabajar gracias a ti.

Refugio de esperanza', dirigido por Raúl de la Fuente, que se enmarca en una campaña de Misiones Salesianas y Jóvenes y Desarrollo para acercar la realidad de los más de 70 millones de personas que han tenido que abandonar sus hogares en el mundo.

Mujeres y niños los más vulnerables

El misionero salesiano venezolano Ubaldino Andrade (padre Uba) se ha encargado de la presentación del documental. Él mismo es testigo feaciente de la realidad de los refugiados que luchan por sobrevivir en un lugar donde las necesidades básicas, de alimentación o de salud son escasas. Pero a pesar de la aridez del terreno, hasta las piedras son fuente con la labor de picarlas, para luego venderlas y de ese modo también que la tierra quede libre para poder cultivar.

Estamos presentes para acoger y proteger

Acoger, proteger, promover e integrar, es un llamado que los misioneros Salesianos piden para las personas desplazadas forzosas. Ellos trabajan para la promoción, protección y educación de los niños, niñas y jóvenes más vulnerables. Están presentes en más de 130 países y su prioridad es ofrecer una educación de calidad para el desarrollo integral de los menores. Eso es lo que están llevando a cabo en este asentamiento con la construcción de escuelas, colegios y talleres para enseñar trabajos manuales ya que el anhelo es volver a su país cuando acabe la guerra que lleva 6 años, que ha dejado más de 320.00 muertos. Los misioneros salesianos cada año buscan promover los valores de solidaridad, compromiso, y concienciar de una u otra manera estas difíciles situaciones humanas, y éste año no es la excepción con el proyecto Palabek.

Palabek: refugio de esperanza

Durante las próximas semanas, y a lo largo de todo el curso, el documental visitará numerosas ciudades españoles y europeas, de la mano de Raúl de la Fuente quien ha sido el director y premio Goya en 2014 y 2019 y finalista en la 88ª edición de los Oscar en 2016. Y con ello pedir un verdadero compromiso social para los más 70 millones de refugiados.
Tras casi 40 años de guerra contra Sudán por erigirse en un estado independiente, el 9 de julio de 2011 nació Sudán del Sur. Pero, para su población, eso no significó el fin de la violencia… Al contrario, solo dos años después, estalló una cruenta guerra civil de carácter tribal que ha provocado que 1,2 millones de sursudaneses se hayan visto obligados a refugiarse en Uganda. Allí, a solo 30 kilómetros de la frontera, en una zona de desierto, se levanta el asentamiento Palabek, donde hoy viven 50.000 desplazados.

Rodaje in situ

El documental, se rodó el pasado marzo en el propio Palabek, contando con la presencia de los representantes de Misiones Salesianas (Alberto López Herrero) y Jóvenes y Desarrollo (Cristina Bermejo), quienes acompañaron a Raúl de la Fuente. El documental recoge las vivencias de los refugiados, en apenas 25 minutos a través de los testimonios de dos jóvenes, Alice y Gladys, y de algunos misioneros que han pasado meses ayudando en el asentamiento. 
Uno de los misioneros presentes en Palabek, el venezolano Ubaldino Andrade (con una experiencia misionera previa en el Amazonas venezolano, en Sierra Leona y en Ghana, casi siempre con niños sin hogar), ha contado su experiencia en el acto de Madrid. Y lo ha hecho destacando a dos claros ejemplos de lo que allí se vive, encarnados por las dos grandes protagonistas del documental: Alice, cuyo padre, tío y primo fueron asesinados, reencontrándose en el campo con su madre y su tía, recordando con mucho amor el día en que su padre le regaló un vestido blanco y unos zapatos (es una de las imágenes esenciales del corto); y Gladys, quien tuvo que dejar a su hija en Sudán del Sur, junto a su madre, y quien muestra una esperanza contagiosa ante todos los que la rodean, ya sea en la escuela técnica, donde trabaja con motocicletas, con su máquina de coser o haciendo cualquier tarea para ganar algo de dinero y ayudar a los demás.

Han dejado atrás su país, sus pertenencias y hasta su familia. La guerra en Sudán del Sur, que comenzó en 2013, les ha quitado todo menos una cosa: la esperanza en el futuro. Más de 40.000 sursudaneses esperan en el asentamiento de Palabek, en el desierto de Uganda y a 45 kilómetros de la frontera con Sudan del Sur, el fin de la violencia en su país para poder regresar a su hogar y reconstruirlo. Mientras tanto, se preparan en talleres de sastrería, mecánica, peluquería o agricultura ofrecidos por misioneros salesianos.

Palabek:
"Uganda no abre sus puertas porque le sobre o porque esté bien sino porque es la gente, porque hay que ayudar y hay una necesidad y eso es una gran lección para el mundo, para muchos países", ha subrayado el misionero salesiano Ubaldino Andrade, que trabaja en el asentamiento de refugiados de Palabek. Así lo ha indicado el padre Uba -como todo el mundo le conoce- este miércoles durante la presentación del documental 'Palabek.
El asentamiento de Palabek, en el norte de Uganda, fue abierto en abril del 2017 y está diseñado para acoger a 150 mil personas. A dos años y medio de su apertura, acoge a más de 50.000 refugiados y recibe a 300 más cada día que huyen de la guerra y del hambre en Sudán del Sur. Allí se encuentran los salesianos para acompañarles y darles una formación que les permita ser la generación que lleve la paz a Sudán del Sur. Así se muestra en el documental 'Palabek. Refugio de esperanza'.

Y son muchos más los que esperan en la frontera, según ha precisado el padre Uba. "En el último mes no han podido llegar más porque los dueños de la tierra en el norte de Uganda han comenzado a dar algunos problemas, hay muchísimos esperando, muchos lo único que comen son galletas hasta ser reubicados en un campo", explica este misionero salesiano nacido en Caracas. Los refugiados que huyen de la guerra y el hambre en Sudán del Sur suelen hacerlo con la ropa que llevaban puesta cuando las tropas rebeldes entraron en su aldea y comenzaron a quemar casas y a matar. Tras huir al bosque y caminar varios días llegan a la frontera donde el personal de ACNUR los atiende, según explica Misiones Salesianas.

Desde allí son trasladados en autobuses hasta el asentamiento de Palabek, donde les reparten materiales para construir su 'tukul' o cabaña, y herramientas para trabajar su pequeño huerto. Esta es la diferencia con respecto a los campos de refugiados. "En el asentamiento cada familia o grupo de cinco personas tiene su espacio de 30 por 30 metros y ahí pueden sembrar algo y construir sus casas", explica el padre Uba. El misionero cuenta que los refugiados de Palabek -que en la lengua local acholi significa 'guarda la espada y no pelees- son "guerreros de la supervivencia" y aunque reconoce que se ha producido algún suicidio porque no saben qué hacer y a veces llegan al límite, añade que la gente no pierde la esperanza. Los misioneros salesianos llegaron a Palabek en 2017 y en febrero de 2018 inauguraron una humilde presencia en la que actualmente viven seis salesianos. En este tiempo, han construido más de una decena de capillas, cuatro escuelas infantiles con 720 alumnos y un centro juvenil que atiende a más de 2.000 jóvenes con actividades de ocio, deportivas y talleres de resolución de conflictos.

Acompañado por otros cinco salesianos de la India y las dos repúblicas del Congo, hace apenas dos años que Ubaldino Andrade llegó a Palabek, pero ya ha cosechado varios éxitos. Aparte del taller de mecánica, los religiosos han puesto en marcha otros de sastrería, construcción, peluquería y agricultura. Y los fines de semana organizan actividades deportivas y culturales para aliviar las tensiones y suavizar la convivencia entre refugiados, provenientes de más de 30 etnias diferentes.


MUCHOS REFUGIADOS ESPERAN EN LA FRONTERA

Este asentamiento fue abierto en abril de 2017 y está diseñado para acoger a 150.000 personas. En la actualidad, dos años y medio después de su apertura, alberga a más de 50.000. Y son muchos más los que esperan en la frontera, según ha precisado el padre Uba.

"En el último mes no han podido llegar más porque los dueños de la tierra en el norte de Uganda han comenzado a dar algunos problemas, hay muchísimos esperando, muchos lo único que comen son galletas hasta ser reubicados en un campo", explica este misionero salesiano nacido en Caracas.

Los refugiados que huyen de la guerra y el hambre en Sudán del Sur suelen hacerlo con la ropa que llevaban puesta cuando las tropas rebeldes entraron en su aldea y comenzaron a quemar casas y a matar. Tras huir al bosque y caminar varios días llegan a la frontera donde el personal de ACNUR los atiende, según explica Misiones Salesianas.
Desde allí son trasladados en autobuses hasta el asentamiento de Palabek, donde les reparten materiales para construir su 'tukul' o cabaña, y herramientas para trabajar su pequeño huerto. Esta es la diferencia con respecto a los campos de refugiados. "En el asentamiento cada familia o grupo de cinco personas tiene su espacio de 30 por 30 metros y ahí pueden sembrar algo y construir sus casas", explica el padre Uba.

El misionero cuenta que los refugiados de Palabek -que en la lengua local acholi significa 'guarda la espada y no pelees- son "guerreros de la supervivencia" y aunque reconoce que se ha producido algún suicidio porque no saben qué hacer y a veces llegan al límite, añade que la gente no pierde la esperanza.
Los misioneros salesianos llegaron a Palabek en 2017 y en febrero de 2018 inauguraron una humilde presencia en la que actualmente viven seis salesianos. En este tiempo, han construido más de una decena de capillas, cuatro escuelas infantiles con 720 alumnos y un centro juvenil que atiende a más de 2.000 jóvenes con actividades de ocio, deportivas y talleres de resolución de conflictos.

TALLERES DE AGRICULTURA, COSTURA O MECÁNICA

Además, el pasado mes de enero inauguraron la Escuela Técnica Don Bosco construida fuera del asentamiento, donde 1.500 jóvenes aprenden cada año agricultura, peluquería, construcción, costura y mecánica, y muchas de las alumnas son madres jóvenes que quieren dar un futuro mejor a sus hijos.
"Nunca se nos ocurrió preguntar a las inscritas si tenían hijos y al lunes siguiente nos dimos cuenta de que las muchachas no venían solas sino con los críos, ahora tenemos un lugar donde estén los niños mientras sus madres asisten a clase", comenta el sacerdote.

Según apunta, la educación es "la llave para el futuro". "Habrá gente que se preguntará: '¿Qué hacen los salesianos impartiendo en medio del desierto talleres de mecánica, construcción y peluquería?'. Pero mañana llegará y queremos estar preparados. Reconstruir Sudán del Sur es cosa de la gente. Hay que educar hoy para reconstruir mañana", ha subrayado.
Precisamente, una de las protagonistas del documental, Gladys, es la única mujer en la clase de reparación de motos. Tiene 23 años y es madre de un niño de dos años. Fuera de la escuela sigue trabajando con una máquina de coser y siempre que puede se escapa en moto a Sudán del Sur para ver a su madre y a su hijo. "Me gustan las motos porque si quiero ir a cualquier parte puedo ir, ahora mismo", cuenta.
Por su parte, Alice, solo tiene 20 años y ya es viuda. La guerra en Sudán del Sur le arrebató a su marido y a su padre y además, la separó del resto de su familia. Sin embargo, siempre sonríe y el reencuentro inesperado con su madre y su bebé en Palabek le ha devuelto la ilusión. Tanto Gladys como Alice tienen un sueño: la paz definitiva en su país.

Palabek. Refugio de esperanza



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