EL Rincón de Yanka: LUTO

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miércoles, 15 de abril de 2020

🔆👴👵👥 LUTO DE DOLOR QUE GIME POR TODAS LAS MILES DE VÍCTIMAS DEL CORONAVIRUS EN UNA SOLEDAD SILENCIADA Y ESPANTOSA SIN DESPEDIDAS NI CONSUELOS


 


ESCRITO POR RUBÉN TEJERINA

Que no, abuela, que el corazón no es analfabeto. Esperaban hacer con sus nietos lo que el trabajo no les dejó hacer con sus hijos. Abuelas y abuelos que han muerto solos en la cama de un hospital, o en el cuarto de una residencia con sus manos llenas de raíces extendidas, buscando la despedida. Los de la generación del sacrificio, como no, han muerto sacrificándose. Perdón, pero, a veces la vida aprieta, y como esta enfermedad, sí ahoga. Gracias por tanto desde hace tanto, dando tanto, sin obtener nada...


martes, 9 de octubre de 2018

👥 "LO QUE NO TIENE NOMBRE" DE PIEDAD BONNETT 📕



 
PRESENTACIÓN DEL LIBRO 
‘LO QUE NO TIENE NOMBRE’, 
DE PIEDAD BONNETT


Profesión de fe en las palabras: Se dice que no hay dolor comparable a la pérdida de un hijo, y también que ese dolor se duplica cuando la muerte es por suicidio. Ante hechos como ése, es ordenarlas sobre un papel. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme. 
Algunos de mis mejores amigos no tienen hijos; quiero decir que han resuelto no tener hijos. Si el tema de los hijos surge y me lo preguntan, si todavía están en edad de procrear, yo casi siempre me atrevo a aconsejarles: ¡tengan hijos, es la experiencia más rara, más íntima, más intensa, más definitiva, más alegre y dolorosa de todas las que se puedan tener! Al que no tiene hijos, dijo una vez el novelista antioqueño Juan José Hoyos, “se le queda un pedazo del corazón sin usar.” Sí, ya sé que la frase les puede sonar cursi… a los que no han tenido hijos, pero quienes los tenemos sabemos que esa frase es verdad. Mis amigos que no han tenido hijos, en todo caso, aunque se han privado de la más grande dicha, al menos no han corrido el riesgo de sufrir el más hondo dolor. ¡Cobardes! Les digo; cobardes y sensatos al mismo tiempo. La cobardía, al fin y al cabo, no es otra cosa que un exceso de prudencia.

Yo estoy aquí hoy presentando este libro no porque sea escritor; tampoco porque sea amigo de Piedad Bonnett. Lo estoy presentando porque Piedad tuvo a su Daniel y yo tengo a mi Daniela, y sobre todo porque Piedad y yo hablamos varias veces de lo que sería absolutamente insoportable: perder a su Dani o a mi Dani. Piedad y yo sabíamos y sabemos que sería mil veces preferible morir nosotros a que murieran nuestros hijos; que si hubiera un dios que nos permitiera escoger entre él o tú, entre ella o yo, nosotros no dudaríamos un segundo en responder: yo, yo, yo. Prefiero morirme yo a que mi hija se muera, a que mi hijo se mate. Pero no, los dioses no aceptan esos negocios, esos cambalaches, esos sacrificios. Y pasó esto que no sabemos si podría no haber pasado, pasó esto que no se puede negar, pasó esto que ya será para siempre y que Piedad Bonnett, usando las tres palabras secas y precisas de su hija, nos cuenta en su libro: ¡DANIEL SE MATÓ!

Sí, eso pasó: Daniel se mató. De los poetas uno se espera la verdad, y Piedad Bonnett es ante todo poeta, y gran poeta: por eso su libro, sin hacerle honor a su nombre, es despiadadamente cierto, despiadadamente verdadero y, por esto mismo, despiadadamente valiente. La valentía consiste en decir la verdad a pesar de que a muchos no les guste oírla, a pesar del dolor inmenso de tener que desgarrarse para decirla. Ante la muerte no estamos acostumbrados a la verdad y menos a unas palabras que no son de consuelo, sino de constatación del sinsentido, o del muy poco sentido, y por esto mismo de desolación. Este libro no es una homilía de consuelos falsos ni de ilusiones mentirosas de castigos, recompensas, reencarnaciones o reencuentros en el más allá. "Lo que no tiene nombre" dice algo muy claro: los rituales religiosos y sociales de la muerte -el velorio, las misas, el funeral, el entierro-, aquello que pudo servir durante milenios como rito de paso del final de la vida, como consuelo, a Piedad (y con ella a muchos de nosotros) ya no nos sirven. Así como Botero se encierra un año a pintar a su hijo decapitado, Pedrito, para enfrentar la pena de haberlo perdido; así como un músico escribe un Requiem para recordar a su amada muerta; así como Jorge Manrique escribe las coplas por la muerte de su padre, así mismo Piedad compone esta elegía: con delicadeza, con contención, con todo el control posible que su razón le permite en una situación de desgarramiento.


Con un mérito adicional. Mahler escribió sus Kindertotenlieder (canciones para la muerte de los niños) cuatro años antes de que su hija, María, muriera de fiebre escarlatina. Cuando ella se murió Mahler contó que había escrito sus Lieder poniéndose en el lugar de un padre que ha perdido a su hijo. Y añade: “Cuando efectivamente perdí a mi hija, yo ya no habría sido capaz de escribir esas canciones”. Piedad ha sido capaz de hacerlo después, tal vez porque la misma enfermedad de Daniel la hizo vivir y presentir muchas veces su futura muerte; Piedad ha sido capaz de hacerlo en caliente, sin tener que esperar, como otros, años o decenios para poder contar el horror, quizá porque la tragedia se venía fraguando ante sus ojos desde mucho antes. O simplemente porque tiene el autocontrol suficiente para ser capaz de hacerlo. Pero que nadie se atreva a pensar que esta capacidad de escribir tan pronto obedece a insensibilidad o a dureza de corazón; es todo lo contrario, y en el libro se ve: es valentía total, es capacidad de mirar la muerte y el sufrimiento a los ojos, aunque sea insoportable. Piedad en este libro soporta lo insoportable e intenta lo imposible.

Evocar con las palabras, ensayar el conjuro de revivir un muerto con la fuerza del aire, con el propio aliento, con la voz que nos sale de más adentro. Saber que fallará, pero hacerlo de todos modos porque creemos que las palabras crean, que las palabras recuperan, que en las palabras dura un poco más lo caduco y lo finito. ¿Quién podía escribir sobre Daniel, si no Piedad? ¿Quién podría haberlo hecho mejor, más amorosamente, con más respeto y con mayor comprensión? Nadie. No es una tumba ni una misa ni un monumento ni un sermón lo que puede evocar bien a Daniel. Su madre quiso hacer esta ceremonia de despedida con el arte que ella se ha dedicado a pulir en una larga vida de devoción a las palabras, con el arte que ella domina con maestría. Y lo ha conseguido; en este libro está Daniel, el Daniel enfermo, sí, pero también el Daniel alegre, el Daniel sensible, el Daniel artista, el Daniel vivo. No resucita, no, pero quienes no lo conocimos ni pudimos por lo tanto quererlo en vida, ya lo conocemos y ya lo queremos así sea en el recuerdo literario, a través de las palabras de su madre.

Piedad Bonnett, además, y tal vez sin pretenderlo, hace algo útil: mira a la cara y denuncia lo que no se nombra: la enfermedad mental. En la historia de las enfermedades vergonzosas, en el principio fue la lepra. En el libro de Levítico se nos enseña cómo la comunidad debe declarar inmundo al leproso, echarlo de la ciudad, apartarlo y obligarlo a cargar una campanilla que anuncie que se acerca, para que todos se aparten. Después lo innombrable fue el cáncer, ese mal silencioso del que no se podía hablar ni en público ni en privado. Los periódicos decían que Fulano de Tal había fallecido “después de una larga y penosa enfermedad”. El cáncer era vergonzoso, en buena medida, porque antes de los avances de la medicina moderna el cáncer era una enfermedad maloliente: los tumores crecen a tal velocidad que al centro del mismo ya no consigue llegar irrigación sanguínea, y esa parte del cuerpo se pudre, y huele. Así era el cáncer en las condiciones naturales previas a la medicina del siglo XX. Tenía cierto sentido ocultar la enfermedad, no mirarla a los ojos, esconderse cuando se la padecía. Mirar la enfermedad a los ojos es empezar a comprenderla, a tratarla, a curarla hasta donde se pueda. Y en la actualidad hay una enfermedad que todavía no somos capaces de mirar a los ojos con valentía: la enfermedad mental, el dolor tan hondo de una enfermedad que altera hasta tal punto nuestra percepción del mundo que nos puede llevar al homicidio de otros o al homicidio de nosotros mismos.

Hay en esto de la enfermedad de Daniel una gran paradoja: aquello que en dosis mínimas hace de alguien como Piedad una poeta, es decir, la capacidad de encontrar señales en el mundo, de ver signos de algo más en los objetos, en lo aparente, ver algo más en el sonido literal de las palabras, esa misma sensación magnificada (y también la de ser otros, en la novela), hace de su hijo un enfermo mental, un demente. Piedad lo dice así, hermosamente:

Daniel me confesó alguna vez, pocos meses antes de su muerte, en un segundo de sinceridad y como de pasada, que cuando estaba encerrado en su cuarto veía pasar gente a su alrededor, pero que su médico le había enseñado a ‘focalizar’. También sé ahora, por sus terapeutas de los últimos tiempos, que sentía permanentemente que el mundo le enviaba sutiles mensajes que debía descifrar, pero que él sabía desterrar esos espectros de su mente gracias a un esfuerzo continuado de su voluntad. No puedo dejar de asociar el convencimiento del enfermo de que el mundo le habla, con la pretensión de los poetas de poder ‘leer’ las señales del mundo para luego ‘traducirlas’ en ritmos y en imágenes. Y me duelo del horrible parloteo del universo en los oídos de mi hijo y de saber que lo que para mí ha sido siempre un gozoso ejercicio de inmersión en la realidad, al agigantarse en su cabeza era para él tortura infernal, fuente de miedo.

El sensible Daniel Segura Bonnett, el entrañable muchacho que protagoniza este libro de Piedad Bonnett, era incapaz de matar a nadie; incluso matarse a sí mismo -nos dice Piedad- tuvo que significar para él un esfuerzo tan grande como el de matar lo más amado. Y sin embargo lo hizo, en un gesto de amor, de auto-eutanasia, cuando su vida se le hizo insoportable.

Los psicólogos, los psiquiatras, los enfermos y los familiares de personas que padecen una enfermedad mental, deberían leer este libro. Así como se encontró el bacilo que ocasiona la lepra; así como el cáncer se puede contener, operar, a veces curar, así mismo, con el valor de Piedad, tenemos que ser capaces de mirar a los ojos los efectos devastadores de la esquizofrenia, pero también las esperanzas que se abren -gracias a los avances de la química y de la logoterapia- para que estos enfermos puedan llevar una vida digna, activa, útil, y en la medida de lo posible alejada de sus terribles fantasmas generados por el cerebro mismo. Piedad en su libro nos ayuda a entender que la esquizofrenia no es culpa de los padres, de una mala crianza, de oscuros traumas, sino de simples desarreglos físicos, químicos, dentro del más desconocido de nuestros órganos: el cerebro. Entender la enfermedad mental como algo doloroso, involuntario y tratable, ayudaría a no segregar, discriminar y marginar a los enfermos, como unos seres completamente extraños al mundo de los sanos, casi tan contagiosos como los leprosos. Hay que luchar con los enfermos, hasta donde se pueda, sin aislarnos ni obligar a sus familias a callar, y buscar que estén mejor, y que en la medida de lo posible consigan tener una vida digna y llevadera, una vida menos dolorosa para ellos y para su entorno inmediato.

A veces los libros testimoniales como este nos hacen olvidar que son también obras literarias. Este libro no solo es verdadero, sino también hermoso, porque está escrito por una artista que domina el oficio de crear con las palabras, y que además tiene ese difícil don de la contención, porque Piedad Bonnett sabía mejor que nadie que su obra, en cada página, estaba expuesta a deslizarse peligrosamente al sentimentalismo, a la melcocha. Esto nunca ocurre: uno nota las riendas de Piedad que no le permiten ir más allá del punto preciso en que el dolor se desbordaría en arrebatos de autocompasión. Piedad en este libro sufre sin envilecerse, sin regodearse en el sufrimiento, sin pretender el absurdo trofeo de ser la campeona del sufrimiento. Piedad despliega su luto y nos muestra su manera de vivir el duelo. Ella piensa que su instrumento, las palabras, son insuficientes. Y ella cree que a duras penas ha intentado acercarse a lo inefable, sin lograr expresarlo. Pero insisto en que no: lo que ha escrito Piedad, lo que has escrito, Piedad, es más, mucho más que suficiente para evocar, no solo tu dolor sin nombre, sino la dura vida de tu único hijo. Llegaste, incluso, a explicarnos su muerte como una elección que pudo ser aceptable y razonable, aun cuando tomara la decisión del suicidio en un impulso repentino. La vida no es igual para el que sufre que para el que no sufre.

Séneca, un sabio suicida, en sus Consolaciones, que quise releer después del libro de Piedad, dice dos cosas que creo ciertas: que seguramente, pese a todo, es mejor que un hijo muerto haya existido, a que no hubiera existido nunca. Pienso que Piedad agradece haberlo visto, haberlo amado, haberlo conocido. Y Séneca dice también que la muerte es una liberación de todos los dolores y un límite que nuestros males no pueden traspasar; no porque al otro lado haya otra vida de placeres o de tormentos, sino porque es la muerte la que nos vuelve a dar la paz en la que estábamos sumergidos antes de nacer.

No creo mucho en que las Consolaciones de Séneca consigan todavía consolarnos. Yo he aprendido con este libro despiadado de Piedad, que no hay consuelo. Y que sin embargo vale la pena escribir que no hay consolación. ¿Por qué vale la pena? Creo que vale la pena de decirse, de escribirse, porque es verdad.

[...] esta historia tiene que ver realmente 
con lo que no tiene nombre, 
con segundos de espanto 
para los que no hay lenguaje. 
Peter Handke 

Piensas que nunca te va a pasar, 
imposible que te suceda a ti, 
que eres la única persona del mundo 
a quien jamás ocurrirán esas cosas, 
y entonces, una por una, 
empiezan a pasarte todas, 
igual que le suceden a cualquier otro. 
Paul Auster 

[...] hurgo mis sentimientos 
estoy viva. 
Blanca Varela
Daniel murió en Nueva York el sábado 14 de mayo de 2011, a la una y diez de la tarde. Acababa de cumplir veintiocho años y llevaba diez meses estudiando una maestría en la Universidad de Columbia. Renata, mi hija mayor, me dio la noticia por teléfono dos horas después, con cuatro palabras, de las cuales la primera, pronunciada con voz vacilante, consciente del horror que desataría del otro lado, fue, claro está, mamá. Las tres restantes daban cuenta, sin ambages ni mentiras piadosas, del hecho, del dato simple y llano de que alguien infinitamente amado se ha ido para siempre, no volverá a mirarnos ni a sonreírnos. 

En estos casos, trágicos y sorpresivos, el lenguaje nos remite a una realidad que la mente no puede comprender. Antes de preguntar a mi hija los detalles, de rendirme a la indagación, mis palabras niegan una y otra vez, en una pequeña rabieta sin sentido. Pero la fuerza de los hechos es incontestable: 
«Daniel se mató» sólo quiere decir eso, sólo señala un suceso irreversible en el tiempo y el espacio, que nadie puede cambiar con una metáfora o con un relato diferente. 
Daniel se mató, repito una y otra vez en mi cabeza, y aunque sé que mi lengua jamás podrá dar testimonio de lo que está más allá del lenguaje, hoy vuelvo tercamente a lidiar con las palabras para tratar de bucear en el fondo de su muerte, de sacudir el agua empozada, buscando, no la verdad, que no existe, sino que los rostros que tuvo en vida aparezcan en los reflejos vacilantes de la oscura superficie.

Filosofía de la consolación

Leo
que la plenitud es la desaparición de la carencia
y que sólo es feliz
quien ha perdido ya toda esperanza.
Los que así escriben
no pueden entender que de la herida
que duele y hiede nazcan abejas rubias
y que su miel
sea la poca luz que nos alumbra.
Ellos,
dueños de su circunferencia conquistada,
no saben
qué infecunda es la paz donde no habitas. 
 


Conversatorio: 
"Lo que no tiene nombre" de Piedad Bonnett

Elyn Saks: 
Una historia de trastorno psiquiátrico, 
desde adentro


“Mientras el cerebro sea un misterio, 
el universo continuará siendo un misterio”.
Santiago Ramón y Cajal


domingo, 28 de mayo de 2017

VENEZUELA VIVE MUERTA CON HIMNO MORIBUNDO


VENEZUELA VIVE MUERTA, recito este poema en apoyo a los valientes y decentes venezolanos, que están dando su sangre por la dignidad y la libertad de su patria.

VENEZUELA VIVE MUERTA

Venezuela vive muerta
Llena de hambre y silencio 
Que los cobardes silencian
Con policía de cieno
Con alambres en las venas
Con cadenas al aliento
Venezuela vive muerta
Pero nosotros seremos

Venezuela hija, hermana
No te doblegues al miedo
Más vale morir luchando
Que vivir sin fundamento
Muerte al tirano asesino
Que maltrata y mata al pueblo

Venezuela alma hispana
Dolor de mi sufrimiento 
No quiero callar mi rabia
No quiero seguir muriendo

¿No hay militares decentes?
¿Solo hay hombros carceleros?
Venezolano valiente
Es la hora y es tu tiempo
Empuja con sangre y uñas
Más vale morir viviendo
Enfrenta brava tu hora
Por tu dignidad y ejemplo

Ratas de lucro y azufre 
Sicarios de encubrimiento
Con mentiras y alambradas
Arruinaron los espejos

Venezuela vive muerta
Pero muy pronto seremos
Triunfadores victoriosos 
Y aunque muchos moriremos
Viviremos en la muerte
De la vida de los nuestros
Con el alma de su estela
Y el sueño de nuestros huesos

 Julián Gómez Brea ©
POETA EN GUERRA

Que prenda la pólvora
Que se extienda el fuego
Que viva la decencia
Que defiende al pueblo
Que imperen las libertades
Que acabe el miedo
Que no os sometan
Y Que brille el cielo
Que os dejen ser 
Que no siembren muertos
Que vuelva Venezuela 
Que recupere su aliento
Militares entregados
Liberar vuestro suelo
Salvar a la Nación 
Devolverle su acento
Liderar la restitución
Legitimidad alimento
Muerte al tirano asesino
Y viva el latir eterno 
Sin represión ni inmundicia
Con fundamento y derecho

Tal vez os detengan hoy
Tal vez os den el paseo
Pero sois gloria y honor
Constructores del sendero
Del camino para todos
Sois alma de miel acero
Sois la honra y dignidad
Del dolor y sufrimiento
Venezuela en sangre viva
Triunfará sobre los cienos




"Himno Moribundo": 

improvisación sobre un país en descomposición. 

Gabriela Montero, piano.




PARIENDO NACIÓN - DANIEL JIMÉNEZ


lunes, 3 de agosto de 2015

VENEZUELA, CANTO Y LIBERTAD DE LUIS ROMERO

VENEZUELA, CANTO Y LIBERTAD
LUIS ROMERO 

La música flota en el aire, 
silva en el viento,  florece en el alma. 
La música, canto y libertad. 
Sonriendo a la vida, de la libertad. 
Mírala que baila, es un grito de la tierra, 
 canción de su gente, es la de colores. 

Emoción y sentimiento, 
sazón de alegría, de la libertad. 
 La música, canto y libertad. 
 A veces se llora, a veces se ríe. 
La música, canto y libertad. 
Te besa en el alma, 
 pintan de valores las alas 
que forjan a la libertad. 

 Amarillo del sol, de la libertad. 
La música, canto y libertad. 
Es el cielo azul, de la libertad. 
 Es el rojo pasión, de la libertad. 
 Siete estrellas de mar, de la libertad. 

SIN VALOR NO HAY LIBERTAD

Venezuela canto y libertad
Luis Romero


MUERTE EN VENEZUELA 
LUIS ROMERO 

Luto en mis ojos, 
 luto en mi piel, 
luto en mis sueños, 
luto en el mapa, 
el que de niño, 
 pinte en la escuela 
con colores de esperanza.

Mi Patria no está en la tierra, 
 sino el que anda sobre ella. 
Nos duele y nos asfixia la muerte 
cuando un hermano se siembra. 
Madre (Patria) no hay tanto luto 
que mitigue tu tristeza 
ni que te pongas la noche 
como duelo de tus penas. 

HAY COSAS QUE SE CAEN DE MADURO




domingo, 2 de febrero de 2014

LOS ZAPATOS EN EL PASEO POR EL DANUBIO DE BUDAPEST (MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DEL HOLOCAUSTO NAZI)


Entre diciembre de 1944 y fines de enero de 1945, la Cruz Flechada cogió a 20.000 judíos del gueto y los fusiló a lo largo de las orillas del Danubio, arrojando los cuerpos al río.

El monumento de los zapatos de Budapest conmemora este genocidio. “Los zapatos en el Paseo del Danubio (Момориалът Обувки по река Дунав в Будапеща - Obuvki na Dunav Promenade) fueron realizados en 2005 por Gyula Pauer y Can Togay. Estos sesenta pares de zapatos de hierro solitarios, sin dueño, son una alegoría a lo que quedó de estos judíos asesinados y tirados a la corriente de agua por estos fascistas. Las fuerzas soviéticas liberaron Budapest el 13 de febrero de 1945. En el momento de la liberación, quedaban 70.000 judíos en la ciudad.

Estadísticamente, una de cada diez víctimas del holocausto fue de origen húngaro.


Al borde del Danubio, justo delante del Parlamento, encontramos una obra artística que es una larga hilera de zapatos de hombre y mujer que parecen estar allí olvidados, como si estuviesen esperando a que sus dueños saliesen del agua tras darse un baño, en este punto, los judíos del gueto eran atados en parejas y, tras disparar a uno de ellos, eran arrojados al río, arrastrando uno al otro. Estos zapatos pretenden recordar a estas personas, como si no hubiesen desaparecido y fuesen a salir del agua a recoger sus zapatos. Fue creado por Gyula Pauer y Can Togay en el año 2005.



holocausto Yaakov Shaweky




Kadish - Armand Amar


Entre los testimonios del Museo del Holocausto, 
en Jerusalén, puede verse un pequeño zapato 
-recogido en un campo de concentración- 
que debió pertenecer a un niño de 6 ó 7 años


KADISH PARA UN ZAPATO ROTO
ANTONIO REQUENI

Desde este lado te contemplo.
En tu inocencia, pequeñito náufrago,
el horror y la muerte me hacen señas.
¿Quién te calzó? ¿Dónde tu hermano roto?
Todavía en las grietas de tu cuero
las costras del escarnio, las partículas
del humo y el hollín del crematorio.
Fuiste un niño, dabas leves pasos
por la vida quizás hayas pisado
la blandura del césped en los parques,
la rayuela que lleva al Paraíso.
Hasta que un día sostuviste
el temblor de unas piernas esmirriadas,
las de aquel niño frente al ojo oscuro
de un arma y el aullido del soldado.
Luego el vagón, el hambre, los hedores,
las ropas con el número y la estrella,
la servidumbre menos oprobiosa
que la desamparada soledad
con los piojos por únicos parientes.
Ahora estás allí, breve memoria
de una atroz pesadilla. Te contemplo
lejos del tiempo y de las lágrimas,
en tu inocencia, náufrago.
Y quisiera ponerme de rodillas
y pedirte perdón por estar vivo,
porque en unos instantes saldré al mundo
del sol y de los árboles, y acaso
encuentre a un niño en mi camino,
un niño rubio y sonriente,
con los zapatos nuevos.

VER+:




miércoles, 24 de julio de 2013

LO CONFIESO: NOS ROBARON A VENEZUELA por MIGUEL ÁNGEL LANDA


LO CONFIESO
MIGUEL ÁNGEL LANDA

Lo confieso: no tengo idea en donde estoy ni para donde voy. Las que fueron mis referencias para ubicarme en Venezuela han desaparecido. Es como volar en la niebla sin radio y sin instrumentos. Nací y crecí en Caracas pero ya no soy caraqueño: no me encuentro a mi mismo en este lugar convertido hoy en relleno sanitario y manicomio, poblado por sujetos extraños, impredecibles, sin taxonomía.

A lo largo de mi vida recorrí casi todo el país, lo sentí, lo incorporé a mi ser, me hice parte de él. Hoy no lo reconozco, no lo encuentro. El extranjero soy yo. Ocho generaciones de antepasados venezolanos no me ayudan a sentirme en casa. Nos cambiaron la comida, los olores de nuestra tierra, los recuerdos, los sonidos, las costumbres sociales, los nombres de las cosas, los horarios, nuestras palabras, nuestras caras y expresiones, nuestros chistes, nuestra forma de vivir el amor, los negocios, la parranda, o la amistad. Forzosamente nuestro cerebro y nuestro metabolismo se fueron al carajo, ese ignoto lugar carente de coordenadas.

Hoy somos zombis, ajenos a todo, letras sin libros, biografías de nadie. Nos quedamos sin identidad y sin pertenencia. Una forma muy ocurrente de expatriarte: en lugar de botarte a ti del país, botaron al país y te dejaron a ti. Hoy Venezuela agoniza en algún exilio, pero no en un exilio geográfico. No, Venezuela se extingue aceleradamente en un exilio de antimateria, sin tiempo ni espacio. Cualquiera sea el intersticio cuántico en donde se desvanece Venezuela, no podremos llegar a él.

El país desapareció de la memoria de las cosas universales; no existen unidades o instrumentos capaces de medir su extraña ausencia. No hay un cadáver que sepultar, ni sombra, huella, o testamento que atestigüen una muerte. Todo se perdió en un críptico agujero negro. Más que una muerte esto ha sido una dislocación en el espacio-tiempo.

Pronto se dirá: “¿Venezuela? Venezuela nunca existió.” Se me ocurre que en ausencia de muerte formal procede ausencia de llanto. Aquí no habrá velorio. La cosa no merece ni un palito de ron. Los pocos dolientes potenciales que pudieran darse, se irán poco a poco al mismo no-lugar en donde el país se escurrió para desvanecerse para siempre.

Extraño final para un país: no pudimos ni siquiera ser un Titanic y hundirnos con algo de tragedia y romanticismo. La elegancia no fue precisamente una de nuestras características como pueblo. No tendremos el honor lúgubre de ser Pompeya. No se hablará de nosotros como de Nínive o de Troya. Nunca podrá algún Homero contar que tuvimos un Aquiles. No seremos lana para tejer leyendas. Nuestro final solo nos dejará vergüenza.

¿HACIA DÓNDE VA VENEZUELA O CUBAZUELA?



lunes, 11 de marzo de 2013

9º ANIVERSARIO DE LO QUE NOS OCULTARON SOBRE LA MASACRE A NUESTRO PUEBLO DEL 11M



DEL MADRID AL CIELO 
(CANCIÓN DE ELENA BUGEDO)


“Quien acepta pasivamente el mal es tan responsable como el que lo comete. Quien ve el mal y no protesta, ayuda a hacer el mal”  Martin Luther King

"Es tan homicida el ojo que mira hacia otro lado como el que apunta con la mirilla del fusil; es tan culpable la mano que echa la persiana para no enterarse de lo que ocurre afuera como la que aprieta el gatillo”. W. Szpilman. (El pianista de Varsovia)



Serán malditos los asesinos como los ideólogos como los que no han hecho nada sobre esta matanza a nuestro pueblo....





VER:

    YO ACUSO al entonces comisario jefe de los Tedax, Juan Jesús Sánchez Manzano, de mantener una línea de conducta supuestamente orientada a la ocultación y manipulación de pruebas con flagrante incumplimiento de sus deberes profesionales, al transgredir los protocolos sobre recogida y almacenamiento de restos, al asumir unos análisis que no le habría correspondido realizar, al no poner a disposición de la Policía Científica los fragmentos obtenidos en los focos de los trenes, al predeterminar la investigación con la muestra patrón de la Goma 2 ECO de la que presuntamente salió también el explosivo colocado en la Kangoo y al proporcionar al juez Del Olmo, a la Comisión de Investigación parlamentaria y al propio tribunal del 11-M información falsa o gravemente errónea, perjudicando una y otra vez la búsqueda de la verdad de lo ocurrido.

    YO ACUSO a la perito química de los Tedax con carné profesional 17.682 de mantener una línea de conducta supuestamente orientada a la ocultación y manipulación de pruebas con flagrante incumplimiento de sus deberes profesionales, al no redactar y entregar a sus superiores un informe por escrito especificando los componentes de la dinamita que identificó en los análisis realizados en el laboratorio de los Tedax durante el mediodía del 11 de marzo de 2004 y al destruir la disolución en agua y acetona de los restos empleados, impidiendo así toda posterior verificación.

    YO ACUSO al entonces comisario jefe de la Policía Científica, Carlos Corrales, de incumplimiento de sus deberes profesionales al no reclamar de forma fehaciente la entrega de los restos de los focos de los trenes para su análisis en su laboratorio tal y como era preceptivo.
    YO ACUSO al entonces subdirector general de la Policía, Pedro Díaz Pintado, y al entonces comisario general de Información, Jesús de la Morena, de incumplimiento de sus deberes profesionales al consentir expresa o tácitamente que el jefe de los Tedax no entregara a la Policía Científica los restos de los focos de los trenes.
    YO ACUSO al general Félix Hernando, responsable de la UCO de la Guardia Civil, de mantener una línea de conducta supuestamente orientada a la ocultación y manipulación de pruebas con incumplimiento de sus deberes profesionales, al transmitir a la Comisión de Investigación parlamentaria, al juez instructor y al propio tribunal del 11-M información falsa o gravemente errónea sobre la investigación de la trama de explosivos en Asturias y el papel de sus confidentes en la misma, y al dar presuntamente instrucciones a su subordinado el alférez Jaime Trigo para que tratara de destruir la nota informativa que demostraba esa falsedad.

    YO ACUSO al alférez de la UCO Jaime Trigo de mantener una línea de conducta supuestamente orientada a la ocultación y manipulación de pruebas al dirigirse al entonces segundo jefe de la Comandancia de Oviedo, Francisco Javier Jambrina, y pedirle, según su testimonio judicial, la destrucción de la nota que dejaba en evidencia a su superior Félix Hernando.
    YO ACUSO al actual comisario jefe de la Policía Científica, Miguel Ángel Santano, y a sus subordinados Pedro Mélida, José Andradas y Francisco Ramírez de mantener una línea de conducta supuestamente orientada a la manipulación y ocultación de pruebas al «alterar» de «forma inveraz» -tal y como ha establecido la Justicia- un informe pericial que podía contradecir la versión oficial de lo ocurrido, dejando patente que -al margen de la propia trascendencia de dicho informe- existía una consigna política para orientar la investigación en una única dirección.

    YO ACUSO al mando de la Policía Científica Alfonso Vega, jefe de la pericia ordenada por el tribunal del 11-M, de entorpecer la acción de la Justicia al poner trabas al trabajo de sus compañeros y al alentar en su propio informe al tribunal las más extravagantes teorías para tratar de justificar la aparición en los análisis de componentes químicos que echaban por tierra la versión oficial de los hechos.

    YO ACUSO al juez Juan del Olmo de grave negligencia e incompetencia profesional al permitir la destrucción de pruebas esenciales como los propios trenes, al no asegurarse de que la Policía hubiera cumplido los protocolos establecidos para el análisis de explosivos, al concluir la instrucción sin tan siquiera contar con una prueba pericial de lo que estalló en los trenes, al permitir el incumplimiento de las normas de custodia de las pruebas, al orientar unidireccionalmente las investigaciones y al perseguir con saña sin «ponderación, mesura ni equilibrio» a los dos policías que podían poner en evidencia algunos aspectos irregulares de las mismas, tal y como acaba de establecerlo la Justicia.

    YO ACUSO al juez Javier Gómez Bermúdez de negligencia profesional, al incluir en la sentencia graves errores materiales de carácter fáctico en relación al resultado de la pericia de explosivos; de inconsistencia intelectual, al no reflejar en la sentencia las consecuencias lógicas del resultado de la prueba pericial por él mismo encargada; de incoherencia personal, al defraudar las expectativas por él mismo alentadas cuando comunicó a las víctimas que algunos policías irían «caminito de Jerez»; de frivolidad, imprudencia y posible revelación de secretos, al colaborar en el libro de su esposa sobre el juicio, y de manipulación política, al hacer una presentación sesgada, tendenciosa y distorsionada de la sentencia. Vergüenza sobre vergüenza.

    YO ACUSO a los jueces Alfonso Guevara y Fernando García Nicolás de negligencia profesional, al suscribir los graves errores materiales de carácter fáctico incluidos en la sentencia, al respaldar las inconsecuencias del ponente en relación al resultado de la pericia de explosivos y al respaldar pasivamente su presentación sesgada, tendenciosa y distorsionada de la sentencia.

    YO ACUSO a la fiscal del caso, Olga Sánchez, y a su superior directo, el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, de negligencia profesional e incumplimiento de las obligaciones que se derivan del Estatuto del Ministerio Público al impulsar una investigación unidireccional, ceñida a la conveniencia del Gobierno, y desdeñar el valor probatorio de la evidencia científica mediante expresiones como: «En los trenes estalló Goma 2 ECO y vale ya» o «Da igual el explosivo que se utilizara».