Entre diciembre de 1944 y fines de enero de 1945, la Cruz Flechada cogió a 20.000 judíos del gueto y los fusiló a lo largo de las orillas del Danubio, arrojando los cuerpos al río.
El monumento de los zapatos de Budapest conmemora este genocidio. “Los zapatos en el Paseo del Danubio (Момориалът Обувки по река Дунав в Будапеща - Obuvki na Dunav Promenade)” fueron realizados en 2005 por Gyula Pauer y Can Togay. Estos sesenta pares de zapatos de hierro solitarios, sin dueño, son una alegoría a lo que quedó de estos judíos asesinados y tirados a la corriente de agua por estos fascistas. Las fuerzas soviéticas liberaron Budapest el 13 de febrero de 1945. En el momento de la liberación, quedaban 70.000 judíos en la ciudad.
Estadísticamente, una de cada diez víctimas del holocausto fue de origen húngaro.
Al borde del Danubio, justo delante del Parlamento, encontramos una obra artística que es una larga hilera de zapatos de hombre y mujer que parecen estar allí olvidados, como si estuviesen esperando a que sus dueños saliesen del agua tras darse un baño, en este punto, los judíos del gueto eran atados en parejas y, tras disparar a uno de ellos, eran arrojados al río, arrastrando uno al otro. Estos zapatos pretenden recordar a estas personas, como si no hubiesen desaparecido y fuesen a salir del agua a recoger sus zapatos. Fue creado por Gyula Pauer y Can Togay en el año 2005.
holocausto Yaakov Shaweky
Kadish - Armand Amar
Entre los testimonios del Museo del Holocausto,
en Jerusalén, puede verse un pequeño zapato
-recogido en un campo de concentración-
que debió pertenecer a un niño de 6 ó 7 años
KADISH PARA UN ZAPATO ROTO
ANTONIO REQUENI
Desde este lado te contemplo.
En tu inocencia, pequeñito náufrago,
el horror y la muerte me hacen señas.
¿Quién te calzó? ¿Dónde tu hermano roto?
Todavía en las grietas de tu cuero
las costras del escarnio, las partículas
del humo y el hollín del crematorio.
Fuiste un niño, dabas leves pasos
por la vida quizás hayas pisado
la blandura del césped en los parques,
la rayuela que lleva al Paraíso.
Hasta que un día sostuviste
el temblor de unas piernas esmirriadas,
las de aquel niño frente al ojo oscuro
de un arma y el aullido del soldado.
Luego el vagón, el hambre, los hedores,
las ropas con el número y la estrella,
la servidumbre menos oprobiosa
que la desamparada soledad
con los piojos por únicos parientes.
Ahora estás allí, breve memoria
de una atroz pesadilla. Te contemplo
lejos del tiempo y de las lágrimas,
en tu inocencia, náufrago.
Y quisiera ponerme de rodillas
y pedirte perdón por estar vivo,
porque en unos instantes saldré al mundo
del sol y de los árboles, y acaso
encuentre a un niño en mi camino,
un niño rubio y sonriente,
con los zapatos nuevos.
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