"Padre que habitas en mí"
Querido Padre que estás en el cielo, cobijo de mis antepasados y de mí tantas veces consuelo y esperanza. Tantas veces Luz. Te recibí en herencia de mis padres, así como ellos te recibieron de los suyos y, todos, generación tras generación, del mismo Jesús que te dio vida al convertirte en referencia familiar, cercana y amable, de algo intangible que hay en mí más difícil de ver que a ti mismo, Padre externo que tanto te pareces a mí, y por ello capaz de entenderme, capaz de amarme. Año tras año, vida tras vida, has sido mi norte y mi esperanza; la causa mí y de mi destino. A veces, mis ojos creyeron verte cuando miraba a través de mis lágrimas hacia el vacío infinito de tu cielo, no sé si por causa de tu encuentro o por el hecho de buscarte... ¿Qué más da, Padre, cuál fue la razón si por un instante me sentí contigo?. Lo que cuenta es el milagro producido, ¡el encuentro!. Más hoy ha sabido que aquello a lo que llamo encuentro no consiste en el acercamiento entre los dos, entre tu cielo y mi tierra, sino en mi consciencia de ti. Hoy he sabido que el milagro no es elevarse hasta tu cielo y descubrirte en él, sino en penetrar en mi corazón y reconocer que él es tu sagrado y único recinto. | Hoy he conocido, Padre, al Padre que habita en mí del cual tú has sido referencia cordial y paciente mientras busqué fuera lo que dentro estaba. ¿Cómo agradecer tu espera? Pero hoy siento que mi alma se agita en intuiciones nuevas, que vives dentro y no fuera de mí, y que son mi consciencia y mi voluntad las que te hacen real en mí. Por eso voy a dejar de ubicarte en el cielo para así poderte encontrar en mi alma; voy a cambiar tus apellidos y conservaré sólo tu nombre. Voy a llamarte: "Padre que habitas en mí", y no más: "Padre que estás en el cielo". Con ello sé que nada cambio de ti, que eres inmutable sino de mí, que de tanto buscarte al fin me has encontrado. No te vas, no te dejo, no te olvido, pues esta decisión no es una despedida, sino el último y definitivo encuentro. Te he sacado del cielo, para introducirte en mi corazón. Ya no tendré que buscarte, sino sentir que mi latido es tu latido, tu pulso mi pulso. Que ves por mis ojos y haces cuanto hago. Que sólo hay uno donde eran dos. Que tu voluntad es mi voluntad, y mi cuerpo tu cuerpo. Y cuando hable al Padre que habita en mí, tú sabrás que eres el mismo... pero yo, estaré cambiado. |
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PADRE QUE HABITAS EN MI
Padre que habitas en mí
Tócame en cada ascua,
Renuévame cada instante
En que me alientas el alma
Con tu ser pleno y constante
Como la luz inspirándose
De tu mente pura y clara
Y tu corazón brillante
Cuan raíz de humilde ara.
Que de nobleza insondable
eres en el prana el agua
Que se rebosa incesante
Cuando surge la mañana
Tras la noche silenciosa
De tu luz más fulgurante
Al irradiar las corrientes
Donde la energía asoma
Dando vida y siendo padre,
La fuerza más primorosa
Donde el universo toca
Lo cósmico y su talante
Manifestando tus notas
De dinamismo constante.
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