EL Rincón de Yanka: INOCENCIA

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domingo, 5 de mayo de 2024

LIBRO "INOCENTES": LAS OTRAS VÍCTIMAS DE LA ETA por JUAN JOSÉ MATEOS 💥


INOCENTES
Las  otras  víctimas  de  la  ETA

La ETA, una organización terrorista sin parangón en Europa, dejó un reguero de viudas, huérfanos, hermanos y amigas no solo desconsolados por unas muertes dramáticas sino vilipendiados por una sociedad cruel, aterrorizada y, en muchos casos, cómplice que no supo o quiso mostrar el más elemental rasgo de piedad o empatía con unas víctimas cuyo único pecado era su parentesco con los que la organización terrorista había puesto en una diana, antes de disparar un arma. Todos ellos son los inocentes de los que habla este libro único y brutal que quiere rendir sentido homenaje a miles de compatriotas heridos por la metralla, pero quizá aún más, por el desprecio de una sociedad enferma y de un país acomplejado que además de no defender sus vidas no supieron consolar a sus familiares. Pese a los ríos de tinta utilizados para intentar contar los años salvajes de la reciente historia de España, hasta ahora nunca se había abordado el fenómeno del día después como se hace en este libro. Tras la sangre vino el exilio de las provincias vascas o, peor aún, la permanencia en un territorio hostil que solo les ofreció ausencia de empatía, desdén y hasta burlas. Inocentes. Las otras víctimas de la ETA relata la historia de unos héroes anónimos que resistieron y mantuvieron la dignidad de los muertos y de todos nosotros.
«Hay historias de víctimas de ETA que la gente no conoce y que tuvieron muchísimo peso».
El mirobrigense ha escrito un libro en el que refleja las historias de los que fueron los héroes anónimos en tiempos de ETA.
Aeropuerto de Reus. Juan José Mateos siempre recordará el día, el lugar y la hora en la que su vida dio un giro de 180º. Se encontraba de servicio. Tenía 22 años, acababa de terminar sus prácticas y 20 días antes había elegido su destino para ejercer. Un artefacto mataba a una mujer de la limpieza y hería a más de 30 personas. Y, desafortunadamente, la onda expansiva le pilló provocando que tuviese que pasar por quirófano hasta en tres ocasiones, dejándole, además, sordo de los dos oídos.
PRÓLOGO

Escribo estas lineas amistosas a título de excepción. Hace ya bastantes años que he renunciado a escribir prólogos a obras de autores españoles.
El motivo es que me piden tres o cuatro al mes y a veces esos autores son amigos o conocidos con los que tengo cierto compromiso. Si accediese a todas las peticiones no haría nada más en la vida y, la verdad, no es plan. De modo que la única forma de evitar los agravios comparativos es no hacer ninguno y santas pascuas.

Pero violo este sano principio hoy por dos razones de peso. La primera es que el autor de este libro, Juan José Mateos San José, es un guardia civil y que además sirvió en Euskadi en la época que ahora nadie quiere recordar. Para mí, ser guar­dia civil no es cualquier cosa: es un título de honor como muy pocos. El agradecimiento que los vascos españoles que padecimos el terrorismo debemos sentir por la Guardia Civil es más de lo que puede expresarse con unas cuantas fórmulas de compromiso. No creo haber sido el único que algunas noches se durmió y algu­nas mañanas se despertó pensando con alivio: «Aún nos queda la Guardia Civil». Eso no voy a olvidarlo. Ni su admirable sacrificio, ni la dignidad con que acudían a los funerales de sus compañeros caídos en defensa de nosotros, los ciudadanos opuestos al separatismo. Y me indigno hoy de que estos abnegados servidores de lo público tengan que salir a la calle en manifestación para reivindicar (junto con la Policía Nacional) igualdad de sueldos y pensiones con otros cuerpos de seguri­dad locales que desde luego no tienen más méritos que ellos.

Además de la calidad del autor, está también el tema del libro. Que es la cró­nica de lo que fueron los infames años del auge de ETA y sus sayones. Una autén­tica tiranía del terror. No se crean las disculpas amnésicas de los que pretenden que ETA ya es puro y simple pasado, que nada tiene que ver con nuestro presente. Esos amnésicos suelen ser los mismos que recuerdan a sus adversarios ideológicos puntillosamente cualquier exabrupto machista de hace veinte años o cual­quier inspección de Hacienda con resultado irregular a una prima carnal. No, la historia en detalle de ETA y sus cómplices -¡tantos cómplices!- debe ser recordada porque aún es el mayor mérito que disimuladamente los separatistas exhi­ben para prestigiarse y ganar los votos de las nuevas generaciones. Nosotros, los vascos españoles y constitucionalistas, debemos recordarla para que sepamos a quién nunca debemos votar en el País Vasco, aunque se presenten bajo la piel de oveja que ahora les parezca más favorecedora.

Este es un libro útil y que, digan lo que digan los conformistas (por no llamar­ los cómplices), sigue siendo necesario. Por eso yo felicito a su autor y he querido apoyarle con estas líneas.

FERNANDO SAVATER


Introducción

¿Es necesario otro libro sobre la ETA? ¿No está todo contado y recontado? ¿Acaso hay que seguir removiendo el pasado en lugar de olvidar para convivir?
Eso es lo que nos quieren vender algunos, pero como ha demostrado reiteradamente la historia, un trauma colectivo solo se cura recor­ dando, poniendo «los muertos» encima de la mesa, homenajeando a las víctimas, pidiendo perdón y perdonando, por muy doloroso que resulte.

Acaba de empezar un año en el que algunos vaticinan la llegada a Ajuria Enea del primer lendakari de la que fuera rama política de la ETA. Si se cumpliera el vaticinio, quedaría demostrada la enorme necesidad de recordar, de homenajear a las víctimas y de denunciar a los asesinos y sus cómplices.

Nadie puede atribuirse la condición de víctima por haber tenido que recorrer cientos o miles de kilómetros para visitar a un familiar que es un asesino o miembro de una banda de asesinos. No cuando en el piso de abajo, o en la calle de atrás, vive la viuda de un asesinado por la ETA, sin que sepa, en muchas ocasiones, el motivo de esa sentencia de muerte (suponiendo que pudiera tener alguna justifi­cación), más allá de la genérica y socorrida acusación de «chivato». No cuando queda una familia destrozada a la que no bastó con descabezar, sino que hubo que escarnecer, insultar, denigrar. A la que durante muchos años ninguna insti­tución del Estado ayudó o apoyó lo suficiente. Fijemos los términos de una vez y sin ambigüedad: en el País Vasco y Navarra las víctimas son los damnificados por la ETA y su entorno, no los etarras y sus familias. Mientras no se diga esto clara­mente y por parte de todos, la sociedad vasca no gozará de salud moral.

En el fondo, todo cuanto hemos sabido de las víctimas de la ETA es el relato casi forense del día de su asesinato y los homenajes y conmemoraciones (afortunadamente cada vez mayores, pero muy escasos en los años de plomo de la banda). Lo que este libro pretende es honrar a todos esos inocentes a través de las vidas y desgracias de los familiares de los muertos, recogiendo un manojo de re­latos de supervivientes.

Si creen que lo saben todo sobre las acciones de la ETA, su entorno y sus cómplices en sentido amplio, pasen y lean. Lo que aquí atesoramos son testimonios desgarradores, historias que empequeñecen novelas exitosísimas que aseguran reflejar lo más crudo de aquellos años.

Nota terminológica

Al igual que en Pikoletos. La derrota de la ETA y la élite de la Guardia Civil, hemos optado por referirnos a la organización terrorista anteponiendo a su nombre el artículo determinado: «la ETA». Creemos que es la manera adecuada de hacerlo, a pesar de la extendida costumbre en sentido contrario.

Al mencionar «la ETA» incluimos también a su entorno, nunca suficiente­mente destacado e imprescindible en el desarrollo y mantenimiento de la organi­zación terrorista a lo largo de las décadas.

No nos parece correcto el uso del término «comando» para referirse a las uni­dades de acción de la ETA, pero consideramos que, en este contexto, no resulta fá­cil sustituirlo por otro más adecuado y por ello hemos optado por escribirlo entre comillas.

Cuando se emplean vocablos vascos que tienen adaptación gráfica castellana, se ha optado por esta (p. ej.: «euskaldún» o «lendakari»). En general, se ha seguido el mismo criterio con los topónimos (p. ej.: Rentería, Beasaín, Guecho, etc.).

Por último, al hablar de las provincias en las que actuaron en gran medida la organización terrorista y su entorno, usamos el término «País Vasco», pero con él, por simplificar, nos referimos en la mayoría de las ocasiones a las tres provincias de esa comunidad autónoma junto con la Navarra.


La soledad de la víctima

En torno al 2 de mayo de 1980 se guardan muchos silencios en esta ciudad, algunos secretos, y nadie quiere decir nada, pero ocurrieron unos hechos de índole terrorista, contra intereses americanos, en los que murió una persona, mi padre, Jesús Argudo Cano.

Soledades y silencios. Soledad se llama mi madre y también mi hermana, y supieron convivir con esa soledad con mayúsculas que te produce la desaparición de un marido o un padre. La soledad a veces no te deja salir de ese maldito bucle que se instala dentro de tu vida para repetirte constantemente lo mismo: un por qué que no tiene respuesta, porque es incomprensible que alguien mate a otro sin conocerlo, sin que medie absolutamente nada, simplemente por estar en un puesto de trabajo un día cualquiera.

La soledad y el silencio habitaron con ellas muchas noches, muchos días, muchos platos de cena sin tocar, con sus cubiertos recién puestos; pero él no venía a cenar, no había nadie que la comiese, y así un día tras otro, esperando.

A las 7.30, cuando mataron a mi padre, mi madre preparaba la cena, porque aquel día había cambiado el turno y vendría a cenar. En aquella cena se quedó la vida de mi madre igual que la vida de mi padre, una cena sencilla de acelgas y tortilla de un huevo, una cena que puso día tras día durante quince días con el argumento de que dormía y que vendría a cenar. Allí quedó su vida en esa cena sencilla.

Se negaba a admitir que mi padre había muerto. Recuerdo cuando al verlo en el Instituto Anatómico Forense nos decía a todos: no lo veis como está dormido. No aceptaba una realidad tan dura. Soledades.

Soledad y silencios, como cuando tuve que decirle a mi madre que me diese una sábana para amortajar a mi padre porque en el Anatómico Forense no tenían, porque la Policía no tenía para mi padre. Soledad e impotencia.

Impotencia y desolación cuando nos trajeron toda la ropa ensangrentada en una bolsa de basura, para que hiciésemos con ella lo que quisiéramos. Lógicamente la tiramos y a los cinco días vinieron a buscarla por si la teníamos para buscar pruebas: eso es soledad, eso es silencio.

El asesinato en 1980 de Jesús Argudo Cano, guarda jurado en las oficinas de la General Motors en el centro de Zaragoza, es un acto terrorista que sigue sin resolver
Soledad impuesta por la vía de los hechos. Nadie, absolutamente nadie de los estamentos políticos, de los partidos, de los sindicatos, de los órganos militares, de la prensa... nadie se dirigió a nosotros para darnos un apoyo. ¡Qué miedo había al apellido General Motors! ¿De quién fue la orden de guardar silencio, un silencio que resonó en nosotros toda la vida, un silencio difícil de llenar si no es con un quejido? Silencio.

Llovía en silencio cuando lo llevamos a enterrar el día 4 de mayo, una lluvia tan suave que no impedía el acto. Creo que Dios lo hizo a idea por un hombre bueno, porque pudimos contemplar las flores de la primavera, que venía temprana ese año, todo estaba cuajado de hierba verde y flores. ¿Para qué necesitábamos a todos esos que viven de la política y se arrastran delante de los poderosos? Como dice Whitman, una brizna de hierba no es menos que el camino que recorren las estrellas, y había muchísimas en torno a mi padre.

Silencio sepulcral cuando lo enterraron, no se oía una mosca, solo el trabajar de los operarios para meter la caja. Hasta los pájaros se callaron, había muerto un hombre bueno sin ninguna razón, sin ningún propósito, solo venganza contra un ente, los americanos, que dicho así no sabemos quiénes son.

Soledad se llama mi madre y le esperaba mucha soledad, justo cuando empezaban a salir del agujero y se habían ilusionado con comprar un apartamento en Biescas para ir al Pirineo. Recuerdo el lunes cuando se hizo el funeral en la parroquia de San Vicente de Paúl. Estaba abarrotada de gente sencilla del barrio de Casablanca, que conocían a mi padre; ellos sí que lo iban a despedir como merecía.

Nunca se debe pagar un precio por una vida humana, nunca por muy alto que este sea, por muchos puestos de trabajo que traiga, porque si uno solo muere por esa causa luego vendrán más y más y más, ¿y por qué no todos? Importa poco si fue el Frap o el Frava, importa poco si fueron tres individuos o cinco o siete, importa poco, lo que importa es la vida que se llevaron sin saber nada de él, sin cruzar ni una palabra.

Solamente hay silencio y el resonar de un disparo fue la conversación que se escuchó, que se cruzaron. Solamente desde la paz del corazón se puede perdonar, y eso era mi madre, el perdón, porque también tienen madres los terroristas, decía.

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viernes, 8 de diciembre de 2023

LIBRO "LO QUE ME DIO LA LUNA": JUGANDO CON LA LUNA SE DESCUBRIÓ por 🌕 ZAIDA BELÉN MARTÍNEZ 🌕


Lo que me dio la luna: 
Jugando con la luna, se descubrió
🌕

Esta es la historia de una niña, que descubre su pasión por las artes escénicas, jugando en su jardín, con la sombra de la luz de la luna, soñaba con bailar en escenarios. Todas las noches hacia lo mismo, descubriendo diferentes imágenes, que con su cuerpo reflejaba en la sombra de la luz de la luna, era su mayor entretenimiento, además que la sombra de la luz de la luna, también jugaba con las hojas de los cambúrales, que daban unas sombras muy extrañas provocándole una sensación de miedo; esa misma emoción de miedo le permitió descubrir, que podía crear personajes para jugar asustando a sus amiguitos que le acompañaban en el jardín, haciendo las veces de público, eran innumerables las figuras creadas que se reflejaban como una película en las paredes con la sombra de la luz de la luna. 

Aquel particular juego de luces con la sombra de la luz de la luna, fue el escenario perfecto para representar personajes iluminados para ella con las sombras de las hojas y la sombra de la luz de la luna. Así fue como jugando descubrió sus talentos para la danza y el teatro que le acompañarán de por vida. En ese mismo jardín su madre y bajo la sombra de la luz de la luna un día le narro, la historia de cómo se conocieron sus padres, algo que le pareció mágico, creció creyendo en lo mágico del amor y para ella así lo ha sido. Porque siempre encontró sus amores desde lo mágico. Tan mágico como fue escribir el nombre completo de un amor que dejo huellas, sin antes conocerlo, algo verdaderamente extraño o sencillamente mágico, como también el hecho mágico de las coincidencias o paralelismo y recuerdos de vidas pasadas, haciéndose muchas preguntas sin ninguna repuesta, que le permitiera entender tantas coincidencias. Igualmente, el sorprendente sueño de escenas que se hicieran realidad convirtiendo todo en un hecho mágico. 

Esta historia está llena fantasías que son realidad, porque la vida es así, mágica y sorprendente.
Este precioso libro es un compendio de bellas historias sobre Venezuela y sobre lo que significa la venezolanidad... ¿Qué es para usted, Venezuela?: Lo que vivió en su infancia...
"Lo que me dio la luna" es una extraordinaria aventura que nos lleva a reencontrarnos con esa Venezuela que tanto añoramos y recordamos...

El Jardín

Entre mangos y un elegante cocotero que identificaba mi casa, entre camburales en un jardín productivo sembrado por mi padre, donde también mi madre sembraba flores pasé toda mi infancia. Siempre escuché la historia de que mi casa, la misma donde nací, había sido comprada con parte del dinero ganado por mi padre con un "quintico" de la Lotería de Caracas. La casa costó cinco mil ochocientos Bolívares. Mamá contaba, que cuando llegó a Valencia desde Caracas con mis dos hermanos mayores en el mes de octubre del año 1950, en la casa había más de cien matas de rosas y muchos lirios, los que ate­ soró y cuidó, con el afecto que sólo ella sabía darles a las plantas, aún recuerdo el jazmín, su olor tan intenso bañaba toda la casa, se podía llegar a ella orien­tándose por su perfume.

Un día mi papá, sembrando dos matas de mango, dio sendas instruccio­nes para su cuidado, dijo: "hay que sembrar árboles que den frutos y cuidarlos para que los pájaros tengan que comer". Al pasar el tiempo, los pájaros, mis hermanos y yo, comimos de sus frutos; también recibimos algún regaño si se nos ocurría tratar de tumbar el fruto lastimando la preñada planta. Mi padre siempre tuvo un vínculo muy especial con los árboles, sobre todo los frutales, era una manera de asegurarles la comida a los pájaros en la ciudad.

Nunca perdió la conexión con las plantas, a sus 96 años, aún conser­vaba esa misma inquietud de sembrar cualquier semilla, lo vi una vez sem­brando una semilla de cedazo, una especie de enredadera que crece silvestre en los patios de las casas de Venezuela, produce un fruto que no se come y hasta huele mal, pero al secarse sirve como esponja para restregarse el cuerpo; desde que los vio en las tiendas listos y arregladitos para bañarse, le pareció una buena idea cosecharlos. Todo envase le servía para germinar una semilla, cuidarla hasta verla nacer y finalmente trasplantarla para siempre en cualquier patio de vecino. Ese fue su mayor legado, dejar árboles en distintos lugares y muchas personas y pájaros aún comen sus frutos.

Un día lo vi desesperado corriendo por el patio de la casa, dando gri­tos, perdiendo la serenidad que lo caracterizaba; por error, en vez de agua, le había echado a una planta el kerosene que estaba en un envase, corrió bus­cando agua para remediar el daño que le había hecho a su arbolito, la regó todo lo que pudo y con una pala sacaba la tierra de alrededor de la raíz, bus­cando salvarlo; creo que la planta intuyó su buena intención y la equivocación porque el árbol creció sin problemas y nos dio y sigue dando los mejores nís­peros del vecindario.

Mi padre había guardado con mucho celo una semilla del árbol frondoso de níspero de un vecino y al vender la casa, fue talado sin que los vecinos pudieran hacer nada para salvarlo, todos se quedaron con la tristeza de ver que aquel árbol frondoso que tantos frutos nos diera tuviera ese triste final.

Aquel árbol de níspero era muy viejo, tan viejo como los primeros due­ños que habían nacido, crecido y envejecido por varias generaciones desde los años de mil ochocientos, sólo quedaba la generación de los sobrinos lejanos y herederos de las ahijadas o protegidas por aquellos viejos, que cuando yo los conocí ya tendrían sesenta o setenta años, pero lucían como de cien, sin em­bargo, el níspero se veía joven, con vigor y dando frutos, aun así los nuevos dueños de la casa lo sacrificaron sin dolor. Los vecinos y mi familia vimos todo aquello como un gran acontecimiento, primero tumbaron la casa, des­ pués los obreros se comieron los frutos y luego el sonido de la caída de uno de los árboles más frondosos que he visto, así fueron cayendo los otros, hasta quedar todo desolado, los recuerdos de antaño quedaron hechos polvo.

Después levantarían, como en efecto se construyó, un gran local co­mercial con lo cual también empezaría a cambiar la fachada del vecindario, abrir camino a la zona de tiendas en la que se convertiría aquella tranquila ca­lle, la misma de cuando llegaron mis padres y que para la época era la última calle con nomenclatura de la ciudad de Valencia.

A pesar de lo intrincado entre locales comerciales, el ruido de carros y el monóxido; en la que fue mi casa donde nací, el níspero de mi padre sigue allí dando frutos como una suerte de vida.

¡Mi Casa! Mi casa tenía un jardín, un jardín muy grande, tan grande que en las noches de luna llena jugábamos a ver quién era más valiente y se atrevía a caminar de punta a punta, entre las diferentes plantas y arbustos sin que nos diera miedo; nunca lo logramos. A propósito mis hermanos mayo­res contaban cuentos de muertos y aparecidos. ¡Es que la luna también ac­ tuaba jugando con su luz!, dando sombras de figuras extrañas y de terror entre las hojas de los camburales que acompañaban las solicitadas historias que nos llenaban de verdadero terror. Mi madre acudía a tranquilizarnos, diciendo: "Sólo son plantas mis hijos y la luz de la luna hace esas sombras; no tengan miedo, ya verán mañana a la luz del día que allí no hay nada."

Mi Mamá

¡Mi madre! Mi madre tenía un timbre de voz entre seda y ronco, aún puedo escucharla, siempre tan dulce, tan comedida, su espíritu de libertad se quedó en mí, una herencia que le agradezco a ella y al universo y tantas otras características de mi madre que hago esfuerzos por imitar; su dulzura, su ma­nera de relacionarse, su sutileza natural, su discreción, eran notorias. Sus ojos podían hablar, hasta su perro "Peluquín" con tan solo mirarlo la comprendía, una mirada profunda que podía ser escrutadora, pero sin juzgar, era como el reflejo de lo que quería prohibir, pero que dejaría a tu elección.

Un día, el padrino de mi hermana Cecilia el señor Mejía, al que termi­namos todos llamándole "compadre", llegó a casa como siempre, con dulces y con su guitarra para cantar sentado a la sombra de los mangos; entonaba can­ciones de su tierra, Lara, un pueblo musical por excelencia. Un día de tan­tos, trajo en sus manos un regalo especial para mi madre, un librito de Metafí­sica escrito por "Conny Méndez", cantautora venezolana que después de com­poner canciones dedicadas a su país, empezó a regalar libritos de Metafísica donde enseñaba entre otras cosas, a ver a Dios en la tierra y no en las alturas, sin barba, una energía que está dentro de cada quien, un Dios que no castiga, donde cada persona es responsable de sus propios actos; hablaba de una vieja ley, que para muchos era nueva, la ley de causa y efecto.
Ese librito le dio a mi madre más sabiduría de la que ella ya tenía en su vida y al parecer de vidas pasadas. Pienso que fue el mejor regalo que recibi­mos todos, ese obsequio trajo a mi casa otro concepto, "La Fuerza del Opti­mismo", para enfrentar diferentes problemas que se presentan y que son parte de la vida misma.

Con el transcurrir de los años, mi madre conoció a la escritora "Conny Méndez" y compartirían numerosos encuentros en la experiencia filosófica y en pasatiempos como la organización de la "Feria de las Flores" en Burbusay, un pueblito muy cerca de Boconó, estado Trujillo, Venezuela. Conny fue una mujer con una filosofía sencilla y muy práctica, que a través de sus libros dejó respuestas a interrogantes sobre las leyes de la vida y el universo. Mi madre hasta la hora de su muerte practicó esa metafísica, fue un legado para sus hi­jos, así entendimos que la muerte es simplemente una transformación, un es­tado evolutivo del ser. 

¡Mi madre! Mi madre fue pocas veces a la escuela, sin embargo aprendió a leer y escribir, había que caminar mucho para llegar a la más cercana, su casa quedaba en la "Hacienda Pino", hoy, "Los Corales"; la es­cuela quedaba en el pueblo de Caraballeda, no sólo por la lejanía dejó de ir, sino que estaba obligada a trabajar en las labores de la hacienda. Siempre se sintió mal por no haber podido estudiar, por eso creo que buscaba en los pro­gramas de radio y en los periódicos el aprendizaje que no logró tener en la escuela.

Afortunadamente lo que aprendió en el poco tiempo que logró asistir a la escuela, a pesar de las dificultades, la distancia y las bromas que le hacían los muchachos que encontraba en el camino, dejó una impronta en ella. Muchas veces nos contó a mis hermanos y a mí que ella se escondía debajo del catre donde dormía y allí debajo juntaba vocales y consonantes para compo­ner palabras y escribirlas en un cuaderno, antes de que la encontraran y la mandaran a lavar en el río ollas negritas de hollín. Por el contrario, ella nos estimulaba a todos a estudiar, e incluso con mucho esfuerzo mandó a mis her­ manas menores a prepararse en el extranjero.

Muchas veces y cada vez que íbamos de vacaciones a casa de la abuela en "Las Quince Letras", andando de paseo por "Caraballeda", en el estado Var­gas, ella recordaba el sitio donde llegó años atrás con toda su familia; por una oferta de trabajo que le hicieron a su padre, mi abuelo, como capataz me­cánico de la "Hacienda Pino". Llegaron luego de un largo viaje desde El Con­sejo, estado Aragua, con sus siete hermanos, cinco varones y tres hembras; Lucia mi madre, Rosa, Cecilia, José, Napoleón, Alí, Armando, Miguel, des­pués nacerían Luis y José Francisco "Chalo".

El único recuerdo agradable, divertido, de lo difícil que fue para mi ma­dre ir a la escuela, era un episodio que relató muchas veces: Encontrándose con una amiga de la infancia "Margarita Escobar", una mujer de raza negra, alta, robusta y más buena que un pan, entre risas recordaban y contaban: "Ella es la amiga que me acompañaba a la escuela y nos defendía de todos los mu­chachos negros de Caraballeda, que cuando íbamos en camino, nos lanzaban piedras a mis hermanas y a mí." Mi madre y mis tíos eran muy blancos y los negros los veían diferentes y en su afán de defenderse del "blanco explota­dor", les tiraban piedras a mi madre y a mis tías, solamente por andar por lo que consideraban sus tierras.

Uno de mis tíos, Luis, aún dice que aquellos negros nunca habían visto a un blanco y eso les asustaba. Margarita, que desde hacía mucho tiempo se sentía libre y dueña de esos campos, donde sobraban árboles con muchos frutos, se reía recordando las travesuras que ella y mi madre les ha­ cían a los negritos para que no volvieran a molestar; un día armaron una tác­tica y empezaron a lanzarles palos a los nidos de los pegones para que los in­sectos buscaran la cabeza de esos muchachos y se les metieran entre el cabe­llo, mientras ellos peleaban con los pegones en sus intrincado pelo, ellas ter­minaban de pasar por el camino que las llevaba a la escuela. Mis tías y mi ma­dre podían durar mucho rato riéndose y recordando el episodio, yo creo que fue lo peor que hizo mi madre en su vida.

Habiendo muerto mi madre y estando yo de visita en La Guaira, recor­dando las historias, le pedí a uno de mis primos mayores, Rafael Enrique y a mi querido tío Luis, que me llevaran a casa de la negra Margarita Escobar, me habían dicho que ella aún vivía y que hasta hacía poco todavía bailaba "La Burriquita", baile folklórico en los Carnavales de Macuto y las fiestas de Carapiedras a mis hermanas y a mí." 
Mi madre y mis tíos eran muy blancos y los negros los veían diferentes y en su afán de defenderse del "blanco explota­dor", les tiraban piedras a mi madre y a mis tías, solamente por andar por lo que consideraban sus tierras.

Uno de mis tíos, Luis, aún dice que aquellos negros nunca habían visto a un blanco y eso les asustaba. Margarita, que desde hacía mucho tiempo se sentía libre y dueña de esos campos, donde sobraban árboles con muchos frutos, se reía recordando las travesuras que ella y mi madre les ha­cían a los negritos para que no volvieran a molestar; un día armaron una tác­tica y empezaron a lanzarles palos a los nidos de los pegones para que los in­ sectos buscaran la cabeza de esos muchachos y se les metieran entre el cabe­llo, mientras ellos peleaban con los pegones en sus intrincado pelo, ellas ter­ minaban de pasar por el camino que las llevaba a la escuela. Mis tías y mi ma­ dre podían durar mucho rato riéndose y recordando el episodio, yo creo que fue lo peor que hizo mi madre en su vida.

Habiendo muerto mi madre y estando yo de visita en La Guaira, recor­dando las historias, le pedí a uno de mis primos mayores, Rafael Enrique y a mi querido tío Luis, que me llevaran a casa de la negra Margarita Escobar, me habían dicho que ella aún vivía y que hasta hacía poco todavía bailaba "La Burriquita", baile folklórico en los Carnavales de Macuto y las fiestas de Caraballeda, hasta había sido nombrada Patrimonio Cultural Viviente del Estado Vargas. Llegamos a una casita donde había mucha gente afuera, los hombres oían música para celebrar el domingo, bebiendo cerveza, no me importó quié­ nes eran, yo sólo quería entrar a ver a la amiga de infancia de mi mamá, tan­tos años escuché hablar de Margarita Escobar y ahora estaba en supuerta, en­tré, la casa estaba maltrecha, con las paredes sin pintar por muchos años, sin comodidades aparentes, un poco sombría, calurosa, pero acogedora, llena de afecto que estoy segura era obra de la negra Margarita. Estando adentro, vi todo con mucha curiosidad, me parecía mentira que estuviera en casa de la amiga de infancia de mi madre, la misma de quien tantas veces ella me habló.

Miré hacia un lado y de una de las habitaciones salió, su cuerpo ya no era tan alto, se veía debilitado por los años, con una voz que alguna vez fue fuerte y sonora; ya no se veía robusta, pero su dulzura estaba intacta, me hizo llorar , lloramos todos los que me acompañaron al ver aquella negra de cabellos blancos que le daban más color a su rosto y una inquieta mirada co­ lor gris, me preguntó: 
"¿Quién eres tú?", le respondí abrazándola, soy la hija de María Jesús Smith, de inmediato echó su cuerpo hacia atrás para ver en mi cara a su amiga, su voz recuperó su tono intenso y con un dejo de tristeza pero con fuerza pronunció emocionada el nombre de mi madre por lo menos tres veces, al decirlo le llegaban los recuerdos que todavía mantenía de su infancia, me emocioné al ver en ella el cariño por mi madre, me quedé pen­ sando todo lo que se puede recordar de la niñez cuando estamos viejos, enton­ces habló de mi madre y reprochó a los que nunca le avisaron de su muerte.

Me emociona recordar ese momento, reflexionando sobre el espíritu li­bertario que tenía mi madre, que no hay que nacer en cautiverio para buscar la libertad. Margarita Escobar, igual como la recordaba mi madre, estaba allí, diciendo cuánta falta le hacía la compañía de su amiga, ellas habían dejado de encontrarse en los caminos de Caraballeda hacia la "Hacienda Pino", para verse luego en algún o cualquier año de vacaciones con sus hijos y con vidas tan distintas a las que habían tenido de niñas. Era otra Venezuela la que ellas recordaban, otra que sólo yo podía dibujar en mi mente por sus cuentos y anécdotas, ellas eran narradoras innatas, con una sensibilidad especial. Así fue como contando cuentos me dijo que aún bailaba "La Burriquita" en los carnavales de Caraballeda. Me llevó a su habitación donde estaba guardada su burriquita, todo me parecía tan ingenuo, tan lleno de sentimientos de gente buena. Debieron haberla pasado muy bien de niñas y tenían muchos recuer­dos la una de la otra. La amistad cuando es verdadera dura por siempre.

La Venezuela de antes...

Vecindario

domingo, 27 de noviembre de 2022

VILLANCICO "AGUA FRESCA" por LUIS DE CÓRDOBA 🎄


AGUA FRESCA
Luis de Cordoba

El último día, el más solemne de la fiesta
(de los Tabernáculos),
Jesús en pie gritó: 
«El que tenga sed, que venga a mí; 
y beba el que cree en Mí; 
como dice la Escritura: 
“de sus entrañas manarán ríos de agua viva”».
Dijo esto refiriéndose al Espíritu, 
que habían de recibir los que creyeran en Él. 
Todavía no se había dado el Espíritu, 
porque Jesús no había sido glorificado.
Jn 7, 37-39

ESTRIBILLO

Si quieres agua fresca, niña; 
ven a mi pozo, niña; ven a mi pozo, 
ven vamos juntos a beberla, niña, 
verás qué gozo, niña, verás que gozo. 

Sé que vas de camino y el camino es largo (bis) 
(siéntate aquí conmigo, niña descansa un rato) (bis) 

ESTRIBILLO

Limpia como el agua tienes la mirá 
yo te llevaría mañana al altar 
mañana al altar (bis) 
limpia como el agua tienes la mirá 

ESTRIBILLO

 y a mi me gustaría compartí contigo (bis) 
(además de este agua, 
también, niña, el camino) (bis)

Luis de Cordoba and Vicente Amigo- Aqua fresca

miércoles, 3 de agosto de 2022

LIBRO Y PELÍCULA "EL DESPERTAR" (THE YEARLING) por MARJORIE KINNAN RAWLINGS ⛺

 
"The Yearling" es una novela de Marjorie Kinnan Rawlings publicada en marzo de 1938. Fue la selección principal del Book of the Month Club en abril de 1938. Fue la novela más vendida en Estados Unidos en 1938 y la séptima mejor en 1939. Vendió más de 250.000 ejemplares en 1938. Ha sido traducido al español, chino, francés, japonés, alemán, italiano, ruso y otros 22 idiomas. Ganó el Premio Pulitzer de Novela en 1939.
El editor de Rawlings fue Maxwell Perkins, quien también trabajó con F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y otras luminarias literarias. Ella había presentado varios proyectos a Perkins para su revisión y él los rechazó todos. Él le aconsejó que escribiera sobre lo que sabía de su propia vida, y The Yearling fue el resultado.

Hay películas de pioneros de belleza infinita y valores eternos. “El despertar (El Cervatillo o El Añojo)” es una de ellas. Una auténtica oda a la naturaleza, la inocencia, los valores familiares y la fuerza de la fe. Como sucede con muchas otras grandes películas, “El despertar” está basada en la aclamada novela “The yearling” escrita por Marjorie Kinnan Rawlings, que ganó el premio Pulitzer en 1939. Novela que les recomiendo leer porque es una delicia.
“El despertar” ensalza los buenos sentimientos y la sensibilidad hacia la naturaleza, y se convierte en un canto a la vida y el aprendizaje. Gregory Peck, Jane Wyman y Claude Jarman Jr. llevan el peso de este film que entusiasmó al público y la crítica, y que aún hoy es digno de verse.

Cuando vemos una película como "El Despertar" se nos escapa y no valoramos, con la profundidad que requiere, las situaciones que puede afrontar una familia con su entorno, y como, y a través del amor y la compresión, el coraje y el esfuerzo, el respeto y la cercanía, pero sobre todo, con fe, la vida tiene otro sentido. La vida, con sus alegrías y obstáculos es una aventura que debe unir a las personas. Que ejemplo en esta película de los valores que nunca deben desaparecer en nuestros núcleos familiares. Fe, amor y esperanza.

Realizada con una sensibilidad tan desbordante, detalles como el descubrimiento de una mascota, el cariño y el amor del hijo hacia el padre, la preocupación de la madre por las cosas de cada día, el trabajo diario y duro pero al final del día con los corazones agradecidos por la vida y por el amor que los sostienen, la amistad con aquellos que conviven en el entorno, el apoyo entre las personas, los detalles, pequeños y sencillos, pero que significan el gran amor que tiene el marido por su esposa, la preocupación de cada uno por el otro en el seno familiar, el descubrimiento y asombro de lo nuevo que ofrece la vida.

Se podría describir tantos momentos que nos ofrece la película a pensar. Es una invitación a ofrecer aquellos que tenemos a nuestro lado y, por la vida tan apresurada que llevamos, no regalamos momentos de vida para el entorno familiar. Las escenas de la noche, después de un día de trabajo duro para todos, sentados a la mesa cenando, charlando, y luego, recogiendo y compartiendo es de una invitación ejemplar a la vida que se debe disfrutar. Tiempo para amar y tiempo para crecer.

Recomiendo realmente la película. Te hace despertar los sentimientos y las esperanzas de que la vida es más que un corre corre cada día. Amar, luchar, compartir, crecer y vivir. Eso es "El Despertar".

El argumento nos traslada a la época después de la Guerra de Secesión, a la vida de una familia de humildes granjeros, los Baxter, que tienen un hijo de once años. Mientras que él es un hombre bueno y trabajador que trata cariñosamente a su hijo, ella es una mujer fría y distante que impone a su familia una estricta disciplina y no permite que nada altere las normas. Un día de caza, el padre mata a una gacela que acababa de parir y su hijo adopta al cervatillo que queda huérfano, y que se convertirá en su compañero de juegos. El niño lo cuida con cariño, escapando así de la dura realidad que le rodea. Pero el animal no está hecho para la vida doméstica y entra a menudo en el huerto, por lo que sus padres deberán tomar medidas.

Es una película hermosa, con una excelente fotografía que ganó un Oscar, interpretaciones que conmueven y un guión con pasajes admirables que concede valor a la unión familiar, el amor a la naturaleza y la superación personal. El amor, la compresión, el coraje, el esfuerzo, el respeto y la fe están latentes en “El despertar” e impregnan esta bonita historia que nos recuerda la importancia de la esperanza.

Una película hecha con enorme sensibilidad, que desprende ternura y armonía e invita a despertar el amor por las personas cercanas, los animales y por la vida que nos sorprende cada día. Una gran película que les recomiendo y que se puede disfrutar en familia. 

Dedicamos esta película a aquellos pioneros que  llegaron hace muchos años a nuestra tierra para convertirla en su hogar -¡y también, en nuestra herencia! 
Por nosotros se enfrentaron a lo desconocido. Por nosotros sufirieron hambre y trabajos. Su esfuerzo hizo posible nuestra prosperidad: su lucha, nuestra libertad: sus sueños, nuestra certeza: nuestros días nacen de su amanecer. De su siembra hemos nacido: y, mientras recogemos la gran cosecha de sus vidas y de sus trabajos, bendecimos su memoria. 
We dedicate this picture to those who came to our land long ago and made it their home -and our inheritance!
For us they faced the unknown. For us the hungered and toiled. Their endurance is our prosperity: their struggle is our freedom: their dream is our certainty: their dawn is our day.
From their dust we spring: and, reaping the great harvest of their lives and works, we remember them with blessings.

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viernes, 7 de enero de 2022

CHIVOS EXPIATORIOS 🐐🐐🐐


CHIVOS EXPIATORIOS

En el capítulo 16 del Levítico se nos cuenta el caso del chivo o macho cabrío que los israelitas expulsaban de la ciudad y enviaban al desierto, en el Día de la Expiación, con todas las faltas e impurezas del pueblo cargadas simbólicamente sobre sus lomos; y de este modo el pueblo quedaba purificado.

Seguramente quien más a fondo haya estudiado esta figura del chivo expiatorio haya sido el filósofo francés René Girard, que dedicó gran parte de su obra a analizar los mecanismos de la violencia ritual tanto en las sociedades primitivas como en las contemporáneas. En su ensayo El chivo expiatorio, por ejemplo, Girard analiza los «estereotipos de la persecución» que afloran en las sociedades humanas cuando entran en un estado de crisis que tarde o temprano acaba resolviéndose mediante la proyección de la culpa sobre uno o varios inocentes. Las circunstancias que detonan estas persecuciones pueden ser internas (disturbios políticos o conflictos religiosos, por ejemplo) o bien externas (epidemias, sequías o inundaciones); y muy frecuentemente las circunstancias internas y externas forman amalgama –como ha ocurrido con motivo de la plaga coronavírica–, incendiando de pánico a los pueblos. 

En este clima de pánico se produce invariablemente una disolución de los vínculos sociales, de los afectos y solidaridades que se entablan en una comunidad sana, hasta que los pueblos degeneran en masa amorfa, en multitud o turba de perseguidores que necesitan achacar a alguien su infortunio, hasta convencerse –citamos de nuevo a Girard– «de que un pequeño número de individuos, o incluso uno solo, puede llegar, pese a su debilidad, a ser extraordinariamente nocivo para el conjunto de la sociedad». El pánico degenera siempre en eclipse de la conciencia, en irracionalidad rampante y orgullosa que sólo se aplaca cuando encuentra una diana que satisfaga su apetito de violencia. Y esa diana es el chivo expiatorio, a quien por supuesto los demagogos se apresuran a señalar, para hacer creer a la masa que velan por ella. Es exactamente lo que hace el cabrón de Caifás, ante el miedo y la confusión que padecen los fariseos y los miembros del Sanedrín: «Nos conviene que uno muera por el pueblo», afirma. Y es que nada conviene tanto a los demagogos como los chivos expiatorios.
Los ‘no vacunados’ se han convertido hoy en los ‘enemigos’ de una sociedad pastoreada por demagogos que comercian con sus miedos
El pánico desatado por la plaga coronavírica, convenientemente azuzado por los demagogos, ha favorecido la construcción de un ‘responsable’ del infortunio colectivo. Primeramente un ‘responsable’ externo, el malhadado virus que nos golpea incansablemente, haciendo caso omiso de la protección de las llamadas ingenuamente ‘vacunas’, que poco a poco se revelan por completo ineficaces. Pero, una vez inoculados, no podemos aceptar que aquella ‘vacuna’ que se nos presentó como un antídoto infalible se revele un mejunje inane; y entonces nuestra conciencia moral se ofusca y nos convencemos de que necesitamos construir también un ‘enemigo’ interno, un chivo expiatorio sobre cuyos lomos podamos cargar nuestra frustración rabiosa. Ese chivo expiatorio es el ‘no vacunado’, que ninguna culpa tiene de que las llamadas ‘vacunas’ hayan resultado un fiasco; pero supersticiosamente hemos llegado a creerlo así, sobre todo después de que los demagogos lo señalen y estigmaticen. Se trata de un eclipse completo de la razón, de una emergencia de atavismos infames que los demagogos están utilizando a conciencia –como Caifás empleó el miedo del Sanedrín–, para que su incompetencia y perversidad queden impunes. Y aquellos ‘valores’ democráticos antaño adorados (en realidad, engañifas para consumo de ingenuos) han quedado de repente conculcados para el chivo expiatorio, que aparece como un delincuente a los ojos de las masas cretinizadas, mientras los medios de propaganda del régimen aplauden psicopáticamente esta persecución, que consideran una labor cívica. 

Como en otro tiempo los cristianos fueron calumniados de incendiarios de Roma –no sólo por la plebe, sino incluso por un historiador tan cultivado como Tácito– los ‘no vacunados’ se han convertido hoy en los ‘enemigos’ de una sociedad pastoreada por demagogos que comercian con sus miedos e inventan los bulos más burdos, con tal de poder desviar hacia los ‘no vacunados’ su frustración rabiosa, que así no se dirige contra los auténticos causantes de su mal (que entretanto se pueden seguir forrando tranquilamente). Y, mientras expulsan de la vida social a los ‘no vacunados’, mientras los denigran y señalan, mientras los estigmatizan y convierten en apestados, se enorgullecen de su civismo, como los paganos de antaño se enorgullecían de crucificar cristianos, en la seguridad de que su sangre aplacaría la cólera de los dioses. Pobres ilusos.


EL QUE LLEVA PARAGUAS SE QUEJA DEL QUE LO LLEVA

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jueves, 7 de octubre de 2021

OMAYRA SÁNCHEZ GARZÓN, DE ARMERO, TOLIMA, COLOMBIA: VUELA, VUELA, ÁNGEL DE DIOS


Omayra Sánchez Garzón
de Armero, Tolima, Colombia
28 de agosto de 1972
† 16 de noviembre de 1985
(13 años)

Únicamente supe que existías
cuando ya tu existencia se apagaba,
pero he llorado más tu muerte tibia
que la misma tragedia enlodazada
que sepultó de cuajo tus anhelos,
tu pueblo, tus amigos y tu escuela…
¡Mas no así mi recuerdo de tu pena!

Omayra, niña linda, ven a mí.
Pequeña golondrina aprisionada
que cantas con la fuerza de diez mil.
Dime cómo se vuela hacia un mañana,
cuando estás sumergida bajo el lodo.
Dime cómo ese lodo pestilente,
que por fin pudo sofocar tu voz,

enmarcó tu sonrisa para siempre.
Cuando la tierra más te atenazaba,
el dolor, por tus ojos se asomaba,
pero tú preguntabas por la escuela…
Y cuando todo fue desilusión,
un grito de tu boca no escapó,
aunque ya eras parte misma de la tierra!

Las agónicas sombras de la tarde
recogieron el último suspiro
de tu anegada vida inexpugnable,
como queriendo perecer contigo,
para ahogar su dolor por la hecatombe.
Y entre tanta ceniza que manaba,
tu adiós le arrebataron a la noche…
¡ Adiós que fue sonrisa hasta el final !

Omayra, niña mía, duerme ya.
Inmensa golondrina desatada
que vuelas con la fuerza de cien mil.
Abona con tu cuerpo el lodo infame
que devoró tu sueño sin espinas,
para que Armero todo viva en ti,
y esparce con tus alas la semilla
de aquel mañana que en tus ojos abre,
más azul hoy, cuando ya están cerrados.
Omayra, vuela siempre, flor de barro…



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Snow Owl ft. SuCh 
She Became A Thousand Birds
(Ella se convirtió en miles de pájaros)

Estuvo 60 horas atrapada en el lodo, sobre los cadáveres de su familia, en la tragedia de Armero, Colombia. Su muerte fue transmitida en vivo ante los ojos impotentes del planeta. Por qué su historia, ocurrida hace 35 años, sigue conmoviendo aún hoy.