EL Rincón de Yanka

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jueves, 28 de abril de 2022

LIBRO "CRISTOCENTRISMO": LA IMPERECEDERA DOCTRINA ESCOLÁSTICA por JOSÉ ANTONIO BIELSA ARBIOL 🕂


JOSÉ ANTONIO BIELSA ARBIOL

«
Cristocentrismo, surge como contrapunto y complemento a otro libro publicado por "Letras Inquietas", "Cristofobia", al tiempo que prolonga la estela de una previa entrega comprometida en la defensa y promoción de la Verdad Católica (El nimbo y la pluma: 
Grandes custodios de la doctrina católica), en la que se celebraban los logros de la patrística. 
«Esta insuperable doctrina escolástica, que personalmente califico de imprescindible estudiar y practicar en los días confusos que nos ha tocado vivir, nos la muestra el autor en el presente ensayo, con la desenvoltura propia de los estudiosos identificados con lo aprendido».
Esa depreciación escolástica sufrida es patente en las últimas décadas actuales, en las que incluso se ha dejado de estudiar y de enseñar en seminarios y noviciados, y que, tras la lectura de este libro, me hace recordar las palabras de San Agustín, escritas en la pared de entrada a la capilla del colegio Ntra. Sra. del Buen Consejo, donde me eduqué, y que decían: 
“Debemos vaciarnos de aquello con lo que estamos llenos, para que podamos ser llenados de lo que estamos vacíos”. 
No podía referirse el obispo de Hipona, evidentemente, a la corriente teológico-filosófica del pensamiento medieval, que surgió varios siglos después de su muerte, pero sí que nos propone a la luz de esta frase a que preguntemos: 
¿De qué debemos vaciarnos? ¿De qué estamos llenos? ¿De qué debemos llenarnos porque estamos vacíos? 
Llenar y vaciar, dos palabras clave en el peregrinaje de la vida cristiana, en nuestro camino de santidad, objetivo esencial de nuestras vidas, que deben centrarse en Cristo como fuente de enseñanza y gracia, esto es, el Cristocentrismo, expuesto por el autor, del que debemos llenarnos y actualizar en nuestras vidas, vaciándonos previamente del peligroso espíritu del egocentrismo reinante, que hoy llena muchos corazones, e incluso encubiertamente ha hecho su aparición en la Iglesia, en nuestra vida de oración personalista, en las canciones dominicales exentas de adoración a Dios, en las homilías distorsionando la hermenéutica bíblica e incluso en las palabras proféticas centradas únicamente en el yo». (José Luis Díez Jiménez, del prólogo del libro).


“La Escolástica 
no ha encontrado rival que la supere”

¿Por qué la Escolástica es imperecedera e insuperable?
Porque sintetiza como ningún otro método de estudio (destinado al bien-pensar) los mejores frutos de siglos de aprendizaje e investigación, y todo ello encaminado a la Idea del Bien como eje rector del orden material, espiritual e intelectual del hombre en su relación de sometimiento a la voluntad de Dios; es lo que nuestro Juan Luis Vives resumió en una gran máxima de aplicación práctica que procuro aplicar en mi día a día: “En estas tres cosas debe meditar el hombre, siempre, durante su vida: En saber bien, en decir bien y en hacer bien”; como gran humanista cristiano que era, Vives siempre llevo a término sus mejores estudios guiado por la infalible metodología escolástica, tan jugosa y vigorizante. Y como él, tantos otros ingenios, como Santo Tomás Moro o Malebranche. Digamos que la Escolástica es imperecedera e insuperable por el mero hecho de que no ha encontrado rival que la reemplace en eficiencia y grandeza de ánimo. Si Aristóteles hubiera vivido en el siglo XIII, sin duda alguna que habría sido un gran escolástico, como San Buenaventura o Santo Tomás de Aquino, tan aristotélico como era éste último.

¿Cómo definirías, en pocas palabras, la doctrina escolástica?
Si el discurso posmoderno nos dice que “2 + 2 = 5”, o lo que buenamente uno quiera, la doctrina escolástica ratifica que “2 + 2 = 4”, y nada más. Las consecuencias de este proceder son determinantes, y llevan aparejadas toda una serie de mutaciones insospechadas sobre la cosmovisión del hombre y su mundo. La deconstrucción antropológica que hoy quieren normalizar bajo el pretexto de las “libertades individuales” (aborto, eutanasia, identidad “de género”, etc.), subraya cuanto decimos.

¿Fue el periodo escolástico el más brillante de la Iglesia católica?
Indudable, y rotundamente, sí. Y no sólo el más brillante de la Iglesia, sino de la Historia de la Humanidad. Más que periodo, que también lo es, tendríamos que hablar de dos siglos áureos: el XII y, por sobre todo, el XIII. La relación de grandes intelectos deja en mantillas todo intento ingenuo de manipulación y/o tergiversación, como nos tienen acostumbrados los propagandistas que afean la Edad Media en su afán por ennegrecer tan maravilloso tiempo cristocéntrico: ahí están Thierry de Chartres, Gilberto Porretano, Guillermo de Conches, Pedro Lombardo, el eximio Aquinate, San Alberto Magno, Roger Bacon, Alejandro de Hales, Hildegarda de Bingen, Roberto Grosseteste, nuestro Raimundo Lulio, San Buenaventura, Escoto Erígena, etcétera.

¿Por qué comienza su declive? ¿Quiénes son los enemigos de la escolástica? ¿Cuándo comienzan sus ataques y de qué forma?
Arranca, indudablemente, en el siglo XIV, bien que manifestándose muy sutilmente de la mano de filósofos heterodoxos, como el célebre nominalista Guillermo de Ockham, como Roscelino, aunque las fisuras ya se advierten incluso en un Duns Escoto, como he demostrado en mi estudio sobre revisionismo filosófico occidental. Y si toda la potentísima conjuración anticristiana parte tras el mismísimo deicidio de Cristo, el milenio cristiano blindó con un auténtico “cinturón protector” (que diría el gran filósofo de la ciencia Lakatos) los ejes de coordenadas de su sistema doctrinal, para salvaguardarlo de agentes heréticos y anticristianos, como fueron el gnosticismo (siglo II), el neoplatonismo (de los siglos III a VI), el maniqueísmo de Manes o la filosofía judía de Maimónides, con su influjo de la Cábala oscilante entre enfoques platonizantes o aristotélicos. Es un hecho evidentísimo que los conspiradores del Sanedrín fueron los primeros en maquinar la paulatina y gradual corrupción del Catolicismo “desde fuera”, por eso tenían que operar en los tiempos de máxima pujanza (del milenio cristiano) con gran cautela, para así dosificar astutamente sus venenos disolventes. Si observamos atentamente el curso global de la Historia de la Filosofía Católica, veremos claramente cómo las Dos Ciudades de San Agustín aparecen enfrentadas: de una parte, la Iglesia de Nuestro Señor; de la otra, los adherentes a la Sinagoga de Satanás que denunció San Juan Evangelista. Puede que este planteamiento resulte muy simplón, pero en líneas generales y le pese a quien le pese, fue así.

¿Es la Revolución Francesa el punto álgido de los enemigos de la Escolástica en general y de la fe católica en particular?
Es sin duda uno de los momentos más críticos, si acaso el más determinante hasta entonces, pero no el único, ni mucho menos: desde sus orígenes, la Escolástica generó intermitentes polémicas (recordemos la crisis del averroísmo latino con Siger de Brabante, por ejemplo). El contexto natural del bien-pensar siempre ha sido desaprobado por el grueso de los enemigos jurados de Cristo y su Iglesia, como podemos confirmar hoy, cuando la persecución contra los cristianos y la cristofobia en general son tan acusadas, a la par que promocionadas por las élites satánicas que quieren demoler este maravilloso legado de siglos de rectitud y trascendencia. Quieren destruir al Hombre, que es un ser multidimensional, privándolo de sus relaciones con Dios. ¡Esa ambición es criminal!

¿Qué queda de la escolástica en la Iglesia de hoy? ¿Y en la sociedad?
En ciertos ambientes escogidos del mundo académico eclesial perdura, digamos, el “prestigio medieval” del que ciertas instituciones académicas hacen gala para atraer a estudiantes conservadores y tradicionalistas, hastiados muchos de ellos de tanto modernismo indigerible. Más dudoso es encontrar destellos escolásticos en la sociedad actual en cuanto tales, como no sea en aquellas “maneras” plegadas a los dictados del sentido común, muy arraigadas todavía entre nuestros mayores, de los que tanto nos queda por aprender (me refiero a nuestros abuelos, nonagenarios ya). Realmente, responder con propiedad a esta pregunta es muy difícil y me supera con creces.

¿Tiene la Iglesia posconciliar, hoy con Jorge Mario Bergoglio al frente, alguna reminiscencia de la escolástica o no queda nada?
Espinosa pregunta. Yo diría que, de subsistir algo, subsiste pese la nefanda crisis postconciliar, la cual arrasó con el grueso de la filosofía perenne en escasas décadas, para proceder a continuación a perpetrar un desmontaje gradual desde dentro (¡ahora sí!). Sobre el inefable Bergoglio, diría ante todo que es un individuo privado de cualquier residuo escolástico identificable: todo en él emana esa impronunciable sofistería que haría las delicias de los Gorgias y los Protágoras de turno, aunque al lado de éstos él esté privado totalmente del don de la persuasión y de la retórica, que diría Carlo Michelstaedter. Basta asomarse a sus ilegibles escritos, auténticos bodrios ecumenistas, tan plegados a los dictados posibilistas de la ONU y demás terminales del Nuevo Orden, para corroborarlo.

Por último, ¿es posible recuperar, en mayor o medida, la escolástica en esta sociedad líquida, posmoderna y global?
Es un desafío, sin duda difícil de realizar, pero no por ello imposible, sino más bien improbable. Tal y como está nuestra decrépita sociedad, se me antoja dificilísimo, por no decir inalcanzable. De puro mediocre en sus aspiraciones más instrumentales, nuestras sociedades tecnólatras y embrutecidas carecen de crédito y licencia para mirar a lo alto. Aspirar a la medianía preludia bajezas futuras. Claro que hoy vivimos revolcados en el barro más oprobioso, y nuestros enemigos lo celebran tranquilos… aunque Cristo tendrá la Última Palabra.

José Antonio Bielsa Arbiol presenta Cristoncentrismo: 
La imperecedera doctrina escolástica


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miércoles, 27 de abril de 2022

"HOMBRES PROGRAMADOS" y "MASAS CRETINIZADAS" y "CÓMO SE CREA UN REBAÑO DE ZOMBIS" y "ENCADENADOS A LAS TINIEBLAS" por JUAN MANUEL DE PRADA 😵


Hombres programados


Nunca como ahora se había logrado 
inculcar en las personas las inquietudes 
interesan a los manipuladores

Acongoja el espectáculo de nuestro tiempo. Masas cretinizadas a las que unos ingenieros sociales al servicio de intereses plutocráticos ordeñan y corrompen, haciéndolas creer grotescamente que están combatiendo el fascismo o salvando el planeta. Y a las que, mientras dejan sin carne en el plato y sin sustento en el alma, convierten en alimañas, revolviéndolas ayer contra los pocos resistentes que no quisieron destrozar su sistema inmunitario, atiborrándolas hoy con montajes burdos y chapuceros sobre lejanas guerras, para que reaccionen paulovianamente. ¿Qué nuevos embustes (“relatos”) pergeñarán mañana para mantenerlas engañadas? ¿Qué nuevo virus se sacarán de la chistera para diezmarlas o atemorizarlas? ¿Contra quién dirigirán esta vez su miedo, su rabia, su envidia, su odio?


En estas masas cretinizadas descubrimos rasgos del hombre-masa de Ortega (un hombre orgulloso de su vulgaridad que sólo se guía por sus apetitos, convenientemente halagados), también del hombre unidimensional de Marcuse, idiotizado por los ‘mass media’. Pero el grado de alienación que alcanzan estas masas cretinizadas es, en verdad, superlativo. Nunca como en nuestra época se había logrado inculcar en las personas los comportamientos e inquietudes que en cada momento interesan a los manipuladores, logrando que tales comportamientos e inquietudes cambien de la noche a la mañana (y enseguida surjan otros que los sustituyan), como si en lugar de personas fuesen monigotes de plastilina. Así han conseguido que gentes inoculadas con un tósigo o placebo, lejos de reclamar responsabilidades a quienes las inocularon, se resolviesen contra los que no accedieron a inocularse; y ahora han logrado borrar de su horizonte mental el fantasma del coronavirus, sustituyéndolo por la angustia bélica y el convencimiento de que los ‘hijos de Putin’ son causantes de sus males. Todo ello para que los auténticos causantes se vayan de rositas.
Para conseguir esta taumaturgia azufrosa que convierte a personas en monigotes de plastilina se requieren aquellas técnicas de «condicionamiento operante» de las que hablaba el psicólogo conductista Skinner, que permiten ‘programar’ a los hombres, consiguiendo que su conducta se adecúe a lo que el ‘educador’ determina en cada momento. Y para ‘programar’ a los hombres sólo se requieren ‘educadores’ que gestionen sus neurosis, administren sus miedos y pastoreen sus angustias; a la vez que les instilan manías persecutorias contra los ‘no vacunados’, los ‘prorrusos’, los ‘ultraderechistas’, los atlantes, los lotófagos, los cíclopes, los lestrigones o las amazonas. Y, entretanto, estos hombres programados pueden ser saqueados y corrompidos.
Pero no caigamos en la desesperanza. Contamos con un Dios que sabe cómo salir de la tumba; y que también sabrá salvar de algún misterioso modo a estos hombres programados, apartándoles la venda de los ojos. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.


Masas cretinizadas

Una amable lectora (una de las tres o cuatro que todavía me soportan) me pide que le explique el significado de ‘masas cretinizadas’, una expresión que suelo emplear en mis artículos. Con mucho gusto satisfago su curiosidad.

Una de las sentencias más queridas por los demagogos de cualquier época (también en esta fase democrática de la Historia, en donde sin embargo Dios ya no pinta nada) es aquella que reza «Vox populi, vox Dei». Pero lo cierto es que las multitudes amontonadas suelen proferir cosas muy poco divinas, como ya se probó en el pretorio de Jerusalén, en tiempos de Poncio Pilatos. Puestos a identificar la voz humana con la voz divina, en el Evangelio de San Mateo encontramos una frase mucho menos pretenciosa: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Sospecho que en una reunión de doscientos o trescientos la presencia divina se hace algo más problemática; y no digamos si la multitud alcanza las decenas o los cientos de miles.

La masa es el equivalente social del cáncer. El veneno que segrega despersonaliza a los individuos que la componen

Allá donde se junta una masa excitada no sólo brilla por su ausencia la divinidad, sino también la más modesta humanidad. El mero hecho de pertenecer a una masa humana roba al hombre la conciencia de sí mismo (lo cretiniza); e, inevitablemente, lo arrastra hacia un territorio infrahumano donde lo personal no cuenta, donde no existen responsabilidad personal ni discernimiento de juicio, sino tan sólo una confusa enajenación más duradera y euforizante que la provocada por las drogas (y con una resaca mucho más llevadera). Además, esta enajenación de las masas suele ser contemplada de forma benévola, incluso entusiástica, por quienes detentan el poder, que pueden incluso alentar su práctica, siempre que la puedan aprovechar en beneficio propio (así se explica que hoy la mayor parte de las concentraciones multitudinarias tengan apoyo gubernativo e institucional).

Constituidas en comunidades, las personas muestran una gran capacidad de juicio y de discernimiento. Pero, agrupadas como una chusma, esas mismas personas se conducen misteriosamente como si no poseyesen facultad racional ni gozasen de libre albedrío. Drogadas por la misteriosa ponzoña que toda multitud excitada segrega, caen en un estado tal de enardecimiento y exacerbación de las sugestiones que no sólo dan crédito a cualquier disparate que sea propagado, sino que también estarán dispuestas a acatar cualquier exhortación u orden, por irracional o perversa que sea. Por supuesto, esa misteriosa ponzoña siempre es estimulada por un demagogo que conoce los resortes de la psicología de masas: antaño la estimulaban desde una tribuna o estrado; hoy lo hacen, mucho más asépticamente, desde los altavoces que suministran los medios de adoctrinamiento de masas, o desde las llamadas ‘redes sociales’.

Por supuesto, el delirio de la masa, cuando es suscitado por un disidente y en nombre de unos principios considerados subversivos, será condenado por quienes detentan el poder. En cambio, ese mismo delirio promovido por las gentes que detentan el poder (y en nombre de lo que se afirma como ortodoxia) será bendecido; y sus expresiones, convertidas en actos de ejemplaridad democrática. Pues los que mandan se valen del delirio de la masa para dos cosas: primero, para arrastrar a sus miembros a un estado infrapersonal de excitación pauloviana que los convierta en lacayos; segundo, para que su agenda ideológica sea percibida con gran complacencia por las masas, pues les brinda una ocasión propicia para embriagarse en su enajenación. Así, los designios sistémicos manejan a su antojo el subconsciente de las masas cretinizadas, que para entonces no son ya capaces de ejercitar su razón ni son dueñas de su voluntad.

La masa es el equivalente social del cáncer. El veneno que segrega despersonaliza a los individuos que la componen hasta tal punto que los incita a conducirse con orgullosa irracionalidad, incluso con violencia salvaje si la ocasión lo merece. En esta fase terminal –coronavírica– de la democracia, las técnicas para explotar la ansiedad de los hombres degradados en masa han alcanzado un grado de perfección único en la historia, merced sobre todo a los adelantos tecnológicos. Ahora todo el mundo se halla a merced de los demagogos, capaces de concentrar multitudes condicionadas por lecturas superficiales u obnubiladas por retóricas demagógicas que desintegran la conciencia personal de sus destinatarios, agrupándolos en un rebaño y alucinándolos con abundantes apelaciones emotivistas que son, por una parte, incitaciones al odio y, por otra, a la obediencia ciega.

A esto es a lo que llamamos ‘masas cretinizadas’.


La izquierda CANICHE 
alimenta de RESENTIMIENTO 
a las masas CRETINIZADAS



En estos días resuena más vigoroso y profético que nunca el veredicto de Donoso Cortés: «El principio electivo es de suyo cosa tan corruptora que todas las sociedades civiles, así antiguas como modernas, en que ha prevalecido han muerto gangrenadas». Y, mientras la democracia muere gangrenada, emerge sobre sus ruinas un tirano gigantesco -también avizorado por Donoso- de naturaleza plutocrática. Lo ocurrido estos días en Estados Unidos, con el pelele Trump silenciado y empujado al basurero de la Historia por los niñatos de Silicon Valley, es la imagen más estruendosa de este proceso protervo.Pero esta oligarquía plutocrática que se dispone a gobernar sin trabas el mundo no hubiese sido posible -también nos lo enseña el clarividente Donoso- sin la quiebra de las resistencias morales del pueblo, sin la división de los ánimos y la muerte de los patriotismos favorecida por las ideologías.

Así se ha logrado convertir a los pueblos en masa cretinizada repartida en negociados de izquierdas y derechas, convertida en papilla penevulvar, que se deja arrebatar sus bienes materiales y espirituales. En este contexto debe analizarse la subida monstruosa del recibo de la luz permitida, en plena nevada, por la izquierda caniche gobernante (la misma izquierda caniche que, cuando estaba en la oposición, denunciaba farisaicamente subidas menos desmesuradas).

La izquierda caniche desempeña, dentro de la estrategia diseñada por la oligarquía plutocrática, un papel fundamental en la destrucción de los pueblos, a los que primero envenena de resentimiento, después enardece de falsas promesas y finalmente pastorea hasta los rediles de la esclavitud, a la vez que los despoja de sus bienes espirituales y materiales. Una izquierda caniche al servicio del Dinero que, después de hacer concesiones de bienes de dominio público a compañías privadas, permite que bienes de primera necesidad como la electricidad sean sometidas a las leyes de mercado. Así se cumple el feroz diagnóstico de Hillaire Belloc: en las antiguas formas de despotismo, el Estado se adueñaba de las grandes compañías; en las nuevas formas de despotismo, las grandes compañías se adueñan del Estado.

En esta estrategia, la izquierda caniche, a la vez que permite el expolio plutocrático de la riqueza nacional, alimenta de resentimiento a las masas cretinizadas. Así se explica, por ejemplo, que un pobre despojo de la izquierda caniche, después de que los suyos hayan permitido en plena nevada una subida monstruosa del recibo de la luz para enriquecimiento de las grandes compañías, pueda escribir impunemente en su letrina tuitera: «Ayuso tiene a casi 2.000 niños sin luz en la Cañada Real». Y, por supuesto, mientras esta izquierda caniche hace el trabajo sucio para la tiranía plutocrática, la derecha caduca y mamarracha seguirá, cual disco rayado, motejándola de «socialcomunista» y «bolivariana», para que los fanáticos adscritos a su negociado tampoco reparen en el tirano gigantesco que se está formando.



CÓMO SE CREA UN 
REBAÑO DE ZOMBIS

Al socaire de la resolución del parlamento británico que prohíbe la venta de tabaco a todos los nacidos a partir de 2009, la izquierda caniche autóctona ha anunciado que sopesa medidas semejantes. En un editorial reciente, este periódico afirmaba que se trataba de una ocurrencia «extravagante» propia de gentes «ayunas de agenda» que necesitan llamar la atención a toda costa. Pero la izquierda caniche, que está ayuna de todo lo que en la vida merece la pena, está en cambio ahíta de agenda, al igual que la pérfida patulea albionense que ha aprobado esta medida. Y la agenda de la que ambas están ahítas es la que interesa al reinado plutocrático mundial.

En el editorial mencionado, ABC señalaba que esta medida, amén de un sinsentido, «colisiona» con otras medidas que impulsa la izquierda caniche, como la legalización de la tenencia y consumo de cannabis. Pero no creemos que exista colisión alguna. Pues el tabaco estimula el ingenio y fomenta los vínculos humanos, a diferencia de las drogas que estos lacayos pretenden legalizar, que embrutecen y aíslan y aseguran la docilidad de la humanidad convertida en rebaño de zombis, mientras la empobrecen y someten a una vida cada vez más oprobiosa. En cumplimiento de la misión que el reinado plutocrático mundial les ha asignado, estos lacayos necesitan crear sociedades alienadas, pasivas y devastadas por el hedonismo 'low-cost'. Pero, para lograr tal cosa, necesitan al mismo tiempo suministrar a sus zombis chivos expiatorios, para que puedan vomitar sobre ellos su descontento, su indignación, su miedo, sus aprensiones. Y para ello necesitan instilarles diversas formas de neurosis e histeria colectiva (y las que se fundan en la obsesión de la salud corporal ya han probado su eficacia) que señalen y estigmaticen a una serie de «periferias» sociales que huelen a nicotina, que emanan gases de efecto invernadero, que no se inoculen terapias génicas, que contribuyen con su prole y el sudor de su frente al cambio climático. 

Así, frente a esa humanidad obsoleta y nicotínica, negacionista y analógica, el rebaño de zombis se «autopercibe» una humanidad sin tacha (¡sin pecado original!), medicalizada, vacunadita, infecunda, dedicada a salvar el planeta y orgullosa de abandonar la nefasta manía de pensar gracias a la inteligencia artificial. Una humanidad modélica cuya pobreza no se atribuye a los manejos del reinado plutocrático mundial, sino al cambio climático provocado –¡por supuesto!– por la insolidaridad de esas «periferias» sociales que todavía fuman, que todavía tienen coche de gasolina, que todavía se resisten a inocularse terapias génicas, que todavía tienen la desvergüenza de formar familias en lugar de cambiarse de género o follar con los guarros, guarras y guarres de Tinder o matarse a pajas.

No hablo de quimeras futuristas. Ayer mismo, la prensa sistémica proclamaba sin rubor alguno en sus titulares que «la economía española será la más perjudicada de Europa por el cambio climático» y que «la renta per cápita en 2049 será un 17,8% más baja que si no hubiera cambio climático». Sólo los zombis pueden creerse semejantes burlas sádicas del reinado plutocrático mundial; pero esos zombis existen, acampan entre nosotros y cada vez son más numerosos. Nunca como en nuestra época se había logrado inculcar en las personas los comportamientos e inquietudes que interesan a ese reinado plutocrático mundial. Para conseguir esta taumaturgia azufrosa que convierte a personas en zombis se requieren aquellas técnicas de «condicionamiento operante» de las que hablaba el psicólogo conductista Skinner, que permiten «programar» a los hombres, consiguiendo que su conducta se adecue a lo que el «educador» determina en cada momento. Y para «programar» a los hombres se requiere gestionar sus neurosis, administrar sus miedos y pastorear sus angustias de criaturas sin Dios; y, a continuación, instilarles manías persecutorias contra los fumadores, contra los negacionistas, contra los lotófagos o los lestrigones, contra cualquier colectivo que desempeñe el papel de chivo expiatorio al que se puede fácilmente señalar, discriminar, escarnecer, ultrajar, satanizar; todo ello, por supuesto, con irreprochable integrismo democrático. 

Pues, a la postre, se trata de crear un rebaño de zombis medicalizados e infecundos que se crean una humanidad sin tacha, que acaten la vida sórdida que el reinado plutocrático mundial les ha asignado a cambio de desahogarse increpando y denigrando a la humanidad obsoleta que se atreve a vivir sin inteligencia artificial, sin vacunas, sin coche o patinete eléctrico, sin la picha hecha un lío, sin el género fluido, sin la morralla propagandística de consumo general; y encima fumando como corachas, los muy cabrones.

«Que tu vida sirva de freno para detener la máquina», nos enseña Thoreau en 'Desobediencia civil'. Es un deber cívico inalienable hacer exactamente contrario de lo que pretenden estos lacayos. También fumar, si es preciso, con la condición de que sea un tabaco que escape a las exacciones confiscatorias que estos lacayos nos imponen, tabaco de contrabando o procedente de esas regiones extramuros del «jardín europeo» (Borrell dixit), que no es sino el campo de concentración donde el reinado plutocrático mundial confina a sus zombis. A ver si alguna de las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan, en sus viajes extramuros del «jardín europeo», se acuerda de este pobrecito escritor y le regala un cartón, o siquiera un paquete de cigarrillos de la selva exterior, para no dar ni un céntimo de euro a esta chusma.



ENCADENADOS A LAS TINIEBLAS

Se lamentaba hace un par de días Pedro García Cuartango, entre la consternación y la perplejidad, de que la prensa sistémica haya silenciado un extenso informe sobre el coronavirus evacuado por el Congreso de los Estados Unidos, donde se concluía que el bichito fue fabricado en un laboratorio, que las terapias génicas experimentales que se crearon para combatirlo eran ineficaces y las mascarillas que nos obligaron a calzarnos inútiles; y que, en definitiva los gobiernos y la proterva OMS engañaron a la población con fines muy turbios. Cuartango no se pronuncia sobre la veracidad de tan demoledor informe; pero se pregunta –sospecho que retóricamente– la razón por la que la prensa sistémica oculta su existencia.

La razón es la misma por la que oculta otros hechos palmarios y gigantescos, o los tergiversa a su gusto. En nuestra época, la prensa sistémica ha hecho de la mentira el líquido amniótico en el que bogamos plácidamente, mientras los buscadores de verdad son estigmatizados y escarnecidos. La mentira se ha constituido en régimen de vida, en fuerza cósmica o poder universal que a todos somete y mantiene encadenados a las tinieblas. Sin duda alguna, la plaga coronavírica fue el campo de pruebas que se utilizó para probar la capacidad de resistencia de las masas crédulas y sojuzgadas; y, tras comprobarse que dicha capacidad era nula, y que los disidentes podían ser tranquilamente estigmatizados o escarnecidos, la prensa sistémica se ha dedicado desde entonces a propalar las mentiras más abracadabrantes, segura de que las masas crédulas y sojuzgadas tragan lo que les echen.

Ocurre en estos días, por ejemplo, con lo que está sucediendo en Siria, donde una banda de rebanacuellos ha sido reconocida como gobierno legítimo como por arte de ensalmo y, mientras degüella a mansalva, la prensa sistémica se dedica a divulgar burdos montajes sobre el depuesto Al Assad. A ninguna persona digna de tal nombre se le escapa que lo ocurrido en Siria forma parte de un protervo plan anglosionista (Jeffrey Sachs se lo acaba de explicar diáfanamente a Tucker Carlson en una entrevista escalofriante) por establecer un Gran Israel que, además del genocidio palestino, exige expansión territorial (y respaldo a los rebanacuellos que hacen el trabajo sucio). Pero la prensa sistémica nos presenta a los rebanacuellos como liberadores y apóstoles de la democracia; y a quien osa discutir esa versión delirante –tan delirante como las mentiras divulgadas durante la plaga coronavírica– se le señala como propagador de bulos y se le condena al ostracismo.

Simplemente, la prensa sistémica ha decidido crear un mátrix o metaverso que permita al reinado plutocrático mundial pastorearnos hasta el redil de la renuncia a la razón. Hay que volver a escuchar aquella voz del cielo que se escucha en el Apocalipsis: «Pueblo mío, salid de ella, para que no os hagáis cómplices de sus pecados y para que no os alcancen sus plagas».

PLANDEMIA - CAMPAÑA CONTRA LOS NO VACUNADOS

Rescatamos esta recopilación como dedicatoria a todos los hijos de satanás que en el día de hoy han alzado la voz contra “la cultura del odio y las cacerías inhumanas”.
Con el pasar del tiempo, vuestro terrorismo informativo está quedando todavía más en evidencia.

VER+:



martes, 26 de abril de 2022

PRÓLOGO DEL LIBRO "A SANGRE Y FUEGO" por MANUEL CHAVES NOGALES 😈💣💥💀



HÉROES, BESTIAS 
Y MÁRTIRES DE ESPAÑA 


PRÓLOGO DEL AUTOR

Yo era eso que los sociólogos llaman un «pequeño burgués liberal», ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia terrateniente, que en mi país había monopolizado tradicionalmente los medios de producción y de cambio —como dicen los marxistas—, ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo. Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero, a fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria.

Si, como me ocurría a veces, el capitalismo no prestaba de buen grado sus grandes rotativas y sus toneladas de papel para que yo dijese lo que quería decir, me resignaba a decirlo en el café, en la mesa de la redacción o en la humilde tribuna de un ateneo provinciano, sin el temor de que nadie viniese a ponerme la mano en la boca y sin miedo a policías que me encarcelasen, ni a encamisados que me hiciesen purgar atrozmente mis errores. Antifascista y antirrevoluciona-rio por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones y aguardaba trabajando, confiado en el curso fatal de las leyes de la evolución. Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario.

En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anécdota de mis relatos vividos o imaginados, mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contra el Espíritu Santo.

Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España. ¿Por dónde empezó el contagio? Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese gran pudridero de Asia, nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente. Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales. Es vano el intento de señalar los focos de contagio de la vieja fiebre cainita en este o aquel sector social, en esta o aquella zona de la vida española. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España.

De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros. Me consta por confidencias fidedignas que, aun antes de que comenzase la guerra civil, un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo, perfectamente reglamentario, de proceder a mi asesinato como una de las medidas preventivas que había que adoptar contra el posible triunfo de la revolución social, sin perjuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, considerasen por su parte que yo era perfectamente fusilable.

Cuando estalló la guerra civil, me quedé en mi puesto cumpliendo mi deber profesional. Un consejo obrero, formado por delegados de los talleres, desposeyó al propietario de la empresa periodística en que yo trabajaba y se atribuyó sus funciones. Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo leal con ellos y conmigo mismo. Hice constar mi falta de convicción revolucionaria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletariado, y me comprometí únicamente a defender la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados. Me convertí en el «cama-rada director», y puedo decir que durante los meses de guerra que estuve en Madrid, al frente de un periódico gubernamental que llegó a alcanzar la máxima tirada de la prensa republicana, nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario, ni por mi condición de «pequeño burgués liberal», de la que no renegué jamás.

Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo. Hombro a hombro con los revolucionarios, yo, que no lo era, luché contra el fascismo con el arma de mi oficio. No me acusa la conciencia de ninguna apostasía. Cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz.

Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas. Los «espíritus fuertes» dirán seguramente que esta repugnancia por la humana carnicería es un sentimentalismo anacrónico. Es posible. Pero, sin grandes aspavientos, sin dar a la vida

humana más valor del que puede y debe tener en nuestro tiempo, ni a la acción de matar más trascendencia de la que la moral al uso pueda darle, yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo. Se paga caro, desde luego. El precio, hoy por hoy, es la Patria. Pero, la verdad, entre ser una especie de abisinio desteñido, que es a lo que le condena a uno el general Franco, o un kirguis de Occidente, como quisieran los agentes del bolchevismo, es preferible meterse las manos en los bolsillos y echar a andar por el mundo, por la parte habitable de mundo que nos queda, aun a sabiendas de que en esta época de estrechos y egoístas nacionalismos el exiliado, el sin patria, es en todas partes un huésped indeseable que tiene que hacerse perdonar a fuerza de humildad y servidumbre su existencia. De cualquier modo, soporto mejor la servidumbre en tierra ajena que en mi propia casa.

Cuando el gobierno de la República abandonó su puesto y se marchó a Valencia, abandoné yo el mío. Ni una hora antes, ni una hora después. Mi condición de ciudadano de la República Española no me obligaba a más ni a menos. El poder que el gobierno legítimo dejaba abandonado en las trincheras de los arrabales de Madrid lo recogieron los hombres que se quedaron defendiendo heroicamente aquellas trincheras. De ellos, si vencen, o de sus vencedores, si sucumben, es el porvenir de España.

El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras. Es igual. El hombre fuerte, el caudillo, el triunfador que al final ha de asentar las posaderas en el charco de sangre de mi país y con el cuchillo entre los dientes —según la imagen clásica— va a mantener en servidumbre a los celtíberos supervivientes, puede salir indistintamente de uno u otro lado. Desde luego, no será ninguno de los líderes o caudillos que han provocado con su estupidez y su crueldad monstruosas este gran cataclismo de España. A ésos, a todos, absolutamente a todos, los ahoga ya la sangre vertida. No va a salir tampoco de entre nosotros, los que nos hemos apartado con miedo y con asco de la lucha. Mucho menos hay que pensar en que las aguas vuelvan a remontar la corriente y sea posible la resurrección de ninguno de los personajes monárquicos o republicanos a quienes mató civilmente la guerra. El hombre que encarnará la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende. Viniendo de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de organizar un Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos de diversas ideas y la normal relación con los demás Estados, que es precisamente a lo que se niegan hoy unánimemente con estupidez y crueldad ilimitadas los que están combatiendo.

No habrá más que una diferencia, un matiz. El de que el nuevo Estado español cuente con la confianza de un grupo de potencias europeas y sea sencillamente tolerado por otro, o viceversa. No habrá más. Ni colonia fascista ni avanzada del comunismo. Ni tiranía aristocrática ni dictadura del proletariado. En lo interior, un gobierno dictatorial que con las armas en la mano obligará a los españoles a trabajar desesperadamente y a pasar hambre sin rechistar durante veinte años, hasta que hayamos pagado la guerra. Rojo o blanco, capitán del ejército o comisario político, fascista o comunista, probablemente ninguna de las dos cosas, o ambas a la vez, el cómitre que nos hará remar a latigazos hasta salir de esta galerna ha de ser igualmente cruel e inhumano. En lo exterior, un Estado fuerte, colocado bajo la protección de unas naciones y la vigilancia de otras. Que sean éstas o aquéllas, esta mínima cosa que se decidirá al fin en torno de una mesa y que dependerá en gran parte de la inteligencia de los negociadores, habrá costado a España más de medio millón de muertos. Podía haber sido más barato.

Cuando llegué a esta conclusión abandoné mi puesto en la lucha. Hombre de un solo oficio, anduve errante por la España gubernamental confundido con aquellas masas de pobres gentes arrancadas de su hogar y su labor por el ventarrón de la guerra. Me expatrié cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía hacerse ya en España. Caí, naturalmente, en un arrabal de París, que es donde caen todos los residuos de humanidad que la monstruosa edificación de los Estados totalitarios va dejando. Aquí, en este hotelito humilde de un arrabal parisiense, viven mal y esperan a morirse los más diversos especímenes de la vieja Europa: popes rusos, judíos alemanes, revolucionarios italianos..., gente toda con un aire triste y un carácter agrio que se afana por conseguir lo inasequible: una patria de elección, una nueva ciudadanía. No quiero sumarme a esta legión triste de los «desarraigados» y, aunque sienta como una afrenta el hecho de ser español, me esfuerzo en mantener una ciudadanía española puramente espiritual, de la que ni blancos ni rojos puedan desposeerme.

Para librarme de esta congoja de la expatriación y ganar mi vida, me he puesto otra vez a escribir y poco a poco he ido tomando el gusto de nuevo a mi viejo oficio de narrador. España y la guerra, tan próximas, tan actuales, tan en carne viva, tienen para mí desde este rincón de París el sentido de una pura evocación. Cuento lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera. A veces los personajes que intento manejar a mi albedrío, a fuerza de estar vivos, se alzan contra mí y, arrojando la máscara literaria que yo intento colocarles, se me van de entre las manos, diciendo y haciendo lo que yo, por pudor, no quería que hiciesen ni dijesen.

Y luchando con ellos y conmigo mismo por permanecer distante, ajeno, imparcial, escribo estos relatos de la guerra y la revolución que presuntuosamente hubiese querido colocar subspecie ceternitatis. No creo haberlo conseguido.

Y quizá sea mejor así.


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A Sangre y Fuego by Andrea RH