EL Rincón de Yanka

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jueves, 26 de diciembre de 2019

👉 Jesús González Maestro y Santiago Armesilla: En defensa de Elvira Roca Barea y su obra sobre la Historia de España: "Imperiofobia" y "Fracasología"




En defensa de Elvira Roca Barea 
y su obra sobre la Historia de España
"Imperiofobia" y "Fracasología"

"Imagino, imagino, imagino... que la envidia como los cuernos es más invisible cuanto más ostensible. Más invisible sin duda para el envidioso y más ostensible, por supuesto, para quienes en silencio y sin delatar el menor síntoma de complicidad contra éste envidioso, le hacen creer cual gran cornudo de la realidad burlona que le siguen la corriente. 

Porque los envidiosos como los imbéciles no tienen amigos inteligentes, sino cómplices más o menos serviles y cobardes siempre infidentes, acuciosos de traición. No en vano, complicidad, cobardía y traición son lo asesores de la envidia. Esto lo sabe todo el mundo menos el envidioso que comete muchos errores, muchísimos, pero, comete uno fundamental: creerse que quienes le rodean les sigue el juego. Ese es el primer espejismo del envidioso, suponer en el prójimo una complicidad inexistente. Y movido de ésta ilusión y creencia suele dar siempre un paso al frente cuyo desenlace es el precipicio inmediato. 

Digo esto porque si algo caracteriza al envidioso es la ceguera en la que vive ante los demás y, muere minuto a minuto ante sí mismo. Y hasta tal punto que no percibe desde ningún sentido posible el ridículo que protagoniza cuando por envidia habla, escribe y actúa ante los demás, criticando precisamente aquello que desea ser, la persona a la que envidia. Este comportamiento humano es tan viejo y machucho y, se repite con tal frecuencia, día tras día que da vergüenza ajena referirlo. Es latebroso y grotesco. 

María Elvira Roca Barea ha escrito dos libros ya irreversiblemente decisivos para la historia de España. "Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (2016)"y "Fracasología: España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días (2019)".

Múltiples personas desearían haber sido autores de éstos libros decisivos; desde luego, todas las que los critican, sin duda, desearían haber sido sus autores. Pero, por su cobardía indisimulable, por su insipiencia personal y profesional y por su impotencia intelectual y académica no lo fueron ni serán nada equivalente, nunca. Y lo saben... Y les jode, muchísimo. Les faltó valor por cobardes para escribir dos libros así. Les faltó, por supuesto, el saber y la voluntad para adquirir ese saber. Un saber imprescindible para escribir dos libros así. Porque carecieron y carecen de competencias personales y facultades cognoscitivas para escribir dos libros así.

Nadie es genial cuando quiere sino, cuando puede, porque el genio es una potencia y no una facultad. Pero esto es algo que ningún envidioso sabe ni puede permitirse saber. La envidia consume todas las facultades y potencias humanas, y devalúa y deseca el resto de ansiedades. Con todo, la mayor vergüenza que provoca la obra de María Elvira Roca Barea sobre la historia de España entre sus contemporáneos y coleguillas se debe indudablemente a múltiples factores, pero entre ellos, se debe a uno fundamental, a saber: HABERLOS DEJADO EN EVIDENCIA. 
Hay personas que llevan toda la vida trabajando sobre un tema y no logran ningún resultado. De repente, alguien, a solas, escribe un libro o dos, que pone sobre el escenario de la realidad el objetivo que todos buscaban y nadie veía. Y esto, por supuesto, no puede permitirse: ¿Cómo es posible qué ésta señora..., qué ésta mujer, profesora de instituto, además, no universitaria profesionalmente, historiadora desconocida, haya escrito un libro, incluso dos, en el que diga con razones originales y con demostraciones científicas, académicas y sistemáticas lo que nosotros hubiéramos querido decir y no dijimos. 
Lo he dicho muchas veces: no hay nada más intolerable para alguien que tiene de sí mismo la sospecha de ser tonto que la genialidad del prójimo. Los contemporáneos solo leen con ojos de alinde aquello que envidian. Los contemporáneos son nuestros peores intérpretes. Los contemporáneos no soportan el éxito ajeno. Avellaneda siempre contra Cervantes. Ayer, hoy y siempre. El envidioso no se da cuenta de que hay obras que convierten automáticamente la crítica que reciben en una auténtica caricatura. Nada hay más cegador que la envidia. 

Siempre admiré en Borges su indiferencia, indiferencia superlativa hacia el prójimo. Es lo que mejor comprendo de Borges. Su ceguera física hizo de él, seguramente, un elocuente visionario de múltiples secretos. La envidia es la forma más siniestra de admiración y de ceguera. Es también, consecuencia de un deseo frustrante e incurable;  deseo cuya satisfacción el envidioso sabe que jamás se podrá permitir. La envidia es crónica: mata lentamente. La forma más atroz de consumir a un adversario es convertirlo con frecuencia involuntariamente -porque uno no se lo propone-, en un envidioso. Ya no podrá vivir en paz, jamás. El envidioso muere envidiando, vive envidiando. Es nuestro parásito, vive de lo que hacemos y decimos. 
Podemos pronosticar su futuro y controlar su conducta, pensamiento y actos de habla. Es un títere en nuestras manos. Hacemos de él cuanto queremos. Nosotros decidimos hoy de qué hablarán mañana nuestros envidiosos y nuestros parásitos. Son nuestros hipónimos. 
La fascinación que el envidiado y su obra ejercen sobre las deficiencias emocionales e intelectuales del envidioso es material antropológico y psiquiátrico de primer orden. La soberbia sobrevive cuando el envidioso cree que puede llegar a alcanzar aquello que envidia y desea. Esta ansiedad matriz de la soberbia y placenta de sus psicopatías se ve alimentada por una ilusión patológica que brota del entorno muy propiciada por el espejismo de la sociedad: gremios, redes sociales, camarillas, unanimismo, catatonia colectiva. 

La historia de España la han escrito sus enemigos, concrétamente la han escrito los enemigos de sus protagonistas: los enemigos de los españoles y los españoles traidores, hijos de la envidia. 
Hoy, a María Elvira Roca Barea tratan de criticarla, no los enemigos de España sino simplemente sus más envidiosos contemporáneos. Su obra merece un premio "Princesa de Asturias", pero ya sabemos que los premios son una prolongación de la política y que si hoy viviera Miguel de Cervantes, el premio que lleva su nombre se lo darían a Alonso Fernández de Avellaneda, cuyo Quijote se consideraba por las élites españoles del siglo XVIII más valioso que la genuina novela cervantina. 
María Elvira Roca Barea no necesita ningún premio que acredite ni reconozca al mérito de su obra, definitivamente decisiva e imprescindible. Al revés, es su nombre y su obra quienes dignifican todo aquello con lo que se relacionen. El precio del éxito intelectual, ese reconocimiento singular de la genialidad humana es la envidia de los contemporáneos. Ni "Imperofobia" ni "Fracasología" necesitan defensores ni intérpretes especiales. Basta saber leer para comprender tales libros geniales. Porque son obras autosuficientes, capaces como he dicho de convertir en pura caricatura a cualquiera que trate de censurarlas, minusvalorarlas o desautorizarlas.
Una obra genial es una obra que caricaturiza siempre a sus sensores envidiosos y críticos perversos. Pero en situaciones como éstas, callar es otorgar. Repito, para que os quede claro, en una situación como ésta, callar es otorgar. No solo porque Fortuna no perdona jamás a los cobardes sino porque a España desde la obra de Roca Barea, ningún imbécil le vuelve a escribir su historia. 

En defensa de Elvira Roca


En la última semana hemos asistido con estupor a una campaña de descrédito público dirigida contra la investigadora Elvira Roca Barea. El acoso fue iniciado por el diario El País, con armas y bagajes, pero ha sido continuado por otros medios, y es fácil ver que hay una línea común que busca desautorizar las incómodas, pero muy reveladoras, tesis que la autora defiende en sus libros "Imperiofobia" y leyenda negra -superventas con más de 100.000 ejemplares- y el más reciente "Fracasología", del que se ha lanzado una insólita primera edición inicial de 20.000 ejemplares.
Lo más sorprendente es que se pretenda acusar a la autora de defender una visión de la historia de España que lanza balones fuera y que culpa de nuestros males a los otros, a otras naciones y países, cuando es justo al revés. Ya en "Imperiofobia", pero de forma muy rotunda en "Fracasología", Elvira Roca defiende que muchos de los problemas de España tienen su origen en la actitud servil de sus élites, que renegaron de su país llevados de una acrítica admiración hacia todo lo exterior. Lo novedoso de España no es que fuera víctima de una leyenda negra -todos los imperios las padecieron- sino que sus élites la asumieran y se la creyeran.

El inicio de la campaña en "El País" y el artículo del académico de la lengua española Arturo Pérez-Reverte, en un artículo titulado "Imperioapología y otros disparates", se hace eco de dicho mensaje para apuntalar el diagnóstico, insinuado por "El País", diciendo que el argumentario de Roca Barea se ve favorecido por la “derecha política, necesitada de vitaminas para su anemia intelectual”, deslizando la idea, por la vía falaz del quid prodest, de que el aprecio de los libros de Barea se explica sólo por ese motivo, y no por su valor historiográfico, más bien nulo, según Reverte, al ser una obra muy cercana -insinúa de nuevo el creador de Alatriste- a la “conspiranoia” franquista (que fijaba en una conspiración urdida desde el exterior -judeo-masónica- la fuente de todos nuestros males).

Todo esto motivó una recogida de firmas en respuesta al periódico, y en defensa de la autora, a la que se han suscrito personalidades como el escritor Fernando Savater; el periodista Arcadi Espada; el dramaturgo Albert Boadella; el filósofo y experto en Educación Gregorio Luri; Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia o el novelista Javier Moro, por destacar sólo a unos pocos de los integrantes de un listado de 101 personas que no mereció más que una escueta respuesta autojustificativa de "El País", y sin hacer referencia a los firmantes que respaldaban el escrito, pese a su obvia notoriedad.

Firmantes que incluían también a otros periodistas y columnistas como Isabel San Sebastián, Cristian Campos, Julio Valdeón, Antonio Pérez Henares, Jorge Bustos, José Pardina, Enrique García Maíquez, Rebeca Argudo, Berta González de la Vega, Jesús Nieto Jurado, Alfonso Basallo, Pepe Albert de Paco, César Cervera, Dolores Canales o Aurora Pimentel, entre otros. Así como a personas destacadas del mundo de la cultura como Pedro Insúa, Mikel Arteta, Teresa Giménez Barbat, Francisco Sosa Wagner, Júlio Béjar, Roger Domingo, Jorge Ferrer. Ilia Galán, Ignacio Gómez de Liaño, José Luis López Linares, José Antonio Martínez Climent, Fernando Navarro García, Iván Vélez, o Sofía Rincón, entre otros muchos que pueden consultarse en el listado final.
A continuación reproducimos el escrito que dirigimos a "El País" y que ni siquiera mereció ser publicado íntegramente en su web.
CARTA ABIERTA

Los abajo firmantes hemos leído con sincero estupor el amplio artículo que el diario El País dedicó el pasado 20 de diciembre a desautorizar el libro "Imperiofobia" y leyenda negra, de la investigadora Elvira Roca Barea, y no podemos menos que mostrar nuestra sorpresa e indignación por el tono y planteamiento del texto periodístico de este diario.

Digamos, para empezar, que es insólito someter a una criba semejante a un ensayo histórico que, en todo caso, debe ser objeto de contraste de pareceres y controversia en el ámbito académico, o en el terreno de la crítica cultural. Pero dar tratamiento informativo a las precisiones que realiza "El País", fácilmente corregibles en alguna de las nuevas ediciones del libro, sin que ello afecte lo más mínimo a la tesis principal que "Imperiofobia" defiende, es algo que no recordamos haber visto antes.

Pretender desmontar una tesis tan sólidamente construida como la del libro de Roca Barea con 14 matizaciones aisladas, cuya relevancia, además, es muy exagerada por la autora del reportaje, parece más un ataque al hombre (en este caso a la mujer) que un verdadero debate sobre la historia. Que el reportaje afirme, además, que Roca Barea se ha convertido en referente del pensamiento conservador español parece apuntar con claridad al tipo de interés político que motiva el artículo.

No obstante, si se trata de una nueva línea periodística que el periódico considere válido mantener convendría extenderla a más autores. Podrían empezar, por ejemplo, por otro libro al que el diario "El País" ha dado amplia cobertura en sus páginas, Imperiofilia, de José Luis Villacañas; libro plagado de juicios de valor sin ningún fundamento que no ha merecido reproche o comentario crítico en su periódico. Por otra parte, probablemente ni siquiera muchos de los más sesudos trabajos históricos académicos pasarían un cedazo como el que se ha aplicado a Elvira Roca. Y conviene recordar que Imperiofobia nunca pretendió ser más que lo que es: un ensayo. Eso sí un ensayo muy bien defendido y argumentado; quizás sea justo eso lo que moleste tanto.

El empeño del reportaje por cuestionar el libro Imperiofobia lleva a su autora incluso a desmentir un dato cierto: en efecto, el documental de la BBC Los Andes. La espalda del dragón maneja en su versión en castellano la cifra imposible de que los españoles acabaron con 1.500 millones de incas, tal y como Elvira Roca recoge en su libro como prueba de la pervivencia de una leyenda negra según la cual todo lo malo es posible cuando se trata de España. Que el error esté en la versión española del documental, y no en el original inglés, no invalida la tesis ni mucho menos autoriza a tachar a Elvira Roca de ligera o mentirosa.

Asimismo, toda la controversia que levanta el reportaje de "El País" sobre las cifras relativas al porcentaje de presos de la Inquisición que sufrieron tortura, cuestionando que el experto Haliczer dijera lo que Elvira Roca afirma, queda desmontada por un vídeo disponible en youtube (El Mito de la Inquisición Española, parte 2 de 3, minuto 1, aproximadamente) en el que el propio experto, de viva voz, corrobora los datos que Imperiofobia le atribuye.

Pero hay que insistir, además, en que incluso si diéramos por buenas todas las correcciones que el reportaje plantea -muchas de las cuales podrían ser objeto de legítimo debate- ninguna de ellas afectaría a la tesis principal que el libro defiende. Apenas supondrían más que leves rasguños en el muy sólido edificio argumental que Elvira Roca Barea ha construido con su obra.

Paradójicamente, el propio artículo de "El País", en su empeño por desautorizar el libro Imperiofobia no hace otra cosa más que confirmar una de las tesis que su autora defiende: la resistencia de una parte de la intelectualidad española del presente a admitir la pervivencia de la leyenda negra entre nosotros.

Firmantes:

1. Juan Abreu, escritor
2. Pepe Albert de Paco, periodista
3. Rebeca Argudo, periodista
4. Vidal Arranz Martín, periodista
5. Mikel Arteta, doctor en Filosofía Política
6. Mariano J. Aznar Gómez, catedrático de Derecho Internacional Público de la Universitat Jaume I
7. Juan Barrionuevo, abogado
8. Alfonso Basallo, periodista
9. Julio Béjar, escritor
10. Pilar Bensusan Martín, catedrática de Derecho Administrativo de la Universidad de Granada
11. Oscar Bermejo, economista
12. L. Blanco Valdés, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago de Compostela
13. Albert Boadella Oncins, dramaturgo
14. Jorge Bustos, periodista
15. Enrique Caballero Madera, economista
16. Juan Cabrera Cabrera, médico y ex decano de la Facultad de Ciencias de la Salud de Las Palmas
17. Cristian Campos, periodista
18. Dolores Canales Bustamante, periodista
19. José Luis Castrillón, escritor
20. César Cervera Moreno, periodista
21. Ramiro Cibrián, Antiguo Lector PH Yale University
22. Miguel Angel Clavijo Redondo, profesor de la Universidad de la Laguna
23. Fernando Company Cera, arquitecto técnico
24. Roger Domingo, editor
25. Aquilino Duque, poeta
26. María Escribano, crítica de arte
27. Arcadi Espada, periodista
28. María Luisa Esteban Hernández, bibliotecaria
29. Jorge Ferrer, traductor
30. Mercedes Fuertes, catedrática de Universidad
31. Ilia Galán Díez, profesor de la Universidad Carlos III y poeta.
32. Enrique García Maiquez, periodista y poeta
33. Carlos García Mateo, escritor
34. Fernando García Romanillos, periodista y profesor
35. Teresa Giménez Barbat, escritora
36. César Girón, Académico de número de la Real Academia Andaluza de la Historia
37. Ignacio Gómez de Liaño, profesor universitario
38. Sergio González Ausina, periodista
39. Berta González de Vega, periodista
40. Jesús González Maestro, profesor de Universidad
41. Alberto G. Ibáñez, escritor y ensayista
42. Ricardo Graziani, médico
43. Rosario Herrero Pérez, bibliotecaria
44. Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia
45. Pedro Insua, profesor de Filosofía
46. Pilar Irureta-Goyena Sánchez, bibliotecaria
47. José Miguel Jaubert Lorenzo, abogado
48. David Jiménez-Blanco, economista
49. Fátima La Roche, médico
50. Larry Levene, productor y director de documentales
51. José Luis López Linares, director de cine
52. Gregorio Luri, profesor de Filosofía y experto en Educación
53. Casiano Manrique de Lara Peñate, economista
54. Francisco Mansur Nauffal, empresario
55. Agustín Marrero Quevedo, ingeniero
56. Luis Martín Arias, profesor titular de Universidad de Valladolid
57. José Antonio Martínez Climent, escritor
58. Juan José Martínez Jambrina, médico psiquiatra
59. Ignacio Martínez Lagares, abogado
60. Luis Méndiz Marín, sociólogo y educador
61. Óscar Méndez Pirez, jurista
62. Rafael Molina Petit, funcionario
63. Mario Virgilio Montáñez, gestor cultural
64. Tomás Morales, administrador de empresas
65. Javier Moro, escritor
66. Lorenzo Muñoz Cerdeña, economista
67. Fernando Navarro García, presidente del Centro de Investigaciones sobre los Totalitarismos y Movimientos Autoritarios
68. Jesús Nieto Jurado, escritor, actor y columnista
69. Francisco Oya Cámara, profesor de Historia
70. José Pardina, periodista y editor
71. Antonio Pérez Henares, periodista
72. María Jesús Petrement, funcionaria
73. Aurora Pimentel Igea, periodista
74. Rafael Pombriego Castañares, dirigente empresarial
75. Miguel Angel Quintana Paz, profesor universitario de Ética
76. José Matías Ramos Trujillo, ingeniero industrial
77. Manuel Rebollo Puig, catedrático de Derecho Administrativo
78. Sofía Rincón, artista plástica
79. Antonio Robles Almeida. Profesor de Filosofía y escritor
80. Miguel Ángel Rodríguez, escritor e ingeniero de Obras Públicas
81. Carmen Elena Rodríguez Zurita, profesora de Historia
82. Carlos Ruiz Miguel, catedrático de Derecho Constitucional
83. Marlene Sáez Díaz, psicóloga
84. Isabel San Sebastián, periodista
85. Javier Santacruz Cano, economista
86. Fernando Savater, escritor
87. Juan Carlos Savater, pintor
88. Nicolás Socorro Ortega, empresario
89. Francisco Sosa Wagner, catedrático de Universidad
90. Maximiliano Trapero Trapero, catedrático de Universidad
91. Julio Valdeón Blanco, periodista
92. Tomás Van de Walle, empresario agrícola
93. Rodrigo Vázquez de Prada y Grande, periodista
94. Eduardo Vega de Seoane, pintor
95. Mario Velasco Pérez, ingeniero
96. Iván Vélez, escritor
97. Mariano Vergara Utrera, abogado
98. Manuel Wood Wood, profesor titular de Universidad
99. José Antonio de Yturriaga Barberán, embajador de España. Profesor de Derecho Diplomático de la UCM
100. Jesús Zorita González, abogado
101. José A. Zorrilla, embajador de España

VER+:



Crítica contra la emporofobia o la imperiofobia

La Verdad Sobre Arturo PÉREZ REVERTE: 
el NEGROLEGENDARIO por Santiago Armesilla

María Elvira Roca Berea en IMPERIOFOBIA Y LEYENDA NEGRA: "No se descubre nada al afirmar que Arturo Pérez Reverte es uno de los autores españoles de más éxito dentro y fuera de España. He visto los escaparates de las librerías del Reino Unido literalmente empapelados con sus novelas de arriba abajo. Su éxito en el mundo anglosajón es espectacular. Ha sido traducido a muchísimos idiomas y ha vendido millones de libros. 

El autor exterioriza un patriotismo de rompe y rasga que se aviene muy mal con su obediente repetición de los más manidos tópicos de la leyenda negra. Para alguien que proclama con orgullo que «tiene sus lecturas», no resulta fácil justificar el haberse unido tan oportunamente a la procesión, ya vieja y demasiado concurrida, de los cultivadores de la historia-literatura de España como guarida del demonio. O bien fallan las lecturas o bien interesa participar en el auto de fe perpetuo y siempre exitoso que es la leyenda negra. 

No es descabellado suponer que una parte del éxito de Reverte, dentro y fuera, se debe a que recrea con vigor y convicción los tópicos hispanófobos del protestantismo, de la Ilustración y, luego, del liberalismo. Ese país podrido, corrupto y fanático que Reverte describe en sus novelas es una vieja melodía cuya reiteración suena bien a muchos oídos por razones distintas; razones viejas pero no muertas. El inquisidor de Reverte se parece al de Schiller, al de Dostoievski, y al pavoroso Jorge de Burgos de Umberto Eco, como una gota de agua a otra.

Los personajes de Reverte se mueven por un Madrid corrupto y decadente, podrido hasta los cimientos: «Soltero, mujeriego, cortesano, culto, algo poeta, galante y seductor, Guadalmedina había comprado al rey el cargo de correo mayor tras la escandalosa y reciente muerte del anterior beneficiario, el conde de Villamediana: un punto de cuidado, asesinado por asunto de faldas, o de celos. 

En aquella España corrupta donde todo estaba en venta, desde la dignidad eclesiástica a los empleos más lucrativos del Estado, el título y los beneficios de correo mayor acrecentaban la fortuna e influencia de Guadalmedina en la Corte». La compra y venta de los servicios del Estado era y es una práctica común. Ahora se llama privatización, o más eufemísticamente, externalización. 

En ese tiempo, como ahora, estaba generalizada en toda Europa, y en España lo que destaca son los amplios sectores de servicio público que funcionaban como tales, es decir, que se cubren por oposición. Sobresale por encima de todo la justicia, muy profesionalizada, independiente y jerarquizada desde el reinado de los Reyes Católicos. Los cargos judiciales se vendían al mejor postor en toda Europa, pero no en España. Insistimos: esta era una práctica corriente y que no se consideraba ni corrupta ni perjudicial. Cuando se produjo la gran crisis hacendística que condujo a la Revolución francesa en tiempos de Luis XVI, ya no quedaba apenas puesto ni cargo alguno que enajenar en la Administración del país vecino. En tiempos de Luis XII se habían vendido todos los oficios de la Hacienda Real y Francisco I continuó poniendo a la venta todos los cargos de la justicia. A partir de 1522, con la creación de la oficina de partidas eventuales, todo puesto en la Administración real podía comprarse o venderse. 

Con el tiempo no quedaron a salvo más que los mandos del ejército. Durante todo el siglo XVII y XVIII se alzaron en Francia muchas voces para advertir de los abusos que esta situación producía y de los peligros de degeneración del Estado que estaba provocando. Al barón de Montesquieu, sin embargo, esta práctica le parece muy bien, y produce estupefacción que quien razonó con tanto tino sobre el estado democrático, no comprendiera la necesidad de salvaguardar la Administración pública de los intereses particulares de unos y otros, especialmente de los más pudientes. A esta ceguera contribuyó sin duda que su tío compró y le dejó en herencia un cargo de presidente de una provincia, cargo al que Montesquieu debía un más que buen pasar. 

Esta venalidad fue una de las razones que provocó la quiebra del Estado francés y la Revolución francesa. Nunca se llegó en España a una situación semejante. Volveremos sobre esto en la Parte III. El episodio histórico que da pie al desarrollo de la trama de Reverte es la visita de incógnito a Madrid del príncipe de Gales y del duque de Buckingham a fin de acabar de una vez con aquella negociación interminable sobre el matrimonio del príncipe inglés con una infanta de España. Esto sucedió en 1623, y en este momento había naturalmente un presidente del Santo Oficio. Hay que buscarlo debajo de las piedras para encontrarlo, pero no es imposible dar con él. Su presencia hubiera destrozado por completo cualquier complot fanático o tenebroso. 

Don Andrés Pacheco de Cárdenas era extremeño y franciscano, no dominico. Doctor en Teología por la Universidad de Salamanca, dedicó su vida al estudio y la caridad. Su gran cultura y conocimiento de lenguas hicieron que Felipe II lo nombrara preceptor de su sobrino Alberto de Austria, quien más tarde sería soberano de los Países Bajos desde 1598. Después fue obispo de Cuenca, donde se destacó por su empeño en mejorar las condiciones de vida de los más humildes: «Singular prelado por su rara virtud y santidad y por la eminencia de letras... En tiempo que governava aquella sede no supieron los pobres que avia falta de frutos en la tierra». Murió con fama de santo y no consta que firmara una sola sentencia de muerte. 

Por supuesto se puede decir que todo esto es creación literaria y que el arte es libre. ¿Libre? La Inquisición como tema literario universal se distingue radicalmente de otros en que se supone que lo que de ella se refiere es verdad. Cuando en el siglo XIX aparecen los vampiros en la literatura, a nadie, ni entonces ni ahora, se le ocurrió pensar que tal cosa pudiera ser cierta, de manera que los transilvanos no han sido puestos en cuarentena en las fronteras para ver si padecen el fatal contagio. En cambio, estos personajes inquisitoriales que forman parte de la historia de la literatura viven en la mente de los occidentales como si lo fuesen de la historia verdadera, alimentando sine fine el mundo de los mitos denigrantes que la propaganda creó en torno a esta institución, y por extensión, perpetuando la hispanofobia. 
... Estamos ante imágenes que pueden considerarse ya arquetípicas en la mentalidad europea. El morbo sexual ligado a los sacerdotes católicos, la paranoia conspirativa con base en Roma, la maldad más horrible y fanática oculta tras una sotana, preferentemente jesuita (también sirven bien los dominicos), etcétera, son recursos literarios de éxito casi garantizado. Es lo que encontramos en Pérez Reverte, y este ejemplo actual ayudará a entender cómo funciona este trasvase que alimenta las mentiras de la leyenda negra haciéndolas pasar por historia con gran éxito para los autores. Las novelas de Alatriste suceden en el siglo XVII. El lector sabe que Alatriste es de mentira, que es un personaje ficticio, pero vive moviéndose por decorados históricos, por ejemplo el Madrid del Siglo de Oro, que el lector supone reconstrucción fiel de la realidad. De manera que cuando le cuentan que el gran inquisidor es un fanático asesino que pone los pelos de punta o que el sistema de funcionamiento habitual de la Administración es un procedimiento corrupto, la compra-venta de cargos, se cree las dos cosas".

FRACASOLOGÍA 1 de ELVIRA ROCA BAREA, análisis por Jesús G. Maestro

Jesús G. Maestro - Literatura en español ante la leyenda negra

HAPPYCRACIA: CÓMO LA CIENCIA Y LA INDUSTRIA DE LA FELICIDAD CONTROLAN NUESTRAS VIDAS 😊😵

Llega la ‘happycracia’ 
o la obligación de ser feliz

El ensayo ‘Happycracia’ ataca una noción de felicidad que crea hipocondriacos emocionales


La felicidad se ejercita, se enseña y se aprende: este es el mensaje que promueve la denominada ciencia de la felicidad. Según estos científicos, bastaría con aplicar sus técnicas para ser más productivos, saludables y crecer como personas, afirmando, además, que la buena vida está al alcance de cualquiera. Algo similar ofrece una multimillonaria industria de la felicidad, que asegura tener las claves para que los individuos moldeen sus vidas a voluntad, transformen sus sentimientos negativos y saquen el mejor partido de sí mismos. Pero ¿no estaremos, quizá, ante otra forma de convencernos de que el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad, la dicha y el sufrimiento, son elecciones personales? ¿Y si la felicidad no fuese más que una mercancía y su búsqueda se hubiera convertido en un estilo de vida obsesivo y consumista? Más aún, ¿es posible que la felicidad, en su versión más tiránica e imperativa, actúe hoy en día como una poderosa herramienta para controlar el modo de pensar, sentir y actuar de los ciudadanos en nombre de su propio bienestar?
Edgar Cabanas y Eva Illouz describen con brillantez los orígenes, fundamentos y promesas de la ciencia y la industria de la felicidad, y exploran las implicaciones sociales y culturales de uno de los fenómenos más cautivadores e inquietantes de este principio de siglo.
"¿Me harás el favor de ser feliz?", pedía hace ya unos años una popular adivina desde su insistente anuncio televisivo de madrugada. Ella lo solicitaba con voz meliflua, pero justamente hoy que se celebra el día internacional de la Felicidad, la sociedad, más que pedirlo, parece exigirlo: la felicidad, dicen la socióloga israelí Eva Illouz y el psicólogo español Edgar Cabanas en Happycracia (Paidós) –un libro que ha sido todo un fenómeno en Francia–, se ha convertido en “una obsesión”, “un regalo envenenado”. Al servicio del sistema económico actual.

El problema
“La felicidad se ha convertido en una obsesión y en un regalo envenenado”
Sobre todo desde que, señalan, en 1998 naciera en EE.UU. la ciencia de la felicidad, la psicología positiva, que, bien financiada por fundaciones y empresas, en pocos años ha introducido la felicidad en lo más alto de las agendas académicas, políticas y económicas de muchos países. Una ciencia quizá no tan sólida, más bien endeble, ni tan nueva, dicen los autores –bebe de la psicología de la adaptación o la cultura de la autoayuda–, alrededor de la cual florece una poderosa industria con terapias positivas, servicios de coaching o aplicaciones como Happify, que promete “soluciones efectivas y basadas en la ciencia para una mejor salud emocional y mayor bienestar en el siglo XXI”. Una ciencia y una industria que venden una noción de felicidad, apuntan Illouz y Cabanas, “al servicio de los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal”: no hay problemas sociales estructurales sino deficiencias psicológicas individuales. Riqueza y pobreza, éxito y fracaso, salud y enfermedad, son fruto de nuestros propios actos. Estamos obligados a ser felices y sentirnos culpables de no sobreponernos a las dificultades. Los autores reconocen que poner la felicidad en cuestión es hoy hasta de mal gusto. Pero señalan que no escriben contra la felicidad sino contra la visión reduccionista de la buena vida que la ciencia de la felicidad predica.

Una ciencia en cuestión
“La actual noción de felicidad está al servicio de los valores de la revolución neoliberal”
Que la felicidad es hoy omnipresente es indudable. Si en Amazon había hace unos años 300 títulos con la palabra felicidad ahora hay 2.000. La ONU instituyó en el 2012 el día internacional de la Felicidad. Incluso florece una corriente de economistas como Richard Layard que se han propuesto sustituir un parámetro tan cuestionado como el PIB por índices de felicidad. Unos índices que encabeza Finlandia, y en el que España está en el puesto 36 por debajo de Arabia Saudí. David Cameron, tras anunciar en 2007 los mayores recortes de la historia de su país, decidió que era el momento para adoptar la felicidad como índice: los británicos no debían pensar sólo en meter dinero en el bolsillo, sino en lo que les hace más felices.

Cabanas, profesor de la Universidad Camilo José Cela, señala que se propone una felicidad que es “un estilo de vida que apunta hacia la construcción de un ciudadano muy concreto, individualista, que entiende que no le debe nada a nadie, sino que lo que tiene se lo merece. Sus éxitos y fracasos, su salud, su satisfacción, no dependen de cuestiones sociales, sino de él y la correcta gestión de sus emociones, pensamientos y actitudes”.
Lo personal es político
“Se afirma que el 90% de la felicidad son factores personales, como si lo social no importara”
Y advierte que “la psicología positiva lleva 20 años diciendo que han descubierto las claves de la felicidad, pero están por ver. Incluso dijeron que habían descubierto la fórmula de la felicidad como si fuera una ecuación. Afirmaban que la felicidad en casi el 90% se debe a factores personales y las circunstancias no importan. Clase, nivel de ingresos o educativo, género, cultura, no importan. Las circunstancias no nos hacen felices, somos nosotros, es psicológico. Muchos se han desdicho de esa idea”.

Y el psicólogo señala que en esta nueva ciencia “no es suficiente con no estar mal o estar bien, hay que estar lo mejor posible, y por eso no sólo el que lo pasa mal necesita un experto, sino cualquiera para sacarse el máximo rendimiento, aprender nuevas técnicas de gestión de sí mismo y obtener nuevos consejos para conocerse mejor, ser más productivo y tener más éxito. La felicidad así es una meta en constante movimiento, nos hace correr detrás de forma obsesiva. Y tiene que ver siempre con una mirada hacia dentro, nos hace estar muy ensimismados, muy controlados por nosotros mismos, en constante vigilancia. Eso aumenta la ansiedad y la depresión. Nos proponen ser atletas de alto rendimiento de nuestras emociones. Vigorexia emocional. En vez de generar seres satisfechos y completos genera happycondriacos”.

En el trabajo
“Los trabajadores con estrés constante no lo tienen por no gestionar bien sus emociones”
Luego, en el terreno ideológico, es una psicología conservadora. “Propone que las soluciones a problemas estructurales tienen soluciones individuales. Pero los trabajadores que viven en un estrés constante no lo tienen porque no gestionen bien sus emociones, es que la situación laboral es precaria, insegura y muy competitiva”. Justamente por eso esta psicología positiva ha entrado con fuerza en la empresa y la educación. “En las empresas obligan a pasar cursos de resiliencia y mindfulness para aprender que eres tú el que ha de encontrar la forma de estar mejor en el trabajo, de eso depende la productividad. Y en la educación se dice que el objetivo es hacer que los alumnos sean felices. Habría que ver qué tipo de ciudadano queremos construir. Crítico y centrado en el conocimiento del mundo o un alumno emocional centrado en el conocimiento de sí mismo. Es complicado que la psicología en vez de ser una herramienta pase a dictar lo que debe ser la educación”.

Mirar afuera
“De esta noción de felicidad se sale; la buena vida es justa, solidaria, íntegra”
Además, desactiva el cambio social. “Admiten que las circunstancias algo influyen pero es muy costoso cambiarlas y no merece la pena. Debes cambiarte a ti mismo. Abogan poco porque la idea de buena vida esté relacionada con una buena vida colectiva”, dice Cabanas, y explica qué pasa cuando la psicología positiva ataca emociones como la ira. “Las emociones no son positivas o negativas. Tienen diferentes funciones según la circunstancia. Y son siempre políticas. La ira puede ser mala a veces y buena para luchar por reparar injusticias. Cuando dices que es tóxica, desactivas una emoción política muy importante. Cuando estamos indignados, nos ponemos las pilas.”.

En ese sentido concluye que “hoy declarar que no eres feliz es vergonzoso, como si hubiéramos perdido el tiempo, hubiéramos hecho algo mal, podríamos hacer algo y no lo hacemos, somos personas negativas. Pero el concepto de felicidad no ha sido igual en la historia. El actual tiene raíces norteamericanas. Y no tiene las claves para la buena vida. La única buena noticia es que de esta noción de felicidad se sale. Y hay valores más importantes:la buena vida es justa, solidaria, íntegra, comprometida con la verdad. No es estar preocupados por nosotros mismos todo el tiempo”.

La industria de la felicidad, que mueve miles de millones de euros, afirma que puede moldear a los individuos y hacer de ellos criaturas capaces de oponer resistencia a los sentimientos negativos, de sacar el mejor partido de sí mismos controlando totalmente sus deseos improductivos y sus pensamientos derrotistas. Pero ¿no estaremos acaso ante una nueva argucia destinada a convencernos, una vez más, de que la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad son únicamente responsabilidad nuestra?

Edgar Cabanas: 
"La felicidad hoy 
es un producto que se compra"
Edgar Cabanas. (Madrid, 1985). Doctor en Psicología e investigador en la Universidad Camilo José Cela y en el Centro para el Estudio de las Emociones del Instituto Max Planck de Berlín. Junto con la socióloga Eva Illouz firma Happycracia (Ed. Paidós), un interesante ensayo que ha tenido gran éxito en Francia y en el que denuncian cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. 
La felicidad hoy se ha convertido en algo omnipresente, en el motor fundamental de nuestras vidas. Pero no siempre fue así, ¿verdad? 
No, en absoluto. El concepto actual de la felicidad es bastante reciente. En inglés, por ejemplo, la palabra happiness (felicidad) viene de hap, un verbo que significa tener suerte. Y, sin embargo, hoy la felicidad no se concibe como algo que tenga que ver con la suerte, con la buena fortuna o con las circunstancias. 

¿Qué se entiende hoy por felicidad?
La felicidad hoy se concibe como algo personal, como algo que cada uno elige. Es una idea extremadamente simplista y reduccionista que responsabiliza al individuo injustamente de sus éxitos y de sus fracasos. Está muy asociada a la idea de reinvención personal, de que uno puede llevar el timón de su vida porque ésta le pertenece sólo a él, de que cada uno puede elegir cómo quiere que sea su vida a través del poder de la voluntad. Los individuos, según esta concepción de la felicidad, tienen el poder de auto-confeccionarse, de auto-dirigirse.

Según ese razonamiento, entonces el que es infeliz lo es porque se lo merece, porque no ha trabajado lo suficiente para lograr la felicidad
Eso es. Igual que la felicidad es una cuestión de elección y de fuerza de voluntad, el sufrimiento acaba convirtiéndose del mismo modo en una cuestión de elección personal. Si alguien sufre es porque quiere, porque se lo merece, porque no hace lo suficiente para estar bien. Se supone que hay una ciencia de la felicidad que da las claves para ser feliz y si uno no las aplica es porque es negligente, porque es un dejado, porque no se cuida lo suficiente. Siempre es una cuestión de responsabilidad personal.

¿No cuentan los condicionamientos sociales y económicos a la hora de valorar si alguien es o no feliz?
En el concepto actual de felicidad no, y ésa es una de las críticas que le hacemos. La idea actual de felicidad es muy individualista, no sólo porque le da al individuo una entidad autónoma que con frecuencia no tiene sino porque además es muy poco sensible a lo social. De hecho los defensores de este concepto de felicidad sostienen que las circunstancias no importan mucho, que depende más la actitud del individuo ante las circunstancias que las circunstancias en sí mismas. El dinero, el estatus social o la educación nada tienen que ver con este concepto de felicidad, un concepto que no valora las circunstancias de cada cual, el contexto cultural, la biografía de cada persona... La idea es que cada uno se puede confeccionar su biografía a su gusto.

Ese concepto de felicidad incluso considera el fracaso como una oportunidad para crecer, ¿no? 
Sí. Está muy integrada la idea de que las adversidades pueden ser una ocasión de crecimiento personal. La idea de resiliencia, por ejemplo, tiene una resonancia muy fuerte con ese discurso. Todo el mundo entiende que cuando uno tiene problemas es normal, saludable y razonable enfrentarlo, no darse por vencido a la primera, tratar de enfocar la situación de otra manera. Pero eso con frecuencia se convierte en un discurso tiránico que estigmatiza a la persona que verdaderamente no puede resolver sus problemas. Y esa persona sufre entonces dos veces: sufre por los problemas que tiene y sufre por la responsabilidad de no poder sobreponerse a esas circunstancias, porque se supone que debería poder.

Barbara Ehrenreich, conocida por sus críticas al pensamiento positivo, se quejaba de que cuando tuvo cáncer todos los mensajes que recibía insistían en que debía ser positiva, que si tenía una buena actitud se curaría... Pero el cáncer, como dice ella, no se cura con positivismo.
La idea de que todo es una oportunidad para crecer está efectivamente muy extendida en el ámbito de la salud, y también en el del trabajo. Si te despiden, si te va mal, cualquier fracaso se debe ver como una oportunidad para crecer. El mundo de la autoayuda, del coaching, predica eso. Las palabras de ánimo nunca están de más, pero de lo que nos quejamos es de que esto se esté convirtiendo en una especie de ideología que hace que todo el mundo tenga que entender de la misma forma los problemas, la vida y la felicidad.

¿Hay ideología política detrás de este concepto felicidad?
Sí. Esta idea viene de un contexto muy determinado: es muy norteamericana, procede de un contexto protestante, individualista, muy liberal, que tiende a focalizar en el individuo todo el peso, toda la explicación de las dinámicas sociales, y que concibe al individuo como un ser autónomo y autosuficiente. El concepto de felicidad tiene ideología porque parte de unas asunciones básicas, unos supuestos. Y esos supuestos no son científicos, son ideológicos, culturales, etc.

Pero en los últimos años se ha desarrollado enormemente una supuesta ciencia de la felicidad...
Lo primero es desmontar que eso sea científico. Los científicos de la felicidad sostienen que ellos hacen ciencia pura y dura, como si fuera Física, Biología o Química. Pero son científicos sociales, y todos los científicos sociales parten inevitablemente de asunciones y de prejuicios. Para ser riguroso, que es lo que tiene que ser un científico, debe de que reconocer que muchos de los argumentos que desarrolla parten de asunciones culturales, morales...

Este concepto tan individualista de la felicidad, ¿hace que se olviden las metas o reivindicaciones colectivas en aras de las conquistas individuales?
Sí. Cuando se focaliza mucho en el individuo, se desdibujan las cuestiones sociopolíticas. Sin parecerlo, porque siempre tiene el argumento neutralizador de la ciencia, el de la felicidad es un discurso muy ideológico y político. Y el que no lo parezca ya es peligroso, porque uno tiene que saber de dónde parte, en qué universo de significados funciona lo que nos cuentan sobre la felicidad. El argumento científico tiende a ser convincente, y desmontarlo lleva mucho más tiempo y esfuerzo que construirlo. No sólo hay que deconstruir ese juego, dejar claro que eso no es ciencia, sino demostrar también que detrás hay mucha política.

En su libro cuentan que este concepto de felicidad ligado al pensamiento positivo se lo inventó fundamentalmente Martin Seligman, presidente de la Asociación Estadounidense de Psicología, ¿no? 
Sí. Seligman es un personaje muy interesante y muy, muy listo. Fue él quien acuñó el término de "indefensión aprendida". Uno de sus experimentos consistía en crear eso, indefensión aprendida. Ponía a varios perros en una jaula electrificada y les daba descargas eléctricas al azar, para ver si seguían intentando acercarse a la verja o no. Pues no: no lo seguían intentando, habían aprendido que estaban indefensos. Seligman cogió ese experimento y lo convirtió en una explicación del optimismo, concluyó que había perros que no se daban por vencidos y que esos, los que no se rendían, eran los que valían. Comenzó a escribir libros de autoayuda muy divulgativos y se hizo muy famoso. A mí sin embargo lo que me parecía interesante de ese experimento es que cuando de verdad se crean condiciones de impotencia absoluta, de vulnerabilidad objetiva, uno aprende a resignarse.

La felicidad ha calado en todos los campos, incluso en el de la política. Ya hay países, como Bután, que tiene indicadores como el de Felicidad Nacional Bruta, y muchos políticos han introducido la felicidad en sus discursos...
Sí, como si la política se redujera a hacer feliz a la gente. 

Pero, ¿usted no quiere ser feliz, no quiere que la gente sea feliz?
Que la gente esté bien obviamente me parece un objetivo estupendo. Pero yo no sé qué es ser feliz. Lo que sé es que la definición de felicidad que se ha extendido no me vale.

¿Y cuál es su definición personal de felicidad?
La verdad es que me interesan más otros valores. Parto de una posición filosófica en la que a veces la felicidad está reñida con la justicia, con la idea del deber, de lo que uno debe de hacer por los demás. La felicidad sin embargo, busca el bien de uno mismo o de la suma de los individuos. Pero lo que es justo no siempre es lo mejor para uno. A mí más que la felicidad me interesa el concepto de justicia, de solidaridad. Prefiero centrarme en otros valores.

La felicidad se ha convertido en una industria global de dimensiones colosales.
La industria de la felicidad es muy poderosa, muy lucrativa, está muy extendida y tiene cada vez más ese argumento científico detrás. Porque vender algo que tiene detrás una supuesta legitimidad científica hace que sea un producto muy potente. La felicidad es un producto que se compra a través de terapias, servicios, guías, consejos, coaching, mindfulness... Un producto extremadamente barato de producir y que genera unos beneficios enormes. 

Y que no se alcanza jamás, ¿no?
Una de las claves del mercado de la felicidad es que crea insatisfacción permanente. La felicidad tiene un componente insaciable que se basa en la idea de que a uno siempre le falta algo, que siempre puede mejorar, que siempre le queda una dieta más que seguir, una terapia que probar. Nunca se acaba, siempre se está en proceso, en continua búsqueda. De hecho ningún psicólogo positivo, ningún científico de la felicidad, ha definido nunca en qué consiste el estado final. Pero el que nunca acabe hace que funcione muy bien como producto. Un día te vas a un curso de mindfulness y cuando lo acabas pruebas otra cosa, y otra y otra y otra.

Las claves para vender la felicidad | Edgar Cabanas | TEDxMadrid

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miércoles, 25 de diciembre de 2019

¿"FELICES FIESTAS" O FELIZ NAVIDAD"? 🎄

¿"Felices fiestas" o "Feliz Navidad"? 

🎄
Pues parece lo mismo, pero no lo es. A mí me gusta "feliz Navidad". ¿Y a ti? A mí también. Es lógico, ¿no? Es lógico y yo creo que en algunos casos, se usa el felices fiestas para renunciar de forma explícita al origen Cristiano de esta celebración. Puede llegar a ser incluso una expresión de "Cristianofobia" intentando desligar la celebración de su origen para darle un nuevo contenido. 

Las palabras no son inocentes, y el lenguaje es un arma de destrucción masiva cuando se usa con esa intención. Además, ¿por qué hablar de fiestas y no de la Natividad de Cristo cuando la belleza de esta conmemoración está en su protagonista? 

El poder de la celebración está en los valores del relato navideño. Uno de estos valores lo encontramos precisamente en el texto bíblico, cuando cuenta acerca de cómo unos ángeles se aparecieron, dice así: 
"De repente apareció una multitud de ángeles del cielo que alababan a Dios y decían: 'Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad'". 
La Navidad siempre proclamará la paz entre los hombres, la buena voluntad entre todas las personas. La reconciliación para los que están en conflicto, el perdón de todas las heridas. 

Cada vez que decimos "Feliz Navidad", anunciamos esos valores que tanta falta nos hacen. Así que, elige bien tus palabras. 

Di con alegría: "Feliz Navidad, Feliz Navidad, feliz Navidad". 


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