EL Rincón de Yanka: MARICOCRACIA

inicio














Mostrando entradas con la etiqueta MARICOCRACIA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta MARICOCRACIA. Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de noviembre de 2024

LA MARICOCRACIA O GAYCRACIA SATÁNICA GLOBALISTA HUMANICIDA 👿👥

 
MARICOCRACIA
O GAYCRACIA
GLOBALISTA HUMANICIDA

Casi todos los gobernantes, dirigentes, referentes culturales, diseñadores forman parte de la MARICOCRACIA GLOBALISTA. Hasta el VATICANO CON SU FALSO PAPA ESTÁ MARICONIZADO: VATICANO GAY. 
Hay que aclarar que todos estos vasallos del mal han vendido su alma al diablo para tener poder. Y por eso han sido elegidos para destruirnos...
El extraño caso del Predicador Pontificio

Católicos LGBT vs Católicos conservadores tras desiganción 
de Víctor Manuel Fernández en el Vaticano

VER+:


1. SEGÚN VIGANÒ, SECRETARIO PERSONAL DE FRANCISCO BERGOGLIO ES HOMOSEXUAL (Elementos tomados de CATHOLIC MONITOR, RELIGIÓN LA VOZ LIBRE, GLORIA NEWS, y otras fuentes).







lunes, 19 de febrero de 2024

EL PADRE MATTHEW DESPARD EN SU LIBRO "EL SACERDOCIO EN CRISIS" ACUSA A LA IGLESIA DE ESCOCIA DE ESTAR DIRIGIDA POR LA MAFIA GAY


Sacerdote autor de un libro contra la ‘mafia gay’ 
denuncia acoso por parte de la jerarquía

El padre Matthew Despard, que escribió el libro "EL SACERDOCIO EN CRISIS" (MAFIA GAY) (Priesthood In Crisis) acusando a la Iglesia católica en Escocia de estar dirigida por una «poderosa mafia gay», dice sufrir acoso por parte la jerarquía eclesiástica, informa la BBC británica.
En 2013, el padre Matthew Despard fue suspendido de sus deberes parroquiales en St John Ogilve en Blantyre, South Lanarkshire, tras escribir el libro "Priesthood in Crisis" (Sacerdocio en Crisis) denunciando que la Iglesia Católica en Escocia estaba en manos de una camarilla de clérigos homosexuales. Y aunque un fallo de un tribunal del Vaticano despejó el camino en 2016 para un posible regreso al ministerio público, no se le permitirá regresar hasta que se disculpe públicamente.
Pero Despard no se arrepiente de haber dicho la verdad, aunque confiesa que los últimos diez años han sido «increíblemente duros». «Le he pedido en privado al obispo Joseph Toal (de Motherwell) una y otra vez que me deje volver a una parroquia, pero me han ignorado», dice. «Es injusto, todavía estoy esperando aquí. No me queda más remedio que hablar públicamente. Siento que la iglesia me ha intimidado y silenciado sistemáticamente».

«El obispo Toal ahora quiere que me disculpe públicamente, pero no veo la razón para pedirlo. No me arrepiento de decir la verdad», añadió. El libro se publicó al mismo tiempo que surgieron acusaciones en torno al cardenal Keith O’Brien, el clérigo católico de mayor rango de Gran Bretaña y jefe de la Iglesia católica escocesa. El cardenal O’Brien, fallecido en 2018 , se vio obligado a dimitir en 2013 en medio de denuncias de conducta sexual inapropiada por parte de tres exsacerdotes y un exsacerdote que se remontan a la década de 1980.
Uno de los acusadores, Brian Devlin, rompió su silencio en 2021 en el libro  "Cardinal Sin": Challenging Power Abuse in the Catholic Church (Desafiando el abuso de poder en la Iglesia Católica) en el que decía que la iglesia estaba acosada por el silencio, los secretos y la «omerta», la palabra italiana para un código de silencio practicado por la mafia:
"Mientras se convocaba el cónclave papal que elegiría al Papa Francisco, un cardenal de la Iglesia Católica quedó expuesto y sufrió una caída monumental en desgracia. Desde entonces, se han enfrentado muchos más clérigos católicos de alto perfil. Uno de los cuatro denunciantes, el ex sacerdote Brian Devlin, relata lo que hizo falta para descubrir la hipocresía sexual del cardenal Keith O'Brien en esta historia interna nunca antes contada. Haciendo el esfuerzo de escribir no desde un lugar de ira y dolor, presenta al Cardenal Sin como una oportunidad para que la Iglesia global aprenda y cambie. Con ideas de largo alcance, el libro ofrece lecciones genuinas para ayudar a evitar futuras historias de terror que involucren a líderes católicos. El autor plantea las preguntas difíciles, analiza las duras respuestas de la jerarquía católica y proporciona formas en que la Iglesia puede sanar y recuperar la confianza de sus fieles. Cardinal Sin: Desafiando el abuso de poder en la Iglesia católica es un trabajo fundamental para comprender cómo reacciona y debe reaccionar la Iglesia católica cuando sus figuras más importantes son cuestionadas".
El padre Despard dijo: «Me siento justificado por algunas de las cosas que han salido a la luz sobre las prácticas históricas dentro de la Iglesia católica en Escocia. En mi caso, temo que la Iglesia católica esté esperando que muera para poner fin al estancamiento. Es cruel y una señal del acoso que han estado haciendo durante años. He hecho todo lo posible para enmendarlo, pero no pediré perdón».

EL SACERDOCIO EN CRISIS (MA... by Yanka

EL SACERDOCIO EN CRISIS (MAFIA GAY) 
(Priesthood In Crisis) Matthew Despard
(Traducido por Google)

viernes, 9 de febrero de 2024

EL HOMBRE BLANDENGUE Y DELICAGADO... 👬


El hombre blandengue


Qué razón tenía José Luis Cantero, popularmente conocido como El Fary, cuando decía que las mujeres detestan al hombre blandengue. Diagnóstico imperfecto, sin embargo, pues erraba al señalar las características del blandengue: “Ese hombre cargando con la bolsa de la compra, con el carrito del niño…”. Eso decía y se equivocaba. No conviene confundir al hombre-burro de carga —categoría a la que gustosamente pertenezco— con el buey-niñera, paradigma del gremio estabulado en los corrales de la nueva masculinidad. Lo sentenció, muy bien sentenciado, la gran Anne Ridou en su maravillosa interpretación de Helen Huppert en Días sin cielo, cuando reprocha a su hija recién divorciada: “Os pasáis la vida quejándoos de que es imposible encontrar al hombre ideal, pero, querida, ¿cómo vais a dar con el hombre ideal si, para empezar, lo habéis castrado?”.

Tal cual, para la charocracia hegemónica, el ideario woke y los feligreses y feligresas de la Bondad Universal, el hombre ideal es amiga, criada y nurse, solamente dotado de atributos sexuales cuando lo demande la interesada y según y cómo, a su estilo por así decirlo. No exagero. No es que mi experiencia en asuntos sentimentales y de pareja sea extraordinaria —sólo me he casado tres veces—, pero la vida y sus giros me han dado oportunidad de conocer a alguna que otra empeñada en que fuese su amiga del alma, cosa imposible tal como demuestra Elena Burke en su inmortal bolero: “Si fuera tu amiga no te amara tanto”; o no te deseara tanto, que para el caso viene a ser lo mismo porque este artículo no trata de amor sino de sexo, del sexo masculino y del sexo femenino y de ninguno más. Soy así de antiguo.

Hay sin embargo una categoría impostora de hombres blandengues que en el fondo no son blandengues sino condescendientes, los que con tal de arrimarse mantienen el discurso y siguen la corriente a toda costa, tipos aviesos que viven en perpetuo estado de simulación, en apariencia encantadores, comprensivos, solidarios hasta donde haga falta, hasta el llanto si fuera preciso —unas lágrimas masculinas a tiempo ablandan mucho el roqueño corazón feminista—; por supuesto, se embarcarán en todas las causas sensibles que vayan surgiendo en su triste caminar por el mundo pasteloso en que habitan, los veremos en tercera fila en las manifestaciones del SíxSí contra los jueces machistas que no han querido entender la ley Montera, tras las compactas hileras de sobacos morados, clamando contra Dani Alves y excusando en sus redes sociales las violaciones grupales llevadas a cabo por inmigrantes porque la culpa de esas desgracias la tenemos nosotros, que no hemos sido capaces de integrar a aquellos buenos salvajes desencaminados. Los veremos defender con histeria la discriminación “positiva” (¿?) en favor de las mujeres, la desigualdad ante la ley en materia tan delicada como la presunción de inocencia, también de veracidad en cualquier denuncia o testimonio, y por supuesto los veremos llevando a los niños de la mano al orgullo gay, repitiendo con fervor la tontuna aquella de que el orgullo gay no afecta sólo a los homosexuales sino a todos los “colectivos”; o sea: orgullo a secas y ahí me las den todas. En el colmo de su insidia, son capaces de emocionarse con las canciones de Rozalén. En fin, no sigo: se trata de individuos que arteramente han apostado por fingir una empatía imposible hacia un sistema de valores descabellado, sin fondo ni coherencia, todo con el propósito estratégico de yacer de vez en cuando con la hembra de sus fervores. En el pecado llevan la penitencia.

En el pecado llevan la penitencia porque, como ya advertía el insigne Fary, la mujer, aparte de despreciar al hombre blandengue, se burla de él; y la burla suele ser muy dolorosa, ejecutada con esa crueldad lacerante que sólo ellas son capaces de abanicar sin despeinarse. Hace años conocí un caso estremecedor, un poeta adscrito a la cofradía blandengue con una novia que lo adoraba, lo quería como sólo en la vida se quiere una vez, atendía a su palabra con la devoción de una santa en arrebato místico, y cada vez que le apetecía sexo iba en busca de los repartidores de butano del barrio, quienes le daban mejores prestaciones. Quizás piensen ustedes, sufridos lectores, que este caso tan extremo acabaría en aparatosa ruptura, pero no: al día de hoy, viejos y cansados de la vida él y ella, continúan caminando tomados de la mano, persiste él en sus peroraciones literarias y ella en la piadosa atención al verbo blandengue, como quien comulga; a ella se le van los ojos hacia los butaneros, como siempre, y a él, sospecho, se le empiezan a ir tras el halo juvenil y vitalista de los muchachos que salen del instituto. La vida y eso mismo: la vida, que es implacable.

Resumiendo, el hombre blandengue no es el que asume su responsabilidad en el navego de una pareja, un hogar y un domicilio, esas tareas de fregado de platos y cambio de pañales que corresponden por igual a todos los que viven bajo el mismo techo y figuran como progenitores en el libro de familia; no es eso. El hombre blandengue es aquel que ha renunciado a su dignidad personal —masculina sin duda— a cambio del incierto beneficio de sentirse amado por una mujer que en el fondo —y a veces en las formas— lo desprecia.

Lo malo de este negocio no es que haya hombres tan deplorables. Lo malo de verdad es que haya mujeres —muchas— convencidas de que ese tipo de persona es el ideal masculino, el hombre perfecto para una vida perfecta: el gran eunuco civilizado contemporáneo.

Pues con su pan se lo coman.

El Fary "siempre he detestado al hombre blandengue"


VER+:




lunes, 29 de enero de 2024

LAS IMÁGENES DE UN JESÚS AFEMINADO DE ANTES COMO LA DEL CARTEL DE SEMANA SANTA DE SEVILLA 2024 SON PURA MARICONIZACIÓN Y DESVIRTUACIÓN.... COLORETES Y LABIOS PINTADOS.



LAS IMÁGENES DE UN JESÚS AFEMINADO 
DE ANTES COMO LA DEL CARTEL 
DE SEMANA SANTA DE SEVILLA 2024 
SON PURA MARICONIZACIÓN Y DESVIRTUACIÓN.... COLORETES Y LABIOS PINTADOS.

• Se presentó el cartel para la Semana Santa de Sevilla 2024, a cargo de SALUSTIANO GARCÍA.
• Se realizó en la sede de un banco, contó con Francisco Vélez, abogado y Presidente de las Hermandades y Cofradías de Sevilla –las que formalizaron el encargo–; y fue presidido por el alcalde sevillano del PP…
• Salustiano realizó un encomiable intento de blanqueamiento de su cartel, cuyos tintes subversivos son reconocibles hasta por el más tonto del lugar desde el primer vistazo.
• Lástima que el resto de su obra pictórica los confirme: niños en posiciones y actitudes MUY dudosas, acertadísimos para la mansión Epstein.
• Dudoso, precisamente, NO es el libro que lee el niño del último de los cuadros: ‘Las Once Mil Vergas’, de Guillaume Apollinaire –autor también del poema ‘La Sinagoga’–:
Sadismo, masoquismo, urolagnia, coprofilia, vampirismo, PEDOFILIA, gerontofilia, masturbación, sexo grupal, lesbianismo, homosexualidad…

¿Quién da más?



Este es el cartel que anuncia la Semana Santa en Sevilla. El autor afirma: “quise centrarme en su parte más luminosa, la Resurrección.” 
¿A ti te parece que esta imagen evoca a nuestro Señor Jesucristo resucitado? ¿Te parece un cartel representativo de la Semana Santa o sencillamente… del artista que lo pintó?
No valoramos la calidad de la obra, abiertamente queremos denunciar que este cartel NO REPRESENTA el sentir ni la Tradición de los católicos, Iglesia de Cristo, y, por tanto, debe ser retirado.

Lleva tu indignación al Ayuntamiento de Sevilla y al Consejo de Hermandades firmando esta petición para que quiten este cartel cuanto antes.
La Semana Santa debe reflejar lo que le costó al Señor nuestra salvación. El dolor y el sacrificio. La humillación pública que padeció a cada paso hacia el calvario. Desde el primer insulto, bofetón, escupitajo, pasando por golpes, patadas, pedradas y desmedidos empujones hasta la flagelación y la corona de espinas. El martirio dolorosísimo que culminó en la Santa Cruz.

El esfuerzo demoledor que, por amor a todos nosotros tuvo que hacer Jesucristo – para restablecer nuestra comunión con el Padre – entregando su vida por el perdón de nuestros pecados y la salvación del ser humano, no se refleja en el cartel que anuncia la Semana Santa en Sevilla.
Por mucho que algunos se empeñen en hacernos olvidar la cruz para desviarnos del camino, nuestro corazón siempre estará en la luz y el amor de Cristo que nos ha enseñado con el ejemplo que NO HAY RESURRECCIÓN SIN CRUZ.
Juntos podemos conseguir que retiren este indigno cartel. No aceptes que tu sensibilidad católica, sea de nuevo herida y silenciada. El amor por nuestro Señor y su defensa, debe ser lo primero.

VER+:

El papa Bergoglio quiere convertir a la Iglesia católica en un producto humano moderno sometido a una religiosidad puramente sentimental de donde se ha extirpado la teología.
El fuerte rechazo que está generando este cartel se asienta en razones objetivas, no meramente subjetivas, como si dijéramos que las personas que expresan su malestar lo hacen por ser unos reaccionarios retardatarios, pobres analfabetos cargados de prejuicios oscurantistas y podridos de homofobia y de malos sentimientos. No, ni el reduccionismo psicologista (el problema está en quien mira la obra) ni el reduccionismo sociologista (menuda panda de retrógrados) explican por sí solos la fuerte contestación que, desde distintos sectores sociales, ha recibido esta pintura. De hecho, la reacción impugnadora ha surgido indistintamente tanto en personas creyentes como en no creyentes, hombres y mujeres, niños o adultos, partidarias de una ideología política o de otra. Yo escribo, de hecho, desde un ateísmo esencial total, pero resulta que conozco un poco la doctrina católica y también controlo algo la historia del arte, pues mi profesión durante más de veinticinco años fue la de pintora.

Ahora bien, el Magisterio católico determina que la imagen verdadera de Cristo debe ser capaz de representar tanto su naturaleza divina como su naturaleza humana. Dicha característica queda dogmáticamente establecida en el Concilio de Calcedonia de 451: Cristo es "Perfectus Deus, perfectus homo". Cristo es Dios, segunda Persona de la Trinidad Beatísima y hombre perfecto (sin pecado original). Y el principio interpretativo de todo el catolicismo —también en las relaciones que secularmente establece entre el poder político y la Iglesia— es "Unión sin confusión, distinción sin separación": unión hipostática de las dos naturalezas (humana y divina) en la única persona del Hijo/Verbo eterno de Dios en Jesucristo. De manera que la resurrección de Cristo es la glorificación del cuerpo de Cristo o, como dice Santo Tomás, es la divinización del cuerpo de Cristo que conserva las heridas de la Pasión, pero que no está sometido a las limitaciones de la naturaleza humana. Así las cosas, no es que la imagen de Cristo resucitado esté fuertemente normativizada, es que, posiblemente, no encontremos otro caso parecido en la historia, pues la representación de María o de los santos no genera el problema de la divinidad.

¿O qué rayos pasa? ¿Es que todos los colectivos pueden quejarse menos los católicos? Porque ahora resulta que tenemos que tragar con la tendencia sentimentaloide, irracional, dogmática y rigorista del wokismo, que pone el acento en el ensalzamiento del victimismo, en la búsqueda constante de chivos expiatorios y en la exigencia a la sociedad y al Estado de reparaciones jurídicas y económicas por los agravios históricamente cometidos contra el colectivo al que se pertenece ¿y los católicos no pueden decir que esta pintura no representa ni la majestad ni la solemnidad que son consustanciales a Cristo resucitado? ¿De verdad alguien ve en esa pintura el cuerpo glorioso de Cristo? Porque a lo mejor lo que pasa es que, con tanto deísmo y tanta pachamama, ya no entendemos el trascendental significado que encierra esta verdad teologal.





lunes, 8 de mayo de 2023

LIBRO "NADIE NACE EN UN CUERPO EQUIVOCADO": ÉXITO Y MISERIA DE LA IDENTIDAD DE GENERO 🙋🙎

NADIE NACE 
EN UN CUERPO 
EQUIVOCADO

Éxito y miseria 
de la identidad de género

Un fantasma recorre los países más desarrollados: el generismo queer. Tras las grandes conquistas sociales de las últimas décadas relativas al respeto y los derechos de las personas que no encajan en los roles sexuales tradicionales, ha aparecido un nuevo transactivismo: uno que está destruyendo los logros alcanzados, que recae en concepciones retrógradas y genera problemas donde no los había. No está basado en conocimientos de la medicina, la psiquiatría o la psicología. Tampoco existe ninguna filosofía sólida que permita afirmar que se puede nacer en un cuerpo equivocado.
Por el contrario, este nuevo activismo se basa en una filosofía posmoderna ya superada, en una idea particular de justicia social y en una agenda política que no se corresponde con los problemas reales de los individuos. Lo que se presenta como una revolución que por fin da voz a una realidad invisible hasta hoy puede estar encubriendo la legitimación educativa, jurídica y social de los estereotipos sexuales más conservadores.
Nadie nace en un cuerpo equivocado es un brillante libro divulgativo que aborda este tema desde sus mil vertientes: la psicológica, la filosófica y la sociológica; y que atiende a fenómenos como las redes sociales, la vida en la ciudad moderna, la publicidad, la infantilización de la universidad o los problemas actuales de la infancia y la adolescencia, entre otros.
Un análisis riguroso, lleno de empatía y buen humor, que se apoya en tesis fundamentadas y que invita a pensar y a desafiar el lenguaje triunfante de la teoría queer.

Prólogo

por Amelia Valcárcel

The time is out of joint: O cursed spite!
That ever I was born to set it right.
(El tiempo se descoyunta: 
¡Oh maldito despecho! 
Que alguna vez nací para arreglarlo).
SHAKESPEARE, Hamlet, acto I

Éste es un libro escrito con rigor y con humor. Un libro informado y claro, obra de dos académicos, lo que lo hace especial. En buena parte, consiste en recordar y poner ante nuestros ojos asuntos elementales que parecen andar perdiéndose de vista. El principal es el sexo, en realidad, el dimorfismo sexual. Nos asegura que el sexo existe y que se divide en dos: masculino y femenino. Que su finalidad es la reproducción y la ha venido cumpliendo perfectamente. El sexo fundamenta el éxito reproductivo del que disponen los organismos vivos, ya que permite el intercambio génico y en consecuencia diversifica. Existe desde hace unos seiscientos millones de años. Como pareciera que todo ello comienza a diluirse, los autores insisten en recordarnos que si tomamos un libro de biología de cuarto de la ESO, allí nos lo vamos a encontrar. En sus propias palabras: «Para que Judith Butler pueda existir y decir que los bebés nacen sin sexo, han tenido que estar naciendo crías con sexo durante seiscientos millones de años de reproducción sexual binaria. Ella misma es un ejemplo de lo que niega.

Cada tuitero que se declara “sexualmente no binario” en su perfil de Twitter es el eslabón final de una cadena de decenas de millones de generaciones sexualmente binarias y, en caso de que se reproduzca, continuará esa cadena». Es así porque los sexos son la mejor estrategia reproductiva y vienen perpetuándose precisamente por ello. Pero ¿acaso hay que afirmar que el sexo existe? Pues sí, por extravagante que parezca, ha llegado la hora de tener que defender que la Tierra es redonda y que el sexo existe. Dejando a un lado el sistema solar, que tiene sus detractores, debe señalarse que, desde 1993, el sexo ha entrado en insolvencia ontológica.

A menudo leemos, como si tuviera algún sentido, que «el sexo se asigna». La frase parece apuntar a que determinar el sexo de cualquier ser viviente es un problema abstruso de compleja solución. Un enigma. Pero la verdad es que el sexo no se asigna, se observa. Hacerlo es bastante sencillo en la mayor parte de los animales vertebrados. Su observación meramente genital suele ser suficiente y el margen de error es escasísimo. El sexo se observa, y se obra en consecuencia. 

¿Cuántos sexos hay? La respuesta, cuestionada aunque obvia, es que de momento, y desde los mentados seiscientos millones de años, hay dos: uno que pone un gameto, el masculino, y otro que pone otro gameto y además en muchos casos gesta, el femenino. Y esta verdad no tiene salvedades. El sexo no es un continuo ni las criaturas intersexuales son sexos diferentes, sino variantes que todo hecho biológico presenta, por cierto, estadísticamente inapreciables. Empero, desde hace unos cuantos años, cualquier seguridad sobre este asunto se está licuando. No sólo se escucha que el sexo se asigna, sino que en realidad no existe. ¿Tan victorioso ha sido el feminismo en su afirmación de que el sexo no importa o no debería importar como para que tal novedad se haya vuelto moneda corriente? ¿Estamos descreyendo de él?

Asistimos a un extenso y turbador fenómeno social: en la mayor parte de las sociedades abiertas, dos ideas contrarias —una, que el sexo es un constructo; otra, que es una vivencia interna innegable— vienen extendiéndose. Van juntas, aunque no se soportan mutuamente. Pero no se limitan a temas debatibles, sino que se encarnan en prácticas legislativas, médicas, escolares. Las sociedades abiertas, todas, en mayor o menor medida, han escuchado este doblete queer. Muchas están sucumbiendo o bien intentando salir de una evidente fase delirante. Llamo «delirio queer» a algo fácil y señalable: a mantener que el sexo no tiene existencia real, sino que es un constructo, más específicamente, una construcción performativa. Y, a la vez, una revelación espiritual que, desde el interior de cada quien, no cabe negar.

Durante muchas décadas de trabajo y amistad con Carlos Castilla del Pino, el más eminente de nuestros psiquiatras, siempre logró que me interesara por uno de sus temas favoritos: la personalidad delirante, a la que llegó a dedicar un libro completo. En el delirio asistimos a una progresiva desconexión de la realidad. La personalidad delirante se «desentrena» de ella y deja libre curso a la fantasía y la creación de un lenguaje que pueda apoyarla. En la doctrina queer hay tractos, y sobre todo hay glosolalia en las personas afectadas, que responden perfectamente a la descripción del delirio. Sin embargo, lo que venimos observando estos últimos tiempos tendría más bien la impronta del delirio colectivo. Del hecho de que existan personalidades delirantes no cabe dar el paso mecánico a la existencia de delirios colectivos, no sería epistémicamente honesto, pero cabe ver las condiciones de posibilidad. El delirio colectivo es un síndrome que afecta a colectivos sociales y que se caracteriza por integrar una creencia como si fuera un hecho objetivo. La gente ha creído en brujas y, de paso, las ha quemado. A veces, por el contrario, la creencia delirante puede partir de algo real y estar distorsionada en cómo afecta ese hecho y las consecuencias que se derivan de él. El delirio individual puede tener un desencadenante cierto en alguna condición colectiva que le dé alas. Podemos no conocer a la perfección la naturaleza de un delirio colectivo pero saber cuándo existen sus condiciones de posibilidad. Y aquí quiero apuntar un rasgo de los tiempos que nuestros dos autores señalan: el narcisismo.

Errasti y Pérez afirman más de una vez a lo largo del libro que el narcisismo, aliado muchas veces de la cursilería, es el signo rotundo de los tiempos. Es más, aseguran que se ha convertido en una auténtica epidemia. A decir verdad, añaden una concausa: el sexo, esta vez como actividad sexual, ha perdido el quicio en nuestras sociedades, lo que no ha ocurrido con otros elementos como, por ejemplo, la edad. El sexo humano no es funcional, socialmente hablando; no tiene ya gozne firme y se ha convertido en casi completamente autónomo. En las sociedades abiertas, la actividad sexual no está tabuizada y casi podríamos decir que forma parte del entretenimiento. Por su parte, el narcisismo es autorreferente. Quien lo padece se contempla como la suma de todas las perfecciones sin mezcla de defecto alguno y también sin deberes contraídos o deudas que solventar. Nada a nadie debe, y los demás, al contrario, a veces le escatiman vilmente su debida admiración. La personalidad narcisista no ve fuera de sí ni da las gracias. Este tiempo que vivimos nos trata como a clientes, por lo tanto, cultiva nuestro narcisismo adrede, fundamenta en él sus ganancias.

«El cliente siempre tiene razón», y además, como a menudo no tiene dónde ponerla, hay que darle y venderle voluntad de virtud, mostrarle actitudes y creencias, no importa si son algo extravagantes, para que las compre, se distinga y se infle de gusto en su originalidad. «Tú lo vales», aunque no se sepa qué o cuánto. Una sociedad de consumidores, que lo es, sucumbe al eco narcisista fácilmente. Nos lo venden y lo compramos. ¿Qué sucedería si precisamente algunas personalidades delirantes nos fueran ofrecidas como ejemplo, ya se hiciera con buena voluntad o con acusada malicia? Digamos que contaríamos con apoyos interesados, y otro tipo de personalidades, especialmente manipuladoras, que, no creyendo lo que predican, sacarían de ello su provecho. Tal actividad, que posee innúmeros precedentes religiosos, no es descartable.

Lo que los autores de este ensayo llaman «epidemia de narcisismo» tiene también las características de un delirio colectivo buscado. Y, siguiendo de nuevo a Castilla del Pino, aun siendo todo delirio un error, casi siempre contiene algo inevitable: es «un error necesario». Para abrir un diálogo importante e inteligente con ellos planteo una disyuntiva: ¿el motivo es la cultura narcisista o el terror creado por la inseguridad de las normas de género?

El sexo son las actividades sexuales, cierto, y biológicamente son dos. Pero en nuestra especie, que es locuaz, el sexo se dobla de género: un conjunto a menudo coherente aunque cambiante de normas que dictan qué corresponde a cada uno de los sexos ser y hacer. Esa normativa está fragilizada en la civilización feminista. Más que fragilizada, casi hecha añicos. En consecuencia, tenemos un estado de «anomia de género». Éste creo yo que es el motivo principal del delirio que nos sobrevuela. Según andamos en lo que va de milenio nadie o casi nadie es ya binario normativo aunque absolutamente todos tengamos sexo, que lo es de todas. El delirio se alimenta de la falta de seguridad en las normas de género, no en que no sepamos que el sexo es binario. Porque en el fondo de todo delirio hay un terror, un terror que precisamente el delirio permite salvar. Lo malo es que el remedio es peor que la enfermedad.

El porqué del delirio queer es la civilización feminista y sus características igualitarias. Todo el queerismo es un desentendimiento del fenómeno de la innovación normativa, combinado con un salto lateral de sentido. «El género ya no es claro..., entonces el sexo no existe.» Pero temo que no baste con afirmar, lo que es bien cierto, que Butler no ha entendido el concepto de performatividad de Austin. Porque el hecho de que tales discursos adquieran celebridad no es la causa, sino un síntoma más de lo que ocurre. No es el sexo, sino las normas que le aseguraban su puesto, lo que se ha desquiciado por muy diversas causas.

Se está produciendo un proceso de infantilización del saber del que los autores de este libro nos avisan con toda razón. Flota en nuestro ambiente una interesada candidez por medio de la cual nos intentamos separar de algunas cosas que ocurren. Todo es porque sí, como si a través de la investigación de sus causas no se entendiera cualquier fenómeno, sino que para todo se nos exigiera una comprensión emocional y ninguna otra. Se pide demasiado a la inteligencia emocional para poder aparcar la inteligencia en sí, pues de vez en cuando resulta molesta. La doctrina queer es la orden de abdicar de cualquier atisbo de solvencia intelectual para no molestar. La candidez interesada vive del imperativo «déjalo, a ti qué te importa». Pero es que a la inmensa mayoría nos importa, y mucho, todo lo que está sucediendo, intelectual y políticamente. Queremos conocerlo, saberlo, investigarlo, analizarlo. Este ensayo es de un valor indiscutible para ello. No sé qué debemos agradecerles más, si la honestidad intelectual o la valentía de mantener firmes las verdades que ahora resultan molestas. Evitemos confundir los deseos con derechos y los temores con razonamientos. Se necesita mucha luz sobre este asunto y en este libro la hay excelente.

AMELIA VALCÁRCEL,
catedrática de Filosofía Moral y Política 
y Consejera Electiva de Estado

Introducción

Un fantasma recorre los países más desarrollados: el generismo queer. Después de las grandes aportaciones del activismo en favor de la visibilidad, el respeto y los derechos de las personas que no se identifican con el género asignado de nacimiento ni con el género binario varón/mujer, un nuevo activismo parece estar destruyendo logros alcanzados, recayendo en concepciones retrógradas y generando problemas donde no los había. Un ejemplo de destrucción es el borrado de la mujer como sujeto político que el feminismo había logrado. Un ejemplo de retroceso es el fortalecimiento paradójico de las repercusiones biomédicas de la disforia de género, con la excusa de su despatologización. Un ejemplo de nuevos problemas es el importantísimo crecimiento de la disforia de género en la infancia y la adolescencia.

Ninguno de estos cambios está fundado en conocimientos de la medicina, la neurociencia, la psiquiatría o la psicología. Tampoco existe ninguna filosofía sólida que permita afirmar que se puede nacer en un cuerpo equivocado. Por el contrario, parecen estar fundados en una filosofía que ya debería estar superada, como es el constructivismo posmoderno, y en un activismo con una particular idea de justicia social y una agenda política más allá de los problemas reales de las personas. La mezcla de esta filosofía con este peculiar activismo da lugar a la teoría queer, toda una ideología que ha trascendido de los tradicionales estudios de género y campus universitarios al mundo real del lenguaje ordinario, las instituciones educativas y sanitarias, y la política legislativa y gubernamental. Si alguien pensaba que la filosofía no tiene aplicaciones prácticas, aquí tiene el posmodernismo aplicado, ahora convertido en narrativa dominante y portador de verdades indiscutibles, cuya puesta en duda implica ser acusado de transfobia. Curiosamente, el posmodernismo había declarado la defunción de los grandes relatos y de la verdad. En su lugar, decía, habría discursos y juegos de la verdad. Y ahora se presenta como la nueva ortodoxia.

¿Cómo es posible que semejante discurso —antirracionalista, relativista, subjetivista, nominalista— haya tenido tanto éxito en una sociedad que por lo demás admira la ciencia, sin que ni siquiera cuente con el apoyo de ser la filosofía más representativa de nuestro tiempo? Se comprenderá que no es fácil responder a esta pregunta, pero plantearla es un gran paso. Para responderla, se han de considerar al menos dos tipos de razones: una inesperada convergencia entre la izquierda y la derecha, y la aparición de nuevas formas de censura en tiempos democráticos.

La inesperada convergencia entre la derecha y la izquierda se refiere a la deriva de la izquierda hacia las políticas de las identidades subjetivas y sentidas, en detrimento de las realidades y contradicciones objetivas de la sociedad capitalista, y al aprovechamiento que el capitalismo neoliberal, que es el mayor productor de subjetividades, realiza capitalizando dichas políticas de izquierdas. Ahí está la bien pensante izquierda, con su particular justicia social, haciendo buena parte del «trabajo sucio» del denostado capitalismo neoliberal, tomando las identidades y los cuerpos de los niños y adolescentes como campo de batalla y mercado.

Por su parte, las nuevas formas de censura democrática incluyen el lenguaje políticamente correcto, la infantilización de la universidad como «espacio seguro», donde nada choque con las opiniones de los estudiantes, y la «fobia», el «odio», la «ofensa», la «violencia epistémica» y la «violencia de las palabras» como armas arrojadizas y acusaciones morales, incluso legales. ¿Qué podría pensar alguien que haya sufrido propiamente violencia —violación, maltrato, tortura, vejación— cuando se la coloca al mismo nivel de la llamada «violencia epistémica» y «de las palabras»? La teoría y el activismo queer han logrado crear un «terror» hacia la ya temible acusación de «transfobia», «odio» y «violencia epistémica» contra quienes digan algo que no sea la aceptación de la identidad sentida como evidencia de una condición natural exenta de influencias sociales y el enfoque afirmativo de la transición de género como la única alternativa aceptable. Cualquier crítica a la teoría queer se considera un ataque a los derechos humanos que desautoriza al crítico para poder opinar. La teoría queer puede ser debatida, pero curiosamente sólo entre quienes la defienden, a pesar de que obviamente las críticas a dicha teoría no van en absoluto en contra de ningún derecho de las personas trans.

Dado este contexto hostil y punitivo, se puede entender que lo políticamente correcto prime sobre lo correcto científicamente en las declaraciones de las sociedades científicas y profesionales, así como en las instituciones académicas y políticas, amén de las corporaciones, en lo tocante a la identidad transgénero. Se entiende también la autocensura de profesores y científicos por miedo a la acusación de transfobia a la hora de hablar del tema transgénero. No sería la primera vez que la acusación de transfobia y la expresión de un sentimiento de ofensa zanjaran un debate o paralizaran una discusión científica y académica para perplejidad de muchos. Al final, este activismo queer termina por generar miedo e hipocresía, y por dividir al propio colectivo de personas transgénero, que, por cierto, está lejos de ser unánime a este respecto.

Para abordar esta problemática, supuesto que es mejor hacerlo que no hacerlo, se hace necesario movilizar una serie de delicados temas, algunos casi anatema, entre ellos el dimorfismo sexual y la discusión sobre si hay más de dos sexos a resultas de la diversidad de género, el narcisismo como característica constitutiva del individuo actual, la abigarrada filosofía posmoderna, la posibilidad de «nacer en un cuerpo equivocado», el «enfoque afirmativo» como única alternativa aceptable, el movimiento queer como lobby capaz de influir en las políticas nacionales y el encantamiento de la sociedad con todo ello. El éxito del movimiento de la identidad de género no ha de ocultar su miseria, el lado que tiene que ver con personas descontentas y perjudicadas con daños irreversibles. La buena noticia es que hay alternativas. Nuestro argumento cuenta con la palabra y el análisis de las personas trans en las que nos hemos basado.

No estamos ante un problema sencillo ni unidimensional. El generismo queer aparece desde muchos frentes diferentes, y todos ellos serán abordados en este libro, cada uno al nivel que le corresponda. Estamos hablando de un movimiento que tiene presencia en la filosofía y en los platós de televisión, en la legislación internacional y en las redes sociales. Sobre él hablan actores de Hollywood y doctores en medicina. Así que, paralelamente, habrá capítulos de discusión filosófica académica y otros que parezcan más un hilo de Twitter. Habrá momentos de ironía y otros de gravedad, se explicarán conceptos psicológicos relevantes, y no olvidaremos que esta cuestión tiene a la vez aspectos macrosociales, personales e ideológicos. Trataremos de ponernos a la altura de las distintas caras del problema argumentando a su nivel.

Al mismo tiempo, tampoco es un problema que permita ser abordado desde un único punto de vista. La crítica a la visión queer de la identidad de género se ha ejercido mayoritariamente desde el feminismo, lo que es perfectamente comprensible dado el notable ataque a los derechos de las mujeres que supone su implantación política. Pero además de los perjuicios para las mujeres y la infancia, esta ideología resulta ser psicológica y filosóficamente muy cuestionable, por lo que también cabe plantear una crítica desde estas disciplinas académicas que se una a la crítica ejercida desde el feminismo. Comienzan a oírse voces que acertadamente critican que la universidad se ponga de perfil y se inhiba ante el grave problema social que las políticas queer implican, mientras únicamente las feministas dan la cara en público, en no pocas ocasiones con un alto coste personal. Este libro no está escrito desde el feminismo, pero es perfectamente complementario de sus planteamientos y pretende acabar con el silencio de la academia ante estas cuestiones.

Sabemos que, junto a la polémica ideológica, nos enfrentamos a la pereza intelectual y a un buenrollismo basado más en emociones inmediatas que en actitudes éticas fundamentadas. Nadie puede negar que, por el momento, el generismo queer está ganando la batalla del lenguaje mediante un bombardeo mediático ante el que es difícil resistirse. La ideología queer es un producto más a la venta, cuyos compradores tienen un perfil de edad muy específico, y que se publicita con las mismas herramientas que los móviles o la ropa, aunque el seguidor es diferente: sofisticado y firme defensor de grandes causas —tolerancia, inclusión, derechos—. Está a favor de la tolerancia, pero ¿de qué?; de la inclusión, pero ¿de qué?, y de los derechos, pero ¿de cuáles? La generación menos amenazante para el poder político y económico de la historia reciente es la que considera que ha alcanzado la mayor altura moral nunca vista en la civilización occidental. De la teoría queer se sale, pero el camino es cuesta arriba y a contracorriente. Se necesita pensar.

En el capítulo 1 («De dónde vienen los niños») planteamos directamente la cuestión de si en verdad hay más de dos sexos, cuántos, si el género redefine el sexo y si éste al final no es más que un constructo social. 
El capítulo 2 («Diferente como tú, especial como tú, único como tú») analiza los mitos urbanos y neoliberales de la identidad y del sentimiento como supuestas fuentes de la autenticidad y la verdad que emanan de uno mismo. El capítulo 3 («Los mil frentes de la invasión queer») repasa los importantísimos ámbitos en donde la (i)lógica queer se ha ido imponiendo: política y leyes, educación, empresas y corporaciones, televisión, así como la importante financiación internacional de este movimiento. 
El capítulo 4 («Dándole la vuelta al espejismo queer») resitúa la imagen invertida que se suele tener de los sentimientos y la identidad, entendiéndolos ahora más como algo que va desde la sociedad hacia el individuo, que como algo que brota espontáneamente del interior de la persona hacia la sociedad.

El capítulo 5 («La teoría queer a examen: Judith Butler y Paul B. Preciado») revisa la filosofía de las dos figuras probablemente más prominentes de la teoría queer. 
El capítulo 6 («Cómo hemos llegado hasta aquí y cómo podemos salir») «pone en su sitio» a esta filosofía, en vez de tomarla como la última palabra, mostrando que la filosofía actual va por otro lado. 
El capítulo 7 («Infancias trans: ¿nacido en un cuerpo equivocado?») estudia el fenómeno de la creciente disforia de género en la infancia y la adolescencia, se pregunta si los niños están atrapados en un cuerpo equivocado o en realidad están atrapados en discursos equivocados que les complican la vida. 
El capítulo 8 («Desmontaje del enfoque afirmativo: abrir alternativas») desmonta el enfoque afirmativo de «talla única» como la única alternativa aceptable, sin descartarla cuando sea el caso, en favor de enfoques centrados en los problemas reales de cada uno, sin convertirlos en patologías. 
El capítulo 9 («Neolengua, neogéneros, neoargumentos») analiza esta potentísima sinergia que se ha establecido entre un nuevo lenguaje y el nuevo medio que suponen las redes sociales, sin las que nada de lo que está pasando puede entenderse. 
Por último, el capítulo 10 («Transfobofobia e inqueersición») denuncia los miedos y censuras que a veces las buenas intenciones terminan creando, y los intentos de dispensar a la teoría queer del examen que suponen los debates regidos por la libertad de expresión, a los que toda teoría académica o política debe someterse.

¿Por qué nos hemos metido en esto?

¿Por qué os habéis metido en esto?, nos preguntan, y nos preguntamos también nosotros, teniendo en cuenta que ya estamos satisfactoria y sobradamente ocupados como profesores de psicología en la Universidad de Oviedo. 
Primero, como universitarios, asistimos a una preocupante tendencia, ya observada en muchas universidades del mundo, que se viene identificando como «infantilización de la universidad». La universidad como «espacio seguro», donde el estudiante no se encuentre con opiniones que choquen con la suya y los sentimientos como argumento serían aspectos de esta tendencia. Ambos coartan el análisis, estudio y exposición de temas «sensibles» como los concernientes a las «identidades sentidas». Los profesores se autocensuran dejando de hablar de ciertos temas o, lo que sería peor, contribuyen a ellos con los mantras de turno. De esta manera, la universidad deja de ser el lugar donde se desafían las opiniones y los estudiantes aprenden a mirar más allá del ombligo. De hecho, la universidad debería ser un lugar inseguro para todas las opiniones, empezando por las de los estudiantes y terminando por las de los propios docentes e investigadores.

Como profesores de asignaturas como Psicología de la Personalidad y Tratamientos Psicológicos, nos conciernen temas y problemas que tienen que ver con la identidad sentida. En nuestras clases hablamos sobre si la identidad sentida se funda a sí misma o se aprende socialmente, y sobre si las ayudas psicológicas pueden ser de «talla única» o requieren el estudio pormenorizado de cada caso. Nos preocupan el esencialismo de las identidades sentidas y la patologización del sufrimiento. Como psicólogos, profesamos una concepción de la psicología centrada en la persona y sus circunstancias: cómo la subjetividad, incluyendo la experiencia del propio cuerpo y el comportamiento tanto funcional como disfuncional, se constituyen y tienen su sentido en el contexto social, histórico y cultural en el que los individuos están situados. Concebimos la psicología como una ciencia crítica de la sociedad y vigilante de sus propios conocimientos.

Como trabajadores de la universidad pública española que asistimos a un fenómeno social de graves implicaciones prácticas relacionado con nuestras materias académicas, entendemos que debemos presentar públicamente, fuera de las aulas, las reflexiones que llevamos décadas exponiendo a nuestros estudiantes.

CONVERSACIONES DEUSTO con José Errasti y Marino Pérez acerca de "Nadie nace en un cuerpo equivocado"


sábado, 4 de junio de 2022

POR UN IDIOMA SIN "IDIOMO"

POR UN IDIOMA SIN "IDIOMO"

Se ha extendido una manía
entre parlantes ladinos
de acuñarle el femenino
a quien nunca lo tendría,
si no tiene "dío" el día,
y el trigo no tiene "triga",
ni existen las "gobernantas",
tampoco las "estudiantas",
ni "hormigo" entre las hormigas.

Aunque lo intenten comprar
con millones y "millonas"
un trono no tiene "trona"
ni "jaguara" has de llamar
a la hembra del jaguar,
y aunque el loro tenga Lora,
y tenga una flor la flora,
mi lógica no se aplaca:
no tienen "vacos" las vacas
ni los toros tienen "toras".

Aunque las libras existan
con los libros no emparejan,
y tampoco se cotejan
suelos, que de suelas distan,
por mucho o "mucha" que insistan
mi mano no tiene "mana",
no tiene "rano" la rana
y foco no va con foca,
ni utilizando por boca
al masculino de Ana!.

Roberto Santamaría-Betancourt
Grupo de la Ortografía Española

lunes, 13 de julio de 2020

AFEMINADOS Y CALZONAZOS (DELICAGADOS) POR MARTÍN LÓPEZ CORREDOIRA 😍😚



AFEMINADOS Y CALZONAZOS
(DELICAGADOS)

Se reivindica que la mujer pueda expresar su feminidad del modo que desee, utilizando las vestimentas y los medios de seducción que se le antoje, como un derecho inalienable de la mujer libre. Sin embargo, se invita a castrar toda expresión de masculinidad...
Los "hombres feministas" no son más que hombres destruidos en su cabalidad. Son neutros, ni fu ni fa. Un desierto de personalidad. Incapaces de aceptar la naturaleza, no son más que castrados mentales por la ideología más en boga que existe el día de hoy, perniciosa ideología que ofrece la panacea de la igualdad que se cree por encima de la naturaleza del universo determinado por la complementariedad entre hombre y mujer.
Deconstrucción es apenas un sutil eufemismo de destrucción, demolición, devastación, desolación, ruina, estrago, aniquilamiento, demolición, destrozo y exterminio de una civilización, los hombres feministas son "modernos racionalistas" que no sólo desechan la tradición en su totalidad, sino que abrazan el nihilismo con su fatal arrogancia, ovejas al servicio de la tiranía socialista de turno.
La "masculinidad tóxica" de la que tanto habla el status quo no es más que la masculinidad deconstruida (hombres débiles), "Y si piensas que los hombres duros son peligrosos, espera a ver lo que son capaces de hacer los hombres débiles" no en vano estos especímenes tienden a ser los más 'violines"...

El término afeminado ya no se escucha mucho, o bien en un sentido restringido. La neolengua del último diccionario de la RAE ha eliminado incluso alguna de sus acepciones. Así, usualmente (ver diccionario RAE histórico 1960-1995) significaba 1) “Propio de la mujer, característico de ella; femenino; Que parece de mujer”; 2) “Dícese del hombre homosexual; Dícese del que en su persona, modo de hablar, acciones o adornos se parece a las mujeres”; 3) “Inclinado a los placeres; lujurioso, disoluto”; 4) “Débil, delicado, blando”; 5) “Sin brío; pusilánime, cobarde”. Sin embargo, en la última versión del diccionario de la RAE han permanecido las tres primeras acepciones y se han eliminado las dos últimas. Ya los afeminados no son débiles ni delicados ni blandos ni sin brío ni pusilánimes ni cobardes, nova RAE dixit.

Parece sugerirse con este cambio lingüístico que, en contra de lo que se ha venido pensando durante todo el resto de la historia de la humanidad en cualquier cultura, ya no es propio de la masculinidad el arrojo, la temeridad, la fortaleza, la dureza, la valentía en el enfrentamiento con la realidad exterior al núcleo familiar. La feminidad tiene también muchas otras virtudes encomiables, pero no han sido estas por lo general, al menos en sentido estadístico. Por mucho que insista la propaganda ideológica de ridículas fantasías épicas cinematográficas, en realidad, la frecuencia de hombres ha sido y sigue siendo muchísimo mayor a la de mujeres en actividades que supongan arriesgar la vida por otros seres humanos que no sean su familia.

Los hombres han nacido con el pecado original de la lascivia y la lujuria en mayor grado que las mujeres. Hubo épocas en las que esto se vio con cierto honor, tal cual gallo enseñoreado en un gallinero, y se destacó la virilidad del hombre activo sexualmente. Otrora, salvo casos de afeminados o atados corto por sus consortes, ¿qué rey u hombre de alto rango o nobleza no ha tenido su cohorte de amantes?, ¿o qué sultán que no fuera de pacotilla no ha tenido su harén? Si bien, esos rasgos de virilidad iban acompañados de algo más que la erótica del poder. El pueblo veía en sus soberanos a los protectores de sus tierras, individuos poderosos que les garantizaban cierto grado de seguridad ante los peligros de invasores. A nivel plebeyo, también la hombría tenía ese valor: los hombres iban a la guerra, asumían los trabajos duros, ponían en riesgo su vida y su salud, mientras que las mujeres se quedaban en casa, sacrificándose en el nacimiento y crianza de los hijos, o en labores menos pesadas y/o peligrosas.
NO ES LO MISMO UN CALZONAZOS QUE UN HOMBRE AFEMINADO, AUNQUE AMBOS TIENEN EN COMÚN LA MENGUA DE LA MASCULINIDAD Y UNA POSICIÓN DÉBIL O DE COBARDÍA: EL PRIMERO DE PUERTAS DEL HOGAR HACIA ADENTRO Y EL SEGUNDO DE PUERTAS HACIA AFUERA
En nuestros tiempos sin guerras locales, con medios anticonceptivos y en los que los trabajos son muchos menos duros y más seguros, las mujeres reivindican su puesto en el mundo que antaño era de los hombres. Desde siempre, las mujeres han vivido mejor y con más privilegios que los hombres, sobre todo en clases altas o medias-altas, y por ello dejaron antaño a aquellos que bregaran con las cosas del inhóspito mundo, pero, ahora que el mundo se ha convertido en un lugar más apacible, quieren ser las primeras en beneficiarse de tal.

He ahí el pecado original de las mujeres: querer domesticar a los hombres para utilizarlos en beneficio propio y de sus retoños. Eso no es ni bueno ni malo y, gracias a la mayor tendencia libidinosa masculina y a la mayor tendencia domesticadora femenina, hemos nacido todos de una madre y un padre, así que agradecidos debemos estar de cómo funciona la biología. Si bien, resulta desconcertante la disolución actual de los caracteres prístinos.
No se trata aquí de hacer un alegato sobre lo pernicioso del natural afeminamiento de las mujeres, ni tampoco el de los hombres que se pasan a la acera de enfrente. De lo que se trata es de señalar la mengua de masculinidad incluso entre hombres heterosexuales en nuestra civilización y de cómo estos se están viendo sometidos dócilmente al poder femenino, autocastrando su personalidad innata.

El poder femenino siempre ha estado ahí, desde tiempos inmemoriales. Cualquiera que haya leído algo de literatura o pensamiento de autores del pasado, o vivido con los ojos abiertos en el presente, sabrá a lo que me refiero. Conocido es el hecho de que una buena parte de la población femenina ha manipulado, domesticado y dominado a la masculina. Al hombre en una situación de debilidad superlativa se le llama calzonazos. No es lo mismo un calzonazos que un hombre afeminado, aunque ambos tienen en común la mengua de la masculinidad y una posición débil o de cobardía: el primero de puertas del hogar hacia adentro y el segundo de puertas hacia afuera. La literatura al respecto es amplia, así que no me voy a entretener en este aspecto.

Llama sin embargo la atención en nuestros tiempos que esa dominación se ha sublimado desde el ámbito de la pareja a escala social. Hoy la mujer —en singular, denominando al conjunto femenino actuando como una unidad— impone su orden interfiriendo en el orden social; un decir “si no cede la sociedad ante nuestras demandas de beneficios extraordinarios a nuestro género en perjuicio del masculino, montamos un berrinche en la calle y en los medios todos los días y…”. Y políticos, periodistas, fuerzas del orden, profesionales de distintos ámbitos, jueces,… se echan a temblar ante tales amenazas, y contestan: “sí, mi reina, lo que tú digas…”. Se podría decir que la mujer tiene a la sociedad mangoneada o acalzonazada.

Más allá de visiones generales, vemos condenas particulares penales o al menos de la opinión pública por acciones de galantería sin uso de la violencia que hoy se tachan de acoso sexual. Ciertamente, podría haber delito en ciertos casos denominados de acoso cuando se utilizan por ejemplo como un chantaje para evitar un despido, pero aquí el delito debería caer dentro del ámbito laboral y no dentro del ámbito de la violencia sexual; además, son tan delincuentes los jefes que extorsionan a sus empleadas para tener sexo como las mujeres que aceptan tales ofertas para medrar y pasar por encima de los demás compañeros, y no veo en movimientos como el #MeToo ninguna demanda de justicia en ese segundo sentido. Puestos a ser moralistas, uno se pregunta si casos como los de Plácido Domingo, entre muchos otros, sometidos al hostigamiento por parte de los medios por comportarse como es normal que se comporten los hombres con status, haciendo uso de su poder aunque sin incurrir en violencia alguna, no deben tener también su correspondiente lapidación mediática de todas aquellas arpías que han medrado ilícitamente en sus carreras prostituyéndose.
SE INVITA A CASTRAR TODA EXPRESIÓN DE MASCULINIDAD CONVIRTIENDO EN DELITO DE ACOSO LO QUE ES PROPIO DE UNA CONDUCTA MASCULINA SEDUCTORA NO-VIOLENTA
Se reivindica que la mujer pueda expresar su feminidad del modo que desee, utilizando las vestimentas y los medios de seducción que se le antoje, como un derecho inalienable de la mujer libre, y que pueda tener hijos cuando quiera o no tenerlos cuando no quiera, sin que nadie pueda decidir sobre su vida. Sin embargo, se invita a castrar toda expresión de masculinidad convirtiendo en delito de acoso lo que es propio de una conducta masculina seductora no-violenta. También con frecuencia se les encasquetan a los hombres sin voz ni voto tareas de puericultor decididas por misteriosos fallos en los medios anticonceptivos controlados por la mujer, quien se arroga así todo el poder de decidir sobre la vida y libertades del hombre.

Lo grave no es que muchas mujeres apoyen tales causas, hacen bien si pueden, son más listas (y más aprovechadas) que los hombres en general, aunque muchas hay con mayor dignidad que no las apoyan. Lo grave es que muchos hombres se unan a tales reivindicaciones, autocastrándose y ayudando a castrar a los de su género, o guardando silencio por temor a quedar excluidos dentro del actual orden supremacista femenino. El único arrojo de pseudovalentía de estos feministos lo tienen para defender con puños erguidos causas ya ganadas de antemano, pues para amparar causas justas en desventaja hay que ser un hombre íntegro, luchar y tener más coraje. Le sucedió a aquel temerario que, ante una performance de “Un violador en tu camino” en Santiago de Compostela, interrumpió el ritual al grito de “Ahora a casa a hacer la cena”, y le salieron al paso algunos pseudogallitos a defender el gallinero. Para más inri, el partido político PP al que pertenecía el gracioso lo expulsó, dejando claro que esto del afeminamiento en el sentido de cobardía es transversal, afecta a la mayoría de partidos tanto de izquierdas como de derechas.

La censura sobre el sentido del humor es de hecho una de las herramientas más alienantes de nuestra sociedad. Desde siempre, el humor ha servido de canalización del malestar, de crítica implícita y desenfadada. Pero se impone hoy en día también el silencio hasta en los chistes de mujeres (o de homosexuales u otros). El temor a ser clasificado de misógino o machista enmudece a los débiles, y para los que les queda un poco de arrojo la ley deja entrever posibles delitos de odio en tales sonrisas. Según se da a entender, el hombre debe hoy tragarse su calzonacería y ni siquiera puede bromear con el tema.

Lo que tanto ha escandalizado de la celebración del 8-M en nuestro país en este año de desgracia coronavírica es precisamente el hecho sangrante —nunca mejor dicho, a colación de los muchos miles de muertes que se podrían haber evitado de no haberse celebrado el evento— de que los gobernantes sabían perfectamente del peligro del virus y la celebración de manifestaciones en la calle, pero no se atrevieron a parar el 8-M y hacerle frente al todopoderoso lobby feminista. ¿Cómo decirle a la turba furibunda que no salga a la calle a gritar aquello de “sola y borracha quiero llegar a casa”? Esto, unido a los intentos posteriores de acallar la vergüenza, forma y formará parte de la larga historia de calzonazos que se dejaron mangonear en nuestro país por la irracionalidad de unas hembras anhelantes de más poder, con fatales consecuencias. El feminismo mata, ¡vaya si mata!

Ser hombre no está de moda. Sus desgracias [en España: 80% de los suicidios (unos tres mil hombres al año), muchos de ellos causados por abusos de sus parejas o exparejas en procesos de separación; 80% de los “sin techo”; 95% de los siniestros en el lugar de trabajo (unas 500 muertes de hombres frente a unas 25 muertes de mujeres al año); ninguneado en los casos en que es víctima grave o incluso mortal de violencia doméstica; espoliado de sus bienes en una buena parte de casos de divorcio, y/o apartado de sus hijos; etc.] no venden como para hacer un drama victimista al uso. Los niños también sufren tasas de abandono y fracaso escolar mucho más elevadas que las niñas. “Claro, las niñas son mejores que los niños, y si hubieran sido las tasas de fracaso a la inversa es que estaban discriminadas o no se las había educado adecuadamente” —dirían los igualitaristas modernos. Del mismo modo se aplica a las distintas facetas de hombres y mujeres adultos.

EL AFEMINAMIENTO DE NUESTROS TIEMPOS ES TAMBIÉN EVIDENTE EN ESE BUENISMO QUE IMPREGNA TODA NUESTRA SOCIEDAD, ESA EUROPA “PODRIDA DE VEGETARIANOS Y CICLISTAS”, DE NENAZAS QUE SE ARRUGAN ANTE CUALQUIER SIGNO DE TEMPESTAD Y PREFIEREN EVITAR CONFLICTOS

La Universidad tiene actualmente un 60% de estudiantes mujeres; no llegan en el mismo porcentaje a los puestos jerárquicos más altos por razones bien conocidas y que no tienen que ver con la discriminación. Con todo, copan algunas de las carreras más lucrativas dentro del área sanitaria o jurídica entre otras. Sin embargo, ven que todavía son minoría en áreas científico-técnicas y están presionando los feministas para conseguir también ahí que alrededor de la mitad sean mujeres. Mientras, los puestos más peligrosos o los que requieren mayores sacrificios, como albañiles de andamio, se dejan casi íntegramente para los hombres. Dicho de otro modo: las frescas feministas (y los feministos que les siguen la corriente) aspiran a lograr la mayor representación femenina en cómodos puestos bien pagados de guante blanco, y mantener la mayor representación masculina en puestos de mayores sacrificios, mayores riesgos y menor status.

El afeminamiento de nuestros tiempos es también evidente en ese buenismo que impregna toda nuestra sociedad, esa Europa “podrida de vegetarianos y ciclistas”, de nenazas que se arrugan ante cualquier signo de tempestad y prefieren evitar conflictos —muy femenino eso—, que se enternece con la llegada de inmigrantes acogiéndolos como quien recoge gatitos abandonados, sin advertir los peligros que ello puede acarrear. Una sociedad de ofendiditos, tal cual damas delicadas, y que califica la masculinidad luchadora de tóxica. Hombres que han substituido la lucha en la guerra o en su trabajo por cambiar pañales y la conciliación familiar. Una sociedad decadente que ampara a unos desempleados que prefieren cobrar los subsidios estatales en vez de trabajar, peligrando incluso la producción de bienes básicos, como en el reciente confinamiento de la COVID-19. Una sociedad que repudia la violencia necesaria, y deja que metafóricamente le meen en el bolsillo del pantalón por no querer aplicar ley y orden, como en los tristes acontecimientos en Cataluña a finales de 2019 en que los policías tuvieron que aguantar palos pudiendo hacer poco contra vándalos y agresores (por cierto, no recuerdo haber visto mujeres entre el colectivo de policías que recibía los golpes). En verdad, resultaría loable ese toque femenino a la sociedad si se uniese al complementario lado masculino para mantener el equilibrio de fuerzas. Sin embargo, castrada la masculinidad, queda una sociedad afeminada en el sentido clásico: débil, delicada, blanda, sin brío, pusilánime, cobarde. Está condenada al hundimiento y a que venga otra civilización más fuerte que la nuestra que la termine absorbiendo o eliminando.

Más del autor sobre el tema en el artículo “Una visión alternativa sobre la historia de la mujer occidental y el feminismo” y en el capítulo “La cosa ésa de ser mujer” (cap. 5 [5 del vol. I]) de Voluntad. La fuerza heroica que arrastra la vida.




MAMONCRACIA

LA LAMENTABLE REALIDAD DEL HOMBRE

VER+: