EL Rincón de Yanka: CONSTRUYAMOS UNA NUEVA "TEORÍA CRÍTICA" BASADA EN EL CRISTIANISMO por FORUM LIBERTAS

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sábado, 8 de noviembre de 2025

CONSTRUYAMOS UNA NUEVA "TEORÍA CRÍTICA" BASADA EN EL CRISTIANISMO por FORUM LIBERTAS


Construyamos una Nueva "Teoría Crítica" 
basada en el cristianismo


Tiene «críticas acertadas», pero el cristianismo puede «ofrecer alternativas más adecuadas»

Teoría crítica, el «nuevo arrianismo» 
que la Iglesia no puede ignorar 
si quiere derrotar al wokismo

Cuando se piensa en el término de teoría crítica, lo normal es que se antoje una nebulosa de conceptos, relaciones y doctrinas lejanas que resultan difíciles de definir, por muy determinantes que resulten. Pero si se habla de los postulados woke o de la Revolución sexual, se asimila con más facilidad. Y precisamente esa es una de las ideas clave que Carl R. Trueman busca difundir en su última publicación, To Change All Worlds: Critical Theory From Marx to Marcuse -Cambiar todos los mundos: teoría crítica de Marx a Marcuse-.
Se trata de una extensa obra en torno a la teoría crítica en la que el autor, desde la oposición, busca desprenderse de prejuicios para tratar de comprender las motivaciones que llevaron a ideólogos como Horkheimer, Adorno o Marcuse a diseñar los fundamentos de una de las ideologías más cruciales del presente, con “demandas legítimas”, pero con conclusiones demoledoras en la práctica. Solo así, declaró al ser entrevistado por Carl E. Olson (What We Need Now), los cristianos podrán hacerle frente.

Teoría crítica: una cosmovisión que rechaza la fe

Preguntado por la raíz de la teoría crítica, Trueman apunta a una amalgama de enfoques que “tienen en común la intención de desestabilizar el status quo [el orden establecido], desenmascarar los juegos de poder y las manipulaciones que se esconden tras de la moralidad, cuestionando sus fundamentos y buscando desenmascarar las relaciones de poder que la moldean.
Una de las preguntas más relevantes de esta doctrina es la del significado del ser humano, para los teóricos críticos “cambiante” a lo largo del tiempo y las culturas. Se trata de una pregunta a su juicio “legítima”, pues la historia ofrece ejemplos de cómo una comprensión de una naturaleza normativa “blanca” ha llegado a suponer en otros tiempos la justificación de la esclavitud.
“El problema es que este enfoque también tiende a asumir que categorías como la de naturaleza humana pueden reducirse a relaciones de poder. Esto es antitético a la afirmación cristiana sobre los seres humanos como seres creados a imagen de Dios como una realidad ontológica”, explica.

Críticas acertadas

En su libro, Trueman apunta que no todo lo sugerido por los teóricos críticos era en sí mismo errado, encontrándose entre sus análisis críticas acertadas como la tendencia de la sociedad moderna a tratar a las personas como cosas, lo que también se llama “cosificación”.
“Las burocracias lo hacen”, explica, “los empleadores que consideran a sus empleados como intercambiables lo hacen… De forma más sutil, las prácticas de la Revolución sexual que convierten el sexo en una recreación y a las parejas sexuales en meros instrumentos de satisfacción personal, [también] lo hace”.
Preguntado por algunos de los hitos centrales que han configurado un mundo marcado en buena parte por la teoría crítica, menciona “la tendencia a priorizar los sentimientos como determinantes de nuestra identidad como seres humanos”. A esto agrega una tendencia en la que, conforme la naturaleza humana “se psicologiza”, la política también se desplaza desde las preocupaciones económicas a las psicológicas.

Destruir la familia para destruir el capital

Pero el de la Revolución sexual es sin duda uno de los que mayor trascendencia han tenido en la configuración del presente. Para Trueman, sus orígenes se encontrarían en una Escuela de Frankfurt que se apropió de la idea de Freud de que los códigos sexuales son constitutivos de la sociedad.
Más tarde aportó un “giro marxista” a la cuestión, argumentando que esos códigos sexuales específicos “sustentaban formas específicas de sociedad y las formas particulares de opresión de las que dependían esas sociedades”.
El relato de la dialéctica estaba servido, abriendo así el camino para situar los códigos sexuales en el centro del debate político: “Para derrocar el capitalismo era necesario romper con esos códigos de matrimonios monógamos y heterosexuales como base de la familia nuclear, de los que dependía.

Los cristianos no deben desecharla a la ligera

La importancia de la teoría crítica y sus derivadas es tan destacada en el presente que los cristianos, según Trueman, cometerían un error al ignorarlo o rechazar de base toda crítica o argumento sin un análisis previo.
De este modo, explica que, si bien los postulados de Arrio eran incompatibles de la Iglesia, esta salió reforzada al responder preguntas planteadas durante el cisma como la relación entre el Padre y el Hijo.
“Algo similar ocurre con la teoría crítica, a la que los cristianos deben acercarse mejor porque plantea buenas preguntas que requieren respuestas cuidadosas y proporciona respuestas cuyas debilidades y problemas nos permiten encontrar otras más adecuadas. Atacar (o abrazar) la teoría crítica sin entenderla adecuadamente es desastroso por numerosas razones. Quizá la más obvia es que ese compromiso equivocado nos impide ofrecer una alternativa mejor”, comenta.

El cristianismo tiene mejores respuestas: debe ofrecerlas

Para Trueman, si los cristianos no pueden permitirse la derrota ni la ignorancia por parte de la teoría crítica, enfrentarla y refutar sus principios es la única salida posible.
Para ello, concluye llamando a los cristianos a acudir a las fuentes en su contexto, ser valientes como para reconocer la legitimidad de algunas de las preguntas que plantean sus ideólogos y, al mismo tiempo, no dejarse intimidar por ello.
“Cuando se trata de las preocupaciones centrales del significado del ser humano o de cómo deberían tratarse los humanos y por qué no lo hacen, el cristianismo tiene mejores respuestas. Demostrar la legitimidad de las preguntas de la teoría crítica debe ir acompañado de mostrar la insuficiencia de sus propuestas y ofrecer alternativas más adecuadas”, concluye el escritor.


¿Por qué necesitamos una Nueva Teoría Crítica formulada a partir de fundamentos cristianos de forma parecida, pero no mimética, a como la teoría crítica inicial se basa, sobre todo, en Marx, Freud y Hegel?

Pues porque en el mundo actual solo hay tres grandes destinos para el hombre. Uno, en declive y crisis, configurado por la cultura desvinculada que es hoy hegemónica en la mayor parte de Occidente. El gran Imperio de Oriente, que se forja en torno al estado inicialmente comunista, una visión adaptada del confucionismo y la tecnocracia, cuyo resultado es el éxito abrumador de China, y la alternativa ecuménica -que no globalizadora- que significa la concepción cristiana del ser humano, de su destino y del mundo. Es la única capaz de generar hoy una paz universal.
Y esta visión cristiana se ha de expresar en el orden secular mediante una Nueva Teoría Crítica, porque surge de su realidad, que es la de ser disidencia y alternativa a aquellos dos grandes Imperios.


La que conocemos como Teoría Crítica, o Teoría de la Crítica o Escuela de Frankfurt, es un enfoque filosófico y sociológico desarrollado principalmente por un grupo de intelectuales alemanes a fines de la década de 1920 y durante la década de 1930. La teoría se originó en el Instituto de Investigación Social en Frankfurt, Alemania, y fue influenciada por el marxismo y el psicoanálisis. Tenía como algunos de sus representantes más destacados a intelectuales como son: Theodor Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse y Jürgen Habermas entre otros.
La Teoría Crítica buscaba comprender y analizar las estructuras y dinámicas sociales y culturales con el objetivo de desentrañar las formas de dominación y opresión presentes en la sociedad contemporánea. Su enfoque crítico se dirige hacia el examen de las relaciones de poder, la alienación y la explotación que existen en las sociedades capitalistas.

Uno de los conceptos centrales en la Teoría Crítica es la idea de «razón instrumental» o «razón instrumentalizada», que se refiere al uso de la razón y la ciencia para el control y la manipulación de la naturaleza y la sociedad. Los teóricos críticos argumentan que esta forma de razón ha llevado a la creación de una sociedad tecnocrática y burocrática que aliena a los individuos y perpetúa la desigualdad y la dominación. Y en este punto hay una convergencia más que notable, porque precisamente es esa razón instrumental, surgida de la Ilustración, la que está en la raíz de la Sociedad Desvinculada Occidental.

Y este enfoque, que no sus fundamentos analíticos, es exactamente el mismo que necesitamos hacer ahora desde el juicio de la razón cristiana.
La Teoría Crítica se interesa por la cultura y la ideología, examinando cómo los medios de comunicación, las instituciones educativas y otras formas de producción cultural influyen en la forma en que pensamos y actuamos. Los teóricos críticos también exploran las contradicciones y tensiones dentro del capitalismo y la cultura de masas, y abogan por formas de emancipación y transformación social. Y este enfoque, que no sus fundamentos analíticos, es exactamente el mismo que necesitamos hacer ahora desde el juicio de la razón cristiana.

También hemos de partir de un enfoque multidisciplinario que busca analizar y cuestionar las estructuras sociales y culturales existentes con el fin de fomentar la liberación de las estructuras de pecado y la transformación hacia una sociedad más justa, solidaria y equitativa, que surgiendo del Evangelio se concreta en fundamentos y fines establecidos por el cristianismo social; la doctrina social de la Iglesia.

Iniciar la Nueva Teoría Crítica

Para llevar a cabo esta tarea necesitamos aquel trabajo pluridisciplinar y compartido, y una cierta hoja de ruta, un guion, que nos permite un trabajo común, un avance más o menos organizado.

Sirvan estas notas para progresar en este sentido.

Es necesario abordar un relato histórico que nos explique cómo hemos llegado hasta la situación actual. Cómo la razón instrumental substituyó a la razón objetiva cristiana, en nombre precisamente de la razón y la liberación, y cómo su evolución ha devorado a la razón ilustrada por la propia lógica interna del subjetivismo instrumental, hacia alcanzar el emotivismo más exagerado que culmina con el poder del deseo sin límites ni cauces, y de las emociones hasta la construcción del victimismo como máxima expresión del poder, dando lugar a la cultura de la desvinculación, las grandes rupturas y sus consecuencias: las continuas crisis ramificadas que no encuentran solución.

En este relato histórico es necesario:

1- Identificar y describir los periodos de ruptura del inicial orden objetivo cristiano.
2- Las grandes rupturas y cómo estas se entrelazan con grandes crisis concretas, construyendo un rizoma que va asfixiando la vida social de Occidente, y especialmente de Europa.
3- Cómo recuperar, en términos actuales, el orden objetivo perdido, y cuáles son los autores y obras de referencia y por qué son ellos y no otros, siempre a partir del razonamiento práctico guiado por el Evangelio. Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, y las lecturas actualizadas desde MacIntyre, y enfoques concretos de Charles Taylor, y muy específicos sobre las relaciones entre secularidad y religión de Habermas, el liberalismo perfeccionista de Raz, determinados enfoques de la Ortodoxia Radical y, porque no, una valoración crítica de Maritain, y una reflexión en torno de la aportación de Teilhard de Chardin.

En todo caso, y que quede claro, estas referencias, salvando las tres primeras, no persiguen establecer unilateralmente ningún canon, sino formular concreciones sugerentes abiertas a la reflexión y la conversación.
En una próxima editorial buscaremos desarrollar más este guion de una Nueva Teoría Crítica, para ofrecer un proyecto más concreto que, a ser posible, se alimente del diálogo con toda la comunidad de lectores de Forum Libertas.

Es necesario abordar un relato histórico 
que nos explique cómo hemos llegado 
hasta la situación actual. 
Cómo la razón instrumental substituyó 
a la razón objetiva cristiana, 
en nombre precisamente de la razón y la liberación.


Apuntábamos, que para ello “es necesario abordar un relato histórico que nos explique cómo hemos llegado hasta la situación actual. Cómo la razón instrumental substituyó a la razón objetiva cristiana, en nombre precisamente de la razón y la liberación”, y ha ido socavando la sociedad y destruyendo el sentido del Hombre, de la vida humana y de su presencia y destino en el mundo, y que todo esto requería identificar y describir los periodos de ruptura del inicial orden objetivo cristiano, definir sus consecuencias; esto es, las grandes rupturas y crisis concretas a las que dan lugar, y finalmente cómo recuperar en términos actuales el orden objetivo destruido.

Arranquemos de una afirmación:

El orden objetivo Occidental, que se transforma en un alcance global, surge de la articulación que lleva a cabo el cristianismo, entre la concepción bíblica y el pensamiento greco-latino, y tiene su fundamento primigenio en la concepción aristotélico–tomista, que demuestra su capacidad de superar la primera gran crisis del pensamiento del cristianismo latino, que podía haber dado al traste con la formación inicial de Europea y la cristiandad, a causa del conflicto que provoca la recuperación de la filosofía aristotélica en la teología agustiniana hegemónica en el siglo XI.
En su discurrir posterior podemos encontrar distintas fases, marcadas por rupturas revolucionarias, como las que señala Jacques Barzum en “Del Amanecer a la decadencia: 500 años de vida cultural de Occidente del 1500 a nuestros días”, que nos ayuda a entender la dinámica histórica.

La primera es la revolución religiosa de Lutero, que trata de qué creer o, mejor dicho, de cómo creer y abarca el periodo que transcurre desde el 1500, el inicio de lo que se llama edad moderna, hasta 1660. Ahí la cuestión no radica en la existencia de Dios, como remarca Charles Taylor, sino la mejor manera, la más fiel al mandato de Jesucristo de llegar a hasta Él. Introduce dos fracturas que se ensancharían con el paso del tiempo. La interpretación individual de la Biblia, que inicia la transformación del subjetivismo y su razón instrumental en lo que terminará substituyendo a la razón objetiva cristiana, y rompe hasta extremos de terrible radicalidad – las guerras de religión- la unidad de la cristiandad. Naturalmente, se mezclan con otros intereses de orden estrictamente temporal, de poder, pero el motor es aquel.

Sobre esta ruptura y bajo el motivo de resolverla, se produce la segunda revolución que abordan el estatus del individuo y la forma de gobierno que da lugar al comienzo de la formación de los estados modernos, que consuman la ruptura de la unidad que significaba la cristiandad, y dan lugar a la formación de las grandes monarquías absolutas entre 1661 a 1789. Pero se produce la reacción ante ellas.

La Revolución Francesa y la Ilustración, la gran ruptura, son sus máximos exponentes y dan lugar a las revoluciones liberales (1848) y las vías para alcanzar la igualdad social y económica y comprende desde 1790 a 1920 y el surgimiento de la modernidad.
Ahora estaríamos viviendo una nueva revolución marcada por la acumulación de todas las anteriores con la primacía de la nueva revolución antropológica
La última llegaría hasta finales del siglo XX, y ahora estaríamos viviendo una nueva revolución marcada por la acumulación de todas las anteriores con la primacía de la nueva revolución antropológica que une la dimensión intelectual y moral de la misma con la científica y tecnológica, todo ello presidido por la aceleración de la innovación científica y técnica.
Todo esto podríamos enmarcarlo en la concepción Macinteriana de fundamento aristotélico-tomista, que señala la grave afectación de nuestra época: la de su crisis moral y la incapacidad para reconocerla, que se inicia en la concepción ilustrada, con una Academia, que forjada en el periodo posterior aquella, surge durante la propia crisis moral y la asume como un estadio normal.

Podríamos añadir dos autores y sendos libros más, que nos ayudan en la interpretación: Charles Taylor y su “Fuentes del Yo, La construcción de la identidad moderna”, y particularmente útil como taxonomía de las reacciones al principal vástago de la Ilustración, la modernidad y el liberalismo, la obra de Carlos Granés “El puño invisible”.
Los cuatro libros señalados abordan el tema de la identidad, la moral y la cultura en el contexto de la modernidad y sus crisis.
Cada uno de ellos ofrece una perspectiva diferente, pero también poseen puntos de contacto, y estos son los que es necesario profundizar y articular, sobre los problemas y desafíos que plantea la vida humana en un mundo cambiante, diverso y conflictivo.

Jacques Barzun

Jacques Barzun, en su “Del Amanecer a la decadencia: 500 años de vida cultural de Occidente”, construye una monumental historia cultural de Occidente desde el Renacimiento hasta el siglo XX. El autor, un historiador francés radicado en Estados Unidos, analiza los principales acontecimientos, ideas, movimientos y personajes que han configurado la civilización occidental, con sus logros y sus fracasos, sus avances y sus retrocesos, sus luces y sus sombras.
Barzun sostiene que Occidente se encuentra en una fase de decadencia marcada por el relativismo, el escepticismo, el nihilismo y el cansancio cultural. Sin embargo, no se trata de un pesimismo fatalista, sino de una invitación a reflexionar sobre los valores y las tradiciones que han hecho grande a Occidente y que pueden servir de guía para su renovación.

Charles TaylorCharles Taylor

Charles Taylor es un reconocido filósofo canadiense que ha trabajado el tema de la identidad en el mundo moderno. En “Las Fuentes del Yo” Taylor explora las fuentes, originarias de nuestra cultura, sus concepciones morales que definen lo que significa ser una persona y vivir una vida buena. Taylor argumenta que la identidad moderna se ha construido a partir de tres fuentes principales: la razón, la naturaleza y la moralidad. Sin embargo, estas fuentes se han fragmentado y debilitado por el proceso de secularización y el individualismo. Taylor propone recuperar una visión más integral y dialogal del yo, que reconozca la importancia de las tradiciones culturales, las comunidades políticas y las aspiraciones espirituales.

Alasdair MacIntyreAlasdair MacIntyre

Alasdair MacIntyre es un filósofo escocés afincado en Estados Unidos, que en “Tras la Virtud”, a la que podríamos añadir otras obras suyas esenciales, crítica global e integralmente el discurso moral moderno. MacIntyre afirma que la moral moderna está en grave desorden, porque ha perdido el sentido de la teleología, es decir, de la finalidad o el propósito de la vida humana. MacIntyre defiende una ética de las virtudes, inspirada en Aristóteles y en la tradición cristiana medieval, que entiende la moral como una práctica social basada en el cultivo del carácter y la búsqueda del bien común. MacIntyre sostiene que solo así se puede construir una moral realmente capaz de movilizar a los individuos de nuestras atomizadas sociedades actuales en torno a un proyecto común.

Carlos GranésCarlos Granés

Finalmente, Carlos Granés, antropólogo colombiano, traza en “El puño invisible”, una historia cultural del fenómeno de las vanguardias artísticas y su impacto social. Desde el futurismo hasta los movimientos sociales que recorren el resto del siglo XX, pasando por el dadaísmo, el surrealismo, el situacionismo y el sesentaochismo, entre otros. Muestra cómo las vanguardias han sido una forma de revolución cultural que han buscado alterar las mentes, las costumbres, los valores y la forma de vivir de las personas y no dejan de ser una reacción al malestar de la modernidad. Afirma que las vanguardias han tenido un destino paradójico: aunque han fracasado en sus utopías políticas o estéticas, han logrado imponerse y ganar adeptos en una sociedad cada vez más ávida de experiencias fuertes, espectáculos emocionantes, aventuras transgresoras y actitudes rebeldes. De hecho, el siglo XXI es un receptor caótico y contradictorio de todas ellas.

Como un primer esbozo de lo que debe ser el desarrollo de este planteamiento articulado, se pueden establecer como grandes líneas de fuerza que pueden tener en común estos distintos textos: 
  1. Una visión crítica de la modernidad y sus crisis.
  2. Una búsqueda de sentido y orientación para la vida humana.
  3. Una valoración de la cultura como un ámbito fundamental para expresar y transformar la realidad.
  4. Una reflexión sobre el papel del arte y la creatividad en la sociedad.

Ni tan siquiera le han puesto nombre, ni lo han fechado. No hay especial conciencia del cambio radical de época. Podríamos referirnos a él como la gran crisis antropológica, pero nos quedamos con la concepción ya sistemáticamente construida de la Sociedad Desvinculada.

Las líneas de fuerza que deberíamos atender a partir de lo hasta aquí escrito, sería:

Establecer una teoría crítica de la modernidad, sus rupturas y crisis, dar respuesta a la búsqueda de sentido y orientación para la vida humana, efectuar una valoración de la cultura como un ámbito fundamental para expresar y transformar la realidad; esto es concretar, la alternativa cultural ante la cultura mainstream vigente, basada en el individualismo hedonista y narciso, el imperio de la satisfacción del deseo, el autoodio de la cultura woke y la ideología de género, enmarcados en lo económico, por la economía de las grandes corporaciones, por una parte, y la recuperación de una cierta idolatría de estado, como proveedor de todas las necesidades humanas. Finalmente, debería abordar una reflexión sobre el papel de la fe cristiana y de la Iglesia ante esta situación.

Comencemos con una referencia.

En “UnHerd, Paul Kingsnorth da un pronóstico sombrío para la civilización occidental. Desde la Ilustración, Occidente es hoy un «mundo inestable», donde «la noción de que Occidente está declinando, colapsando, muriendo o incluso suicidándose está llegando a un crescendo». Muchos proponen apuntalar las cosas, pero Kingsnorth considera estos esfuerzos como superficiales. «Los pollos de la modernidad, que Occidente creó y exportó, han vuelto a casa para descansar, y todos estamos cada vez más cubiertos de su guano». Nuestro mundo post-humano, post-natural, post-verdad, post-cristiano ha sucumbido a la tentación de la serpiente. En un mundo así, Kingsnorth pregunta: ¿Qué hay que conservar? Su respuesta aleccionadora es: «Nada». «Tenemos que cavar hasta los cimientos» y, sobre todo, orar.” Esto escribe Peter J. Leithart, presidente del Instituto Theopolis en “First Things”.
Creo, que la pregunta es pertinente porque obliga a una reflexión necesaria, pero sobre todo lo que necesitamos es establecer lo que queremos construir ahora, en este mundo, y el camino para lograrlo.

En el mismo texto que hemos citado antes, Leithart sostiene un punto de vista que debemos retener:

“A lo largo de su historia, la iglesia ha seguido la trayectoria espiritual establecida por Hechos. Ella lucha por seguir el ritmo de sus soñadores y visionarios salvajes: sus Constantines y Carlomagnos y Alfredos, sus Gregories y Patricks y Benedicts y Francises, sus Thomases y Luthers, sus Wesleys y Hudson Taylors. Guiado por el Espíritu de Pentecostés, el cristianismo no es ni revolucionario ni conservador, sino tampoco antirrevolucionario ni anticonservador. Es algo diferente, lo suficientemente flexible, lo suficientemente vivo, lo suficientemente espiritual como para recuperar lo que se puede recuperar e innovar cuando nada se puede recuperar. Por el Espíritu Pentecostal, la iglesia es, como nuestro Dios, siempre vieja, siempre nueva”.
Podemos discrepar sobre alguna de sus referencias nominales, pero como conjunto la música que arranca de Pentecostés es la adecuada.

Hemos de asumir que vivimos en una época decadente, y que no hemos de atar a ella ni a la Iglesia, ni al cristianismo. La decadencia no solo se percibe por su crisis moral (MacIntyre), y lo que ello entraña en relación de disponer de instituciones capaces de identificar y buscar correctamente el bien y la justicia, y donde lo necesario impere sobre lo superfluo, sino que también porque desde otras perspectivas se percibe el declive.
Siguiendo a Barzum, podemos codificar las señales del tiempo que nos indican el crepúsculo de esta cultura Occidental, la de la sociedad desvinculada. Se trata de que estamos viviendo el fin de algo, de una época, un descenso, una caída.
En primer lugar, la conciencia de que existe la inquietud por el futuro en no ver líneas de avance claras, la percepción de que se pierden posibilidades, lo que parece ser el agotamiento de formas de arte y de la vida.

El uso repetido de prefijos peyorativos anti y post y la promesa o necesidad de reinventar esta o aquella institución

Las instituciones funcionan a duras penas, existe un sentimiento de frustración que a veces es insoportable, el cansancio de las grandes fuerzas históricas, la búsqueda en todas direcciones de una nueva fe o de muchas, la idea de que los viejos ideales resultan gastados o inservibles, la aparición de nuevas luchas fragmentadas en defensa del aborto, contra el calentamiento global, para salvar la explotación de la naturaleza para promover el consumo de alimentos ecológicos, mágicos o veganos, la desconfianza en la ciencia y la tecnología a la vez que su aceptación plena en la vida práctica, el hecho de que toda medida de gobierno encuentra oposición en múltiples grupos organizados e improvisados, que aducen buenas raciones de razones contrarias, una atmósfera flotante de hostilidad hacia las cosas tal y como están y el uso repetido de prefijos peyorativos anti y post y la promesa o necesidad de reinventar esta o aquella institución.

De ahí la importancia de no confundirnos. De saber que la Iglesia no participa de esta decadencia, aunque una parte de sus hombres y mujeres puedan estar lógicamente contaminados, por ella atraviesa la historia y no es esclava de ella. De ahí también la referencia necesaria al rehacer y renacer que surge del Pentecostés eterna.
El encadenamiento que surge a partir de la Ilustración, y sus sucesivas revoluciones liberales, que dan lugar a la modernidad, y la pléyade de reacciones culturales, el sin fin de vanguardias y políticas que genera, desde el intento de construir a sangre y fuego un nuevo orden objetivo que abjura de toda metafísica, con el marxismo, hasta el súmmum de la revolución modernista y futurista en el plano político, el fascismo, que culmina con los treinta años de gran destrucción de la cultura europea 1914-1945, a los que les siguen los “treinta gloriosos” que tocan a su fin con las revueltas del mayo de 68.

Su evolución convertida en postmodernidad, que inicia la destrucción del gran relato ilustrado y su razón instrumental, y que culmina en el tiempo actual, que ya no es postmoderno -poco ha durado- porque si bien mantiene vivo el discurso del imperio del deseo, ya no lo quiere libre, porque impone nuevos grandes relatos como verdades incuestionables.
En ellos ya no es cierto, la máxima posmoderna de que no hay verdades, sino puntos de vista, porque ahora la gran verdad dogmática es la que formula la ideología de género y su feminismo y en paralelo, sus identidades LGBTIQ(+), como sendas interpretaciones opuestas, como sucedía en el marxismo con el leninismo y el trotskismo, a las que solo le une la culpabilización del hombre heterosexual.

Y a su lado, la ideología woke una evolución agresiva del autoodio occidental de algunas vanguardias surgidas a partir de los años cincuenta del siglo pasado.

Vivimos bajo un nuevo dogmatismo represivo y censurador, y esto es así porque en una buena parte de Occidente, empezando por España, el feminismo de la culpabilización del hombre y su revolución ha triunfado, son establishment, son poder, o están a punto de serlo, flanqueado por el triunfo del homosexualismo político.

Aquel feminismo, el de la condena completa del hombre, no están en el combate del espíritu contra la carne, no presumen de ningún puritanismo; todo lo contrario, juegan al empoderamiento sexual de la mujer. Su obsesión es la igualdad, no la castidad. Y al mismo tiempo que persiguen esta exaltación sexual y el imperio del deseo, donde el amor desaparece substituido por la concupiscencia, quieren que todo esto sea compatible, con el más escrupuloso respeto en estas relaciones.
No le dicen al hombre, “respeta”, una virtud básica en las relaciones humanas, sino “haz lo que desees si ella consiente”. El fracaso es espectacular. Nunca como ahora se había producido tanta violencia sexual y a edades más tempranas.
¿Cómo se llama este nuevo tiempo que sucede a la postmodernidad, que la hereda y a la vez rectifica?
Ni tan siquiera le han puesto nombre, ni lo han fechado. No hay especial conciencia del cambio radical de época. Podríamos referirnos a él como la gran crisis antropológica, pero nos quedamos con la concepción ya sistemáticamente construida de la Sociedad Desvinculada.



La cultura de la sociedad actual, sucesora de la breve postmodernidad que ha destruido la razón ilustrada, es la de la desvinculación.
Vivimos en la sociedad desvinculada que se caracteriza por haber convertido en hegemónica y constituir en razón política el principio fundamental de que la realización humana radica en la satisfacción de las pulsiones del deseo, sin cauces ni límites previos que la objetiven y permitan la existencia de otras causas.
La satisfacción del deseo significa el absolutismo del principio de autodeterminación humana. No existe ningún valor, afirmación religiosa, tradición, razón cultural, costumbre, ley, deber, compromiso o consecuencia que pueda impedirla, y si existe ha de ser cancelado o modificado.

En el siglo XXI se ha transformado en razón política

Este principio emergió culturalmente en el “Mayo 68” como datación simbólica, en el ámbito de la antropología y de las relaciones humanas y se extendió en los ochenta al ámbito económico, con las desregulaciones. En el siglo XXI se ha transformado en razón política.
El aborto, no como mal menor como era considerado, sino como derecho de la mujer (atención, un derecho que se basa en la muerte del ser humano engendrado), y la ley trans española son dos ejemplos paradigmáticos de este imperativo del deseo transformado en principio político.

Las grandes rupturas. La policrisis rizomática

La necesidad de reconstruir. Qué hay que salvar de nuestro tiempo

La desvinculación significa la ruptura o supeditación de todo vínculo y de sus fines, y esto, como es lógico, da lugar a unas grandes rupturas generadoras de una sucesión de crisis interminables, que se articulan unas con otras dando lugar a una fase de nuestra sociedad caracterizada por la policrisis rizomática por la forma cómo se entrelazan y refuerzan unas a otras.

Las principales rupturas que fundamentan la cultura de la desvinculación pueden conceptuarse así:

Ruptura con Dios y su cancelación pública

La ruptura con Dios y su cancelación pública, base de todas las demás y la reducción de la relación con él y como máximo, a una cuestión íntima basada en la más absoluta subjetividad. Es lógico, el Dios cristiano, la fe que proclama Jesucristo, es un marco de razón objetiva, incompatible con todos los principios de la desvinculación.

Ruptura moral

La ruptura moral, anunciada en 1984 por Alasdair MacIntyre en “Tras la Virtud”, significa la incapacidad social e institucional para identificar con claridad el bien y por consiguiente el bien común, discernir lo que es justo y diferenciar, y actuar en tal sentido, lo superfluo de lo necesario.

Ruptura con la naturaleza y concepción humana

La ruptura con la naturaleza y concepción humana, en el plano de las ideas y el de sus aplicaciones jurídicas y científicas. El tiempo desvinculado es el de la gran ruptura antropológica que también amenaza a la Iglesia, y que es tan fuerte y peligrosa como en su tiempo fue la herejía agnóstica, y todavía más la arriana. La perspectiva de género es una de las ideologías dominantes en este ámbito.

Ruptura cultural y la emergencia educativa

La ruptura cultural y la emergencia educativa. La tradición ha sido proscrita, las fuentes culturales cegadas. Solo se concibe la cultura como transgresión, como vanguardias sin canon, lo cual da una idea del desorden que impera y eso si el imperialismo del mercado es arte, todo aquello que el mercado reconoce como tal y paga por ello, de ahí una de las enésimas contradicciones de la desvinculación, en el reino del subjetivismo más desatado, lo que importa en el arte no es la belleza que podemos percibir, sino lo que dicta el prescriptor cultural.

En estas condiciones educar que significa “conducir” y, por tanto, disponer de un horizonte de sentido común, formar el carácter de acuerdo con las virtudes que la comunidad valora, resulta cada vez más imposible. Se confunde por parte de los propios legisladores la educación con dos extremos:
  • El adoctrinamiento ideológico en la ideología de género, que tiene en la incitación sexual uno de sus componentes básicos,
  • Y en el otro extremo, la especialización profesional de mercado.
Ruptura generacional

La ruptura generacional. Hiperprotegidos en su infancia son generacionalmente castigados depositando sobre sus espaldas pesadas losas que han creado las generaciones precedentes y recientes. Es la ruptura con la naturaleza, la explotación irracional de los recursos naturales, la contaminación del medio ambiente, la crisis del clima. Es la enorme deuda pública, la crisis en algunos países del sistema público de pensiones, la insuficiente natalidad fuente de graves problemas económicos, sociales, y culturales futuros. Es, incluso, el gasto público fuertemente decantado hacia las generaciones mayores.

Ruptura económica de la injusticia socialmente manifiesta

La ruptura económica de la injusticia socialmente manifiesta. Se combina la crítica a las elites, con los modelos de vida que hacen ostentación del lujo y la riqueza. El capitalismo financiero se desvincula, no ya de los trabajadores, sino de la propia empresa, las nuevas modalidades de trabajo basadas en una falsa idea de “libertad” reducen los derechos de los trabajadores convirtiéndolos en falsos autónomos. Todo esto se ve favorecido porque en el debate político, la cuestión del modo de producción y el cómo nos afecta, se ha visto substituido, enmascarado, por el debate sobre el modo de vida, basado en la politización de los comportamientos sexuales, que tiene como marco de referencia la perspectiva de género en sus vertientes del feminismo punitivo y las identidades LGBTIQ.

Ruptura política

La ruptura política: Se han deslegitimado las instituciones políticas por la partitocracia y la búsqueda de la polarización como fuente de poder. El liberalismo progresista y la izquierda de género, una vez alcanzado el poder, niegan todo derecho democrático a quienes se opone a ellas, descalificándolas políticamente. 

Todo ello genera desconfianza y un desinterés por la participación ciudadana, hasta darse una crisis de representación, una corrupción generalizada que no solo es política, sino de adulteración de los fines de las instituciones, y una ausencia de proyectos comunes. El mal del cortoplacismo, al haber convertido al ciudadano en simple consumidor de bienes que puede otorgar el estado, con el dinero de todos, sin derecho a sentirse en parte responsable del conjunto, da lugar a políticas cortoplacistas, que aun hacen más difícil resolver los problemas.

Todo ello se traduce en el desencadenante de crisis que se suceden y ramifican en un conjunto interminable.

La última desplaza a la anterior en la atención pública, pero todas siguen bien vivas y activas, y están deteriorando de manera muy grave a Europa, de manera particular a España, y someten a un conflicto de alta intensidad a la sociedad de Estados Unidos.

La necesidad de reconstruir. Qué hay que salvar de nuestro tiempo

El desastre de la sociedad desvinculada requiere una respuesta pronta y grande, o su consecuencia será la progresiva destrucción de la cultura Occidental, que afectará también a la Iglesia, o al menos a un núcleo tan importante como el europeo. De hecho, ya lo está haciendo, como muestra el sínodo alemán, y las tensiones que existen en o con Roma.

Desarrollar esta respuesta es la gran tarea y lo que ahora exponemos es un pequeño e incompleto esbozo, un apunte sugeridor más que otra cosa.

Se trata de reconstruir y fortalecer nuestras comunidades, la familia, la propia Iglesia y sus comunidades eclesiales, organizaciones y movimientos. Comunidades de memoria, vida, acción, trabajo y proyecto, que asumen su tradición, sus acuerdos fundamentales, reconocer las virtudes necesarias y tener capacidad de trasmitirlas, que refuerzan la fuerza de los vínculos del amor, del compromiso y del deber, que recuperan el sentido moral y con la capacidad de discernir el bien común, la justicia y la prioridad de lo necesario sobre lo superfluo.

Que identifican las causas de las crisis en las rupturas y actúan para repararlas.

Que recuperan las fuentes culturales, asumen una ecología integral que tiene en su centro la ecología humana, que ejercita el diálogo entre fe y razón desde la igualdad de los planos en el debate colectivo, que no confunde el estado laico, aconfesional, con el laicismo y el ateísmo práctico de estado.

Y todo ello actuando en tres planos:

En el de la fe basado en la conversión permanente, el sentido de pertenencia a la Iglesia, la asunción real y práctica de la evangelización y la tarea ahora para extender el Reino de Dios.
En el de la cultura, construyendo en todos los ámbitos la alternativa cultural cristiana a la cultura de la desvinculación.
Y el siempre olvidado ámbito de la política, saliendo de la marginalidad, abandonado la acomodación, construyendo un movimiento cristiano que decida trabajar para la transformación social y la promoción de los valores cristianos en todos los ámbitos de la vida y en todos los sectores y grupos de la sociedad.

Un movimiento que llama a la unión y al compromiso de todos los cristianos de fe y de cultura.

Es también un llamamiento para unir los esfuerzos individuales y colectivos de todas las personas que, con independencia de sus creencias religiosas o carencia de estas, se identifican con sus objetivos y los valores que los inspiran y tiene como eje vertebrador las aplicaciones de la Doctrina Social de la Iglesia.

Promueve mediante actuaciones concretas la modificación de las estructuras sociales y políticas para hacer efectivos los principios sociales cristianos.

Un movimiento, interlocutor de los partidos, que trabaja para lograr presencia y apoyo social; dialoga a nivel personal con sus miembros; reclamando que se posicionen en temas importantes; proponiendo políticas e iniciativas transversales, formas de amistad cívica entre políticos de diferentes partidos hasta la formación de grupos de diálogo y acción política (sin excluir la intervención directa, colectiva y organizad en el ámbito electoral, cuando sea necesaria).




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