"La filosofía sirve para detestar la estupidez,
hace de la estupidez una cosa vergonzosa.
Solo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento
bajo todas sus formas, la filosofía no es sierva de nadie".
En un tiempo en el que todo se mide por la utilidad inmediata la filosofía parece no tener espacio. Sin embargo, precisamente cuando la sociedad se acostumbra a no pensar, se normaliza la superficialidad y la estupidez se vuelve socialmente aceptable, se convierte en una necesidad urgente. Su función es profiláctica: no cura, pero previene. No adula, pero despierta. No se arrodilla ante ninguna ideología ni ante ningún poder. La filosofía es el ejercicio de la libertad en su forma más pura.
Decía Sócrates que “una vida sin examen no merece la pena ser vivida”, y esta es la raíz del pensamiento filosófico: examinar, cuestionar y poner en duda lo que damos por hecho, aunque parezca incuestionable. El pensamiento flojo, acomodado y repetitivo es el mayor enemigo del progreso humano. Cuando dejamos de pensar críticamente nos convertimos en instrumentos de otros pensamientos y eso nos hace manipulables, previsibles y pasivos. La filosofía nos enseña a detestar la estupidez, no en el sentido de despreciar al ignorante, sino de no tolerar la banalidad del pensamiento vacío. Como diría Kant, la filosofía nos enseña a “atrevernos a pensar por nosotros mismos”, y este atrevimiento es lo que mantiene viva la dignidad humana.
En el ámbito educativo esto cobra un valor inmenso. Formar mentes filosóficas no significa llenar cabezas de teorías, sino enseñar a construir esquemas mentales sólidos y flexibles a la vez, capaces de adaptarse a los cambios, interpretar la realidad y distinguir entre lo profundo y lo trivial. La filosofía actúa como una vacuna contra la manipulación y la mediocridad, contra el dogmatismo y la superficialidad que nos rodea. La filosofía no es sierva de nadie, no está al servicio de ningún poder, ni de ningún sistema, ni siquiera de la ciencia o la política. Está al servicio del pensamiento libre, la lucidez y la verdad. Por esto, abandonar la filosofía sería el principio de la esclavitud de la estupidez. Si conseguimos que nuestros alumnos comprendan esto habremos salvado no solo una asignatura, sino una actitud ante la vida. Porque pensar bien, aunque duela y nos haga distintos, sigue siendo el acto más humano que existe.


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