Jorge Soley:
“La cultura de la cancelación
lleva a la muerte civil
a los que se salen
de lo políticamente correcto”.
Dentro de la campaña de la ACdP denominada Cancelados, se ha publicado un libro titulado «Manual para comprender y resistir a la cultura de la cancelación», cuyo autor es Jorge Soley.
El libro se puede descargar gratuitamente en la propia web (en la pestaña «libro» y también se puede pedir para que te envíen un ejemplar en papel gratuito. Entrevistamos a Jorge Soley, que hace una breve valoración del libro.
¿Qué supone para usted escribir un libro dentro de una campaña de tanta repercusión mediática como Cancelados?
Por un lado una gran responsabilidad, pues sé que el libro y lo que explico en él van a ser examinados con lupa, pues escribir sobre estos temas es presentar una candidatura para que lo “cancelen” a uno. Por otro lado, una enorme gratitud a quienes han lanzado la campaña por haberme dado la oportunidad de intentar explicar este amenazante fenómeno de cuyos peligros no todos son conscientes.
¿Qué entendemos por cultura de la cancelación y que repercusiones prácticas tiene?
La cultura de la cancelación es una visión de la vida social y cultural y unos mecanismos asociados a esta visión que justifican el silenciamiento, la muerte civil, la expulsión de la esfera de lo aceptable, de todos aquellos que no se pliegan a las directrices de lo políticamente correcto. Quienes osan expresarse de modo diferente son rápidamente denunciados y se organiza un linchamiento mediático que lo convierten a uno en alguien poco recomendable, alguien al que hay que expulsar de los medios y redes sociales y que, en ciertas ocasiones, puede llevarte a perder tu puesto de trabajo.
Es una táctica revolucionaria que quiere destruir nuestra sociedad para, a partir de sus ruinas, erigir una nueva utopía liberada de toda supuesta opresión. A veces actúa con mecanismos represores como los descritos antes, pero en la mayoría de los casos cuenta con que la autocensura será suficiente para acallar las voces disidentes. La gente tiende a escarmentar en espalda ajena y cuando se adueña de una sociedad este tipo de clima son muchos los que prefieren callar para no meterse en problemas. Además, a base de callar o, peor aún, de aceptar pequeñas dosis políticamente correctas, es muy probable que uno acabe, gradualmente, asumiendo que esos discursos delirantes son ciertos.
Es lo que Gramsci llama un “nuevo sentido común” y lo que Orwell denunciaba en 1984. Por cierto, que allí, el escritor inglés ya señalaba que se trata de prohibir ciertas palabras (por ejemplo, la administración Biden acaba de indicar en un documento de la agencia de cooperación internacional estadounidense USAID que las palabras “padre” y “madre” deben de evitarse pues pueden ser ofensivas). Surge así lo que el filósofo italiano Augusto del Noce calificaba como un nuevo conformismo que consiste en cancelar las preguntas incómodas, que son expulsadas del debate público como expresión de «tradicionalismo», de «espíritu conservador», «reaccionario», «antimoderno» o, el epíteto es inevitable, «fascista».
¿Qué relación hay entre la Escuela de Frankfurt y la Revolución cultural maoísta?
Más allá de su común inspiración marxista, creo que hay otros rasgos comunes que las emparentan con lo que hoy se llama ideología woke. Ambas parten de una mirada ideológica, para la que realidad y naturaleza son algo que se puede despreciar. La Teoría Crítica elaborada por la Escuela de Frankfurt apuesta por derruir para rehacer después la sociedad de acuerdo con sus presupuestos ideológicos, algo similar a lo que hará la Revolución cultural en China.
Otro aspecto común es considerar que todo es político, también, por ejemplo, el ámbito familiar, y que hay que desenmascarar las ocultas relaciones opresivas que persisten en nuestra sociedad. Se abre la veda así para la caza del opresor, del burgués camuflado, que habrá que detectar y reeducar para formatear su modo de pensar. El anhelo revolucionario de crear un “hombre nuevo” sin ningún residuo del pasado es el motor último de estas concepciones.
¿Cómo se instaura el reino de la corrección política y por qué hay tanto interés desde el poder de imponer los falsos «derechos?
Se instaura desde las universidades, las escuelas, los medios de comunicación, las redes sociales… todo ello bien engrasado por una ingente financiación pública. También se va imponiendo a través de leyes que, por ejemplo, conculcan la presunción de inocencia, crean “delitos de odio” de contornos borrosos (y por ello aplicables siempre que convengan) o imponen oficialmente una serie de mentiras históricas, por poner algunos ejemplos. Se instaura, también, por culpa de quienes perciben algunos de los peligros de estas dinámicas pero prefieren mirar hacia otro lado y actuar como si no fuera con ellos (hasta el día que les afecta directamente… pero para entonces ya es demasiado tarde).
En nuestra modernidad tardía los deseos se convierten en derechos y el poder político busca legitimarse a través de esta dinámica. Pero como el derecho es la otra cara de la moneda del deber, en buena lógica, a medida que vamos creando nuevos derechos basados en nuestros deseos, van apareciendo nuevos deberes que el Estado debe hacer cumplir. Y obviamente, no hay delito más grave que violar un derecho, de ahí que todo esté justificado cuando se trata de erradicar a quienes se muestran contrarios a esos “nuevos derechos”. Es una mecánica similar a la que denunciaba Taine que actuaba durante la Revolución francesa: «como el jacobino es la Virtud, no se le puede resistir sin cometer un crimen».
Especialmente es sangrante el crimen del aborto, que se considera un derecho y un delito tratar de evitarlo.
En efecto, es especialmente trágico y sangrante, en sentido literal. Pero aquí también vemos un nuevo y peligrosísimo desarrollo. Hasta ahora, para enmascarar la realidad del aborto se utilizaba el término «interrupción voluntaria del embarazo», algo falso y deshonesto (lo que se interrumpe se puede reanudar, algo que no sucede con la gestación del hijo abortado), pero que aún mantenía una referencia a algo real, el embarazo. Pero ahora pasan a referirse al aborto con los términos «salud reproductiva» o «derechos reproductivos»: no se trata ya de enmascarar con eufemismos, se trata de darle la vuelta al mismo sentido de las palabras, expresar exactamente lo contrario de lo que se describe. Con esta revolución de las palabras quieren configurar el modo en que pensamos y vemos la realidad, para que se ajuste a lo que ha dictaminado su ideología.
¿Hasta qué punto la campaña puede ser eficaz para que los grupos pro-vida puedan realizar con libertad su labor?
No me hago muchas ilusiones, pero creo que en la campaña se trata, entre otras cosas, de levantar la voz, de no aceptar pasivamente que nos impongan por ley la mentira. Creo que esto es muy positivo, pues hay mucha gente que, para resistir a estas presiones, necesita no saberse solo. La repercusión de la campaña ha sido grande y proclamar algo tan sencillo e inobjetable como que “rezar frente a una clínica abortista está genial” ha provocado reacciones propias de la niña del Exorcista. Señal inequívoca de que se ha acertado y de que en torno al aborto no existe aún el consenso unánime que los promotores de la cultura de la muerte nos quieren hacer creer.
¿Por qué afirma que el totalitarismo ha entrado por la puerta de atrás?
Porque se impone en nuestras sociedades de manera suave, paso a paso, casi sin darnos cuenta. No hay un golpe de estado, ni toma del palacio de invierno, ni incendio del Reichstag. Uno sigue viviendo como siempre y de pronto, un día, con ocasión de alguna situación concreta, descubre que está viviendo en un régimen con rasgos totalitarios.
Son rasgos que no se puede negar que campan ya a sus anchas entre nosotros: manipulación del lenguaje, transformación radical de la sociedad con la pretensión de crear un hombre nuevo, erradicación de la distinción entre lo privado y lo personal, prohibición de plantear ciertas cuestiones... Quizás no sea el totalitarismo de los libros de texto, pero es difícil negar que estamos asistiendo a la emergencia de un nuevo totalitarismo que algunos califican como “blando”.
¿Cuál es el código secreto de la clase dirigente y cómo se puede desenmascarar?
El código secreto es toda esa neolengua trufada de inclusividades, sostenibilidades, heteropatriarcados, sororidades y fobias de todo tipo. Es una lengua en la que no creen muchos de quienes la emplean, pero han aprendido a utilizarla con maestría porque son conscientes de que eso les abre la puerta a la élite política y empresarial. Los que seguimos hablando como siempre, aquellos a quienes nos entienden cuando entramos en un bar, quedamos marginados pues demostramos no estar al tanto de este código secreto.
Creo que tenemos que denunciar este mundo de mentiras y mostrar sus destructivos efectos. Y apoyar todas las iniciativas, instituciones y actores políticos y culturales que no entren en este juego.
¿En qué medida la agenda 2030 sirve para imponer de manera más explícita un Nuevo Orden Mundial?
No sé si más explícita, pero sí creo que de forma más eficaz. La agenda 2030 incorpora muchos aspectos que pueden ser asumidos por cualquiera: son el cebo para tragarse toda una serie de puntos que, en solitario, muchos rechazarían, pero que pasan más o menos desapercibidos en medio de tantas buenas intenciones. Y hay mucha gente que está cayendo en esta trampa. Me parece, pues, urgente, sacar a la luz este mecanismo y advertir a los ingenuos de buena fe.
¿Qué soluciones da en el libro para resistir a estas imposiciones?
No tengo una solución mágica y apuesto por todo tipo de acciones, incluso las que aún no se nos han ocurrido. No podemos callar, hay que resistirse a las presiones woke, negándonos siempre, en la estela de Solzhenitsyn, a poner mentiras en nuestra boca. Si tienes la mala suerte de estar en la diana de la turba canceladora, nunca te disculpes (de todas maneras no te van a perdonar y solo buscan tu humillación), al contrario, redobla tu apuesta (y precisa mejor, si puedes, tu discurso). Tenemos que crear o impulsar instituciones, asociaciones, medios de comunicación, redes que nos protejan de la ofensiva canceladora. También debemos actuar en política, impulsando cambios que frenen la ofensiva woke y promuevan el bien común y no la fragmentación identitaria. Y me atrevería a decir que no sería mala idea imitar de vez en cuando a san Eulogio y los mártires de Córdoba, provocando en ocasiones la ira de los poderosos para, de este modo, despertar del letargo a los buenos.
Están abriendo la Caja de Pandora, es decir, nosotros (EL PODER) cambiamos las leyes, cambiamos conceptos porque una vez que tú cambias el concepto, automáticamente tú estás haciendo un cambio completo en la Norma, que es lo que no terminan de entender. No se trata simplemente, de dejar que dos personas del mismo sexo se casen, no se trata simplemente, de decir, Bueno, vamos a cambiar los pronombres, sino que se trata un cambio completo: y es una ideología.
El problema es que ellos dicen y, ellos mantienen que no es una ideología, sin embargo, una ideología que busca modificar, buscan modelar y. busca condicionar. Así es, modificar, condicionar y modelar. Eso es lo que busca una ideología.
MANUAL DEL BUEN CIUDADANO
PARA COMPRENDER Y RESISTIR A
LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN
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EL LIBRO DE LOS CANCELADOS
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JORGE SOLEY
EL TEMA DE
NUESTRO TIEMPO
Vivimos tiempos en los que el pasmo se convierte en rutina. Nos desayunamos con noticias que no hace mucho eran consideradas inverosímiles, política-ficción del peor gusto que habría arruinado la carrera del más reputado guionista. Profesores expedientados por enseñar que el sexo está determinado por un par de cromosomas, cuentas de twitter suspendidas por afirmar que la hierba es verde, violadores convictos que dicen ser mujeres para ser trasladados a una prisión femenina donde violar a unas cuantas reclusas, estatuas de san Junípero Serra derribadas por «justicieros» descendientes de los puritanos que masacraron a los indígenas norteamericanos, mujeres deportistas que ven cómo su puesto en las Olimpiadas es ocupado por competidores con genitales masculinos, inocentes películas descalificadas como si fueran horrendas abominaciones (¡si hasta Dumbo es ahora políticamente incorrecto!), palabras de toda la vida que, de un día para otro, se convierten en términos prohibidos que pueden arruinar tu carrera o incluso tu vida... Palabras canceladas. Estatuas canceladas. Libros cancelados... e incluso personas canceladas. Todo debe ajustarse a los moldes de la corrección política. La pregunta es obvia: ¿nos hemos vuelto todos locos? Aún no del todo, pero vamos camino de lograrlo.
¿Qué ingrediente han echado al agua que explique esta explosión de chaladuras? Quizás lo que ocurre es que estamos asistiendo ahora al estallido de algo laboriosamente preparado, algo que viene de lejos: llevamos mucho tiempo acumulando combustible y lo que contemplamos ahora es la combustión de esa gigantesca pira. Por eso será bueno, si queremos entender lo que acertadamente se puede calificar como el tema de nuestro tiempo, empezar por echar la vista atrás para vislumbrar cómo hemos llegado hasta aquí.
LO QUE PASÓ EN LAS
UNIVERSIDADES DURANTE
LOS AÑOS 90'
Hay quienes trazan la aparición de lo políticamente correcto en las controversias aparecidas en las universidades estadounidenses durante finales de los años 80 y principios de los años 90 del siglo pasado, cuando en 1991 la New York Magazine le dedicó su portada al entonces nuevo fenómeno junto a un artículo de John Taylor titulado «Are You Politically Correct?». Fueron los años en los que se empezaron a purgar los currículos de humanidades para aligerarlos de las obras de lo que les dio por calificar como una colección de «hombres viejos blancos» (tres rasgos que te condenan irremisiblemente al basurero de la historia según los criterios de los adeptos de esta peculiar «diversidad»). Purgas que uno de los testigos de su emergencia, el historiador François Furet, no dudaba en calificar como el «último intento de las utopías de regeneración de la sociedad».
En 1994 James Finn Garner publicaba sus Cuentos infantiles políticamente correctos, una parodia que reescribía los cuentos de toda la vida para amoldarlos a las nuevas exigencias. Por ejemplo, en el archiconocido cuento clásico, Caperucita ya no era una niña, sino una persona de corta edad, la tarta para su abuelita era sustituida por fruta fresca y agua mineral y se advertía a los lectores de que el encargo de visitar a su abuelita no recaía en ella «porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad». Obviamente, Caperucita desoye la advertencia del lobo acerca de los peligros del bosque y le echa en cara el sexismo encubierto en ese paternalismo lobuno. El lobo, en esta versión políticamente correcta, llegaba el primero a casa de la abuelita, pero no porque Caperucita se entretuviera contemplando las florecillas del bosque, sino porque el lobo, «liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela».
No desvelaremos aquí el final de esta versión, nos limitaremos a citar la advertencia del propio autor:
Deseo disculparme de antemano y animar al lector a presentar cualquier sugerencia encaminada a rectificar posibles muestras –ya debidas a error u omisión– de actitudes inadvertidamente sexistas, racistas, culturalistas, nacionalistas, regionalistas, intelectualistas, socioeconomistas, etnocéntricas, falocéntricas, heteropatriarcales o discriminatorias por cuestiones de edad, aspecto, capacidad física, tamaño, especie u otras no mencionadas.
El libro de Finn Gardner trataba de exponer lo ridículas que eran las pretensiones de aplicar la corrección política al lenguaje y al argumento de una narración, confiando en que la contemplación de los resultados a los que lleva esa lógica haría entender lo absurda de esa pretensión. A la vista de la realidad actual, el intento ha fracasado: ahora se publican libros como aquel pero sin el menor atisbo de ironía. Lo que Finn Gardner suponía que era evidentemente ridículo ya no lo es y pasa por serio y respetable (e incluso merecedor de subvenciones estatales, que siempre se agradecen) para muchos.
El término «políticamente correcto», sin embargo, ya había hecho su aparición unos cuantos años antes. La URSS de Stalin, por ejemplo, empleaba la expresión «politicheskaya pravil’nost», corrección política, con connotaciones positivas como un medio de controlar a su población. Y del uso oficial pasó al uso literario en dos escritores que habían conocido de primera mano el totalitarismo comunista: el ruso Vladimir Nabokov y el polaco Czesław Miłosz.
Nabokov usó el término «políticamente incorrecto», dándole su significado actual, en su novela de 1947 Barra Siniestra, que transcurre en un régimen totalitario imaginario donde, según informa la prensa controlada por el Estado, «algunas organizaciones eran bastante malas y hoy están prohibidas», son «organizaciones políticamente incorrectas», esto es, desviadas de la «verdad» oficial establecida por el Estado.
Seis años después de que el ruso Nabokov empleara el término, fue el polaco Miłosz quien utilizó la expresión polaca «poprawny politycznie» («políticamente correcto») en su obra La mente cautiva. Allí la emplea en el contexto de la censura por parte del régimen comunista cuando, refiriéndose a un escritor, señala que «aún así, un tema políticamente correcto no le habría salvado del ataque de los críticos si éstos hubieran querido aplicar criterios ortodoxos, porque describió el campo de concentración tal y como lo había visto personalmente, no como se suponía que había que verlo», poniendo de manifiesto un aspecto clave de este fenómeno: el abismo que separa lo «políticamente correcto» de la realidad.
LA ESCUELA DE FRANKFURT,
LA TEORÍA CRÍTICA Y LA
UBICUA DECONSTRUCCIÓN
Pero sigamos remontando el tiempo en dirección hacia los orígenes de la locura que ahora nos rodea. Lo que se vivió en las universidades a finales del siglo xx no fue otra cosa que la cristalización de una teoría que la Escuela de Frankfurt había denominado como Teoría Crítica y que fácilmente reconocemos en muchas de las noticias de hoy en día con las que empezábamos nuestro recorrido.
Pensadores como Max Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse o Erich Fromm, primero en Alemania y luego en Estados Unidos, inspirándose en Hegel, Marx y Freud, desarrollaron la influyente Teoría Crítica que toma su nombre de un artículo de 1937, obra de Horkheimer, titulado Teoría Tradicional y Crítica. ¿En qué se diferencia, para estos autores, la teoría de toda la vida de esta nueva Teoría Crítica?
La diferencia entre ambas consistiría en que, mientras que una Teoría Tradicional en el campo de las ciencias sociales pretende comprender y describir algún fenómeno social, la Teoría Crítica parte de la visión a priori de lo que considera que debería ser la sociedad para, tras detectar los elementos que no encajan en esa visión, organizar la movilización y el activismo que lleven a subvertir, desmantelar o transformar esos elementos. Es decir, la Teoría Crítica intenta derruir para rehacer después la sociedad de acuerdo con lo que ella ya había decidido antes incluso del análisis de la realidad.
El uso de la palabra «crítica» en los autores de la Escuela de Frankfurt deriva de la insistencia de Marx en que todo sea criticado «despiadadamente» y de su advertencia de que el objetivo del estudio de la sociedad es transformarla: lo que se conoce como primacía de la praxis. A la Teoría Crítica no le interesa la comprensión de la realidad o la verdad; al contrario, lo que le importa es la transformación social. La prioridad ya no será alcanzar un conocimiento más profundo, algo que incluso puede llegar a resultar molesto, sino organizar agresivas campañas para cambiar de arriba abajo la sociedad. ¿Les suena familiar?
Otro de los rasgos de la Teoría Crítica es que considera que para iniciar el proceso de derribo de cualquier fenómeno social hay que empezar por denunciar las supuestas relaciones de poder que lo conforman. En el Manifiesto comunista se podía leer que:
toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos de la gleba, maestros gremiales y aprendices; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta.
El esquema será el mismo, pero si Marx ponía el foco en las relaciones económicas y de propiedad, la Escuela de Frankfurt se centra en las supuestas relaciones de poder, alienación y explotación, así como en las relaciones entre sexos. Por eso ven, o dicen ver, o inventan directamente explotaciones por todas partes: es la excusa para iniciar esos procesos de acoso y derribo que cada vez son más frecuentes.
Se trata, proclaman, de hacer visibles las dinámicas de poder en una sociedad para cuestionarlas, criticarlas y, sobre todo, problematizarlas. De hecho, una de las principales claves de la Teoría Crítica es la problematización: hay que retorcer la realidad como sea con el fin de lograr colgarle el cartelito de «problemática», lo que a efectos prácticos quiere decir que algo no coincide con la visión de los teóricos críticos y que, en consecuencia, es automáticamente considerado como un elemento de una dinámica de poder injusta.
Estos presupuestos generales han dado lugar, en función de los diversos tipos de supuestas relaciones de poder sometidas al estudio crítico, a diversas «teorías críticas», auténticas pseudociencias que, en realidad, y por muchos títulos pretenciosos que acumulen, no tienen fundamento científico alguno. La lista es larga y en continua expansión: la teoría poscolonial, la teoría queer, la teoría crítica de la raza, el feminismo interseccional y las teorías críticas del capacitismo y la gordura (en inglés, Fat Studies)... A su vez, la Teoría Crítica permea numerosas disciplinas, como los estudios culturales, los estudios de género, los estudios étnicos/de raza/ negros, los estudios sobre sexualidad/LGTBI/trans, los estudios poscoloniales, indigenistas y decoloniales, los estudios sobre la discapacidad, los estudios sobre la blanquitud...
De este modo esa invención de la Escuela de Frankfurt, la Teoría Crítica, extiende sobre las ciencias sociales un enfoque desligado de la realidad y completamente ideologizado, en el que prevalece el activismo sobre el rigor. Un enfoque casi omnipresente en nuestros días y que envenena todo cuanto toca.
En el despliegue de esta «maquinaria trituradora» crítica ha tenido gran importancia, especialmente a partir de finales de los años 1980, lo que Jacques Derrida bautizó como «deconstrucción», un modo de análisis filosófico y literario que destripa las creaciones fundamentales de nuestra civilización para, mostrándonos sus despojos, intentar convencernos de que, en el fondo, todas eran obras perversas, destinadas a perpetuar terribles injusticias. La consigna es deconstruirlo todo... excepto las obras de los deconstruccionistas, que son sagradas y hay que creer a pie juntillas.
La deconstrucción sigue el sendero abierto por la Teoría Crítica, problematizando, viendo relaciones de explotación por todas partes y asumiendo como uno de sus rasgos más significativos el exponer y denunciar lo que consideran artificiales oposiciones binarias: ya no tiene sentido hablar de verdad y ficción, cultura y barbarie (de hecho la cultura predominante, dirán, es castrante y negativa y la barbarie que la arrasa saludable), lenguaje escrito y oral (mucho mejor cualquier rapero soez que los carcas de Cervantes o Shakespeare) o masculino y femenino. Aplicando un escepticismo radical, el enfoque deconstruccionista niega por principio la existencia de nada verdadero o falso, lo único que importa es si sirve para subvertir de raíz nuestra cultura y civilización. Se realiza así, de manera sistemática, aquella «filosofía de la sospecha» que otro miembro de la Escuela de Frankfurt, Herbert Marcuse, proponía como instrumento para desenmascarar lo que consideraba la gigantesca falsedad sobre la cual creía que Occidente había edificado su filosofía y su moral.
De este modo, las categorías estables de sexo masculino y femenino son consideradas como opresivas y las relaciones interraciales se supone que siempre significan que un grupo dominante está usándolas para oprimir a grupos marginalizados. Derrida está aquí desarrollando la Teoría Crítica, que ve la realidad y sus supuestas injusticias como el resultado de las dinámicas de poder escondidas en esta ocasión en nuestro lenguaje. Un lenguaje que es considerado como puramente arbitrario y que debe de ser deconstruido y transformado para alterar la realidad, superar la opresión y alcanzar el mundo nuevo al que aspiran estos ideólogos metidos a aprendices de brujo.
Para redondear nos fijaremos en Marcuse y su muy iluminador concepto de «tolerancia represiva», que nos ayuda a responder a la pregunta: ¿cómo es que quienes aún sacan de vez en cuando del baúl de los recuerdos aquello del «prohibido prohibir» se pasan ahora el día censurando, cancelando y denunciando a quienes se salen de lo políticamente correcto?
Explicaba Marcuse en 1965 que «la realización del objetivo de la tolerancia exigiría la intolerancia hacia las políticas, actitudes y opiniones imperantes, y la extensión de la tolerancia a las políticas, actitudes y opiniones proscritas y reprimidas». Dado que la sociedad tradicional supuestamente opresiva ya ha introducido un sesgo incorrecto en el modo de pensar de la gente, Marcuse propone que «habría que invertir la tendencia: tendrían que recibir información sesgada en la dirección opuesta» a través de «medios no democráticos», ya que las masas engañadas no pueden entender su propia opresión. O sea, que si no piensas como han decretado que hay que pensar no se puede tolerar que hables y te han de imponer justo lo contrario, aunque sea falso y distorsionador. La «tolerancia represiva» tolera a quienes piensan correctamente pero reprime a quienes no lo hacen. Así, en nombre de la tolerancia y el libre pensamiento, se impone el control y la propaganda.
Obviamente quienes promueven hoy en día la Teoría Crítica y pueblan muchas universidades no son ni Marcuse ni Horkheimer; de hecho a menudo sus argumentaciones son, una vez despojadas de toda su rica exuberante parafernalia lingüística, tremendamente pobres. Ha sido James Lindsay quien ha dado con la fórmula con la que cualquiera puede elaborar una Teoría Crítica de cualquier cosa. Para ello propone dos caminos. En primer lugar, tomar una Teoría Crítica ya existente de algo, sustituirla por la jerga específica de otro ámbito y luego publicarla, pretendiendo que con tu innovadora mirada has revolucionado los estudios en tu campo. El segundo camino consiste en elegir algo imperfecto, quejarse de ello y culpar a todo el mundo, acusándole de complicidad moral. Luego se exige un cambio sistémico, se propone una solución utópica y se pasa a considerar a cualquiera que muestre su desacuerdo como alguien malvado responsable de que esos problemas continúen. Una fórmula tramposa que, por desgracia, está a la orden del día.
LISTA PROVISIONAL
DE TÉRMINOS QUE
HACEN SALTAR TODAS LAS ALARMAS
1. Inclusividad 2. Interseccionalidad 3. Privilegio blanco 4. Patriarcado 5. Masculinidad tóxica 6. LGTBIfobia 7. Heteronormatividad 8. Transfobia 9. Antiespecismo 10. Poliamor 11. Gordofobia 12. No binario 13. Edadismo 14. Deconstrucción 15. Decolonial 16. Cisnormatividad 17. Apertura 18. Apropiación cultural 19. Capacitismo 20. Explotación 21. Etnocentrismo 22. Discriminación positiva 23. Sexo fluido 24. Discurso de odio 25. Perspectiva de género 26. Racismo estructural 27. Consenso 28. Falocentrismo 29. Sesgo inconsciente 30. Víctima 31. Adyacencia blanca 32. Tolerancia 33. Antidemocrático 34. Sororidad 35. Señoro 36. Fuerzas de progreso 37. Autoidentificación 38. Malgenerización 39. Justicia climática 40. Estigmatizar
AFORTUNADOS AQUELLOS QUE NO ENCAJAN...
Afortunados aquellos que no encajan, que no se someten, que no aceptan imposiciones sociales, que viven la vida como realmente quieren.
Bendecidos los locos cuya felicidad no depende de lo que diga la gente, que tiene sueños próprios, que tiene principios, que tiene ideales, que por ningún precio los venden.
Excepcionales aquellos que no están hipnotizados por el éxito vulgar y corriente. Que ven más allá. Que no es el ego o la ambición, sino la pasión y el amor que los mueve.
Afortunados, porque aun sean tachados por algunos como inadaptados o peligrosos, ellos son los que cambian el mundo, abriendo camino donde el resto no puede imaginar.
Wüicho Villegas
VER+:
MANUAL DEL BUEN CIUDADANO: ... by Yanka
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