EL Rincón de Yanka: "PLAZA SITIADA": UN LIBRO PARA LOS ENEMIGOS por NORBERTO FUENTES 👿👥💥💀

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La Superficialidad hipócrita te hace indiferente y ciego ante la realidad y sus causas.








martes, 15 de abril de 2025

"PLAZA SITIADA": UN LIBRO PARA LOS ENEMIGOS por NORBERTO FUENTES 👿👥💥💀

 PLAZA  SITIADA:

UN LIBRO PARA LOS ENEMIGOS

NORBERTO FUENTES

Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.
José Martí

El Comité Central dijo no…

El texto de Plaza sitiada explica, desde el punto de vista del autor, toda la intrahistoria de aquella época en Cuba, la guerra de Castro contra los intelectuales cubanos y los del mundo entero. Los más perjudicados en el libro, como me parece que no podía ser menos, son el poeta Heberto Padilla y el escritor chileno Jorge Edwards, encargado también en esos días por el gobierno de Allende de abrir la embajada de Chile en La Habana. Según Fuentes, ninguno de los dos se dio cuenta de lo que sucedía e iba a suceder, Edwards sería expulsado de La Habana por Fidel Castro y con Padilla se habría pactado la autocrítica, palabra por palabra, y después de un tiempo la salida de La Habana.

Norberto Fuentes los tilda a los dos de desmemoriados: memorialistas desmemoriados, escribe. Aquí me toca de cerca, porque en el caso de Edwards yo estaba en el despacho de Carlos Barral, en la calle Balmes de Barcelona, cuando llegaron los primeros ejemplares de Persona non grata (y lo leí de un tirón esa noche en mi hotel de la calle Santaló 8), y en el segundo caso porque fui yo quien contrató y publicó, como director editorial de Argos Vergara en la época de la que hablamos, La mala memoria de Heberto Padilla. Los dos, Edwards y Padilla, son objeto de análisis profundo por parte de Norberto Fuentes, que fue amigo de ellos, dentro y fuera de Cuba, porque él también terminó exiliado, tras haber sido el cronista de la guerra de Angola, el cronista de las hazañas de las tropas aliadas soviéticas y cubanas con Arnaldo Ochoa de comandante en jefe de las tropas del frente.

Valía la pena entretenerse y aprender leyendo este libro, que da una versión nueva de aquellos episodios que rompieron el idilio de los intelectuales europeos y Fidel Castro. Sólo que en el libro de Fuentes aparecen intenciones de Fidel Castro que hasta ahora no habían sido analizadas. Digo que no son juicios de valor por parte del autor, ni suposiciones que podrían construir su versión de una manera torticera: hay documentación suficiente para tener en cuenta la tesis de Fuentes y, además, su prosa es suya, una especie de cabalgada sobre un tigre desde la primera de las páginas del libro hasta la última. Profusión de documentos oficiales, cables, cartas, testimonios; multitud de documentos gráficos, fotografías, detalles olvidados, atenciones nuevas, diría yo que fotos casi inéditas que apabullan al lector y lo meten dentro de la historia que cuenta el texto con la misma pasión reflexiva con el que ha sido escrito, sin duda.

Norberto Fuentes: resulta que está vivo como persona y como escritor, y con una memoria y una prosa excelentes, y con un pensamiento fresco y profundo, y con una sensibilidad literaria extraordinaria. Resulta que, junto a Cabrera Infante, es el único escritor cubano que conozco que ha escrito más y mejor fuera de Cuba que cuando estaba en la isla. El resto se acabaron bastante cuando salieron a escribir a la libertad y lo hicieron mucho peor que cuando dentro de la isla eran protagonistas de su propia resistencia. 
Supongo que el libro de Norberto Fuentes será saludado por silencios clamorosos y pequeñas diatribas que tratarán de despreciar este nuevo texto sobre aquellos años grises de Cuba. Es igual lo que hagan unos y otros, el libro ya está escrito. Y leído. Y es excelente.

Prefacio

“TODOS LOS ESCRITORES DE ORIGEN BURGUÉS han conocido la tentación de la irresponsabilidad”. El Sartre de posguerra y su anatema de 1948 sobre la irresponsabilidad como marca de fábrica de los intelectuales burgueses, que influyó en decenas de colegas durante casi toda la Guerra Fría y que les pesaba en la nuca como un albatros, actuó en mi caso más bien como la heráldica de un escudo de armas. La frasecita ha estado pendiente sobre la cabeza de demasiados escritores durante demasiados años. Allá ellos, los pobres. A mí, en cambio, me instruyó. Me dotó de una profesión de fe literaria. En verdad, yo estaba libre de todo sentimiento de culpa porque disponía de una Revolución que de hecho no te admitía muchos traumas ni complejos. (Nada de irresponsabilidades, compañero. Duro ahí. Que aquí tenemos toneladas de trabajo por delante.) Y así las cosas. Luego, en mi camino como escritor, encontré otro libro que también ha influido, que va a influir, mucho más que Sartre, que es París era una fiesta, de Hemingway. 
Me imagino que mucho más persuasivo para mí porque apelaba a los sentimientos, a las sensaciones, y no a los conceptos. Vivía el mundo, no lo explicaba. Todos los escritores que yo conozco, todos los grandes escritores que yo conozco, de una u otra manera, están influidos por París era una fiesta y a su vez los consume la ambición de hacer un libro semejante; o sea, descubrir en la juventud, en los años iniciales de sus carreras, en sus orígenes como artistas, la fuente de uno de sus libros. Aunque quizá nadie lo pueda repetir como Hemingway. Yo, con estas páginas, he percibido — como nunca antes con otro proyecto—, la tentación de la irresponsabilidad, pero a su vez, también, creo que me he visto atraído por esa especie de norte magnético que una vez atrapó a Ernest Hemingway: la búsqueda de la fuente de la juventud. Ha sido la mixturación, pues, de Plaza sitiada: la nostalgia y la irresponsabilidad.

EL PROCESO tuvo lugar en La Habana y se conoce como Caso Padilla —en referencia al mencionado poeta Heberto Padilla. En este libro, un narrador cubano de nombre Norberto Fuentes entrega su testimonio de aquellos días —en 1971— del arresto y posterior “autocrítica” del poeta, un episodio que todos los autores coinciden en señalar como el fin de la luna de miel de la intelectualidad occidental con la Revolución Cubana y, especialmente, con su líder, Fidel Castro. Un punto de giro tan dramático como insoslayable en la historia del comunismo cubano y que afectó por igual a todos los bastiones intelectuales de América Latina y con ondas de impacto que alcanzaron más allá aún: a España, Francia, Italia. Si Jean Paul Sartre dio por concluido su romance cubano, se lo debe al Caso Padilla. Si Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa rompieron para siempre una entrañable amistad, es el resultado del Caso Padilla. Julio Cortázar fue del azafrán al lirio durante este proceso y sus postrimerías. Podría decirse que no quedó intelectual de valía —entre Europa y América Latina— que no se viera atrapado en el fuego cruzado o, más significativo, que no tuviera la ardiente necesidad de pronunciar su discurso. (Sí, en efecto, pese a las cercanías de ambas costas, donde la noticia pareció pasar desapercibida fue en Estados Unidos; las razones pueden ser múltiples y hasta podemos admirarnos porque The New York Times dispusiera una tardía nota sobre las vicisitudes del poeta. (“Embatled Cuban Poet Heberto Padilla Lorenzo”, en The New York Times, 22 de mayo de 1971), pero lo cierto es que Padilla y sus tormentos hallaron muy poco eco entre sus colegas americanos, y que ni en el Village ni en Hollywood hubo movilización, amén de que hacia donde Padilla había estado trasmitiendo todo el tiempo sus boutades y coloridas declaraciones era hacia los centros receptores de París. Era con quien había establecido una comunión, la sede principal de la entente.) París. Bueno, el lector debe saber que en esto entra a jugar un papel, un muy enrarecido papel, el difunto guerrillero heroico, el comandante Ernesto Che Guevara. También él tenía la añoranza de París, y contribuyó de manera decisiva a acercar la intelectualidad francesa a la pachanga cubana. Lo cierto es que el Che se volvía loco con Sartre y con la enjundia filosófica que se respiraba en la Sorbona. ¿Y cómo se llamaba aquel pichón de imitador de André Malraux? Pichón, ya está dicho, eufemismo cubano por émulo, pero de bajo registro. Debray. Regis Debray. Porque él también puso su grano de arena en toda esta historia. Así mirada las cosas, no le fue tan mal a Padilla: el mismo París que al Che Guevara le costó la cabeza, y a Regis incontables sesiones de interrogatorios a manos del ejército boliviano (es lo que él contó), lo salda Heberto con 37 días en Villa Marista, el amurallado complejo de instrucción de la Seguridad del Estado cubano. 

Ah, por el camino hubo una autocrítica del poeta para lograr un requerido nivel de humillación según los estándares internacionales de la represión comunista, o al menos lo que se entiende como la conducta a seguir por estos regímenes, pero que en realidad —según sus propias y reiteradas hasta la saciedad declaraciones (siempre diferidas y muy lejos de las costas cubanas, desde luego)— él concibió como una burla emitida hacia los intelectuales foráneos para que se dieran cuenta que “aquello” era un proceso estalinista. También hubo un pequeño incidente, el del narrador cubano que rechazó la autocrítica de Padilla y que al principio fue exaltado como un héroe, pero que la miel de la gloria le fue escamotada casi de inmediato, primero con el silencio y el olvido, y luego con virarle la tortilla para justificar la abyección de Padilla. Ese muchachón insolente de entonces, ahora un señor en sus sólidos 70, se llama Norberto Fuentes y es el que se menciona al principio como el individuo dispuesto a entregar su testimonio sobre esta historia. 

A todas estas, vean que cosa más curiosa: el único de los principales involucrados que logra salir airoso del affaire, deja transcurrir más de 40 años sin pronunciarse. Todo el mundo despachándose con el cucharón del caldo, menos él. Una disciplina fácil de sobrellevar puesto que no hay nada que desprecie con mayor fuerza que las explicaciones de conductas personales pasadas. Así, pasó de ser el único partícipe invicto de la jornada, a la de un paria juzgado —en el mejor de los casos— por extranjeros y sobre todo por el atado de cobardes de la intelectualidad criolla. Se reagruparon como pudieron, se sorbieron los mocos, mercurocromo en las heriditas, y volvieron. Entendieron, de manera bastante racional, que les quedaba pendiente la rendición de cuentas por su ignominia. Podemos extendernos al respecto en las páginas que siguen. Pero en esencia, se dispusieron a acabar con él. Él, que desesperaba por terminar un mamotreto sobre Ernest Hemingway, para ganar alguna plata y también —¿por qué no?— alguna consideración social. Guardó silencio. Las dejó pasar, una invectiva tras otra. No niega que rumiara de vez en cuando la producción de un libro como este. Ponía y cambiaba títulos, enmarcaba el tiempo a tratar, anotaba en papelitos y luego —con el arribo de la Era Moderna — en la insondable memoria de sucesivas computadoras, de las que dispuso una docena tanto en Cuba como en su exilio yanqui. Aguantó, pues, hasta el presente, hasta las páginas y documentos que aquí irá sumando. Llega el momento —para él— de poner las cosas por escrito. Pero no por la cantidad de boberías que se han acumulado durante estos años. No. El detonante ha sido una extraña maniobra procedente de Cuba. La publicación de textos, la convocatoria a conversatorios y el liqueo de documentos, aunque todo bajo el control de las autoridades. Y a esos sí hay que responderles. Saltarles al cuello. De inmediato. Esperamos satisfacer todas las curiosidades más adelante. 

Algo más que el testimonio de aquel episodio, este libro es también el retrato de un joven artista y su aprendizaje como escritor en una revolución.


Norberto Fuentes
6 de julio de 2012 — 25 de noviembre de 2015.

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