EL Rincón de Yanka: LIBROS "LA PERVERSIÓN DEMOCRÁTICA" y "EL DEBER CRISTIANO DE LA LUCHA" por ANTONIO CAPONNETTO 🔥

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lunes, 7 de abril de 2025

LIBROS "LA PERVERSIÓN DEMOCRÁTICA" y "EL DEBER CRISTIANO DE LA LUCHA" por ANTONIO CAPONNETTO 🔥


LA PERVERSIÓN
DEMOCRÁTICA

ANTONIO CAPONNETTO

La Caridad sin Verdad sería ciega, 
La Verdad sin Caridad sería como, 
“un címbalo que tintinea”. 
San Pablo 1 Cor.13.1

Este es el título de un libro que se ha publicado en Argentina por un autor cuyo catolicismo militante es sin duda molesto para quienes pretenden simultanear su fe católica con su ideología demócrata.
El Dr Antonio Caponnetto, a lo largo de 336 páginas demuestra que ambas doctrinas son incompatibles y concluye con un anexo titulado «La posibilidad de una democracia tradicional».
Este libro sirve para que quienes presumen de ser cristianos y a la vez demócratas comprueben si sus intereses mundanos son o no más fuertes que su pretendida fe religiosa. Ocurre que hoy, cuando quien declara declara abiertamente no creer en la democracia como sistema viable de gobierno es convertido en paria, todos quieren beneficiarse de alguna forma de las ventajas de estar con el «poder»… Incluso nadie se atreve a afirmar que las presuntas democracias son un fraude, una ilusión… Todo el mundo sabe que la última guerra mundial se hizo para imponer la democracia en el mundo… pero pocos llegan a pensar que imponer algo a sangre y fuego no es precisamente democrático…


"En realidad, el hombre no tiene derechos en una democracia.
No los perdió en beneficio de la colectividad nacional ni de la nación, sino de una casta político-financiera de banqueros y agentes electorales. 
La democracia masónica (globalista), a través de una traición sin igual, se disfraza de apóstol de la paz en esta tierra y al mismo tiempo proclama la guerra entre el hombre y Dios.
"Paz (Pacifismo) entre los hombres y guerra contra Dios". Corneliu Zelea Codreanu

REFLEXIONES DOCTRINALES 
SOBRE LA PERVERSIÓN DEMOCRÁTICA


“¡El sufragio universal es la mentira universal!”… “Del sufragio universal se ha hecho arma de partido; bajo este punto de vista ni nombrarlo nos dignaríamos. Pero el sufragio universal es hoy, más que todo, base de un sistema filosófico en oposición a los sanos principios de derecho y de Religión […] y constituye la esencia de lo que se ha querido llamar derecho nuevo, como si el derecho fuese tal si no es eterno”. Se trata, en suma, de una “sucia quisicosa”, cuyo punto de partida es “admitir como dogma filosófico la infalibilidad de las turbas”. Félix Sardá y Salvany, La mentira universal, mayo, 1874.
… “una democracia que llega al grado de perversidad que consiste en atribuir en la sociedad la soberanía al pueblo”. San Pío X, Nostre charge apostolique.
… “la vida de las naciones se halla disgregada por el culto ciego al valor numérico”. Pío XII, La organización política mundial, Del 6 de abril de 1951.

“El Estado liberal, jacobino y democrático edificado sobre el hombre egoísta y el sufragio universal, han permitido que la riqueza del poder Soberano de la Nación haya sido reemplazado por el poder de la riqueza sin Dios y sin Patria. La plutocracia internacional a la sombra de la llamada soberanía popular, mediatizada a los poderes público y explota las naciones”. “La soberanía popular comporta una real subversión atea y materialista, por cuanto sustituye a la soberanía divina, y se postula como un principio absoluto e incondicionado”… Jordán Bruno Genta

LA DEMOCRACIA ES UNA RELIGIOSIDAD SUBVERTIDA


Que la democracia es forma impura de gobierno y corrupción de la República, es una afirmación anterior a la doctrina católica. En vano se ha traducido insidiosamente ciertos tratados clásicos helénicos y romanos, a efectos de atemperar o disimular esta certeza teórica- práctica ante el mundo políticamente correcto. En vano- a partir sobre todo del Iluminismo, por la acción directa de Montesquieu y de Rousseau- se han escamoteado la presencia de la democracia entre las formas legítimas de gobierno, como clarísimamente se afirma en LA REPÚBLICA ( 445) y en la POLÍTICA (1279), OBRAS CUMBRES DE LOS VENERABLES FILÓSOSFOS DE LA HËLADE. En vano digo, porque allí están estas páginas en sus idiomas originales para que brote de sus reflexiones la descalificación de una forma de gubernamental signada fatalmente por la tiranía del número, por el desgobierno de la muchedumbre, por el desenfreno de las libertades, por el incremento de los oclótas * y los demagogos. Platón y Aristóteles entonces, figuran entre los maestros encumbrados de este rotundo desaire a las democráticas formas. Pero también poetas como Homero o Hesíodo, historiadores como Hereódoto y Tucídedes , pensadores como Isócrates, cantores como Tirteo o Simónides de Ceos, artistas como Eurípides o Esquilo, u oradores como Demóstenes.

Las largas y fundadas razones por la que estos hombre egregios descalificaron a la democracia, en sus principios y en sus realizaciones prácticas, no sólo no son de llamativa actualidad sino por una significativa hondura. Porque no se trata de una forma impura desechada en mérito de cuestiones accidentales o subalternas- como la elección o la sucesión de los gobernantes- sino de una perversión intrínseca que hace posible la profanación y el sacrilegio, conspirando contra los mismos lazos sagrados en que sostiene la ciudad. Son las leyes divinas las que ceden ante las legislaciones humanas gestadas en las asambleas del pueblo, son los ritos y las ceremonias tradicionales los desplazados, y hasta son lo kakodaimonistai o adoradores del demonio los que ganan en prestigio, según lo reconociera el mismo Lisias. Democracia e impiedad revulsiva se suponen recíprocamente en cada tramo de la historia. Como si la primera potenciara irrefragablemente, por el peso de su inherente miseria, todas las malas inclinaciones que hay en la humana naturaleza.

El Sófocles que en Electra, pone en boca del coro palabras laudatorias para Zeus ultrajado por el demos; o Isócrates que en el Areopagítico elogia la piedad y la clemencia contra los rapaces demagogos que no entienden la obligación de conservar las tradiciones, son apenas dos ejemplos- entre centenares- de un perversión que fue considerada y padecida, ante todo, como un vejamen a la recta religiosidad. Súmese si se quiere el formidable y conocido testimonio de Cicerón, cuando bajo la inspiración platónica escribe su República, y afirma en ella- en el emocionante fragmento de El Sueño de Escipión- que quienes alcanzan la gloria celeste no son los partidócratas que amontonan votos de la plebe, sino los que consagran a la patria en veladas de sabiduría o en epopeyas de gloria. Si acaso se prefiriera el testimonio de los comediantes, reléase el Pluto de Aristófanes, y aquellas palabras magníficas con que la diosa Pobreza descalifica al demócrata Crémilo, que coloca la riqueza por encima de los rectos sentimientos religiosos.

Con razón ha dicho Stan Popescu haciendo una fundada autopsia de la democracia, primeramente en el mundo antiguo: “El desprecio por la religión se manifestó solamente en los permanentes intentos de demoler los valores religiosos ) la clemencia, la piedad, la compasión, la justicia, el espíritu de sacrificio) sino también en la obsesiva y en la afiebrada voluntad de hacer leyes escritas y votarlas. Con ello se cancelarían para siempre las leyes sagradas, tradicionales, y se terminaría de una vez con las virtudes […]para la conservación de las cuales se requería autoexigencia, autodisciplina y voluntad de autosuperación… Stan Popescu. Autopsia de la democracia. 1984. Euthymia.P.122.

* Gobierno de la plebe.


Si el mejor pensamiento clásico descubrió los males sustantivos de la democracia, y si lo mismo hicieron pensadores de nota, no necesariamente ligados a la Iglesia Católica :si los grande paganos como Platón y Aristóteles señalaron el desquicio de este sistema insano, y otro tanto podría decirse de autores como Gentile, Guénon, Evoca, Maurras,, Henri de Man, Violkoff y los precitados Ortega y Gasset y Tocqueville, va de suyo que el Magisterio de la Iglesia no podía callar ni errar en cuestión de tanta monta. Y es aquí cuando se aprovecha y entiende la comentada antología de textos que me hiciera llegar Enrique Brousain. Muy especialmente los correspondientes al maestro Julio Menvielle* en su obra Concepción católica de la política.-Que sepamos hay cuatro ediciones de esta obra que remitimos efusivamente. La primera publicada en los cursos de Cultura Católica , en 1932. La segunda, bajo el mismo sello editorial, en 1941. La tercera publicada por Teoría, Buenos Aires, 1961, y la cuarta en el volumen III de la Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, Buenos Aires, Dictio, 1974. cada una de ellas ofrece ampliaciones y correcciones. También puede leerse por internet.

Al repasar aquellos párrafos fundantes en necesaria epítome, varios corolarios pueden extraerse con provecho:

a) que según enseñanzas de Santo Tomás, una institución es la República, que admite “ la participación jerárquica de todos en el gobierno de la cosa pública “ y otra su corrupción, la democracia, “ régimen tiránico del gobierno popular “, que por su esencia igualitaria concluye en la opresión de una clase o de un partido sobre otro ( De Regno, I,I ).

La democracia, pues, tiene un perversión intrínseca. Pervierte la República.

b) que si tergiversando y “ olvidando la profunda sabiduría del lenguaje tomista se quiere usar el vocablo democracia para significar la república o politia, entiéndase que ésta no se ha realizado ni se ha de realizar en ninguna de las repúblicas o democracias modernas […]. Todas las cuales no son sino una mezcla de demagogia con la oligarquía de los bribones, presentan un tipo inestable y sedicioso, porque en ellas jamás se procura el bien común temporal […] y no piensan sino en la procuración de bienes económicos; no el común, porque el bien del individuo-gobernante prima sobre el bien del partido, el del partido sobre el bien de la nación, el de la nación sobre el bien de los derechos internacionales y sobre el bien divino de la Iglesia” ( P. Julio Menvielle *, Concepción Católica de la Política).
La democracia pues, pervierte la noción de bien común y la jerarquía misma de los bienes. Y es de notar, complementariamente, que esta ley enunciada por Menvielle, de futuribles democracias indeseables, no ha dejado de cumplirse desde que la anunció por primera vez, hace ya más de un largo de siglo.

c) que el auge de la democracia ha engendrado “ modernas sociedades, conformadas perversamente en su interior por haber perdido el recto sentido del bien humano […] víctimas de los consorcios financieros internacionales, los cuales, después de haber corrompido las conciencias, acordando prebendas a las personas influyentes de la colectividad, manejan, por medio de éstas, la misma cosa pública, cabiendo derivar en provecho de la proliferación del oro que han acumulado, toda la vida productiva del país. Luego desde el punto de vista católico, que asigna como programa fundamental de toda política la realización del bien común de la ciudad temporal, es inaceptable la forma impura de democracia que revisten las repúblicas modernas “( P. Julio Menvielle, ibidem )
La democracia, pues, pervierte tanto el interior de las conciencias como el interior de las comunidades.

d) que “ lo que hace trágica la conducción de los pueblos en los tiempos modernos es que, de hecho, en la realidad concreta el mito religioso de la democracia ha invadido y contaminado completamente a la democracia política y aun todas las formas actuales de gobierno. “. “ Añadamos que en el vocabulario de Santo Tomás la democracia como forma política legítima no se llama democracia, sino República (politia). Es una forma de régimen mixto, en la cual el principal democrático que, en su estado puro tiende a la dominación del número, está templado por el principio aristocrático ( poder de los que se distinguen en valor y virtud […] En tanto a la palabra democracia, designa Santo Tomás , la forma corrompida de politia, y el principio democrático es su estado puro“” ( P-Julio Menvielle. Ibidem).

La democracia , pues ,pervierte, invade, contamina, vuelve impuro lo que toca.

e) que la historia y en el rumbo de las civilizaciones hay una ley que “ marca cuatro momentos: un primer momento de plenitud, una edad de oro, teológica, por el primado de la verdad sagrada o sacerdotal; un segundo momento, de decadencia, una edad de plata o aristocrática por el primado de la verdad natural o racional, o metafísica; un tercer momento, una edad afectiva o sentimental, o sensible, o animal o económico-burguesa; un cuarto momento, una edad de hierro o democrática, por el primado de la materia, o la cantidad que es su propiedad necesaria, o dé la multitud o de los económico- proletario“ (P. Julio Menvielle, ibidem )

La democracia, pues, pervierte a las civilizaciones y marca el rumbo más bajo de su declive, analogándose y con esa edad de hierro de la que nos hablara Hesíodo.

f) Que el dominio que hoy ejerce “ la multitud proletaria o democrática, nos obliga a estudiar la esencia de la democracia, buscando desentrañar su ley íntima. Nadie ha analizado tan profundamente la democracia como Santo Tomás de Aquino y Aristóteles […].Parte el Santo Doctor de la premisa que la razón de ser y el término del estado popular es la libertad, y por ello el poder o autoridad se distribuye en ese Estado de acuerdo a la dignidad de la libertad ( Comentarios a la Política de Aristóteles, IV,,7 ). En su mente la democracia está ligada a una concepción de la vida en la que se hace de la libertad el supremo bien del hombre y, por lo mismo, el fin de la ciudad ^una ciudad que no es la Ciudad Católica ] .En el estado popular- dice en Política III ,4- sólo se busca la libertad, y sólo ella es lo que en común confieren los ciudadanos. Todas las otras cosas existen por la libertad y para la libertad. Nada valen, por tanto ;las diferencias que separan un hombre de otro, nada las dependencias naturales o históricas, nada de los vínculos familiares o nacionales, nada la diversidad de ingenios, de las aptitudes, de la educación, de la cultura o de los derechos adquiridos. Como a todos y a cada uno dio la naturaleza idéntica libertad, será necesario que todos y cada uno en cualquier parte sean iguales “ ( P. Julio Menvielle, ibidem ).

La democracia, pues pervierte las nociones de libertad y de igualdad, y se convierte en “la dominación de la plebe“.

g) que “la justicia popular o democrática exige que todos participen en los honores y favores públicos de acuerdo a una unidad cuantitativa, y no, en cambio, de acuerdo con la dignidad de la persona o igualdad de proporción [….] Por otra parte,, como ha de haber quien establezca y conserve esta justicia popular… se sigue que el fin y la justicia del estado democrático es la opinión de la multitud […]. La opinión y voluntad de la multitud es ley, entonces, en el régimen democrático. 
¿Cuál es el resultado de un régimen fundado en estas premisas? El resultado dependerá de la condición mortal de la multitud. Sí ésta, en su mayoría, es virtuosa, la ciudad será virtuosa; sí perversa, la ciudad será perversa. Pero el Doctor Angélico saca inmediatamente la conclusión de que tal ciudad, en la que la multitud fija la norma de la justicia, habrá de ser perversa porque allí mandan los viles y desordenados ( Política, VI, 2) […]La conclusión de Santo Tomás esta determinada por el concepto pesimista que tiene la muchedumbre. Se podrían acumular citas y citas en las que se enseña que las muchedumbre, en la mayoría de los casos, se deja llevar por sus malas inclinaciones, violando el orden recto de la razón[…] El pueblo se aparta de la razón la más de las veces, dice el Santo en Politica IV.13 Pupulus enim déficit a ratione, ut in pluribus.
En substancia, que el pueblo, al no reaccionar sino efectivamente está expuesto a equivocarse y extraviarse; necesita que otros- los menos- le indique qué le conviene y se lo hagan querer; si una minoría virtuosa no le confiere la virtud, cualquier otra minoría audaz le impondrá el yugo del dinero o del trabajo colectivo “ ( P Julio Menvielle, ibidem. ).

La democracia, pues, pervierte la noción de participación y de justicia, entroniza la tiranía de la multitud, y es perversa porque ésta suele serlo, mandando en ella los viles y desordenados.

h) que “ el análisis de la esencia de la democracia nos conduce a la conclusión de que ésta, partiendo de la idea de libertad, que es su principal e indispensable presupuesto, termina inexorablemente en la tiranía, o dictadura de la multitud , del número, de la cantidad, y por lo mismo de la sinrazón y del desorden [….] 
El principio fundamental que la mueve [a la democracia] es el igualitarismo universal absoluto. Ahora bien : como los hombres- sin una intervención especial de Dios- no pueden ser igualados o nivelados por lo más encumbrado que hay en ellos, es, a saber, la ciencia y la virtud, no resta sino la posibilidad de intentar la nivelación absoluta universal, por lo más bajo que hay en ellos, es decir, por su condición material. Tal es el intento del comunismo soviético, como enseña PÍO XI en su magistral y actualísima en cíclica Divini Redemptoris (P. Julio Menvielle. Ibidem).

La democracia, pues, es perversión que lleva a otra mayor y de ella derivada y cómplice: el comunismo. Algo que los mismos comunistas testificaron y previeron.
Ahora bien; lo propio del sabio es distinguir y ordenar. Por eso Becar Varela no ha hecho ninguna de estas distinciones y se ha mostrado incapaz de todo ordenamiento conceptual. No ha querido distinguir entre democracia y república, entre formas puras e impuras de gobierno, entre componentes de un régimen mixto legítimo y autonomía ilegítima de esos componentes, entre la posibilidad de un deber ser de bondad condicionada y la trágica realidad de una perversión antigua y presente.. No ha querido distinguir en suma, lo que todos los grandes tratadistas católicos han discriminado con ciencia y cautela. 

Ya no el padre Julio Menvielle, sino estudiosos de enjundia como Louis Billot, Victor Bouillon, Jean Ousset, Marcelo Demongeot, Jean Madiram, Jesús Muñóz, S.J, Héctor Hernández, Bernardino Montejano, Padre Osvaldo Lira, Luis Sánchez Agesta, Fulvio Ramos, Alberto Falcionelli, Juan Antonio Window, y tantísimos otros. Si hubiera distinguido bajo la tutela del magisterio clásico y cristiano, la conclusión no podría haber sido otra que la que sintetizó Charles Maurras: “no es que la democracia está enferma; la enfermedad es la democracia“.

Agrava la cortedad interpretativa de Becar Varela, por un lado, el hecho de que, desde su confusión, se autoerige en tribunal de ortodoxia; más por otro, el hecho igualmente ruinoso, de que su indistinción y desorden mental, no se mantiene sólo en el ámbito de las discusiones académicas, sino que INSTA justificar con ellas determinadas acciones políticas personales, a la par que condena intemperantemente la de quienes no quieren secundarlo. Porque al igual que tantos liberales católicos, le sobreviene a nuestro criticado no una preocupación teorética por el hallazgo de la Verdad, sino una urgencia práctica para encontrar algún retazo de doctrina católica con la que bautizar su heteropaxis.



La Lucha Contra las 
Tentaciones de la Tibieza

Un pacifismo que no es ni cristiano ni justo, una falsa espiritualidad fundada en la reconciliación con el mundo y un lenguaje anodino se ha apoderado del católico medio. No se lo escuchará mentar siquiera la obligación paulina del Buen Combate. Ya no digamos en lo que el término pueda implicar de donación física en una contienda justa, sino en lo que contiene de obligación ascética, purificadora y re­conquistadora de la Verdad.
Un desordenado apego por la propia vida ha logrado dominar­lo, y una candidez suicida -cuando no una complicidad cobarde- lo ha llevado a bajar los brazos frente a los enemigos de la Fe. Se vive bajo el primado del sincretismo y del pluralismo, que ahoga todo celo apostólico, todo fervor misionero, todo gesto de batir­se por la Reyecía de Cristo.

Pero si ha de concluirse en que la tibieza es el gran obs­táculo para emprender el combate, ha de saberse también que la misma no es insalvable. Casi valdría la paradoja de afirmar que contra ella tiene que llevarse a cabo la primera contienda para que todas las demás sean posibles.

Es innegable que las dificultades arrecian. Por un lado, la gran tentación de un cristianismo sin Cruz. Un cristianismo en contravención con la advertencia de Cristo y a través del cual se perderá la vida por intentar salvarla. Las cruces que nos acosan son múltiples, pero ninguna más sutil y terrible que la insinuación de despojarnos de ellas. De comportarnos como si no existie­ran, amparados en la utilidad de la vida cómoda y en las mu­chas ocupaciones laborales. Renunciar a la comodidad no es sólo ni principalmente dejar de lado el confort superfluo. Es algo más difícil aún: estar preparados para la incomodidad de saberse señalado y perseguido, de saber que no podrá contarse con el éxito mundano ni con el reconocimiento de los podero­sos ni con el aplauso de las multitudes. Y en la soledad y la ad­versidad, saberse al fin, fiel a uno mismo y continuar andando.

Por otro lado, la gran tentación de bajar la guardia, de resignarse a un cristianismo en paridad de condiciones con el error y convertido en una religión más. Los católicos corrien­tes ya no creen ni afirman, ni sostienen ni defienden que la suya sea la Religión Verdadera. Tampoco se oye esta esencial de­claración en boca de muchos pastores o autoridades eclesiales destacadas. La Iglesia Católica, dicen en cambio, debe as­pirar a un mero reconocimiento en el mosaico de iglesias y creencias. Y no faltan algunos que, confundiendo las prerro­gativas y los derechos de la Verdad con privilegios o regalías particulares, rechazan incluso cualquier natural prevalencia que pudieran conservar aún el catolicismo en las sociedades que él ayudó como nadie a constituir. Este conformarse cada vez con menos en el orden de los bienes espirituales, es típico del pecado de la tibieza. Nada tiene que ver con la humildad, pe­ro sí, y mucho, con la imperdonable cobardía de permitir que el trigo sea nivelado con la cizaña y acabe asfixiado por ella.

Este igualitarismo fatal, que vuelve innecesaria e inútil la lucha pues no hay Bien que sostener ni Mal que refutar, sino medios bienes y males que componer sin remordimientos, se completa con una tercera tentación casi convertida en moda: la moderación. No la que brota de la templanza y como tal, ha­cedora de la mesura y de la sobriedad en la conducta, sino la que es poquedad y flojera, medianía y suavidad empalagosa, falta de vigor para exaltar la Verdad y proclamar su alabanza a los cuatro rumbos. El moderado es el cristiano módico. Pendiente de los respetos humanos, de la oportunidad, y del decir de los personajes encumbrados. Absolutamente incapaz de la confrontación y la pelea, y por lo mismo, hábil malabarista de opiniones y pensamientos. El gracejo hispano ha acuñado para tales sujetos el irreemplazable mote de pasteleros.

Alguien —casi todo el mundo en rigor— le ha hecho creer al moderado que la civilización se identifica con la capacidad de negociarlo todo, y que la lucha es rémora del pasado y blasón de barbarie. Un cristiano "civilizado", "aggiornado" y "al día", no riñe ni batalla ni polemiza ni se deja sacudir de indigna­ción: concilia, compone, arregla, conversa. A lo sumo tendrá conflictos y ahogos que se le irán con un buen analista, el cual le recomendará la panacea universal de la tolerancia, asumi­da conscientemente a riesgo de convertirse en un fanático.

Pocos como Chesterton han hecho la radiografía exacta del pacifista y de la sociedad enferma de falsa moderación, que considera perturbadores y locos a los que están dispuestos a combatir los únicos combates legítimos: los que se libran por Dios y por la Patria, por los altares y los hogares, por la sagrada tradición y los dogmas incontrovertibles, por los misterios que están más allá de la razón y las realidades celestes que hacen inteligibles y dignas las terrenas. Pero pocos también como este gran gladiador de la Fe, han dejado para la historia de la me­jor literatura cristiana, retratos vivos y aleccionadores del combatiente de Cristo. Cruzados como Mac Ian, hidalgos co­mo Adam Wayne, caballeros como Mr. Herne, u osados reac­cionarios como Dalroy y Pump de La Hostería Volante, figuras todas representativas de la dase de hombres que requiere la catolicidad: listos en todo momento a batirse contra herejes y herejías, a no rehuir las controversias, a provocar y desafiar a los miserables profanadores de la Verdad, a los blasfemos y a los sacrílegos. Listos —con todo el cuerpo y el alma en pugna pidiendo restauración y reconquista— a dar la sangre y el aliento por la custodia del Sagrario. Listos a preservar la tierra carnal y el paisaje nativo donde fuimos bautizados y donde concebimos a nuestros hijos, a la sombra de un Crucifijo. 

Listos a no tolerar profanaciones y agravios y a castigar a los perjuros condignamente. Listos—eternamente listos—a cruzar espadas con cualquiera que osara rozar la grandeza sin mancha de la gloriosa Cristiandad. Hombres que el mundo consideró locos, extravagantes, raros y desaforados. Que nunca fueron comprendidos por los moderados, que se acaloran por las tasas de interés y se matan por las cotizaciones de la bolsa. Hombres que están a la diestra del Padre, de guardia permanente, con sus aceros flamígeros, sus risas francas y alegres, y la obstinada costumbre de no dar ni pedir tregua.

Pero con la gracia de Dios es posible encontrar los antí­dotos para vencer a la tibieza y a sus tentaciones. Los antído­tos son necesariamente las virtudes y los atributos morales que derivados de ellas hacen del hombre un ser combativo y duro de rendir. Es preciso, por supuesto, cultivar todas las vir­tudes, y tal vez, de un modo especial en estos tiempos, la for­taleza y la paciencia, la perseverancia y la magnanimidad. Fortale­za para atacar, pero ante todo para resistir, que —llevado al grado heroico— es la substancia misma del martirio. Paciencia para sobrellevar con entereza los pesares sin poner límites subjeti­vos a las pruebas que se nos envían ni caer tampoco en velei­dades estoicas. La paciencia del Señor que pidió se le aparta­ra el cáliz de amargura, pero por sobre todo, pidió que se cumpliera la voluntad del Padre. Perseverancia para persistir y prolongar la contienda aunque ésta parezca no tener fin ni nos resulte favorable. Saber con ella que uno es el tiempo de la siembra y otro el de la cosecha. Y magnanimidad para ape­tecer lo egregio, lo superior, lo grande, y aborrecer las múlti­ples formas que toma la medianía encandilando nuestros sentidos.

DEMOCRACIA DEMAGOGA

El estado es la encarnación 
del demonio
Jesús Huerta de Soto




VER+:




Perversión democrática, naturaleza diabólica. Parte 1 Dr Antonio Caponnetto

Perversión democrática, naturaleza diabólica. Parte 2 Dr Antonio Caponnetto
 
Antonio Caponnetto - El deber Cristiano de la lucha - 27.06.2020