LA GRAN SUSTITUCIÓN
LA TEORÍA DEL REEMPLAZO DEMOGRÁFICO
Miedo. A perder la seguridad, el trabajo, la identidad. Miedo que crecía en vecinos que veían sus barrios cambiar y su país ser invadido por extraños que ni se parecían ni se integraban. Miedo que generó la polémica teoría de la Gran Sustitución o del reemplazo demográfico en Occidente, al principio marginal. Miedo que ha provocado una reacción identitaria que llega al poder y que pone en primer lugar la defensa de las fronteras y la protección de esa identidad considerada propia. Una teoría que cala, cada vez más, en ciudadanos, intelectuales y políticos alarmados por un multiculturalismo denunciado como irresponsable, en plena crisis de la globalización liberal-progresista. Miedo, imparable, transformador.
Sergio Fernández Riquelme es historiador, doctor en política social y profesor titular de universidad. Autor de numerosos libros y artículos de investigación y divulgación en el campo de la historia de las ideas y la política social, es especialista en los fenómenos comunitarios e identitarios pasados y presentes. En la actualidad es director de La Razón Histórica, revista hispanoamericana de historia de las ideas.
UN FANTASMA RECORRE OCCIDENTE
"Las personas se definen a sí mismas en términos de ascendencia, religión, idioma, historia, valores, costumbres e instituciones. Se identifican con grupos culturales: tribus, grupos étnicos, comunidades religiosas, naciones y, en el nivel más amplío, civilizaciones. La gente utiliza la política no sólo para promover sus intereses sino también para definir su identidad. Sabemos quiénes somos sólo cuando sabemos quiénes no somos y, a menudo, sólo cuando sabemos contra quién estamos". (Samuel P.Huntington)
Recorre el conjunto de Occidente, asustando a élites dominantes y a partidos tradicionales. Un espectro, en forma de cuestionada teoría conspirativa, provoca miedo, mucho miedo, poniendo supuestos problemas migratorios en primera plana, anunciando el reemplazo étnico o cultural en diferentes naciones europeas, y provocando reacciones "populistas" de derecha con creciente éxito electoral. Por ello, medios oficiales y subvencionados intentan minimizar o esconder esta idea, las formaciones políticas del sistema niegan categóricamente sus postulados, y académicos supuestos o reales al servicio del poder rechazan la validez de la teoría de la llamada Gran Sustitución o "gran reemplazo". Simple xenofobia, mero racismo, populismo de manual. Así se debía de ver.
Algo de intriga conllevó su lanzamiento público y ciertos recelos provocó cuando la primera idea, en términos de "invasión" comenzó a calar en sectores de la derecha francesa en el siglo XX. Pero comenzó a dar pánico, bien entrado el siglo XXI, cuando una teoría le puso nombre, en forma de "reemplazo". Porque, pese al inmediato rechazo general a la misma por los poderes políticos y académicos, las encuestas detectaban que cada vez más ciudadanos creían en ella, cuando los sondeos evidenciaban que poco a poco ganaban votos los partidos denunciados como de extrema derecha, y cuando titulares en prensa mostraban que dicho fantasma hacía incluso dudar, en ciertas medidas de gestión de las migraciones, a partidos de naturaleza izquierdista (de Dinamarca a Eslovaquia). Y en algunos momentos llegó a cundir el pánico, cuando organizaciones defensores de esta idea, o inspiradas por la misma, se encaramaban en todo lo alto de la intención de voto o ganaban, por fin, elecciones plenamente democráticas, incluso en los todopoderosos Estados Unidos de Norteamérica. Así comenzaba a verse.
Atentados en plena calle, islamismo persistente, barrios fuera de control, zonas degradadas por su presencia, inseguridad creciente, e inevitable reemplazo étnico o cultural en demasiadas regiones, como se veía en las maternidades, en los colegios o en sus propias selecciones de fútbol. El contexto ayudaba a la idea y a su teoría. Los foráneos crecían en número, especialmente africanos y asiáticos de religión musulmana. Mientras, los nativos o asimilados eran cada vez menos, porque apenas formaban familias y tenían hijos, entre la aculturación individualista y consumista y las condiciones de vida precarias y hedonistas; se sentían extraños en zonas de su propio país ante tanta moda foránea (como sus cadenas comerciales multinacionales) y ante tantas vestimentas y rostros diferentes;y perdían los símbolos de su patria, como las formas tradicionales de convivencia y las señas de identidad que heredaron, ante estas hordas invasoras que, a diferencia, de migrantes de otras épocas, o vivían al margen o imponían su mayoría creciente.
El fantasma ya no aparecía en pesadillas puntuales. Nacía una reacción que dejó de clamar en el desierto: comenzó a poner sobre la mesa esta idea, directa o indirectamente, en los emergentes debates sobre los efectos indeseados de la migración sin freno y sin integración posible; siguió con el crecimiento constante en las encuestas de formaciones políticas soberanistas y/o identitarias que ponían los intereses nativos primero, sin rechazar de plano la teoría; y culminaba con la aparición de gobiernos en el oriente europeo contrarios a las políticas multiculturales y con medidas restrictivas ante las migraciones, y con rupturas parciales o totales de los "cordones sanitarios" en la zona occidental establecidas por las partitocracias sistémicas. En Italia tomaban el poder y frenaban las llegadas de extranjeros por su flanco sur; en Austria y Alemania se convertían en fuerzas políticas de entidad que marcarían un debate ineludible, pese a "grandes coaliciones" para frenarles;y en los Estados Unidos, ni más ni menos, regresaba Donald Trump con un plan mucho más contundente contra la inmigración masiva e ilegal.
Los ricos o acomodados bien progresistas no los tenían que soportar. No estaban en sus barrios ni en sus urbanizaciones;nos les quitaban los trabajos o no bajaban los salarios por su competencia desleal; no sufrían la inseguridad por su presencia ilegal y no les convertían en minoría en sus propias calles; no conocían la presión que provocaban en los recursos sociales porque esos privilegiados no los necesitaban, ni sentían los crecientes precios de la vivienda por su llegada masiva, porque podían permitirse su costo sin problemas; y no amenazaban su identidad de siempre porque podían ser cosmopolitas sin obligaciones y con los bolsillos bien llenos. Y buena parte de esas clases medias y obreras, que se sentían abandonas y rodeadas, comenzaban a reclamar, en las redes, y a votar, en las urnas, por soluciones que los nuevos soberanismos escucharon bien: cerrar o limitar las fronteras, obligar a una asimilación real, primar al trabajador nacional, y poner la identidad nacional, de referencia o de pertenencia, como tema fundamental para frenar la cada vez más vista como real sustitución cultural o étnica planificada por el globalismo internacional.
Jean Raspail fue el primero en advertirlo. Porque sus nuevos vecinos eran muy diferentes. No venían de otras partes de Europa, como antes, y mantenían sus tradiciones y costumbres. No eran bienvenidos en muchos casos, y quitaban los trabajos o bajaban los sueldos.No aparecían de poco en poco, sino que su presencia incontrolable degradaba de golpe pueblos y barrios. No se adaptaban a la cultura dominante y generaban inseguridad y violencia en las calles. No respetaban los valores de su entorno comunitario, empezando a cambiar pueblos ente ros con sus niños, sus ropas y sus tiendas. Y, sobre todo, nos sustituirían.
Posteriormente, Renaud Camus le puso nombre a esta versión extrema del miedo a las repercusiones de los procesos migratorios de la edad global y posmoderna en Occidente: Legrand remplacement. Era el nombre para una teoría, en principio marginal, que hablaba de "invasión" y miedo, de "cambio" y pérdida, de "reemplazo" y lucha, en clave étnico-cultural (y no tanto tradicional) y que paulatinamente fue llenando redes sociales, medios de comunicación y estrados políticos de dimes y diretes, de alta tensión, sobre el impacto material y simbólica provocada de la transformación evidente provocada por dichos procesos en Europa.
Raspail y Camus, como era lógico, fueron inmediatamente condenados y silenciados en la sociedad de su tiempo. La idea de partida fue despreciada como silenciados en la sociedad de su tiempo. La idea de partida fue despreciada como mera paranoia conspirativa sin fundamento, y la teoría definitoria como simple visión xenófoba, eso sí, muy peligrosa. Aunque, pese a la demonización general, diferentes intelectuales y movimientos políticos fueron valorando algunas de las claves presentes en esta teoría de la Gran Sustitución, llegando a ser conside rada en algunos sectores del espectro político conservador (generalmente fuera del campo liberal) como verdadera profecía de un mundo en transformación.
Demonización que restringía esta teoría al ámbito ideológico de grupúsculos de extrema derecha de poco impacto (herederos de posiciones neofascistas o neonazis minoritarias), o al campo de conspiraciones alarmantes elaboradas por reacciones derechistas, dentro de una espiral radical de discurso de odio, noticias falsas y desinformación. Pero décadas después de su formulación, la misma se encuentra incardinada, de manera general o parcial, en los principales foros de debate sobre los emergentes discursos de control o rechazo de dichos procesos migratorios por sus consecuencias multiculturales; bien como supuesto referente en los modernos movimientos del nacionalismo soberanista/identitario, bien como ingrediente destacado en el fenómeno contemporáneo de la "batalla cultural".
Grandes muros y altas vallas, deportaciones inmediatas y "remigración" forzosa, revisión del derecho de asilo, y defensa a ultranza de lo propio, de esa identidad nacional bien de raigambre étnica bien cultural-valórica. Propuestas y lemas que ocupan espacio principal en programas y campañas de los nuevos movimientos nacionalistas en pleno siglo XXI, o que hacen cambiar, de forma inevitable, la óptica de algunos partidos del "consenso socialdemócrata" ante flujos migratorios de países lejanos sin control y sin asimilación.
No queda ni quedará otra. Se hace imprescindible hablar, y bien alto y claro, de esta idea sobre la Gran Sustitución demográfica en Occidente (de lo étnico a lo cultural), en sus dimensiones económico-sociales y político-ideológicas. Lo exigen muchas personas, lo necesitan las instituciones del Estado de de recho, y lo impulsa el renacer de las identidades nacionales fuertes. Esta idea po día ser una provocación, señalaba el escritor judío Philippe Karsenty (en su libro-entrevista con Renaud Camus: 2017, derniére chance avant le Grand Remplacement?), pero era, ante todo, una oportunidad para hablar de lo que había que hablar, de esos miedos cruciales muy presentes en sociedades en trascendental cambio ante la globalización, pese a que "algunos quieren censurar antes de pensar".
De Polonia a Hungría, en Alemania y Austria, de Meloni a Trump, en la Europa oriental y ya en la occidental, del nacionalismo soberano cada vez más orgulloso a "rojipardos" con cierto éxito, y bajo el tránsito de democracias liberales muy asustadas a democracias no tan liberales y cada vez más valoradas. Escenarios donde este fantasma, más allá de la idea satanizada y la teoría despreciada, se abre paso por el clamor de tantos ciudadanos desesperados en las redes, por el eco de una incorrección política que no siempre se puede censurar o cancelar en público, y por imágenes que incendian los discursos incluso en los parlamentos.
Ya no se pude ocultar el debate. Se suceden, a derecha e izquierda, discusiones sobre cómo gestionar o frenar los continuos procesos migratorios hacia el llamado "primer mundo", de intensidad creciente y desde lugares con los que se comparte muy poco, que ponen en cuestión los valores propios tradicionales (caso de Hungría) o modernos (caso de Holanda), y que tensan indicadores sobre cohesión interna, bienestar económico y futuro civilizatorio en un Occidente con demasiadas naciones envejecidas e improductivas. Porque ese fantasma ya aparece todos los días en la mente de las élites, cuando cierran cada noche los ojos para evitar afrontar el problema, recreando en su mente indeseables cam bios políticos en las urnas o posibles conflictos civiles.Aunque cuando los vuelven a abrir, esa idea que asusta se hace realidad, sin remedio, en términos de protesta ciudadana y de reacción identitaria que pone en solfa a los pactos progresistas de los que mandan.
Nombres musulmanes para los niños que nacen en ciudades europeas, equipos de futbol con mayoría de jóvenes de padres extranjeros, letreros en lengua árabe ante la realidad mayoritaria en diferentes barrios, restaurantes con comidas antes exóticas dominan calles del centro de las ciudades, aulas con muy pocos alumnos de origen nativo. Argumentos que los partidarios de esta teoría difunden en redes y en medios. Datos criminológicos que demuestran el aumento de agresiones y robos como consecuencia de la inmigración ilegal y masiva, datos sociológicos que revelan que las ayudas sociales favorecen la llegada de extranjeros de países pobres, datos demográficos que apuntan al descenso continuo de la población nacional y el crecimiento sostenido de la foránea (como revela el Instituto Nacional de Estadística en España). Números que corroboran, para los mismos partidarios, la realidad de esta tesis.
La necesidad intelectual y social obliga, por ello. Se tiene que abordar, historiográficamente, el estudio completo de esta teoría sobre la planificada "invasión migratoria" por parte del globalismo, como culminación de su proyecto transformador. Tanto en su polémica génesis intelectual como en sus conse cuencias sociales y políticas, de impacto presente e influencia futura. Lo demanda el mundo que nos rodea. Así, analizamos esta construcción en cinco grandes episodios otesis, exponiendo sus principales promotores, sus principios esenciales y sus evoluciones doctrinales, siempre en el seno de los debates, reales o posibles, sobre el control de la inmigración (de la selección por afinidades al repudio por incompatibilidades) y de sus mutaciones políticas, bajo las estrategias multiculturalistas que promueven este cambio sociodemográfico, o bajo la reacción identitaria (nativista o valórica) que la denuncia y la combate, denominada como nacionalismo populista por Fukuyama o como renacimiento patriótico por Scruton.
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2 comments :
Es muy acertado y actual!
Gracias por tu comentario
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