LA SECTA Y LOS “FACHAS”:
LA NUEVA FÁBRICA DE FRACTURA SOCIAL
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¿Te han llamado “facha” la última semana, o el último mes? Pues enhorabuena, porque vivimos una época en la que si no te llaman “facha” es que algo estás haciendo mal. “Facha” es ahora una epíteto; significa que no formas parte de esa corriente social que se considera “la izquierda”, bien porque seas de “la derecha” orgánica -monárquico, católico, defensor de la unidad nacional etc.- o bien porque has roto con esa corriente por tu actitud crítica. La izquierda dominante ha dejado hace tiempo de ser crítica para convertirse en pura secta dogmática. Por tanto, ser motejado de “facha” sólo quiere decir que no eres de la secta, que has sido condenado al ostracismo y expulsado de esas tribus ideológicas con pretensión de pueblo elegido. Pueblo elegido para hacerse con el mando de todo, que esa es la verdadera traducción de la teoría de la “hegemonía popular” y del antagonismo entre “la gente y la casta” que defiende Podemos en sustitución de la impresentable “dictadura del proletariado” aunque, como han aprendido con gran pesar en Venezuela, el principal laboratorio de esta estrategia de orígenes argentinos (Laclau y Mouffe), sólo sea una diferencia retórica.
Las ideas no tienen nada que ver con esa división radical que esa izquierda sectaria extiende cual marea negra
Las ideas no tienen nada que ver con esa división radical que esa izquierda sectaria extiende cual marea negra. Lo realmente decisivo para ser arrojado al facherío son las actitudes políticas y sociales más básicas. Lo que consideran “progresista de izquierdas” es apoyar cualquier cosa que facilite la conquista del poder, y lo “facha” actuar en sentido contrario. Oponerse al golpe de Estado separatista en Cataluña, criticar la alianza del PSOE y Podemos con los separatistas y herederos de ETA, o pensar que sería mejor para todos dejar en paz los restos de Franco, son motivos suficientes para la expulsión al antro facha. También lo es defender la separación de poderes, el cumplimiento de las leyes, la seguridad jurídica, la igualdad de oportunidades y derechos, o la unidad nacional e integridad territorial. Pues todas aquellas ideas que separaban radicalmente a los demócratas de todos los colores de los enemigos de la democracia han sido expulsadas de la fábrica de fachas en que han elegido convertirse: una secta.
La secta
Las actitudes ante cualquier asunto quedan determinadas por esta frontera sectaria: consiste en apoyar todo lo que debilite a “la derecha” y rechazar todo lo que erosione a la secta. Así, no se trata de acabar con la corrupción política, sino de atribuirla en exclusiva a “la derecha”, ocultando o justificando la propia. Por eso ellos pueden culpar a la banca de los desahucios y especular con vivienda de protección oficial, exigir que la banca pague el impuesto de las hipotecas (IAJD) y triplicarlo en las Comunidades Autónomas que gobiernan, llamar a la sublevación contra las leyes hipotecarias y conseguir hipotecas privilegiadas opacas para el macho alfa y su familia en su pequeño edén, muy lejos de los barrios populares que dicen representar (es la moral de la dacha de los jerarcas soviéticos).
La influencia de esta doble moral fundada en una doble narrativa es tanta que incluso periodistas y medios que no forman parte de la secta divulgan esta visión ideológicamente interesada de los hechos
La influencia de esta doble moral fundada en una doble narrativa es tanta que incluso periodistas y medios que no forman parte de la secta divulgan esta visión ideológicamente interesada de los hechos, lo que demuestra tanto su potencia propagandística, basada en la atribución de superioridad moral a la izquierda, como también el porqué de la hemorragia de prestigio de los medios de comunicación, convertidos en demasiados casos en medios de propaganda. Lo hemos visto con ocasión de las condenas por el caso de las tarjetas black: muchos medios coincidieron en ocultar que once de los catorce condenados eran miembros de IU, PSOE, CCOO y UGT. El foco sólo siguió a Rodrigo Rato y al PP, como si las black de Cajamadrid y Bankia fueran un robo de “la derecha” cuando, en realidad, dos terceras partes de los condenados eran de izquierdas (por el mismo motivo hubo unanimidad virtual en ignorar el papel decisivo de UPyD en el proceso, porque éramos un partido transversal, inclasificable en esta dicotomía sectaria).
Un caso también sintomático es lo ocurrido con el acto en apoyo a la Guardia Civil convocado en Alsasua por el partido Ciudadanos a través de una franquicia, dos años después de los hechos. Aunque grupos de víctimas del terrorismo y asociaciones de guardias civiles se distanciaron de un evidente acto electoral de partido, la reacción de la secta en auxilio de los agresores de Alsasua, que contaban con el apoyo inequívoco y la presencia física en sus filas del carnicero de Mondragón y otros matarifes etarras, puso en evidencia la fractura política y la línea divisoria creada en beneficio del Gobierno de Sánchez. La trazó muy clara el portavoz socialista en el Senado, Ander Gil: en el caso de tener que elegir entre los herederos de ETA y “la derecha” (a la que se atribuía la iniciativa ignorando el indecoroso cruce previo de acusaciones entre C´s, PP y Vox), entre Ortega Lara y sus carceleros, PSOE y Gobierno Sánchez elegían estar con los verdugos antes que con las víctimas.
Los verdugos se han incorporado a la secta y son una experimentada fábrica de fachas
¿La razón?: los verdugos se han incorporado a la secta y son una experimentada fábrica de fachas. En una inversión típicamente sectaria, los terroristas dejan de ser productores de odio, achacado ahora a quienes les sufrieron y se oponen a ellos. En el fondo de este giro de 180º trabaja el blanqueo de ETA, consecuencia lógica de la negociación con la banda emprendida por Zapatero para, precisamente, aislar más a “la derecha”, de modo que la lucha contra ETA sea cosas de “fachas”.
Fabricar al enemigo
¿Qué sentido tiene que un portavoz socialista autorizado decida parecerse lo más posible a Arnaldo Otegi? Uno tan peligroso como sencillo, a saber, que están fabricando un enemigo político total, antagónico y absoluto: los “fachas”. En lógica se llama a esta antigua estrategia “la falacia del hombre de paja”: la manera más eficaz de oponerse a algo y refutarlo es crearlo tú mismo, hacerte un enemigo a medida para zurrarle a conciencia. Y esperan mantenerse en el poder y aumentarlo a través del enfrentamiento sin cuartel con ese enemigo fabricado. Es el interés y cálculo común de la amalgama de antiguos socialistas y sindicalistas sin proyecto, podemitas, comunistas, separatistas y terroristas.
La amalgama de izquierdistas y separatistas ya no tiene otro objeto que la ocupación y disfrute del poder en régimen de monopolio, en un proceso lleno de siniestros paralelismos con lo sucedido en Venezuela de Chávez a Maduro
La amalgama de izquierdistas y separatistas ya no tiene otro objeto que la ocupación y disfrute del poder en régimen de monopolio, en un proceso lleno de siniestros paralelismos con lo sucedido en Venezuela de Chávez a Maduro (que no sólo por petróleo tiene el apoyo explícito de un Rodríguez Zapatero metido a mediador no solicitado). Su verdadero teórico no es Marx, sino otro Carlos, en concreto el politólogo alemán Carl Schmitt, que inspiró e instruyó a los nazis con su teoría de la conversión radical de la política en guerra total entre dos bandos irreconciliables, el “nosotros” y el “enemigo” fabricado; el objetivo de la política así concebida no es otro que la completa derrota, exclusión y expulsión de ese enemigo. La novedad es que ahora se puede intentar mantener ciertas formas a la venezolana, por ejemplo dejar existir formalmente a la oposición política, pero impedirle ejercer, acosarla con cárcel y violencia que incluye asesinatos y torturas, y desde luego expulsarla para siempre de las instituciones mientras se subyuga a la sociedad mediante la escasez y la inseguridad. Esto, que ha sucedido en Venezuela, es para Íñigo Errejón instaurar un Estado “inequívocamente democrático”.
En este juego, “facha” es cualquiera que se oponga o critique a la coalición que apoya a Sánchez: incluso defensores de los derechos homosexuales, feministas genuinas, sindicalistas honestos, cualquiera que hace poco habría tendido a ser incluido en la izquierda tradicional se ha convertido en “facha” si no comparte el objetivo de la hegemonía política de la secta y de la expulsión perpetua de “la derecha” de las instituciones y del poder político. Las ideas no importan, y las acciones y hechos del pasado reciente, aún menos. Por eso el cultivo de un anacrónico odio a Franco es compatible con la asunción de la defensa de ETA por líderes socialistas, o el “diálogo” con los golpistas de Cataluña incluso cuando estos anuncian que rechazarán cualquier acuerdo con el Estado que no sea la concesión de la independencia. Un gobierno antifranquista también puede ser totalitario, como expuso en estas páginas Jorge Sánchez de Castro.
Acción y reacción
Estamos sufriendo una ofensiva a lo Carl Schmitt para tomar el poder (“asaltar los cielos”, ¿se acuerdan?) mediante la exclusión por principio de todo lo ajeno a la secta
Estamos sufriendo una ofensiva a lo Carl Schmitt para tomar el poder (“asaltar los cielos”, ¿se acuerdan?) mediante la exclusión por principio de todo lo ajeno a la secta y la declaración de guerra sin cuartel en el espíritu de la clasificación de la oposición por Dolores Delgado, la ministra con turbio pasado de tratos con Villarejo, en “derecha, extrema derecha y extrema-extrema derecha”. No estar con ellos es ser “la derecha” de los “fachas” en diferentes grados de extremismo. Tienen donde inspirarse, porque no hacen otra cosa que adoptar la estrategia de exclusión de sus socios separatistas en sus respectivos territorios tribales. Basta con releer a Arzalluz o a Torra para dar con el procedimiento de marginación y expulsión de los impuros del pueblo elegido.
El problema que crea esta estrategia pirómana es doble. En primer lugar debilita absolutamente a la democracia atacando el principio de igualdad de acción política, porque según la secta los “fachas” no tienen ese derecho. Pero para conseguirlo crea una brutal fractura social que, a su vez, pone en marcha una reacción de signo contrario, al estilo de la que ha tenido lugar en Estados Unidos y Brasil contra el establishment demócrata y la izquierda populista, instaurando nefastos populismos de signo contrario. O en Francia, donde la puso en marca el PSF de Mitterrand creando el Frente Nacional para dividir y demonizar a la derecha, con el resultado final de la cuasi desaparición del PSF y el ascenso del FN a las primeras plazas políticas. Así que estaríamos en un caso de pan para hoy y hambre para mañana que destruye la alternancia de gobiernos de la democracia.
La política a lo Carl Schmitt, la “fina lluvia de odio” que expuso aquí mismo José Miguel Fernández-Dols, permite un acceso rápido y brutal al poder y la expulsión de los enemigos fabricados, pero perturba equilibrios emocionales muy sensibles que, una vez desatados, pueden tener efectos devastadores para la convivencia, pues la política de excluir a unos para apoderarse de todo siempre provoca reacciones. En realidad es una política a la catástrofe, como pudieron comprobar la mayoría de alemanes que la hicieron suya.
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