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martes, 1 de septiembre de 2020

GUSTAVO BUENO SOBRE LA IDEA DE RELIGIÓN DESDE EL MATERIALISMO FILOSÓFICO ⛪


GUSTAVO BUENO SOBRE LA RELIGIÓN
Gustavo Bueno expone brevemente la idea de religión desde el materialismo filosófico, es decir, desde una perspectiva filosófica. La idea de religión desde el materialismo filosófico, una perspectiva filosófica. Todo el mundo tiene ideas sobre la religión, pero suelen ser ideas teológicas («las relaciones del hombre con Dios», que es una explicación metafísica, pues no podemos saber qué es Dios), o bien definiciones de carácter psicólogico («La religión brota del temor») o sociológico («la religión es el opio del pueblo»), que no se niegan pero que no definen la esencia de la religión. Desde el punto de vista filosófico nos interesa la esencia de la religión, entendiendo por esencia no ninguna entidad metafísica, sino precisamente positiva. La idea de religión que ofrecemos aquí se asienta en datos positivos, en el núcleo de la religión. 
La esencia de la religión tiene que tratar del núcleo de la religión (que tiene que ser algo positivo, corpóreo), que está envuelto en un cuerpo de la religión (determinado por los contextos envolventes de la religión) que se va desenvolviendo en el curso de la religión (la historia de las religiones). El núcleo de la religión, lo específico de la religión, tiene que ser una realidad positiva (no puede ser el Dios de la teología), una realidad corpórea que tenga un componente religioso. Hemos elegido como tal el concepto de númen (término que desde la antigüedad tiene un sentido corpóreo, estatuas de númenes). En la clasificación de los númenes se distinguen unos númenes equívocos (que no tienen la estirpe de los hombres, y que bien son divinos o demoniacos, incluidos los démones) y númenes análogos (que o bien son propiamente humanos, o bien son extrahumanos). Definimos la religión como la religación de los hombres con los númenes, el culto a los númenes. Los númenes tienen que tener una base real positiva (pues de otra manera estamos hablando de psicología). Descartamos los númenes equívocos, descartamos los númenes humanos, e identificamos los númenes con los animales del paleolítico representados en las cuevas, en las pinturas rupestres, que tienen un sentido religioso, no tanto mágico, y por supuesto menos estético o artístico. La religión se define por tanto como el culto a los númenes. Culto que se institucionaliza en el curso de la historia humana. El cuerpo de la religión abarca a los sacerdotes, a los expertos en númenes, a los templos donde habitan o se conservan los númenes. Por último el curso de la religión incluye la propia historia de los animales numinosos. En las religiones primarias son inicialmente animales de los que los hombres dependen, hasta que esos animales son domesticados, y transformados en la religión secundaria (los dioses egipcios, aztecas, chinos, indios). En la religión terciaria los númenes desaparecen en un dios impersonal, el dios de los filósofos, el dios de la teología, que está a dos pasos del ateísmo. El animal divino (1985)

Gustavo Bueno expone brevemente la idea de religión desde el materialismo filosófico, es decir, desde una perspectiva filosófica. Todo el mundo tiene ideas sobre la religión, pero suelen ser ideas teológicas («las relaciones del hombre con Dios», que es una explicación metafísica, pues no podemos saber qué es Dios), o bien definiciones de carácter psicólogico («La religión brota del temor») o sociológico («la religión es el opio del pueblo»), que no se niegan pero que no definen la esencia de la religión.
Desde el punto de vista filosófico nos interesa la esencia de la religión, entendiendo por esencia no ninguna entidad metafísica, sino precisamente positiva. La idea de religión que ofrecemos aquí se asienta en datos positivos, en el núcleo de la religión. La esencia de la religión tiene que tratar del núcleo de la religión (que tiene que ser algo positivo, corpóreo), que está envuelto en un cuerpo de la religión (determinado por los contextos envolventes de la religión) que se va desenvolviendo en el curso de la religión (la historia de las religiones).
El núcleo de la religión, lo específico de la religión, tiene que ser una realidad positiva (no puede ser el Dios de la teología), una realidad corpórea que tenga un componente religioso. Hemos elegido como tal el concepto de númen (término que desde la antigüedad tiene un sentido corpóreo, estatuas de númenes).
En la clasificación de los númenes se distinguen unos númenes equívocos (que no tienen la estirpe de los hombres, y que bien son divinos o demoniacos, incluidos los démones) y númenes análogos (que o bien son propiamente humanos, o bien son extrahumanos).

Definimos la religión como la religación de los hombres con los númenes, el culto a los númenes. Los númenes tienen que tener una base real positiva (pues de otra manera estamos hablando de psicología). Descartamos los númenes equívocos, descartamos los númenes humanos, e identificamos los númenes con los animales del paleolítico representados en las cuevas, en las pinturas rupestres, que tienen un sentido religioso, no tanto mágico, y por supuesto menos estético o artístico.
La religión se define por tanto como el culto a los númenes. Culto que se institucionaliza en el curso de la historia humana. El cuerpo de la religión abarca a los sacerdotes, a los expertos en númenes, a los templos donde habitan o se conservan los númenes.

Por último el curso de la religión incluye la propia historia de los animales numinosos. En las religiones primarias son inicialmente animales de los que los hombres dependen, hasta que esos animales son domesticados, y transformados en la religión secundaria (los dioses egipcios, aztecas, chinos, indios). En la religión terciaria los númenes desaparecen en un dios impersonal, el dios de los filósofos, el dios de la teología, que está a dos pasos del ateísmo.
Vamos a esbozar hoy la Idea de Religión desde el materialismo filosófico, por tanto, una perspectiva filosófica. Digo esto porque todo el mundo tiene ideas sobre la religión, pero las ideas que suele tener o bien son teológicas (o metafísicas), como cuando se dice: la religión es el conjunto de conductas humanas que establecen las relaciones del hombre con Dios; que es una definición metafísica, porque no conocemos lo que es Dios, ni las relaciones. O bien son respuestas de carácter psicológico, o sociológico como cuando se dice: la religión brota del temor. El temor es la fuente de la religión, la famosa tesis de Estacio: primus in orbe deos fecit timor, es decir, el temor fue lo que hizo a los dioses; definición psicológica, porque ese temor puede ser debido a causas muy distintas, y entonces ese temor es un concepto psicológico, porque si el temor es temor a los dioses, estamos ya en un círculo vicioso. O bien sociológicas, el ejemplo más a mano y más importante en nuestro siglo es la famosa tesis de Marx y de Lenin, que procedía de Bauer: la religión es el opio del pueblo; claro, esto es una definición puramente sociológica, que define la religión en función de la sociedad; un cura me ahorra diez gendarmes de Napoleón. En fin, son cuestiones sociológicas que no se niegan, están ahí, pero sin embargo no definen la esencia de la religión.

Y claro, la esencia de la religión es lo que nos interesa desde el punto de vista filosófico, entendiendo por esencia, naturalmente, no ninguna entidad metafísica, sino precisamente positiva. Justamente, la Idea de Religión que ofrecemos aquí está calculada para que se asiente en datos realmente positivos. Estos datos positivos son los que llamamos el “núcleo” de la religión, que es el núcleo de la esencia (que no constituye la teoría de la esencia), porque el núcleo haría referencia a aquellas características propias, y exclusivas, específicas de la religión. Pero que naturalmente están siempre envueltas en un “cuerpo” de la religión, que está determinado por los contextos envolventes de la religión. Que a su vez se irían desenvolviendo en un “curso” que constituye el curso de la historia de las religiones. De manera que la esencia de la religión, tal como se ve desde el punto de vista filosófico, pues tendría que tratar del núcleo de la religión, del cuerpo de la religión y del curso de la religión. Brevísimamente diremos lo que se encierra detrás de estas fórmulas.

Ante todo subrayar que el núcleo de la religión, es decir, lo específico de la religión –si hay algo que pueda ser denominado tal– ha de ser algo positivo. Es decir, el núcleo no puede ser el Dios de la Teología, puesto que estamos en pura metafísica; el núcleo tiene que ser algo muy preciso, determinado, positivo, corpóreo. Para decirlo con más definición, tiene que ser una realidad corpórea que de algún modo tenga ya por sí mismo un componente religioso. Este núcleo corpóreo, nosotros hemos elegido como tal el concepto de “numen”. Los númenes en el sentido que, los númenes en la tradición latina, el numen era algo corpóreo. Por ejemplo, las estatuas de los dioses que eran capaces de mover la cabeza, de donde viene numen precisamente, de annuo (que todavía en español hay una palabra más o menos técnica, que es la palabra “anuencia”; cuando alguien cuenta usted con mi anuencia, baja la cabeza, entonces el que asiente es el numen, en el sentido etimológico). Pues bien, la idea del numen en latín, pues es esta, una idea corpórea, los númenes son corpóreos: las estatuas de los númenes, o lo que fuera. Y, naturalmente, esto obliga a una clasificación de los númenes, tanto desde el punto de vista etic como desde el punto de vista emic. La clasificación más rápida, que nosotros hemos utilizado en El animal divino precisamente, es la que distingue:

Unos númenes de carácter equívoco, es decir, equívoco en el sentido de la generatio aequivoca; es decir, númenes que no tienen la estirpe de los hombres, que son de distinta estirpe de los hombres. Estos númenes que son, o bien divinos, como númenes divinos consideramos a los númenes del panteón griego, por ejemplo: Zeus, Afrodita, &c., son númenes griegos. O bien, númenes demoníacos, satánicos. En este conjunto de númenes incluimos también los démones de la Antigüedad griega, o egipcia, &c., es decir, los númenes que son los démones que viven en el aire caliginoso, que están en la Tierra, que están en los cielos, en la atmósfera, &c.
Y el segundo grupo lo que llamamos númenes análogos, pues son númenes que, o bien son númenes propiamente humanos, es decir, personas humanas con significado numinoso. O bien númenes que no son humanos, sino extrahumanos (no decimos cómo sean).
Entonces lo que nosotros decimos, definimos la religión como la religación del hombre con los númenes. Por tanto, la religión, desde el punto de vista filosófico materialista, tendría que tener, para poder hablar de filosofía de la religión, una base real, objetiva, positiva. Es decir, los númenes son reales, de algún modo. Los númenes no son alucinaciones, en cuyo caso estaríamos en la psicología. Los númenes tienen que tener una base real positiva, y la cuestión es identificar esta base real positiva.

Naturalmente, descartamos los númenes equívocos como puramente improbables, porque claro, cuando hablamos hoy de extraterrestres, todavía no está demostrado que aquello puedan ser númenes reales (pero tampoco se descarta). Descartamos, por supuesto, los númenes satánicos o demoníacos. Y entonces descartamos los númenes humanos, puesto que no suponemos que la religión proceda de algunos hombres característicos, como puedan ser los que citó Evémero (Zeus, Orfeo, &c., serían antiguos poetas, o sabios, &c., elevados después a los altares). Sino que los númenes entendemos que son númenes corpóreos que identificamos precisamente con los animales del Paleolítico, y particularmente con los animales que están representados en las pinturas rupestres, que tienen un sentido religioso, no solamente mágico (como se suele decir), ni siquiera –y menos aún– puramente estético o artístico. Son númenes a los cuales los hombres los adoraban, y a los cuales temían, y de los cuales vivían en la época del hombre cazador.
Según esto, la religión se define como el culto a los númenes, culto que se institucionaliza, y cuando se hace institución, la religión empieza a funcionar como tal dentro del conjunto de la historia humana y de la cultura humana. Entonces, el cuerpo de la religión no se reduce a los númenes, sino que abarca inmediatamente, pues a los sacerdotes, es decir, a los expertos en númenes. Inmediatamente abarca a los templos, en donde se conservan los númenes, o donde van a habitar los númenes. Y después va incrementándose en otros muchos contenidos que constituyen el cuerpo de la religión.

Por último, el curso de la religión naturalmente ya tendrá posibilidad de ser establecido por criterios también positivos, como es la propia historia de los animales numinosos, que en las religiones primarias son todavía animales que los hombres ven como entidades de las cuales dependen y que, sin embargo, y en lucha con ellas, llegan a controlar, y a dominar; llegan a domesticar, concretamente, y llegan a controlar plenamente o a destruir, sencillamente. Y de este modo, la religión primaria se va extinguiendo y se va transformando en lo que llamamos religión secundaria, en donde los númenes naturalmente no han desaparecido, puesto que los milenios que han transcurrido, en relación con los númenes, siguen presentes: los númenes se han transformado en los dioses de las religiones secundarias, en los dioses egipcios, en los dioses de China, en los dioses de la India, los dioses aztecas, mayas, &c., que figuran en todas las instituciones religiosas. Y, por último, llegamos a la religión terciaria, donde los númenes desaparecen transformados en un Dios impersonal que ya no es zoomórfico ni religioso. Y con este Dios de los filósofos (que habrían sido precisamente los autores de la destrucción de los númenes), con la Teología, estaríamos a dos pasos del ateísmo, y de este modo se cumpliría el ciclo de la religión, que sin embargo se mantendría en la medida en que de algún modo se mantengan los númenes, como es el caso de algunas religiones terciarias ‒sobre todo el cristianismo‒ que mantiene la idea de los númenes corpóreos encarnados en cuerpos reales.

El animal divino (1985)
La fe del ateo (2007)

Gustavo Bueno, José Manuel Rodríguez Pardo y Marcelino Suárez Ardura: Seminario sobre la Religión (2011)
Polémica con Gonzalo Puente en El Basilisco a propósito de El animal divino (1995-1996)
Pablo Huerga Melcón: Notas para una crítica a Gonzalo Puente Ojea (19: 82-87).
Gonzalo Puente Ojea: Carta abierta a Alfonso Tresguerres (20: 79-80).
Alfonso Tresguerres: Segunda respuesta a Gonzalo Puente Ojea (20: 81-86).
Gonzalo Puente Ojea: Respuesta a Gustavo Bueno y Alfonso Tresguerres (20: 89-92).
Polémica en El Catoblepas sobre la verdad de las religiones primarias (2005)

«Es el Dios de los cristianos quien ha salvado a la razón humana a lo largo de la historia de Occidente». 
«El que no se interesa por la religión es alguien ciego, porque la religión es un fenómeno histórico y cultural absolutamente fundamental en la historia de la Humanidad, como la música o el arte», critico lo que califico como «posiciones de progresismo cutural» que consideran la religión como la causante del atraso de Europa y, más concretamente, España. «Esta idea es un bulo», hay que recordar los avances científicos propiciados por religiosos, empezando por Copérnico. «Por eso, estudiar la religión tiene que interesar a todo el mundo».
Gustavo Bueno de su libro «¡Dios salve la Razón!»


Gustavo Bueno, Religión

Plano religioso en el proceso de demolición de España. FORJA 082


Masonería y catolicismo en España. FRAGMENTO 013

VER+:

MAUROFILIA: VISIÓN IDEALISTA Y BOBALICONA QUE SOLO VE AMOR, GENEROSIDAD Y COLABORACIÓN ENTRE MOROS Y CRISTIANOS. TE SUENA LO DE ALIANZA DE CIVILIZACIONES, DE QUE LA TIERRA NO PERTENECE A NADIE SALVO AL VIENTO.... ESO.

👉 DEMOCRACIA: ESTRUCTURA Y ONTOLOGÍA: 

miércoles, 24 de febrero de 2016

CRISTIANOFOBIA LIBERTICIDA


Hipocresía de la cristianofobia

En España lo que ahora cunde no es el laicismo o la aconfesionalidad de la vida pública sino la cristianofobia, que es aproximadamente lo contrario.

Arrastramos una grande confusión respecto a las exigencias de un Estado laico o aconfesional. Para empezar, esos dos adjetivos son ya religiosos. Sería mejor decir un Estado respetuoso con todas las confesiones religiosas, de modo especial las tradiciones nacionales propias. No hay palabra para tal circunloquio. Pero se entiende bien su significado. Por ejemplo, en los Estados Unidos, modelo de lo que digo, el Presidente de la nación jura su cargo sobre un vetusto ejemplar de la Biblia. Es una hermosa tradición que a nadie puede ofender y a todos enorgullece.

En España lo que ahora cunde no es el laicismo o la aconfesionalidad de la vida pública sino la cristianofobia, que es aproximadamente lo contrario. Es decir, el odio hacia las tradiciones cristianas. Así, pasa por progresista y un dechado de la tolerancia la decisión de no enseñar Religión en los colegios. Se sigue con la pugna para que no haya signos religiosos externos. Ahora los Reyes Magos han perdido su significación religiosa y se transforman en un número de carnaval. (Por cierto, el Carnaval es otra fiesta de origen religioso). Otra tontería: no debe haber capillas en las universidades o los hospitales. Acabarán remodelando las catedrales para “espacios de cultura” o alguna otra barrabasada parecida. Lo siento, Barrabás está en los Evangelios.

Por lo menos habría que exigir coherencia en esa política laica o aconfesional. Por ejemplo, ¿por qué no quitar todas las cruces de los cementerios, que son municipales? No se atreverán los hipócritas. Puestos a cambiar nombres de calles y de topónimos, ¿por qué no eliminar los topónimos con significación religiosa, como Puerto de Santa María o San Sebastián? Hay algunos miles. Tampoco osarán tal cosa.

Para ser verdaderamente coherentes con el laicismo o la aconfesionalidad tendrían que alterar los nombres propios de muchas personas. Por ejemplo, Manuela, Rita, Pedro o Pablo, por citar algunos nombres de pila de algunos políticos progresistas. No serán tan valientes. Hablando de valentía, la tal Rita, concejal de cultura en el Ayuntamiento de Madrid, se hizo famosa por el asalto obsceno a la capilla de la Universidad Complutense. Dicen sus secuaces que su acción fue una protesta democrática. Pues bien, el juez debería imponerle la moderada sentencia de que repitiera el acto un viernes en la mezquita de la M-30. Podría protestar por el trato que dan a las mujeres en algunos países musulmanes.

Ya de puestos a eliminar símbolos religiosos, se podría suprimir el “domingo” o día del Señor. Se convertiría en una jornada laboral más. No se les ocurrirá. ¿Y qué decir de la Navidad? No basta con sustituir el belén por Santa Claus, que después de todo es también un símbolo cristiano (San Nicolás). Habría que volver a las orgías saturnales del solsticio de invierno. Se me ocurren más iniciativas, como prohibir el Camino de Santiago o la procesión del Corpus en Toledo o la salida de la Macarena en Sevilla. Llenaríamos un BOE entero con las posibles prohibiciones.

En definitiva, pido un poco de coherencia a las huestes progresistas. Si no se atreven a ser laicos integrales, dejen de hacer el ridículo. No me sean hipócritas. Otra cosa. No se llamen “ateos”, pues en esa voz ya va el nombre de Dios. Busquen otra etiqueta positiva. Si no son coherentes del todo, vamos a pensar que, aparte de cobardes, su problema es que necesitan rebelarse contra ustedes mismos. Pero entonces la cuestión es de psiquiatra. Perdón otra vez por la palabra, pues la “psique” es el alma.

Cristianofobia

Parece que estos días se pone de actualidad la cuestión del respeto a la libertad religiosa, con motivo del juicio de la actual portavoz del ayuntamiento de Madrid por la invasión de una capilla católica de la universidad complutense hace ahora cuatro años. Es curioso la poca objetividad que se evidencia en los medios de comunicación, que subrayan aspectos parciales del problema, cada uno los suyos, con escaso interés por informar de la realidad. Ahora resulta que un ataque directo a la libertad de conciencia de las personas -que de eso estamos hablando- es un ejercicio de la libertad de expresión, o incluso, para algunos, un acto heroico en defensa de la laicidad del Estado. La legislación española ampara la libertad religiosa, el derecho de todas las personas -¡incluso de los católicos!- a profesar la fe religiosa que estimen oportuno, sin ser por ello discriminados ni molestados en modo alguno. Si un bárbaro ataca a un judío ortodoxo, porque va vestido con traje negro y tirabuzones en el pelo, cualquier persona de un estado moderno y avanzado declarará aquello como un asalto a un derecho básico del creyente judío. Lo mismo cabe decir de quienes practican otras religiones menos extendidas en nuestro país, como los Hare Krishna o las mujeres musulmanas, a las que también se reconoce fácilmente.

Que cada uno piense lo que quiera es un postulado que parece haber inventado la izquierda, que siempre se muestra como adalid de la libertad individual: ¿siempre? No, no siempre, el postulado no aplica cuando estamos hablando del cristianismo, en donde los ataques solapados o directos a las opiniones de los demás se vestirán de cualquier otra etiqueta moralmente elevada para justificar lo injustificable. Ya me he referido en este mismo blog al vandalismo que vivimos con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011, donde energúmenos insultaron a jóvenes de diversos países del mundo que venían a Madrid, simple y llanamente, a vivir alegremente su fe.

Cuando pensamos en la persecución de los cristianos, es preciso referirse a los países totalitarios que obvian el derecho básico a la libertad religiosa, discriminando, encarcelando, torturando o matando a las personas que no siguen la ideología dominante: Corea del Norte, China, Pakistán, Arabia Saudí, Irak, Siria y un largo etcétera en donde actualmente las minorías religiosas sufren sólo porque su conciencia les lleva a seguir otra fe distinta a la que los tiranos de turno quieren imponer. Entre esas minorías, sin duda los más perseguidos en el mundo son los cristianos, nuestros hermanos en la fe. No podemos callar ante esas tropelías, ahora tristemente de actualidad con los crímenes del autoproclamado estado islámico.

Pero también conviene levantar nuestra voz ante los mismos planteamientos de totalitarismo religioso en los países de tradición cristiana como el nuestro. Bajo la excusa de una falsa laicidad (confunden la neutralidad religiosa del Estado con la obsesión laicista), se profanan símbolos religiosos con la pobre excusa de un arte innovador, se marginan tradiciones porque tienen sentido religioso (a veces, ¡hasta amparándose en la defensa de otros credos!) o se intenta expulsar a los católicos de la vida pública bajo la sospecha de que imponen sus ideas (¡es paradójico!). 

Para una visión más amplia de esta cuestión, recomiendo la lectura del reciente libro de Luis Antequera, que trata extensamente de la persecución de los cristianos, incluido el hostigamiento y acoso al que a veces somos sometidos en las sociedades cristianas. 

Los cristianos no podemos silenciar el sufrimiento de nuestros hermanos en los países donde pagan con su vida o su emigración su fe en Jesucristo, pero tampoco deberíamos callar en nuestro país ante flagrantes incumplimientos del respeto que toda conciencia merece.


miércoles, 15 de diciembre de 2010

En torno al minimalismo contemporáneo - Nihilismo, alter ego del minimalismo: El arte de la nada



El estilo minimalista es el estilo superficiliasta y light, de la estupidez, del progresismo, de la anorexia promovida por los diseñadores para ahorrarse tela -menos es más -ganancia-, de la alta cocina minimalista (de mucho continente o plato y de poco contenido o viandas), de la nueva era y del postmodernismo. Menos es más -estupidez-.

El minimalismo es la cultura light y superficial del hombre progresista de hoy. Es la representación o la manifestación  del vacío y de la estupidez in-humana frígida nihilista individualista materialista.

En torno al minimalismo contemporáneo
por Antonio Martínez

El minimalismo no se limita a constituir una simple moda estética ni un mero signo de status. Muy al contrario, tiene su trasfondo antropológico y ético, sus antecedentes metafísicos, sus consecuencias espirituales
Vaya el lector a una gran librería y hojee un libro de arquitectura del siglo XX, o bien cualquier dominical o revista de decoración: por todas partes se encontrará usted con el omnipresente minimalismo. Nada de elementos superfluos y barrocos. Todo luz, volumen, líneas rectas, silencio y vacío. En eso consiste la esencia del minimalismo.

Occidente atraviesa hoy una etapa minimalista; al menos, el Occidente urbano de las grandes metrópolis. Se busca por doquier la sobriedad, se elimina toda ornamentación. Se aplica a todo trance la regla de la economía de elementos. Los gestos tienen que ser precisos y bien definidos. Las formas, austeras y simples. Para conseguir una percepción diáfana de los espacios, se prefieren los lucernarios y la luz cenital. Se da una clara primacía a las líneas horizontales y bajas, casi a ras de suelo. Atraen las grandes cristaleras divididas geométricamente, las extensas superficies de parquet. Ángulos rectos, color blanco y crema, junto al gris y al negro. Todo suavidad, serenidad y orden, nada de excesos ni estridencias. Geometría, silencio, luminosidad, formas rectangulares, pureza de línea. Simétrico destierro de todo lo tradicional, figurativo y colorista. De lo mediterráneo, sólo el blanco resplandeciente de las casas de Ibiza.

Abajo la retórica, viva el aforismo. Como no va más del estilo, vivir en un loft, en un ático, en un espacio abierto y diáfano que efectúa la desestructuración de la vivienda tradicional. Diseñar un oasis de silencio y orden en el tráfago caótico de la gran urbe. Adoptar un nuevo estilo de vida. ¿Qué arquitecto, interiorista, escritor, artista o fotógrafo que esté en la onda moderna no aspira hoy a vivir en este transparente entorno? Madera, cristal, geometría, estilo sueco, mesas bajas, colores crudos, ladrillo y piedra desnudos en la pared. Todo ello, igual en una cafetería que en un museo o en la sala de espera de un dentista –del mío, por ejemplo-, es actualmente símbolo inconfundible de prestigio y de alto "standing".

Pero no nos equivoquemos. Por supuesto, el minimalismo no se limita a constituir una simple moda estética ni un mero signo de status. Muy al contrario, tiene su trasfondo antropológico y ético, sus antecedentes metafísicos, sus consecuencias espirituales. Ante todo, sintoniza con el individualismo urbano contemporáneo, con la cultura del single. Todo muy "cool" y postmoderno. También todo muy homosexual: a la homosexualidad contemporánea le gustan los trajes negros y precisamente minimalistas, igual que llevar el pelo muy corto y el vello corporal depilado. Todo también muy gnóstico: se siente un asco intelectual hacia la materia biológica, sus secreciones y sus efluvios. Todo, en fin, muy desmaterializado y abstracto, en sintonía con el esteticismo audiovisual imperante y con la melancolía del hombre actual.

Tal es la faceta sombría del minimalismo. La cual, por cierto, no es la única: el minimalismo puede expresar también una voluntad de sentido, una búsqueda de luz. En épocas de confusión y crisis, como la nuestra, una reacción humana de carácter universal intenta volver a la esencia de las cosas. El orden geométrico, las líneas rectas, la claridad racional, actúan como barricadas formales contra la amenazante marea de caos que asedia al ser humano. Contra el sinsentido y el absurdo, contra la vorágine social que amenaza con destruir el frágil equilibrio de la conciencia, se esgrime la estrategia defensiva de refugiarse en una cápsula de silencio, claridad y orden. Por ejemplo, abandonar Madrid e irse a vivir a un pueblo de Soria, provincia española minimalista por excelencia. Y, por supuesto, instalarse allí en una casa de estilo minimalista.



En todo caso la mayoría de los arquitectos verdaderamente minimalistas (Como el arquitecto de los sifrinos y lights, Joaquín Torres)  podrían ser considerados en realidad "maximalistas", con esto quiero decir que en vez de minimizar lo que hacen es exagerar cierto efecto, detalle, sensación, caracter, etc para crear así un espacio de mayor contundencia. Maximinan la arquitectura -de exteriores o continente- y minimizan el interiorismo/decoración y el calor de HOGAR FAMILIAR como si fuera una oficina bancaria, sin recuerdos, sin vivencias, sin calor.
Como decimos, en épocas de desorden colectivo, el recurso a la transparencia y al orden. Ahora bien: la historia de Occidente desde el siglo XVII es la crónica de un desorden creciente, con sus correspondientes reacciones minimalistas avant la lettre. Contra el torbellino pesimista del barroco, contra el derrumbamiento del universo medieval, el racionalismo cartesiano, que se atrinchera en la ciudadela de la razón, constituye un fenómeno minimalista: la razón, el orden, el método, la claridad, el espíritu de geometría. Y, ya en el siglo XX, contra la Europa freudiana de la Primera Guerra Mundial y los fascismos, víctima de las fuerzas plutónicas y tanáticas emergidas de su propio subconsciente, la arquitectura racionalista y funcionalista de Walter Gropius y la Bauhaus. Contra el consumismo y la tecnocracia de la optimista década de los 50, el estilo de vida existencialista de Edith Piaf y sus jerseys negros: el existencialismo y su estética también eran minimalistas.

El minimalismo contemporáneo puede explicarse según esta misma lógica: esencia y orden contra superfluidad y desorden. La filosofía oriental, minimalista, atrae por esta razón al hombre contemporáneo: los haikús, la meditación, la caligrafía china, el ikebana, las casas japonesas, los jardines zen. También el desierto del Sahara, con su geografía minimalista de arena, silencio y cielo. Igualmente, y desde otro punto de vista, el espíritu escandinavo, el estilo nórdico, la atmósfera transparente de los paisajes circumpolares. Angularidad, simplicidad, elegancia, como en la bandera de Noruega. La minimalista arquitectura sueca, hecha de madera, cristal y piedra. Ikea, el cine en blanco y negro de Bergman.

Por doquier, como vemos, el deseo de serenidad y armonía. De algún modo, la búsqueda de los orígenes, el regreso a los elementos primordiales de la creación y al silencio de las cosas. La conciencia que se repliega sobre sí misma, en una especie de hibernación defensiva. Una voluntad también de purificación y espiritualidad. Pero ahí se bifurcan -¡ay!- dos caminos: por un lado, el encapsulamiento individualista, la mística del individuo occidental que se niega a salir de su propia subjetividad.

Encerrado en la cárcel invisible de sí mismo, se refugia en un universo taoísta de silencio y transparencia, pero pagando el tributo de una profunda soledad. El otro camino, en cambio, es el de la verdadera voluntad de luz. Aquí, el minimalismo no se utiliza como un parapeto contra la realidad, sino de una manera franciscana. Desprenderse de todo lo accesorio para reencontrarse con lo esencial. Pensemos, por ejemplo, en la escultura minimalista de Brancusi. Pensemos también en la simplicidad del peregrino. La peregrinación es siempre una aventura minimalista: ir despojándose de la impedimenta del ego y acercarse ya sin posesiones a la presencia de Dios.

¿Qué forma de minimalismo quiere elegir Occidente, hoy situado en una decisiva encrucijada? De su elección, como es obvio, depende el rumbo futuro de nuestro mundo.




Nihilismo, alter ego del minimalismo: El arte de la nada
Manuel Gutiérrez Tejedor

Claves para entender los puntos comunes de dos conceptos, a priori, diferentes.

¿Quién dijo que una obra “artística” debe expresar algo o hacernos interiorizar algún tipo de sentimientos? ¿Por qué no se puede expresar o hacer sentir nada?

El arte minimal no suele remitir a nada más que a sí mismo. Precisamente esta negación de toda función asociativa, la autorreferencialidad y los espacios blancos o neutros que los minimalistas usaron para colocar sus autónomos “objetos específicos”, responde a una motivación política que no se debe ignorar: los artistas pretendían crear un arte que pudiera existir sin el lastre de los contenidos e ideales de formación propios de la cultura burguesa. Este arte supuso el principio del fin de la modernidad. L. Lippard afirmaba que el minimal había levantado una nueva clase de monumento funerario, palabras que enlazan con las de Nietzsche al decir que el nihilismo consiste en reducir el valor de la vida a lo mínimo.

Acercamiento al último nihilista: Nietzsche

Friedrich Wilhelm Nietzsche, el primer anarquista y el último nihilista, fue quien mejor entendió el concepto de nihilismo gracias a sus continuas crisis personales, que para él eran etapas para alcanzar la transmutación de todos los valores. Estas etapas son, aproximadamente, el nihilismo negativo, el reactivo, el pasivo y el activo. Con esta última etapa surgirá el “amanecer de la tierra”, y concluye con la muerte de Dios, donde el hombre se libera de sí mismo.

Nietzsche expone el problema del nihilismo en estrecha conexión con el del pesimismo. El límite entre los dos fenómenos no es tajante, pero podemos entender el nihilismo como el desarrollo ulterior del pesimismo: el pesimismo es la situación histórica de la civilización occidental, mientras que el nihilismo es el acontecimiento futuro que está por venir.

Etimología del nihilismo

Etimológicamente, el término nihilismo procede de la locución latina nihil (nada). De aquí se elabora el significado que se ha ido configurando en Occidente: pérdida de validez de los valores vigentes o carencia de valores. Por tanto en el nihilismo fundamentaría la cultura de la nada, un sentimiento de rechazo a toda la historia occidental viciada por los falsos ídolos: el dinero, la religión, el estado, etc. La “nada” pasa a ocupar el centro de toda existencia, lo que sólo es posible si ocupa el lugar que en Occidente pertenecía por derecho a Dios.

Nihilismo es el proceso histórico de desvalorización progresiva de aquellos valores supremos que han venido dominando en los distintos ámbitos de la vida europea y que, piensa Nietzsche, siguiendo las líneas que conducen al nihilismo extremo, podremos alcanzar una perspectiva privilegiada para el análisis e interpretación del fenómeno nihilista en su conjunto.

De la angustia existencial a la creación: requisitos para el artista "nadaista"

La angustia es la respuesta de un hombre al que se le niega la relación tranquilizadora con los dioses. Esto lo lleva a contemplar el peligro de la destrucción que la nueva religión acarrea: la tecnificació promete un futuro de progreso sin “fin”, no sólo a través de la guerra, sino a través del empobrecimiento de la relación entre los hombres con los objetos reducidos a su utilidad, separados de su magia, su poesía. Entreguerras y guerra serán, no por casualidad, el escenario de esta toma brusca de la impotencia del hombre ante el mal, ante la posibilidad de delinear el futuro mediante el pensamiento.

La creación es una pregunta en la que se conservan latentes las respuestas en forma de obras; cada pieza es la señal dejada por un paso, la herida abierta presente como búsqueda de una solución parcial. Pero en ello no hay una huida a otro universo, para los existencialistas no existe otro mundo más allá de éste, el universo de la subjetividad humana.




LOS RESTAURANTES YA NO SON LO QUE ERAN
EL CLUB DE LA COMEDIA

viernes, 11 de diciembre de 2009

EL DERECHO Y EL DEBER FUNDAMENTAL DE LA FE EN LA VIDA PÚBLICA Y SOCIAL: PERSONALIZAR Y CON-VIVIR LA FE


Se ha instaurado en la sociedad la resignación o la falsa creencia de que la religión es algo que pertenece al ámbito privado del ser humano, de tal forma que la práctica y enseñanza de las misma debe situarse en el ámbito familiar y más interno del individuo.
Algo que está reñido absolutamente con la libertad religiosa que es innata al hombre.



¿Y POR QUÉ NO EL LAICISMO A LO PRIVADO?
Por tanto el derecho que yo tengo a profesar una religión es algo que no me otorgan las leyes, sino que me otorga mi condición de ser humano libre. Por tanto no es función de los poderes públicos el garantizar la libertad religiosa per se, porque es algo innato al hombre que por tanto ya está garantizado, sino que su obligación es evitar que esos derechos sean pisoteados.

Más aún. El estado de derecho no es el guardián en ningún caso de las libertades individuales del hombre, sólo debe velar por que nadie vulnere esos derechos propios del ser humano. La libertad de prensa, la libertad de expresión o la misma libertad religiosa existen a pesar del estado, es decir, el hombre hace uso de ellas con y sin estado, con y sin leyes, con y sin derecho.

Por tanto creer que las leyes son necesarias para regular las libertades y los derechos fundamentales, que no hay que olvidar que priman sobre los derechos del colectivo, es cometer un error. Ningún político, sea del partido que sea, tiene derecho a decidir sobre los derechos que tengo yo como persona. Así pues cuando alguien regula la libertad de expresión de los medios o la libertad religiosa del hombre está vulnerando un derecho inviolable e inlegislable del ser humano. Lo único que se podría permitir es que el estado de derecho legislase (véase por ejemplo el artículo 20 de la Constitución) para garantizar que nadie violase esos derechos propios del hombre.

Y de igual manera, condenar la religión a lo privado es cohibir la libertad religiosa del hombre. Para el creyente la religión y Dios, entendido como el ente supremo de la existencia, son pilares fundamentales en su vida, o sea, que es impensable que uno de los pilares de nuestra vida quede relegado a un segundo plano en detrimento de otros pilares importantes, pero no tan trascendentes. Por tanto la expresión religiosa, entendida desde el respeto al diferente, debe así mismo cuidarse y garantizarse en la vida pública.

Y alrededor de este eje gira el tan desgastado tema de la aconfesionalidad del estado. Un estado que se crea democrático debe optar como única posibilidad por la existencia de un estado aconfesional, que no laico. El estado aconfesional protege la libertad del individuo a ser un ser religioso, algo que repito le es innato, y sin dañar a nadie garantiza a su vez el derecho de agnósticos y ateos. Es por tanto el estado aconfesional el que protegiendo la religión la mantiene a su vez al otro lado de la frontera de las funciones insustituibles del estado, sin beneficiarla pero también sin perjudicarla.

El estado laico, sin embargo, parte indudablemente del sentimiento ateo y por ende en nuestra sociedad del no respeto a la religión. La asepsia del estado hacia lo religioso se garantiza con el respeto mutuo y a la vez con la separación, sin una sumisión del derecho a la religión ni viceversa, algo que sólo la aconfesionalidad garantiza. El estado laico parte de una concepción dominante que prima el supuesto derecho del estado a legislar la libertad religiosa innata del hombre, dejando al hombre religioso en inferioridad con respecto al no religioso.

Un estado que legisla lo religioso con una sensación de superioridad, por ende un estado laico y ateo, es el camino de la destrucción del hombre, el camino inexorable hacia el relativismo moral y la muerte de Dios que defendía Nietchze. Por eso el estado debe valorar ante todo, por encima de las leyes-que además son fluctuantes y cambiantes según las necesidades-, al individuo libre en sí mismo. Primar al estado, por tanto al colectivo, y a las leyes, por tanto al deseo de la oligocracia injustamente elegida por el pueblo dominado por el hombre-masa, sólo conduce al fin de nuestra decadente civilización.

He ahí por tanto que se hace imprescindible la aconfesionalidad del estado. Así se garantiza un trato justo al hombre religioso, sin sumisón a la religión, y sin la renuncia a los principios democráticos y legales en las que se asienta el estado de bienestar. Por tanto el respeto escrupuloso desde las altas esferas hasta las cloacas del estado a las religiones y a sus formas de organización son el primer requisito para considerar a un estado como democrático.

Si consideramos imprescindible la separación de lo legislativo, lo ejecutivo y lo judicial; si creemos fielmente en la separación Iglesia-estado; si vemos con buenos ojos la independencia del poder de los medios de comunicación y al revés...

¿Por qué hay que respetar a unos y no a otros?
¿Por qué se garantizan las elecciones democráticas, pilar básico de la democracia, y no la libertad religiosa?

Muy sencillo, porque se quiere convertir a lo religioso en algo subordinado al resto de ámbitos, de tal forma que apretando la tuerca se consiga al final el tan ansiado deseo de muchos de destruir definitivamente la religión de la vida pública.

Por tanto es evidente que la sociedad supuestamente avanzada va camino del retroceso. No avanzamos en libertades, sino que vamos hacia la destrucción de lo tradicional, de lo incómodo y de las libertades propias del hombre en general. Se nos quiere hacer creer que no aceptamos la democracia por defender públicamente lo religioso y estar en contra del relativismo moral. Pero lo que no podemos tolerar es la marginación de lo religioso al ámbito privado como antesala a su destrucción definitiva, paso previo a su vez de la destrucción misma del hombre.

Como tampoco se puede judializar la vida y la cultura de un pueblo. Porque haya un individuo que no quiera lo común y mayoritario de una sociedad, utiliza los legalismos estúpidos; Es como aquél único vecino que denunció que le molestaban las campanadas de la iglesia del pueblo y el 99,99 del pueblo tiene que recoger firmas para que vuelvan a repicar como siempre había sido.

La estupidez a la enésima potencia:
Ver: http://www.andaluciainformacion.es/portada/?i=35&a=68513&f=0


Al final el hombre se esconde en el colectivo para negar las libertades individuales y se hunde en el relativismo para negar lo común y mayoritario, la máxima que muy bien explicara San Agustín: nadie niega a Dios, sino aquel a quien le conviene que Dios no exista.


La religión en la vida pública
Alberto Esteban
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domingo, 19 de octubre de 2008

LAICIDAD SÍ, LAICISMO NO. (CARTA A UN FUNDAMENTALISTA LAICISTA)