EL Rincón de Yanka: 2025

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martes, 21 de octubre de 2025

PELÍCULA "EL BRAVO" (EL NIÑO Y EL TORO) THE BRAVE ONE 1956 y FERDINAND 👦🐂

EL NIÑO 
Y EL TORO

El bravo (en España) o El niño y el toro (en Hispanoamérica) (título original: The Brave One) es una película México-estadounidense dirigida por Irving Rapper en 1956 con guion coescrito secretamente por Dalton Trumbo. 
La película fue protagonizada por Michel Ray (Michel de Carvalho), Rodolfo Hoyos, Elsa Cárdenas, Carlos Navarro, Joi Lansing, Fermín Rivera Malabehar, Jorge Treviño y Carlos Fernández.
Narra el amor que siente un niño mexicano por un toro bravo al que cuida desde que éste nace, y al que intenta salvar la vida cuando está en la plaza de toros a punto de ser toreado por un famoso torero.

Un niño mexicano llamado Leonardo que vive en el campo salva la vida de un ternero negro durante una tormenta, lo adopta como mascota y lo llama Gitano. Convertido en un toro bravo, Gitano es vendido junto con el resto del ganado cuando el dueño del campo muere. Leonardo intentará salvar la vida de Gitano cuando lo llevan a la Plaza de toros más grande del mundo, la Monumental de México para enfrentar a un torero.
La actitud que tomó el niño con el toro es pura valentía ya que tuvo que enfrentarse a muchas personas, a muchas adversidades por su amado torito. A pesar de que sus allegados le decían que lo dejara ir... pero él nunca lo abandonó. El bravo, el valiente era el mismo niño Leonardo. Puro corazón. 
La película recibió tres nominaciones a los Premios Óscar: al mejor argumento, montaje y sonido. Ganó el premio a mejor argumento (categoría que desde la entrega siguiente sería el Óscar al mejor guion original) para el guionista Robert Rich, seudónimo que Dalton Trumbo utilizó tras ser incluido en la lista negra de Hollywood de los Diez de Hollywood durante el macartismo, acusado por el Comité de Actividades Antiestadounidenses, que investigaba una supuesta infiltración comunista en Hollywood. Trumbo, quien tras ser encarcelado estaba exiliado en México, finalmente fue reconocido como el escritor de la película y recibió la estatuilla en 1975, un año antes de su muerte.[

EL NIÑO Y EL TORO - 1956 Infantil/Drama - Rodolfo Hoyos JR. - Michel de Carvalho

Ferdinand

Ferdinando Cuento Espanol1 by Yazmin Felipe Cid


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CANCIÓN INFANTIL MEXICANA "LA PALOMA AZUL"

lunes, 20 de octubre de 2025

LIBRO "JUSTICIA REAL EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA": EL REY COMO PROTECTOR DE LOS MÁS DÉBILES por CÉSAR PÉREZ GUEVARA

JUSTICIA REAL EN LA 
AMÉRICA ESPAÑOLA:
El Rey como protector 
de los más débiles

Una investigación ágil y documentada que desmonta la leyenda negra y rescata la vigencia del derecho hispano en América. A través de expedientes reales —el juicio de residencia al capitán general Cañas Merino, el proceso de Isabel María Páez contra el Ayuntamiento de Valencia y el litigio de Juan Germán Roscio con el Ilustre Colegio de Abogados de Caracas— este libro muestra cómo la justicia del Rey operaba como amparo efectivo frente a abusos locales. Con rigor archivístico y narrativa clara, se revela a la Real Audiencia de Caracas como garante de derechos y escuela de juristas, y a Roscio como símbolo de una modernidad jurídica nacida en el mundo hispánico. Un llamado a reconciliarnos con nuestra historia común para imaginar, desde ella, un futuro compartido.
Prólogo

La aventura de escribir cualquier libro entraña dos historias diferen­tes. Una se refiere al relato que al lector le llega a sus manos y queda cons­tancia para la posteridad. Y otra invisible,que atañe al autor que ha escrito la obra. Ambas son complementarias e imprescindibles.

Empezaré por escribir unas breves líneas sobre el autor que conozco bien. Destacaría muchas facetas de su personalidad, pero la que sobresale en el ámbito de la investigación histórica es su tenacidad y su pasión por lo que hace. Atesora una gran labor divulgativa, con sólidos conocimientos que reflejan a Cesar Pérez Guevara como una personalidad inquieta y motivada por el saber, con consciencia plena y muy activa. Sus trabajos de estudio y divulgación son de conocimiento obligado, y pertenece a esta generación

de estudiosos que, por su propia cuenta y medios, con anchas espaldas va abriendo camino entre malezas y distorsiones, a un conocimiento más ho­ nesto, serio y riguroso de nuestro pasado histórico. Además, su aportación cuenta con el privilegio de la doble perspectiva: la americana y la peninsular porque ambas realidades las conoce de primera mano. Sus trabajos nos darán muchos frutos en el futuro por lo que es muy conveniente prestar atención a este estudioso,erudito e investigador infatigable porque su labor va a con­ tribuir con seguridad, a darnos mejor sentido y comprensión a los episodios delpasado que configuraron la América española y lo que es más importante, aportará su luz a futuras generaciones para asumir unas referencias prove­ chosas que nos llevaría sin género de dudas a una América más prospera, comprometida y orgullosa.

El autor representa como nadie ese mestizaje espiritual y racial que supuso la América hispana, tan viva e inmortal como ignorada y equivocada. El mestizaje fue un fenómeno desconocido en el mundo no hispánico hasta por lo menos la ultima mitad del siglo XX. El mestizaje en otros imperios era mal visto cuando no prohibido. Por el contrario,en la América que se germi­ naba a finales del siglo XV en un contexto planetario nuevo con el encuentro de dos mundos, la fusión de culturas y razas en Hispanoamérica no solo no se impidió sino que se fomentó con la conocida legislación sobre matrimonios que alumbraron los Reyes Católicos en el Nuevo Mundo - cásense españoles y españolas con indias e indias-. La semilla del mestizaje había surgido sin objeción ni reparos y que el pensador mexicano ]ose Vasconcelos calificaría como el nacimiento de la "raza cósmica", esa raza que porta la esencia de todos los seres humanos. Esa rica mezcolanza que nos hace a todos esencial­ mente humanos en lo diferente.

Los trabajos de Pérez Guevara recogen el estudio de la esencia de los aportes culturales de América y le suma de su propia cosecha, el espíritu tenaz del historiador versado y comprometido con sus coetáneos dejando abierto un camino para recorrer en tiempos venideros por los que sin duda otros vendrán y que seguirán esta estela de interés honesto, sin traumas por el saber verdadero, un interés por el conocimiento exento de contaminacio­ nes ideológicas o intereses espurios.

El hecho de atreverse a la ardua experiencia de investigar, documen­ tar, redactar, revisar, y escribir un libro de esta naturaleza es un motivo de admiración que responde a la demanda de unas sociedades americanas y españolas que despiertan del letargo y de la necesidad de acercarnos al ver­ dadero conocimiento desprendido de falsedades y ropajes indignos cubier­ tos de retorcidas tergiversaciones que obedecen más a una doctrina política o una razón de geoestratégica que al verdadero propósito de dar luz a la realidad como fue. Por ello este trabajo que el lector tiene en sus manos es cabal demostración de una obra vocacional y forjada a conciencia. Este es un trabajo consecuencia de un propósito concienzudo, serio y riguroso que corresponde al esfuerzo silencioso, fértil y a veces heroico por divulgar el conocimiento honesto del pasado, la defensa de la verdad histórica y la recu­ peración de la memoria colectiva hispánica tan maltratada cuando no grose­ ramente vilipendiada.

Apuntar algo más sobre el contenido de esta magnífica obra. El lector va a conocer episodios esenciales que cimentaron las bases de una civiliza­ ción que ha alcanzado los confines del mundo. La esencia de aquel orden jurídico que se aplicó en Hispanoamérica y Filipinas durante más de tres si­ glos permanece y puede ser fuente de inspiración para futuras generaciones. Describe este libro lo que ha sido una labor titánica de ordenación y progreso con la máxima implicación de generaciones de hombres y mujeres de ambos hemisferios que no en vano construyeron una civilización sobre las bases del humanismo cristiano, la defensa de los más desfavorecidos y la implicación de los reyes y sus servidores en la administración de la equidad y la justicia. No es posible perpetuar un orden político, social y jurídico durante tanto tiempo sin estos mimbres y el autor lo sabe bien. Es preciso que nuestros coetáneos y las generaciones futuras despierten su interés sincero en cono­ cerbien esta etapa dela Historia que tanto aportó al mundo, porque sin duda nos puede inspirar a todos y abrir caminos en favor de una prosperidad y fra­ternidad hispanoamericana más sólida, útil y prometedora.

Debo concluir animando al lector para que disfrute de la lectura de esta publicación que tiene en sus manos y asimismo desear por nuestro bien, que el autor siga con esa labor tan prolífica y necesaria que tanto bien nos hará a todos, facilitando la comprensión sintapujos de nuestro serhispánico y americano.De esta divina mezcla nace una gran comunidad que alumbrará nuestros destinos.

Madrid marzo de 2025
Julio Henche Abogado y Escritor

domingo, 19 de octubre de 2025

EL OXÍMORON JUDEO-CRISTIANO ✡✟

EL OXÍMORON JUDEO-CRISTIANO
Tras escuchar las opiniones y sugerencias de algunos seguidores hemos decidido editar (aun siendo conscientes del riesgo que ello implica) un artículo sobre el oxímoron del judeo-cristianismo.
Este texto está especialmente dirigido a aquellos que aún dispongan del tiempo, ganas y entereza, necesarios para zambullirse en la antesala de los subterráneos anímicos del caos que nos amenaza.
No es su lectura lo que les conmoverá, sino la reflexión que de ella se haga.
I

El término judeocristiano, tan asumido hoy en día, sonaría contradictorio ante los oídos de San Juan Crisóstomo (como con otros muchos de nuestros antepasados), quien consideraba, en sus homilías “Adversus judaeos”, que “Ningún judío adora a Dios" y en sus sermones denunciaba a los cristianos judaizantes. En cambio, debido a una coyuntura históricamente reciente, difícil se nos presenta hoy, poder separar el Cristianismo del Judeocristianismo. Este término, expandido ampliamente tras la guerra mundial del 45, supuso un estigma aplicado, forzadamente, sobre el cristianismo. Este significativo hecho se sumaba a otros innumerables gestos y actuaciones que, subliminal e históricamente, fueron ocultando y apagando, aquella fuerza que protegía a los cristianos de las artimañas del Astuto. 
¿Cuál sería, entonces, la línea divisoria existente entre el cristianismo y el judeocristianismo? La respuesta a esta pregunta es muy amplia, y se requeriría un largo estudio para poder desmenuzarla en sus detalles, algo que supera las pretensiones de este texto, Brevemente, podemos empezar con algunos aspectos que son fáciles de contrastar:

1-El Pecado Original

En la Torah judía (implantada posteriormente en el Pentateuco de la biblia cristiana), se nos insiste en que el pecado original reside en la fruta del conocimiento o sabiduría del Bien y el Mal. En cambio, San Antonio Abad (Siglo IV), desde el tronco cristiano más puro, en su texto Advertencia sobre la índole humana y la Vida Buena, no ve ningún impedimento moral en decirnos: 
"Dios ayuda a eliminar la malicia de los hombres, ventajosamente, al darles intelecto, sabiduría, discernimiento y Conocimiento del Bien y el Mal, a fin de que éstos puedan rechazar la mentira, conociendo cómo ésta les perjudica". 

O sea, el fruto de la sabiduría del Bien y el Mal (según la Torah judía, incorporada en el Génesis), es el pecado original, mientras que, para el cristianismo, el fruto de esta sabiduría es un don de Dios, que nos permitiría ver las astucias y engaños del diablo y rechazarlas. Es decir, para el cristianismo, sin esa sabiduría somos incapaces de ver los engaños del Diablo, y, por ello, caemos fácilmente bajo su seducción. Al reflexionar sobre esto, podemos imaginar por qué el padre de los hijos del diablo (Jn 8:44) 1, prohibió, bajo pena de muerte, probar ese fruto.

2-El carácter del Principio u Origen

Hay muchos aspectos por los que se podría considerar al judeo-cristianismo como lo contrario al cristianismo, pero, el más llamativo quizá sea su concepción del Origen o Principio. Debemos entender que Dios es el Origen o Principio de todo. También podemos considerar que, la descripción que cada texto sagrado hace de Dios, es la forma en que se define la singularidad de cada religión. En la Torah (Gen 1:2) se habla de que en el Principio 2 había un Caos y Tinieblas que se cernían sobre la faz del abismo. En cambio, en el evangelio de San Juan, se dice: “En el Principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y Dios era el Verbo” (Jn 1:1). Siendo Verbo la traducción que se hizo de Logos en el texto griego original. Y siendo el Logos la Sabiduría originaria, unida al entendimiento. Si reflexionamos y discernimos, en un diálogo honesto, podríamos ahondar y preguntarnos por las causas de ¿por qué esta contradicción ha sido esquivada por nuestros libros de texto contemporáneos?

3-El Principio y el Pecado original

Para el cristianismo, sólo cuando alcancemos el Logos (Verbum) y el intelecto 3, podremos adquirir la sabiduría para poder discernir el Bien y el Mal. Siendo esto lo que nos permitiría conocer las astucias del diablo, antes de caer en sus redes. Parece evidente que, sin esa preciada sabiduría, nos sería imposible ver las trampas que subyacen a las estrategias del Astuto. También es evidente que esa capacidad se ha ido destruyendo en las últimas décadas, en un proceso exponencial. Con el auge del relativismo, el igualitarismo y la intencionada destrucción de la creatividad y el intelecto (impuesta en nuestros centros de aprendizaje obligatorio, macerada mediáticamente y favorecida por el desarraigo cultural y familiar), las barreras que nos impiden recuperar nuestra relación con lo sublime, se han hecho aún más infranqueables. Tras reflexionar y ver lo absurdo de considerar a la sabiduría del Bien y el Mal como el pecado original, ¿cuál sería, entonces, el verdadero pecado original?

Un planteamiento más coherente, reflejado en nuestra tradición cultural, nos plantea que el pecado original surge tras un pacto (subyacente) con hechizo de las apariencias 4, que nos arrastra, desde tiempo inmemorial, hacia las emociones (deseos y rechazos) que nuestro ego genera. Estas emociones vienen respaldadas y legitimadas por nuestro orgullo y vanidad. Ese orgullo y vanidad (que impregna nuestra vida y determina nuestro destino) sería el pecado original, según el cristianismo. Ya que, al pretender ser creadores de nosotros mismos, subyacentemente, nos enfrentamos y negamos al Creador 5.

4-Humildad, Valentía y Cobardía

Este pecado mencionado, tiene los recursos suficientes para impedir que surja esa humildad que nos permitiría el acceso a la sabiduría (que fue prohibida en la Torah) del Bien y del Mal. Es necesaria mucha humildad para poder aceptar el caos que subyace a la actual conciencia, necesitada de evasiones constantes. Pero para consolidar esa humildad, se requiere de una valentía noble y honesta, que hoy ha sido ignorada por la cobardía o suplantada por la bravuconería.

Se hace evidente que, sin esa valentía genuina, jamás podríamos enfrentar ese caos y tinieblas que subyacen a la conciencia actual. Este caos se oculta tras una ridícula y cobarde actitud, que nos obliga a huir de nuestras interioridades. Y esa huida es lo que legitima esa incesante búsqueda de placer y comodidad, que sostiene el actual sistema productivo que devora nuestra alma. Esta huida tiene un origen y unas consecuencias. No olvidemos que fue, al huir cobardemente de ese caos y tinieblas, cuando el pueblo elegido se vio obligado a perseguir un inverosímil Paraíso Material (Terrenal) y a enajenar y someter a los otros seres, tal como les ordenó su Dios, y así fue reflejado en la Torah (Gen 1:28) 6. Cristo, en cambio, al expulsar a los mercaderes del templo (de la sacralidad interior) nos enseñó ese tipo de valentía, tan necesaria para expulsar esas tendencias codiciosas, internas y externas, que parasitan nuestra conciencia. 

Al ser, esta valentía, un gran peligro para aquel plan originario de sometimiento y enajenación, que hoy nos arrastra, las estrategias que se han utilizado para destruirla han sido múltiples: 

1- Siendo ocultada y suplantada por la rabia, el victimismo y el rencor. De esta forma se enceguece el intelecto, permitiendo que se cometan graves errores.
Tengamos en cuenta que bajo esa ceguera cualquier sublevación podría ser infiltrada y destruida con divisiones ideológicas y rencores. También podría ser ridiculizada y demonizada, mediáticamente, ante el resto de la población. 
2- Introduciendo una flácida moral buenista, con la que se oculta esa cobardía que los deseos de confort y placer incentivan. Esta eficaz cobardía, disfrazada, es imprescindible para que prolifere la mentalidad de ganado. 
3- Tergiversando el lenguaje. Para comprender esto, veamos algunos ejemplos: 

a)- Se utiliza torcidamente la frase de Cristo “pon la otra mejilla”. Esta expresión hace referencia a eludir confrontaciones y discusiones iracundas con quienes carecen de entendimiento. Nos dice que no nos permitamos caer en las redes del ego, al enzarzarnos en inútiles discusiones. 
b)- El uso de término mansedumbre en lugar de apacibilidad. El término mansedumbre expresa un sometimiento, comprensible cuando uno se dirige hacia Dios, pero insostenible cuando se hace hacia este mundo. Tengamos en cuenta que también es utilizado para la domesticación del ganado. Esta utilización del término nos haría incomprensible la expulsión de los mercaderes del templo o las confrontaciones de Jesús con los judíos.
El término apacibilidad, en cambio, se refiere a la actitud adecuada y necesaria para vivir cristianamente y luchar, con esa espada que Jesús vino a ofrecernos (Mt 10:34) 7
c)- La utilización que se ha hecho del término apatía (extraído de la apatheia cristiana) juega un papel subyacente que determina una actitud indolente. La Apatheia es el término utilizado por los Padres de la Iglesia, para referirse a la impasibilidad, obtenida como logro de su práctica espiritual. Su similitud con apatía, tiene unas connotaciones perversas, al igual que lo tiene escatología u otros muchos términos semejantes. 

Entendido esto, y viendo cómo las actitudes cristianas originarias suponían un grave peligro para aquellos planes mencionados, se comprende por qué el cristianismo ha sido (y es) odiado, atacado, suplantado y ridiculizado por sus enemigos (hoy dueños del mundo).

La Ira de Yahveh o el Amor de Cristo Otro tema, que quedaría pendiente para una mayor amplitud, sería sobre las innumerables referencias, en el Pentateuco, a la necesidad del pueblo elegido de hacer holocaustos de sangre para aplacar la ira de su Dios. Tras esta búsqueda podríamos comparar, esa ira, con el amor compasivo, generoso y paciente del Dios cristiano. Unos pocos hechos deberían ser suficientes para despertar nuestro apetito indagativo y reflexión sobre estos temas. Por ejemplo: El mismo Yahveh habla de vengar siete veces los ataques que reciba Caín. Luego, el descendiente de Enoc, Lamec, plantea su intención de vengar setenta veces siete las ofensas que le hicieran. Si, además, buscamos el término “Ira de Yahveh”, en la Biblia, encontraremos numerosas referencias como éstas: “Toma a todos los príncipes del pueblo, y ahórcalos ante Yahveh a plena luz del sol, y el furor de la ira de Yahveh se apartará de Israel.” Números 25:4 
“Y los apacibles rebaños son devastados por el furor de la ira de Yahveh.” Jeremías 25:37 
Si lo contrastamos, veremos que, en el evangelio, Cristo nos habla de amar a todos, incluso a nuestros enemigos, como Él nos ama.

Quien tenga oídos para oír, que oiga

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1 “Sois hijos de vuestro padre el diablo y queréis hacer sus deseos. Él fue un asesino desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de lo suyo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira”.
2 El Principio u Origen de todo es Dios, en todas las tradiciones espirituales.
3 “El intelecto estable y amante de Dios es un medio y un camino de ascensión hacia Él.” “Dios nos ha dado la racionalidad (el intelecto) para discernir lo que es bueno para el alma.” “Dios ha dado al hombre la libertad de elegir entre el Bien y el Mal, donándole el intelecto.” -San Antonio Abad-
4 El Pacto con el Diablo ha sido un término utilizado en nuestra tradición y literatura para definir la caída en el pecado. Pongamos por ejemplo a Fausto, de J. W. Goethe.
5 “…se enorgulleció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu resplandor…” (Ez 28:17).
6 “Creced y multiplicaos, someted y sojuzgad a todas las criaturas que nada por el mar, vuelan por el cielo y se mueven sobre la tierra”.
7 “No penséis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada”.


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sábado, 18 de octubre de 2025

PELÍCULA "CHRISTMAS MOUNTAIN (MONTAÑA NAVIDEÑA)" 1981 🎄

PELÍCULA VAQUERA DEL OESTE
"CHRISTMAS MOUNTAIN 1981"

Christmas Mountain (Montaña Navideña): La historia de un ángel vaquero es una película del oeste de 1981 sobre el verdadero significado del espíritu navideño. Protagonizada por Mark Miller de Savannah Smiles y Slim Pickens en uno de sus últimos papeles, la película se produjo y estrenó originalmente en 1981. El máster original en 16 mm se perdió durante 20 años. Jack Evans, socio y financista de la película original, finalmente recuperó el máster. Fue remasterizada digitalmente por Victory Studios de Los Ángeles en 2008.
Una reseña del lanzamiento original en The New York Times decía: 
"Este conmovedor cuento navideño contiene un giro western, ya que cuenta la historia de un vaquero celestial que baja a la Tierra para pastorear a unas cuantas personas que necesitan algunos milagros".

Christmas Mountain - The Story of a Cowboy Angel. 1981

viernes, 17 de octubre de 2025

LIBRO "LA FILOSOFÍA PERENNE" por ALDOUS HUXLEY 🔥


LA FILOSOFÍA PERENNE🔥
Históricamente, esta filosofía refleja las perspectivas de Platón y Aristóteles. La búsqueda de la verdad, que constituye la base de esta filosofía, se puede apreciar en las obras de estos famosos filósofos. Otros filósofos históricos que influyeron significativamente en el desarrollo del perennialismo fueron Santo Tomás de Aquino (1224-1274) y Jacques Maritain (1882-1973). Ambos filósofos representaron la postura perennialista eclesiástica. Por ello, argumentaron que la inteligencia por sí sola no era suficiente para comprender el universo, sino que también era fundamental tener una relación con un ser espiritual superior.
Los filósofos laicos (seculares) que han influido en el perennialismo incluyen: Robert M. Hutchins, Mortimer Adler y Allan Bloom.
Los teólogos y filósofos de la religión han entendido la filosofía perenne de dos formas distintas. Entre los escritores católicos romanos, aquellos influenciados en particular por las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino, a menudo la asocian con la herencia clásica de la antigua Grecia y Roma y se refiere a las creencias sobre Dios, la naturaleza humana, la virtud y el conocimiento que los padres de la iglesia y los escolásticos medievales compartieron con filósofos precristianos, en particular Platón y Aristóteles. La expresión latina philosophia perennis, "filosofía perenne", probablemente fue empleada por primera vez en este sentido por Agostino Steucho (1496-1549), un bibliotecario del Vaticano, y fue difundida a principios del siglo XVIII por el filósofo Leibniz. Más recientemente, la frase se ha utilizado de una manera más amplia para referirse a la idea de que todas las grandes tradiciones religiosas del mundo son expresiones de una verdad única y salvadora. Al comparar esta verdad con una flor perenne, un perennialista afirma que hay una Fuente divina de toda sabiduría, que ha florecido repetidamente a lo largo de la historia. Las principales religiones, incluido el hinduismo, el budismo, el taoísmo, el judaísmo, el cristianismo y el islam, son formas diferentes de esa sabiduría y, a veces, se las denomina caminos que conducen a la misma cumbre o dialectos de un idioma común.

La filosofía perenne puede clasificarse como una especie de pluralismo, aunque con dos salvedades importantes. Primero, a diferencia de muchos pluralistas, los filósofos perennes no creen que todas las tradiciones religiosas sean válidas, pero distinguen entre las religiones verdaderas y sus falsificaciones humanas o demoníacas y, dentro de las tradiciones auténticas, entre las formas ortodoxas y heréticas. Algunos caminos llegan hasta la cima, pero otros giran sin rumbo fijo alrededor de la base de la montaña o conducen hacia el desierto. En segundo lugar, donde el pluralismo ve la religión como resultado de los esfuerzos humanos por alcanzar una Realidad divina que nunca puede ser conocida como es en sí misma, el perennialismo enseña que las religiones verdaderas u ortodoxas del mundo son directamente reveladas por esa Realidad, cada una de las cuales corresponde a un arquetipo dentro de la mente divina. Las tradiciones reveladas no comunican verdades meramente parciales o complementarias, que luego el sincretista debe combinar para lograr una comprensión completa. Más bien, cada una es completamente cierta en el sentido de que proporciona a sus adherentes todo lo que necesitan para alcanzar el estado humano más elevado o más completo, un estado en el que podrán confirmar la verdad experimentalmente a través de su participación en la naturaleza misma de Dios.

La filosofía perenne de Santo Tomás, es la corriente de pensamiento que integra la filosofía de Aristóteles con la revelación cristiana, dando lugar al tomismo. Esta perspectiva, desarrollada por Santo Tomás de Aquino, sostiene la existencia de verdades universales y permanentes sobre la Realidad divina.

Conceptos clave:

Unión de fe y razón:
Santo Tomás buscó conciliar la filosofía con la fe cristiana, utilizando la razón para profundizar en los misterios de la fe y la revelación como fuente de conocimiento.
Armonía aristotélica y tomista:
Se integra la metafísica de Aristóteles, especialmente su concepto de ser, con las verdades cristianas, como el creacionismo.
Concepción del hombre:
El ser humano se entiende como una unidad de cuerpo y alma, donde el alma racional, inmortal, es creada por Dios.
Dios como Ser Supremo:
Dios es concebido como el ser necesario, acto puro, perfecto e inmutable, cuya actividad es pensarse a sí mismo y a sus criaturas.
Ley Natural:
Los seres racionales, como el hombre, tienen una inclinación natural a la semejanza divina y a descubrir la ley natural a través de la inteligencia.  

Críticas principales desde una perspectiva católica:

Relativismo y sincretismo:
La filosofía perenne, al buscar un núcleo común en todas las religiones, puede ser vista como un intento de relativizar las verdades específicas y únicas del catolicismo, promoviendo una mezcla de creencias (sincretismo) en lugar de una adhesión plena a la fe revelada.

Pérdida de la exclusividad de Cristo:
Desde el catolicismo, la verdad última se encuentra en Jesucristo. La filosofía perenne, al sugerir que diferentes vías espirituales pueden llevar a la misma iluminación o unión con lo divino, puede implicar que la salvación es accesible por otros caminos fuera de Cristo, algo incompatible con la doctrina católica.

Desvalorización de la revelación:
Al basarse en la idea de una sabiduría universal y atemporal que se manifiesta en todas las culturas, se corre el riesgo de disminuir el valor único y trascendente de la revelación divina, que el catolicismo considera fundamental para el conocimiento de Dios.

Ambigüedad entre lo natural y lo sobrenatural:
Aunque algunos perennistas católicos argumentan que se puede conciliar la razón con la fe, se critica que esta filosofía puede llevar a una confusión o mezcla indebida entre el conocimiento natural (alcanzado por la razón, como en el tomismo) y la gracia sobrenatural, que es esencial en la teología católica.

Como recordaba en 1946 Frank Sheed en los primeros párrafos de su Teología y Sensatez, la única forma verdadera de mirar el universo es ver lo que la Iglesia de Cristo ve, ver lo que ha visto siempre, lo que realmente existe y es. La lectura de santo Tomás guió a Senior a través de su particular bosque oscuro hacia su conversión al catolicismo y vertebró también como una firme costura todo su pensamiento posterior. No es una casualidad que La muerte de la cultura cristiana, con su incómoda valentía, su brillantez y su lírica, con todo su crudo realismo y su belleza, describa minuciosamente el avance imparable de la Herejía Perenne, –una expresión con la que se refiere a todas las doctrinas anti realistas, desde las sofocantes filosofías orientales hasta el moderno idealismo–, y el progresivo arrinconamiento de la Filosofía Perenne deudora de Aristóteles y santo Tomás. 
“Sal a la luz de las cosas”, repetía Senior con frecuencia, citando un verso de Las mesas volcadas de Wordsworth, para advertir a sus alumnos contra todos los falsos credos que ponen en duda la existencia de una realidad objetiva y la capacidad del hombre para conocerla.

INTRODUCCIÓN

Philosophia Perennis: la frase fue acuñada por Leibniz; pero la cosa —la metafísica que reconoce una divina Realidad en el mundo de las cosas, vidas y mentes; la psicología que encuentra en el alma algo similar a la divina Realidad, o aun idéntico a ella; la ética que pone la última finalidad del hombre en el conocimiento de la Base inmanente y trascendente de todo el ser—, la cosa es inmemorial y universal. Pueden hallarse rudimentos de la Filosofía Perenne en las tradiciones de los pueblos primitivos en todas las regiones del mundo, y en sus formas plenamente desarrolladas tiene su lugar en cada una de las religiones superiores. 

Una versión de este Máximo Factor Común en todas las precedentes y subsiguientes teologías fue por primera vez escrita hace más de veinticinco siglos, y desde entonces el inagotable tema ha sido tratado una y otra vez desde el punto de vista de cada una de las tradiciones religiosas y en todos los principales idiomas de Asia y Europa. 

En las páginas que siguen he reunido cierto número de estos escritos, escogidos principalmente por su importancia — porque ilustraban eficazmente algún punto determinado en el sistema general de la Filosofía Perenne—, pero también por su intrínseca belleza y memorabilidad. Estas selecciones están dispuestas bajo diversos títulos e incrustadas, por decirlo así, en un comentario mío destinado a ilustrar y relacionar, a desarrollar y elucidar. 

El conocimiento es una función del ser. Cuando hay un cambio en el ser del conociente, hay un cambio correspondiente en la naturaleza y la cuantía del conocimiento. Por ejemplo, el ser de un niño se transforma por el desarrollo y la educación en el de un hombre; entre los resultados de esta transformación está un cambio revolucionario en el modo de conocer y la cuantía y carácter de las cosas conocidas. A medida que el individuo crece, su conocimiento toma una forma más conceptual y sistemática, y su contenido factual, utilitario es enormemente aumentado. Pero estas ganancias se hallan contrapesadas por cierto deterioro en la calidad de la aprehensión inmediata, por un embotamiento y pérdida de poder intuitivo. O consideremos el cambio en su ser que el científico puede inducir mecánicamente por medio de sus instrumentos. 

Equipado con un espectroscopio y un reflector de sesenta pulgadas, un astrónomo llega a ser, en lo que concierne a su vista, una criatura sobrehumana; y, como naturalmente hay que suponer, el conocimiento que posee esta sobrehumana criatura es muy diferente, así en cantidad como en calidad, del que pueda adquirir un simple contemplador de estrellas con sus ojos meramente humanos. Y no son los cambios fisiológicos o intelectuales del ser del conociente los únicos que afectan su conocimiento. Lo que sabemos depende también de lo que, como seres morales, decidimos hacer de nosotros mismos. 
"La práctica —según las palabras de William James— puede cambiar nuestro horizonte teórico, y puede hacerlo de doble modo: puede conducir a nuevos mundos y suscitar nuevos poderes. 

El conocimiento que nunca lograríamos permaneciendo lo que somos, acaso sea alcanzable en consecuencias de poderes más altos y una vida superior, que podamos lograr moralmente." Diciéndolo más sucintamente: "Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios. "Y la misma idea expresó el poeta sufí Jalal-uddin Rumí, en términos de metáfora científica: "El astrolabio de los misterios de Dios es el amor".
 
Este libro, lo repito, es una antología de la Filosofía Perenne; pero, con ser una antología, contiene pocas citas de escritos de literatos profesionales, y con ilustrar una filosofía, apenas nada de los filósofos de profesión. Ello obedece a una razón muy simple. La Filosofía Perenne se ocupa principalmente de la Realidad una, divina, inherente al múltiple mundo de las cosas, vidas y mentes. Pero la naturaleza de esta Realidades tal que no puede ser directa e inmediatamente aprehendida sino por aquellos que han decidido cumplir ciertas condiciones haciéndose amantes, puros de corazón y pobres de espíritu. 

¿Por qué ha de ser así? No lo sabemos. Es uno de esos hechos que hay que aceptar, gústenos o no, y por implausibles e improbables que parezcan. Nada, en nuestra experiencia diaria, nos da razón alguna para suponer que el agua está compuesta de hidrógeno y oxígeno; sin embargo, cuando sometemos el agua a cierto tratamiento harto duro, se pone de manifiesto el carácter de sus elementos constitutivos. Análogamente, nada, en nuestra experiencia diaria, nos da mucha razón de suponer que la mente del hombre sensual medio posea, como uno de sus ingredientes, algo que se parezca a la Realidad inherente al múltiple mundo o que sea idéntico a ella; sin embargo, cuando esa mente es sometida a cierto tratamiento harto duro, el divino elemento, de que, por lo menos en parte, está compuesta, se pone de manifiesto, no sólo para la mente misma sino también, por su reflejo en la conducta externa, para otras mentes. 

Sólo haciendo experimentos físicos podemos descubrir la naturaleza íntima de la materia y su poder latente. Y sólo haciendo experimentos psicológicos y morales podemos descubrir la naturaleza íntima del espíritu y su poder latente. En las circunstancias ordinarias de la vida sensual media, este poder continúa latente, no manifestado. Si queremos despertarlo, debemos cumplir ciertas condiciones y obedecer a ciertas reglas, cuya validez ha demostrado empíricamente la experiencia. Respecto a pocos filósofos y literatos profesionales existen pruebas de que hicieran mucho por cumplir las condiciones necesarias para el conocimiento espiritual directo. Cuando poetas o metafísicas hablan del tema de la Filosofía Perenne, lo hacen generalmente de segunda mano. Pero en cada época ha habido algunos hombres y mujeres que han querido cumplir las únicas condiciones bajo las cuales, según lo demuestra la cruda experiencia, puede lograrse tal conocimiento inmediato, y algunos de ellos han dejado noticia de la Realidad que así pudieron aprehender, y han intentado relacionar en un amplio sistema de pensamiento los datos de esta experiencia con los datos de sus demás experiencias. 

A tales expositores, de primera mano, de la Filosofía Perenne, los que los conocieron les daban generalmente el nombre de "santo" o "profeta", "sabio" o "iluminado". Y principalmente a éstos, porque hay buena razón para suponer que sabían de lo que hablaban, y no a los filósofos o literatos profesionales, he acudido para mis selecciones. 
En la India se reconocen dos clases de sagrada escritura: los Shruti, o escritos inspirados, autorizados de por sí, pues son resultado de una penetración inmediata en la Realidad última; y los Smriti que se fundan en los Shruti y sacan de ellos su autoridad. 

"El Shruti —dice Shankara— se basa en la percepción directa. El Smriti hace un papel análogo a la inducción, pues, como la inducción, saca su autoridad de una autoridad distinta de sí mismo". 

Este libro, pues, es una antología, con comentarios explicativos, de pasajes sacados de los Shruti y los Smriti de muchas épocas y lugares. Infortunadamente, la familiaridad con los escritos tradicionalmente consagrados tiende a criar, no precisamente desdén, sino algo que, para los efectos prácticos es casi tan malo: a saber, una especie de reverente insensibilidad, un estupor del espíritu, una interna sordera al significado de las palabras sagradas. 

Por esta razón, al elegir el material para ilustrar las doctrinas de la Filosofía Perenne, según se formularon en Occidente, he acudido casi siempre a otras fuentes que la Biblia. Este Smriti cristiano al cual he recurrido se basa en el Shruti de los libros canónicos pero tiene la gran ventaja de ser menos conocido y por tanto, más vivido y, por así decirlo, más audible que ellos. Además, gran parte de este Smriti es obra de hombres y mujeres genuinamente santos que se pusieron en condiciones para saber de primera mano de lo que hablan. 

En consecuencia puede considerárselo como una forma de inspirado Shruti, válido de por sí, y ello en grado mucho más alto que muchos de los escritos actualmente comprendidos en el canon bíblico. En los últimos años se han hecho varias tentativas para elaborar un sistema de teología empírica. Pero, pese a la sutileza y fuerza intelectual de escritores como Sorley, Omán y Tennant, el esfuerzo sólo ha logrado un éxito parcial. Aun en manos de sus más aptos expositores la teología empírica no es especialmente convincente. 

La razón, a mi parecer, debe buscarse en el hecho de que los teólogos empíricos han limitado su atención más o menos exclusivamente a la experiencia de aquellos que los teólogos de una escuela más vieja llamaban "los no regenerados" —esto es, la experiencia de personas que no avanzaron mucho en el cumplimiento de las condiciones necesarias para el conocimiento espiritual. Pero es un hecho, confirmado y reconfirmado durante dos o tres mil años de historia religiosa, que la Realidad última no es clara e inmediatamente aprehendida sino por aquellos que se hicieron amantes, puros de corazón y pobres de espíritu. 

Siendo ello así, apenas puede sorprendemos que una teología basada en la teología de personas correctas, ordinarias, no regeneradas sea tan poco convincente. Esta especie de teología empírica está precisamente en el mismo pie que una astronomía empírica basada en la experiencia de observadores a simple vista. Con ¡os ojos solos, puede descubrirse una pequeña, débil mancha en la constelación de Orión, y no cabe duda de que podría basarse una imponente teoría cosmológica en la observación de esta mancha. Pero tales teorizaciones, por ingeniosas que fuesen, nunca podrían decimos tanto sobre las nebulosas galácticas y extragalácticas como el trato directo mediante un buen telescopio, la cámara fotográfica y el espectroscopio. 

Análogamente, ninguna teorización acerca de los indicios que puedan oscuramente atisbarse dentro de la experiencia ordinaria, no regenerada, del múltiple mundo puede decirnos tanto acerca de la divina Realidad como puede aprehender directamente un espíritu en estado de desprendimiento, caridad y humildad. 

La ciencia natural es empírica; pero no se limita a la experiencia de seres humanos en su condición meramente humana, no modificada. Dios solo sabe por qué los teólogos empíricos han de creerse obligados a someterse a tal desventaja. 

Y, por supuesto, mientras confinen la experiencia empírica en estos límites tan excesivamente humanos, están condenados a la perpetua frustración de sus mejores esfuerzos. Del material que ha querido considerar, ninguna mente, aun brillantemente dotada, puede inferir más que un juego de posibilidades o, en el mejor caso de especiosas probabilidades. 

La certidumbre, válida de por sí, de la visión directa no puede, por la naturaleza misma de las cosas, ser conseguida sino por aquellos que están equipados con "el astrolabio de los misterios de Dios". 

Si uno mismo no es sabio ni santo, lo mejor que puede hacer, en el campo de la metafísica, es estudiar las obras de los que lo fueron y que, por haber modificado su modo de ser meramente humanó, fueron capaces de una clase y una cuantía de conocimiento más que meramente humanas.

VER+:


📘 LIBRO "LA MUERTE DE LA CULTURA CRISTIANA"

Aldous Huxley - La Filosofia Perenne.doc by CarlosEse67


jueves, 16 de octubre de 2025

LIBRO "ENSAYOS SOBRE LA LIBERTAD Y EL PODER" por LORD ACTON

 ENSAYOS SOBRE 
LA LIBERTAD Y EL PODER

El presente volumen recoge fundamentalmente la selección de ensayos de Lord Acton que Gertrude Himmelfarb publicó en 1948 bajo el título Essays on Freedom and Power. Sin embargo, se han añadido otros que, a nuestro juicio, completan dicha selección y ayudan a comprender la visión de Lord Acton sobre el progreso de la libertad en la historia. Los ensayos aquí recogidos son los siguientes: El Estudio de la Historia, conferencia pronunciada en Cambridge el 11 de junio de 1895. Publicada con el título A Lecture on the Study of History (Londres 1895). Reeditada en Acton, Lectures on Modern Story (ed. por John Figgis y Reginald Laurence, Londres 1906), pp. 1-28, 319-342; Acton, Essays on Freedom and Power (ed. por Gertrude Himmelfarb, Illinois 1948), pp. 3-29, 399-428; Acton, Essays in the Liberal Interpretation of History (ed. por William McNeill, Chicago 1967), pp. 300-359. En nuestra edición se han suprimido las abundantes notas, material no integrado en el texto y reunido por el Autor en vistas a una posterior elaboración. Historia de la Libertad en la Antigüedad. Publicado originariamente, junto con "The History of Freedom in Christianity", con el título The History of Freedom in Antiquity and the History of Freedom in Christianity,
«Por libertad entiendo la seguridad de que todo hombre esté protegido en el cumplimiento de lo que considera su deber contra la influencia de la autoridad, de las mayorías, de la costumbre y de la opinión». 
La libertad es, además, el fin más elevado del hombre en sociedad. Es la de Acton una noción positiva y teleológica de la libertad. Positiva porque incluye la exigencia de que existan garantías que aseguren que cada quién pueda actuar de acuerdo a los dictados de su conciencia; y teleológica porque, como advirtió Beriin, presupone que ia libertad no es nunca una necesidad temporal sujeta a contingencias, sino un fin inmutable al que propendemos con nuestras acciones, guiadas como están por la conciencia, «...arising out of our confused notions and irrational and disordered lives». 

Esta propensión del hombre a la libertad choca con los continuos esfuerzos de la autoridad para imponerse. Acton veía la historia como un enfrentamiento permanente entre el poder, con su efecto corruptor, y los esfuerzos conscientes del individuo por lograr la libertad. La autoridad era ejercida legítimamente sólo allí donde garantizaba la causa de la libertad. 

«No hay peor herejía que la que dice que el cargo santifica al que lo tiene. Ese es el punto en el que la negación del catolicismo y del liberalismo se encuentran y celebran su fiesta: el fin justifica los medios». 

Frente al influjo creciente de la autoridad y su capacidad de corromper a quienes la ejercían, Acton, de forma muy diferente a Burckhardt— quién había propuesto el ascetismo y la contemplación como única alternativa para sustraerse del efecto negativo ejercido por el poder sobre los hombres— confiaba en la fuerza de una conciencia individual de inspiración religiosa, que tendía a restringir la esfera de influencia de la autoridad y a engrandecer el ámbito de la libertad. Sería el francés Alain quién, observando la realidad de la Tercera República, abundaría en la divisa actoniana del auto-gobierno, insistiendo en la necesidad de encontrar fórmulas que incrementaran la responsabilidad de los gobernantes frente a los gobernados. 

El supuesto del auto-gobierno no implicaba la inhibición total del Estado en la regulación de las relaciones sociales. En contra de lo sostenido por su contemporáneo Spencer, Acton afirmará que al Estado le corresponde «ofrecer una ayuda indirecta en la lucha por la vida», interviniendo, aunque no precisa la medida, en los ámbitos de la religión —legislando en favor del principio de autogobierno de cada confesión—, la educación y la distribución de la riqueza. Acton afirma que la «teoría moderna» de la libertad no provee al individuo de las garantías necesarias para ejercitar libremente su conciencia. Ello ocurre con la más esencial de todas las libertades, la libertad religiosa, pues mientras la profesión de una u otra religión es efectivamente libre, el gobierno de la Iglesia, en virtud del Anglicanismo, está controlado. 

Para Acton, donde la autoridad religiosa está restringida, no existe en realidad libertad de religión. Esa es la trampa de una legislación que, sólo parcialmente, ha conducido a la emancipación de los católicos en Inglaterra. Al analizar el problema capital de la tolerancia religiosa, Acton afirmará que quienes sostengan que los hombres son libres en materia de conciencia condenarán por igual las persecuciones religiosas llevadas a cabo por la Iglesia católica y por el protestantismo, mientras que quienes, como él, insistan en que la libertad no es sólo una cuestión de conciencia, sino que presupone la existencia de ciertas garantías para su ejercicio, se verán impelidos a aprobar la intolerancia de la que católicos y protestante hicieron gala a lo largo de la historia. 

En este punto, introduce un matiz fundamental al justificar las persecuciones católicas sobre la base de que éstas fueron el fruto de una época en la que existía la unidad religiosa, siendo su preservación esencial para el sostenimiento de la sociedad en su conjunto, mientras que la intolerancia protestante era absolutamente inaceptable, puesto que nacía de la necesidad de preservar el dogma contra la amenaza de disolución planteada por la existencia de sectas disidentes, y tenía, por tanto, su fundamento íntimo en la violación del principio elemental de libertad de conciencia en beneficio de un colectivo particular y no, como era el caso de la intolerancia católica, de la sociedad toda. 

La Reforma había reducido el espacio de la libertad a la libertad de conciencia y había reforzado el poder de la autoridad a expensas de la autonomía de la Iglesia, único factor que limitaba la influencia del poder civil y aseguraba la independencia del individuo consciente. 

El protestantismo, al vincular Iglesia y Estado, venía a favorecer el despotismo y la revolución por igual, en la medida en que justificaba el derecho de resistencia sólo allí donde el príncipe no se ajustara a las condiciones esenciales de la fe. La confusión entre la autoridad religiosa y el poder político era el origen, en buena medida, de las múltiples violaciones que desde entonces se habían cometido contra la libertad. Sobra decir que la sutileza de este controvertido razonamiento le ganó muchas críticas a Acton, no sólo desde el Anglicanismo, sino también desde un ultramontanismo católico con el que siempre discrepó. 

Desde el momento en que concibió la política y la moral como dos esferas independientes, Acton se separó de Burke, con quién compartía la creencia en la existencia de grandes principios subyacentes a los acontecimientos políticos. Al poner en cuestión la máxima anglicana de identificación entre la Iglesia y el Estado, Acton se oponía a la famosa afirmación del irlandés: «God willed the State». 

La cuestión de la tolerancia no está al margen de la reflexión actoniana sobre otro de los problemas centrales de su tiempo: cómo preservar la libertad en democracia. En los años treinta Tocqueville en Francia, y unos veinte años después John Stuart Mili en la propia Inglaterra, tomaron conciencia de que en una época de profundas transformaciones sociales, propiciadas por una industrialización y urbanización crecientes, las garantías a la libertad individual debían provenir de algo más que de proclamar la existencia de derechos humanos inviolables, consagrar un sistema de monarquía limitada y de responsabilidad ministerial o afirmar la libertad de prensa y religión. 

Se necesitaban nuevas fórmulas para contrarrestar las tendencias autoritarias provenientes de la extensión de un nuevo sistema político, la democracia, cuya legitimidad se basaba, en la percepción de estos autores, en el derecho indiscutible de la mayoría a hacer valer sus intereses sobre los del individuo o sobre colectivos minoritarios. Acton, como Tocqueville, detectó que ningún otro modelo de gobierno gozaba de una legitimidad mayor, en la medida en que su base de apoyo podía expandirse tanto como se quisiera, mediante la apelación manipuladora de la autoridad a la existencia de un interés colectivo ficticio, en virtud del cual: «La tolerancia religiosa, la independencia judicial, el temor a la centralización, el control de la interferencia del Estado, se convierten en obstáculos para la libertad en lugar de sus garantías». Igual que Mili, Acton insistió en que en democracia el individuo corría el peligro de quedar anulado bajo el peso de los poderes colectivos.

Ocurre en las democracias que lo que constituye su principio esencial, que nadie debe ejercer autoridad sobre los demás sin su consentimiento, pierde sentido hasta el punto de que la autoridad pasa a disponer de un poder absoluto. El supuesto de que nadie se vea nunca en la situación de tener que hacer lo que no quiere se desvirtúa hasta el punto de convertirse en que nadie se vea en la obligación de tolerar lo que no le gusta, lo cual implica anular la discrepancia. La máxima de que la libertad individual no sufra ningún tipo de amenazada desplaza su base de legitimidad hacia el colectivo, de forma que éste se transforma en la prioridad. En democracia, por tanto, el poder no sólo tiende a ser supremo, pues no existe autoridad alguna por encima de él —la opinión pública, de la que deriva su legitimidad, es todopoderosa—, sino también absoluto, pues al no existir espacio para la discrepancia, se transforma en su propio amo y no en lo que originalmente se pretendía que fuera: un mero fideicomisario. 

Un sistema electoral proporcional, según Acton, no es suficiente para corregir los excesos de la mayoría en democracia, pues en realidad éste sólo sirve para que las minorías se disuelvan en la mayoría, perdiendo sus perfiles diferenciadores. El único correctivo eficaz es la consagración de un sistema federal, que divida el poder y distribuya equitativamente las potestades de gobierno. Estados unidos es el modelo a seguir, hasta la contienda desatada entre los Estados del Norte y los del Sur, que puso de manifiesto que el sistema federal diseñado por la Convención de Filadelfia no era todo lo justo que cabía esperar. 

«La disputa entre el poder absoluto y limitado, entre la centralización y las autonomías ha sido, lo mismo que la contienda entre privilegio y prerrogativa en Inglaterra, la sustancia de la historia constitucional en Estados unidos». Acton apoyará la causa sudista, en la que ve el más claro ejemplo histórico de resistencia contra la vulneración de los derechos de la minoría. Como parte de su crítica a la democracia hay que entender sus ideas sobre nacionalismo: «La teoría de la nacionalidad forma parte de la teoría democrática de la soberanía de la voluntad del pueblo». Ahora bien, existen dos tipos diferentes de nacionalismo, uno de ellos antepone la idea de unidad nacional a cualquier otro interés, llevando hasta el extremo la teoría de la soberanía popular, sobre la que se justifica la existencia de un Estado, de fado, absoluto. El otro presenta a la nacionalidad como un elemento esencial, pero no supremo, para determinar la forma de un Estado y «obedece a las leyes y a las aspiraciones de la Historia y no de un futuro ideal». 

El primer tipo tiene su base doctrinal en las teorías revolucionarias que destruyeron la monarquía francesa, mientras que el segundo se inspira en las tradiciones liberales inglesas. Como ocurre con la libertad individual, los derechos nacionales sólo tienen sentido en y por el Estado. Pretender que pueda existir una nacionalidad previa al Estado, es para Acton una aberración: «La nacionalidad formada por el Estado es, entonces, la única para con la que tenemos deberes políticos y es, por tanto, la única que tiene derechos políticos». 

Acton esbozó su filosofía de la Historia de acuerdo al análisis de los grandes procesos que dotan de sentido a la narrativa histórica, es decir, que convierten la historia de la humanidad en algo inteligible, en un proceso abierto en una línea de progreso. «La Historia nos obliga a sostener causas permanentes rescatándolas de las temporales y transitorias». Este trascendentalismo tiene una raíz religiosa. El progreso ha sido promovido desde el ámbito de la religión que, en su continua aproximación a las verdades inmutables dictadas por Dios a los hombres, ha ido ampliando el ámbito de la libertad. 
La sabiduría del mandato divino se muestra no en la perfección, a la que se tiende pero que jamás se alcanza, sino en el progreso del mundo. Por eso clama Acton «El triunfo del revolucionario anula al historiador». 

Los grandes logros de la humanidad no han tenido lugar a partir de convulsiones políticas, pues son el fruto del progreso que resulta por la creciente ampliación del espacio de la libertad individual de acuerdo al ejercicio constante de la conciencia, alentado por la religión. «Lo reconoceréis (dicho progreso) por signos externos: la representación política, el fin de la esclavitud, el reinado de la opinión y tantas otras cosas; y mejor aún por evidencias menos aparentes: la seguridad de los grupos más débiles y la libertad de conciencia que, si está completamente afianzada, garantiza la libertad». 

En «Nacionalidad», escrito tres décadas antes de pronunciada la conferencia de acceso a Cambridge, Acton había reconocido que las revoluciones habían servido para propagar ideas destinadas a «mantener viva la conciencia de lo injusto», aunque en ningún caso podían servir para «la reconstrucción de la sociedad civil», «lo mismo que una medicina no puede servir de alimento». 
Quizás la conclusión más decisiva que puede extraerse acerca del pensamiento de Acton es que éste siempre gravitó sobre la crítica al autoritarismo. Contrario al principio anglicano de identificación entre Iglesia y Estado, crítico con la tendencia ultramontana mayoritaria en el seno de la Iglesia de Roma, defensor de los derechos de las minorías y del federalismo, siempre abogó por la búsqueda de fórmulas destinadas a preservar las libertades individuales; el derecho de cada quien a dirigir su vida de acuerdo a los dictados de su conciencia religiosa. Su inverosímil defensa de la intolerancia católica es quizás el elemento que peor encaja en este esquema de cosas. 

En definitiva, Acton no fue ni un liberal convencional en el contexto de la Inglaterra victoriana, ni un católico al uso, a pesar de lo cual, su participación en el Concilio Vaticano I (1870) del lado de quienes negaban la infalibilidad papal y en favor de un reconocimiento y potenciación de la combinación de los principios liberales y católicos, revelaba, como ha señalado el editor con gran acierto en su estudio preliminar, el eje fundamental sobre el que basculaba el catolicismo liberal decimonónico: «el progreso de la religión necesitaba de la libertad». (Lord Acton Ensayos sobre la libertad, el poder y la religión Estudio preliminar, edición y notas de Manuel Álvarez Tardío Madrid, CEPC, 1999)


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