EL Rincón de Yanka: 2025

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miércoles, 20 de agosto de 2025

LIBRO "DESINFORMACIÓN: EL PRECIO DE LA CONFIANZA": 👥 DESTAPA LAS NARRATIVAS FANGOSAS DEL PODER GLOBALISTA por PONCIANO RAMÍREZ

 
DESINFORMACIÓN: 
El Precio de la Confianza


"Desinformación: El Precio de la Confianza" destapa las narrativas que han fracturado nuestra sociedad, desde la pandemia de COVID-19 hasta el cambio climático y la corrupción institucional. 
Ponciano Ramírez, con un análisis riguroso basado en evidencias, revela cómo la desinformación ha erosionado la confianza, polarizado comunidades y silenciado verdades. A través de historias humanas y datos verificados, este libro te invita a cuestionar: ¿qué pasa cuando confiamos ciegamente en lo que nos dicen? ¿Cómo recuperamos el control de la verdad?

Publicado bajo una licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 4.0, este libro es un faro para quienes buscan claridad en un mundo de sombras. Disponible en formato digital al precio más bajo permitido y en papel al coste de impresión. ¡Descarga o compra ahora y únete a la búsqueda de la verdad!

La desinformación ha fracturado la confianza en las sociedades de todo el mundo, erosionando la cohesión social y alimentando divisiones profundas. 
Desde la pandemia de COVID-19 hasta el cambio climático, pasando por la salud pública, la economía, los escándalos globales y las conspiraciones, las narrativas que consumimos han moldeado nuestra percepción de la realidad, a menudo con consecuencias devastadoras. 

Este libro examina el daño causado por las ideas falsas, explorando cómo han distorsionado debates cruciales alejando a la humanidad de la verdad. A través de un análisis riguroso basado en hechos, Desinformación: El Precio de la Confianza invita al lector a reflexionar: ¿qué pasa cuando confiamos ciegamente en lo que nos dicen? ¿Y cómo recuperamos el control de nuestra comprensión del mundo?

Nota al lector

Este libro reúne evidencias y reflexiones sobre la desinformación, recopiladas con rigor a partir de múltiples medios y fuentes públicas. Todas las referencias citadas han sido verificadas y se encuentran listadas al final del libro, incluyendo sus URL completas para facilitar su consulta. Sin embargo, debido a la naturaleza efímera del entorno digital, muchas de estas fuentes, aunque activas en el momento de su consulta, pueden no estar accesibles en el futuro. 

Algunos estudios, como los del Pew Research Center, indican que entre el 30% y el 40% de las páginas web creadas hace una década desaparecen por "decadencia digital", debido a enlaces rotos, cambios en la estructura de sitios web, caducidad de dominios o decisiones editoriales de retirar contenido. En los medios de comunicación, entre el 20% y el 25% de los enlaces se vuelven inaccesibles con el tiempo, especialmente en noticias antiguas o polémicas, por eliminaciones deliberadas, restricciones detrás de muros de pago, o ajustes por motivos legales, reputacionales o de derechos de autor. 
Por esta razón, en el cuerpo del libro hemos optado por incluir únicamente referencias de texto (medios, fechas y títulos clave de las publicaciones) en lugar de hipervínculos directos, que podrían quedar obsoletos o ser retirados con los años, como ha ocurrido en muchos casos relacionados con temas polémicos. 

Las URL completas, verificadas al momento de la publicación, están disponibles en la sección final de referencias para aquellos lectores que deseen explorar las fuentes originales. Invitamos a los lectores, como María o Sofía en estas páginas, a emprender su propia búsqueda de la verdad, explorando archivos digitales, bibliotecas o plataformas como X, donde el conocimiento colectivo sigue desafiando las sombras de la censura y la desaparición. 

La verdad no es un objeto que se guarda; es una semilla que se siembra. Confiamos en que este libro inspire tu propia investigación, un paso valiente hacia un mundo donde la claridad prevalezca sobre el silencio.

Introducción: 
La Era de la Desinformación

La Desinformación: Un Veneno Silencioso que Divide y Confunde

Vivimos en una era donde la verdad parece desvanecerse como arena entre los dedos, un tiempo en el que palabras, imágenes y titulares compiten ferozmente por capturar nuestra atención, distorsionando la realidad hasta hacerla casi irreconocible. La desinformación, como fenómeno, no se reduce a la simple difusión de mentiras; es un arte oscuro y sofisticado que manipula percepciones, siembra dudas corrosivas y fractura los cimientos de confianza que sostienen a las sociedades. Es un veneno silencioso que se infiltra en nuestras mentes, generando un caos mental que nos atrapa en una encrucijada de incredulidad y temor, llevándonos a la obediencia ciega o a la rebeldía instintiva. 

Durante la pandemia de COVID-19, este fenómeno alcanzó una escala sin precedentes, transformando una crisis sanitaria en un campo de batalla de narrativas opuestas, donde la verdad se convirtió en una víctima colateral, sacrificada en el altar de agendas ocultas. La desinformación no solo distorsiona hechos; destruye comunidades, polariza familias y erosiona la fe en las instituciones que, en teoría, deberían guiarnos hacia el bien común. 

Entre 2020 y 2021, fuimos testigos de cómo vecinos se enfrentaban con vehemencia por el uso de mascarillas, cómo amistades de toda la vida se rompían por diferencias sobre las vacunas, y cómo las redes sociales se transformaban en arenas digitales donde cada publicación era un arma cargada de ira. Este caos no surgió de la nada; fue cuidadosamente alimentado por la desinformación, que convirtió a ciudadanos comunes en soldados involuntarios de narrativas enfrentadas, cada uno convencido de que su verdad era la única válida. 

El resultado fue una sociedad fragmentada, donde el diálogo cedió paso a los gritos, la empatía se disolvió en acusaciones mutuas, y la capacidad de escuchar al otro se perdió en un torbellino de desconfianza. ¿Cómo llegamos a este punto de ruptura? ¿Qué fuerza invisible manipuló nuestras percepciones hasta hacernos dudar no solo de los demás, sino de nuestra propia capacidad para discernir entre lo verdadero y lo falso?

El daño de la desinformación trasciende los titulares falsos o los rumores que se propagan como incendios en las redes sociales. Sus efectos son profundos y duraderos: 
una ansiedad colectiva que paraliza, una desconfianza generalizada hacia la ciencia que debería iluminarnos, y un sentimiento de impotencia ante un mundo que parece estar gobernado por agendas que operan en las sombras. 
Durante la pandemia, la desinformación transformó preguntas legítimas en herejías imperdonables, convirtió a ciudadanos curiosos en parias sociales y silenció a quienes osaron buscar respuestas más allá de los comunicados oficiales. Este libro no pretende ofrecer una verdad absoluta, pues la verdad no es un trofeo que se reclama con arrogancia, sino un proceso que se persigue con humildad y rigor. Sin embargo, sí aspira a iluminar esas sombras donde la verdad ha sido ocultada, a revelar las contradicciones que han moldeado nuestra comprensión de los hechos y a cuestionar quiénes, en realidad, han sido los verdaderos arquitectos de este caos informativo que nos divide.

La Narrativa Oficial: Las “Conspiraciones” como Chivo Expiatorio

Cuando el COVID-19 irrumpió en el escenario global a principios de 2020, las autoridades sanitarias internacionales, desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) hasta los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, presentaron una narrativa clara, unificada y aparentemente incuestionable: 
el virus representaba una amenaza sin precedentes, pero la ciencia moderna tenía las herramientas para enfrentarlo. Las mascarillas salvarían vidas al reducir la transmisión, los confinamientos estrictos detendrían la propagación del virus, y las vacunas, desarrolladas a una velocidad vertiginosa, serían la llave para regresar a la normalidad. 

Los medios de comunicación, desde los grandes canales de televisión hasta los periódicos de mayor prestigio, amplificaron este mensaje con una urgencia casi religiosa, presentándolo como un imperativo moral. Se nos instó a confiar ciegamente en estas medidas, a aceptarlas como un acto de responsabilidad colectiva, y a considerar cualquier desviación de esta narrativa como un peligro para la salud pública y el bienestar social. En este contexto, las “noticias falsas” y las “teorías conspirativas” fueron señaladas como las principales responsables de la confusión y la resistencia social. 

Se acusó a los usuarios de redes sociales de difundir rumores infundados sobre los orígenes del virus, los efectos secundarios de las vacunas o la eficacia de tratamientos alternativos como la ivermectina o la hidroxicloroquina. Plataformas como Twitter—antes de su cambio de propiedad en 2022—y Facebook implementaron políticas de censura estrictas, eliminando contenido etiquetado como “desinformación” y suspendiendo cuentas que lo promovieran. Los gobiernos, por su parte, instaron a los ciudadanos a denunciar publicaciones sospechosas, creando un clima de vigilancia digital. 

Los “antivacunas”, los “negacionistas del COVID” y los “conspiranoicos” se convirtieron en los villanos perfectos, caricaturizados como ignorantes o irresponsables que amenazaban el esfuerzo colectivo con sus ideas descabelladas y peligrosas. Esta narrativa oficial era seductora por su simplicidad: las instituciones eran los guardianes infalibles de la verdad, y cualquier voz disidente representaba una amenaza que debía ser silenciada. Los medios publicaban titulares alarmistas sobre “peligrosos rumores” que ponían en riesgo la lucha contra el virus, mientras que los verificadores de datos trabajaban incansablemente para desmentir afirmaciones que, en muchos casos, resultaron ser ciertas o al menos parcialmente válidas con el tiempo. 

Pero esta cruzada contra la desinformación tuvo un costo devastador. Silenciar preguntas legítimas, ridiculizar a quienes expresaban dudas razonables y demonizar a los escépticos no solo alimentó una desconfianza aún mayor hacia las instituciones, sino que creó un vacío donde la verdad luchaba por sobrevivir. La narrativa oficial, lejos de unificar a la sociedad en un momento de crisis, sembró semillas de división profunda, dejando a muchos preguntándose: ¿por qué tanto esfuerzo por controlar lo que podemos pensar, dudar o investigar?

La Pregunta Clave: ¿Quién Genera la Desinformación?

Si la desinformación es el veneno que ha fracturado nuestra sociedad, desgarrando lazos de confianza y comunidad, entonces debemos atrevernos a preguntar: ¿quién sostiene el frasco que lo contiene? La narrativa oficial nos condicionó a señalar a los márgenes—los blogueros anónimos, los tuiteros rebeldes, los “locos” con sus teorías excéntricas—como los principales responsables del caos informativo. Pero, ¿y si el verdadero origen de la desinformación no radica en las periferias de la sociedad, sino en el corazón mismo de las instituciones que juraron protegernos? ¿Y si las narrativas dominantes, respaldadas por gobiernos, agencias de salud y conglomerados mediáticos, fueron las que distorsionaron la realidad con mayor impacto y consecuencias? 

Esta es la pregunta que guía cada página de este libro: ¿estamos seguros de quién genera la desinformación, y por qué nos resulta tan difícil mirar hacia el centro del poder? Esta no es una pregunta retórica ni un ejercicio de provocación. Los documentos desclasificados, los informes oficiales y las investigaciones independientes han comenzado a revelar una verdad incómoda: muchas de las afirmaciones etiquetadas como “conspiraciones” durante la pandemia tenían fundamentos legítimos, mientras que las narrativas oficiales a menudo escondían contradicciones, omisiones deliberadas y, en algunos casos, falsedades descaradas. 

Desde los orígenes del virus, inicialmente descartados como un escape de laboratorio hasta que informes como el del Congreso de EE.UU. en 2024 señalaron su plausibilidad, hasta los efectos secundarios de las vacunas, minimizados a pesar de los miles de reportes en bases de datos como VAERS y EUDRA Vigilance, las evidencias sugieren que las instituciones no siempre actuaron como guardianes de la verdad, sino, en ocasiones, como sus sepultureros. Este libro no busca demonizar a nadie ni alimentar una narrativa de víctimas y villanos; su propósito es exigir respuestas claras y transparentes. Si la desinformación es un delito contra la sociedad, ¿quiénes son los verdaderos culpables, y por qué hemos permitido que el dedo acusador apunte siempre hacia abajo?

El Enfoque del Libro: Un Viaje Basado en Evidencias

Desinformación no es un manifiesto impulsado por opiniones subjetivas ni un grito de indignación desprovisto de sustancia. Es una investigación meticulosa, un viaje riguroso a través de los hechos, las publicaciones verificadas y los datos que han emergido tras años de silencio, censura y opacidad. 

Este libro se fundamenta en evidencias concretas: informes oficiales de instituciones como los CDC y la OMS, documentos desclasificados que revelan decisiones tomadas a puertas cerradas, estudios científicos revisados por pares, y testimonios de expertos que fueron ignorados, ridiculizados o marginados durante la pandemia. 
Cada capítulo está construido sobre cimientos sólidos, desde los reportes de exceso de mortalidad en distintos países hasta las revelaciones de comisiones parlamentarias, como el informe del Congreso de EE.UU. de diciembre de 2024, que expuso fallos institucionales graves en la gestión de la crisis sanitaria. No hay espacio para especulaciones sin fundamento; cada afirmación está respaldada por fuentes que resisten el escrutinio más exigente. 

El propósito de este libro es claro y ambicioso: desmantelar las narrativas dominantes que han moldeado nuestra comprensión de la pandemia y otras crisis sociales recientes y revelar quiénes se beneficiaron de controlar el relato en su propio interés. A través de capítulos que abordan temas cruciales—desde los orígenes del COVID-19 y los efectos secundarios de las vacunas hasta los costos sociales y económicos de las políticas pandémicas—Desinformación ofrece un análisis crítico de cómo la verdad fue sacrificada en el altar de la conveniencia política, corporativa e ideológica. No pretendemos ofrecer una verdad absoluta, pues nadie puede reclamar tal cosa con honestidad; nuestro objetivo es empoderar al lector con las herramientas necesarias para cuestionar, investigar y exigir transparencia en un mundo donde la opacidad se ha convertido en norma. 

Este libro es una invitación a pensar por nosotros mismos, a no aceptar respuestas prefabricadas y a reclamar nuestro derecho a saber. Este viaje no es únicamente académico; es profundamente humano. Cada dato, cada informe, cada número citado en estas páginas representa vidas afectadas: 
familias que perdieron seres queridos en circunstancias envueltas en dudas, niños cuyos sueños se truncaron por años de escuelas cerradas, pequeños empresarios cuyos negocios colapsaron bajo el peso de políticas arbitrarias. 
Al basarnos en evidencias verificadas, honramos a aquellos cuyas historias fueron silenciadas, a quienes vieron sus dudas descartadas como herejías, a quienes lucharon por la verdad en medio de la censura. 
Desinformación es un testimonio de que la verdad, aunque incómoda y difícil de alcanzar, es la única vía hacia la reconciliación, la justicia y la reconstrucción de una sociedad fracturada.

Reflexión Personal: Un Camino de Cuestionamiento

Como autor, mi motivación para escribir Desinformación no surge de un impulso pasajero ni de un deseo de controversia. Es el resultado de una trayectoria que ha definido mi trabajo a través de tres libros anteriores, cada uno dedicado a desentrañar las dinámicas de poder que operan tras las cortinas de los relatos oficiales. Mis libros anteriores exploraron cómo los medios de comunicación moldean nuestras percepciones para servir a agendas políticas, manipulando emociones y prioridades colectivas, analizaron el impacto devastador de la censura en la libertad de pensamiento, mostrando cómo el silencio forzado ahoga las ideas que podrían transformar el mundo, desenterraron las consecuencias de políticas económicas diseñadas para beneficiar a unos pocos a expensas de las mayorías, dejando tras de sí un rastro de desigualdad y desesperanza. Desinformación es la culminación de este viaje, un esfuerzo por aplicar las mismas preguntas incisivas a la crisis más definitoria de nuestro tiempo: la pandemia de COVID-19 y sus secuelas. 

Mi interés en este tema comenzó con las contradicciones que observé desde los primeros días de la pandemia, en la primavera de 2020. Mientras los titulares proclamaban la infalibilidad de las medidas sanitarias—mascarillas obligatorias, confinamientos totales, vacunas como solución definitiva—noté que las evidencias no siempre respaldaban las afirmaciones oficiales con la claridad que se nos exigía aceptar. 

¿Por qué se descartaba de plano la hipótesis de un escape de laboratorio como una conspiración absurda, cuando documentos posteriores, como los del Congreso de EE.UU. en 2024, señalarían que era una posibilidad plausible? ¿Por qué se minimizaban o silenciaban los reportes de efectos adversos de las vacunas, cuando bases de datos como VAERS en Estados Unidos y EUDRA Vigilance en Europa acumulaban miles de casos que merecían investigación? ¿Por qué se ridiculizaba a quienes preguntaban por el papel de la inmunidad natural, cuando estudios posteriores, como los publicados en The Lancet en 2023, confirmarían su eficacia en muchos casos? Estas preguntas no eran teorías descabelladas; eran grietas visibles en una narrativa oficial que parecía más interesada en el control que en la transparencia. 

Como escritor, mi papel no es dictar verdades ni imponer certezas, sino iluminar las sombras donde la verdad ha sido escondida, distorsionada o enterrada. Mis libros anteriores me han enseñado que las narrativas dominantes, con su apariencia de infalibilidad, a menudo sirven a intereses ocultos, ya sean políticos, corporativos o ideológicos. Durante la pandemia, observé con creciente inquietud cómo las instituciones que deberían haber protegido a la sociedad—gobiernos, agencias de salud, conglomerados mediáticos—optaron por priorizar el control narrativo sobre la honestidad. Vi cómo los “librepensadores”, desde científicos de renombre hasta ciudadanos comunes que se atrevían a dudar, eran atacados, censurados y marginados por cuestionar lo incuestionable. 

Este libro es mi respuesta a esa injusticia, un intento de dar voz a los silenciados, de honrar a quienes buscaron la verdad en medio de la hostilidad, y de exigir rendición de cuentas a quienes prefirieron la comodidad de una mentira conveniente antes que la valentía de la transparencia. 

No escribo desde la arrogancia de quien cree saberlo todo, sino desde la humildad de quien reconoce que la verdad es un camino arduo, lleno de matices y contradicciones. Mi experiencia personal, como alguien que ha navegado durante años las complejidades de los relatos oficiales, me ha convencido de que cuestionar no es un acto de rebeldía sin sentido, sino una responsabilidad cívica y moral. En un mundo donde la desinformación no solo emana de los márgenes, sino de los púlpitos del poder, nuestro deber como ciudadanos es preguntar incansablemente:
¿quién controla el relato, y con qué propósito? Desinformación es mi contribución a esa búsqueda incansable, un esfuerzo por honrar a las víctimas de las mentiras y omisiones, por dar voz a los que fueron callados, y por construir un futuro donde la verdad no sea un lujo reservado para unos pocos, sino un derecho inalienable de todos.

Conclusión: La Verdad Como Camino

El Puzle Completo 

La verdad que hemos perseguido no es un mosaico de hechos aislados; es un puzle donde cada pieza confirma las demás, revelando un sistema de control que trasciende fronteras y épocas. 
Las evidencias, resumidas desde los capítulos previos y enriquecidas con movimientos ciudadanos de 2025, muestran que la desinformación es un diseño deliberado, pero también que la resistencia está creciendo. Mirar el puzle completo es un acto de valentía. Cada capítulo de este libro—desde el origen del COVID-19 hasta la interferencia electoral)—es una pieza que, al encajar, revela un sistema diseñado para mantenernos sumisos. Las muertes en residencias no fueron errores; fueron síntomas de una corrupción orquestada que protegía a élites. 

La censura pandémica y de disidentes como RFK Jr. no fue protección; fue control narrativo, como los medios del Capítulo 10. Las distracciones mediáticas (Capítulo 17) no son casualidades; son estrategias para desviar nuestra mirada de la corrupción del poder ¿Qué nos muestra este puzle más allá de sus piezas? Nos muestra un mundo donde la verdad es el enemigo del poder, donde las instituciones que juran protegernos—gobiernos, medios—son a menudo sus guardianes. Nos confronta con una realidad incómoda: 
hemos delegado nuestra soberanía, aceptando narrativas que nos dividen mientras el poder prospera. 

¿Podemos seguir viendo la realidad como antes, creyendo en titulares, obedeciendo sin dudar? La respuesta es no. El puzle completo nos desafía a madurar como humanos, a reconocer nuestra capacidad para discernir, unirnos y actuar. 
Nos pregunta: ¿tenemos el valor de asumir nuestra soberanía, de aceptar que somos cocreadores de nuestro destino, no peones en un juego ajeno? ¿Decimos “basta” al sistema que nos encadena?

Este “basta” no es un grito de rabia; es un compromiso con la búsqueda de la verdad, como el de Javier, Clara, Lucía y Elena. Cada hilo que arrancamos—los “Twitter Files”, los movimientos como “Por la Verdad”—es un ladrillo en un nuevo mundo. Como vimos en el Capítulo 16, el librepensamiento no nos aísla; nos une. El puzle no es una condena; es una invitación a construir, a decir “basta” con acciones que transformen, desde un foro local hasta un post en X. La verdad, como el Viejo Chiflado soñó, es nuestro camino hacia la libertad.

Historia del Ciudadano: El Despertar de Sofía

Imagina a Sofía, una profesora de 45 años en Granada, en marzo de 2025. Su aula está llena de estudiantes que recitan titulares sobre pandemias, clima y elecciones, pero algo en sus voces suena hueco. Sofía recuerda 2020: 
las mascarillas obligatorias, las promesas vacunales, el silencio sobre su tía, fallecida en una residencia. Un día, encuentra un ejemplar de Desinformación: 
El Precio de la Confianza en la biblioteca. 
Lee sobre las residencias (Capítulo 6), las élites (Capítulo 13), las ONGs (Capítulo 14), y siente que las piezas encajan. Busca en X cuentas de activistas, comparte informes no mencionados por los medios de masas. Sus colegas la tildan de “conspiranoica”; su hija le dice “mamá, para”. La soledad la envuelve, pero un post en X le da coraje: “La verdad empieza contigo.” 
Sofía organiza un taller en su escuela. En 2025, su grupo crece, uniendo a padres, médicos, activistas. 
“Basta,” dice Sofía, no con ira, sino con amor. Su despertar, como un faro, ilumina a otros, un eco de la resistencia que hemos trazado en este libro.

Reflexión Final: La Verdad Como Soberanía

El Viejo Chiflado, cerrando su cuaderno bajo un cielo estrellado, deja un legado de susurros que resuenan en cada página de este libro. 
“La verdad comienza con una chispa de duda,” garabateó, recordándonos que cada pregunta, desde los orígenes del virus hasta las redes de poder, ilumina las sombras. 
“No se entrega en comunicados oficiales; se conquista con preguntas,” murmuró, celebrando la rebeldía de los que dudan. 

“No se encuentra en los despachos; está en los corazones que se atreven a dudar,” escribió, honrando a los ciudadanos que desafían la corrupción. 
“No se silencia con etiquetas; se fortalece con cada voz que la defiende,” anotó, alzando a los silenciados. 
“Es una chispa que enciende la voluntad de un pueblo,” susurró, soñando con comunidades unidas. Y con una sonrisa, garabateó: 
“Es un código que desciframos juntos,” un canto a nuestra unión en la era digital. 

Estas palabras, como faros, guían nuestro camino, un recordatorio de que la verdad no es un fin, sino un sendero que forjamos con amor y coraje. Sofía, bajo la luz de su aula, encarna este legado. Cada pieza del puzle que descifró—cada capítulo que leyó—fue un paso hacia su soberanía, un desafío al poder que nos quiere sumisos. La verdad no es un trofeo; es una responsabilidad. 

Nos pide madurez para aceptar lo que somos: humanos capaces de cuestionar, crear, resistir. Nos pide valor para decir “basta” a las mentiras que nos dividen, a las élites que nos manipulan, a las distracciones que nos ciegan. 
Este puzle, como el Viejo soñó en Yo Soy Normal, no nos condena; nos libera. 
Nos muestra que la realidad no es fija; es un lienzo que pintamos juntos, con cada pregunta, cada acción, cada comunidad. La verdad es nuestra resistencia, nuestra esperanza, nuestro camino hacia un mundo donde el amor al prójimo prevalece. ¿Tendremos el coraje de recorrerlo?

Invitación al Lector

Lector, imagina que estás con Sofía, sosteniendo este libro, sintiendo el peso de sus piezas encajadas. Cada capítulo que has leído—desde las residencias hasta las redes de poder, desde el alarmismo climático hasta las ONGs—es una pieza del puzle que te confronta: 
¿puedes seguir viendo la realidad como antes? La verdad te desafía a asumir tu soberanía, a madurar como humano, a decir “basta” al sistema que te encadena. No estás solo. Forma tu taller, como Sofía; comparte un dato, como Lucía; siembra una semilla, como Elena. No necesitas ser un mártir; necesitas ser tú, con tu curiosidad y tu corazón. Comparte este libro, con un amigo, un vecino, un desconocido. La verdad es un fuego que enciendes con tu voz. ¿Estás listo para decir “basta” y forjar el camino?

Una Semilla para la Verdad

Este libro, "Desinformación: El Precio de la Confianza", es un faro en un mundo de sombras, un esfuerzo colectivo por desentrañar las narrativas que nos dividen y empoderar a cada lector con la verdad. Su valor es inmenso: cada página lleva la huella de una investigación extensa, un diálogo con la inteligencia artificial, y un compromiso profundo con la justicia social. Pero la verdad no pertenece a unos pocos; es un derecho de todos. Por eso, lo ofrecemos bajo una licencia Creative Commons Attribution-NoDerivatives 4.0 International (CC BY-ND), que permite compartirlo libremente, respetando su autoría y contenido original. Descárgalo, envíalo, imprímelo: que la búsqueda de la verdad se disperse sin barreras. 
Si decides adquirirlo en Amazon en formato papel, lo encontrarás al menor precio que la plataforma permite, porque nuestro propósito es la búsqueda de la verdad a través del pensamiento crítico, no lucrar. 

El poder de este libro está en tus manos. Compártelo con un amigo, en un foro, en tu comunidad. Cada copia que circule es una semilla que enciende el despertar a una nueva sociedad, un paso hacia el futuro luminoso que construimos juntos. 

Como dijo el Viejo Chiflado: “La verdad no se guarda; se siembra.” 
Lector, sé la semilla. Difunde este libro, y que la búsqueda de la verdad prevalezca.

Ponciano Ramírez 
13 de julio de 2025

martes, 19 de agosto de 2025

LIBRO "EN BUSCA DE LA LIBERTAD": VIDA Y OBRA DE LOS PRÓCERES LIBERALES DE IBEROAMÉRICA por GABRIELA CALDERÓN DE BURGOS 🗽

En busca de 
la libertad

VIDA Y OBRA DE LOS PRÓCERES 
LIBERALES DE IBEROAMÉRICA


La historia de nuevas ideologías en Iberoamérica

El caudillismo, el personalismo, el fanatismo religioso, el militarismo, el estatismo y el centralismo son, en palabras resumidas, el relato usual acerca de lo que ha sucedido en América Latina, en sus doscientos años de independencia del Imperio español. ¿Hubo rutas alternativas en ese proceso histórico? 
Gabriela Calderón de Burgos cree que sí y fueron propuestas por hombres que tuvieron relevancia en el periodo inmediatamente posterior de las independencias de sus respectivos países, pero después quedaron sepultados en las brumas del pasado.

Este libro indaga el pasado con la intención de derivar lecciones para el presente. Se enfoca en diez personajes que pensaron rutas alternativas para el desarrollo de la región, enraizadas en una rica tradición liberal hispanoamericana.
En estas páginas se encuentra la fascinante historia del agitador Juan Pablo Viscardo y Guzmán, la del precursor Francisco de Miranda, la del periodista económico Juan Hipólito Vieytes, la del alborotador Juan Germán Roscio, la del ilustrado Manuel Belgrano, la del tribuno José Joaquín de Olmedo, la del embajador del liberalismo Vicente Rocafuerte, la del federalista Lorenzo de Zavala, la del progresista José María Luis Mora y la del comerciante José Ignacio de Pombo y Ante.

INTRODUCCIÓN

Este libro es un intento de contar la historia de las independencias en Iberoamérica a través de la vida y la obra de determinados in­dividuos. Muchas veces, la historia se enseña como algo ajeno y distante, con escasa rel ación con la realidad actual y presentan do a Los individuos como presas de sus circunstancias. Pero puede ser mucho más entretenida si la aterrizamos en individuos particula­ res y si empezamos a identificar todas las pistas del pasado que nos rodean y explican por qué somos como somos.
En este libro voy a relatar de manera sintetizada la vida y la obra de diez personajes de la época. Espero que este ejercicio de rebus­car en el pasado, una vez más -aunque creo que desde un ángulo distinto-, nos ayude a comprender, a través de sus particulares cir­cunstancias, las oportunidades y adversidades a las que se enfren­ taron los individuos que intentaron forjar ex nihilo 1 a los que serían después los estados-nación que hoy conocemos.

A principios del siglo XIX se independizaron de España las actua­ les naciones de habla hispana en el continente americano. Desde ese entonces, estas naciones no han logrado alcanzar el estatus de naciones desarrolladas y se han batido, casi todas, en un péndulo entre el orden y el caos.
Durante casi el mismo periodo, Estados Unidos, que se indepen­dizó de Inglaterra en 1776, llegó a ser la potencia mundial que continúa siendo hoy. Otras naciones, de culturas marcadamente distinta a la anglosajona, han superado considerablemente el in­ greso per cápita de América Latina más recientemente. En cambio, las naciones al sur del río Grande tienen un ingreso per cápita pro­medio, que no solo no alcanza aquel de Estados Unidos, sino que se aleja cada vez más.


Adam Przeworski y Carolina Curvale mostraron en un estudio de 2008 que la gran brecha entre el ingreso de Estados Unidos y el promedio de diecinueve países de América Latina 2, en el año 2000, se debía principalmente a las distintas tasas de crecimiento entre 1700 y el año 2000. Si América Latina hubiese crecido durante este periodo a la misma tasa que creció Estados Unidos, la brecha de in­greso per cápita en el año 2000 hubiese sido de tan solo 364 dólares en lugar de ser de 22 285 dólares. Los autores acotan que, cierta­ mente, dentro del grupo de América Latina hubo grandes diferen­ cias en crecimiento y productividad: Por ejemplo,con las cifras más recientes, vemos que Estados Unidos alcanzó el PIB per cápita que Panamá tenía en 2022 en 1968, mostrando Panamá un atraso de 54 años. En cambio, Estados Unidos logró el PIB per cápita de 2022 de Bolivia en 1882, país que llevaba un atraso de 140 años. 3

Hay muchos intentos de explicar por qué tenemos este retraso. Los más populares van desde culpar a los españoles hasta culpar a los yanquis, pasando por nuestra dependencia de las materias primas, las largas guerras civiles durante el proceso de la indepen­dencia o la intolerancia religiosa, entre otras. Pero muchos lugares comparten unas o varias de estas características y, no obstante, han logrado salir adelante incluso recientemente y partiendo de un in­greso que era inferior al del promedio de América Latina incluso hasta 1950 -consideremos países como Corea del Sur y Taiwán-. Quizás hay algo más que no nos ha permitido superarnos.
Tal vez, ese «algo más» podría ser que en Iberoamérica tenemos el problema de vivir atados al pasado. Esa es una costumbre que salta a la vista tan pronto como empezamos a adentrarnos en las discusiones de los personajes que protagonizaron el movimiento de las independencias en América Latina a fines del siglo XVIII y prin­cipios del siglo XIX. Llama la atención la actualidad de muchos de esos debates.

¿Por qué retratar a estos personajes, en gran medida, olvidados? Tenemos una relación malsana con el pasado y este es quizás uno de los factores que han contribuido a nuestro relativo atraso. El historiador Tomás Pérez Vejo sostiene en su brillante ensayo Elegía criolla que entre la inteligencia latinoamericana ha predominado una «interpretación victimista» 4. Esta interpretación deja de lado cuatro puntos fundamentales: 
(1) las naciones latinoamericanas no fueron la causa de las independencias, sino su consecuencia; 
(2) todos los territorios de la monarquía católica eran colonias del rey, tanto los peninsulares como los americanos; 
(3) las guerras de la independencia fueron una cuestión protagonizada por los criollos en ambos bandos, 
y, (4) no siempre la oposición a la independencia y las clases altas estuvieron del lado de los realistas y el liberalismo, y las clases bajas del lado de los insurgentes, de hecho, en no pocos fue precisamente al revés 5. A través del pensamiento y las acciones de los personajes retratados aquí, pretendo ilustrar estos puntos que han quedado enterrados en el pasado.

Pérez Vejo sostiene que el propósito de tergiversar el relato histó­ rico tenía un objetivo y una consecuencia clara:

Somos prisioneros de una historia hecha por y al servicio de los estados. Ha llegado quizás el momento de su «desnacionalización». Los estados-nación contemporáneos necesitaron, en su proceso de invención de una nación que les diera legitimidad, construir una memoria nacional mitificada y homogénea. Para ello llevaron a cabo lo que podernos llamar, sin ningún tipo de exageración, un genocidio de memorias locales, familiares, etc., una afirmación que no significa condenar estas políticas de memoria... El genocidio de memorias fue posiblemente inevitable y sin ninguna duda exi­toso...

Ha pasado ya, sin embargo, suficiente tiempo como para permi­tirnos una mirada no marcada por las urgencias de la agenda polí­tica... Somos aquello que nos contamos que somos... Volver sobre las guerras de independencia es tanto reescribir el pasado como soñar un futuro diferente o, si se prefiere, elegir entre varios sueños posibles. 6

Hay algo circular en nuestra historia y no es virtuoso. Enrique Krauze decía que «En México, el pasado es presente. Las heridas y afrentas son reales, y su memoria todavía es una carga pesada en el diario vivir».7 Uno de los más grandes de la literatura, Jorge Luis Borges, en su cuento El otro (1972), se encuentra con el Borges de diecinueve años en un parque de Boston y le dice que por el año 1946 «Buenos Aires ... engendró otro Rosas» -es decir, Juan Do­mingo Perón como la reencarnación del caudillo militar Juan Ma­ nuel de Rosas, casi un siglo después-. 8

Todas las personas y sociedades atravesamos por traumas, pero no todos reaccionamos de igual forma a ellos. Algunos aprovechan para aprender de los errores y aciertos cometidos en el pasado, y actuan en torno al conocimiento adquirido. Estos desarrollan resi­liencia y la tragedia no los marca por el resto de su vida.

Por ejemplo, Estados Unidos, después del horror de la guerra civil, eliminó la esclavitud, mantuvo la unión y, mucho después, acabó con la segregación racial en sus leyes.Asimismo, Alemania y otros países ocupados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, si bien no han superado el trauma de haber colaborado o guardado silencio ante los horrores que se cometían contra los judíos, no han permitido que esto los paralice. Hoy son naciones desarrolladas, con uno que otro brote reciente de populismo, incluso a algunos recuerda la antesala de la Segunda Guerra Mundial. No viven en el pasado, no se avergüenzan de este, reconocen los errores, enmien­dan y siguen hacia delante. O, al menos, así era hasta hace relativamente poco tiempo.

Otras sociedades, en cambio, se sirven del trauma para vivir en el eterno papel de la víctima. La víctima es libre de culpa, libre de res­ponsabilidad. Vive sufriendo las consecuencias de lo que le pasó y se puede pasar toda una vida así. Percibir la realidad a través de esos visores es limitante y desmoralizante. También nos predispone en contra de la apertura mental necesaria para adoptar sistemas abiertos, tanto en la economía como en la sociedad.
Pero también resulta cómodo. A los latinoamericanos de hoy (y a los de antes) nos encanta culpar a otros para no asumir responsabi­ lidades. No logramos salir de la adolescencia en este sentido.

Entre nosotros es normal la práctica de buscar chivos expiatorios. Lo que no es culpa de los españoles ha sido culpa de los yanquis, de la CIA o de quienes nos gobernaron en un oscuro y distante pasado, entre otros, pero nunca de nosotros mismos. Incluso se puede decir que nuestras élites hacen esfuerzos por mostrarse cada vez más anglófilas o francófilas con tal de apartarse de todo lo que sale mal desde hace aproximadamente doscientos años. En nuestras socie­ dades, nadie se quiere hacer cargo.
Para superar el pasado es necesario conocerlo y derivar lecciones de este. Otras sociedades han logrado hacerlo, la América hispana tiene esa tarea pendiente.

Este libro pretende contribuir a esta labor, enfocándose en indi­viduos que, si bien fueron protagonistas en el período inmedia­tamente posterior a las independencias en sus respectivos países, después han quedado, de cierta manera, escondidos en el pasado.
¿A qué se debe este olvido? ¿Qué significa? ¿Qué pensaban estos personajes? ¿Propusieron rutas alternativas para el desarrollo de la región? ¿En qué debates participaron? ¿Todavía seguimos teniendo los mismos debates? Si es así, ¿por qué? Si no lo es, ¿cómo han cambiado?

Constituciones y leyes no nos han faltado. Tampoco han sido todas de mala calidad, incluso hay ejemplos de constituciones sóli­das en su estructura de pesos y contrapesos y en sus garantías de los derechos individuales. Pero las víctimas, que somos los latinoa­mericanos, tenemos un problema profundo que hace que digamos una cosa en el papel, pero hagamos otra en la práctica. Octavio Paz dice en su ensayo El laberinto de la soledad:

La mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucio­nalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser. Nos movemos en la mentira con naturali­ dad. Durante más de cien años hemos sufrido regímenes de fuerza, al servicio de las oligarquías feudales, pero que utilizan el lenguaje de la libertad. Esta situación se ha prolongado hasta nuestros días. 9

En la literatura de la historia de América Latina se habla de las circunstancias particulares o del «gendarme necesario» 10, como si a ninguna otra región le hubieran sucedido traumas parecidos a los que acontecieron a los otrora reinos de ultramar de la monarquía católica o como si no hubiera habido alternativas a la ruta tomada. El caudillismo, el personalismo, el fanatismo religioso, el milita­rismo, el estatismo y el centralismo son, en palabras resumidas, el relato usual acerca de lo que ha sucedido en América Latina desde sus ya doscientos años de independencia del Imperio español. Pero tenemos que preguntarnos: ¿hubo rutas alternativas?
Por otro lado, ¿por qué no estuvieron condenadas por circunstan­cias similares naciones que también surgieron del colapso de otros imperios como Estados Unidos y otras naciones europeas y asiáti­ cas que han logrado prosperar después de sus independencias?

Normalmente, escuchamos a personas de todo el espectro político decir que esto no podía ser de otra manera, pues a nosotros, lamen­tablemente, nos colonizaron los españoles -con toda la carga nega­ tiva que tiene la imagen de la conquista y la colonización-. Cierto es que se cometieron múltiples abusos durante la conquista, y aún no hemos superado las secuelas de alguno de ellos. Por ejemplo, to­davía existe en mayor o menor grado, según el país, discriminación legal o de otra índole contra los indígenas. En no pocos casos se ha pasado a discriminar a favor de estas minorías. También persiste la propiedad estatal de los recursos naturales, lo cual ha derivado en una explotación irracional de estos y en focos de corrupción en muchos de los países de la región y, quizás, estados de una mayor dimensión de la que tendrían sino fuesen propietarios de los recur­sos naturales en el subsuelo.
Pero, por otro lado, los asiáticos y los nativos de Estados Unidos también sufrieron indecibles abusos durante sus respectivas con­quistas y cuyas secuelas, en algunos casos, todavía no han sido su­ peradas. Sin embargo, el tener antecesores que fueron víctimas de abusos por parte de los conquistadores no les ha impedido desarro­ llarse a naciones tan diversas como Estados Unidos, Japón, Taiwán, etc.

Tal vez una mirada enfocada en aquellos protagonistas del mo­ vimiento de las independencias que quedaron atrapados en el pa­ sado nos ayude a completar el relato. Las naciones iberoamericanas nacieron reclamando libertades que se habían perdido dentro del Imperio español y con base en argumentos liberales clásicos, cuyas fuentes anteceden incluso al liberalismo inglés y escocés. De esta tradición liberal clásica hispanoamericana se conoce poco.

Esas viejas tradiciones hispanas de reconciliar la tradición con la ciencia, la razón con la fe, lo antiguo con lo moderno, del autogo­ bierno local dentro de un reino federado, de pesos y contrapesos, y de la coexistencia entre diversos credos y razas, quedaron tan sumergidas en nuestro pasado, que hoy las consideramos importa­das. Haber olvidado o desconocer esas tradiciones nos lleva a tener un problema de autoestima.

Los ingleses, y también los franceses, por lo general y hasta hace poco tiempo, solían estar orgullosos de su pasado, y eso incluía todos los errores y los abusos cometidos por sus ancestros. Los iberoamericanos, en cambio, tradicionalmente hemos sentido una profunda vergüenza de nuestro pasado, que, en gran medida, des­ conocemos porque no nos interesa. Nos sentimos huérfanos de cierta forma y ajenos a Occidente porque nuestra conexión con él nos recuerda algo que nos avergüenza.

El gran liberal venezolano Carlos Rangel, en su libro "Del buen sal­vaje al buen revolucionario", sostenía que la historia de Iberoamérica en tiempos de la monarquía católica suele ser fuente de vergüenza porque somos producto del mestizaje: somos descendientes de los conquistadores y de los conquistados. Dos mitos en nuestras raíces: el conquistador siempre malo y el indio siempre bueno y vencido. Vergüenza por doble partida: por ser victimarios y por ser vícti­mas.11

La crisis de identidad nos lleva a cometer actos de autosabotaje. En tiempos recientes hemos visto cómo sociedades como Argen­tina, Venezuela y Chile ilustran esta involución una vez que se llega a cierto nivel de prosperidad. 
Argentina tuvo su Perón luego de se­ tenta años de prosperidad sin precedente, Venezuela tuvo su Chá­vez luego de haber llegado a ser una de las naciones más prósperas de la región. Pero la historia de esas tres sociedades, tan conocida en la actualidad, no es más que la repetición, una vez más, del ciclo tan hispanoam ericano de evolución seguida de involución.
¿Se puede romper ese ciclo?
Creer de manera prejuiciada, como se suele sostener en muchos libros de historia, que ciertas culturas, como la iberoamericana, son propensas a un atraso y oscurantismo es empezar la carrera sabién­donos derrotados y, además, es incorrecto.
Diversas sociedades sufrieron traumas similares a los que padeció América Latina, pero lograron recuperar sus tradiciones antiguas y las modernizaron para crear las sociedades industrializadas de los últimos dos siglos.
Pero el debate de ideas en América Latina parece estar congelado en el tiempo: entre ideas que nos podrían catapultar al desarro­llo y aquellas que defienden el despotismo ilustrado y los órdenes rígidos.

Esa batalla de ideas nunca se resolvió de manera honesta y abierta, sino a través de la hipocresía de jurar respetar instituciones y le­gislaciones, mientras las violamos porque son, en muchos casos, ajenas a los valores y prácticas de la gente. Además, porque suele suceder que llegan al poder políticos enarbolando la bandera de la libertad para luego darse la media vuelta y olvidarse de los límites al poder. Luego, la retórica se confunde con la realidad.
Ahora, si miramos detenidamente nuestra historia, podemos ver en ella que algo quedó oculto, algo de lo cual no se habla en el pre­sente, pero que se hace sentir a través de nuestra reiterada necesi­dad de mentir.

Lo que quedó oculto es esa antigua tradición liberal que nos llegó de España, además del despotismo ilustrado. Esa es la misma tradición que permitió que los reinos de ultramar del Imperio es­pañol llegasen a desarrollarse en un periodo relativamente rápido, aunque no de manera tan espectacular como sus vecinos al norte. Para 1800, después de tres siglos de que se iniciara la conquista de España en América, el ingreso per cápita promedio de América La­tina (ajustado para la población) constituía un 35 % del de Estados Unidos, y cayó a un 25 % para 2022. ¿Por qué esta brecha se man­tuvo en los doscientos años de independencia? 12

Esa tradición liberal relativamente desconocida es la misma que aportó los principales argumentos a favor de los movimientos de la independencia de Estados Unidos. John Adams y Thomas Jefferson conocieron de esta tradición a través del español Juan de Mariana, un sacerdote jesuita. Además, uno de los filósofos más influyentes en la Revolución americana -John Locke- leyó al menos dos obras de Juan de Mariana y utilizó los mismos argumentos -más de medio siglo después- para explicar el origen de la sociedad civilizada, dela propiedad privada, del derecho de los individuos a no estar sujetos a impuestos sin su debido consentimiento (de ahí vendría el famoso «no taxation without representation» ).

En el presente continuamos reviviendo ese trauma de hace dos­cientos años, ensayando una y otra vez la misma farsa que nos hace vivir constantemente entre mentiras, de diverso contenido. Casi nada es lo que aparenta. Vivimos con una lucha entre lo que deci­mos y lo que hacernos, entre lo que la ley dice y lo que hacemos en la práctica.
Un sano conocimiento y aceptación de nuestro pasado, con todo lo bueno y malo que nos dejó, podría contribuir a entendernos mejor y a lograr consensos mínimos que nos permitan convivir en socie­dades abiertas. Sociedades que puedan procesar de manera pacífica todos esos cambios que se vienen, queramos o no.

Con esto en mente, ahora empecemos a conocer a los protagonis­tas de este libro.

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1 «de la nada».
2 La información la han tomado los autores citados de la base de datos del proyecto Angus Maddison. Aunque esta es la base de datos más amplia, no contiene datos para todos los países de la región.
3 Adam Przeworski y Carolina Curvale. «Does Politics Explain the Economic Gap between the United States and Latin America?» en Falling Behind: Explaining the Development Gap Between Latín Ame­rica and the United States, ed. Francis Fukuyama (Nueva York, NY: Oxford University Press, 2008), 99.
5 Tomás Pérez Vejo. Elegía criolla: una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas (Ciudad de México: Crítica Mé­ xico, 2019, edición Kindle), 11-14.
6 Tomás Pérez Vejo. Elegía criolla: una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas (Ciudad de México: Crítica Mé­xico, 2019, edición Kindle), 40-42.
7 Enrique Krauze. «Mirándolos a ellos. Actitudes mexicanas frente a Estados Unidos». Letras Libres. Ciudad de México, 30 de junio de 2007.
8 Jorge Luis Borges, El otro en Obras completas, Vol.III (Madrid, Es­paña: Emecé, 1996), 11.
9 Octavio Paz. El laberinto de la soledad. (Nueva York: Ediciones Pen­ guin, 1997), 151.
10 Tomás Straka. «Cesarismo democrático: la victoriosa de­rrota de Vallenilla Lanz». Prodavinci, 4 de noviem­bre de 2019. 
Elías Pino Iturrieta. «Vallenilla Lanz: "Un jefe que manda y una mul­titud que obedece"». Prodavinci, 4 de agosto de 2019. 
11 Carlos Rangel. Del buen salvaje al buen revolucionario (Caracas, Ve­nezuela: Criteria, 2005), 42.
12 Datos de la última actualización del proyecto Angus Maddison, publicada de 2023. Para 1820, el promedio ponde­rado para población se obtuvo con los datos de las ocho naciones para las cuales hubo datos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Mé­xico, Perú, Uruguay, Venezuela). Para efectos de realizar la compara­ción, utilicé los datos de esos mismos ocho países en 2022, a pesar de que en esa fecha hay datos para más países.


lunes, 18 de agosto de 2025

LIBRO "TEORÍA GENERAL DE LA POLÍTICA" por NORBERTO BOBBIO


NORBERTO BOBBIO
En las últimas décadas, Norberto Bobbio había venido albergando la idea de redactar una "Teoría general de la política", basada tanto en las enseñanzas de los autores clásicos como en los principales problemas políticos de su tiempo. El proyecto, que nunca llegó a concretarse, ha sido finalmente acometido por Michelangelo Bovero, que ha conseguido sistematizar, a través de cuarenta ensayos, lo más significativo del pensamiento bobbiano en materia de teoría del estado y de la política. Esta edición, en efecto, consigue integrar por primera vez artículos emblemáticos del profesor de Turín con algunos que hasta ahora habían pasado prácticamente inadvertidos en el conjunto de su obra. Las posibles relaciones entre ciencia política y filosofía política, o entre teoría e ideología; las lecciones y categorías legadas por los clásicos, desde Hobbes, Locke o Kant, hasta Marx o Weber; los posibles vínculos entre libertad e igualdad; los fundamentos normativos de la democracia y el alcances práctico de sus ¿promesas?; el problema de la paz y de la guerra y su ligamen con los derechos humanos; el debate entre reforma y revolución como instrumentos de cambio social o la pertinencia de los presupuestos ¿progresistas? que caracterizan buena parte de la filosofía de la historia moderna, son algunos de los temas que atraviesan este libro. El resultado es una obra trabada y novedosa, que destaca tanto por su unidad metodológica como por la variedad de contenidos que incorpora. Su riguroso orden, la actualidad de los temas abordados y su completo índice de materias, multiplican su valor y la convierten, a la vez, en resumen y culminación de la teorización del pensador italiano.
EL CONCEPTO DE LIBERTAD 
EN LA TEORÍA POLÍTICA 
DE NORBERTO BOBBIO

I. INTRODUCCIÓN

1. PROEMIO

Este ensayo ofrece una reconstrucción crítica del concepto de libertad de Norberto Bobbio. Un estudio histórico y analítico de su obra conduce a la identificación de tres usos descriptivos del concepto de libertad: la libertad negativa o liberal, la libertad democrática o autonomía, y la libertad positiva, o de tipo socialista. En la segunda parte se analizan los alcances y las limitaciones de estos tres conceptos de libertad y se subrayan la insuficiencia de la dicotomía entre libertad negativa y positiva, la incompatibilidad del concepto del concepto de libertad negativa con la libertad reforzada de los derechos fundamentales y con la fundamentación independiente de los derechos sociales

Norberto Bobbio fue uno de los filósofos del derecho y de la política más prominentes del Siglo XX, además de uno de los principales protagonistas del debate político italiano a partir de la segunda posguerra. A su obra filosófi co-jurídica –de la cual quizás sus teorías generales de la norma y del ordenamiento jurídico sean su expresión más significativa –, debe atribuírsele el mérito de haber anticipado en el ámbito continental la aplicación de la filosofía analítica al estudio de la naturaleza y la función del derecho. Bobbio fue pionero de esta senda, trasegada luego no sólo en Italia por discípulos de la talla de Luigi Ferrajoli, sino en España y en América Latina. 

Sin embargo, tal vez sean las contribuciones de Bobbio a la filosofía política, aquellas que lo llevaron a adquirir un renombre mundial. Dichas contribuciones incluyen más de una decena de libros y un centenar de artículos, de los cuales, los más emblemáticos han sido traducidos al castellano y publicados hace poco tiempo bajo el cuidado de Michelangelo Bovero en la abrumadora compilación llamada “Teoría General de la Política”. 

Esta teoría no descuida ni uno sólo de los tópicos esenciales de la filosofía política y los trata con el rigor y la crítica inmisericorde que siempre denotó la impronta de Bobbio. La obra sistematiza un análisis pormenorizado que abarca desde las ideas de los clásicos hasta los planteamientos de los autores más recientes, en cinco idiomas, sobre temas como la democracia, la igualdad, la libertad, los valores, la paz y la guerra y los derechos humanos. Su importancia ha sobrepasado las fronteras italianas, europeas y las del mundo latino. De ello es evidencia la incontable literatura –artículos, libros, compilaciones y tesis doctorales- que se ha producido en el mundo entero sobre el pensamiento de Bobbio. 

2. El análisis del concepto de libertad 

Uno de los aspectos más relevantes de la teoría política de Bobbio fue su estudio de los valores. La perspectiva analítica que este autor siempre privilegió, lo llevó a intentar reconstruir el significado o los significados descriptivos de los valores. La pretensión de Bobbio era abordar su estudio desde una perspectiva científica, ajena a la manipulación retórica, que permitiese lograr la mayor claridad posible sobre cada concepto. Si se quiere, lo que el filósofo de Turín perseguía, era tratar los valores desde un punto de vista avalorativo. Así, su contribución puede ponerse en consonancia con obras como las Dimensiones de la libertad de Oppenheim. El punto de partida era el reconocimiento de la posibilidad de describir los valores, es decir, de reconstruir el significado o los significados descriptivos de las nociones de valor, de acuerdo con las reglas de uso lingüístico que los rigen. Tras la aplicación de este método analítico, ya es posible asumir o refutar el valor, siempre con la conciencia de que esta asunción o refutación no se deriva directamente del significado descriptivo de cada noción. 

En tanto valor, la libertad también tiene uno o varios significados descriptivos, cuya reconstrucción debe hacerse de conformidad con las reglas de uso lingüístico que operan en la comunidad en general y en la comunidad científica en particular. Uno de los objetos centrales de la teoría política de Bobbio fue el esclarecimiento de estos conceptos descriptivos de libertad. En este sentido, la contribución de este autor se sitúa junto a estudios clásicos como los de Constant sobre la libertad de los antiguos y su diferencia con la libertad de los modernos o el genial ensayo de Isaiah Berlin: Two Concepts of Liberty, ya bien difundido en el mundo hispano. 

Este trabajo pretende ser una metarreconstrucción crítica del concepto de libertad de Norberto Bobbio. 
Se trata en primer lugar de una metarreconstrucción, en cuanto se propone como una reconstrucción de la reconstrucción que este autor hace de los conceptos descriptivos de libertad. 
Y en segundo lugar, se trata de un trabajo crítico, que se pregunta además acerca de si la reconstrucción de Bobbio es adecuada o no. Es bien cierto que la fi losofía analítica, bien aplicada por este autor, nos hizo caer en cuenta de la inexistencia de esencias conceptuales, o dicho de otro modo, de que los conceptos no guardan ninguna correspondencia con esencias de ningún tipo, sino que ellos son el producto de los usos lingüísticos que la comunidad hace de los mismos. Desde este punto de vista, cuando ha de analizarse un concepto como el de libertad, la tarea del analista no estriba en “descubrir” algo así como la “verdadera esencia” de uno objeto del mundo que pueda corresponder en realidad con la libertad, sino en reconstruir los signifi cados que este término adopta en los discursos filosóficos, jurídicos, políticos y de la comunidad en general. Con todo, esta manera de proceder no hace de no además, se pregunta sobre si esta reconstrucción es adecuada a su objeto. 

3. Explicación del plan 

Para tal fin, aquí se procederá en dos partes. 
En la primera parte se hará una reconstrucción del concepto de libertad en la teoría política de Norberto Bobbio.
La segunda contendrá un análisis concerniente a la adecuación de este concepto a su objeto. 

II. La reconstrucción del concepto de libertad según Bobbio. 

1. Los conceptos de libertad de Bobbio en el tiempo 

Una de las preocupaciones constantes de Bobbio fue intentar esclarecer el significado descriptivo o los significados descriptivos del concepto de libertad. Para este autor, esta tarea analítica era un presupuesto conceptual que debía aclararse de manera previa a cualquier otra discusión sobre la estructuración política de los valores en la sociedad. En este sentido hablan vehementemente las palabras del propio Bobbio cuando afi rmara: 
“¿Qué sentido tendría decir “prefi ero la libertad” si no se establece antes en cuál de los sentidos descriptivos de libertad empleo esta palabra en este contexto?”. Y añade: 
“Una reflexión sobre la libertad sólo tiene sentido si se apoya en un significado descriptivo bien determinado y bien delimitado del término. El significado valorativo viene después, es un significado añadido. El que “libertad” tenga un significado valorativo quiere decir tan sólo esto: 
que cuando empleo este término, indico, además que una cierta situación está determinada en un cierto sentido, que es también una situación “buena”, que recomiendo. Pero lo que cuenta en la refl exión sobre la libertad no es tanto el saber que aquella situación de la que se habla resulta deseable y recomendable, sino qué es lo que el interlocutor desea y recomienda”. 

A responder esta pregunta: qué es lo que el interlocutor desea y recomienda cuando se refi ere a la libertad, dedicó Bobbio encomiables empeños a lo largo de varias décadas. La primera piedra fue puesta tal vez en su artículo de 1954, famoso por su título satírico: De la libertad de los modernos comparada con la libertad de los posteriores. En este bienquisto texto este autor emprendió un trabajo de clarificación y distinción de los diferentes significados descriptivos del término “libertad”. Desde entonces, sostuvo la tesis de que este término tenía sobre todo dos significados descriptivos. 
En primer lugar, aparecía la libertad de tinte liberal, también llamada libertad negativa o no impedimento y que se entendía como la facultad de realizar o no realizar ciertas acciones, sin impedimento externo. Junto a ella, aparecía la libertad democrática, que el autor de Turín denominó también a veces libertad positiva o no-constricción y que definió como el poder de darse leyes a sí mismo. 

Es imposible pasar de largo por el texto de Bobbio de 1954 sin destacar que este autor dejó desde aquel entonces planteados con toda claridad los principales rasgos de la dicotomía entre libertad negativa y libertad positiva, que luego, en el mundo anglosajón, diera gran renombre a Isaiah Berlin. El texto de Berlin, empero, es cuatro años posterior al de Bobbio. Como más adelante veremos, existen ciertas diferentes importantes entre el enfoque de estos dos autores. Con todo, sus coincidencias son también notables. 

Once años después de la publicación de De la libertad de los modernos comparada con la libertad de los posteriores, Bobbio se aproximó de nuevo al concepto de la libertad en el ensayo titulado Kant y las dos libertades. Uno de los aspectos más determinantes de este segundo texto fue la sustitución que Bobbio hace de la forma de denominar el concepto de libertad democrática por el de autonomía. Es bien cierto que en el texto de 1954 Bobbio ya había aludido a la autonomía, a la hora de explicar el concepto de libertad defendido por la teoría democrática. Sin embargo, en el texto de 1962 la autonomía aparece situado en el centro de este segundo significado descriptivo de libertad. 

Posteriormente, en la voz “Libertad” que redactó para la Enciclopedia del Novecento, el concepto de no constricción queda completamente absorbido en la defi nición de la primera libertad, es decir, de la libertad liberal, y se convierte en un aspecto complementario al no impedimento. Paralelamente, la autonomía permanece como significado esencial de la segunda libertad, la libertad democrática. Esta variación se produce porque Bobbio considera en este estadio que tanto la no constricción, como el no impedimento se refi eren a la libertad de acción y que la autonomía se refiere a la libertad de la voluntad. Junto a esta tesis, el filósofo de Turín también reconoce que la dicotomía entre las esferas del actuar y el querer era la más pertinente para distinguir los significados descriptivos de la libertad. 

Por último, en posteriores contribuciones, Bobbio añade un tercer significado a los dos hasta ahora propuestos. Este tercer signifi cado se refiere al entendimiento de la libertad como la capacidad positiva material o poder positivo de hacer lo que la libertad negativa permite hacer. El filósofo de Turín reconoce que este tercer significado es una herencia del socialismo y que sirve de fundamento de los derechos sociales. A él también se refi ere con la denominación de libertad positiva. De este modo, provoca una confusión entre esta categoría y la libertad positiva entendida como autonomía, bien aludida a lo largo y ancho de su obra. 

2. Tres conceptos de libertad 

De acuerdo con lo anterior, para Bobbio, entonces, son relevantes tres conceptos de libertad, que a continuación reconstruiremos. Permítaseme llamar a estos conceptos, de acuerdo con los usos que de ellos hizo con mayor frecuencia este autor: libertad liberal, autonomía y libertad positiva. Para Bobbio, todos estos sentidos del concepto de libertad son legítimos. Cada uno tiene validez en su propio ámbito. Por ello, carece de sentido preguntarse cuál de ellos refl ejaba la existencia de una “verdadera” o una “mejor” libertad. Una pregunta semejante implicaría la absurda aceptación de que “por algún decreto divino, histórico o racional”, existiría “un solo modo legítimo de entender el término libertad y que todos los demás están equivocados”. 

En todo caso, Bobbio aseveró con vehemencia que todos estos sentidos de la libertad representan estados deseables del hombre y que para su clarificación analítica, era pertinente formularse dos preguntas frente a ellos: “¿libertad de quien?” y “¿libertad de que?”. Emprendamos una reconstrucción de estos tres conceptos de libertad. 

a. La libertad liberal 

Libertad liberal es la locución que Bobbio escoge para referirse al concepto de libertad utilizado por la teoría liberal. Este concepto se refi ere a “la facultad de realizar o no ciertas acciones sin ser impedido por los demás, por la sociedad como un todo orgánico o, más sencillamente, por el poder estatal”. Gracias a esta facultad, el individuo puede gozar de una esfera de acción, más o menos amplia, no controlada por los órganos del poder estatal. En ella puede comportarse como “el agua que corre sin cauce”. Este sentido de libertad se compadece con el concepto de acción. Una acción libre es una acción lícita, que puedo hacer o no, porque ella no está impedida. 

Ahora bien, Bobbio enfatiza que la esfera de la libertad liberal está compuesta por el conjunto de acciones no impedidas. En términos de teoría general del derecho, se trata de la esfera de lo permitido, es decir, de lo no obligatorio. Libertad es, en esta acepción, el “espacio no regulado por normas imperativas –positivas o negativas–”. Aquí la libertad tiene la misma extensión que la licitud, la misma extensión de la esfera de lo que está permitido al no estar ni ordenado ni prohibido. Se trata de la libertad negativa, de la esfera de los comportamientos no regulados, y por tanto, lícitos o indiferentes, ya descrita por Montesquieu cuando señalaba que la libertad consistía en hacer todo aquello que permiten las leyes o por Hobbes al apuntar que la libertad era la situación en la que un sujeto actuara según su naturaleza, sin que se lo impidan fuerzas exteriores, en la esfera del ius o de los comportamientos lícitos. 

Es por ello que esta acepción de la libertad se contrapone al impedimento. Lo que busca con ella la doctrina liberal es conseguir “una disminución de la esfera de las órdenes y una extensión de la esfera de los permisos”. En esta dirección, la libertad liberal y su esfera de licitud, traza un conjunto de límites al ejercicio del poder del Estado. La máxima es: 
“El Estado debe gobernar lo menos posible, dado que la verdadera libertad consiste en no verse obstaculizado por un exceso de leyes”. Como correlato, todo ser humano debe tener una esfera de actividad personal protegida contra las injerencias de los poderes exteriores, en particular del poder estatal. 

b. Autonomía 

El concepto de libertad también ha recibido un significado descriptivo, inconfundible con el anterior e insustituible por él, proveniente de la teoría democrática. Desde esta segunda óptica, libertad significa autonomía, es decir, se refiere al “poder de no obedecer otras normas que las que me he impuesto a mí mismo”. Si se quiere, de forma antagónica a la libertad liberal, la autonomía indica que ser libre no significa no tener leyes, sino darse leyes a sí mismo. El demócrata no intenta eliminar todas las barreras posibles a la acción del sujeto, sino “aumentar el número de acciones regidas por procesos de autorreglamentación”.

En términos de teoría general del derecho, este segundo concepto de libertad coincide con la esfera de lo “obligatorio”, si bien no de todo lo obligatorio, sino sólo de “aquello que es obligatorio en virtud de una auto-obligación”. Libertad entonces sería el espacio regulado por normas imperativas, siempre que estas sean autónomas y no heterónomas. 

Entendida con esta acepción, libertad se contrapone a constricción y se compadece no con la acción, como en el caso de la libertad liberal, sino con la voluntad. Como señala Bobbio, “una voluntad libre es una voluntad que se autodetermina”. En esta dirección de la libertad, la máxima es: 
“Los miembros de un Estado deben gobernarse por sí mismos, ya que la verdadera libertad consiste en no hacer depender de nadie más que de uno mismo la reglamentación de la propia conducta”. 

Debe señalarse que una observación detenida del concepto de autonomía indica que con él, Bobbio no se refi ere sólo al ámbito de lo “auto-obligatorio”, sino también a aquello que otros autores como Habermas han denominado autonomía pública, es decir, a la competencia del sujeto para la participación en la democracia. Es en este sentido en que Bobbio sostiene que en virtud de la autonomía, “todo ser humano debe participar directa o indirectamente en la formación de las normas que deberán regular más tarde su conducta en aquella esfera que no está reservada al dominio exclusivo de su jurisdicción individual”. Con todo, en este punto, el énfasis de Bobbio parece en ocasiones inconsistentes, pues a veces se enfoca más en la autonomía de la comunidad democrática y la facultad que ella depara al Estado para imponer sus normas a los ciudadanos y en ocasiones pone más de relieve la facultad del ciudadano de intervenir en la conformación de la voluntad general. 

c. Relación entre la libertad liberal y la libertad democrática 

Bobbio no soslaya que uno de los asuntos más debatidos en la filosofía política ha sido establecer la relación que existe entre las dos libertades antes definidas, es decir, la libertad liberal y la libertad democrática. 

La tesis del autor de Turín señala que es imposible confundir estas libertades, como quiera que cada una se refi ere a un ámbito propio. La teoría liberal define la libertad fundada en una consideración del individuo aislado, mientras que la teoría democrática parte de un individuo en tanto partícipe de una colectividad. Cada una de las teorías responde a una pregunta diferente. El interrogante básico de la libertad liberal es ¿qué significa ser libre para el individuo considerado como un todo independiente?, al paso que la pregunta esencial de la teoría democrática es:
¿qué significa ser libre para un individuo considerado como parte de un todo? A su vez, cada una de estas preguntas se refi ere a un problema de fondo particular. La libertad liberal aborda el problema de los límites de la acción del Estado. Por su parte, a la libertad democrática concierne el asunto de los límites a la legislación no heterónoma. 

Es por esta razón que las dos libertades son inconfundibles e insustituibles. Como Bobbio señala con agudeza, puede existir siempre la una sin la otra: “se puede hablar de una acción limitadora de la libertad, querida libremente”, como cuando un fumador decide no fumar tras una madura reflexión; así como de “una acción libre, cuya libertad no he querido libremente”, como cuando un fumador vuelve a fumar porque ha recibido un permiso de su médico. 

De manera análoga, cada una de estas libertades ofrece ventajas que la otra no puede ofrecer. Así, por ejemplo, la ventaja que brinda la libertad democrática estriba en que si el Estado es cada vez más invasor y esta invasión resulta inevitable, esta segunda libertad intenta “que los límites se conviertan, en la medida de lo posible, en autolimitaciones, en el sentido de que los límites a la libertad vengan señalados por los mismos que deben sufrirlos”. Si no es posible evitar que el ciudadano esté menos impedido que antes, sostiene Bobbio, “tratemos al menos que esté menos constreñido”. 

Sin embargo, este autor es consciente de que las posibilidades de realización de la autonomía son más hipotéticas que reales. Esto sucede porque la democracia real no es directa ni consensual, sino representativa y fundada en el principio mayoritario. Este modus operandi de la democracia implica que debe imputarse las decisiones de los representantes a los representados y que la voluntad de la mayoría también gobierna a las minorías. Por esta razón, debe asumirse conciencia de que aun cuando la libertad liberal haya surgido para combatir al Estado absoluto de la minoría, ella también debe regir para controlar a la mayoría. La suposición de que la extensión del ejercicio del poder de los pocos a los muchos no haría necesario fi jar límites liberales, ha demostrado ser quimérica. Como quiera que esta extensión del ejercicio del poder a la mayoría es institucionalmente imperfecta, subsisten las razones para trazar limites estrictos e independientes al ejercicio del poder público. 

Con todo, y en este aspecto el pensamiento de Bobbio es consonante con el de muchos otros autores – Rawls el más destacado – existe una razón de mayor peso en virtud de la cual debe considerarse a la libertad liberal como un concepto independiente e incluso como un presupuesto de la libertad democrática. Esta razón es el reconocimiento de que la propia voluntad como autonomía presupone una situación de libertad como no impedimento. Como el filósofo de Turín enfatiza: “No puede existir una sociedad en la que los ciudadanos den lugar a una voluntad general en sentido rousseauniano sin ejercitar ciertos derechos fundamentales de libertad”. Si se está de acuerdo en que la autonomía en sentido político consiste en que las normas lleguen ser conformes con los deseos de los ciudadanos, en que las normas que se obedezcan sean íntimamente queridas y proclamadas, debe aceptarse asimismo que para ello es indispensable que los ciudadanos puedan pensar y expresarse libremente sin ninguna clase de impedimentos. 

Todo lo anterior no es óbice para afirmar que las dos libertades son complementarias y que pueden reconducirse a un significado común: el de “autodeterminación”. Como sostiene Bobbio, “la esfera de lo permitido, en definitiva, es aquella en la que cada cual actúa sin constricción exterior, lo que es tanto como decir que actuar en esta esfera es actuar sin estar determinado más que por uno mismo; y, del mismo modo, que un individuo o un grupo no obedezcan otras leyes que las que se han impuesto a sí mismos significa que dicho individuo o dicho grupo se autodetermina”. 
“La libertad como ausencia de impedimentos (obrar como mejor le parezca) coincide con la libertad como autodeterminación (sin depender de la voluntad de ningún otro)”. 

No obstante, aún en el marco de este significado común, existiría una diferencia entre estos dos tipos de libertades. De acuerdo con este autor, la diferencia entre la teoría liberal y la democrática de la libertad podría formularse de la siguiente manera: “la primera tiende a ensanchar la esfera de la autodeterminación individual, restringiendo todo lo posible la del poder colectivo; la segunda tiende a ensanchar la esfera de autodeterminación colectiva, restringiendo todo lo posible la regulación de tipo heterónomo”. 
Es en esta diferencia en donde estas libertades se hacen compatibles y complementarias. La fórmula de las libertades señalaría que: 
“Hasta donde sea posible, hay que dar rienda suelta a la autodeterminación individual (libertad como no impedimento); donde ya no sea posible, tiene que intervenir la autodeterminación colectiva (libertad como autonomía)”. 

d. Libertad positiva 

El tercer sentido en que Bobbio se refi ere al concepto de libertad es el de libertad positiva. De acuerdo con este autor, este concepto surgió a causa de una mutación sufrida por el concepto de libertad a causa de la influencia de las teorías socialistas del Siglo XIX. A causa de esta mutación, también se habla de libertad no para aludir al sentido liberal negativo de la misma, sino cuando se sostiene que la garantía de la libertad debe abarcar también el poder positivo, es decir, la “capacidad jurídica y material de concretar las posibilidades abstractas garantizadas por las constituciones liberales”. 

Este poder positivo o capacidad jurídica y material se refiere explícitamente al poder efectivo que debe tener todo ser humano “de traducir a comportamientos concretos los componentes abstractos previstos por las normas constitucionales que atribuyen este o aquel derecho”.
De forma más explícita, aquí la libertad impone que todo ser humano debe “poseer en propiedad o como parte de una propiedad colectiva los bienes sufi cientes para gozar de una vida digna”. Esta libertad alude a la suficiente capacidad económica para satisfacer algunas necesidades fundamentales de la vida material y espiritual, sin la cuales la libertad liberal sería vacía y la libertad democrática sería estéril. 

Por último debe señalarse que, como el propio Bobbio sostiene, los derechos sociales representan la concreción más adecuada de esta tercera libertad. Es así que este fi lósofo indica que “si sólo existiesen las libertades negativas (...) todos serían igualmente libres pero no todos tendrían igual poder. Para equiparar a los individuos, reconocidos como personas sociales, también en poder, es necesario que se les reconozcan otros derechos como los derechos sociales, derechos capaces de colocarlos en condición de tener el poder de hacer aquello que es libre hacer. 

III. Una crítica de los conceptos de libertad de Bobbio 

Es insoslayable el aporte de Bobbio al esclarecimiento del concepto de libertad mediante las elucubraciones que hemos reconstruido. No obstante, por lo menos tres aspectos de ellas pueden dar lugar a algunas consideraciones críticas. Ellos son: la dicotomía entre libertad negativa y positiva, el hecho de que la libertad negativa no pueda perfi larse como una libertad iusfundamentalmente reforzada y la consideración de los derechos sociales como concreción de la libertad. A ellos nos referiremos a continuación. 

1. Libertad negativa y positiva 

Una primera objeción que puede formularse al sistema de libertades propuesto por Bobbio, es que la diferencia entre libertad liberal y autonomía, en tanto reconstrucción, no consigue refl ejar todos los matices de la diferencia entre libertad negativa y positiva, presente en casi todo el léxico de la libertad desde la antigüedad.

Quizás haya sido Isaiah Berlin quien con mayor brillantez y claridad haya expuesto la dicotomía entre libertad negativa y positiva. Según este concepto, reconstruido Berlin, al sujeto le está atribuida la libertad de acometer sólo aquellas conductas que sean razonables y necesarias. Como es sabido, este concepto de libertad es el que aparece en las doctrinas religiosas, morales y éticas que buscan la salvación o la perfección del hombre. Es así como, por ejemplo, en el evangelio de Juan, Jesús pregona que la esclavitud proviene del pecado y la libertad surge de conocer y practicar la palabra. La verdad nos hace libres, aquella verdad en donde aparece lo único razonable y debido. 

En el campo jurídico, este concepto de libertad ha sido la libertad ofi cial de los regímenes autoritarios y totalitarios. Si rememoramos nuestra historia constitucional, observaremos que este interrogante resulta del todo pertinente. Durante aciagos períodos de nuestra vida política, el concepto de libertad positiva ha sido impuesto de facto como el concepto constitucional de libertad. Esto ha tenido lugar, sobre todo cuando el fundamentalismo católico se ha hecho con el poder político y ha confundido al Estado con la Iglesia y al ciudadano con el feligrés, sin duda para atribuirse el monopolio de la determinación del contenido de la libertad observada desde el punto de vista religioso, y para fijar también el contenido de la libertad política y jurídica. 

En la filosofía política, junto al concepto de libertad positiva siempre ha existido el de libertad negativa. De acuerdo con este último concepto, el individuo no sólo es libre de hacer lo razonable o necesario, sino libre de hacer o dejar de hacer lo que quiera, sin intervenciones externas provenientes del Estado o de otros individuos. Este concepto también tiene raíces en la antigüedad. De él es una clara manifestación la cita de Deuteronomio, en que Dios declara haber puesto delante del hombre “la vida y el bien, la muerte y el mal”, y de este modo, haberlo dotado de libertad para elegir en todo momento su propio rumbo. Se trata de la libertad de arbitrio proclamada por Kant y entendida como “la independencia de la determinación” de cada cual por sus impulsos sensibles. Como el propio Kant aclara, esta concepción de la libertad jurídica como libertad negativa no elimina la libertad positiva, sino que la reserva para el fuero interno del individuo, para su órbita como creyente, como laico o como sujeto ético. 

Esta libertad se aparta de cualquier interpretación perfeccionista. Ella garantiza un ámbito reservado al individuo, un espacio para la toma de sus decisiones vitales –en el sentido de Locke–, correlativo a un ámbito en donde el poder está ausente –en el sentido de Hobbes–. Se trata de una libertad negativa, porque en su ámbito se niega el poder externo, la heteronomía. 

Es evidente que la reconstrucción de libertad liberal de Bobbio sí logra reflejar por entero y con toda precisión el sentido de la libertad negativa. Sin embargo, su concepto de autonomía no puede dar cuenta de aquello que traduce la libertad positiva. Darse normas a sí mismo es algo diverso a la idea defendida por los filósofos de la libertad positiva, de que el individuo sólo puede hacer lo bueno y lo razonable. Es bien cierto que la libertad negativa no puede ser de ningún modo el concepto adecuado de libertad en un Estado Constitucional de Derecho. No obstante, esto no le resta su importancia como concepto de libertad en los ámbitos de la ética y de la moral y no sirve como argumento para negar que, aunque deplorablemente, ha sido para muchos pensadores autoritarios el concepto político y jurídico adecuado de libertad. La libertad positiva es un significado descriptivo de la libertad que el concepto de autonomía no logra expresar. 

2. Libertad iusfundamentalmente reforzada 

Una segunda objeción estriba en que el concepto de libertad negativa defendido por Bobbio se identifi ca con el conjunto de conductas irrelevantes para el derecho y es en cierto sentido incompatible con la idea de una libertad iusfundamentalmente reforzada, como aquella que las Constituciones suelen proteger bajo el derecho al libre desarrollo de la personalidad.

Es bien cierto que la libertad negativa tiene un contenido universal, que comprende todas las opciones humanas que puedan ser emprendidas, es decir, todas las conductas posibles. Por ende, el número de esas conductas es infinito y se extiende desde asuntos tan triviales como beber un vaso de agua, hasta asuntos tan complejos como crear una red de servidores de Internet. Asimismo, el objeto de la libertad evoluciona con los tiempos, se recrea, cambia y por ello se escurre a las previsiones de todo poder jurídico, por más visionario y garantista que éste pueda ser. Por esta razón, muchos de los contenidos de la libertad negativa no pueden ser siquiera previstos por el Constituyente ni por el Legislador, mediante prohibiciones, mandatos o permisos. Dentro de este ámbito se enmarcan asuntos tan heterogéneos como la posibilidad de contraer matrimonio, vivir en unión libre o permanecer soltero, ser madre, elegir el propio nombre, escoger la opción sexual, definir la apariencia o la clase de educación que se quiera tener o el procedimiento médico que se está dispuesto a aceptar cuando se está enfermo. Todas estas posibilidades que conforman aquella parte de la libertad no comprendida en las libertades constitucionales específicas, se incluyen entonces dentro del contenido del derecho al libre desarrollo de la personalidad, que en este sentido, se erige como cláusula general residual de libertad. La libertad negativa abarca todo el espectro de todas las conductas humanas posibles en el pasado, ahora y en el futuro. Dentro del Estado de Derecho, la libertad negativa cumple la función de cláusula de cierre del ordenamiento jurídico. Por efecto de esta cláusula, todo lo que no está prohibido por la Constitución o por las normas jurídicas de inferior jerarquía está permitido, o sea, representa una posición jurídica de libertad. 

La pregunta, sin embargo, es ¿qué status jurídico tiene esta cláusula general residual de libertad, es decir, la libertad negativa dentro del Estado Constitucional? 

En el modelo del Estado Liberal, el contenido de esta cláusula era el ámbito del agere licere. Por agere licere se entiende aquello a lo que se refi ere Bobbio, es decir, el espacio compuesto por todas las acciones irrelevantes para el derecho, o, en otros términos, las acciones que aún no han sido objeto de regulación jurídica. El conocido mito liberal sobre la fundación de la sociedad civil a partir del estado de naturaleza ofrecía un sustento idóneo para considerar las acciones irrelevantes o no reguladas como acciones libres. La libertad natural, inherente al hombre, debía ser aún en la sociedad civil la regla general y por ello, junto a las acciones prohibidas, ordenadas o permitidas por el derecho, las acciones naturales no reguladas aparecían como acciones libres. 

No obstante, se trataba de una libertad natural, no protegida jurídicamente. El ámbito de agere licere estaba expuesto a las inminentes intervenciones del poder público. Ni el Legislador ni la Administración conocían límites para imponerle restricciones. El resultado incuestionable de cualquier restricción era el cambio automático en el status de la conducta. Así, por ejemplo, si una ley prohibía u ordenaba una conducta hasta entonces irrelevante, esta regulación era incuestionable. Contra ella no valía ningún argumento. Los demás poderes públicos y los particulares estaban sujetos a sus prescripciones. La libertad había desaparecido, se había negado, había devenido una no-libertad. 

La única forma en que el agere licere se volvía resistente a las intervenciones del poder público, era mediante su transformación en un permiso legislativo. Cuando el Legislador permitía una conducta naturalmente libre, la libertad se reforzaba, se convertía en una libertad jurídicamente protegida. En este caso, ni la Administración ni los particulares podían prohibir u ordenar lo ya permitido por el Legislador, no podían obstaculizar el ejercicio de la libertad reforzada por el derecho. Sin embargo, el contenido del agere licere nunca podía ofrecer resistencia a los designios legislativos. Razón tenía entones Montesquieu al definir la libertad mediante su conocida fórmula: “la libertad es el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten”. 

Este panorama se modifica sustancialmente en el Estado Constitucional con la introducción del derecho al libre desarrollo de la personalidad. Esta introducción implica la constitucionalización del ámbito de agere licere y este hecho tiene consecuencias del hondo calado. En primer lugar, se constitucionaliza todo el ámbito de la libertad negativa que no se encuentra contenido en las libertades específi cas. Como consecuencia de ello, y en segundo lugar, la regulación de todo este ámbito deja de estar a expensas de las intervenciones del poder público y, en especial, a expensas del Legislador. Ya no se trata de la libertad en la medida de la ley, sino de la ley en la medida de la libertad. La ley deja de defi nir el ámbito de la libertad resistente a las intervenciones del poder público. Muy al contrario, el respeto de la libertad constitucionalizada comienza a ser la medida de la validez de la ley, de los actos administrativos y judiciales y de las conductas de los particulares. Sólo merecen tener validez en sentido material las normas jurídicas que sean respetuosas de la libertad constitucional. 

De esta manera, el ámbito de agere licere desaparece como tal y el contenido de la cláusula general de libertad se transforma en el contenido del derecho al libre desarrollo de la personalidad. Este derecho comienza a concebirse entonces como un verdadero derecho fundamental general de libertad. Finalmente, desaparece del horizonte del derecho el espectro de las conductas jurídicamente irrelevantes. Toda libertad aún no regulada por el Estado forma parte, por lo menos prima facie, del contenido del derecho al libre desarrollo de la personalidad. Las libertades aún no reguladas se suman a las libertades expresamente protegidas por la Constitución y conforman el conjunto de lo constitucionalmente permitido prima facie. Mientras en el Estado liberal todo lo que no está prohibido está permitido como parte de la libertad natural, sin ninguna protección jurídica, en el Estado Constitucional todo lo que no está prohibido u ordenado por la Constitución, está permitido prima facie por las libertades constitucionales específicas o, de manera residual, por el derecho al libre desarrollo de la personalidad. Toda libertad natural es ahora relevante para la Constitución, es una libertad constitucionalmente protegida. 

Por todo lo anterior, debe decirse que el concepto de libertad negativo de Bobbio resulta refutable desde el punto de vista de la fi losofía jurídica, en cuanto refl eja con exclusividad la existencia de un agere licere pero no da cuenta de la existencia de un derecho general fundamental de libertad. 

3. ¿Son los derechos sociales derechos de libertad? 

Por último, parece refutable el tercer concepto de libertad de Bobbio, como poder de disposición de los medios materiales para el ejercicio de la libertad. En este aspecto, este aspecto parece formular la tesis de que los derechos sociales deben entenderse como derechos de libertad o, dicho en sentido contrario, que una de los signifi cados de la libertad se concreta en los derechos sociales. 

Más coherente resulta plantear: o bien que la garantía de los derechos sociales es una garantía de la libertad; o que los derechos sociales tienen una fundamentación independiente. En todo caso, lo que no parece consistente es atribuir a estos derechos el status de significados de la propia libertad. 

Sobre este aspecto debe decirse que dentro del esquema del Estado Social de Derecho, los derechos sociales pueden fundamentarse de dos formas: 
de forma independiente o como medios para garantizar el ejercicio real de las libertades. 

E. Tugendhat ofrece una notable fundamentación filosófico política independiente de los derechos sociales dentro del concepto del Estado Social de Derecho. La idea central de Tugendhat señala que, para responder la pregunta acerca de qué derechos debe tener una persona, “sólo puede ser fundamental el concepto de necesidad”. De acuerdo con este autor, los derechos fundamentales establecen reglas de cooperación social que trazan las condiciones en las cuales se desarrollan los vínculos entre los individuos y entre estos y el Estado. El contenido de estas reglas de cooperación no es inmutable, sino que se asigna en cada época, de acuerdo con los valores e intereses predominantes o de conformidad con las reivindicaciones que se imponen como resultado de las luchas sociales. De esta manera, se entiende que la convicción liberal, según la cual los derechos fundamentales se traducen únicamente en deberes estatales de abstención, no es sino un reflejo del pensamiento burgués que echa sus raíces en el contractualismo ilustrado. El pensamiento burgués presupone que la sociedad está integrada por individuos dotados de un elevado grado de poder; de adultos, aptos para el trabajo, capaces de satisfacer por sí mismos sus necesidades y de emprender proyectos útiles para sus intereses. La única necesidad que tiene este conjunto de individuos, exitosos y autónomos en sentido kantiano, es la de protegerse de los ataques externos. El credo en la autosufi ciencia del hombre permite fundamentar un sistema de derechos compuesto exclusivamente por obligaciones de abstención, que busca proteger al sujeto de toda intervención exterior.

Tugendhat se esfuerza por mostrar que esta idealización de la sociedad presupuesta por el liberalismo no se compadece con la circunstancia real de que “grandes sectores de la comunidad no pueden valerse por sí mismos”. El sistema de derechos fundamentales no puede sostenerse sobre la presunción errada de que la sociedad está conformada enteramente por individuos capaces, autónomos y autosufi cientes, que además intervienen en condiciones de igualdad en la toma de decisiones políticas. Es imperioso reconocer que el liberalismo presupone más individuos capaces de ser ciudadanos libres, de los que existen en la práctica. 

Ante este desfase de la concepción burguesa, Tugendhat sugiere construir un sistema de derechos fundamentales que se arraigue en el concepto de necesidad. La idea de necesidades inherentes al hombre no es por entero incompatible con el liberalismo. Por esta razón, puede enmarcarse dentro del Estado Social de Derecho. Detrás de las nociones de libertad negativa y de autonomía, que fundamentan la concreción de los derechos fundamentales en deberes de abstención, subyace también el reconocimiento de que el individuo tiene la necesidad de elegir y de decidir su propio rumbo. Ejercer la libertad es también una necesidad humana. No obstante, la idea de necesidad se extiende sobre otros planos, soslayados por el pensamiento burgués. Esta idea pone de relieve que la situación de carencia de los bienes indispensables para subsistir y para ejercer las libertades, en que se encuentran vastos sectores de la población de los Estados, es un hecho de relevancia social. Ninguna sociedad que pretenda buscar la justicia puede dejar la satisfacción de las necesidades básicas, que comienzan por la alimentación, a los resultados del azar económico. 

De lo anterior se sigue que el imperativo de satisfacer las necesidades básicas de toda la población da origen a ciertas reglas de cooperación que también integran el contenido de los derechos fundamentales. Estas reglas de cooperación desarrollan el principio de solidaridad, conforman los derechos fundamentales sociales y prescriben deberes de actuar que tienen un doble efecto de irradiación. Dichos deberes se proyectan en primer lugar sobre el propio afectado – a quien su status inicial como persona autónoma impone una obligación de autoayuda –, y sobre sus familiares y allegados, quienes tienen con el afectado un vínculo de solidaridad muy estrecho. Sin embargo, si estos deberes positivos no pueden ser satisfechos en esta primera instancia, se traspasan, de modo subsidiario, a todos y cada uno de los miembros de la sociedad, que se aúnan en el Estado para procurar el correspondiente deber prestacional que satisfará el derecho social. 

La doble irradiación de los deberes que emanan de los derechos sociales, defendida por Tugendhat, reviste la ventaja de que concilia el imperativo de satisfacer las necesidades básicas de cada individuo, con su consideración como sujeto autónomo y capaz. De esta manera, a su vez, los derechos sociales se hacen compatibles con las libertades dentro del marco del Estado. La doble irradiación indica además cuál es el enfoque preferente que deben adoptar las prestaciones estatales tendientes a satisfacer los derechos sociales. Estas prestaciones deben intentar de manera prioritaria brindar a la persona las condiciones necesarias para que se ayude a sí misma, para que pueda velar por su propia subsistencia. Por esta razón, en lo posible, las prestaciones públicas deben ser temporales y deben estar encauzadas a conseguir que los sujetos benefi ciarios desarrollen su propia autonomía. Asimismo, la concepción de las necesidades básicas muestra que tanto en las libertades como en los derechos sociales, los derechos tienen prioridad frente a los deberes. Así como la necesidad del individuo de ejercer su libertad fundamenta el correlativo deber de abstención del Estado y de los particulares, la necesidad individual de disponer de la procura existencial y de los bienes mínimos para ejercer la libertad fundamenta el correlativo deber de prestación, también a cargo de los demás individuos y, en última instancia, del Estado. 

Mediante el concepto de persona como sujeto titular de un conjunto de necesidades, Tugendhat ofrece una fundamentación independiente de los derechos sociales. Una fundamentación independiente es aquélla que considera los derechos sociales como fines en sí mismos, y no meramente como presupuestos o medios indispensables para el ejercicio de las libertades o de los derechos políticos. Es bien sabido que justamente este tipo de fundamentación instrumental de los derechos sociales ha prevalecido en la filosofía política y en la dogmática constitucional. Alexy ha sostenido, por ejemplo, que “el argumento principal a favor de los derechos fundamentales sociales es un argumento de libertad”. Según este autor, el argumento de libertad señala, en primer lugar, que “la libertad jurídica para hacer u omitir algo sin libertad fáctica (real), es decir, sin la posibilidad fáctica de elegir entre lo permitido, carece de todo valor”; y en segundo término, que “bajo las condiciones de la moderna sociedad industrial, la libertad fáctica de un gran número de titulares de derechos fundamentales no encuentra su sustrato material en un ámbito vital dominado por ellos, sino que depende esencialmente de actividades estatales”. En otros términos, Alexy resalta que la satisfacción por parte del Estado de las necesidades aparejadas a los derechos sociales representa un medio indispensable para el ejercicio de la libertad jurídica. En razón de este nexo instrumental, concluye, debe considerarse que la libertad jurídica se amplía e incluye a los derechos sociales en su ámbito garantizado, o sea, que los derechos sociales deben ser considerados como derechos fundamentales en virtud de su función a favor de la libertad. 

Del mismo modo, Böckenförde ha apuntado que los derechos fundamentales sociales encuentran su justifi cación “ciertamente no como contra-principio frente a los derechos fundamentales de libertad, sino a partir del propio principio del aseguramiento de la libertad”: “Si la libertad jurídica –ha escrito este autor– debe poder convertirse en libertad real, sus titulares precisan de una participación básica en los bienes sociales materiales; incluso esta participación en los bienes materiales es una parte de la libertad, dado que es un presupuesto necesario para su realización”. 
Del mismo modo, otros autores han reivindicado la fundamentación de los derechos sociales como medios no sólo para el ejercicio de las libertades, sino también de los derechos políticos. Únicamente a título de ejemplo, valga traer a colación el papel que los derechos sociales juegan en la concepción de Habermas, como medios para el disfrute en condiciones de igualdad de los derechos individuales y políticos. Asimismo, Gomes Canotilho ha aducido como argumento a favor de la atribución de la mayor fuerza jurídica posible a los derechos sociales, que “por debajo de un cierto nivel de bienestar material, social, de aprendizaje y de educación [que ellos garantizan], las personas no pueden tomar parte en la sociedad como ciudadanos, y mucho menos como ciudadanos iguales” (El énfasis es nuestro). En contra de estas concepciones instrumentales, Tugendhat sugiere que los derechos sociales deben ser considerados como fines en sí mismos. A juicio de este autor, la idea de que la libertad representa el único fin del sujeto digno de protección en el Estado Constitucional, es una derivación del mito burgués del Estado de naturaleza, en el cual se considera al hombre como un ser dotado de libertad absoluta. La gran deficiencia de este mito estriba en que idealiza a un hombre que no existe, a un “Robinson Crusoe”, capaz de subsistir aislado en un mundo sin contacto con los demás, y olvida que “ningún individuo habría podido sobrevivir jamás si no hubiera nacido dentro de una comunidad”. En el mundo real, todos los individuos pasamos por lo menos por una etapa (la niñez), en la cual no somos capaces de velar por nosotros mismos. Esta circunstancia se repite en la vejez y para muchos es una constante durante toda su existencia. Los deberes de solidaridad correlativos a los derechos sociales, que favorecen a quienes no pueden velar por sí mismos, no tienen como fin prioritario patrocinar el ejercicio de la libertad, sino proveer lo necesario para la subsistencia del individuo en condiciones dignas. 

Según Tugendhat, lo que en realidad importa es reconocer que el hombre tiene determinadas necesidades que le son inherentes, y cuya satisfacción es uno de los fines principales de la comunidad política. Dichas necesidades fundamentan los derechos sociales (que propenden a satisfacer las necesidades materiales, vitales y físicas), los derechos de libertad (que intentan colmar las necesidades que subyacen al ejercicio de la libertad), y los derechos políticos (relativos a las necesidades de cooperación política con los demás individuos). De acuerdo con este autor, entonces, las normas que tipifican los derechos sociales no son sólo un medio para la realización de la libertad; dichas normas tienen la fi nalidad propia de ofrecer a todos los individuos las condiciones mínimas para satisfacer sus necesidades básicas y para sobrellevar una existencia digna. Los derechos fundamentales sociales revisten, en este sentido, el carácter de derechos atribuidos sobre todo a quienes carecen. 

No obstante, a nuestro modo de ver, la tesis de la fundamentación independiente defendida por Tugendhat no resulta contradictoria, sino complementaria, con la idea de una fundamentación instrumental de los derechos sociales. Este nexo de complementariedad se produce en razón de que el ámbito de los derechos sociales tiene un contenido bastante amplio, que abarca no sólo las disposiciones tendentes a garantizar un mínimo existencial para el individuo, sino también las normas que conforman la dimensión prestacional de las libertades y de los derechos políticos. 

Si analizamos estos planteamientos y los comparamos con la idea de libertad positiva de Bobbio, tendremos que resaltar la intuición de este autor, encaminada a fundamentar los derechos sociales como presupuesto para la realización de la libertad liberal o libertad en sentido negativo. Con todo, la distinción entre categorías es clara, por lo cual, resulta impropio referirse al derecho a disponer de los medios necesarios para ejercer la libertad también con el concepto de libertad.

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Bobbio, Norberto - Teoría General de La Política by Luis E. Hernández