EL Rincón de Yanka: 2025

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martes, 8 de julio de 2025

LIBRO "LA CRIOLLA PRINCIPAL": MARÍA ANTONIA BOLÍVAR PALACIOS, LA HERMANA REALISTA DEL LIBERTADOR 🙋 por INÉS QUINTERO

 La criolla principal

INÉS QUINTERO

Como María Antonia Bolívar, este libro ya tiene una página en la historia de Venezuela. Una vida de estremecimientos, desazones y enterezas, convicciones y enfrentamientos, llena de intensidad cada párrafo de esta obra deliciosa y apasionante. Atrapada en una coyuntura que cambió la existencia de todos, esa mujer olvidada por la epopeya de los relatos oficiales reaparece aquí para dejarnos en claro que aquellos tiempos no pueden reducirse a explicaciones simplistas y maniqueas. Fueron años complejos y ardientes, cimbrados por decisiones que transformaron el horizonte y las cotidianidades. Monárquica confesa, luchó armada de sus verdades ante los embates libertadores de su hermano. Estoica y firme en sus posiciones, le tocó la suerte de los perdedores y se vio arrastrada, como tantos otros, a la vida republicana. María Antonia es el emotivo ejemplo de que llevar el apellido Bolívar no representó una misma forma de pensar ni de vivir esos momentos de vértigo y trastorno. Con más de 15000 ejemplares vendidos, «La criolla principal» es un libro de historia revelador que nos devuelve un pasado diferente al que suele ser confiscado entre héroes y versiones oficiales.

INTRODUCCIÓN

Es poco lo que se conoce sobre la vida de María Antonia Bolívar. La referencia ineludible sobre su persona es aquella que nos remite al consejo que le diera a su hermano, Simón Bolívar, cuando le advirtió que no aceptase la oferta que le hacían quienes pretendían coronarlo y le manifestó que, por ningún motivo, renunciase a su título de Libertador. 

Este episodio está presente en los escasos y breves escritos que dan cuenta de la vida de María Antonia. El padre Carlos Borges, en el acto inaugural de la Casa Natal del Libertador, al referirse al valor y trascendencia de este «histórico» consejo, comentó entusiasta en su discurso: «...¡¿Dónde encontró esta sublime caraqueña la pluma de Plutarco?!». 

Vicente Lecuna, estudioso de la obra del Libertador, no se quedó atrás y lo calificó como un «concepto soberbio» y como la más clara demostración de la «magnanimidad» y «grandeza moral» de María Antonia. El mismo Lecuna, al referirse a la hermana mayor de los Bolívar Palacios, aun cuando afirma que en un comienzo no compartió los ideales de su hermano ya que fue partidaria del rey, señala que era una mujer de «ideas elevadas, un gran sentido político y acendrado amor patrio».1

Otro acucioso investigador de nuestro pasado, el señor Manuel Landaeta Rosales, también se animó a emitir su opinión sobre María Antonia: «... era una mujer altiva, inteligente y de gran patriotismo».

La Revista de la Sociedad Bolivariana, al cumplirse el primer centenario de la muerte de María Antonia, en 1942, le dedicó unas páginas y en ellas estampó el panegírico de la «hermana devota del Héroe», tributo de admiración «a la memoria de esta mujer ejemplar».

Tres décadas más tarde, Irma De Sola Ricardo en su discurso de orden ante el Concejo Municipal del Distrito Federal, en ocasión de conmemorarse el Día Internacional de la Mujer, rindió homenaje a María Antonia Bolívar por la «indudable influencia que tuvo en la decisión más trascendental del Libertador», y la describió como una mujer de acendradas tradiciones religiosas, dedicada a su hogar y capaz de incursionar con resolución en la agricultura, en la administración de sus haciendas, en litigios judiciales y en la contienda pública. Era María Antonia, en palabras de la señora De Sola «... la heroína civil de las mil batallas cotidianas».

En cada uno de los escritos mencionados, todos los autores destacan el enorme afecto que unía a los dos hermanos. Dice Lecuna: «... nunca dejaron de amarse como buenos hermanos». Afirma Landaeta: «Bolívar siempre la [...] ensalzó, admiró y colmó de elogios bien merecidos dándole el nombre de madre»; y refiere la señora De Sola el recíproco cariño que unía a ambos hermanos. Hasta aquí no hay fisuras en la apreciación de esta pariente del Libertador; todos coinciden en que se trató de una mujer noble, patriota, devota de su hermano y quien supo encaminarlo y recomendarle lo que más le convenía. 

Más allá de estos apologéticos comentarios, no hay mayores noticias sobre la vida de María Antonia Bolívar. 

Otra obra sobre la misma dama nos da una versión totalmente opuesta. Se trata del libro de Paul Verna titulado María Antonia y las minas de Aroa. Pues resulta que el señor Verna discrepa por completo de las opiniones emitidas por el padre Borges, Vicente Lecuna, Manuel Landaeta Rosales y la señora Irma De Sola Ricardo. 

Referido de manera exclusiva al tema de la administración de las minas de Aroa por parte de María Antonia como apoderada del Libertador, Verna no se inhibe a la hora de fustigar y criticar duramente a la hermana de Bolívar. En opinión de Verna, María Antonia era una mujer «díscola» que enredó intencionalmente el negocio de las minas para quedarse con ellas luego de la muerte del Libertador. Denuncia sus «turbios manejos», cuya única motivación era impedir la venta de la propiedad a los ingleses. La califica de testaruda, avara, torpe, codiciosa, embrollosa y considera que se ha pretendido erigir una versión idílica de esta mujer cuando, según Verna: «... la verdad, la pura verdad (sin quitarle los méritos o las cualidades que pudiera tener) es que María Antonia era una mujer interesada, una persona aprovechada, avara y egoísta que sabía esconder muy bien a los ojos de su hermano la inmensa codicia que la devoraba».

Rechaza Verna la idea de su acendrado patriotismo. No fue nunca el tricolor glorioso la bandera de María Antonia. Por el contrario, su bandera será siempre «... la de sus intereses económicos, de la riqueza, del dinero. Su única bandera será la codicia y la codicia de María Antonia no tenía límites. De los tres colores del estandarte patrio, solo del primero que recordaba el oro, parecía haber hecho su símbolo».

La obra de Verna no ofrece detalles biográficos; no nos dice cuáles eran sus virtudes, si las tenía, o dónde nació, si tuvo hijos, qué tipo de vicisitudes padeció, cómo se desenvolvió su existencia. El interés primordial del autor es convencer al lector de que María Antonia era una mujer perversa que se aprovechó de la confianza de su hermano para salirse con la suya en el caso de las minas de Aroa. 

La existencia de esta mujer, en la obra de Verna, queda resumida en un párrafo que más que una descripción biográfica es una condena: 

... La vida de María Antonia será no solo la de una mujer de negocios, de una contadora que piensa y vive únicamente por aumentar las onzas de oro y los macuquinos de plata que duermen en su cofre, sino también la de una mujer desagradable e intrigante.

De acuerdo con la versión que nos brinda este autor, no hay nada rescatable en la biografía de la hermana del Libertador: no quería a su hermano, no fue patriota y solo la distinguían su avaricia y su mala intención. 

Las numerosísimas biografías de Simón Bolívar no son de mucho auxilio a la hora de tratar de conocer mayores detalles sobre la vida de María Antonia; la mayoría ni siquiera la mencionan y, cuando lo hacen, es para referirnos el mismo episodio del consejo «histórico» sobre el tema de la corona, o cuando se ocupan de describirnos su cuadro familiar y mencionan que tuvo dos hermanas, María Antonia y Juana, y un hermano, Juan Vicente.

Una excepción es la obra Bolívar, de Salvador de Madariaga, quien insiste sobre el tema de las ideas políticas de María Antonia, refiere su rechazo a la Independencia y da cuenta de las profundas reservas que tenía respecto a la conducta política de su hermano menor. Inclusive, Madariaga incorpora en el apéndice documental de su obra las representaciones que dirige María Antonia a las autoridades españolas en las cuales deja clara su posición respecto a la Independencia y solicita al rey de España que le conceda una pensión. No obstante, la obra de Madariaga tiene como propósito narrarnos la vida de Simón Bolívar y no la de su hermana María Antonia, de forma tal que no se extiende sobre los trámites que ocupan a la dama en cuestión. 

Es, pues, esta contradictoria percepción sobre María Antonia, así como la ausencia casi absoluta de información sobre su biografía, lo que me animó a escribir el presente libro. 

Indagar cómo fue la vida de María Antonia Bolívar, cuándo se casó, cuántos hijos engendró, qué impacto tuvo sobre su existencia el estallido de la Independencia, cómo reaccionó frente a la guerra, qué tipo de iniciativas tomó, cuáles eran sus angustias, cuáles fueron sus padecimientos, cómo era la relación con su hermano, con sus hijos, con los otros miembros de la familia, cuáles eran sus opiniones políticas, su actitud frente a su propia circunstancia, sus temores, sus determinaciones. Reconstruir cómo se desenvolvió su existencia a su regreso del exilio, sus criterios y manejos a la hora de defender el patrimonio familiar, su labor como apoderada de su hermano, sus tormentos frente al desorden y la anarquía, sus preocupaciones. Averiguar qué pasó con María Antonia cuando se inició la reacción antibolivariana, cómo transcurrió su existencia después de la muerte de su hermano, cómo se manejó con el reparto de la herencia, cuál fue el desenlace de los pleitos entre los herederos, cómo fue su vejez, de qué manera afrontó la soledad y cómo le llegó la muerte.

Sin embargo, mi interés por escudriñar en la vida de María Antonia forma parte de un área de investigación más amplia. Desde hace más de una década me he interesado por el estudio de nuestro proceso de Independencia y uno de los aspectos que más me han llamado la atención es la enorme contradicción que representó para la élite criolla, promotora de la Independencia, romper de manera tan drástica con los valores y principios que había sostenido y defendido en los años precedentes. 

En efecto, los criollos principales, instigadores fundamentales de la ruptura con la Madre Patria, hasta el año de 1810 no se animaron a cuestionar el vínculo que los unía con la Corona española; por el contrario, fueron muchas y representativas sus expresiones de lealtad a la monarquía y su inquebrantable determinación de impedir por diferentes medios el desmantelamiento del orden antiguo de la sociedad. Así lo hicieron cuando se negaron a admitir la Real Cédula de 1789 que regulaba el trato a los esclavos; cuando se opusieron a la aplicación de la Real Cédula de Gracias al Sacar en 1795; en ocasión de rechazar la conspiración de Gual y España en 1797; cuando condenaron la expedición de Miranda en 1806 y dos años más tarde, en 1808, cuando se apresuraron a constituir una junta para defender la integridad de la monarquía española en respuesta a la ocupación napoleónica de España y la destitución de los reyes borbones. 
Mi libro 1808. La conjura de los mantuanos. Último acto de fidelidad a la monarquía española (UCAB, 2002), da cuenta de este último episodio. 

Revisando los documentos referidos a cada uno de estos temas y problemas, tuve ocasión de toparme con un material poco conocido y de especial interés: las representaciones escritas por María Antonia Bolívar a las autoridades españolas para dejarles saber su rechazo a la Independencia y su condena a la dirección política del movimiento por parte de su hermano. Igualmente, tuve oportunidad de revisar la correspondencia personal de María Antonia a Simón Bolívar, así como las respuestas de este a las misivas de su hermana.

Este material epistolar y documental me animó a considerar que quizá podía resultar llamativo recuperar y analizar el testimonio de una criolla principal sobre los hechos de la Independencia, máxime cuando se trataba de alguien como María Antonia Bolívar quien, además de oponerse a la Independencia, se encontraba directamente emparentada con el protagonista estelar del movimiento. 

Fue así como surgió el proyecto de elaborar un trabajo breve sobre esta singular relación entre una mantuana, enemiga de la Independencia, y su hermano, el Libertador, figura emblemática de la ruptura con España. 

La intención era redactar una introducción al material epistolar entre ambos hermanos. Sin embargo, a medida que fui recabando información, el proyecto original dejó de ser una introducción para un epistolario y se convirtió en una biografía de María Antonia Bolívar. 

El presente libro forma parte, pues, de lo que ha sido y sigue siendo mi área de investigación y como tal es el resultado de una profusa y larga acumulación de lecturas y reflexiones sobre la complejidad de nuestra fundación como nación independiente. Sin embargo, el material documental que sostiene la investigación es, fundamentalmente, el escrito por María Antonia Bolívar. 

La «Representación a la Real Audiencia de Caracas» escrita desde Curazao el 28 de agosto de 1816 y la «Información promovida por María Antonia Bolívar sobre acreditar su conducta en los calamitosos días que turbaron la tranquilidad de la provincia de Caracas» fueron tomadas del Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n.º 131, tomo XXXIII, julio-septiembre, 1950. La mayor parte de la correspondencia de María Antonia a su hermano está reproducida en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n.º 62, 1933, pp. 265-298, Y en la obra preparada por Vicente Lecuna, Papeles de Bolívar, Caracas, Litografía del Comercio, 1917.

La correspondencia del Libertador a María Antonia se tomó de las Obras Completas de Simón Bolívar, La Habana, Editorial Lex, 3 tomos, 1950, y de la compilación de toda su correspondencia preparada por Vicente Lecuna, Cartas del Libertador corregidas conforme a los originales, Caracas, Litografía del Comercio, 1929- 1930, 10 vols. Otros documentos fueron tomados del apéndice documental que incluye Salvador de Madariaga en su Bolívar, tomo II, pp. 646-652. 

Para la reconstrucción del ambiente familiar, de la infancia y adolescencia de María Antonia, los datos de su linaje y prosapia, fueron de especial utilidad los mismos trabajos de Lecuna sobre la familia del Libertador en la obra ya referida Papeles de Bolívar y en el completo estudio titulado Catálogo de errores y calumnias en la historia de Bolívar, Nueva York, The Colonial Press Inc., 1956. Sobre el linaje de las familias Bolívar y Palacios fue de especial utilidad la obra de Rafael Fuentes Carballo, Estudios sobre la genealogía del Libertador, Caracas, Publicaciones de la Primera Entidad de Ahorro y Préstamo de Caracas, 1975; el libro de Luis Alberto Sucre, Historial genealógico del Libertador, Caracas, 1930, y también un largo ensayo de Felipe Francia sobre «La familia Palacios», publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, enero-marzo de 1946, n.º 113, pp. 61-90. 

La recreación de la época de la Independencia y los sucesos que rodean los primeros años de la guerra resultó más sencilla, ya que se trata de fuentes documentales, testimoniales y hemerográficas que he tenido ocasión de trabajar con anterioridad. Son, pues, de primera importancia los volúmenes de la Gaceta de Caracas, primer periódico editado en Caracas desde el año de 1808; la obra de José Félix Blanco y Ramón Azpúrua, Colección de documentos para la historia de la vida pública del Libertador, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1979, XV volúmenes; el testimonio de José Domingo Díaz, criollo activista del partido del rey, Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1961; la ineludible obra de Caracciolo Parra Pérez, Historia de la Primera República, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1959, 2 tomos; la clásica Historia constitucional de Venezuela de José Gil Fortoul, Caracas, Editorial Las Novedades, 1962, 3 tomos; el detallado Resumen de la historia de Venezuela de Rafael María Baralt, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1983, tres volúmenes; y como obra auxiliar para la reconstrucción del año 1814, el breve estudio de Juan Úslar Pietri. Historia de la rebelión popular de 1814, Madrid, Caracas, Editorial Mediterráneo, 1972. 

Para los años posteriores al regreso de María Antonia, además de sus cartas, fueron de interés las obras ya citadas de José Gil Fortoul y Rafael María Baralt, la Autobiografía de José Antonio Páez, Caracas, Academia Nacional de la Historia, dos tomos; los libros de los colombianos José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, Medellín, Editorial Bedout, 1969, 5 tomos y José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada, Bogotá, Editorial Cromos, 1956, y el interesante y acucioso testimonio de sir Robert Ker Porter, Diario de un diplomático británico en Venezuela 1825-1842, Caracas, Fundación Polar, 1997. 

El tema de la reacción contra Simón Bolívar fue investigado con el auxilio de la obra de Emilio Rodríguez Demorizzi, Poetas contra Bolívar, Madrid, Gráficas Reunidas, 1966, en la cual reproduce muchos de los textos elaborados por quienes rechazaban la hegemonía política del Libertador. 

En la reconstrucción de los sucesos venezolanos a partir del año de 1830, resulta imprescindible la consulta de la obra de Francisco González Guinán, Historia contemporánea de Venezuela, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1954, 15 tomos, y la Colección pensamiento político venezolano del siglo XIX, Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas, 1961.

Finalmente, es preciso comentar una fuente de enorme relevancia: el Archivo del Libertador, el cual reúne el más importante acopio documental sobre Simón Bolívar que, por decreto presidencial del 13 de enero de 1999, quedó bajo custodia de la Academia Nacional de la Historia y el cual podía ser consultado en la sede oficial del Archivo ubicada en la avenida Universidad, esquina de Traposos, lugar acondicionado especialmente para la conservación y resguardo de este importante fondo documental, gracias al apoyo económico del Banco Venezolano de Crédito. El 13 de abril de 2010, por decreto presidencial n.º 7375, se ordenó el traslado de la totalidad del archivo a la sede del Archivo General de la Nación, junto con el Archivo de Francisco de Miranda, el cual, desde 1926, se encontraba bajo custodia de la Academia Nacional de la Historia. Según estableció el decreto del 2010, la decisión de trasladar ambos archivos a la sede del AGN se justificó argumentando que, tanto el pensamiento de Bolívar como el de Miranda y, en consecuencia, sus archivos, constituyen la «base ideológica de la Revolución Bolivariana» y el «legado revolucionario y liberador para los pueblos de América y del Mundo». 

En atención a ello, debían ser resguardados en «... instituciones del Estado que desarrollen sus funciones con el objeto de rescatar la memoria histórica de las luchas de liberación del pueblo venezolano, las cuales han sido ocultadas por factores públicos contrarios al proceso revolucionario». Tales argumentos generaron una fuerte polémica pública entre quienes manifestaron su abierto respaldo a la iniciativa del gobierno al considerar que de esta manera esta documentación se ponía al alcance y al servicio del pueblo y quienes, por el contrario, expresaron su abierto rechazo a la condición «revolucionaria» que se les otorgó a los documentos como soporte de la resolución que ordenó su traslado; denunciando, al mismo tiempo, el claro tinte político que determinó la decisión del Ejecutivo. 
Un completo índice de las declaraciones, artículos y consideraciones que se hicieron al respecto, así como de los documentos relativos a la decisión y al traslado de ambos archivos, se encuentra reproducido en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia n.º 372 (octubre-diciembre 2010). 

Una parte significativa del Archivo del Libertador ha sido publicada en diferentes obras que, desde el siglo XIX, se han ocupado de reproducir la correspondencia, proclamas, decretos, discursos y los más disímiles materiales relativos a la independencia y al Libertador. Sin embargo, de este mismo archivo también forma parte una variedad de documentos relacionados directamente con la familia de Bolívar, de los cuales es muy poco lo que se ha publicado. Fue, pues, de este copioso acervo documental no publicado de donde pudimos obtener la mayor parte de la información relacionada con la herencia del Libertador y todos aquellos documentos que dan cuenta de las discordias y litigios que dividieron los pareceres de sus herederos. 

La consulta se hizo en las copias microfilmadas del Archivo que se encuentran en la Academia Nacional de la Historia y en el Bolivarium, en la Universidad Simón Bolívar. Se trata de la reproducción que se hizo de los originales el año de 1961 con el auspicio de las fundaciones Creole, Shell, Eugenio Mendoza y John Boulton y cuyo índice puede consultarse bajo el título Archivo del Libertador, Casa Natal-Caracas, Caracas, 1961. 

Esta copia microfilmada fue sometida a un proceso de digitalización y automatización, durante el año 2011, por la Academia Nacional de la Historia y el Bolivarium de la USB a fin de que pudiese ser consultada libremente por investigadores y estudiosos en la página web de la Academia Nacional de la Historia.

En el trabajo de recuperar las fuentes y de procesar el material microfilmado y de archivo colaboró conmigo en calidad de asistente el entonces bachiller Ángel Almarza, quien paciente y eficientemente puso sus ojos y su interés al servicio de esta investigación. Sin su auxilio la redacción de este libro seguramente me hubiese llevado más tiempo. 

El Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad Central de Venezuela, mi base de operaciones académicas, me brindó todas las facilidades para que pudiese adelantar la investigación como lo hizo durante más de dos décadas. Debo reconocer también el apoyo prestado por el personal de la Biblioteca Nacional, en especial por las amigas de la sala de préstamos especiales Nancy Fernández y Rosario D’Arthenay, así como por la señora Irma Pérez de Reyes, siempre atentas y dispuestas a colaborar conmigo en la búsqueda y localización del material bibliográfico. 

Igual mención merece la Academia Nacional de la Historia, en particular la doctora Ermila Troconis de Veracoechea y la licenciada Antonieta de Rogatis, quienes me ofrecieron todo su apoyo a la hora de consultar el archivo de Manuel Landaeta Rosales y los rollos de microfilm del Archivo de la Casa Natal del Libertador. 

Otro centro en el cual fui recibida con la mayor hospitalidad fue el Bolivarium, el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Simón Bolívar. Allí completamos la consulta de los microfilms del Archivo de la Casa Natal en medio de la tranquilidad que ofrece el valle de Sartenejas y con la esmerada atención de Adriana Hernández, colega de la Escuela de Historia de la UCV. 

Este libro tuvo dos lectoras preliminares, Ana Carlota Montiel de Quintero, mi mamá, y Valentina Quintero, mi hermana. Sus comentarios y recomendaciones me permitieron hacerle mejoras al original. El entusiasmo que despertó en ellas la historia de María Antonia fue el mejor estímulo para ponerle fin a la investigación. 

Mis dos hijos, Alejandro y Luis, son seguramente los dos jóvenes venezolanos que más detalles conocen sobre la biografía de María Antonia Bolívar: durante varios meses tuvieron que escuchar cada uno de los hallazgos y cada una de las historias de María Antonia; debo agradecerles la paciencia y la solidaridad con las que me acompañaron durante los meses en que mi tema preferido de conversación fue la vida de esta «criolla principal». 

El libro que se ofrece al lector trata sobre una mujer que vivió intensa y apasionadamente la Independencia –el más crucial de los episodios de nuestra historia– quien estuvo vinculada de manera estrecha y familiar con Simón Bolívar, sin duda, el personaje más importante de la historia de Venezuela

Pero, al mismo tiempo, pone al descubierto los pareceres, consideraciones y resquemores de quien, muy probablemente, fue la única criolla principal que dejó testimonio escrito sobre el difícil y contradictorio proceso que se inició con el desmantelamiento del orden monárquico y finalizó con la disolución de Colombia y la creación de la República de Venezuela

Las páginas que siguen no persiguen otro objetivo que discurrir sobre la complejidad de nuestro surgimiento como nación independiente de la mano de una protagonista de excepción: María Antonia Bolívar, criolla principal y hermana del Libertador.
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1 Vicente Lecuna. «María Antonia Bolívar y las ideas monárquicas» en Catálogo de errores y calumnias en la historia de Bolívar, tomo ii, p. 85; V. Lecuna. «María Antonia Bolívar» en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n.º 126, abril-junio 1949, p. 148. El mismo Lecuna cita la frase del padre Borges.
2 Manuel Landaeta Rosales. «María Antonia Bolívar», El Universal, Caracas, 11 de enero de 1910.
3 «Centenario de la muerte de María Antonia Bolívar», Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, n.° 11, vol. iv, 28 de octubre de 1942, pp. 193-196.
4 Irma De Sola Ricardo. «María Antonia Bolívar», Caracas, Concejo Municipal del Distrito Federal, 1973
5 Paul Verna. María Antonia y las minas de Aroa, Caracas, Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos, 1977, p. 38.
6 P. Verna. María Antonia Bolívar y las minas de Aroa, p. 40.
7 P. Verna. María Antonia Bolívar y las minas de Aroa, p. 42


Fue enemiga de la República y fiel defensora de la monarquía. Su condición de mujer, su posición contraria a la Independencia y su parentesco con El Libertador, la sacaron del relato de la Historia y hoy hablamos de ella.

María Antonia Bolívar, la hermana monárquica de El Libertador

María Antonia Bolívar, la hermana mayor de Simón Bolívar, fue enemiga de la República y fiel defensora de la monarquía. Su condición de mujer, su posición contraria a la Independencia y su parentesco con El Libertador, la sacaron del relato de la Historia. Huérfana a los 15 años, contrajo matrimonio con Pablo Clemente y procrearon 4 hijos. Descendiente de conquistadores y formada en los principios de la desigualdad y del honor vio con horror la destrucción del orden social que produjo la revolución de independencia. Obligada por su hermano a abandonar el país en 1814, se mantuvo en el exilio a regañadientes, obtuvo una pensión del Rey y regresó a Venezuela en 1822. Jamás se sintió a gusto en la República, obtuvo un poder de su hermano para administrar los bienes de la familia, dispuso de casas, haciendas y esclavos, mantuvo una nutrida correspondencia con su hermano para hacerle saber sus decisiones administrativas y sus posiciones políticas, apoyó la dictadura de 1828 convencida de la necesidad de leyes fuertes para contener la disolución social que se vivía en la República. Sobrevivió a su hermano y falleció en Caracas en noviembre de 1842. Sus restos responsa en la Catedral de Caracas.

lunes, 7 de julio de 2025

LIBRO "DOCTRINA DEL LIBERTADOR" IDEARIO Y PENSAMIENTO DEL PROPIO SIMÓN BOLÍVAR 💥

SIMÓN BOLÍVAR
DOCTRINA DEL LIBERTADOR

Doctrina del Libertador presenta diversos aspectos del pensamiento de Simón Bolívar (Venezuela, 1783-Colombia, 1830). La selección ha sido realizada con el propósito de no descuidar ninguna faceta importante del ideario bolivariano: los mensajes donde expone sus proyectos constitucionales; su concepto de la independencia y de la democracia; sus iniciativas en pro de la igualdad social; su lucha contra el peculado y la corrupción administrativa; sus ideas sobre el poder moral; su decidida promoción de la educación y la cultura; su visión americanista y universal; su repudio de la esclavitud y de la mita; su defensa de la soberanía nacional; su protección a la agricultura y a la industria, etc. 
El presente volumen reproduce íntegramente y en riguroso orden cronológico cien documentos que obedecen a la necesidad de ofrecer en un solo corpus lo más representativo del pensamiento político, económico y social de Simón Bolívar. 
Esta nueva coedición con el Banco Central de Venezuela, cuenta con una bibliografía selecta.

ESTE VOLUMEN reúne una centena de los documentos fundamentales del pensamiento bolivariano. Por medio del ordenamiento cronológico de sus textos, asistimos al despliegue de las ideas del Padre de la Patria y Libertador suramericano. Su radical antimperialismo, su ética libertaria y la casi infinita gama de escritos donde Bolívar plasma sus posiciones político-filosóficas desfilan en esta selección. Cartas, discursos, decretos, leyes y proclamas son algunas de las formas que asume el pensamiento libertador para dar cuenta de sus propuestas de construcción de la patria grande nuestramericana
El Simón Bolívar presente en estas páginas legisla, sentencia, arenga y reflexiona sobre los más importantes sucesos que su tiempo histórico le brindó y muchos de los cuales lo tuvieron como protagonista principal.

Además del acceso a las fuentes del pensamiento bolivariano presentes en esta selección realizada por Manuel Pérez Vila, este volumen nos brinda un estudio introductorio que le sirve de prólogo, escrito por Augusto Mijaresuno de los más connotados estudiosos de la vida y obra de Simón Bolívar.

PRÓLOGO

BOLÍVAR COMO POLÍTICO 
Y REFORMADOR SOCIAL 

En LA CARTA que ha sido llamada profética, escrita por Simón Bolívar en Jamaica el 6 de septiembre de 1815, expresa el Libertador un juicio sobre la revolución de independencia, que tiene múltiples derivaciones sociológicas e históricas. Para Bolívar aquella contienda era “una guerra civil”, pero no por el hecho anecdótico y circunstancial de que había españoles en las filas republicanas y criollos bajo las banderas realistas, sino porque aquella guerra no era sino un episodio de la lucha mundial entre progresistas y conservadores:

seguramente –escribía Bolívar– la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados. De este modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna, entre nosotros, la masa ha seguido a la inteligencia.

Aparte del valor universal que estas observaciones del Libertador le daban a la guerra de independencia, ellas llevaban implícita esta otra característica que el Libertador tendría siempre a la vista en su actuación como político: que aquella lucha no debía tener como único objetivo la separación de España; que era una verdadera revolución, un punto de partida para organizar bajo nuevas formas los Estados que debían surgir de aquel enfrentamiento mundial. 

De esa profunda convicción es de la cual nace el carácter de reformador social que asume el Libertador; y por eso su maestro don simón Rodríguez –testigo de aquella actitud, y quizás su lejano inspirador durante la niñez de Bolívar– exclamaba entusiasmado: 
“Hoy se piensa, como nunca se había pensado, se oyen cosas, que nunca se habían oído, se escribe, como nunca se había escrito, y esto va formando opinión en favor de una reforma, que nunca se había intentado, LA DE LA SOCiEDAD”1

Esto lo escribía Rodríguez en 1828, dos años antes de la muerte del Libertador, y precisamente durante aquel ocaso del genio se desarrollaba el último episodio de su lucha contra los políticos egoístas o acerbamente regionalistas, que lograron estancar la revolución dentro de estas menudas pasiones y apetencias. 

Más que nunca incomprendido, Bolívar también necesitaba entonces la voz de su maestro, para que explicara así a la posteridad la clase de ambición que se le enrostraba: “sabe que no puede ser más de lo que es; pero sí que puede hacer más de lo que ha hecho”2

La intención del presente volumen corresponde a esas observaciones que hemos hecho: por una parte, se propone destacar en Bolívar al pensador político y al reformador social; por la otra, espera que el Libertador pueda servirle todavía a la América Hispana, donde muchedumbres de desamparados encuentren quizás que él, si no puede ser más de lo que es, sí puede hacer más de lo que ha hecho.

II

No vacilo en atribuir a un remoto suceso de su infancia el primer impulso de aquella vehemente vocación de reformador social del Libertador.

Fue un episodio que hubiera podido hacer de él un resentido, con todas las funestas características que señala en la psicología de los resentidos Gregorio Marañón en su biografía del emperador tiberio; pero que transformado en fecunda y generosa rebeldía contra la injusticia –como también puede ocurrir en los espíritus superiores, según aquel crítico español– dio en el Libertador admirables frutos, totalmente contrarios a los que podían temerse. 

Ocurrió que el 23 de julio de 1795 –por consiguiente, el día anterior al de cumplir sus doce años– Bolívar, ya huérfano de padre y madre, se fugó de la casa de su tío y tutor don Carlos Palacios, solterón hosco y de limitados alcances con quien jamás logró congeniar el futuro Libertador. La intención del niño era refugiarse en el hogar de su hermana María Antonia, pero don Carlos tenía la ley a su favor, y después de muchos y dolorosos incidentes el pupilo fue llevado a la fuerza al domicilio de su representante legal. Según el expediente levantado por las autoridades, el niño Bolívar manifestó entonces con sorprendente firmeza: “que los tribunales bien podían disponer de sus bienes, y hacer de ellos lo que quisiesen, mas no de su persona; y que si los esclavos tenían libertad para elegir amo a su satisfacción, por lo menos no debía negársele a él la de vivir en la casa que fuese de su agrado”3

Pues bien, considero este suceso como de enorme repercusión en la vida de Bolívar porque casi treinta años después, en 1824, estando el Libertador en la cima de su gloria, escribe en el Perú al prefecto del departamento de trujillo y emplea en favor de los esclavos los mismos conceptos que le inspiró cuando niño su desamparada situación. 

Y lo hace con una pasión que contrasta agudamente con el lenguaje oficial que debía emplear:

Todos los esclavos –ordena– que quieran cambiar de señor, tengan o no tengan razón, y aun cuando sea por capricho, deben ser protegidos y debe obligarse a los amos a que les permitan cambiar de señor concediéndoles el tiempo necesario para que lo soliciten. S.E. previene a V.S. dispense a los pobres esclavos toda la protección imaginable del Gobierno, pues es el colmo de la tiranía privar a estos miserables del triste consuelo de cambiar de dominador. Por esta razón S.E. suspende todas las leyes que los perjudiquen sobre la libertad de escoger amo a su arbitrio y por su sola voluntad. Comunique V.S. esta orden al síndico Procurador General para que esté entendido de ella y dispense toda protección a los esclavos.4

Nada satisfecho quedaba sin embargo el Libertador con aquellas reiteradas órdenes, que sólo aliviaban la situación de los esclavos: la abolición total de la esclavitud había sido su infatigable demanda ante los legisladores de Venezuela y de Colombia. 

Había comenzado, desde luego, por manumitir a sus propios siervos; después, en 1816, “proclamé –dice en carta al general Arismendi– la libertad general de los esclavos”, y en 1819 decía así en su Mensaje al Congreso de Angostura: “yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la revocación de todos mis estatutos y decretos; pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República”. 

Muy audaz resultaba sin embargo aceptar aquella demanda del Libertador, y basta para juzgarlo así recordar que, más de cuarenta años después, la abolición de la esclavitud en norteamérica provocó una larga y devastadora guerra civil. 

Fácil es imaginar, pues, los numerosos intereses que en la América Hispana presionaban contra aquella medida, y la alarma que ésta debía causar estando ya comprometida la nación en una guerra contra España. tan poderosas eran esas fuerzas reaccionarias que en 1826, comentando Bolívar en carta a santander su proyecto de Constitución para la recién nacida República de Bolivia, decía: “Mi discurso contiene ideas algo fuertes, porque he creído que las circunstancias así lo exigían; que los intolerantes y los amos de esclavos verán mi discurso con horror, mas yo debía hablar así, porque creo que tengo razón y que la política se acuerda en esta parte con la verdad”5

Más radical aún en otro aspecto de aquella lucha social que se desarrollaba paralelamente a la de independencia, Bolívar había llegado a pedir que el mestizaje, mediante la unión de nuestras diferentes razas, fuera intencionalmente aceptado como base de la armonía que la vida republicana debía establecer: “La sangre de nuestros ciudadanos es diferente; mezclémosla para unirla”, reclamaba en el citado Mensaje. 

Y consecuentemente, en el mismo documento justificaba así la igualdad legal que debía imponerse: “La naturaleza hace a los hombres desiguales en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes corrigen esta diferencia, porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia (¿facticia?) propiamente llamada política y social”. 

Son muy interesantes estas conclusiones del Libertador, porque en su época el argumento más fuerte contra la libertad ante la ley era la observación de que los hombres nacen desiguales. Bolívar parte de este mismo principio, pero le da un ingenioso vuelco en favor de la igualdad, advirtiendo que ésta debe imponerse, no para obedecer a la naturaleza sino para corregirla en beneficio de la justicia y del orden social. 

De acuerdo con las ideas predominantes en nuestros días, me tocaría exponer ahora cuáles fueron las medidas de orden económico que tomara el Libertador para completar y afianzar aquella igualdad social que preconizaba. 

Pero considero que es irreflexivo anacronismo exigirle demasiado en ese campo a un reformador social de aquellos días. Y sobre todo, en países donde la agricultura y la explotación pecuaria, todavía primitivas, no permitían la pequeña propiedad, o la reducían a aliviar con escasos ingresos la situación del campesino. Y en cuanto a las ciudades, que estaban muy poco desarrolladas y formaban apenas una endeble fachada ante las grandes extensiones rurales que eran el verdadero país, puesto que carecían de industrias y el comercio estaba reducido a una compraventa de carácter local y muy limitado, también en ellas el gobernante más emprendedor sólo podía dedicarse a estimular y diversificar aquella incipiente economía. 

Era posible, eso sí, erradicar o reducir los abusos de los poderosos, y a esa línea de conducta corresponden las numerosas medidas que el Libertador dictó, en todos los países emancipados por él, acerca del trabajo de los indígenas y su remuneración, el trato que debía dárseles en las misiones, el trabajo de los mineros, etc. 

Además, y a lo menos en Venezuela, varias medidas que se habían tomado desde el principio de la revolución –como fueron las que suprimían los mayorazgos y las llamadas “manos muertas”, que mantenían estancadas y en gran parte improductivas vastas propiedades– eran iniciativas de orden económico que contribuían a la redistribución de la riqueza. Y así mismo, la confiscación de los bienes pertenecientes a los realistas y el establecimiento de los Haberes Militares, que permitía pagarles a los servidores de la República a expensas de esos bienes, fue un estímulo de amplio alcance a la nivelación económica de la población.

III

Fue sobre todo a través de la educación popular como los libertadores, y el Libertador con especial empeño, buscaron realizar este doble objetivo económico y social: por una parte, abrirle al pueblo el acceso a una vida más productiva y remuneradora; y por la otra, modificar la estructura de una sociedad que, sin clases medias, exhibía en lo más alto una oligarquía de propietarios, letrados y funcionarios, y no tenía debajo sino un pueblo ignorante, miserable y pasivo. 

El desarrollo de la educación popular encontraba sin embargo dos obstáculos casi insuperables: uno, que era muy difícil formar maestros, tanto por aquella incultura casi general de la población como por los pocos incentivos que la profesión presentaba; el otro, que en medio de la miseria agravada por la guerra, no había dinero para pagar los maestros y menos aún para la instalación y el equipo, siquiera elementales de las escuelas. 

Estos dos problemas perdurarían en Venezuela durante todo el resto del siglo –que también fue de miseria y guerras– y anularon los esfuerzos que a partir de 1830 hicieron los fundadores ideológicos de la segunda República. 

Pero en tiempos del Libertador el analfabetismo y la escasez de maestros eran un problema mundial, y por eso había despertado tanto entusiasmo el método llamado de enseñanza mutua, o de Lancaster, que consistía básicamente en utilizar a los alumnos más adelantados de cada escuela para enseñar a los recién llegados o más remisos. 

Bolívar, que había conocido a Lancaster en Londres, en la casa del Precursor Miranda –interesado también en aquel problema vital para la América Hispana–, concibió desde entonces grandes esperanzas en la aplicación de su sistema. 

Igual le ocurría a uno de sus mejores ministros, el doctor José Rafael Revenga. Hasta el punto de que habiendo ido a Londres en misión oficial, fue encarcelado allá por los acreedores de la Gran Colombia, porque se había comprometido personalmente por las deudas de ésta, pero Revenga contrademandó y obtuvo una indemnización pecuniaria. ¿Y qué se le ocurrió entonces hacer con aquel dinero? Emplearlo en la compra de útiles escolares para fundar en su patria una escuela normal gratuita, bajo el método de Lancaster6

La posición de don simón Rodríguez era diametralmente opuesta, pero es fácil comprenderlo. Es que Miranda, Bolívar y Revenga consideraban sobre todo la urgencia de resolver el problema de la educación popular y las dificultades que se oponían a ello. Pero don simón Rodríguez, como exigente pedagogo, juzgaba antes que nada las deficiencias que para impartir una verdadera educación presentaba el sistema lancasteriano. Lo consideraba semejante –decía con su peculiar humorismo– a las sopas de hospital, que llenan pero no alimentan; y en franca oposición a Bolívar, insistía: “Cuando más, se necesitan cinco años para dar un pueblo a cada República. Pero para conseguirlo, es preciso algo más que fundar escuelas de Lancaster”. 

Colocado en el justo medio, el gran humanista don Andrés Bello opinaba que las ideas de Lancaster eran adaptables en cierta medida a la educación primaria, pero las rechazaba para la educación media y la superior. 

Me he extendido tanto en la exposición de estas opiniones antagónicas porque considero extraordinario que cinco venezolanos eminentes, y de tan diferentes caracteres y actividades, como eran Miranda, Bolívar, Revenga, Rodríguez y Bello, se apasionaran de aquella manera al juzgar un sistema de enseñanza, como si fueran maestros de escuela. 

Eso nos indica el entusiasmo y los cuidados que ponían en el propósito de la educación popular; y ratifica lo que al principio decíamos: que para ellos la independencia no tenía como único objetivo la separación de España; que la veían como una profunda revolución, dirigida a organizar a estos países bajo nuevas formas de igualdad y justicia. 

Tres años después de la victoria decisiva de Carabobo en 1821, el propio Lancaster llegó a Venezuela para ensayar su sistema. Pero la Municipalidad de Caracas, que lo había invitado a venir y lo recibió con la mayor cordialidad, se le mostró después adversa. Bolívar tomó entonces sobre sí la protección del pedagogo; desde Lima le escribió para alentarlo en su empresa; en otra carta se quejó al Ayuntamiento caraqueño por haberlo hostilizado; le ofreció 20.000 duros del millón que el Perú le había autorizado a emplear; y como al fin su letra para saldar esta deuda no pudo ser satisfecha por el gobierno peruano, dispuso que al venderse las minas de Aroa –lo único que le quedaba de su patrimonio familiar– se le pagaran a Lancaster 22.000 duros, a lo cual montaba ya aquella deuda, con sus intereses. 

Pero aquélla no era sino una más de las numerosas ocasiones en que el Libertador demostraría su interés por la educación. 

Muy conocido es el apremiante aforismo que estableció en su discurso ante el Congreso de Angostura: “Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades”.

En aquellos momentos la victoria frente a los realistas estaba más que nunca comprometida, y los ejércitos republicanos carecían de todo –no sólo de armas, sino también de calzado, de ropa y hasta de alimentos–, pero éstas no eran para Bolívar las primeras necesidades, sino la moral y la educación. Siempre sus miradas fijas en el porvenir; en la organización social y política que debía darse a estas Repúblicas después del triunfo. Y porque esa Reforma de la sociedad –como la llamaba don simón Rodríguez– era el verdadero objetivo y la única justificación de la devastadora guerra que se sufría. 

Otra observación que considero de gran valor subjetivo es ésta: que Bolívar ha sido considerado muchas veces como un rousseauniano, y en gran parte lo era; pero que acerca de la educación había meditado tanto por su propia cuenta, que así como no vacila en separarse de su maestro al juzgar el sistema lancasteriano, tampoco teme apartarse de Rousseau al darles a las madres papel primordial en la educación de sus hijos. 

Rousseau, además de su aversión a las mujeres letradas, prefería que el discípulo ideal fuera huérfano. Bolívar consideraba, por el contrario, que era

…absolutamente indispensable la cooperación de las madres para la educación de los niños en sus primeros años, y siendo éstos los más preciosos para infundirles las primeras ideas y los más expuestos por la delicadeza de sus órganos, la Cámara cuidará muy particularmente de publicar y hacer comunes y vulgares en toda la República algunas instrucciones breves y sencillas, acomodadas a la inteligencia de todas las madres de familia sobre uno y otro objeto. Los curas y los agentes departamentales serán los instrumentos de que se valdrá para esparcir estas instrucciones, de modo que no haya una madre que las ignore, debiendo cada una presentar la que haya recibido y manifestar que la sabe el día que se bautice su hijo, o se inscriba en el registro de nacimiento.7

En cuanto a la educación que debían recibir los niños ya más crecidos, puede servirnos de ejemplo la que quiso establecer en el Perú y Bolivia según el testimonio de don simón Rodríguez: 

Expidió un decreto –nos narra éste– para que se recogiesen los niños pobres de ambos sexos… no en Casas de Misericordia a hilar por cuenta del Estado; no en Conventos a rogar a Dios por sus bienhechores; no en Cárceles a purgar la miseria o los vicios de sus padres; no en Hospicios, a pasar sus primeros años aprendiendo a servir, para merecer la preferencia de ser vendidos a los que buscan criados fieles o esposas inocentes. Los niños se habían de recoger en casas cómodas y aseadas, con piezas destinadas a talleres y éstos surtidos de instrumentos y dirigidos por buenos maestros… Las hembras aprendían los oficios propios de su sexo, considerando sus fuerzas; se quitaban por consiguiente, a los hombres, muchos ejercicios que usurpan a las mujeres. Todos debían estar decentemente alojados, vestidos, alimentados, curados y recibir instrucción moral, social y religiosa… se daba ocupación a los padres de los niños recogidos, si tenían fuerzas para trabajar; y si eran inválidos se les socorría por cuenta de sus hijos; con esto se ahorraba la creación de una casa para pobres ociosos, y se daba a los niños una lección práctica sobre uno de sus principales deberes. Tanto los alumnos como sus padres gozaban de libertad –ni los niños eran frailes ni los viejos presidiarios–; el día lo pasaban ocupados y por la noche se retiraban a sus casas, excepto los que querían quedarse. La intención no era (como se pensó) llenar el país de artesanos rivales y miserables, sino instruir, y acostumbrar al trabajo, para hacer hombres útiles, asignarles tierras y auxiliarlos en su establecimiento… era colonizar el país con sus propios habitantes. Se daba instrucción y oficio a las mujeres para que no se prostituyesen por necesidad, ni hiciesen del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia.8

Para apreciar debidamente el alcance de este plan en aquellos días, debemos recordar que en la propia Europa no existían entonces, para los hijos del pueblo, sino aquellas Casas de Misericordia, aquellos Conventos, Cárceles y Hospicios, que indignaban a Bolívar y a don simón; y que hasta principios de este siglo las mujeres, sin oficio y esclavizadas por los prejuicios, crecían aterrorizadas por la disyuntiva de prostituirse abiertamente o de aceptar en el matrimonio otra forma de prostitución disimulada. 

Si es notable la independencia de criterio que en materia de educación conserva Bolívar frente a don simón Rodríguez y a Rousseau, más sorprendente aún es ver cómo reacciona contra los prejuicios de su época, según los cuales tener “un borlado” en la familia era el ideal supremo de todas las personas “de calidad”. Bolívar, por el contrario, adelantándose a una revolución que todavía está por hacerse en la América Hispana, escribía acerca de la educación de su sobrino Fernando Bolívar: “siendo muy difícil apreciar dónde termina el arte y principia la ciencia, si su inclinación le decide a aprender algún arte u oficio yo lo celebraría, pues abundan entre nosotros médicos y abogados, pero nos faltan buenos mecánicos y agricultores que son los que el país necesita para adelantar en prosperidad y bienestar”. 

Muchas otras ideas e iniciativas del Libertador sobre la educación quisiera comentar, pero darían extensión abusiva a este prólogo. 

No me privaré sin embargo de tomar dos breves citas del borrador inconcluso, titulado La instrucción pública, que Bolívar dejó entre sus papeles. Sencillas y hermosas, elevadas y tiernas, algunas de sus observaciones sobre la formación de los niños no parecen salir del endurecido guerrero y ajetreado político que era el Libertador. 

Obsérvese, por ejemplo, con cuánto cariño se duele por los chicos que eran víctimas del rigor escolar aceptado entonces en el mundo entero: “Decirle a un niño vamos a la escuela, o a ver al Maestro, era lo mismo que decirle: vamos al presidio, o al enemigo; llevarle, y hacerle vil esclavo del miedo y del tedio, era todo uno”. 

Y el remedio que propone contra ese atroz sistema:

Los premios y castigos morales, deben ser el estímulo de racionales tiernos; el rigor y el azote, el de las bestias. Este sistema produce la elevación del espíritu, nobleza y dignidad en los sentimientos, decencia en las acciones. Contribuye en grande manera a formar la moral del hombre, creando en su interior este tesoro inestimable, por el cual es justo, generoso, humano, dócil, moderado, en una palabra un hombre de bien.9

IV

En cuanto a las ideas políticas del Libertador, no cometeré la simpleza de exponerlas o explicarlas aquí, cuando con tanto brillo y precisión lo hizo él en los documentos que en este libro encontrarán nuestros lectores. 

Pero sí es necesario, para entender algunos de sus aspectos, exponer con alguna extensión una peculiaridad de nuestros revolucionarios de aquella época, que Bolívar consideró siempre extremadamente peligrosa. 

Y fue que, obsesionados los que hicieron nuestra primera Constitución, en 1811, por el temor de que la República sucumbiera bajo el despotismo unipersonal –como había sucedido en Francia con napoleón– o que el gobierno deliberativo cediera ante el prestigio de los caudillos, como ya podía temerse en la América Hispana, se empeñaron en rodear de trabas de toda clase al Poder Ejecutivo. Con el consiguiente debilitamiento de la prontitud y eficacia que debían tener sus decisiones para superar los problemas de los quince años de guerra que nos esperaban, hasta la expugnación de El Callao en 1826. 

No solamente, pues, los fundadores de nuestra primera República se decidieron por el régimen federal, que dispersaba temerariamente la acción del poder central, sino que por la propia organización del Poder Ejecutivo lo maniataron, confiándoselo a un triunvirato cuyos miembros debían turnarse en su ejercicio. 

Y a tanto llegaron las otras precauciones legales en el mismo sentido, que en los primeros días de la guerra se dio el caso de que, debiéndose enviar un batallón fuera de Caracas para auxiliar a unas fuerzas comprometidas frente al enemigo, fue necesario deliberar y decidir previamente si aquel batallón debía considerarse como parte del Ejército de la Confederación, como un cuerpo adscrito a la defensa de la provincia, o como milicias de la capital. Porque en los dos últimos casos no podía salir fuera de la provincia o de la ciudad. 

Tal fue la causa de que aquel primer ensayo republicano cayera vencido ante las fuerzas realistas. Pues aunque aparentemente se le confió al Precursor Miranda la dictadura, fue cuando casi todo el país estaba ya en poder del enemigo. Y todavía –todavía– para que se le concediera la facultad de nombrar a los jefes militares subalternos y ascenderlos durante la campaña, se emprendieron lentas deliberaciones. 

Estos amargos recuerdos perduraron en Bolívar durante toda su vida. Y eran los que le hacían decir en su “Manifiesto de Cartagena” del 15 de diciembre de 1812, al juzgar la caída de la primera República:

De aquí vino la oposición decidida a levantar tropas veteranas, disciplinadas, y capaces de presentarse en el campo de batalla, ya instruidas, a defender la libertad, con suceso y gloria. Por el contrario: se establecieron innumerables cuerpos de milicias indisciplinadas, que además de agotar las cajas del erario nacional con los sueldos de la plana mayor, destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus hogares e hicieron odioso el Gobierno que obligaba a estos a tomar las armas y a abandonar sus familias.

Y reiteraba: 

El resultado probó severamente a Venezuela el error de su cálculo, pues los milicianos que salieron al encuentro del enemigo, ignorando hasta el manejo del arma, y no estando habituados a la disciplina y obediencia, fueron arrollados al comenzar la última campaña, a pesar de los heroicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes, por llevarlos a la victoria. Lo que causó un desaliento general en soldados y oficiales, porque es una verdad militar que sólo ejércitos aguerridos son capaces de sobreponerse a los primeros infaustos sucesos de una campaña. El soldado bisoño lo cree todo perdido, desde que es derrotado una vez; porque la experiencia no le ha probado que el valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna. 

Sobre lo que había sido en Venezuela el régimen federal, escribía:

Cada Provincia se gobernaba independientemente; y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades (…) Las elecciones populares hechas por los rústicos del campo y por los intrigantes moradores de las ciudades, añaden un obstáculo más a la práctica de la federación entre nosotros, porque los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros tan ambiciosos que todo lo convierten en facción; por lo que jamás se vio en Venezuela una votación libre y acertada, lo que ponía el gobierno en manos de hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales. El espíritu de partido decidía en todo, y por consiguiente nos desorganizó más de lo que las circunstancias hicieron. Nuestra división, y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud.

Pero tampoco fueron simples recuerdos para el Libertador aquellos errores y desdichas. Ante él se irguió siempre la misma tendencia anarquizante, que por desgracia arrastraba a muchos republicanos de buena fe y con valiosos servicios. 

Tal fue el caso, en 1817, del llamado Congresillo de Cariaco, que algunos políticos y militares reunieron con la consigna de restablecer “el gobierno en receso”, o sea, el de 1811, bajo el sistema federal y con un Ejecutivo de tres miembros. Era portavoz de estas ideas el canónigo José Cortés de Madariaga, el cual, recién llegado del extranjero, prometía que al restablecerse el gobierno constitucional en aquella forma, obtendría reconocimiento y ayuda de inglaterra. Algunos patriotas civiles de cierta importancia se le sumaron, y entre los militares hasta el almirante Brión, tan adicto al Libertador. Pero fue sobre todo el general santiago Mariño quien le dio más calor al proyecto, hasta el punto de que habiendo reunido en el pueblo de Cariaco a los que se consideraron más llamados a formar la asamblea que debía organizar el gobierno –apenas en número de once– renunció en su nombre y en el de Bolívar la autoridad que se les había conferido en Los Cayos. Y ya dentro de ese desorbitado proceder, el Congresillo nombró para ejercer el Poder Ejecutivo a tres personas: en primer término a Fernando del toro, inválido desde 1811 y refugiado desde entonces en trinidad; en segundo lugar al ciudadano Francisco Xavier Mayz, y como tercer miembro a Bolívar, que para nada había figurado en el asunto. Mariño fue reconocido, naturalmente, comandante en jefe del Ejército; y como se señaló para capital de la República la ciudad de La Asunción, en la isla, y allí debían permanecer los elegidos para el triunvirato Ejecutivo, Bolívar hubiera quedado recluido allí, esperando gobernar un mes de cada tres… 

Para juzgar hasta qué punto era descabellado ese plan, baste decir que en aquellos momentos casi todo el territorio de Venezuela estaba ocupado por los realistas, de tal manera que los patriotas no tuvieron una sola ciudad de cierta importancia donde reunir aquella ostentosa Asamblea Constituyente. 

Pero cuando Bolívar convocó el Congreso de Angostura, y a pesar de que casi simultáneamente iba a obtener, sin interrupción, los triunfos deslumbrantes que le permitieron llevar las banderas republicanas desde el Orinoco hasta el Potosí, no por eso cejó aquella oposición legalista, muy respetable, repito, pero detrás de la cual se movían no pocas veces las asechanzas de los caudillos rivales. 

Obsérvese en primer término que cuando Bolívar presenta ante aquel Congreso su célebre Mensaje y los proyectos constitucionales que había concebido, él mismo considera que está vigente la Constitución de 1811; y por eso habla en presente cuando dice: “nuestro triunvirato carece, por decirlo así, de unidad, de continuación y de responsabilidad individual”. 

Es una particularidad que los historiadores han pasado por alto y que me parece muy significativa. Porque indica que, íntimamente, el Libertador compartía la idea de que, dentro de una estricta juridicidad, él estaba obligado, como simple general victorioso, a reponer “el gobierno en receso” de 1811, según habían pretendido los promotores del Congresillo de Cariaco. Y a su vez este estado de ánimo nos indica cuánto pesaban sobre él las exigencias de los más exaltados constitucionalistas. 

Pero como por otra parte comprendía la temeridad de restaurar aquel orden legal que había arruinado a la República, eso nos explica la vehemencia con que reacciona y las acres observaciones que contiene aquel Mensaje, acerca de la naturaleza humana en general, y en particular sobre los peligros de la anarquía ideológica que se sumaba en Venezuela a los intentos desintegradores del caudillismo. 

Como es bien sabido, el Congreso de Angostura no aceptó ni la Presidencia vitalicia ni el senado hereditario, propuestos por Bolívar como base hipotética de nuestra estabilidad institucional. Las funciones del Presidente fueron reducidas a cuatro años; y aunque por el momento los senadores fueron declarados vitalicios, en 1821 se redujo a ocho años su mandato. 

También fue soslayado el establecimiento del Poder Moral, en el cual ponía tantas esperanzas el Libertador. Y si consideramos que de él formaba parte aquella Cámara de Educación que ya hemos comentado, nos resultan simplistas y brutales las opiniones de algunos de los congresistas, tal como quedaron expresadas en el dictamen final de la Asamblea: “El Poder Moral –decía este documento– estatuido en el proyecto de Constitución presentado por el General Bolívar, como Jefe supremo de la República, en la instalación del Congreso, fue considerado por algunos diputados como la idea más feliz y la más propia a influir en la perfección de las instituciones sociales. Por otros como una inquisición moral, no menos funesta ni menos horrible que la religiosa”10

Obsérvese que la Constitución de Angostura fue firmada después del triunfo del Libertador en Boyacá, y la Constitución de 1821 después de la victoria de Carabobo. De manera que con aquel rechazo de los propósitos bolivarianos parecían ratificar los congresistas que, por muy alto que hubiera subido el prestigio de Bolívar, no los cohibía para juzgarlo a él y a sus proyectos. 

Más graves fueron otros sucesos que ocurrieron en aquel mismo año de 1819, durante la prodigiosa campaña en la cual Bolívar tramontó los Andes para triunfar en Boyacá. Algunos congresistas se lanzaron contra él, a pretexto de que no había consultado al Congreso su expedición sobre la nueva Granada, y aunque esta pretensión era absurda, puesto que del secreto de aquella empresa dependía su éxito, varios militares uniéronse a los políticos intrigantes, obligaron al doctor Zea a renunciar la vicepresidencia, y lo sustituyeron por el general Arismendi… que estaba preso por una sublevación reciente. inmediatamente Arismendi se adjudicó la autoridad y el título de capitán general y, entre otras precipitadas medidas, tomó la de arrebatar a Bermúdez el mando del ejército de Oriente, para confiárselo a Mariño. En resumen, una vez más, completa anarquía militar y política: si se hubieran derrumbado detrás de él aquellas montañas que acababa de escalar, no hubiera sido más desesperada la situación de Bolívar. 

En 1824, hallándose el Libertador en el Perú, tuvo que sufrir nuevos embates de aquel espíritu divisionista que a veces no vacilaba en arriesgar la propia suerte de la patria. 

Estaba entonces en su mayor esplendor la Gran Colombia, creada mediante la unión de Venezuela, nueva Granada y la actual República del Ecuador. 

Pero algunos políticos de la capital –que era entonces Bogotá– no habían visto con buenos ojos la expedición de Bolívar para libertar al Perú, y alegaban dos razones que no dejaban de ser valiosas: una, que Colombia había quedado despoblada y en extrema miseria, por lo cual no podían exigírsele nuevos sacrificios en hombres y en dinero; y la otra, que ella misma estaba amenazada por el triunfo de la santa Alianza y del absolutismo en Europa y, además, porque en la propia Venezuela habían persistido hasta fines de 1823 considerables fuerzas realistas que intentaban la reconquista. 

Bolívar, sin embargo, había logrado que predominase su criterio, según el cual era un deber de toda la América acudir en auxilio de sus hermanos peruanos. Y que, por otra parte, más de temer que los contingentes realistas de Venezuela y que la amenaza de la santa Alianza, era el poderoso ejército que España mantenía en el Perú. Y que envalentonado porque jamás había sido vencido, podía atacar a voluntad sobre el norte o el sur del continente. 

En todo caso, puesto que el Congreso de Bogotá había autorizado la expedición, era desleal y temerario comprometerla ahora con regateos sobre los auxilios que necesitaba, o con intrigas de otro género. Pero eso fue, sin embargo, lo que ocurrió. 

Bolívar había llevado consigo un ejército, es verdad; y durante los primeros meses de la campaña los departamentos de Quito y Guayaquil lo ayudaron a costa de sacrificios increíbles. Pero los españoles contaban con fuerzas que ascendían a 22.000 hombres y tenían de su parte todas las ventajas que largos años de paz y de autoridad sin discusión ofrecen a los vencedores.

En enero de 1824 la situación había llegado a ser desesperante, y el Libertador le escribe al general Salom, que gobernaba el Departamento de Quito: “… el Perú no tiene en el día ramos de hacienda de que disponer. Si ud. no se esfuerza en mandarme los reclutas pedidos, los vestuarios, fornituras, morriones, capotes, quinientas sillas, ponchos o frazadas ordinarias y todos mis demás pedidos para el ejército, nada haremos de provecho; el Perú se perderá irremediablemente…”11

Y tratando de estimular a santander, vicepresidente de la Gran Colombia encargado de la Presidencia, le promete: “Mande ud. esos 4.000 hombres que ha ido a buscar ibarra y el día que ud. sepa que han llegado al Perú, haga ud. de profeta y exclame: ¡Colombianos, ya no hay españoles en América!”12

Pero la respuesta de Santander fue que “si el Congreso me da auxilios pecuniarios, o de Europa los consigo, tendrá ud. el auxilio, y si no, no”. Agregaba que solicitaría del Congreso “una ley para poder auxiliar, porque hasta ahora no la tengo”; y ante nuevas exhortaciones de Bolívar le contesta al fin, tajantemente: 

Yo soy gobernante de Colombia y no del Perú; las leyes que me han dado para regirme y gobernar la República nada tienen que ver con el Perú y su naturaleza no ha cambiado, porque el Presidente de Colombia esté mandando un ejército en ajeno territorio. Demasiado he hecho enviando algunas tropas al sur; yo no tenía ley que me lo previniese así, ni ley que me pusiese a órdenes de ud., ni ley que me prescribiese enviar al Perú cuanto ud. necesitase y pidiese.13 

Poco después al mismo santander se le ocurrió otra cosa. Que fue consultar al Congreso “si los grados y empleos concedidos por el Libertador en el ejército de Colombia tendrían validez en ésta”. 

Se refería, desde luego, al ejército colombiano que combatía en el Perú, y Bolívar se alarmó por el efecto desmoralizador que en esas tropas podía causar tan extraña duda. Recomendó, pues, a sucre la mayor prudencia frente a la reacción que podía temerse; pero el propio sucre encabezó una representación de los oficiales así agredidos, en la cual calificaban como “atroz injuria del Poder Ejecutivo en consultar al Congreso si los empleos que V.E. había dado al ejército serían reconocidos en Colombia, como si nosotros hubiéramos renunciado a nuestra patria”. 

Y después vino lo peor. La Cámara de Representantes de Bogotá había llegado hasta discutir si el Libertador “había dejado de ser Presidente (de Colombia) por admitir la Dictadura (en el Perú) sin permiso del Congreso”. Y apoyado después en la misma presunta incompatibilidad de funciones, optó por destituir a Bolívar del mando del ejército colombiano que combatía en el Perú. 

Lo cual hubiera acarreado la pérdida total de aquella empresa, si Bolívar no hubiera tenido a sucre para continuarla. 

Por otra parte, si el lector ha puesto atención a las fechas que hemos venido citando, se habrá dado cuenta de que fue incesante, y se manifestó bajo las más variadas formas, aquel “espíritu de partido” que Bolívar señalaba en 1812 como causa de la destrucción de la República. Y podrá imaginar cuánto tino, cuánta paciencia y cuánto valor moral necesitó el Libertador para enfrentar o soslayar aquella presión constante. Que además –y era lo más conflictivo– el mismo Bolívar consideraba respetable, como necesario contrapeso de la opinión pública a la voluntad absorbente del gobernante. 

Con sin igual nobleza lo expresa así en 1828, frente a los últimos y más despiadados ataques que sufría al final de su vida; y el análisis que hace tiene una extraordinaria lucidez, objetiva y subjetiva a la vez. Es en carta a urdaneta, el 7 de mayo de aquel año, y decía así:

… debo irme o romper con el mal. Lo último sería tiranía y lo primero no se puede llamar debilidad, pues que no la tengo. Estoy convencido de que si combato triunfo y salvo el país y ud. sabe que yo no aborrezco los combates. ¿Mas por qué he de combatir contra la voluntad de los buenos que se llaman libres y moderados? Me responderán a esto que no consulté a estos mismos buenos y libres para destruir a los españoles y que desprecié para esto la opinión de los pueblos; pero los españoles se llamaban tiranos, serviles, esclavos y los que ahora tengo al frente se titulan con los pomposos nombres de republicanos, liberales, ciudadanos. He aquí lo que me detiene y me hace dudar.14

Sí: solamente aquellos escrúpulos morales podían detener al infatigable batallador. Y haberlos conservado intactos hasta el término de su vida, a través de tantas perfidias y desilusiones, es uno de los rasgos más hermosos de su carácter. 

En cuanto al objetivo mismo de sus proyectos constitucionales, es también muy significativo observar que, lejos de ceder a la tentación de regularizar en ellos la autoridad expeditiva y caudillesca que las circunstancias ponían en sus manos, el Libertador se empeñó también en rodear de trabas y contrapesos al Poder Ejecutivo. 

De tal manera que si por algo peca la amplísima y original estructura legislativa que proponía, es por su extrema complejidad. Dijérase que angustiado en exceso, porque no creía que la sociedad de su tiempo podía darle una base estable para la reorganización del Estado, quiso invertir audazmente los términos y forjar un Estado que fuera la base de una nueva sociedad. Es lo que expresa cuando, siempre fiel al racionalismo revolucionario, sugiere al Congreso de Angostura que su misión será “echar los fundamentos a un pueblo naciente”. Y puntualiza: “se podría decir la creación de una sociedad entera”.
Augusto Mijares
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1. Simón Rodríguez, Sociedades americanas, Caracas, edición facsimilar, 1950, p. 81. El subrayado [aquí en cursivas] y las mayúsculas son del propio don Simón.
2. Simón Rodríguez, Defensa de Bolívar (El Libertador del mediodía de América y sus compañeros de armas defendido por un amigo de la causa social), Caracas, imprenta Bolívar, 1916, p. 78. El subrayado [aquí en cursivas] es de don Simón.
3. Expediente ante la Real Audiencia de Caracas sobre domicilio tutelar del menor don Simón Bolívar. Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, no 149, enero-marzo, 1955, 64 p.
4. Simón Bolívar, Decretos del Libertador, Caracas, sociedad Bolivariana de Venezuela, 1961, tomo i, p. 289.
5. Simón Bolívar, Cartas del Libertador corregidas conforme a los originales, Vicente Lecuna; comp., Caracas, Litografía y tipografía Comercio, 1929, v. 5, p. 32.
6. Es dato que tomo de la valiosa obra del Dr. Armando Rojas, Ideas educativas de Simón Bolívar, Madrid, [Afrodisio Aguado], 1958, p. 65.
7. La Cámara a la cual se refiere Bolívar es a la Cámara de Educación, que formaba parte del Poder Moral propuesta por él en Angostura. Por lo general, cuando las citas que hago corresponden a documentos incluidos en este volumen, me parece innecesario señalar la fuente.
8. Simón Rodríguez, El Libertador del mediodía de América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la causa social, Arequipa, [imprenta Pública], 1830. La cita de Rodríguez se refiere en concreto a lo decretado en Bolivia; pero los planes eran iguales para el Perú y Colombia. En ésta –en Bogotá– Rodríguez acaba de fundar una “Casa de industria Pública”, según el mismo modelo.
9. Vicente Lecuna, Papeles de Bolívar, Caracas, [Litografía del Comercio], 1917, pp. 303 y 304, respectivamente.
10. Augusto Mijares, El Libertador, 5a edición, Caracas, [Ministerio de Obras Públicas], 1969, p. 347.
11. Simón Bolívar, Cartas del Libertador, op. cit., v. 4, pp. 23-24.
12. Ibidem, tomo iV, p. 150.
13. Francisco de Paula santander, Cartas de Santander, Caracas, [edición del Gobierno de Venezuela], 1942, pp. 275 y 290, respectivamente.
14. Simón Bolívar, Cartas del Libertador, op. cit., v. 7, p. 260


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