EL Rincón de Yanka: MERITOCRACIA

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miércoles, 11 de octubre de 2023

LA TIRANÍA DEL (DES)MÉRITO O DE LA INEPTOCRACIA IGUALITARISTA 😵

La tiranía de los
(desméritos) ineptos
Según mi humilde opinión (Yanka), lo que estamos padeciendo es precisamente todo lo contrario de lo que dice Michael Sandel: "LA TIRANÍA DE LA DEMERITOCRACIA O DEL DEMÉRITO". Este es el gran problema de la SOCIAL DEMOCRACIA llevada a su extremo: EL IGUALITARISMO Y EL ESTATISMO.
Hay un libro muy interesante; "La Tiranía del Mérito", del filósofo norteamericano Michael Sandel que, como tantas cosas, aquí se ha simplificado para hacer política menor.
Sandel se enfoca preferentemente en el contexto de los Estados Unidos (del gobierno de Trump). Considera que en una sociedad que se define como meritocrática, los más ricos suelen considerar que su prosperidad es siempre lícita y consecuente con sus actos.

Pero no toda prosperidad es merecida ni es justa.

Y existen también circunstancias azarosas que proveen el éxito. Sandel da ejemplos diversos en ese libro y en su conferencias que son relevantes: 
¿Por qué una gran estrella del fútbol gana 10 mil veces más que una enfermera? ¿Hay realmente más mérito en uno que en otra? ¿O es más bien un azar coyuntural del mercado el que determina (no por la profundidad del mérito) sino por preferencias cambiantes de la sociedad mercantil, que la renta de uno sea apabullantemente mayor a la de la otra?

Según Sandel, que dicta clases en Harvard, la creencia de que toda prosperidad es producto del esfuerzo se choca con ejemplos reales que prueban lo contrario.
Enumera casos de donaciones millonarias a universidades de élite norteamericanas -el trabaja en una de ellas- para que los hijos de los más adinerados ingresen a las mismas sin tener el suficiente nivel académico.
La prosperidad “meritocrática” de acuerdo a Sandel puede convertir a una sociedad en aristocrática, en donde se petrifican en sus alturas los más beneficiados no necesariamente porque realmente lo ameriten. Y esa neo aristocracia hace olvidar a los prósperos inmerecidos el hecho crucial de la necesidad del bien común. Entonces esa meritocracia se vuelve de algún modo tiránica.
Los que no se ven beneficiados, los perjudicados, suelen acumular resentimiento y muy fundado en muchos casos. Sandel observa un vínculo entre el crecimiento de los populismos y esos sentimientos de humillación entre quienes por razones objetivas tienen enormes dificultades para ascender en la escala social.

Pero trasladando y situando el análisis de Sandel a ésta sociedad surgen otras preguntas.
¿No vivimos aquí de pronto tiranías del demérito y de la ineptitud?

Sandel cree que ni siquiera la educación por sí misma puede resolver el problema de la desigualdad en tanto y en cuanto se petrifiquen políticas que promueven la desigualdad aunque pregonen lo contrario.

La educación es vulnerable a un sistema político negligente.
Todo es polémico, pero es un texto para pensar.
Pero pensemos en estos tiempos globalistas, de la ineptocracia global: En España, en Francia, en Inglaterra, en la Unión Europea, en EEUU, en Canadá, en  México, en Venezuela, en Argentina, etc...
¿Cuántos ignorantes morales acceden al poder?
¿Cuántos farsantes deciden por quienes honestamente se esfuerzan y luchan contra todas las dificultades que determina la mala política?

La educación no es lo único que salva, en la visión de Sandel, pero sabemos que es vital y esencial para modificar tantos males y desmanes. En este globalismo alienante y uniforme la educación ha sido en buena medida tomada por corporaciones gremiales asociadas a intereses políticos que pretenden diezmarla con dogmatismos y con didácticas de la ignorancia: con facilismos demagógicos.
La decepción que sienten tantísimos respecto de la política puede sembrar un campo fértil para el surgimiento de personajes autocráticos camuflados de democráticos.

“En un momento como el actual, la ira contra las élites ha llevado a la democracia hasta el borde del abismo”, escribe Sandel.
La élite dirigente no queda absuelta de sus errores por el hecho circunstancial de ocupar el poder.
Pero precisamente los interesados en sostenerse en sus privilegios, han propagandizado esa versión esquemática del texto de Sandel, difundiendo la falsedad de que el mérito, en su sentido genuino, no importa.
Es la desviación del concepto de mérito, entendido, -o mal entendido- como una bendición justa para sus beneficiarios lo que determina quienes son ricos y quienes no, lo que vuelve tiránica a una sociedad falsamente meritocrática.
La mafia de millonarios amigos de Vladimir Putin se consideran dignos meritócratas de sus fortunas.

¿Cuántos políticos son millonarios sin merecerlo en absoluto?
La desigualdad se resuelve con esfuerzo y no con demérito, deshonestidad e ineptitud.
La educación es crucial sin dudas, pero acompañada por políticas eficientes, que no son solamente tecnocráticas.
El desempleo o la inflación liquida muchísimas veces el esfuerzo de quienes se han educado y han trabajado tantísimo y no merecen padecer lo que padecen.
Y esos males son producto de “estrategias” implementadas por negligentes, y por voluntarios a sueldo (si cabe el oxímoron) de la voluntad de poder.
La tiranía autocrática de los ineptos, de los irresponsables, de los corruptos, de los tramposos y de los mentirosos, cultiva un profundo malestar, y promueve la falsa creencia de que ya no hay nada más que hacer.

La tiranía del demérito siembra semillas de escepticismo.
La aristocracia de los ineptos cultiva rencores y odios explosivos.
La criminalidad creciente es una prueba sangrienta del error de borrar del horizonte de valores al mérito bien entendido.
No estudiemos, dame un arma.

Estamos, y lo sabemos, transitando peligrosísimos abismos.

SANDEL, Michael. (2020). 
La tiranía del mérito: ¿qué ha sido del bien común?


¿Es la meritocracia un ideal regulador deseable a la hora de organizar nuestra sociedad? En La tiranía del mérito, el profesor Michael Sandel explora las aristas de esta problemática, planteando un debate que atañe a cuestiones nucleares de las teorías de la justicia distributiva y apela señaladamente a las particularidades del escenario político estadounidense, aún resacoso del mandato de Donald Trump. El célebre profesor de filosofía política de Harvard presenta un texto a caballo entre una pretensión de intelectual público decidido a influir en el debate político actual y una vocación teórica de crítica incisiva al concepto de mérito.

La edición en castellano a cargo de Penguin Random House (Debate) es correcta y la traducción de Albino Santos es sólida, rigurosa y respetuosa con el texto original. El presente libro se divide en siete capítulos, además de una breve introducción y conclusión.
En el primer capítulo, Sandel presenta la brecha entre “ganadores y perdedores” (p. 27) que la lógica meritocrática ha trazado en el panorama sociopolítico estadounidense. Desposeída de su pretendida aura inspiradora, la meritocracia ha fomentado actitudes “poco atractivas desde la perspectiva moral” (p. 37): entre los ganadores promueve la “soberbia” (p. 37) de quienes se saben privilegiados por derecho propio; entre los perdedores inocula la “humillación” (p. 37) resultante de ser los responsables de su propio fracaso, además de un “resentimiento” (p. 37) contra las élites. Esta división dañina entre ganadores y perdedores ya fue propuesta por Michael Young en El triunfo de la meritocracia, libro que el autor referencia en varias ocasiones.

De acuerdo con la naturaleza divisoria de la meritocracia, Sandel propone la tesis de que la victoria electoral de Trump en 2016 tiene mucho que ver con haber sabido capitalizar la humillación y el resentimiento de los perdedores de la globalización y haberles prometido una reparación moral ante los “agravios legítimos” (p. 28) del sistema meritocrático que los ha relegado a la marginación. La potencia sugestiva de esta explicación es considerable, y aunque no creo que se trate de una afirmación del todo exhaustiva respecto a la realidad poliédrica a la que se refiere, logra revestir la idea de mérito con una carga de significación suficiente para justificar su rol central en el análisis.

En el segundo capítulo, se realiza un breve y selectivo recorrido por la historia de la idea de mérito. Sandel se centra en relacionar la idea contemporánea de mérito con los debates teológicos entorno a la salvación del alma y la obtención de la gracia divina, en especial con la concepción protestante del trabajo analizada por Max Webber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Sandel, siguiendo a Webber, sugiere que el modelo de laboriosidad y acumulación que propició el surgimiento del capitalismo en la Europa septentrional nace de un deseo de reconocimiento moral de las propias obras más allá del “suspense insoportable” (p.54) ofrecido por el ideal calvinista de predestinación extrema. Así, el trabajo duro y vocacional sería un signo de favor divino; “el éxito terrenal es un buen indicador de quiénes están destinados a la salvación” (p. 56). La meritocracia actual recupera esta noción de merecimiento de forma secularizada, asociando el éxito socioeconómico (y la ausencia de este) con una dura noción de merecimiento (o no merecimiento) moral, análoga a la visión puritana de la salvación a través del trabajo duro. Se configura así una “noción providencialista” (p. 60) de la brecha meritocrática, mediante la cual cada uno obtiene lo que genuinamente se merece.

Sandel defiende que este discurso ha calado hondo no solamente en un plano interpersonal, sino también en la consideración misma de que la hegemonía política de los Estados Unidos va ligada a su superioridad moral; “el tropo retórico consistente en explicar el poder y la prosperidad de Estados Unidos en términos providencialistas” (p. 66).

En el tercer capítulo, Sandel vuelve sobre el trasfondo tóxico del mensaje meritocrático y las condiciones diversas que hacen de él una “tiranía del mérito” (p. 96). La “retórica del ascenso” (p. 85) (quien trabaje y tenga talento, tendrá éxito) y la “retórica de la responsabilidad” (p. 85) (el individuo se autodetermina, por tanto, es responsable de su situación, ya sea esta privilegiada o desfavorecida), conforman una mezcla explosiva que caracteriza “la faceta cruel de la meritocracia” (p. 98), culpabilizando a los desfavorecidos de su propia situación y consolidando la justa superioridad de los exitosos. El autor destaca el cinismo del mensaje meritocrático en el panorama estadounidense, a la luz de la desigualdad económica galopante y de lo estadísticamente infrecuente que es el ascenso social fulgurante prometido por el sueño americano. Este capítulo se presenta a modo de recopilación ampliada de las ideas presentadas en los anteriores, ahondando tanto en la crítica normativa a la meritocracia como en la relación de esta con la reacción populista-trumpista.

En el cuarto capítulo, Sandel se centra en desgranar cómo el éxito social se ha ido asociando de manera creciente a un nivel elevado de estudios, siendo los títulos superiores una fuente de soberbia meritocrática que denigra a aquellos que no los poseen, al tiempo que respalda las pretensiones de merecimiento y superioridad moral de los titulados. El así llamado “credencialismo” (p. 107) designa esta obsesión y veneración por los títulos universitarios. En el plano político, este credencialismo ha ido de la mano del auge de la tecnocracia a través de la consideración de que las decisiones políticas han de dejarse en manos de los más preparados; se afianza el paradigma de oposición simplista entre lo “inteligente” (p. 121) y lo “estúpido” (p. 121), íntimamente relacionado con el marco general de oposición entre ganadores y perdedores. A Sandel, como ya mostró en Justicia: ¿hacemos lo que debemos? (2011), su anterior trabajo, le sigue inquietando especialmente esta tecnocratización de la esfera política, que desaloja el debate moral en favor de una aplicación omnipotente del criterio experto, lo cual resulta no solo en un “desempoderamiento de los ciudadanos” (p. 141), sino también en un “abandono del proyecto de persuasión política” (p. 141). En este punto, el autor dialoga implícitamente con el panorama desolador dibujado por Colin Crouch en Post-Democracy (2004), sin acabar de articular una propuesta clara de salida.

El quinto capítulo marca un punto de inflexión en el libro, pues deja atrás el intento de asociar el auge del populismo con las consecuencias de la meritocracia y se dispone a presentar el grueso de la carga teórica de la obra. Sandel examina las críticas a la meritocracia que se formulan desde el “liberalismo de libre mercado” (p. 164) de la mano de Friedrich Hayek, y desde el “liberalismo del Estado de Bienestar” (p. 167) por parte del omnipresente John Rawls. La tesis principal que defiende es que, pese a que ambos autores rechazan explícitamente la idea de que el éxito tenga que ver con un mayor merecimiento (sobre todo en lo que respecta a la arbitrariedad moral de los talentos naturales), ninguno de ellos puede escapar finalmente de “una inclinación meritocrática” (p. 194) en lo referido a las actitudes de humillación y soberbia que caracterizan a los privilegiados y los menos favorecidos.

En el caso de Hayek, se critica que la disociación entre “el mérito y el valor” (p. 165) deja intacta una asociación igualmente peligrosa: la del valor de mercado con el valor aportado a la sociedad. Esto hace que los exitosos puedan justificar ufanamente su privilegio aduciendo el mayor peso de sus aportes al conjunto de la sociedad, dejando de nuevo a los menos afortunados en una posición de desnudez moral. En el caso de Rawls, la estricta neutralidad liberal de “la prioridad conceptual de la justicia sobre el bien” (p. 187) es impermeable al reparto desigual de la estima social, la cual fluye igualmente hacia los más talentosos y exitosos que, para más inri, ostentan su posición desigual en beneficio de los más desfavorecidos y en estricta observancia del Principio de Diferencia.

A pesar de la relevancia teórica que reviste la cuestión del mérito y de la arbitrariedad moral de los talentos a través del liberalismo igualitario rawlsiano, el tratamiento que se hace de este asunto es demasiado sucinto. Quizá hubiese sido provechoso un desarrollo ampliado de esta polémica teórica en perjuicio del peso que tiene en los primeros capítulos el análisis pseudo-empírico del auge del populismo.

Tras esta crítica ambiciosa, entramos en la parte final del libro, que consta de dos capítulos propiamente propositivos. El sexto capítulo se centra en el recurrente tema de la admisión a la universidad en Estados Unidos y en cómo el sistema universitario se ha convertido en una “máquina clasificadora” (p. 199) cuya función consiste en separar los aptos de los no aptos. Sandel critica la doble tiranía del mérito (p. 236) que un sistema así conlleva, tanto para los que no son admitidos en las universidades de élite (víctimas de la humillación meritocrática) como para los que sí lo son (“ganadores heridos” (p. 227), desgastados psicológicamente por los estándares de perfección que se les exigen). Ante este panorama, el autor lanza una propuesta no carente de audacia: una “lotería de los cualificados” (p. 237), de suerte que todos aquellos que alcancen un nivel mínimo de competencias, entren en un sorteo para obtener una plaza. Esto permitiría tratar el mérito “como un umbral para la cualificación, y no como un ideal que haya que maximizar” (p. 238), además de insistir en la corrección de la soberbia a través del azar, resquebrajando la exigente noción de autorresponsabilidad que encumbra la meritocracia. En cierto sentido, aquí Sandel está recuperando el afán de crítica al mejoramiento sin límite que vertebra su libro Contra la perfección (2007), en esta ocasión centrándose en la crítica aspiracional a lo perfecto en el plano del mérito, en vez de en el ámbito de la ingeniería genética.

Pese a su atractivo inicial, parece que la lotería preuniversitaria hace más por remediar el sufrimiento psicológico de aquellos que optan a la perfección que el de los que son humillados por el sistema de selección y no consiguen siquiera llegar al umbral mínimo del sorteo. Quizá reparando en esto, Sandel finaliza el capítulo reivindicando una mayor inversión en la formación profesional, para hacer posible “que el éxito en la vida no dependa tanto de poseer un grado universitario de cuatro cursos”. Esto permitiría “valorar diferentes tipos de trabajo” (p. 246) y, además, romper con el monopolio de la educación ético-cívica en las universidades, creando así las bases para un diálogo en común clave en el ideal comunitarista que Sandel propone.

En el séptimo capítulo, se plantea una defensa republicana de la “dignidad del trabajo” (p. 263) en tanto que contribución al bien común y aportación de valor a la comunidad, rompiendo con el encaje meritocrático. En este sentido, una solución basada únicamente en la “justicia distributiva” —“un acceso más equitativo y completo a los frutos del crecimiento económico” (p. 265)— no puede dar respuesta plena a la problemática del “desplazamiento cultural” (p. 262) al que se ven abocados los trabajadores, más allá de la “privación material” (p. 262). Se pone en el centro la necesidad de alumbrar una “justicia contributiva” (p. 265) como la “oportunidad de ganarse el reconocimiento social y la estima que acompañan al hecho de producir lo que otros necesitan y valoran” (p. 265). Este paradigma (que probablemente sea una de las aportaciones conceptuales más potentes del libro) realza la valoración comunitaria de los esfuerzos de contribución productiva al acerbo colectivo, censurando la correspondencia hayekiana entre valor de mercado y valor social.

En el pasaje conclusivo, Sandel aboga por comprender su propuesta como una vía intermedia entre la “igualdad de oportunidades” y la “igualdad de resultados”: “una amplia igualdad de condiciones” (p. 288) que permita a todo el mundo vivir una vida digna en la que el bienestar material vaya acompañado de una “estima social” (p. 288) relacionada con la contribución al “bien común” y a la deliberación colectiva y moral de los “asuntos públicos” (p. 288). A través de esta lente, la justicia contributiva se aleja de la neutralidad moral que impone la tecnocracia meritocrática, puesto que valora la satisfacción mutua de necesidades como un ideal deseable para el “florecimiento humano” (p. 272). Este ideal requiere una toma de conciencia en cuanto al papel de la suerte en la posición que ostenta el individuo, cuyo resultado sería una “cierta humildad” (p. 293) como condición sine qua non para la solidaridad y el reconocimiento recíproco.

Sin perjuicio de la calidad general del libro, se puede observar una distancia preocupante entre la honda crítica que se plantea a la meritocracia y las propuestas que de facto se nos presentan. Sandel, o bien propone soluciones parciales (admisión por sorteo, impuestos al sector financiero…) que, aun siendo interesantes y dignas de una fructífera reflexión, no alcanzan a superar las propias objeciones maximalistas que él mismo ha delineado; o bien nos enfrenta con una reivindicación demasiado general, monumental y precipitada de un comunitarismo surgido a modo de deus ex machina, el cual solo convencerá plenamente a aquel que ya venía de antemano convencido.

Por otro lado, resulta insatisfactorio el escaso tratamiento crítico que se da a la reformulación del sistema económico para atajar la tiranía del mérito. Desde un punto de vista un tanto malintencionado, pudiera parecer que el énfasis en el reconocimiento-estima de los empleos productivos acaba por desarticular la dimensión material del debate, relacionada con la crítica o la justificación de la desigualdad económica necesaria en un sistema capitalista. Por si fuera poco, no queda claro desde qué marco se ha de construir esta comunidad de reciprocidad y qué redes de cooperación social sería necesario reformular o incluso destruir. Sin un tratamiento profundo de estas incertidumbres, la propuesta comunitarista de solidaridad codependiente parece incompleta y su presentación como una alternativa real al statu quo es problemática.

A pesar de estos apuntes críticos, el valor que tiene el texto es reseñable. Sandel se muestra lúcido al poner la largamente negligida cuestión del mérito en el centro del debate, y en hacerlo de tal manera este libro resulte atractivo para un amplio abanico de lectores, recubriendo las reflexiones más punzantes, fecundas y abstractas de un manto de actualidad con relevancia propia. Asimismo, la parcial inconcreción de sus propuestas no excluye la agudeza con que estas se articulan, dialogando sagazmente con algunas de las deficiencias políticas más notables de la esfera de deliberación pública: la menguante relevancia de la moral en el discurso, la brecha de reconocimiento o el exilio del papel cohesor del azar.

La idea central que vertebra el texto nos enfrenta a un viejo dilema liberal-comunitarista, reeditado desde un punto de vista fresco y novedoso. Recuperando las palabras del propio Sandel en la introducción: “Tenemos que preguntarnos si la solución a nuestro inflamable panorama político es llevar una vida más fiel al principio del mérito o si, por el contrario, debemos encontrarla en la búsqueda de un bien común más allá de tanta clasificación y tanto afán de éxito” (p. 25).

Referencias bibliográficas
  • Crouch, C. (2004). Post-Democracy. 1ª ed. Cambridge: Polity Press.
  • Sandel, M. (2007). Contra la perfección. La ética en la era de la ingeniería genética. 1ª ed. Barcelona: Marbot Ediciones.
  • Sandel, M. (2011). Justicia. ¿Hacemos lo que debemos? 1ªed. Barcelona: Penguin Random House.

Por eso décimos que la meritocracia no existe, 
tu puedes echarle las ganas que quieras y esforzarte, 
y otro que es un flojo sin esfuerzo, 
solo por tener los contactos de sus familiares, 
te va ganar el puesto.

La   ineptocracia
La democracia dio paso a la partitocracia pero estamos ya instalados en una ineptocracia que comienza a expulsar del sistema a quienes osen cuestionarla, desde el despilfarro en pintar de colorines el mobiliario urbano a destrozar estatuas de ilustres personajes de nuestra historia.
La democracia como menos malo de los sistemas de convivencia conocidos, suele gozar de una reverencial protección y el simple hecho de realizar alguna crítica o cuestionar algunos de sus aspectos, suelen estar mal vistos porque automáticamente se contraponen a que uno defiende una dictadura o un régimen totalitario. Curiosamente, vemos y comprobamos como quienes más alzan su voz para proclamarse como los defensores de la democracia y la libertad, son quienes apoyan y ejecutan políticas restrictivas y aniquiladoras de las libertades individuales.

En esta nueva etapa tras casi cien días de confinamiento, el gobierno de la nación española se afana en seguir los pasos de su “manual de resistencia” particular, nombre que recuerda al siniestro libro del presidente, en este caso un libro de verdad, pero con una trágica narrativa, 1984 de Orwell. Y tan es así que proclaman una nueva normalidad, con un decreto que regule la vida de las personas y se les ve felices controlando y sobre todo prohibiendo. En cambio, no están entregados a rebajar y hasta eliminar impuestos, ni en facilitar a los grandes, medianos y pequeños empresarios su actividad aceptando propuestas llenas de sensatez y sentido común para sobrevivir y poder recuperarnos de esta brutal crisis económica.

Mucho se ha hablado del poder de los partidos políticos en las democracias occidentales (partitocracia), de las maquinarias que logran llevar al poder a un candidato frente a otro y su relevancia en la vida política y en la toma de decisiones frente a las personas individuales. Pero estamos ante un nuevo escenario, más preocupante y alarmante al que deberíamos poner freno a través de una constante crítica y denuncia social por parte de los medios, pidiendo que la excelencia que en tantas profesiones se requiere, llegara a la política. Nos encontramos inmersos en la ineptocracia, es decir, el poder de los ineptos, los necios o incapaces.


El término ineptocracia se lo debemos al escritor y filósofo francés Jean D’Ormesson (1925-2017) y se puede decir que es una completa e impecable definición del tipo de sistema en el que vivimos actualmente en España, por ello la reproduzco íntegramente: “Un sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse su sustento son regalados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y riqueza de unos productores en número descendente, y todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predica teorías, que sabe que han fracasado allí donde se han aplicado, a unas personas que sabe que son idiotas”.

Realmente es difícil definir mejor la situación en la que nos encontramos inmersos en un momento crítico puesto que se avecina una crisis económica de gran magnitud que además puede llevar aparejada una nueva crisis sanitaria y social. La solución a cualquier problema pasa por encontrar el mismo, evaluarlo y proponer la forma de resolverlo. A veces, tengo la sensación de que no queremos ni ver el problema porque como se dice últimamente “cuando todo es un escándalo nada es un escándalo”. Y así vamos hacia una sociedad que es capaz de plantearse, simplemente el hecho en sí da escalofríos, si hay que retirar una estatua al gran Cristóbal Colón.

La realidad convertida en una tremenda pesadilla, siempre nos queda el alivio de la lectura, el cine, el vino y la vida con sus bellos momentos. Gracias a la definición de Ormesson sobre ineptocracia, aprovecho la autodefinición que el escritor francés hacía de su persona en una entrevista en 2012 y con la que les confieso que me siento bastante identificado: “Yo soy un hombre de derechas pero en muchas cosas pienso como un izquierdista: creo profundamente en la igualdad hombre-mujer, soy católico pero estoy lleno de grandes dudas religiosas y soy un europeísta convencido aunque en estos momentos muy desencantado y un poco asustado.”

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sábado, 2 de septiembre de 2023

LIBRO "20 AÑOS DE LUCHA por LA MERITOCRACIA Y LA DEMOCRACIA DE VENEZUELA": MEMORIA DE LOS PRIMEROS QUE LUCHARON CONTRA EL CHAVISMO

20 AÑOS DE LUCHA 
POR LA MERITOCRACIA 
Y LA DEMOCRACIA


Este libro es un testimonio para las nuevas generaciones, donde muestra como un número importante de venezolanos sacrificó su bienestar para defender las libertades y la democracia en Venezuela. Una reflexión sobre los hechos más importantes que durante los últimos 20 años marcaron la historia petrolera de Venezuela. Los sucesos narrados tienen como protagonistas a miles de compañeros que trabajaron en Petróleos de Venezuela, sus filiales y empresas mixtas. Han sido veinte años de lucha por defender la meritocracia e intentar evitar la politización en estas empresas del Estado, y por defender la democracia en Venezuela. Muchos ya no están con nosotros.

  • Los principios y valores hay que predicarlos, pero sobre todo defenderlos. Eso fue lo que hicimos los trabajadores petroleros.
  • Este libro es un testimonio para las nuevas generaciones, donde muestra cómo un número importante de venezolanos sacrificó su bienestar para defender las libertades y la democracia en Venezuela.
  • Una reflexión sobre los hechos más importante que durante los últimos 20 años marcaron la historia petrolera de Venezuela. 
INTRODUCCIÓN

En julio del 2002 se constituyeron la Asociación Civil Gente del Petróleo y el sindicato Unapetrol, organizaciones creadas inicialmente por trabajadores activos de la empresa estatal Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA) y de sus filiales. Con motivo de cumplir veinte años de lucha en defensa de la meritocracia en esta empresa del Estado y de la democracia en Venezuela, los actores de esos eventos consideramos importante dejar constancia del porqué de esa lucha y el deber ser de la misma. Los autores del presente libro nos limitamos a exponer, aportando pruebas y testimonios, los sucesos del paro que iniciamos los trabajadores petroleros en abril 2002 en defensa de la meritocracia en la empresa; así como del paro cívico de diciembre de ese mismo año, en defensa de la democracia, al que nos sumamos motu proprio los petroleros. Además, consigna­mos las actividades y aportes realizados por ambas organizaciones después de que sus miembros fueron despedidos por PDVSA.

Cabe recordar que, a finales de La década de los años noventa, se intensificó una campaña de desprestigio contra PDVSA por parte de grupos de extrema izquierda. El principal señalamiento fue que PDVSA era un Estado dentro del Estado, que tomaba decisiones contrarias al interés nacional y una caja negra que ocultaba información. No es el propósito de esta narración profundizar en estas falsas acusaciones. Solo nos limitaremos a decir que los planes, presupuestos y resulta­ dos de la gestión eran aprobados por el accionista, representado por el Ministerio de Energía y Minas, y que los proyectos de inversiones en refinerías en el exterior, destinadas a asegurar mercado cuando aumentara la producción, fueron aprobados por el Congreso Nacio­nal. La Contraloría General de la República tenía una Contraloría delegada dentro de PDVSA y esta tenía también sus auditores. Desde luego la empresa presentaba puntualmente un Informe Anual, que era público.

Cuando Hugo Chávez asumió la presidencia de la república en 1999. era evidente que entre sus planes estaba apoderarse de PDVSA para ponerla al servicio de su proyecto político. Muchos visualizaban que era inevitable la confrontación entre elproyecto del primer man­datario y los principios y valores de los trabajadores petroleros. Esta confrontación se inició el 26 de febrero del 2002.

Al iniciar esa lucha por el respeto a la meritocracia dentro de la empresa, pudimos comprobar que los diferentes sectores de la socie­dad venezolana percibían a los petroleros como indiferentes al acon­tecer nacional, prepotentes e influenciados por los "musiues" que los formaron. Como nos dijeron en una asamblea de la sociedad civil, los apoyamos en su propuesta porque queremos salir del gobierno de Hugo Chávez, no porque nos caigan simpáticos. Más grave que esta percepción, es que era evidente que gran parte de los venezolanos ig­noraban la complejidad de nuestras actividades y apenas se preocu­paban cuando los precios del petróleo se derrumbaban. Un conocido dirigente político llegó a decir que el petróleo salía solo. Sin duda que los petroleros también hemos fallado, al no escribir sobre esta importante actividad. Alberto Quirós Corradi (), Humberto Calderón Berti y Gustavo Coronel, son de los pocos altos directivos retirados antes de la elección del "presidente" Chávez, que han escrito sus testimonios.

La Asociación Civil Gente del Petróleo y el sindicato Unapetrol nacieron después de los sucesos ocurridos entre febrero y abril del 2002, en los que los petroleros salimos de los campos de producción, de las refinerías de petróleo, de las instalaciones de gas y de petro­química, así como de las filiales y gerencias de apoyo, para denunciar al país las medidas del gobierno tendentes a poner a esta importante industria al servicio de un proyecto político partidista. La Asociación tenía como objetivo contribuir a establecer una relación de confian­za entre los petroleros y el resto de la sociedad civil. La creación del sindicato se consideró necesaria para velar por los derechos laborales de los trabajadores no cubiertos por los sindicatos de las nóminas menor y diaria, ya que era de prever que el gobierno tomaría repre­salias contra los que participamos en la lucha por la meritocracia.

¿Qué motivó a los trabajadores petroleros a iniciar un paro de actividades en abril 2002? ¿Qué logramos con ese paro? ¿Qué nos in­ dujo a sumarnospor decisión individual a un paro cívico en diciembre de ese mismo año? ¿Cuál fue el balancede ese paro cívico? ¿Cómo fue la relación entre los petroleros, el sector político y el resto de la so­ciedad civil? ¿Cómo se desencadenaron los hechos? ¿Cuáles fueron las consecuencias? ¿Qué actividades hemos realizado durante es­tos 20 años? 
En este libro pretendemos contestar estas preguntas y dejar testimonios para que las nuevas generaciones se percaten de que hubo un grupo de venezolanos que perdieron su carrera, presta­ciones sociales, fondo de ahorros y que fueron vetados para trabajar en nuestro país, por defender los principios y valores de la democracia.

VER+:








Los 185 extrabajadores de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) sometidos a procesos administrativos con multas millonarias por daños al patrimonio fiscal durante el paro petrolero de 2002 "son perseguidos políticos", denunció hoy su defensa.
Los 185 extrabajadores de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) sometidos a procesos administrativos con multas millonarias por daños al patrimonio fiscal durante el paro petrolero de 2002 "son perseguidos políticos", denunció hoy su defensa.
El abogado de algunos de ellos y presidente de la ONG Foro Penal Venezolano, Alfredo Romero, dijo a Efe que el proceso que lleva la Contraloría es en realidad "de persecución administrativa que puede dar paso a una persecución penal".

"Todo esto es parte de una persecución política", advirtió.

Entre diciembre de 2002 y febrero de 2003, una huelga impulsada por la oposición para presionar al presidente Hugo Chávez a renunciar prácticamente paralizó la petrolera y derivó en el despido de la mayor parte de la directiva de PDVSA y de cerca de 20.000 empleados.
El Gobierno del presidente Hugo Chávez ha calculado en 19.000 millones de dólares las pérdidas que produjo el paro, y, según el abogado y activista, "lo pretenden dividir entre los 185 acusados, con lo cual cada uno debería pagar más de 100 millones de dólares, cifra exagerada, absurda a todas luces".

Romero recordó que el proceso comenzó en 2006, cuatro años después del paro petrolero, la expresión más radical de la huelga general que durante 63 días mantuvo la oposición en busca de la renuncia de Chávez, y que desde el pasado jueves "ha emitido unas 15 decisiones administrativas diariamente".
La primera de las sanciones se conoció el pasado 18 de octubre y afectó a once de los 185 extrabajadores.
Se prevé que "esta acusación administrativa de primer nivel, de primer grado, concluya en unas dos semanas", añadió Romero.

Explicó que antes de mediados de noviembre próximo "la Contraloría publicará el acto con todas las sanciones y de ahí la defensa de cada uno procederá con apelaciones ante la misma Contraloría o pedirán la actuación de la Corte de lo Contencioso Administrativo o del Tribunal Supremo de Justicia".

Dijo que aún no ha decidido cómo actuarán en defensa de los 18 extrabajadores de PDVSA a los que representa.
El abogado Gonzalo Himiob, socio de Romero y asimismo parte de la misma ONG, indicó a Efe el jueves pasado que en caso de que los extrabajadores que se encuentran fuera del país no paguen las millonarias multas "podrían intentarse acciones de recuperación contra los bienes que tengan en Venezuela".
El presidente de PDVSA y ministro de Petróleo y Minería, Rafael Ramírez, dijo a mediados de 2005, antes de que la Contraloría comenzara el proceso contra los 185 acusados, que el paro petrolero fue "un crimen contra el pueblo venezolano".
La plantilla de PDVSA de entonces bordeaba los 40.000 empleados, de los cuales cerca de 20.000 fueron despedidos por secundar la huelga, entre ellos los 185 que fueron cesados personalmente por Chávez, quien en una alocución televisada se valió de un pito de árbitro para expulsarlos de la estatal tras pronunciar el nombre de cada uno de ellos.


"Cuando los chavistas vinieron a echar a los de PDVSA, guardé silencio, porque yo no era petrolero. Cuando encarcelaron a los que hacía huelga de hambre por sus tierras, guardé silencio, porque yo no era campesino. Cuando vinieron a exterminar a los estudiantes, no protesté, porque yo era manifestante. Cuando vinieron a por los trabajadores de SIDOR, no pronuncié palabra, porque yo no era siderúrgico. Cuando finalmente vinieron a por mi, no había nadie más que pudiera protestar contra la injusticia y el liberticidio represor". (Paráfrasis de Martin Niemöller)

La #indiferencia mata gente y te matará a ti también....

FUERA DE ORDEN
DANIEL LARA FARÍAS

𝗣𝗿𝗲𝘀𝗲𝗻𝘁𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗱𝗲𝗹 𝗹𝗶𝗯𝗿𝗼 "𝟮𝟬 𝗮ñ𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝗹𝘂𝗰𝗵𝗮 𝗽𝗼𝗿 𝗹𝗮 𝗠𝗲𝗿𝗶𝘁𝗼𝗰𝗿𝗮𝗰𝗶𝗮 𝘆 𝗹𝗮 𝗗𝗲𝗺𝗼𝗰𝗿𝗮𝗰𝗶𝗮". 
Venezolanos que hacen historia

miércoles, 19 de octubre de 2016

CONTRA LA NUEVA EDUCACIÓN LIGHT, EMOCIONALISTA DE "UN MUNDO FELIZ"



"Educar no es dar carrera para vivir, 
sino templar el alma para las dificultades de la vida". 
Pitágoras


"El porvenir está en manos del maestro de Escuela. 
Victor Hugo 

"Educar a un joven no es hacerle aprender 
algo que no sabía, 
sino hacer de él alguien que no existía"
John Ruskin



El gran educador inspira". 
William Arthur Ward


*Alberto Arroyo:

"Lo que yo critico es que en la línea hegemónica de esa nueva educación sí parezca que se antepone el sentido lúdico al esfuerzo que conlleva cualquier aprendizaje, que se dé a entender que el éxito es fácil y que lo importante es una felicidad de libro de autoayuda. Que, en la realidad, se acaba arrinconando la disciplina, el esfuerzo y la atención. Ellos mantienen que el alumno de hoy tiene diferentes necesidades pero lo cierto es que sólo un sistema educativo riguroso y que exija esfuerzo garantiza la movilidad social. Ese sistema sería mucho más eficaz que el paternalismo y el buenismo hacia los estudiantes con menos recursos. Cualquier aprendizaje necesita disciplina y tenacidad. Un mal sistema educativo perjudica al pobre cultural, a aquel que en su entorno familiar no puede escuchar un vocabulario rico. En el fondo de esta cuestión sobre la nueva pedagogía está la pregunta de qué queremos que haga la escuela, si los niños van a ir a ser felices o a aprender. La escuela tiene que dar formación, no es un lugar donde enseñen la búsqueda de la felicidad.



Yo tengo que defender la memorización y otra cosa distinta es que se memorice todo sin entender nada. Yo intento contrarrestar la deriva de la enseñanza. Es fundamental en la educación.



Hablamos de fracaso escolar cuando el alumno no promociona. Pero el fracaso también es ver si ha aprendido lo que debería saber. Pero nadie dice que no se deba evaluar el sistema, deberíamos analizar qué se hace mal. Y uno de los principales errores es que cada vez más se han ido rebajando los contenidos. Sólo hay que ver los libros. Si, como mantienen los pedagogos, el conocimiento está en internet, para qué vas a aprender en un libro quién fue Colón si está en Google. No se dan cuenta de que internet puede ser un lío terrible para gente que no tiene los recursos para discernir.


Es que las cualidades que se ven en el deporte como positivas, son las que se quieren desterrar de la educación. Cualquiera elogia a Nadal pero, si se habla de alta cultura, se considera elitista, segregador, clasista. No sé qué tiene de malo el elitismo si los que llegan arriba son los que se lo merecen. ¿Queremos una meritocracia? Eso es que lleguen los más capaces, los mejores, los más honrados. Ahora no lo estamos viendo en política, por ejemplo, donde, aunque creo que hay muchos honrados, no suelen llegar a lo más alto los más capaces.El hecho de haber arrinconado los conceptos de esfuerzo y disciplina, ¿cree que ha tenido efectos en la sociedad en general?No fortalece la responsabilidad individual. Creo que nos hace falta, antes de quejarnos de todo, un poco más de compromiso y de autocrítica, apelar más a la responsabilidad individual. Soy de los que piensa que, si cada uno de nosotros intentamos hacer nuestro trabajo lo mejor posible, eso tiene un efecto contagioso".



“Lo que hacemos es importante. Y todos, en algún momento, hemos sentido la satisfacción de comprobar que hemos ayudado a alguien, que hemos contribuido a que un alumno tome una buena decisión”. (p. 202)



El educador (profesor, maestro, formador; a veces los términos son intercambiables) no puede perder de vista para qué realiza su labor.

Es una tarea continuada, que deja huella, pese a que en ocasiones no llegue a ver los frutos.
En cierta medida, es desinteresada.

Y, siempre, a largo plazo.



“Uno enseña [...], influye [...], da ejemplo [...], con la intención de poner su granito de arena en relación con cada uno de los alumnos que pasan por sus manos, con el noble propósito de colaborar en el desarrollo de sus capacidades hasta lo máximo de lo que puedan y quieran dar, de sembrar en ellos la curiosidad por aprender y disfrutar de lo que uno aprende”. (p. 201)



“Pretendo defender con argumentos y con innegable entusiasmo un modelo de instrucción pública serio, ilustrado, basado en el conocimiento y la exigencia, que ejerza su función de palanca de mejora social para las personas y se aleje de supercherías y propuestas excéntricas mejor o peor intencionadas”. (p. 25)




“A cada ocurrencia educativa estrafalaria que conozco, a cada nueva manifestación del “reverso tenebroso”, salto raudo, movido por una especie de resorte que me impide asumir sin presentar batalla ante tanta propuesta grotesca”. (p. 84)

"A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar. Y el dictador hará bien en favorecer esta libertad, En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino". Aldous Huxley, prólogo del libro «Un Mundo Feliz (1932)».

En todo caso, son muchos. Adjunto una relación alfabética de los autores a los que trata de desmontar.

Conozco a varios; a alguno de ellos, en persona.

Tienen un rango de solvencia dispar: algunos son unos “singermornings” (cantamañanas, en terminología royiana): pese a resultar peligrosos, no precisaban tanto detalle. Sus palabras hablan por ellos y les desenmascaran al instante. Según mi particular criterio, no merecían tanto esfuerzo.


Otros son interesantes; aportan ideas valiosas pese a que puedan (o deban) ser reformuladas. Ahora omito mencionar en quiénes pienso, dejando abierta la posibilidad de presentar argumentos, si se precisan.

Y algunos no pertenecen al ámbito educativo, pese a que hayan opinado, como podrían haberlo hecho sobre cualquier otro asunto. No merecía la pena detenerse en ellos: El cerebrocentrista Punset y el espitualista NEW AGE  de Coelho. 

En todo caso, la lista de aquellos contra los que arremete, es:Acaso, María / Alberca, Fernando / Aren, Belén / Barajas, Sebastián / Bona, César / Coelho, Paulo / Daniels, Kristin /Figel’, Ján / García Pérez, José Blas / García-Rincón de Castro, César / Laporte, Joan-Ramon / Marina, José Antonio /Pedró, Francesc / Pérez-Orive Carceller, José Félix / Prensky, Marc / Punset, Eduard / R. / Rallo, Juan Ramón /Rodríguez, Germán / Rodríguez Hernández, Antonio / Robinson, Ken / Sáenz de Miera, Ana / Sánchez Bayo, Alberto /Server, Richard.

Pero quizá resulta pobre comparar la lista de los que critica (“los iluminados”) con la de aquellos que elogia (“los serios”).

Enkvist, Inger / Fontanieu, Jérémie / Innerarity, Daniel / Luri, Gregorio / Moradiellos, Enrique / Moreno Castillo, Ricardo



“Convendría entonces no andarnos por las ramas. Todos estamos de acuerdo en que la educación es importante. Lo estamos también en que una sociedad con una adecuada educación pública tendrá mayor capacidad de progreso que la que no disponga de ella [...]. Entonces, ¿dónde está el problema? Quizás en la manera en que unos y otros entendemos que es posible conseguir el ideal de una sociedad instruida, formada humana y académicamente, crítica y con valores, en lo que entendemos que es principal para su consecución y en lo que entendemos que es accesorio, en la importancia que concedemos, por ejemplo, a la transmisión de conocimientos y en la que damos a otros objetivos más abstractos o más vistosos. Y ahí la pedagogía no termina de cumplir con su misión (que no es otra que la de ayudar a los profesores a conquistar esa meta) al enrocarse en una concepción fantasiosa de la enseñanza, como si la racionalidad fuera incompatible con la búsqueda de las estrategias didácticas más eficaces”. (p. 175)



“Lo que me cuesta más comprender es cómo podemos profundizar en un tema si no es el profesor (el que sabe) el que se lo explica al alumno (el que no sabe)”. (p. 161)

“Debería propiciarse el aprendizaje de recursos y metodologías definidas, pero al mismo tiempo abiertas a ser adaptadas e incorporadas a las estrategias de cada profesor y siempre directamente relacionadas con su disciplina académica. Y todo ello sin olvidar que la metodología que a un docente le funciona no tiene por qué ser eficaz para otro, como tampoco dos alumnos responden igual ante la misma estrategia didáctica.

[…] A veces nosotros mismos, los profesores que renegamos de la pedagogía, pecamos de poco hábiles, y nos situamos en la trinchera en lugar de desarrollar nuestro razonamiento, justificando que una cosa es la pedagogía (la didáctica) y otra muy distinta la pedagogía oficial, la del ‘establishment’ educativo”. (pp. 172 – 173) 

“Entonces, ¿por qué no practicar mejor la música, la lectura, la escritura, el cálculo... que son, además, habilidades que adquirimos sólo mediante el aprendizaje y no son, por tanto, innatas?”. (p. 95) 

“Todo docente expresa emociones mientras enseña (emociones que no encontraremos en las nuevas tecnologías)”. (p. 118) 
“La pasión y la extravagancia son conceptos distintos”. (p. 110).




*Alberto Royo es profesor y autor del libro “contra la nueva educación”, y explica en el plató de ‘Zoom’ la confusión que para él existe entre lo nuevo y lo bueno. ¿Debe primarse la felicidad y la creatividad sobre la educación? Para Royo, se están descontextualizando algunas situaciones. “Aprender no es siempre divertido, pero contribuye a la felicidad”, asegura.

Academia de los pedagogos
Alberto Royo 

«Bergman es el único genio del cine actual», aseguraba el escritor de chistes televisivos Isaac Davis –Woody Allen– en Manhattan, a lo que contestaba Marvy –Diane Keaton–, la snob neoyorquina: «¡Pero si sois de lo más opuesto! El programa que escribes para televisión es brillantemente divertido, mientras que su perspectiva es típicamente escandinava, lúgubre, todo está impregnado de Kierkegaard, es algo ingenuo, pesimismo a la moda… Todo ese silencio, el silencio de Dios… Muy bien, me encantaba cuando estaba en la universidad de Radcliffe, pero eso ya está superado… ¡Totalmente superado! ¿Acaso no ves que se trata de un intento de dignificar los propios traumas psicológicos y sexuales poniendo como parangón ciertos principios filosóficos? ¡No es más que eso!».

Seguro que muchos de ustedes recordarán la escena, como recordarán la Academia de los sobrevalorados que la engreída Marvy y Yale, el íntimo amigo de Isaac, se inventaron para despotricar de Bergman, Mahler o Van Gogh. Si bien el ingenio de Allen nos permitió disfrutar con natural complicidad de aquella lista de personajes supuestamente más estimados de lo que merecían, en la educación la cosa tiene menos gracia. El inventario de nombres, ideas y prácticas que los gurús, expertos y pedagócratas insisten en desechar, por poco modernas, poco vistosas o poco impactantes, resulta mucho más penoso, irracional y, si me apuran, pernicioso. La lista sería más larga que la de Schindler, así que voy a referirme solamente a algunos de estos conceptos que hoy podrían integrar una Academia educativa de sobrevalorados.

Voy a comenzar por la clase magistral, confundida habitualmente con la técnica expositiva, que es esa que utilizan en sus conferencias los expertos para criticar que nosotros, los profesores, la empleemos en clase y que, curiosamente, se ha demostrado como una de las estrategias didácticas más eficaces (claro que, ¿para qué intentar ser eficaz si se puede ser mediático?). En efecto, que un profesor explique su materia a sus estudiantes se ha convertido, qué tiempos estos, en algo reprochable (como si explicar bien fuera tan sencillo). Parece que los alumnos son capaces de debatir, construir conocimiento y descubrir el saber y la cultura sin nuestra participación (además, ya saben que el conocimiento está hoy a golpe de clic). Descartemos, pues, el método explicativo y la clase magistral. Aspiremos a una clase defectuosa y confusa. Verán qué risas.

Vayamos ahora con la disciplina. Hablar de disciplina te convierte en un tipo beligerante y sospechoso de querer recuperar el servicio militar o invadir Gibraltar (o de aficionado al látex, vaya usted a saber), pese a que rechazar la disciplina es sencillamente estúpido, puesto que la disciplina, el orden, la organización y el rigor son necesarios para el (buen) desempeño de cualquier actividad, sea esta más o menos libre, más o menos dirigida. Incluso para trabajar la improvisación musical, ejercicio en el que la espontaneidad y la creatividad están presentes, es indispensable tener disciplina (y entrenarla), si lo que queremos, obviamente, es hacer algo bien y no regular, en cuyo caso nos tendremos que contentar con lo que salga.

Otra idea anatemizada por el pedagogismo es la idea de exigencia. En mi opinión, no hay mayor muestra de respeto hacia a un alumno que ser exigente con él, ya que no hay aprendizaje sin exigencia, como no hay (buena) enseñanza sin autoexigencia. Y créanme cuando les digo que un alumno es una persona en formación, desde luego, pero no un idiota al que hay que contentar y mantener en una cómoda ignorancia. Tenemos con nuestros alumnos la responsabilidad de incomodarlos y estimularlos para que desarrollen todo lo posible su potencial. No nos lo agradecerán ahora, ni haríamos bien en anhelarlo, pero probablemente lo harán en el futuro, aunque en muchos casos nunca llegaremos a saberlo.

Relacionada con la exigencia, la excelencia es otra palabra que no conviene mencionar en según qué foros. Sin embargo, pocos objetivos lograremos si nos ponemos bajo el listón y renunciamos a aspirar a ella. Soy consciente de que no todos mis alumnos podrán alcanzarla, pero mi trabajo consiste en desearla para todos ellos. Y estoy convencido de que apuntando alto llegarán mucho más lejos que siendo conformistas. Hay quien piensa que este posicionamiento es clasista. Clasista sería pretender que sólo los más pudientes avanzaran. Exigir menos al pobre no es compasivo; es, esto sí, profundamente clasista. No lo es perseguir que cualquier alumno, independientemente de su origen socioeconómico, tenga la oportunidad de progresar.

Vayamos con otro término reprobado por nuestras estrellas de la educación: memorización. Quienes sostienen (de forma errónea, pero contumaz) que la enseñanza es excesivamente memorística pierden de vista algo tan elemental como que aquello que no se ha fijado en la memoria es que no se ha aprendido y que ningún (buen) profesor pide a sus alumnos que se limiten a memorizar o que memoricen sin comprender nada. El músico de jazz guarda en su memoria escalas, acordes y melodías que le permiten improvisar después. El actor ha de saberse su papel para poder interpretarlo.

Casi tan mal vista como la memoria está la repetición, que también es esencial (¡qué bien lo sabemos los músicos!). Al Pacino defendía en una entrevista la repetición de una escena como parte fundamental del aprendizaje del actor. Y también como algo apasionante por el propio perfeccionamiento que supone y porque ninguna repetición es igual a la anterior. «Amo la repetición», decía Pacino, «porque me mantiene fresco (…) Todos me preguntan si actuar una y otra vez no es aburrido. ¡No! Es en la repetición donde la creación y la expresión aparecen». Se dice que Stanley Kubrick necesitó cuatrocientos días para rodar Eyes wide shut. O podemos referirnos a Mondrian, que corregía los lienzos una y otra vez hasta que quedaba satisfecho. La repetición sigue siendo un excelente método de aprendizaje.

Y llegamos a la palabra más denostada por la Pedagogía oficial: esfuerzo. Todavía hay iluminados que parecen creer que cuando algunos hablamos de que el alumno ha de sacrificarse es porque estamos pensando en practicar sacrificios humanos para apaciguar a los dioses o en algo parecido. Digamos claramente que no hay nada que valga la pena que pueda conseguirse sin esfuerzo y que es este esfuerzo el que da valor a aquello que aprendemos. El mejor consejo que podemos dar a un estudiante es: interésate, presta atención, persevera, sé disciplinado, exígete, sé ambicioso para superarte a ti mismo y confía en que tu esfuerzo te va a servir. Sé valiente y atrévete a saber, que diría el clásico. O, como afirmaba el propio Isaac en Manhattan, «el talento es pura suerte. Lo más importante en la vida es el coraje».

VER+:






El decálogo de la buena educación
Si tus hijos te dicen estas 10 cosas estás educándolos bien
Si tu hijo te dice a menudo estas 10 frases puede ser un síntoma que estás educándolo bien. Comprueba si las has escuchado alguna vez y reflexiona sobre ellas.
Compleja y maldita educación

Digo compleja porque educar a los niños no es ninguna tarea fácil. Publiqué hace un año un artículo que se hizo viral sobre 20 claves para saber si estás educando bien a tu hijo y ahí mostraba unas claves para la buena educación, siendo consciente de la complejidad de educar.

Y digo maldita porque cuando uno quiere educar bien, se enfrenta a la incertidumbre que genera la fusión de la buena y la mala educación que se produce en el barrio, en el patio durante el recreo o en cualquier otro escenario donde los niños convivan y compartan entre ellos parte de su herencia de la buena y la mala educación de sus hogares, de sus familias.

Hoy quiero compartir algunas de las frases que se pueden escuchar a niños sometidos en sus casas a un estricto régimen pseudomilitar, bajo la supervisión de padres en peligro de extinción y no influenciados por modas pasajeras del ámbito de la educación. Pero... a quienes admiro desde este lugar de internet y les arropo con esta publicación. ¡Seguid así, que ese es el camino!

1. Todos mis amigos tienen más y mejores consolas que yo

Mumm, muy bien! si escuchas esto a menudo es porque te preocupa que tu hijo no solo esté en este mundo para jugar a decenas de videojuegos y tener diferentes consolas. Una o dos puede ser más que suficiente. Una para casa y una portátil, para llevarla de viaje; con esto ya están cubiertas las necesidades básicas (si se le puede llamar así) del tiempo de ocio destinado a los videojuegos. Si le acostumbras a tener todas las que salen nuevas, serás un gran cliente de las grandes marcas de videojuegos pero no serás un buen educador.

2. Los padres de mis amigos les dejan ver realities y otros programas de TV de horario nocturno

Soy consciente que esos "malditos" padres os perjudican a muchos de vosotros, respirad y contad hasta 10 cada vez que escuchéis decir esto a vuestro hijo. Luego preguntarle qué le puede aportar para su crecimiento personal ver esos programas. 

3. Quiero un perro como el del vecino y nunca me lo quieres comprar

No por favor, y aunque tengas dinero nunca se lo compres. Primero pregúntale si él se hará responsable de bajarlo todos los días, lavarlo, limpiar lo que ensucia en casa, poner la comida y bebida a diario, llevarlo al veterinario, etc. Si aún así dice que si, entonces un día lo llevas a la protectora más cercana y allí preguntéis por el perro que mejor se adapte a vuestro hogar. 

4. No entiendo por qué tengo que hacer tanto deporte

Si te dice esto es buen síntoma, hay muchos niños comodones que no les gusta esforzarse, el deporte es un gran medio para trabajar los valores de esfuerzo, resiliencia, sacrificio, constancia... Valores que serán necesarios en el mundo adulto. Dejarse llevar por lo que quiere un niño sedentario, es crear las bases de una persona condenada al sedentarismo. Desde pequeño debemos establecer un hábito hacia el deporte, y ser conscientes que al principio puede no gustar a los niños. Eso sí, no te pases inscribiéndolo a muchos deportes.

5. Nunca me compras ropa de marca

Y qué felices los hacemos cuando de repente un día le compras una sudadera Nike! Lo importante es tener ropa, la marca es lo de menos. Debemos decirles que no siempre las marcas ofrecen calidad, y que incluso, si la compra puede que otros veinte niños lleven la misma prenda. Enséñale a valorar si le sienta bien, si le gusta el tacto de esa prenda, los colores, si ahorra dinero con la paga al no comprar una de marca, etc. 

6. Mis amigos van a un restaurante de comida rápida una o varias veces a la semana y nosotros casi nunca 

Qué malos son los padres que no van casi nunca a los restaurantes de comida rápida y se preocupan por darle la mejor alimentación a sus hijos a base de caldos y comidas bien preparadas con ingredientes lo más naturales posible. Estoy seguro que cuando vaya a un restaurante de comida rápida lo va a disfrutar mucho más que el niño que va 3 veces por semana. Estas son las cosas que os agradecerán cuando sean adultos.

7. Todos mis amigos tienen móvil menos yo

También puede decirte que todos los amigos tienen mejores móviles que él. Si tiene móvil, tendrás que enseñarle a usarlo, gestionarlo, hacerle ver el gasto que conlleva para ti, decirle que lo cuide, que lo use a unas determinadas horas del día, que no envíe ni comparta cosas que puedan estar relacionadas con valores negativos, bullying, etc. En definitiva, que tendrás que emplearte a fondo para que no sea un niño o adolescente cuyos papás le han cedido al móvil la función de su tutoría y acompañamiento en la vida. Si no tiene móvil, invítale que te diga 5 razones importantes para que se lo compres. Me temo que no llegará a las 5. 

8. Todos mis amigos tienen Instagram

Es increíble como muchos padres consienten que sus hijos menores de edad estén enganchados a diferentes redes sociales solo con el objetivo de compartir fotos de su cuerpo o estética corporal, llenas de filtros y desvirtuando la realidad. El mundo no necesita cuerpos bonitos, necesita mentes sabias.

9. Todos mis amigos se acuestan a la hora que quieren

Los niños deben tener horarios y el sueño está dentro de ese horario. Puedes establecer dos tipos de hora para acostarlos, la diaria adaptada al horario de la escuela y la de fin de semana. Lo importante es que descanse las horas que recomiendan los expertos en pediatría y sueño. Hay niños que van con mucho sueño al colegio y no son capaces de prestar atención o seguir la explicación del profesor, lo que puede conducir a un fracaso escolar.

10. A todos mis amigos les dan una paga mayor que la mía

Dice un viejo proverbio chino "Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida"

Acostumbrar a los hijos a recibir pagas grandes sin apenas hacer esfuerzo para conseguirlas es crear una obligación que no tienes por qué tener. Conforme avance en edad te irá pidiendo más y más cuantía, y llegará un momento a los 16 años, que te pedirá semanalmente 50 euros a los que no podrás acceder. Ahí empezará un conflicto familiar difícil de resolver.